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jueves, 3 de diciembre de 2009

PENSAR: ¿Por qué aprender a pensar?


Aprender a pensar: la competencia fundamental

Hace unas décadas, la psicología intentaba entender el funcionamiento del cerebro comparándolo con un ordenador. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que los cerebros eran máquinas infinitamente más complejas que el ordenador más potente, y no porque pudieran almacenar más información, sino porque, a fin de cuentas, sabían utilizarla.

¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que los caracteres, sin un lector que sepa leerlos, es decir, los datos, sin una inteligencia que sepa interpretarlos, no sirven de nada. El ordenador encuentra precisamente problemas a la hora de hacer aquello que los niños enseguida aprenden a hacer: interpretar signos, dándoles un sentido. Los datos son sólo significantes que necesitan de un lector inteligente que pueda convertirlos en significados.

Esto es exactamente lo que queremos decir con “aprender a pensar”: sea cual sea la información que tengamos delante, tendremos que elaborarla para que pueda sernos útil. En este sentido, “aprender a pensar” es la competencia más básica de todas, pues ningún aprendizaje o conocimiento podrá darse en nosotros si antes no hemos aprendido a interpretar la información.

En realidad, tiene mucho que ver con esa competencia filosófica que yo he defendido y defiendo: la capacidad de discernimiento, de relación, y de comprensión y valoración del mundo hay que inculcarla, no aparece “porque sí” en el alumno en cuanto lo ponemos delante de toneladas de información. Es una de nuestras tareas como docentes, si no la más importante, ayudar al alumno, como diría Sócrates, a alumbrar el conocimiento, a “concebirlo”, algo que solo puede hacer por sí mismo pero para lo que necesita sin duda una guía.

Esta capacidad para pensar y convertir la mera información en conocimiento se hace ahora si cabe más necesaria, cuando nos encontramos desbordados con la cantidad de datos que se vierten cada día en Internet (el número total de páginas web supera los 600 millardos -600.000.000.000-, 100 páginas por cada persona que hay en el mundo). Y, paradójicamente, es la propia web la que puede ayudar a instruirnos e instruir a los ciudadanos del futuro para que sepan navegar en esa marea de información.

Es importante que empecemos a pensar en las posibilidades de la web más allá de la función de “buscador” de información. Es este sentido, podemos hablar de tres funciones fundamentales de Internet, aplicables de manera directa al ámbito educativo:

1. Información
2. Comunicación
3. Trabajo cooperativo.

De estas tres, quizá la que tenemos más descuidada como docentes es la tercera. Ya hemos dicho que, tal como nuestra experiencia inmediata y los estudios relativos al tema demuestran, Internet es fundamentalmente utilizado en el aula como buscador de información. Es algo que deberemos seguir haciendo, y cada vez más, pero quizá podamos pensar en modos de encuadrar esa “búsqueda de información” de manera que no resulte estéril, y acabe en un mero “copiar y pegar”.

Con respecto a la comunicación, es algo que también utilizamos cada vez con más profusión, pero quizá debamos ampliar los ámbitos en los que esta comunicación se da, y aprovechar las herramientas digitales para estrechar los lazos entre los profesores y las familias, entre los centros, y entre los propios docentes.

La época del profesor aislado ha terminado, y esto es así incluso para el que no quiera verlo: la formación, el contacto con los padres, la relación entre profesores y alumnos, todo puede verse enriquecido con las herramientas comunicativas puestas a nuestro alcance. Si “para educar hace falta la tribu entera”, incluyámosla en nuestros “diálogos electrónicos”, y generemos redes de cooperación que integren a todos los elementos educativos de la sociedad (es decir, a la sociedad entera): padres, centros, profesores, alumnos.

Por último, en el trabajo cooperativo, a través de los blogs o las llamadas “wikis”, se encuentra el vuelco metodológico necesario para transformar la práctica docente tal y como la entendemos ahora. La “inteligencia compartida”, o inteligencia que surge por interacción en los grupos, ha sido buscada y fomentada en la empresa privada, y en este sentido tenemos mucho que aprender de ella.

Nuestros alumnos se crecen cuando hacen las cosas por sí mismos, y más si tienen el aliciente de mostrar el resultado públicamente y de poder compartirlo y ayudar a otros. Es verdad que nuestros jóvenes parecen estar perdiendo capacidades que antes nos parecían indispensables para la adquisición de conocimientos (la capacidad de concentración, los procesos lineales de atención), pero también están desarrollando otras nuevas, y es nuestra tarea enlazar unas con otras de manera que aprovechemos las nuevas reforzando las “antiguas”.

Su capacidad de atender a varios canales de información necesita del criterio para resaltar unos en detrimento de otros. Su capacidad de rápida asimilación y reacción a los estímulos necesita también de la repetición, que asegure el paso de esos nuevos conocimientos de la memoria a corto plazo a la memoria “de larga duración”. Etcétera, etcétera. Pensemos en lo que pensemos, la labor del docente sigue ahí, como tutor del aprendizaje, como guía entre los gigabytes de información, pues no debemos olvidar que estamos formando personas, ciudadanos, y no robots ni esclavos.

Por eso mismo, “aprender a pensar” será siempre una necesidad, y una aventura que dura toda la vida.

José Antonio Marina

 El pensar ordenado  

Entre tantas cosas en la vida, ¿han considerado ustedes alguna vez la razón de que casi todos seamos más bien descuidados en nuestro vestir, en nuestros modales, en nuestros pensamientos, en nuestra manera de hacer las cosas? ¿Por qué somos tan poco puntuales y, por tanto, desconsiderados con otros? ¿Y qué es lo que trae orden en todo ello, orden en nuestro vestir, en nuestros pensamientos, en nuestro hablar, en nuestra manera de caminar, en el modo como tratamos a aquellos que son menos afortunados que nosotros? ¿Qué es lo que origina este curioso orden que llega sin compulsión, sin plan alguno, sin premeditación? ¿Alguna vez han pensado en ello? ¿Saben qué es lo que entiendo por orden? Es sentarse tranquilamente, sin apremio alguno, comer con elegancia y sin prisa, actuar pausadamente y, no obstante, con precisión, ser claro en el pensar y, aun así, efusivo. ¿Qué es lo que genera este orden en la vida? Es un punto realmente muy importante, y pienso que, si a uno pudieran educarlo para descubrir el factor que genera orden, ello tendría una gran significación.

Ciertamente, el orden adviene sólo a través de la virtud; porque a menos que seamos virtuosos, no solamente en las cosas pequeñas sino en todas las cosas, nuestra vida se vuelve caótica, ¿no es así? Ser virtuosos tiene poco significado en sí mismo; pero debido a que somos virtuosos, hay precisión en lo que pensamos, hay orden en todo nuestro ser; y ésa es la función de la virtud.

Pero, ¿qué ocurre cuando un hombre trata de volverse virtuoso, cuando se disciplina para ser amable, eficiente, reflexivo, considerado, cuando procura no lastimar a los demás, cuando gasta sus energías en tratar de establecer orden, en esforzarse por ser bueno? Sus esfuerzos sólo conducen a la respetabilidad, la cual genera mediocridad en la mente; por lo tanto, ese hombre no es virtuoso.

¿Han mirado alguna vez muy de cerca una flor? ¡Qué asombrosamente precisa es, con todos sus pétalos...! No obstante, es extraordinariamente delicada, con su belleza, su perfume. Ahora bien, cuando un hombre trata de ser ordenado, su vida puede ser muy precisa, pero ha perdido esa cualidad de delicadeza que adviene sólo cuando, como en la flor, no hay esfuerzo alguno. Nuestra dificultad, pues, consiste en ser precisos, claros y efusivos sin ningún esfuerzo.

Vean, el esfuerzo para ser ordenados o metódicos, tiene una influencia muy limitadora. Si yo trato deliberadamente de ser ordenado en mi habitación, si tengo sumo cuidado de ponerlo todo en su lugar, si siempre estoy vigilándome a mí mismo - dónde pongo los pies, etc.- entonces, ¿qué sucede? Me convierto en un pesado intolerable para mí mismo y para los demás. Es una persona muy aburrida aquella que siempre está tratando de ser “alguien” o “algo”, cuyos pensamientos están muy cuidadosamente arreglados, que escoge un pensamiento con preferencia a otro. Una persona así puede ser muy pulcra, muy clara, puede usar las palabras con precisión y ser muy atenta y considerada, pero ha perdido la alegría creativa del vivir.

¿Cuál es, entonces, el problema? ¿Cómo puede uno tener esta alegría creativa del vivir, ser efusivo en sus sentimientos, amplio en el pensar y, no obstante, ser preciso, claro, ordenado en el vivir? Pienso que la mayoría de nosotros no es así, porque jamás sentimos nada intensamente, jamas entregamos por completo a algo nuestras; mentes y nuestros corazones. Recuerdo haber estado observando a dos ardillas rojas que, con sus espesas y largas colas y su hermoso pelaje, estuvieron persiguiéndose mutuamente hacia arriba y abajo de un alto árbol durante casi diez minutos y sin detenerse ni un instante tan sólo por la alegría de vivir. Pero ustedes y yo no podemos conocer esa alegría si no sentimos las cosas profundamente, si no hay pasión en nuestras vidas pasión, no para hacer el bien o para producir alguna reforma, sino pasión en el sentido de percibir las cosas con mucha fuerza; y esa pasión vital sólo podemos tenerla cuando hay una revolución completa en nuestro pensar, en la totalidad de nuestro ser.

¿Han advertido qué pocos de nosotros tenemos un sentimiento profundo con respecto a cualquier cosa, sea lo que fuere? ¿Alguna vez se rebelan ustedes contra sus maestros, contra sus padres, no sólo porque algo no les gusta sino porque sienten profunda, ardientemente, que no quieren hacer ciertas cosas? Si sienten de ese modo con respecto a algo, descubrirán que este sentir mismo trae, curiosamente, un orden nuevo en sus vidas.

El orden, la limpieza y claridad en el pensar, no son muy importantes en sí mismos, pero se vuelven importantes para un hombre que es sensible, que siente de manera profunda, que se halla en un estado de perpetua revolución interna. Si ustedes sienten con intensidad el sino del pobre, del mendigo que recibe en su rostro el polvo que le arroja el automóvil del rico que pasa a su lado, si son extraordinariamente receptivos, sensibles a todo, entonces esa misma sensibilidad trae consigo el orden, la virtud; y creo que esto es muy importante que lo comprendan, tanto el educador como el estudiante.

En este país, desafortunadamente, igual que en todo el mundo, las cosas nos interesan muy poco, no tenemos un sentimiento profundo por nada. Casi todos somos intelectuales, intelectuales en el sentido superficial de ser muy ingeniosos, de estar llenos de palabras y teorías acerca de lo que es bueno y lo que es malo, acerca de lo que debemos pensar y de lo que debemos hacer. Mentalmente estamos muy desarrollados, pero internamente hay muy poca sustancia o significación; y es esta sustancia interna la que da origen a la acción verdadera, que no es la acción conforme a una idea.

Por eso es que deben ustedes tener sentimientos muy intensos - sentimientos de pasión, de ira - y observarlos, jugar con ellos, porque si meramente los reprimen, si dicen: “No debo enojarme, no debo ser apasionado porque eso está mal”, encontrarán que poco a poco la mente se encierra en una idea y, debido a eso, se vuelve muy superficial. Podremos ser inmensamente hábiles, podremos tener conocimientos enciclopédicos, pero si no existe la vitalidad de un sentir intenso y profundo, nuestra comprensión es como una flor que carece de perfume.

Es muy importante que comprendan todas estas cosas mientras son jóvenes, porque entonces, cuando crezcan, serán verdaderos revolucionarios revolucionarios no conforme a una ideología, teoría o libro, sino revolucionarios en el sentido total de la palabra, seres humanos integrados por completo, de modo que no quede en ustedes ni un solo punto contaminado por lo viejo. Entonces tendrán una mente fresca, inocente y, por tanto, capaz de una creatividad extraordinaria. Pero si confunden el significado de todo esto, la vida se les volverá muy monótona y rutinaria, porque serán arrollados por la sociedad, por la familia, por la esposa o el marido, por las teorías, por las organizaciones religiosas o políticas. Por eso es tan perentorio para ustedes que se los eduque apropiadamente lo cual implica que han de tener maestros que puedan ayudarlos a abrirse paso por la costra de la así llamada civilización, a fin de que sean, no máquinas repetidoras, sino individuos en cuyo interior haya realmente un canto y que, por tanto, sean seres humanos felices, creativos.

Jiddu Krishnamurti


 Condicionamiento y despertar  

¿Qué es el condicionamiento? El complejo proceso que nos entrena, desde que nacemos, a adaptarnos a una sociedad determinada. ¿Quién nos entrena? Todo a nuestro alrededor: nuestros padres, nuestras nanas si las tuvimos -o cualquier reemplazante temporal o permanente de nuestros padres-, nuestros profesores, los sacerdotes y/o monjas de nuestra sociedad particular, los mayores en general; y, también nuestros pares, la calle, la televisión, la publicidad, las películas... todo lo que vemos nos ha condicionado. ¿Cómo? Mostrándonos qué es lo que se espera de nosotros, aprobándonos cuando lo hacemos y desaprobándonos o
castigándonos cuando hacemos algo diferente. ¿El resultado? Un "buen ciudadano(a)": lo que - en cada cultura- llamamos "adaptado y normal".

En el libro de Carlos Castaneda, Viaje a Ixtlán, el proceso del condicionamiento es descrito de este modo por el brujo yaqui, "Don Juan": "...todo aquél que entra en contacto con un niño es un maestro que le describe incesantemente el mundo, hasta el momento en que el niño llega a ser capaz de percibirlo tal como se le ha descrito. Según don Juan, no recordamos ese portentoso momento, simplemente debido a que carecíamos de todo punto de referencia que nos permitiera compararlo con algo".

Hay varios detalles que es necesario aclarar un poco más, sin embargo. En primer lugar, todo indica que no somos nada de tontos(as) cuando niños(as): que tenemos criterio propio y que incluso somos tremendamente perceptivos y sensibles respecto a lo que ocurre a nuestro alrededor. Muchos de nosotros recordamos en forma nítida el habernos dado cuenta muy fácilmente de cosas que se nos ocultaban -por ejemplo, problemas en la familia: peleas, alcoholismo del padre o la madre, infidelidad oculta de uno o de los dos, etcétera-. Sabíamos cuándo los adultos nos mentían y sabíamos cuándo hablaban en serio. Cuando digo que teníamos "criterio propio", me refiero a que sabíamos lo que queríamos y lo que no, lo que nos gustaba y lo que no.

¿Qué cambio, no? El adulto "normal" generalmente tiene poca claridad o serias dudas respecto a sus verdaderos sentimientos, intereses y motivaciones y, lo que es peor, muchas veces las cosas de las que sí está seguro son cosas aprendidas de sus mayores, no cosas que de veras desea. ¿Cómo es que perdemos ese criterio propio del que hablaba -que era tan claro y nítido cuando niños- y nos enmarañamos cada vez más?

En una palabra: chantaje. El sistema y sus representantes nos chantajean, conscientemente o no. Nos quieren, aprueban y nos hacen sentir ¨parte¨, ¨pertenecientes al grupo¨ -una de las cosas que más ansiamos- cuando actuamos, pensamos o sentimos ¨como debe ser¨ (como ¨ todo el mundo¨) y nos hacen sentir ajenos, ¨fuera de¨, ¨extraños¨, ¨distintos¨, cuando actuamos en forma diferente a la norma... ¡y cuánto aborrecemos, cuánto nos duele ser ¨ distintos¨ cuando niños(as)! Esto ocurre de múltiples formas y, por supuesto, no estoy diciendo que forme parte de ningún plan deliberado: simplemente, es una presión hacia la conformidad que se transmite, en forma bastante inconsciente, de generación en generación. Lo diferente, lo distinto, nos hace sentir intranquilos e incómodos, y simplemente tendemos a inhibirlo, en nosotros y los demás.

Lo más complicado que ocurre cuando agachamos la cabeza y nos mimetizamos a la masa -como hicimos la gran mayoría, aún cuando persistiera una vaga sensación interna que apunta hacia otro lado- es que olvidamos que hicimos eso. Olvidamos que teníamos criterio propio, brújula propia, gustos propios... y que simplemente adoptamos el molde masivo porque la presión a que nos vimos sometidos fue demasiada, y demasiada también era nuestra necesidad de ser aceptados, queridos, integrados al grupo.

El condicionamiento nos impregna... más allá de lo que vemos 
 
Una de las cosas que más trabajo me cuesta transmitir en los cursos que doy es la idea de que el condicionamiento nos ha afectado seriamente a todos. En general, cuando hablo de los efectos de las enseñanzas de los padres, sociedad, Iglesia y, en general, el tremendo efecto que conlleva el criarse en una sociedad como la nuestra -que tolera tan poco la diferencia-, mi auditorio o lectores suelen creer que ellos no están implicados. ¨Sí, sí, claro que captamos la idea. Qué interesante como ocurre. Claro que nosotros ya estamos libres de eso, porque somos inteligentes, lúcidos, cultos...¨, o "Ya sé que me parezco a mi papá (o mi mamá) en muchas cosas... pero ya lo tengo asumido y superado", o "Tengo claro que mi niñez fue difícil, pero eso ya lo dejé atrás: prefiero olvidarlo".

La mayoría cree, entonces, haber ya superado su condicionamiento. De veras creen que sus opiniones,gustos y preferencias son suyas, y no simples implantes sociales. Paul Lowe dice, "Nuestro condicionamiento es tan profundo que no nos damos cuenta de que es condicionamiento: creemos que las cosas son así".

Aquí en Chile, en mi relativamente corta vida he visto que de un momento a otro nos ponemos a odiar a los argentinos, a los peruanos, a los bolivianos, a los brasileños, a los norteamericanos, a los rusos, a los cubanos, a los ingleses y a los españoles -por nombrar algunos-. ¿Los motivos? Las más bizarras idioteces, desde un partido de fútbol en que no nos fue como queríamos, un pedazo de tierra que nadie va a conocer nunca, la negativa a vendernos armamento o supuestas ofensas a "la dignidad y la independencia" nacionales. ¿Qué hacemos? Apedreamos sedes diplomáticas, amenazamos con corte de relaciones diplomáticas, nos hacemos frotaciones con la bandera y nos ponemos a balar como ovejas diversos slogans que hablan de la ofensa y de lo dignos y soberanos que somos.

Es uno más de los ejemplos de cómo la mente nos hechiza: los valores como el "patriotismo", la "dignidad nacional" y otros similares son puro condicionamiento. Cualquier idea que nos oponga a los otros países es condicionamiento. A muchos nos contaron cuando niños el cuento aquél de la competencia internacional de canciones nacionales y banderas, en la cual, ¡por supuesto, ganamos los chilenos! A veces es así de burdo el condicionamiento... La Tierra y la Humanidad son una sola, y podemos ser condicionados a inventar una ficticia rivalidad a partir de las diferencias entre nosotros, convirtiéndolas en un problema... o podríamos aprender a apreciarlas.

Nuestra capacidad de abstracción

También se nos enseña a creer que, si logramos comprender un fenómeno o describirlo en forma intelectual, obtenemos control sobre él. Como si leer sobre natación fuera equivalente a saber nadar... Obviamente, éste es un craso error. En realidad, esta capacidad de la mente -la de imaginar cosas y de reflexionar como si los objetos concretos se hallaran presentes- nos resulta útil en muchos casos, pero tiene escalofriantes implicancias. Al abstraer conceptos de la realidad, generalmente no estamos en contacto con la forma como esta realidad nos toca los afectos. Es decir, podemos pensar fría y desapegadamente en cosas que, de ocurrir en la realidad, tendrían un efecto emocional devastador sobre nosotros.

En la década de los ochenta, era frecuente que periodistas y ¨líderes¨ de las potencias occidentales -de los rusos casi nunca se sabía nada- calcularan muy sueltos de cuerpo los efectos de una guerra nuclear: si valía la pena o no cambiar a Hamburgo por Leningrado, y si era o no conveniente destruír primero Moscú o quizás alguna otra ciudad, antes de la inevitable vuelta de mano de los rusos -lo que implicaba ¨perder¨ Nueva York o Chicago, como si se tratara de un juego-.

La verdad es que esta facultad -la mente condicionada- nos puede envolver en forma tan total que podemos llegar a creer cualquier cosa. Literalmente, a una persona sugestionable se le puede convencer de que tiene frío, calor, de que tal o cual situación en que está inserta constituye un problema serio, que tal o cual persona no es de confiar, que una pintura horrorosa es una obra de arte magnífica e invaluable, etcétera. ¿Le parece risible? Lo triste es que todos somos así: todos somos sugestionables en algún grado. Nos hemos convencido de patrañas más grotescas que cualquiera de ésas. Creo que uno de los grandes defectos del sistema democrático es precisamente ése: cualquiera nos convence de cualquier cosa... y después nos preguntamos cómo llegó a ser elegido Presidente tal o cual sujeto, aquí o en otro país. ¿Sabe usted que Hitler era idolatrado por una gran proporción de la población germana? Increíble, ¿no?
 
La presión social

Una vez condicionados, una de las cosas más tristes que ocurren es que nos volvemos cómplices del sistema. Deseamos que los demás sean como nosotros. Deseamos que recorran la misma senda "normal" y establecida: que tengan su trabajo, su pareja, sus niños, su casa... que hagan "lo que se hace", lo mismo que hicieron sus padres y antepasados -con ligeras diferencias-. Esto incluye, usualmente, el embrutecerse con actividades, de modo de evitar el "ocio" -y con ello evitar hacerse preguntas tan absurdas como por ejemplo "¿Qué estoy haciendo con mi vida?"-. Así pues, los hombres generalmente aprendemos a correr de un lado a
otro y a agotarnos y estresarnos -a esto le llaman "trabajar"-.

Respecto a la mujer, las cosas han variado en las últimas décadas. Antes, aprendían a reducir sus aspiraciones a ser una buena cocinera, una buena esposa de alguien interesante -para un mejor status social- y a ser una estupenda madre de un montón de niños. Ahora, lo anterior es un poco más sutil -pero aún influyente en muchos casos- y se ha agregado el deseo de tener una profesión u ocupación propia. Dicho sea de paso, esto último ha ido tomando un mayor espacio debido a unas pocas pioneras valerosas y tozudas que inicialmente se enfrentaron a la oposición general antes de lograr lo que deseaban.

A pesar de esto, por supuesto que aún persiste el condicionamiento -pues su efecto no se observa en lo que uno hace, sino en cómo lo hace- y los hombres seguimos en nuestra actividad frenética mientras las mujeres se enfrentan a conciliar su vocación con las labores caseras - cuya responsabilidad, salvo en muy honrosos casos, aún se les otorga enteramente a ellas-.
Para no tener la posibilidad de reflexionar y cuestionar este modo de "vida", la sociedad también nos enseña a llenar nuestro tiempo libre de actividades y estímulos que, por lo general, no nos permiten contactarnos internamente y hallar un sentido más profundo en nuestra existencia.
Así, pues, el soltero o soltera económicamente independiente es presionado socialmente a hacer lo que hicieron sus antecesores: "sentar cabeza" -léase casarse- y, una vez casado(a)... ¿ha observado la presión por tener niños? Todo el mundo parece interesarse muchísimo entonces - como si les fuera la vida en el asunto- en la fecha planeada para comenzar a reproducirse. Si se logra ese objetivo, la familia así constituída es aceptada como "normal", pero por supuesto se insiste en traer "hermanitos(as)" para la criatura, con los argumentos que todos ya conocemos ("Para que no esté solo(a)", "Para que tenga con quién jugar", "En las familias grandes hay más cariño", "Para que te acompañen en la vejez", etc.).

Así pues, el escenario más probable al cabo de unos pocos años es un hombre estresado y agotado, una mujer que probablemente ha dejado su profesión para dedicarse a sus niños, y momentos de supuesto "ocio" de los dos en que cada minuto está dedicado a atender o distraer a sus hijos o a atender o cuidar a el o los infaltables perros. Ninguno de los dos sabe exactamente cómo llegó a esa situación y, por lo demás, no tienen mucho espacio para cuestionársela. Tienen una vaga sensación de inquietud o de intereses no satisfechos, pero usualmente resuelven no hacerle caso a dicha sensación, puesto que "¿De qué podrían quejarse?
Tienen todo lo que desean". Y todos a su alrededor parecen satisfechos con este modo de vida... Así que estas personas, a su vez, presionarán a los más jóvenes a hacer lo mismo que ellos, en parte porque alguien diferente es un espejo que les hace cuestionarse a sí mismos... y no es grato hacerlo.

De hecho, cualquier tipo de régimen totalitario resulta atractivo para una gran parte de la población, porque implica no decidir nada: es un "papá Estado" el que decide. Nos han entrenado a actuar como niños y, sin pensarlo, -ya vimos que no nos queda tiempo para eso- deseamos seguirlo haciendo.

La búsqueda interior

Desde tiempos inmemoriales -al menos diez mil años atrás- ha existido en uno que otro miembro aislado de la sociedad la inquietud por responder preguntas tan poco prácticas como "¿Quién soy?", "¿De dónde vengo?", y "¿Adónde voy?". Generalmente han sido individuos aislados, diferentes de los demás, y su sociedad contemporánea se burlaba de ellos o incluso los perseguía y mataba. Nuevamente, la presión social hacia la conformidad: el individuo diferente nos lleva a hacernos preguntas incómodas.

Así, entonces, estos individuos han debido sortear la incomprensión de sus semejantes. Han hablado de cosas tan oscuras como el "despertar" -un estado en el que supuestamente ellos se encuentran- y han dicho que el resto de sus semejantes se hallan "dormidos". Han dicho que somos autómatas, máquinas, que actuamos sin darnos cuenta de lo que hacemos ("Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen").

La verdad es que si observamos nuestras vidas, nos daremos cuenta de que eso último no está muy lejos de la verdad. ¿Qué es lo que hace que una generación tras otra repita las pautas sociales que veíamos antes, a pesar de que casi nadie parece llevar una vida de entera realización? ¿Qué es lo que hace fumar a las personas, sabiendo que, como consecuencia, su vida se acorta o incluso que pueden morir en circunstancias tremendamente desagradables y dolorosas? ¿Qué es lo que hace que una y otra vez cometamos los mismos errores como Humanidad, al parecer sin haber aprendido nada? Después de la Primera Guerra Mundial se dijo que "nunca más" íbamos a caer en eso...

No sólo hubo una Segunda Guerra -después de la cual se dijo lo mismo-, sino que una infinidad de otras desde entonces. También se dijo "nunca más" después de presenciar las horrorosas imágenes de los campos de concentración de la Segunda Guerra... y han habido campos de concentración con imágenes prácticamente idénticas en la mismísima Europa -Bosnia- Herzegovina, Croacia, Kosovo, la misma Rusia...- ¿Qué hace que las minorías sigan siendo perseguidas -o al menos, discriminadas- a las puertas del tan cacareado siglo XXI, del "nuevo milenio"?

En nuestro país, la sequía vivida en el año 98 -a pesar de una y otra advertencia al respecto- no produjo prácticamente ninguna reacción en la población -en cuanto a ahorro de agua-. El aluvión del año 93 en Santiago, que arrasó una población y causó muerte y destrucción, tampoco produjo las reacciones esperables: hubo personas que insistieron en construír su vivienda en el mismo lugar, a pesar del peligro y a pesar de la oferta gubernamental por construírles una casa en otra parte. A pesar del peligro del Sida, ¿cuántas personas utilizan preservativos? -el único medio seguro de prevención, junto con la esquiva monogamia y la aún más esquiva abstinencia-. Lo mismo parece ocurrirles a la enorme cantidad de personas que se convierten en padres o madres indeseados, en una época en que francamente hay que ser sordo y ciego para que eso ocurra...

Parece ser cierto, entonces, que vivimos en forma inconsciente -sin realmente ver, oír ni sentir, inmersos en nuestras mentes condicionadas-. Si a eso se le llama "estar dormido", parece ser un nombre adecuado. Pero, ¿a qué se refieren entonces con la otra posibilidad, el "despertar"?

Consciencia e Inconsciencia en la vida cotidiana

Como veíamos en la primera parte de este artículo, la generalidad de la población conduce su vida por los caminos que su condicionamiento les señala. Lamentablemente, ésta no es siempre una decisión tan libre como muchos creen: si observamos a las personas, veremos que la mayoría de ellas actúa literalmente como máquinas guiadas por algún tipo de piloto automático.
A veces no entienden ni escuchan indicaciones e instrucciones simples y su comportamiento es ilógico y autodestructivo. En general, el solo hecho de fumar -por poner un ejemplo- contradice las normas más elementales de autocuidado, y muchas veces las personas que lo hacen son inteligentes y sensibles; esta situación se hace aún más bizarra en una ciudad como Santiago de Chile, donde la calidad del aire hace que sus habitantes "fumen" involuntariamente el equivalente a seis o siete cigarrillos diarios. Observar, entonces, a personas inteligentes encender uno tras otro en un día en que se ha decretado pre-emergencia o emergencia
ambiental es algo que realmente desafía los límites de nuestra racionalidad, y la explicación es, simplemente, que esa persona no está verdaderamente consciente de lo que está haciéndose a sí misma.

Desde el misticismo Hindú surge otro ejemplo de nuestra existencia mecánica e inconsciente. En el clásico libro del Bhagavad Gita, Arjuna le pregunta a Krishna: "¿Qué es lo que te causa más asombro en este mundo?". Y Krishna responde, "Lo que más me asombra es que la gente pueda ver seres humanos muriendo por todos lados y creer que eso no les va a ocurrir a ellos".
Vivimos, la mayor parte del tiempo, en forma automática, reproduciendo patrones de pensamiento, emoción y conducta aprendidos de la sociedad y de los adultos que nos educaron. 
La mayoría de las corrientes psicoterapéuticas o de autoconocimiento intenta enmendar, corregir o trabajar esos patrones, en el supuesto de que así nos liberaremos de ellos.

Reportes a través de la Historia: el reporte directo y el dogma religioso

Desde tiempos remotos han existido enfoques más radicales, sin embargo, que hablan de un estado en que el efecto de estos patrones se neutraliza -en lugar de intentar "trabajarlos"-.
Existen registros de experiencias de expansión de la consciencia, de "despertar", "liberación" o "iluminación", en que la misma realidad física que percibimos todos los días se vivencia de un modo enteramente diferente. Gautama el Buda describió este estado como "el cese del ufrimiento". La experiencia es descrita en reportes de primera mano por místicos de diversas épocas, especialmente en el Oriente: exponentes de la tradición Hindú, Budista, Zen, Taoísta (Lao Tsé, Chuang Tzu), Sufi o Mahometana, -Mevlana Jelal'uddin Rumi, Omar Khayyam, Ibn Il Arabi, Rabiya y otros-, y otros místicos del pasado reciente o enteramente actuales, como Ramana Maharshi, Meher Baba o Jiddu Krishnamurti. En la India, por ejemplo, la liberación en vida o iluminación es considerada como la experiencia más elevada, una fusión de lo individual con lo universal. En Occidente, este tipo de interés ha sido escaso, dado que tradicionalmente nos hemos interesado más por el control del medio ambiente, la ciencia y la tecnología. Tanto en Oriente como en Occidente, sin embargo, y a través de toda la historia de la Humanidad, siempre ha sido una proporción mínima la de aquellos que se interesan por buscar esa consciencia superior, y con ello la realización de su máximo potencial: el "despertar" o la "iluminación".

La manifestación que más comúnmente conocemos de esta dimensión espiritual o trascendente es la religión establecida -el cristianismo, el islamismo, el hinduísmo, el budismo, etcétera-. Sin embargo, y a pesar de sus aparentes diferencias -idea responsable de tantas "guerras santas", que se han traducido en verdaderas carnicerías entre los adeptos a creencias diferentes-, una de las conclusiones que emana del estudio de las diversas religiones es que existen similitudes de fondo entre ellas. Los conceptos, la terminología y las culturas y épocas en las que se gestaron varían, pero existen similitudes esenciales, las que son rescatadas por obras como "La Filosofía Perenne", del escritor británico Aldous Huxley. Este libro -y autores anteriores y posteriores a él- trasciende las supuestas vallas infranqueables que separan una religión de la otra y busca los denominadores comunes entre éstas. Es más fácil descubrirlos en la medida en que buscamos el discurso original del fundador de cada religión, etapa en la cual el mensaje se halla menos contaminado por los seguidores y las sucesivas interpretaciones que inevitablemente tiñen el mensaje original.

Los fundadores de religiones

Una de las importantes coincidencias que parecen surgir de un análisis como éste es un elemento que trastoca una de las creencias más importantes de prácticamente cualquier religión existente: la idea de que el "profeta", "Mesías" o fundador de la religión es una persona absolutamente única y especial, con características que en ningún caso pueden ser igualadas por ninguno de sus discípulos. En el caso de la religión católica, por ejemplo, Jesús es concebido como "hijo unigénito" -hijo único- del mismísimo Dios Padre; obviamente, de ser así, el rol al que pueda aspirar cualquiera de sus seguidores será secundario. El mensaje original de los fundadores no es tal: las indicaciones, disciplina o metodología que generalmente enseñan a sus discípulos son instrucciones para alcanzar un determinado estado, el que corresponde a la "iluminación o despertar" y que recibe diferentes nombres según la tradición: "la Gracia de Alá" (el Islam), "el Tao" (Lao Tsé), el "Reino de los Cielos" (Jesús), o la "Armonía Oculta" (Heráclito).
En este sentido, en el Evangelio apócrifo de Tomás se menciona una frase muy reveladora de Jesús: "Quien beba de mi boca se volverá como yo". ¿A qué se referiría? Es probable que se refiriese a que quien siga sus enseñanzas alcanzará su mismo estado de consciencia.

Ken Wilber, importante autor transpersonal, distingue entre la religión exotérica y la religión esotérica. La primera corresponde al ámbito formal, ritual, dogmático en las religiones, las formas externas. Generalmente, éste es el aspecto más visible de cada religión (exotérico significa "externo"): la serie de rituales y estructura formal que los discípulos han desarrollado a través de los años. En la religión católica, por ejemplo, el ritual y la forma han tendido a reemplazar a la devoción, y el dogma ha reemplazado a la experiencia directa. La religión esotérica es, por otra parte, el mensaje original, que suele quedar oculto detrás de las formas y rituales: son las indicaciones que apuntan a que los discípulos alcancen la verdad -ese estado mencionado en el párrafo anterior- por sí mismos.

El fenómeno en Occidente

Ya sea por nuestro interés fundamentalmente volcado a la tecnología y la ciencia, a la conquista del mundo, o debido a que las religiones imperantes en Occidente nos han transmitido dogmas y no una metodología para alcanzar estados de consciencia superiores, esta idea es prácticamente ajena a nuestra cultura occidental. Quizás la excepción más conocida sea el famoso estudio de Abraham Maslow respecto de las personas autorrealizadas y sus "experiencias peak" (Maslow, A., 1973). Maslow descubrió que las personas que vivían una vida más satisfactoria que el común de sus congéneres solía tener experiencias de expansión de consciencia en que experimentaban arrobo, éxtasis y amor por sí mismos y por el Universo.

Existen dos textos clásicos dentro de la literatura psicológica occidental y contemporánea que también se refieren al tema: Cosmic Consciousness, del médico y psicólogo canadiense Richard M. Bücke (1901), y Varieties of Religious Experience, de William James (1961). Registros también occidentales son los de Emmanuel Swedenborg, Paul Lowe, Bernadette Roberts, Franklin Merrell -Wolff, Eckhart Tolle y otros. Interesantes aportes al tema también lo constituyen las compilaciones realizadas por John White, La experiencia mística (Kairós, B. Aires, 1979) y ¿Qué es la iluminación? (Kairós, Barcelona, 1989). También existen textos y reportes al respecto de místicos cristianos -más cercanos a nuestra cultura- (San Francisco, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Avila, Juana de Arco, Santa Catalina de Siena, etc).

Características de la Experiencia

Una de las cosas que se deducen de todos estos reportes directos es que parecen existir experiencias de diferentes grados de profundidad: parecen haber lo que podríamos llamar diferentes "niveles" o "grados" de despertar. Las "experiencias peak" que pesquisó Maslow parecen ser sólo una de las posibilidades de experiencia de expansión de consciencia, y ciertamente limitada en comparación a otras.

Los occidentales no disponemos de términos muy específicos para este ámbito, por lo cual parecemos haber utilizado los términos "experiencia mística" o "experiencia peak" para prácticamente toda la variedad de estados posibles, los que en la literatura oriental reciben nombres diferentes, según su naturaleza. Por ejemplo, algunos de esos términos son kensho, satori, moksha, samadhi, nirvikalpa samadhi, nirvana, etc.

Probablemente la mayoría de las experiencias reportadas por los sujetos de Maslow corresponden a un cierto tipo de experiencia más común que se suele describir como una experiencia intensa pero limitada en el tiempo, que en Oriente denominan "satori". En Occidente, las hemos llamado "experiencia peak" o "experiencia mística". Un ejemplo de este tipo lo constituye el de una mujer anónima de sesenta años que le escribió a Aldous Huxley:
Tenía unos quince o dieciséis años; me encontraba en la cocina haciendo tostadas para el té y, súbitamente, en una oscura tarde de noviembre, todo el lugar se inundó de luz y durante un minuto estuve sumergida en ella y tuve el sentimiento de que, de una manera inexpresable, el Universo se encontraba bien. Esto me ha afectado para el resto de mi vida: he perdido todo temor a la muerte, tengo pasión por la luz pero no tengo miedo alguno de la muerte, porque esta experiencia luminosa ha sido una especie de convicción de que, en cierto modo, todo está bien para mí.

Como vemos, aún cuando limitada en el tiempo, la experiencia puede ser enteramente transformadora. Sus características pueden variar: la persona puede experimentar, por ejemplo, una separación del cuerpo o de la mente, o sentirse unida con toda la existencia. Los ingredientes más comunes, sin embargo, son el éxtasis, el arrobo, una sensación de intenso goce y el sentirse profundamente conmovido con la belleza y armonía de todo. También suele estar presente -como en el ejemplo anterior- una sensación de "que todo está bien", sensación que es, por supuesto, inexplicable para la mente, pero que produce una profunda paz. Este tipo de vivencia suele desaparecer al cabo de pocas horas, si bien deja un imborrable recuerdo.
La experiencia mística, mirada desde una perspectiva más amplia, parece constituir una ventana que se abre por un instante hacia una realidad más profunda y siempre presente. Otro tipo de experiencia parece constituir un salto cualitativo más profundo, determinante y definitivo, que dejan a la persona en una situación enteramente diferente. Un primer ejemplo es el relato del ya mencionado R.M. Bücke:

De repente, sin previo aviso, me encontré envuelto en una nube roja. Por un momento pensé en un incendio, en una inmensa conflagración que tenía lugar en alguna parte cercana a la gran ciudad. Supe entonces que el fuego estaba dentro de mí. Poco después, tuve una sensación de júbilo, de una inmensa alegría, seguida de una iluminación intelectual que era imposible describir.
Entre otras cosas, -aunque no podía creerlo- vi que el universo no está compuesto de materia muerta, sino que, por el contrario, es una Presencia viva. Llegué a sentir dentro de mí la vida eterna. No pensé que tendría la vida eterna, sino que tuve la consciencia de que en aquel momento la poseía; vi que el hombre es inmortal; que el orden cósmico es tal que, sin duda alguna, todas las cosas funcionan al unísono para el bien de cada una y de todos; que el principio fundamental del mundo, de todos los mundos, es lo que llamamos amor y que la felicidad de cada uno y de todos es, a la larga, absolutamente cierta. Tuve esta visión durante unos segundos y luego desapareció, pero lo que recuerdo de ella y el sentido de la realidad que me mostró perduran en mi recuerdo desde hace un cuarto de siglo.

Un segundo y quizás más dramático ejemplo es el del conocido místico indio contemporáneo, Jiddu Krishnamurti. Su experiencia ocurrió en Ojai, California, en un mes de Agosto de principios de siglo:
"... descubrí que me estaba tornando más sosegado y más sereno. Toda mi perspectiva de la vida había cambiado. Entonces, el 17 de Agosto, sentí un dolor agudo en la base de la nuca y tuve que reducir mi meditación a 15 minutos. El dolor, en vez de mejorar como había esperado, empeoró. El clímax fue alcanzado el día 19. No podía pensar, no era capaz de hacer nada, y mis amigos de aquí me obligaron a permanecer en cama. Luego quedé casi inconsciente, aunque me daba muy bien cuenta de lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Volvía en mí diariamente cerca del mediodía.

El primer día, mientras estaba en ese estado, y más consciente de las cosas que me rodeaban, tuve la primera y más extraordinaria experiencia. Había un hombre reparando la carretera: ese hombre era yo mismo; yo era la picota que él sostenía; la misma piedra que él estaba rompiendo era parte de mí; la tierna hoja de pasto era mi propio ser y el árbol junto al hombre era yo. Casi podía sentir y pensar como el hombre que reparaba la carretera, podía sentir al viento pasando a través del árbol, y a la pequeña hormiga sobre la hoja de hierba. Los pájaros, el polvo y el mismo ruido eran parte de mí. Justo en ese momento pasaba un auto a cierta distancia: yo era el conductor, la máquina y las llantas; conforme el auto se alejaba, yo también me alejaba de mí mismo. Yo estaba en todas las cosas o, más bien, todas las cosas estaban en mí, las inanimadas así como las animadas, las montañas, el gusano y toda cosa viviente. El día entero permanecí en esta bienaventurada condición. No podía comer nada, y otra vez alrededor de las seis empecé a perder mi cuerpo físico y, naturalmente, el elemental físico hizo su gusto: yo estaba semi- consciente.

En la mañana siguiente (el 20) ocurrió casi lo mismo que el día anterior, y no podía tolerar a demasiadas personas en la habitación. Podía sentirlos de una manera más bien curiosa, y sus vibraciones irritaban mis nervios. Esa tarde, casi a la misma hora (las seis) me sentí peor que nunca. No quería a nadie cerca de mí, ni que nadie me tocara. Me sentía extremadamente cansado y débil. Creo que sollozaba de puro agotamiento y falta de control físico. Mi cabeza estaba bastante mal y en la coronilla sentía como si me clavaran innumerables agujas. Mientras me hallaba en ese estado, sentí que la cama en la cual descansaba -la misma del día anterior- estaba sucia e inmunda más allá de toda imaginación y que no podía permanecer acostado en ella. De súbito me encontré sentado sobre el piso, mientras Nitya y Rosalind me pedían que volviera a la cama. Les rogué que no me tocaran y grité que la cama no estaba limpia. Continué así por algún tiempo hasta que, eventualmente, salí a la galería y me senté por unos momentos, exhausto y algo calmado. Empecé a volver en mí y, finalmente, Mr. Warrington me pidió que fuera bajo el pimentero que está cerca de la casa. Allí me senté con las piernas cruzadas en la postura de meditación. Cuando había estado así por algún tiempo, sentí que me salía de mi cuerpo, y me vi sentado abajo con las tiernas y delicadas hojas del árbol encima de mí. Estaba de cara al Oriente. Frente a mí estaba mi cuerpo y sobre mi cabeza vi la Estrella, brillante y clara. Pude entonces sentir las vibraciones del Señor Buda, contemplé al Señor Maitreya y al Maestro Kuthumi. Era muy dichoso, estaba en calma y en paz. Aún podía ver mi cuerpo, y yo flotaba suspendido cerca de él. Había una calma muy profunda, tanto en el aire como en mí mismo, la calma que existe en el lecho de un lago profundo e insondable. Como el lago, yo sentía que mi cuerpo físico, con su mente y sus emociones, podía ser agitado en la superficie; pero que nada, absolutamente nada, podía ya turbar la quietud de mi alma.

La presencia de los poderosos Seres permaneció conmigo por algún tiempo, y después desaparecieron. Yo era supremamente bienaventurado por haberlos visto. Ya nunca nada podría ser igual. He bebido en las puras y transparentes aguas que manan de la fuente de la vida, y mi sed fue aplacada. Nunca más podría estar sediento, nunca más podría hallarme en la total oscuridad. He visto la Luz. He tocado la compasión que cura todo dolor y sufrimiento; ello no es para mí mismo, sino para el mundo. He estado en la cumbre de la montaña y he contemplado fijamente a los poderosos Seres. Nunca puedo ya estar en completa oscuridad: he visto la gloriosa Luz que cura. Me ha sido revelada la fuente de la Verdad, y las tinieblas han sido disipadas. El Amor, en toda su gloria, ha embriagado mi corazón; mi corazón nunca podrá cerrarse. He bebido en la fuente de la Felicidad y de la eterna Belleza. Estoy embriagado de Dios.

Dificultades y obstáculos

¿Por qué este tipo de experiencia es obviamente tan escasa, si -como afirma la mayoría de los místicos-, todos tenemos un acceso natural a ella?
El gran motivo parece deberse a nuestro condicionamiento. El despertar no es un tema en nuestra cultura. No tenemos modelos que nos inspiren a buscarlo ni se menciona como un estado posible de alcanzar o incluso deseable. Es más: el tema como tal es algo enteramente ajeno e incluso extraño para nuestros esquemas o paradigmas reinantes, en los cuales las cosas se validan en términos de utilidad, rentabilidad... pero, por sobre todo, si son o no comprensibles para nuestra mente. Y claramente el fenómeno del despertar no lo es. El antiguo libro de sabiduría china, el Tao te Ching, lo dice así: "El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao". Esto podría entenderse como la verdad que puede expresarse en palabras no es la verdad misma. Se dice que Gautama el Buda dedicó una charla de horas de duración a precisar lo que esta realidad NO es -ante la imposibilidad asumida de no poder expresar lo que sí es-. Meher Baba, otro místico contemporáneo, renunció a hablar en algún punto de su trayectoria.
Hay una anécdota que ilustra el asunto: un maestro despierto de la India, Ramakrishna, intentó en una ocasión describir los detalles de su experiencia a sus discípulos más cercanos. Dijo: "Hoy les diré todo y no guardaré nada en secreto". Apuntando al punto situado entre las cejas, dijo: "El Yo supremo es conocido en forma directa y el individuo experimenta el samadhi -el éxtasis supremo- cuando la mente se dirige aquí. Allí permanece entonces sólo una delgada pantalla transparente que separa el Yo supremo del yo individual. El aspirante experimenta entonces... " y en ese momento se sumergió en el samadhi. Cuando éste llegó a su fin, intentó nuevamente describir la realización del Yo supremo y nuevamente entró en samadhi, estado desde el cual claramente no podía articular palabra alguna.

Después de varios intentos sin éxito, estalló en llanto. "De veras deseo contarles todo... sin ocultar nada de nada", pero era incapaz de hablar: "¿Quién hablaría? La separación misma entre yo y tú desaparece; cada vez que intento describirles el tipo de visiones que experimento cuando se va más allá del ámbito en que podemos comunicarnos consensualmente y pienso qué tipo de visiones estoy teniendo, la mente se eleva de inmediato y resulta imposible hablar". En el centro final "es destruida la distinción entre el sujeto y el objeto de la consciencia. Es un estado en el cual la identidad del yo y el campo de la consciencia se unen en un todo indisoluble".
Dada esta naturaleza enteramente subjetiva de la experiencia -cualquier otra persona que se halle presente no experimenta ese momento de igual forma- ocurren dos cosas: por un lado, que el observador puede interpretarla de acuerdo a sus propios esquemas mentales; segundo, la experiencia, si bien es absolutamente real para la persona que la vivencia, no es fácilmente transmisible, de modo que se producen múltiples confusiones en los oyentes o lectores de la experiencia. Esto da pie a un tercer hecho: a través de la historia, se han presentado múltiples falsos "profetas", brujos o videntes que, aprovechándose de la naturaleza inverificable del fenómeno, engañan a los demás con el fin de obtener algún tipo de beneficio. Es así que basta
con simular el recibir un "mensaje divino" o entrar en "un trance místico" para explotar la credulidad de personas ingenuas con fines personales. Por cierto que esto no ha facilitado la posibilidad de una apertura de las personas al fenómeno, sino que, por el contrario, ha dado pie a una fuerte desconfianza frente a todo aquello que no sea "verificable" -y ya vimos que esta experiencia simplemente no lo es-.Considerando esta dificultad para transmitir una definición satisfactoria y aprehensible de este fenómeno para cualquier mortal, los místicos han intentado transmitir su experiencia de éste a través de su ejemplo y a través de ejercicios y disciplinas que desafían nuestras concepciones habituales. Consecuencia de esto, sin embargo, han sido un desconocimiento más bien generalizado de la verdadera naturaleza de estos fenómenos y también una serie de prejuicios o mitos al respecto. Por ejemplo, existe el muy extendido prejuicio de que aquellos que se hallan en contacto con este nivel son unos santurrones aburridos que jamás sienten nada "conflictivo" -como ira, deseo, pasión sexual, pena: todo lo que llamamos "terrenal"-. Para la mente -adicta como es a la excitación sensorial- este nivel puede, efectivamente, parecer limitado y carente de atractivo. También se supone que el individuo "despierto" emite un brillo visible a los ojos de cualquier observador, y una supuesta "elevación moral" que da pábulo a cualquier tipo de proyecciones -y, obviamente, también permite la descalificación inmediata de la persona evaluada si no se comporta de acuerdo a nuestros estándares-.

También es producto de la ignorancia al respecto la muy extendida confusión entre una mayor consciencia y el despertar con fenómenos que podrían incluirse dentro de lo que llamamos parasicológicos -lo que a mi entender abarca las capacidades psíquicas para las que aún no tenemos explicación-. Existen muchos fenómenos que probablemente lleguemos algún día a considerar "normales" -como la telepatía, la telekinesia, la percepción de otras realidades, etc- que, si bien son fascinantes y misteriosos, sólo nos muestran un panorama más amplio de lo que son, en realidad, nuestras capacidades... pero que guardan tan poca relación con la expansión de consciencia y el despertar como la habilidad mecánica o matemática.

Pienso que, producto de todo este panorama de confusión e ignorancia, simplemente no buscamos el despertar -el encuentro con nuestra verdadera naturaleza-, y dedicamos nuestras limitadas energías a lograr el éxito material o profesional y a reproducir esquemas heredados de nuestra cultura -las más de las veces, sin darnos cuenta de la mecanicidad del acto- creyendo sinceramente que eso nos traerá la felicidad. A mediados de nuestra vida, sin embargo -y ya probablemente con una familia numerosa que cuidar, una relación de pareja que se aleja mucho de nuestros sueños originales y una actividad principal que muy raras veces nos motiva y entusiasma, a veces nos preguntamos -en medio de nuestro incesante ajetreo- qué fue de esas ganas de vivir que teníamos cuando niños...

Es a este tipo de experiencia que apunta la frase bíblica: "¿Qué provecho obtiene el hombre ganando el mundo entero si al hacerlo pierde su alma?" (Mateo, 16: 26).
Propuestas: ¿cómo acceder?
El maestro ruso George Gurdjieff señala, a propósito del tema: "Una de las mejores maneras de despertar el deseo de trabajar en ti mismo es darte cuenta de que puedes morir en cualquier momento. Pero primero debes aprender a recordar eso". Como veíamos al principio, el interés por el auto-descubrimiento es poco extendido. Más allá de la falta de estímulo ambiental, están los múltiples y atractivos distractores que ofrece el mundo, y también el hecho de que, aún tratándose de nuestra naturaleza más íntima, ésta no se expresará sin que medien trabajo y dedicación de nuestra parte. Esta última idea la comparten los Sufis, quienes además afirman que el propósito esencial de la vida -sin lo cual ésta es un desperdicio- es recordar quién eres de verdad.
El místico Paul Lowe sugiere que la forma es "una consciencia continua, minuto a minuto". Sin embargo, también agrega que "eso es prácticamente imposible con la cantidad de condicionamiento que tenemos". Franklin Merrell-Wolff sugiere que existen los siguientes requerimientos para alcanzar el despertar: (1) Desearlo. El deseo debe estar presente, aún cuando sea poco claro o poco comprendido por la persona misma. (2) Tener un gurú. Esta presencia tiene el sentido de representar una inspiración y un ejemplo para el buscador, y puede tratarse de una presencia física o de las palabras escritas de algún maestro despierto que nos resuene.

Eckhart Tolle, en su libro "El poder del Ahora. Guía para la iluminación espiritual" (Vancouver, Canadá, 1997) no se queda corto en la promesa de su subtítulo y presenta un análisis extremadamente lúcido y práctico para ayudar al lector a acceder a ese ámbito del que los maestros han hablado por siglos. Me extenderé en su postura, por considerarla especialmente clara y simple. Para comenzar, Tolle nos dice: "Hablo de una profunda transformación de consciencia: no como una posibilidad distante en el futuro, sino disponible ahora -sin importar quién seas o dónde estés-". Luego, respecto al concepto de "iluminación", nos dice: "La palabra 'iluminación' transmite la idea de algún logro sobrehumano -y al ego le gusta verlo así- pero no se trata de otra cosa que de tu conexión sentida con el Ser". Entiendo que destaca el aspecto sentido porque obviamente no basta con saber intelectualmente que estamos conectados con el Todo o nuestra esencia -o "Ser" como lo llama Tolle-, sino que es necesario sentir efectivamente esa conexión ahora. Y luego transmite la esencia de su mensaje: "No te esfuerces por comprenderlo. Sólo puedes conocer esa dimensión cuando la mente está quieta. Cuando estás presente, cuando tu atención está enfocada plena e intensamente en el presente, puedes sentir al Ser, pero nunca podrás comprenderlo a nivel mental. Retomar la consciencia del Ser y morar en esa 'sensación-realización' es la iluminación".

El concepto de presencia es, entonces, clave. Todos los místicos destacan, de uno u otro modo, la importancia de estar en el presente, aunque esa idea -como muchas- ha sido desvirtuada e incomprendida. Paul Lowe también otorga gran importancia a este concepto, y lo define así: "Estar presente es un estado que lo incluye todo y no formula elecciones. Incluyes el estado del cuerpo, de la mente y de las emociones, así como la situación tal como la ves en la otra persona y en lo que te rodea. Incluyes todas esas cosas y, si permaneces abierto y no te identificas con ninguna parte de este todo, entonces ocurren elecciones a través de ti -sin que tú las realices-". Y lo ejemplifica así: "Imaginemos una situación en la cual usualmente creemos que debemos elegir algo. Imagina que te ofrecen dos trabajos, y que uno de ellos parece representar más dinero y prestigio que el otro. En la situación habitual, te irías a tu mente y examinarías los pro y los contra de las dos posibilidades. Pero si no intentas decidir, y si no te contraes ni te focalizas con la voluntad en el resultado ni en el futuro, -si simplemente te quedas allí- una elección surgirá por sí sola. Es muy frecuente que ésta no sea lógica. Puede que se trate del trabajo con menor sueldo, y la mente insistirá: 'Pero el otro empleo te dará más dinero y prestigio. Elige ése'. Cuando entras en el estado de 'no-elección', entras en un espacio en el que el tiempo no existe. ( ) Lo que dije acerca del 'no elegir' también se aplica a la presencia. La presencia es estar en este momento con aceptación, incluyendo todos los hechos y desconectándose de ellos. Y entonces algo te elige a ti. Probablemente no lo entiendas.
Puede que no te sientas seguro o a salvo y es poco lo que podrás predecir, pero habrá algo allí.
La intuición, una sensación interna, te estará ofreciendo información".

Consultado en una ocasión respecto a la naturaleza del "Reino de los Cielos" del que tanto hablaba, Jesús replicó: "En el Reino de los Cielos, el tiempo no existirá". Una frase gloriosa en su profundidad, aunque es poco probable que su interlocutor le haya comprendido, y ciertamente no a través de la mente. ¿Cuándo desaparece la noción del tiempo? En las escasas ocasiones en que dejamos de escuchar a la mente, cuando estamos presentes.
 
Conclusiones

La consciencia mística forma parte del patrimonio de la raza humana. Según Jack Kornfield, comenzar a despertar significa ser capaz de ver el mundo desde una perspectiva más amplia que la limitada e individual de esta vida humana -quién soy, lo que deseo, mi trabajo, mi país, mi vida amorosa, mi desarrollo espiritual-. Comenzar a despertar es saber que es posible ir más allá de lo que suponemos que somos y lo que conocemos del mundo. Aún cuando en estos días se habla mucho del desarrollo espiritual, generalmente esto no ocurre por accidente. El despertar viene a través del entrenamiento, la práctica, y como fruto de disciplinas espirituales de diversos tipos.
Con ellas se vuelve posible modificar nuestra forma habitual y limitada de vernos a nosotros mismos, adónde vamos, y cuán apegados estamos a las personas que tenemos más cerca.
Podemos de veras aprender a ver el mundo en forma más amplia, más universal.

Para terminar, algunas palabras del gran poeta y místico norteamericano Walt Whitman: "Yo existo tal como soy, y eso es suficiente. Si ningún otro en el mundo está consciente, estaré sentado y satisfecho. Y si todos y cada uno están conscientes, estaré sentado y satisfecho. Los soles que veo y los que no puedo ver se hallan en su lugar. Lo tangible y lo intangible se hallan en su lugar. Y nunca habrá una mayor perfección que la que existe ahora, ni más paraíso o infierno que el que existe ahora".

Alejandro Celis H.


 Hacia una mejor gestión del pensamiento  

Ahora que intentamos otorgar su extraordinaria importancia al capital humano en las empresas, y que distinguimos mejor entre las diferentes dimensiones tanto de la inteligencia racional como de la emocional, quizá convenga prestar mayor atención a la relación entre el hardware y el software de nuestro intelecto. No hace falta recordar que el cerebro posee aproximadamente una docena de miles de millones de neuronas, que se conectan a través de las dendritas. Puede que la longitud total del cableado entre neuronas sea comparable a la distancia entre la Tierra y el Sol: éste sería el hardware. Como se sabe, el software –la mente– sería lo que las neuronas hacen cuando se interconectan. Apoyándonos en este cableado hacemos cosas como recordar, aprender o pensar.

La actividad de pensar viene a ser como una navegación por esa singularísima web que es nuestra mente, para acceder a aquellas direcciones que necesitamos y establecer las conexiones precisas. Simbólicamente, podríamos decir que las distintas modalidades de pensamiento (sistémico, analítico, conceptual, holístico, reflexivo, sintético, divergente y varios otros) demandan diferentes trayectorias de la navegación neuronal. Concretamente, esta última manifestación –aceptable o atrevida– es consecuencia de, al menos, nuestro pensamiento conceptual: asociamos el concepto “modalidad de pensamiento” al de “trayectoria mental”, y también agrupamos diferentes ejercicios intelectuales dentro de la familia “modalidades de pensamiento”, otorgando a todos el mismo nivel jerárquico. Sin embargo, la primera frase de este párrafo parece responder a un ejercicio mental de síntesis.

Cerebro y mente

Quizá convenga recordar algo más sobre nuestro equipamiento intelectual.
Hablaríamos de los tres cerebros de Paul McLean: el interior, correspondiente al hombre más primitivo; el emocional (sistema límbico), como siguiente paso de la evolución; y finalmente el cerebro pensante (neocórtex), al que nos referíamos al hablar de las neuronas. Podríamos considerar el modelo dual de Roger Sperry, que sitúa lo racional y lógico en el lado izquierdo, mientras atribuye al lado derecho las emociones y la imaginación, entre otras cosas.

Más completo parece el modelo de Ned Herrmann, que identifica el software genérico correspondiente a los cuatro cuadrantes derivados de los lados izquierdo y derecho, tanto del sistema límbico como del neocórtex. Resulta que las modalidades de pensamiento divergente, holístico, sintético y conceptual, por ejemplo, se sitúan en la parte derecha del neocórtex: de ahí parecen brotar las ideas originales; en cambio, los problemas que demandan una solución racional retan al lado izquierdo de la corteza cerebral. La planificación, la organización y el control quedan en el lado izquierdo del sistema límbico; y la parte derecha de éste jugaría un importante papel en las emociones. Seguramente todas estas partes “trabajan en equipo”.

Cabe pensar que alguno de los sectores predomine sobre el resto, y también que algunas de las posibilidades que albergan estén más desarrolladas que otras; seguramente por eso somos tan diferentes. Pero, sin renunciar a nuestra singularidad, todos podemos desarrollar nuestro talento y, desde luego, gestionarlo mejor. Se dice que pensamos poco: que deberíamos dedicar más tiempo a pensar las cosas, sobre todo en el ejercicio profesional. Ya pasaron los tiempos del taylorismo y ahora, en general, sí que nos pagan por pensar.

Tras la explosión de la gestión del conocimiento –un postulado de plena actualidad en las empresas– y de la gestión de las emociones y sentimientos, quizá no resulte excesivo hablar de la “gestión del pensamiento”. Podemos mejorar en conocimientos, sentimientos y comportamientos, pero también, sin duda, en el uso de nuestra capacidad de pensar.

Mente activa

Aunque parece recomendable llevar diariamente la mente a su estado alfa (relajación), para “sujetarnos” a nuestro cuerpo y neutralizar la agitación habitual, lo cierto es que trabajamos con la mente en estado beta –activa–, poniendo a prueba constantemente nuestras competencias cognitivas. En efecto, sin olvidar la necesidad de las competencias emocionales (intra e interpersonales), no podemos perder de vista que también hay habilidades cognitivas de necesidad cotidiana. Directivos y knowledge workers, en general, han de hacer frecuente uso, por ejemplo, de su habilidad para manejar conceptos, de su perspectiva sistémica, de su capacidad de síntesis y de otras diversas capacidades asociadas al neocórtex.

Pensamos con diferentes propósitos: recordar, comprender, analizar, sintetizar, establecer conexiones, tener ideas, tomar decisiones, solucionar problemas…

Todo ello contribuye a nuestro desarrollo personal y profesional, y a la mejora de nuestra comunicación con otras personas. Pensando nos entendemos mejor a nosotros mismos, y entendemos mejor a los demás. Podemos, por otra parte, pensar a solas y también, en cierto modo, pensar en equipo (con sus ventajas y riesgos). La empresas se beneficiarían de que todos pensáramos mejor las cosas cada día.

Sin duda hay profesionales y directivos que lo hacen bien: analizan con esmero y diligencia los problemas que encaran, atienden a las causas y las consecuencias de cada actuación, ubican cada parte en el todo a que pertenece, leen entre líneas, escuchan con atención, descubren los problemas subyacentes, parecen ver más allá del horizonte, abren espacio a su intuición, reflexionan sobre sus actos, poseen un sentido crítico edificante, se anticipan a los acontecimientos, crean modelos inteligibles para abordar la complejidad, generan valiosas ideas innovadoras, perciben la evolución de los sistemas, advierten conexiones escondidas, concluyen y sintetizan con facilidad y precisión, toman decisiones adecuadas, enfocan bien sus planes, manejan rigurosamente los conceptos estableciendo sus dependencias jerárquicas, deducen y diagnostican con acierto… Pero hemos de admitir que no siempre es así; que no siempre utilizamos satisfactoriamente nuestra capacidad de pensar. Y que esto ocurre por diferentes motivos.

Desarrollo del pensamiento

Para ser sinceros, la navegación por nuestra red de neuronas nos lleva a veces a destinos errados, y ni siquiera aceptamos que nos hemos equivocado.
Hemos de desarrollar nuestra capacidad de reconocer los errores, a priori o a posteriori, pero sobre todo y para evitarlos, tenemos que desarrollar nuestro pensamiento analítico, conceptual, sistémico, estratégico, holístico, crítico, divergente, reflexivo, sintético, proactivo, convergente, conciliador… Cada intervención intelectual requiere un determinado conjunto de estas y otras competencias cognitivas (y seguramente también algunas emocionales), y hemos de utilizar la fórmula-mezcla con la dosis precisa de ingredientes.
En función de la trascendencia del reto intelectual, en cada caso debemos estar seguros de haber llegado a la mejor solución. El ejercicio profesional nos exige, cada vez más, abundancia en el saber, control en el sentir y –lo que aquí nos ocupa– agudeza en el pensar. Decíamos que también cabe hablar de “pensamiento en equipo” como parte de la liturgia y doctrina del trabajo en equipo; pero en el pensamiento colectivo se ha de progresar en sintonía: todos en la misma onda, al mismo tiempo. De cualquier manera, cada individuo ha de tomar conciencia autocrítica del límite de sus capacidades intelectuales, e intentar alejarlo progresivamente en beneficio propio y de su entorno profesional. El objetivo es utilizar a tope nuestros recursos intelectuales disponibles.

Si fuéramos conscientes de posibles deficiencias –por ejemplo– en conceptualización, argumentación o sintetización, eso no sería una mala noticia porque se puede mejorar directa o indirectamente; lo verdaderamente preocupante es que no nos demos cuenta, o no lo consideremos importante.
Por poner un ejemplo, seguramente hemos asistido alguna vez a presentaciones en que el ponente mostraba una gran claridad y calidad de ideas y una espléndida habilidad de exposición, sin discontinuidades ni deducciones frívolas; pero también habremos asistido a intervenciones en que el ponente no parecía estar convencido de lo que decía, ni su progreso argumental nos convencía. La diferencia puede estar en una falta de información y conocimientos del tema, o en debilidades de comunicación, pero también en una deficiente gestión del pensamiento. El ejemplo nos recuerda que no sólo hemos de pensar bien: también hemos de comunicar bien nuestros pensamientos; de hecho necesitamos verbalizarlos para materializarlos. Pero gestionar el pensamiento pasa también por prepararse antes de ponerlo en marcha: por disponer de la información suficiente para que nuestra navegación mental nos lleve a buen puerto y no se convierta en divagación. En suma, hemos de gestionar bien nuestro “saber”, también nuestro “sentir”, y desde luego nuestro “pensar”.

Conclusión

Como pasa con las habilidades físicas, nuestra capacidad de pensar y formular nuestros pensamientos mejora con el entrenamiento, y mejor si dispusiéramos de un coach. Por el contrario, a medida que vamos dejando de pensar –y se dice que cada vez, en general, pensamos menos–, podemos propiciar una cierta atrofia. Convenimos en que debemos neutralizar la pereza ante la necesidad de pensar, y tratar de entender todo aquello que siendo de interés se nos escape. Como ya decía Cicerón, tenemos la tentación de condenar lo que no entendemos, y probablemente eso no es más que una muestra de pereza ante el saludable ejercicio de pensar. Las organizaciones que no se aplican en el pensamiento carecen de defensas contra el panfilismo, la complacencia o el inmovilismo, pero al hablar de organizaciones nos referimos a sus miembros, en todos los niveles. Para ser más eficientes, todos debemos mejorar la cantidad y calidad en el pensar.

José Enebral


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