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domingo, 27 de septiembre de 2009

NEUROTRASMISORES DEL PLACER

Los neurotransmisores del placer

No todas las adicciones son a las drogas, al alcohol o a los dulces de tamarindo con chile. Se puede uno volver adicto a la nicotina o a los fármacos, pero también a los juegos de azar, al dinero, a la promiscuidad sexual, al azúcar, al chocolate, a la información de los periódicos y los noticiarios audiovisuales, a las series televisivas (Los Soprano, The Wire), al internet, al correo electrónico, a la pornografía, al poder, a la política, al homicidio, a la tortura, al robo, al telefonino (en Italia), al handy (en Alemania), al móvil (en España) y al celular (en Estados Unidos y, en consecuencia, en México). Basta que uno no pueda vivir sin el objeto de su adicción. Esa dependencia irresistible, que tiene a la ansiedad como trasfondo, es lo que los especialistas identifican como “trastorno obsesivo compulsivo” y requiere de asistencia médica profesional. Lo ideal sería igualar la vocación con la adicción. Kafka era un adicto a la escritura.

La adicción al teléfono celular es ya una de las principales causas por las que una persona —luego de reconocer que está enferma y que necesita ayuda— acude a un psiquiatra, a un psicoanalista o a un psicólogo conductista; las “limpias” de los chamanes parece que no lo sacan a uno del problema. Para no estar sola, la persona habla o espera que le hablen. Por lo visto, todas las adicciones tienen relación con una trampa que la evolución biológica y la modernidad electrónica han tendido al Hommo sapiens: el circuito cerebral de la gratificación —dicen los neurólogos— inunda el cerebro de placer (es decir, de dopamina y endorfinas) cada vez que su portador hace algo “aconsejable desde el punto de vista de la evolución darwiniana”. El ejemplo más obvio es la práctica del sexo, pero el problema es que el circuito de la gratificación tiende a hacerse autónomo y su activación se convierte en un fin en sí mismo.

Lo explica mejor Carlos Álvarez-Vara, quien trabaja en la Agencia Antidrogas de la Comunidad de Madrid:

“El circuito de la gratificación es universal, pero las formas de estimularlo no lo son, y varían mucho de un individuo a otro. Unas personas estimulan el circuito masturbándose, pero otras se aburren en seguida de eso. Unas prefieren activar el circuito mediante el voyeurismo y otras jugándose la vida con el parapente (lanzándose al vacío, pero con las piernas amarradas a una cuerda) o en el paracaidismo, unas con el chat y otras con la filatelia, unas con el Tetris y otras con el bird watching (mirar pájaros sistemáticamente). Las drogas son un truco químico para estimular el circuito directamente. El adicto al teléfono móvil ha descubierto un nuevo método para estimular el viejo circuito de la gratificación”.

Los adictos pueden llegar a tener nueve celulares, a veces no duermen en toda la noche con tal de estar conectados y se gastan un promedio de 10 mil pesos al mes. Son capaces de robar para comprar celulares nuevos. Si no los llama nadie, se angustian. Si llaman a alguien y no les contesta, se hunden en el vacío. Se sienten desconectados de la vida. Es una manera de escapar de sí mismos o de disipar el miedo ante los demás o a la propia soledad que casi siempre es ausencia de pareja, falta de relación. Al final, lo que quiere el adicto es que lo quieran.

Federico Campbell


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