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domingo, 4 de octubre de 2009

REDUCCION DE LAS COMUNIDADES


La reducción de un grupo social a mera masa se logra con relativa facilidad mediante un tipo solapado de asedio interior. Si se cerca a un grupo humano y se lo acosa desde fuera, se le insta a cerrarse sobre sí e incrementar la cohesión de sus miembros. La resistencia que éstos ofrecen a dejarse vencer resulta prácticamente invencible. Invencible, porque las personas cohesionadas entre sí forman una estructura, una unidad constelacional, en la que todos los elementos se hallan entretejidos, se sostienen unos a otros, instauran un orden vivo, flexible, resistente. Al estar dotada de tal energía y solidez, la comunidad humana resulta inexpugnable, pues las diversas formas de hostilidad exterior no hacen sino potenciar las virtualidades defensivas de la misma.

Todo tirano, toda persona o grupo afanoso de poder a cualquier precio percibe claramente que lo más eficaz, aunque no lo más rápido, es sustituir el asedio exterior por el interior. Éste consiste en desvincular a tales personas de cuanto fomenta su poder creador. Una persona creativa funda modos elevados de unidad con otras personas, con instituciones, con el pueblo y el paisaje, con obras culturales, con diversos valores... Estos modos relevantes de unión crean tramas de vida comunitaria y otorgan a ésta tal firmeza que la hacen impermeable al acoso exterior. Ahora bien, esa eficacia creativa pende de la vinculación del hombre con las realidades del entorno. Y esta vinculación es proyectada, sostenida e incrementada merced a la capacidad de descubrir los valores, entusiasmarse con ellos y asumirlos activamente en la propia vida como impulso, sentido y meta de la misma.

Las experiencias de vértigo anulan la creatividad

La pregunta es ahora ésta: ¿De dónde arranca esa sensibilidad del hombre que le hace abrirse a la revelación de los valores, escuchar su apelación, volverse receptivo a la misma, vibrar con su excelencia, sobrecogerse ante su grandeza? Procede de su actitud inicial de generosidad, que lo dispone para realizar experiencias de éxtasis o de encuentro.

Para tornar al hombre insensible a los valores, debilitar sus convicciones éticas, ahogar sus ideales y amenguar al máximo su capacidad de fundar modos valiosos de vida comunitaria, la vía regia -siniestra pero eficacísima- es fomentar en las gentes las experiencias de vértigo. Éstas exaltan al principio, prometen una conmovedora y rápida plenitud, y vacían al hombre por dentro. La impresión de ser succionado por el vacío que experimentamos al vernos privados de cuanto nos lleva a plenitud constituye el vértigo espiritual.

El proceso de vértigo deja al hombre sin defensas interiores frente a las diferentes formas de seducción que moviliza el manipulador. Por eso el fomento de las experiencias de vértigo es la forma radical de manipulación, la raíz de todas las demás, la que las hace posibles y rentables.

Nadie en una democracia debiera ignorar que el fomento de las experiencias de vértigo o fascinación y la concesión de amplias libertades para realizarlas significa un incremento de la libertad de maniobra en cada persona pero es, a la vez, el medio más expeditivo para someter los pueblos a servidumbre espiritual.

Cómo se destruye la creatividad y la vida comunitaria

Si el hombre se abre espontáneamente a las realidades que le rodean, aprecia su valor y escucha sus invitaciones a colaborar, tiende por ley natural a formar agrupaciones, comunidades, sociedades. A medida que vive de forma comunitaria, advierte que, al hacer juego con otras realidades, descubre y acrecienta el sentido de ellas y el de sí mismo, y todos conjuntamente hacen surgir realidades nuevas de gran valor. Ello le insta a seguir perfeccionando la unidad creada e instaurar formas nuevas de unión. De este modo, el ser humano se va perfeccionando al tiempo que colabora a perfeccionar a quienes entran en relación de trato con él.

Cuando nos encaminamos por esta vía creadora de unidad, adquirimos una energía espiritual creciente, la que se deriva del modo de vivir comunitario. El que desee desmantelar esta vida comunitaria no tiene más que una vía: cambiar nuestra orientación, conseguir que no nos dirijamos hacia los valores y su realización en la propia vida, sino hacia la reclusión en nosotros mismos y nuestras apetencias individuales, de forma que nos acostumbremos a elegir en cada momento con vistas a obtener gratificaciones inmediatas, no en función del ideal de la unidad.

Este cambio de orientación decide el paso del éxtasis al vértigo, de la construcción a la destrucción. El manipulador dispone de astucia suficiente para persuadir a las gentes de que la saciedad que les procuran en principio las experiencias fascinadoras equivale a la plenitud personal que sólo pueden otorgarles las experiencias de encuentro. Para realizar esta tergiversación destructiva, el demagogo manipulador no tiene razones que aducir. La razón está en contra suya. Por eso prescinde de la razón, y procura astutamente que nadie la ponga en juego de modo lúcido. Para ello

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      fomenta un estilo de pensar y de hablar superficial, banal, incoherente, no ajustado a cada uno de los modos de realidad;
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      tacha de no progresista, anticuado y retrógrado a quien se cuida de pensar y expresarse de modo preciso;
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      propaga a través de mil ardides una actitud hedonista ante la vida, que sigue la ley del menor esfuerzo y provoca la entrega a experiencias de fascinación o vértigo que enceguecen para los valores;
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      ataca como irreal y fantasmagórica la convicción de que la vida humana auténtica sólo se configura cuando se persigue un gran ideal.

Estas medidas y otras afines no tienen sino una meta: dar un giro total a nuestra vida y llevarnos a la autodemolición espiritual. Sopesemos bien esta observación, porque es una clave para entender mil fenómenos preocupantes de la vida actual y tomar medidas eficaces en orden a conservar nuestra libertad interior, es decir, nuestra capacidad de elegir en virtud de un ideal sumamente valioso.

Si consigue el demagogo que las personas que integran una comunidad -familia, escuela, colegio profesional...- operen ese cambio, la vida comunitaria de las mismas pierde cohesión, se disuelve y se convierte en un montón amorfo de individuos aislados: una mera masa. La vida masificada se opone a la vida comunitaria.

Una comunidad es un conjunto de personas que comparten convicciones éticas sólidas, ideales elevados, aficiones creativas. Cuando una persona colabora con otra a realizar algo valioso, establece con ella un vínculo sólido, fuerte, íntimo. La participación en lo valioso se traduce en comunión personal. La comunión es un modo de unidad muy hondo que supera notablemente en calidad a toda forma de yuxtaposición tangencial, por intensa que ésta pueda parecer.

Es inmensamente útil para nuestra formación comprender bien en qué consiste la unidad y sus diferentes modos. Hemos destacado el modo altísimo de unidad que es la comunión interpersonal. Para lograr esta forma de unidad, debemos participar en algo que tenga un gran valor. Tal participación exige apertura de espíritu hacia todo lo egregio y una actitud de generosidad y humildad que evite la crispación del yo en sí mismo.

Las diferentes personas se aúnan a través del común aprecio a algo relevante que las atrae y suscita su admiración desinteresada y su voluntad de participar activamente en ello, asumiéndolo como impulso de su obrar. Esta orientación espiritual hacia lo que ofrece posibilidades creativas acrecienta el amor auténtico. Bien dijo Saint-Exupery que "amarse no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en una misma dirección". El amor más profundo se genera cuando la mirada común se dirige hacia algo muy valioso.

El individualismo egoísta deja al hombre desvalido

Ahora comprendemos perfectamente por qué la tarea del manipulador es procurar de forma solapada que cada persona no se enamore de los valores, en los que puede participar a una con otras personas, sino de su propia figura, y muera anegado en las aguas al intentar agarrarla y poseerla, como sucede en el mito de Narciso. El hombre preocupado sólo de sí mismo se destruye como persona al intentar poseerse, ya que 1) el afán de poseer se opone a la voluntad de colaborar, que está en la base del encuentro, y 2) las formas de encuentro que nos desarrollan como personas exigen nuestra vinculación a realidades distintas de nosotros. Ahora bien. Un conjunto de personas bloqueadas dentro de sí e incapaces de crear relaciones de encuentro no constituyen una comunidad sino una masa.

Por estar invertebrado, falto de estructura, todo grupo humano masificado carece de fuerza cohesiva, de dinamismo y capacidad de resistencia. Es, por ello, muy vulnerable a todo intento de disolución. De ahí que el tirano -la persona o grupo que desea vencer al pueblo sin convencerlo- procure disolver las diferentes comunidades y grupos que integran la sociedad. A menudo intenta legitimar esta labor masificadora con el pretexto de que el "corporativismo" debe ceder el puesto al "igualitarismo". Confunde estratégicamente igualdad y desintegración, la retirada de privilegios y la anulación de las estructuras.

En general, puede afirmarse que toda persona o grupo afanoso de poder tiende a destruir en la sociedad las formas de encuentro y de unidad más valiosas. Esa destrucción es una palanca poderosa para la conquista arrolladora de los pueblos.

Conviene sobremanera advertir que actualmente se está llevando a cabo una forma de revolución solapada y radical, consistente en derruir por dentro las instituciones y comunidades. El medio para conseguir este propósito destructivo es enfrentar a comunidades e instituciones con una marea de individualismo insolidario. Esta actitud desarraigada crea paulatinamente un clima adverso a toda forma de auténtica creatividad y unidad. Es un clima de permisividad, que reduce la unión matrimonial a una mera opción entre varias formas de cohabitación posibles; de pluralismo ideológico, que anula la unidad espiritual en los centros escolares; de igualitarismo revanchista, que inspira actitudes de resentimiento hacia quienes pertenecen a una institución o clase altamente cualificada; de lucha de clases, que disuelve por dentro la unidad de grupos en principio bien estructurados; de desarme moral, que fomenta la entrega a experiencias de vértigo, que no fundan unidad porque hacen imposible el encuentro.

Este clima individualista fomenta unilateralmente la libertad de maniobra. El manipulador entorna los ojos y considera esta forma de libertad como la única y la modélica, e intenta que los demás practiquen ese mismo tipo de reduccionismo. Si lo consigue, mina de raíz su voluntad de fundar modos valiosos de unión y vinculación. Con ello pone las bases para dominarlos.

Pero ¿es posible que las gentes acepten semejante tergiversación? Lo es si adoptan la actitud egoísta y posesiva que el demagogo manipulador presenta como propia de las personas dueñas de sí mismas, autónomas y plenamente libres.

Narciso perece al querer poseerse

Conviene sobremanera meditar el mito de Narciso, que, como todos los grandes mitos, es fuente de sabiduría. Narciso se enamora de su propia imagen, que ve reflejada en las aguas de una fuente, y se deja fascinar por ella y quiere poseerla. Arrastrado por su voluntad de dominio, se lanza al agua, es llevado por la corriente y perece ahogado. Al buscarse a sí mismo, el hombre se deja seducir por su propia figura. La persona seducida queda empastada con la realidad seductora, al modo como el ahogado se fusiona con el agua que lo anega. El anegamiento de Narciso en las aguas que lo atraen mediante el señuelo de su encantadora y arrebatadora figura es la "imagen" simbólica de la asfixia lúdica, la incapacidad de hacer juego y vivir creativamente.

Si se queda a solas consigo mismo, sin abrirse a las realidades del entorno, el hombre se cierra en sí, no puede hacer juego y se asfixia, se da jaque mate a sí mismo. Fijar la mirada en la propia figura no fomenta la auténtica "vida interior", que implica una relación creadora con realidades valiosas. Al contrario, saca al hombre de sí, lo enajena, le impide llevar vida normal. La vida normal del hombre, aquélla a la que se siente llamado por su naturaleza, es vida de interacción, comunicación, entreveramiento con todas las realidades circundantes, sobre todo con las que le ofrecen posibilidades de realizar acciones fecundas, llenas de sentido.

Al plegarse sobre sí y polarizarlo todo en torno al propio yo, el hombre provoca un cortocircuito en su vida personal. Esta interrupción de la corriente que todo lo une y vivifica supone una especie de embolia que paraliza la vida humana y rebaja al hombre a un estado casi vegetativo. Nada ilógico que la experiencia de mirarse fijamente al espejo con una actitud de absoluto relax le haga sentirse a uno extraño a sí mismo y produzca un sentimiento de horror, porque altera la marcha normal de las cosas.

"Yo recuerdo -escribe Unamuno- haberme quedado alguna vez mirándome al espejo hasta desdoblarme y ver mi propia imagen como un sujeto extraño, y una vez en que estando así pronuncié quedo mi propio nombre, lo oí como una voz extraña que me llamaba, y me sobrecogí todo como si sintiera el abismo de la nada y me sintiera una vana sombra pasajera. ¡Qué tristeza entonces! Parece que se sumerge uno en aguas insondables que le cortan toda respiración y que, disipándose todo, avanza la nada, muerte eterna".

Al mirar de forma fascinada la figura del propio rostro en el espejo, nos fusionamos con ella, no conjugamos la cercanía y la distancia y no entramos en relación de presencia con ella.

Por eso no captamos su sentido y nos vemos como alejados de nosotros mismos, extraños y ajenos, de modo que, al oír nuestra voz, nos parece provenir de fuera de nuestro yo. Esta incapacidad de reconocernos en nuestra voz y nuestro rostro suscita en nuestro ánimo un sentimiento de tristeza tan grande como amplia es la distancia a la que creemos hallarnos de nuestra plenitud personal.

Sartre, en La náusea, expone de forma sobrecogedora que, al querer unirnos excesivamente con nuestra propia figura, la deformamos hasta el punto de que desaparece como tal: "Acerco mi cara al espejo hasta tocarlo. Los ojos, la nariz y la boca desaparecen: yo no queda nada humano". Al llevar al límite la inmediatez meramente física con una realidad y no mitigarla con ninguna forma de distancia de perspectiva, no podemos conocerla, porque no captamos su conjunto, la relación que tiene con otras realidades, el juego que hace en su situación. Ello explica que, vistas de esa forma, las realidades del entorno, incluso las más familiares, se desdibujen y adquieran un aspecto extraño y temible:

"Veo una carne insulsa que se expande y palpita con abandono. Los ojos, sobre todo, vistos de cerca son horribles..." "...El conjunto me da una impresión de algo ya visto que me embota: me deslizo lentamente hacia el sueño" "Lo que me despierta bruscamente es que pierdo el equilibrio. Me encuentro a horcajadas sobre una silla, aturdido todavía".

La superación de la actitud narcisista

Louis Lavelle acertó a destacar en su obra L´erreur de Narcisse el hondo significado del mito narcisista. Narciso quiere mirar su figura en las aguas de una fuente que mana sin cesar y, al no aquietarse, no devuelve nítidas las formas. La meta del enamorado de sí mismo es convertir la vida bullente en mero espejo.

"Narciso es un espíritu que quiere darse a sí mismo en espectáculo. Comete el pecado contra el espíritu de querer tomarse a sí mismo como toma los cuerpos; pero no puede llegar a ello y aniquila su propio cuerpo en su propia imagen. Esta imagen lo atrae y fascina: lo aparta de todos los objetos reales y no tiene al fin ojos sino para ella".

"El crimen de Narciso es el de preferir, en definitiva, su imagen a sí mismo. La imposibilidad en que se halla de unirse a ella no puede producir en él más que desesperación. Narciso ama un objeto que no puede poseer. Pero desde que ha comenzado a inclinarse para verlo, es la muerte lo que deseaba. Alcanzar la propia imagen y confundirse con ella, esto es morir".

A mi entender, el error de Narciso consiste radicalmente en autonomizar la vertiente sensible de su persona, fijar la mirada en la mera figura y obstinarse fascinadamente en fundirse con ella. Este apego al halago inmediato frena insalvablemente el impulso que eleva al hombre a las experiencias extáticas.

Ello explica que Plotino, preocupado en su Enéada primera, apartado sexto, por conseguir la purificación que permite elevarse extáticamente a la fuente de toda belleza, haga alusión expresa al mito de Narciso:

"... Al ver las bellezas corpóreas, en modo alguno hay que correr tras ellas, sino, sabiendo que son imágenes y rastros y sombras, huir hacia aquélla de la que éstas son imágenes. Porque, si alguien corriera en pos de ellas queriendo atraparlas como cosa real, le pasará como al que quiso atrapar una imagen bella que bogaba sobre el agua, como con misterioso sentido, a mi entender, relata cierto mito: que se hundió en lo profundo de la corriente y desapareció. De ese mismo modo, el que se aferre a los cuerpos bellos y no los suelte se anegará, no en cuerpo sino en alma, en las profundidades tenebrosas y desapacibles para el espíritu (...). Huyamos, pues, a la patria querida, podría exhortarnos alguien con mayor verdad".

Con esta última cita de la Eneida (II, 140) de Virgilio, Plotino sugiere que el auténtico hogar del hombre debe ser buscado como una meta. Es la meta de las experiencias de éxtasis o encuentro. Queda ello de manifiesto cuando aclara a continuación que el hombre ha de huir de los halagos sensoriales que amenazan con secuestrar su libertad.

La manipulación más grave afecta a la vida interior

Recordemos el drama personal de Samuel Beckett, Premio Nobel de Literatura. Luchó bravamente en las filas de la Resistencia francesa contra los nacionalsocialistas, y celebró con entusiasmo el día de la liberación. Poco después advirtió que la Europa libre era objeto de una invasión interior, de apariencia pacífica y benéfica, pero mucho más peligrosa y difícil de vencer que la invasión exterior que había padecido.

La imagen desolada que ofrece el hombre cuando es anegado por una oleada de frivolidad que lo despeña al grado cero de creatividad en todos los órdenes fue plasmada certeramente por Beckett en Esperando a Godot. Resulta escalofriante observar que en esta obra apenas sucede nada, pero presenta un carácter trágico porque los protagonistas son incapaces de actuar y hablar con un mínimo de sentido. En la actualidad, las formas más temibles de violencia no son las espectaculares, las que muestran a las claras todo su horror; son las que minan de forma paulatina y subrepticia la capacidad creadora del hombre y lo dejan a merced de los afanosos de poder.

Si queremos ser en alguna medida libres, debemos saber con toda precisión de qué modo se lleva a cabo la manipulación ideológica...

Alfonso López Quintás. Extractado de “La Manipulación del hombre a través del Lenguaje”

Alfonso López Quintás es Catedrático emérito de Filosofía en la Universidad Complutense (Madrid) y Miembro de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Política


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