Según una antigua tradición de ciertos templos zen japoneses, si un
monje que está de paso, y sale airoso de una discusión sobre budismo
con uno de los monjes residentes, puede pasar allí la noche. En caso
contrario, tiene que irse.
En el norte de Japón había uno de estos templos, dirigido por dos
hermanos. El hermano mayor era muy erudito y el hermano menor era
más bien tonto y sólo tenía un ojo.
Cierta tarde un monje llegó a pedir alojamiento. El hermano mayor
estaba muy cansado, pues había estado estudiando durante muchas horas,
así que le dijo al hermano menor que fuera y se hiciera cargo de la
discusión.
-Pide que el diálogo tenga lugar en silencio -dijo el hermano mayor.
Poco después el viajero se acercó al hermano mayor y dijo:
-Qué tipo tan encantador es tu hermano. Ha ganado limpiamente la
discusión, por lo que tengo que irme. Buenas noches.
-Antes de marchar-dijo el hermano mayor-,
te ruego que me cuentes cómo fue el diálogo.
-Bien -dijo el viajero-, en primer lugar levanté un dedo para representar
a Buda. Entonces tu hermano levantó dos dedos para representar a
Buda y su doctrina. Así que yo levanté tres dedos, para representar a
Buda, su doctrina y sus seguidores. Entonces tu avispado hermano agitó
su puño cerrado ante mi cara, para indicar que los tres procedían de un
mismo acto de comprensión.
Dicho lo cual el viajero se marchó.
Poco después llegó el hermano menor, con un aire muy preocupado.
-Me he enterado de que ganaste la discusión -dijo el hermano mayor.
-No gané nada -dijo el hermano menor-. Este viajero es un hombre
muy bruto.
-¿Si? -dijo el hermano mayor-. Dime el tema de la discusión.
-Pues -dijo el hermano menor-, en cuanto me vio, levantó
un dedo para insultarme indicando que sólo tengo un ojo.
Pero como era forastero, pensé que tenía que ser cortés, por
lo que yo levanté dos dedos, felicitándole por tener dos ojos.
Ante lo cual, el miserable grosero levantó tres dedos, como
queriendo decir que entre los dos sólo teníamos tres ojos,
por lo que me enfadé y le amenacé con darle un puñetazo en
la nariz. Así que se fue.
El hermano mayor se rió.
Todas las discusiones son fútiles y estúpidas. La discusión es tonta en sí misma, porque nadie puede llegar a la verdad mediante la discusión, mediante el debate. Podrás conseguir alojamiento para la noche, pero nada más. Lo que explica esta costumbre.
Es una tradición preciosa. En cualquier templo zen del Japón, durante muchos siglos, si pides alojamiento tienes que discutir. Si ganas la discusión puedes quedarte, esto es muy simbólico, pero sólo por una noche. Llegada la mañana debes irte. Lo cual indica que mediante la discusión, la lógica, el razonamiento, nunca alcanzarás el objetivo, sólo alojamiento por una noche. Y no te engañes pensando que el alojamiento por una noche es el objetivo. Tienes que continuar. Por la mañana tienes que ponerte de nuevo en camino.
Pero muchos se han engañado a sí mismos. Piensan que todo cuanto han conseguido mediante la lógica es el objetivo. El alojamiento nocturno se ha convertido en el no va más. Ya no avanzan y muchas mañanas han pasado. La lógica puede llevar a conclusiones hipotéticas, nunca a la verdad.
Y recuerda que lo que se aproxima a la verdad es también una mentira, porque ¿qué significa? Algo es verdadero o falso; no hay término medio. Algo es verdadero o no lo es... No puedes decir que es cierto a medias; no existe algo así, como tampoco existe un semicírculo, porque la misma palabra círculo significa lo completo. Los semicírculos no existen. Si es medio, no es un círculo.
Las medias verdades no existen. La verdad es el todo, no puedes tenerla a trozos, no puedes poseerla por partes.
Una verdad aproximada es un engaño, pero la lógica sólo puede llevar al engaño. Puedes conseguir alojamiento para una noche, sólo para retirarte, relajarte, pero no hagas -de él tu hogar. Por la mañana, tienes que seguir adelante, el viaje no puede acabar ahí. Por la mañana deberás volver a empezar, una y otra vez. Relájate en la lógica, en el razonamiento, pero no te quedes con esto, no te pares ahí, y recuerda continuamente que tienes que seguir.
Es una bella tradición. Y una cosa que hay que entender de la tradición y el significado: es simbólico. Segunda cosa: todas las discusiones son tontas, porque si mantienes una actitud de confrontación nunca podrás entender al otro. Todo cuanto te diga será mal interpretado. Una mente decidida a ganar, a conquistar, no puede entender. Es imposible, porque la comprensión necesita una mente no violenta. Cuando intentas salir victorioso, estás siendo violento.
La discusión es violencia. Puedes matar con ella, no puedes resucitar con ella. No puedes dar vida con ella, puedes asesinar con ella. Las verdades pueden ser asesinadas mediante discusión, pero no pueden ser resucitadas. Es violencia; la actitud misma es violenta. En realidad no pretendes la verdad, pretendes la victoria. Cuando el objetivo es la victoria, puedes sacrificar también la victoria.
El objetivo debe ser la verdad, no la victoria, porque cuando el objetivo es la victoria eres un político, no un hombre religioso. Eres agresivo, estás intentando de alguna manera subyugar al otro, dominarlo y tiranizado. Y la verdad nunca puede convertirse en una dominación, nunca puede destruir al otro. La verdad nunca puede ser una victoria en el sentido de que has subyugado al otro. La verdad aporta humildad. No son ego-trips, pero todas las discusiones son ego-trips. Por lo que la discusión nunca puede llevar a lo real; siempre conduce a lo irreal, lo falso, porque el mismo fenómeno que persigues, la victoria, es estúpido. La verdad gana, no tú, no yo. En una discusión tú ganas, o yo gano, la verdad nunca gana.
Los buscadores auténticos permitirán que la verdad venza a ambos. Los participantes en una discusión pretenden que la victoria les pertenezca a ellos, no debe pertenecer al otro. En la verdad, no hay otro. En la verdad, nos encontramos y nos convertimos en uno. Así que ¿quién puede ser el vencedor y quién el vencido? En la verdad, nadie resulta vencido. En la verdad, la verdad gana y nosotros nos perdemos. Pero en la discusión yo soy yo y tú eres tú; en realidad no existe un puente.
¿Cómo puedes comprender al otro cuando estás en contra de él? La comprensión es imposible. La comprensión necesita simpatía, participación. Comprender significa escuchar al otro, sólo entonces florece la comprensión. Pero si estás discutiendo algo, debatiendo, razonando, no estás escuchando al otro, sólo finges estar escuchando. En el fondo estás preparándote, en el fondo ya has dado el siguiente paso, lo que vas a decir cuando el otro acabe. Estás preparándote para refutarlo. ¡No le has escuchado, y estás intentando refutarle!
En realidad, la verdad no tiene importancia en una discusión, en un debate. Por lo que éste nunca es una comunicación, es imposible llegar a una comunión mediante el debate. Puedes discutir, pero cuanto más discutes... más te separas del otro. La separación, se convierte en un abismo; no puede haber terreno común. Por esto los filósofos nunca coinciden, los pandits nunca coinciden: son grandes discutidores. Se abre un abismo entre ellos. No pueden coincidir con el otro; esto es imposible.
Sólo los amantes coinciden pero los amantes no pueden discutir, pueden comunicar. Por esto en Oriente hay una insistencia tan grande en shraddha: confianza, fe. Si discutes con tu maestro, se ensancha la brecha. Entonces es mejor seguir adelante; deja que este maestro sea el refugio de una noche, pero sigue adelante. Quedarte con él no te llevará a ninguna parte, la brecha se hará más grande. Si eres discutidor, no puede salvarse esa distancia. Es imposible. Confianza significa simpatía; confianza significa que no estás discutiendo -has venido a escuchar, no a discutir-. Has venido a entender, no a discutir. No has venido a vencer; en todo caso estás dispuesto a perder.
El auténtico discípulo está siempre intentando que el maestro le venza. Éste es el momento más grande en la vida del discípulo, cuando es totalmente destruido y derrotado. No es que el maestro vaya a ganar; él va a ser derrotado, el discípulo va a ser vencido. Y cuando el discípulo ya no existe, ha sido completamente derrotado, ha desaparecido, sólo entonces se ha tendido un puente sobre la brecha, se ha salvado el abismo y el maestro te puede penetrar.
Por eso sucedió que los discípulos que Jesús reunió mientras recorría su tierra eran todos hombres sencillos, ni una sola persona educada. No es que no hubiera eruditos entonces; había grandes sabios en aquella época. Los judíos estaban en la cima de su gloria, por eso pudieron producir un hijo como Jesús. Él era la culminación. Jesús pudo suceder, lo que demuestra que los judíos estaban en la cumbre. Nunca más volverían a alcanzar semejante cumbre. Habían grandes eruditos, se organizaban grandes debates. La sinagoga judía era la sede del aprendizaje, una verdadera universidad. La gente viajaba de una parte a otra del país para discutir, debatir, razonar, descubrir; pero era una pelea. Ni un solo erudito siguió a Jesús.
De hecho, todos los eruditos estuvieron por unanimidad de acuerdo en que Jesús tenía que ser destruido. Todos los eruditos, gente educada, estaban dispuestos a matado. ¿Por qué?
Porque él estaba en contra de la discusión. Amenazaba sus cimientos mismos; toda la estructura se hubiera derrumbado. Jesús hablaba contra la razón, y a favor de la fe, del amor, de cómo crear un puente entre dos corazones.
La discusión es entre dos mentes, dos cabezas; el amor, la comunicación, la confianza nacen entre dos corazones. Él estaba abriendo un nuevo camino -de amistad, de discipulado, de crecimiento-. Pensaba en términos de una dimensión totalmente diferente -la cualidad era diferente-. Decía: «Dejad a un lado vuestras escrituras. No necesitamos vuestras biblias, porque son sólo palabras». El erudito, el pandit, no podía tolerarlo. Jesús fue crucificado.
Sólo pudo encontrar gente sencilla: un pescador, un leñador, un zapatero
-hombres sencillos-. Todos sus discípulos, excepto Judas, eran incultos. Sólo Judas era verdaderamente culto, un caballero refinado, y vendió a Jesús por treinta monedas de plata. Este Judas culto y refinado le traicionó y Jesús sabía que si alguien podía traicionarle, ese era Judas. ¿Por qué? Porque al amor sólo puede traicionarle la cabeza. El amor sólo puede ser vencido por la lógica; ninguna otra cosa puede acabar con él.
Así que ésta es la segunda cosa a recordar antes de que yo entre en la anécdota: que mediante la lógica, la cabeza, la argumentación, os hacéis forasteros, mutuamente extraños; se pierde el puente que os une. ¿Cómo vas a alcanzar la verdad cuando no puedes entender al otro, cuando ni siquiera eres capaz de escucharle, cuando tu mente se limita a discutir y pelear? Eres violento, agresivo. Esta agresión no sirve.
Así pues, todas las discusiones son fútiles, nunca llevan a ninguna parte. Incluso cuando crees que se ha llegado a una conclusión, ésta es forzada; no se llega a ella gracias a la discusión. Puedes silenciar al otro, pero la convicción nunca llega actuando así; nunca. Y lo digo de forma categórica: nunca. Si posees ciertos trucos lógicos, puedes silenciar al otro, que puede ser incapaz de contestarte. Sabes más que él. Conoces más trucos y puedes acorralarlo mediante palabras y razonamientos mientras que él no puede responder. Pero no es ésta la manera de convencerle. En el fondo, él sabe que «algún día encontraré más trucos y te pondré en tu lugar. Por el momento, no puedo contestarte. Muy bien, acepto la derrota». Ha sido derrotado, pero no lo has conquistado.
Y éstas son dos cosas diferentes. Cuando conquistas un corazón, no está derrotado, se siente feliz. Es victorioso en tu victoria, participa. No es tu victoria, ha vencido la verdad, y ambos podéis celebrarlo. Pero cuando derrotas a alguien, nunca es conquistado; sigue siendo enemigo. En el fondo espera el momento oportuno para imponerse.
Ningún debate puede convertirse en una convicción. Y si no se llega a la convicción, ¿en dónde está la conclusión? La conclusión es forzada, es siempre prematura. Es exactamente como un aborto, no es un parto natural. Lo has forzado, nace un niño muerto, o un niño lisiado, que seguirá siendo lisiado, débil y muerto durante toda su vida.
Sócrates acostumbraba decir: «Yo soy una comadrona, asisto al parto natural». Un maestro es una comadrona. No va a forzar, porque un parto forzado no va a ser un parto auténtico. Es más como la muerte y menos como la vida.
Por esto un maestro nunca es discutidor. Y si a veces lo parece, sólo está jugando contigo, y jugando por alguna razón. No te dejes enredar. Está jugando por alguna razón; puede discutir sólo para averiguar si estás o no en una actitud discutidora. Si es así, tú te lo has perdido. Si puedes escuchar sus argumentos sin adoptar una actitud discutidora, él no va a jugar contigo este juego. Tiene que mirar en tu interior. Acaso estés escuchando conscientemente, pero discutiendo inconscientemente. Entonces él tiene que hacer aflorar tu inconsciente, para que te des cuenta de ello.
A veces un maestro parecerá agresivo, como si quisiera vencerte. Pero nunca quiere tu derrota, sólo derrotar tu ego, no a ti; sólo destruir tu ego, no a ti. Y recuerda: el ego es el veneno, te está destruyendo. Una vez que el veneno haya sido destruido, estarás libre y vivo por primera vez. Una luz abundante te sucederá por primera vez. Está destruyendo la enfermedad, no a ti.
A veces tiene que discutir. Han existido maestros muy discutidores. Era imposible vencerlos, imposible jugar el juego de las palabras con ellos. Pero simplemente intentaban hacer aflorar tu consciencia, para que pudieras darte cuenta de si tu fe era verdadera o no.
Sucedió una vez: un sufí, Junnaid, vivía con su maestro. Y éste era tan discutidor que negaba todo cuanto le decían. Si le decían: «Es de día», él respondía: «No, es de noche», y de hecho no era así, era de día.
Cualquier cosa que Junnaid decía era negada por su maestro. Entonces él simplemente inclinaba la cabeza y decía: «Sí, maestro, es de noche».
Un día, el maestro dijo:
-Junnaid, has ganado. No pude despertar en ti una actitud discutidora. Y he sido tan obviamente falso que incluso alguien que nunca haya discutido nada hubiera dicho: «Qué tontería. Es de día. No es necesario discutir, es tan evidente». Tú en cambio has dicho: «Sí Maestro, es de noche». Tu confianza es profunda. Ahora nunca te discutiré, ahora puedo decir la verdad, porque estás preparado.
Cuando el corazón dice sí totalmente, estás preparado para escuchar. Y sólo entonces puede serte revelada la verdad. Si el más mínimo "no" queda dentro de ti, la verdad no puede serte revelada, porque este "no" destruirá todo lo demás. El "no", por pequeño que sea, es poderoso, muy poderoso; entonces la verdad será dicha, pero no te será revelada. El "no" va a ocultarla otra vez.
Por eso digo que todos los debates son fútiles, y por eso voy repitiendo una y otra vez que todo el esfuerzo de la filosofía ha sido inútil. No ha llegado a ninguna conclusión; no puede hacerlo.
Voy a contarte algo, y luego entraré en esta anécdota zen. Sucedió que un día el gran primer ministro de un gran emperador murió. El primer ministro era alguien excepcional, muy inteligente, casi sabio, muy listo, agudo, gran diplomático, y era muy difícil encontrarle un sustituto. Se buscó por todo el reino. Todos los ministros fueron enviados para encontrar por lo menos tres personas; entonces se tomaría la decisión final, y uno de ellos sería elegido.
La búsqueda se prolongó durante meses. Se peinó todo el reino; cada uno de los recovecos y rincones. Por fin se encontraron tres personas. Uno era un gran científico, un gran matemático. Podía resolver cualquier problema matemático, y las matemáticas son en realidad la única ciencia positiva, todas las ciencias son ramas suyas, o sea que estaba en la raíz.
Otro era un gran filósofo, era un gran constructor de sistemas: podía crear todo de la nada. Con meras palabras, podía crear sistemas muy bellos -es un milagro, sólo los filósofos pueden hacerlo-. No tienen nada en sus manos; son los más grandes magos. Crean a Dios, crean la teoría de la creación, crean todas las cosas -y no tienen nada en las manos-. Pero son hábiles artesanos de palabras: juntan las palabras de tal manera que te dan una impresión de sustancia cuando no hay nada allí.
El tercero era un hombre religioso, un hombre de fe, plegaria, devoción. Y quienes habían estado buscando a estos tres debían de ser muy sabios, porque lograron su propósito.
Estos tres representan las tres dimensiones de la consciencia. Son las únicas posibilidades: un hombre de ciencia, un hombre de filosofía y un hombre de religión; son los cimientos.
El hombre de ciencia se ocupa en experimentos: si algo no es demostrado mediante experimentos, no puede ser aceptado. Es empírico, experimental; su verdad es la verdad del experimento.
El hombre de filosofía es un hombre de lógica, no de experimentos. El experimento no es la cuestión; sólo mediante la lógica, prueba y refuta. Es un hombre puro, más puro que el científico, porque éste tiene que aportar experimentos, por lo que necesita el laboratorio. El hombre de filosofía trabaja sin laboratorio, sólo con la mente, con la lógica, con matemáticas. Todo su laboratorio está en su mente, puede probar y refutar únicamente con argumentos lógicos. Puede resolver cualquier problema, o puede crear cualquier tipo de problema.
Y el tercero es la dimensión religiosa. Este hombre no contempla la vida como un problema. La vida no es un problema para un hombre religioso. No es nada que haya que resolver, es algo que hay que vivir.
El hombre religioso es el hombre de la experiencia, el científico es el hombre del experimento, el filósofo es el hombre del pensamiento. Para el religioso -el hombre de la experiencia-, la vida es algo que hay que vivir. Si hay alguna solución, surgirá de la experiencia, del vivir. Nada puede ser decidido de antemano mediante la lógica, porque la vida es más grande que la lógica. Ésta es una mera burbuja en el vasto océano de la vida, por lo que no puede explicarlo todo. Los experimentos pueden ser llevados a cabo sólo cuando no estás implicado, los experimentos sólo pueden ser llevados a cabo con objetos.
La vida no es un objeto, es el núcleo mismo de la subjetividad. Cuando experimentas eres diferente; cuando vives eres uno. Por lo que el hombre religioso dice: «A menos que seas uno con la vida, nunca puedes conocerla». ¿Cómo puedes conocerla desde fuera? Puedes ir de un lado a otro, dando vueltas a su alrededor, pero nunca darás en la diana. Por lo que ni experimento, ni pensamiento, únicamente experiencia; simple, confiado: un hombre de fe.
Buscaron y encontraron a estos tres hombres, y entonces fueron convocados a la capital para el juicio definitivo.
Dijo el rey: «Descansad y preparaos durante tres días. En la mañana del cuarto día tendrá lugar el juicio, el final. Uno de vosotros será escogido; se convertirá en mi primer ministro –el que demuestre ser el más sabio».
Empezaron a trabajar, cada uno a su manera. ¡Tres días no eran suficientes! El científico tenía que pensar en muchos experimentos y llevarlos a cabo; era imposible saber de qué tipo sería el examen Así que no pudo dormir durante tres días, no tenía tiempo: y tenía toda la vida para dormir después de ser escogido, por consiguiente, ¿por qué preocuparse de dormir?
No dormía, no comía. No tenía bastante tiempo; debía hacer muchas cosas antes del examen.
El filósofo empezó a pensar, tenía que resolver muchos problemas: «¿Quién sabe qué tipos de problema van a plantearme?». Sólo el hombre religioso estaba tranquilo. Comía, y comía bien. Sólo un hombre religioso puede comer bien, porque comer es una ofrenda, es algo sagrado. Dormía bien. Rezaba, se sentaba afuera, paseaba, miraba los árboles y daba gracias a Dios; porque para un hombre religioso el futuro no existe y no hay examen final. Cada momento es el examen, de modo que ¿cómo vas a prepararte para él? Puedes prepararte para algo que está en el futuro; pero si algo está ahora mismo, aquí, ¿cómo puedes prepararte para ello? Tienes que afrontarlo. No había futuro.
A veces el científico decía: «¿Qué estás haciendo? ¿Perdiendo el tiempo, comiendo, durmiendo, haciendo oración?
Puedes decir tus oraciones más tarde». Pero él se reía y no discutía. No era hombre de discusiones.
El filósofo decía: «Duermes, te sientas en el jardín, miras los árboles. Esto no te va a servir de nada. Un examen no es un juego de niños, tienes que estar preparado para superarlo». Pero él se reía. Creía más en la risa que en la lógica.
Y llegada la mañana del cuarto día, cuando se dirigieron al palacio para el examen final, el científico ni siquiera era capaz de andar. Estaba tan cansado por sus experimentos, como si toda su vida se le hubiera escapado. Estaba muerto de cansancio, como si en cualquier momento fuera a caer dormido. Los ojos le pesaban y su mente estaba turbia. Casi se había vuelto loco.
¿Y el filósofo? No estaba tan cansado, pero se sentía más inseguro que nunca, porque había pensado y pensado, y argumentado y argumentado, y no hay argumento que pueda convertirse en la conclusión. Estaba confuso, hecho un lío, era un caos. El día en que había llegado hubiera podido contestar muchas cosas, pero no ahora. Incluso sus respuestas ciertas se habían vuelto inciertas. Cuanto más piensas, más inútil se vuelve la filosofía. Sólo los tontos pueden creer en certezas. Cuanto más piensas, cuanta más inteligencia te llega, puedes darte cuenta de que no son más que palabras, no hay sustancia. Quiso volverse atrás, porque presentía que su esfuerzo iba a ser inútil. No estaba en forma. Pero el científico decía: «¡Vamos! Probemos. ¿Qué podemos perder? Si ganamos, bien. Si no ganamos, bien. Pero probemos. No te desanimes tanto».
Sólo el hombre religioso caminaba alegremente, cantando. Podía oír los pájaros en los árboles, podía ver la salida del sol, los rayos del sol en las gotas de rocío. Toda la vida era un milagro tan grande. No estaba preocupado, porque no había examen -llegaría y afrontaría lo que sucediera, simplemente llegaría y vería lo que pasara-. Y no pretendía nada, no estaba expectante, estaba fresco, joven, vivo; nada más. Así es como uno debe acercarse a Dios; no con fórmulas prefabricadas, no con teorías prefabricadas, no con muchos experimentos de investigación, no con muchos diplomas de doctor en filosofía. No, eso no va a servir de nada. Uno debe ir cantando y bailando hacia el templo. Y si estás vivo, entonces puedes responder a cualquier cosa que llegue, porque la respuesta llega de la vida, del corazón, y el corazón está preparado cuando canta, cuanto baila.
Llegaron. El emperador había montado una estratagema muy especial. Fueron conducidos a una habitación en la que había puesto una cerradura, un rompecabezas matemático. En la cerradura había muchas cifras, pero no había llave. Estas cifras tenían que ser puestas de cierta forma: ahí estaba el secreto, pero uno tenía que buscarlo y encontrarlo. Si aquellas cifras se colocaban de determinada manera, la puerta se abriría. El emperador les dijo: «Éste es un rompecabezas matemático, uno de los más grandes que se han conocido. Ahora tenéis que encontrar la solución, no hay llave. Si podéis hallar la respuesta a este problema matemático, la cerradura se abrirá. Y la persona que salga primero de esta habitación será elegida. Así que ahora empezad». Cerró la puerta y salió.
Inmediatamente el científico empezó a hacer muchos experimentos, muchas cosas, muchos problemas sobre el papel. Miraba, observaba las figuras en la cerradura. No había tiempo que perder, era una cuestión de vida o muerte. El filósofo cerró los ojos, empezó a pensar en términos matemáticos qué hacer, cómo puede ser solucionado este rompecabezas, que era absolutamente nuevo.
Éste es el problema con la mente: si algo es viejo, puede encontrarse la respuesta; pero si algo es absolutamente nuevo, ¿cómo salir airoso con la ayuda de la mente? Ésta es muy eficaz con lo viejo, lo conocido, la rutina, pero se muestra inútil cuando se topa con lo desconocido.
El hombre religioso no se acercó a la cerradura, porque ¿qué podía hacer? No sabía nada de matemáticas, no sabía nada de ciencia experimental. ¿Qué podía hacer? Se limitó a sentarse en un rincón. Cantó un poco, rezó a Dios, cerró los ojos. Los otros dos pensaron que no era un competidor. «De alguna manera está bien, porque el asunto se ha de decidir entre nosotros dos». Entonces, de pronto, se dieron cuenta de que el hombre religioso había abandonado la habitación, ya no estaba allí. La puerta estaba abierta.
El emperador entró y dijo: «¿Qué estáis haciendo ahora? Se acabó. El tercer hombre está fuera».
Pero ellos preguntaron: «¿Cómo?.. Pero si no ha hecho nada». Así que le preguntaron al hombre religioso, y él les dijo: «Sólo estaba sentado. Recé y una voz en mi interior dijo: "Tú, tonto. Ve y mira. La puerta no está cerrada con llave". No había problema que resolver, de modo que salí».
La vida no es un problema. Si estás intentando resolverla, te la estás perdiendo. La puerta está abierta, nunca ha estado cerrada. Si la puerta estuviera cerrada, los científicos hallarían la solución. Si la puerta estuviera cerrada, los filósofos hallarían un sistema para abrirla. Pero la puerta no está cerrada, por lo que sólo la fe puede servir -sin ninguna solución, sin ninguna respuesta prefabricada-. Empuja la puerta y sal.
La vida no es un acertijo que haya que resolver, es un misterio que hay que vivir. Es un profundo misterio, de modo que confía y déjate llevar. Ninguna discusión -con algún otro o contigo mismo- puede ayudarte. Todas las discusiones son fútiles y tontas.
Ahora entremos en esta bella anécdota:
Según una antigua tradición de ciertos templos zen japoneses, si un
monje que está de paso, y sale airoso de una discusión sobre budismo
con uno de los monjes residentes, puede pasar allí la noche. En
caso contrario, tiene que irse.
Las discusiones pueden darte sólo esto: alojamiento por una noche, nada más.
En el norte de Japón había uno de estos templos, dirigido por dos
hermanos. El hermano mayor era muy erudito y el hermano menor
era más bien tonto y sólo tenía un ojo.
Para dirigir un templo, se necesitan dos tipos de personas: alguien educado y alguien muy tonto. Y así es como todos los templos son dirigidos. En ellos siempre hay estas dos clases de personas: las educadas, que se han convertido en los sacerdotes, y las tontas que les siguen. Así se constituye cualquier templo.
De modo que estas anécdotas son algo más que anécdotas, son indicativas de ciertos hechos. Si la gente tonta desaparece de la faz de la tierra, se acabarán los templos. Si la gente educada desaparece de los templos, se acabarán los templos. Para que exista un templo, se necesita una dualidad. Por esto no puedes encontrar a Dios en un templo, porque no puedes encontrarlo en una dualidad.
Los templos son inventos de la gente lista para explotar a los tontos. Los sacerdotes son la gente más lista, son los mayores explotadores, y explotan de tal forma que ni siquiera puedes rebelarte contra ellos. Te explotan por tu propio interés, te explotan por tu propio bien. Los sacerdotes son los más listos, porque tejen teorías de la nada: todas las teologías, todo cuanto han creado... ¡Tremendo! Se necesita ser inteligente para crear teorías religiosas. Y se dedican a crear edificios tan grandes que al hombre corriente le es casi imposible entrar en ellos. Y utilizan tal jerga, utilizan términos técnicos tan complicados, que no puedes entender de qué están hablando. Y como no puedes entender piensas que son muy profundos. Siempre que no puedes entender algo piensas que es muy profundo: «No llego».
Recuerda esto: Buda habla un lenguaje muy llano que cualquiera puede entender. No es el lenguaje de un sacerdote. Jesús habla en pequeñas parábolas, cualquier persona no educada puede entenderlo, nunca utiliza ninguna jerga religiosa.
Mahavira habla, imparte sus enseñanzas, en el idioma de la gente más sencilla.
Mahavira y Buda nunca utilizaron el sánscrito, nunca, porque el sánscrito era el idioma del sacerdote, del brahmán. El sánscrito es el idioma más difícil. Los sacerdotes lo han hecho muy difícil, han pulido, y pulido, y pulido. La misma palabra sánscrito significa pulir, refinar. Lo han refinado hasta tal punto que sólo si eres muy, muy erudito puedes entender lo que están diciendo, si no, no llegas.
Buda utilizaba el lenguaje del pueblo, el pali, que era el lenguaje de los campesinos. Mahavira usaba el pracrito, que es la forma grosera del sánscrito; el pracrito es la forma natural del sánscrito -no tiene gramática propiamente dicha-. El erudito no ha llegado todavía, no ha refinado las palabras convirtiéndolas en incomprensibles para la gente sencilla. Pero los sacerdotes han venido utilizando el sánscrito, todavía lo utilizan. Nadie entiende hoy el sánscrito, pero ellos siguen hablando en sánscrito porque su profesión depende de crear una brecha, no un puente. Sólo si el pueblo llano no entiende pueden subsistir los sacerdotes. Si el pueblo llano entiende lo que los sacerdotes dicen, éstos están perdidos, porque no dicen nada.
En cierta ocasión el Mulla Nasrudin fue a visitar a un médico, y los médicos han aprendido el truco de los sacerdotes: escriben en latín y en griego, y escriben de tal forma que incluso a ellos mismos les resulta complicado leer sus escritos. Nadie tiene que entender lo que escriben. De modo que el Mulla Nasrudin fue a un médico y le dijo:
-Mire, sea claro. Limítese a decirme los hechos. No utilice latín y griego.
-Si usted insiste y me permite la franqueza -dijo el médico-, no tiene ninguna enfermedad. Lo único que tiene es pereza.
-Muy bien -contestó Nasrudin-, gracias. Ahora escríbalo en griego y en latín, para que se lo pueda enseñar a la familia.
Los listos han estado siempre explotando a la gente sencilla. Por esto Buda, Jesús y Mahavira nunca fueron respetados por los brahmanes, los eruditos, los listos, porque eran destructivos, estaban destruyendo todo su negocio. Si la gente entiende, entonces el sacerdote no es necesario.
¿Por qué? Porque el sacerdote es un mediador. Entiende el lenguaje de Dios. Por eso dicen que el sánscrito es dev-bhas- Jha, el lenguaje de Dios: «¿No sabes sánscrito? Yo lo sé, de modo que me convierto en el eslabón intermediario, me convierto en el intérprete. Dime lo que quieres y se lo diré a Dios en sánscrito, porque él sólo entiende sánscrito». Y naturalmente tienes que pagar por ello.
Éstos son los dos tipos necesarios para un templo.
En el norte de Japón había uno de estos templos, dirigido por dos
hermanos. El hermano mayor era muy erudito y el hermano menor
era más bien tonto y sólo tenía un ojo.
¿Cuál es el simbolismo de un único ojo en esta anécdota? Una persona tonta es de una pieza: nunca duda, siempre está segura, y una persona educada es siempre dual: duda, continuamente se divide en dos. Siempre está discutiendo por dentro, en su interior tiene lugar un continuo diálogo; conoce ambas partes.
Un hombre educado es una dualidad: dos ojos. Un hombre tonto es tuerto: siempre está seguro, no tiene argumentos, no está dividido.
Ésta es la razón de que si miras a una persona tonta, una persona estúpida, tienes la sensación de que se parece más a un santo que un hombre educado. En un santo encontrarás algo parecido al tonto, al estúpido. La cualidad es diferente, pero hay algo igual; la etiqueta es diferente. El tonto está en el primer escalón y el santo está en el último, pero ambos se hallan en los extremos de la escalera. El tonto no sabe, por eso es simple, tiene un ojo. El santo sabe, por eso es simple. También tiene un ojo; le llama el tercer ojo. Los dos ojos se han convertido en el tercero. También es un tuerto. Es una unidad, al igual que el tonto. Pero ¿cuál es la diferencia?
La ignorancia también está rodeada de inocencia, y también la sabiduría. El erudito está entre ambos: es ignorante y piensa que es sabio. Ésta es la división del erudito: es ignorante y piensa que es sabio. No está en este nivel, ni en el otro, cuelga entre ambos. Por esto se halla siempre en tensión. Un ignorante está relajado, un sabio está relajado. El ignorante no ha comenzado su viaje, se encuentra en casa. El sabio ha llegado a su destino, está en casa. El erudito está entre ambos, pidiendo alojamiento en algún monasterio, siquiera por una sola noche; es un vagabundo.
Los bhikkhus budistas han sido vagabundos, y Buda ha dicho: «Sed vagabundos hasta conseguirlo. Sé un vagabundo. No sólo por dentro, sino también por fuera, sé un vagabundo hasta que lo consigas. No te detengas antes». Cuando lo has logrado, cuando te has convertido en siddha, en buda, entonces se te permite sentarte.
La ignorancia y la sabiduría tienen una cualidad que comparten: la inocencia; ninguna de las dos es astuta. Por eso ha sucedido en alguna ocasión que un hombre de Dios ha sido considerado como un hombre tonto, un loco, el loco de Dios. San Francisco es conocido como el loco de Dios. ¡Lo era! Pero ser el loco de Dios es la mayor de las sabidurías, porque el ego se ha perdido. No dices que sabes, eres un loco porque no te atribuyes sabiduría. Y si no lo haces, ¿quién va a aceptar que eres un conocedor? Incluso cuando te la atribuyes, nadie lo acepta. Tienes que clavada con un martillo en las cabezas de los demás. Tienes que hacerles callar, discutir con ellos. Cuando no pueden decir nada más, entonces, de mala gana, aceptan que quizás, sólo quizás, seas un sabio. Pero siempre dirán "quizás". Dejarán abierta la posibilidad de poder negarlo algún día.
Y sino pretendes nada, ¿quién va a aceptarte? Y si tú mismo dices «Soy un ignorante, no sé nada», ¿quién va a pensar que eres un sabio? La gente va a aceptarlo inmediatamente si dices: «No sé». Dirán: «Ya lo sabíamos. Lo aceptamos, estamos totalmente de acuerdo contigo en que no sabes nada».
¡El loco de Dios! Si lees una de las grandes novelas de Dostoyewsky, te darás cuenta de lo que significa este loco de Dios. Dostoyewsky siempre tiene, en sus muchas novelas, un personaje: que es el loco de Dios. Está en Los hermanos Karamazov. Es inocente, puedes explotarlo. Incluso si lo explotas, confiará en ti. "'Puedes destruirlo, pero no puedes destruir su confianza: ésta es su belleza.
¿Qué te pasa, a ti? Si una persona te engaña. La humanidad toda se convierte en el mentiroso. Si un hombre te engaña, has perdido tu confianza en el "Hombre” -no en este hombre, sino en toda la humanidad-. Si dos de tres personas te engañan tú crees que no existe el hombre digno de confianza. Toda confianza ha desaparecido.
Es como, ¡si desde el principio no quisieras confiar! Y estas dos o tres personas te han dado la excusa. Si no fuera así, dirías: «Este hombre no es digno de confianza pero ¿”toda la humanidad”? No lo se, de modo que debo confiar, tengo que confiar, de lo contrario». Y... si eres un hombre capaz de ver, dirás: «No, sólo este hombre. Es totalmente indigno de confianza; fue en ese momento, si digo que este hombre puede haber sido indigno de confianza en el pasado, pero ¿quién sabe si seguirá siéndolo en el próximo momento? Porque los santos pueden volverse pecadores, y los pecadores pueden convertirse en santos.
La vida es un movimiento. Nada es extático. En ese momento el hombre ¡era débil!, pero en el próximo momento puede recobrar el control, no volverá a engañar por lo que al día siguiente si vuelve; "volverás a confiar en él, porque este día es diferente, "este hombre es diferente”, el Ganges nunca es igual, por tanto, no es el mismo río.
Sucedió una vez que un hombre fue y le pidió al Mulla Nasrudin un poco de dinero. Nasrudin conocía a ese hombre, sabía bien que no le iba a devolver el dinero, pero era una suma tan pequeña que pensó: «Que se lo lleve; aunque no me lo vaya a devolver, nada se pierde. ¿Por qué decir "no" por una suma tan pequeña?». De modo que le dio el dinero.
Tres días después, el hombre volvió. Nasrudin estaba sorprendido: Parecía imposible, era un milagro que este hombre hubiera vuelto. Dos o tres días más tarde el hombre volvió de nuevo y pidió una fuerte suma. Nasrudin dijo:
-¡No! La última vez me engañaste y no voy a permitir que suceda otra vez.
-¿Qué estás diciendo? -dijo el hombre-. La última vez te devolví el dinero.
-Cierto, me lo devolviste, pero me engañaste, porque yo no creía que me lo devolverías. Pero esta vez, no. Ya está bien. La última vez actuaste contra mis expectativas. Pero ya basta; ahora no voy a dártelo.
Así es como funciona la mente astuta.
En este templo, uno era ignorante -un hombre sencillo, tuerto, seguro-. Otro era un estudioso, y el estudioso siempre estaba cansado porque trabajaba mucho por nada. De modo que ocupado sin ocupación, estaba siempre cansado.
Cierta tarde un monje llegó a pedir alojamiento. El hermano
mayor estaba muy cansado, pues había estado estudiando
durante muchas horas...
Es imposible encontrar un estudioso que no esté cansado. ¡Ve y observa! Ve a los pandits de Kashi y observa. Siempre cansados, siempre cansados, trabajando tanto -con palabras-. Recuerda, incluso un obrero no está tan cansado, porque él está trabajando con la vida. Cuando trabajas sólo con las palabras, fútiles palabras, únicamente con la cabeza, te cansas. ¡La vida es vigorizadora! ¡La vida rejuvenece! Si vas al jardín y trabajas, sudas pero estás ganando más energía, no estás perdiendo. Sales de paseo y ganas más energía, porque estás viviendo en el momento. Si te limitas a encerrarte en tu estudio con palabras, te dedicas a pensar y pensar, es un proceso tan muerto que estarás cansado. Un estudioso está siempre cansado. Un tonto está siempre fresco, un santo está siempre fresco también. Tienen muchas cualidades similares.
...así que le dijo al hermano menor que fuera y se hiciera cargo de
la discusión.
-Pide que el diálogo tenga lugar en silencio- dijo el hermano
mayor.
Porque sabía que su hermano era tonto. De modo que el silencio es de oro si eres tonto, y también es de oro si eres un santo. Si sabes algo, te mantendrás callado. Si no sabes, es mejor mantenerse callado.
Un sabio se calla porque sabe y cuanto sabe no puede ser dicho. Un tonto tiene que estar callado porque, diga lo que diga, le cazarán. Un tonto puede engañar si se calla, pero no si habla, porque cualquier cosa que salga de él demostrará su tontería. Este hermano estudioso sabía bien que su hermano menor no era hombre de muchas palabras, era un hombre sencillo, inocente, ignorante, por eso le dijo: «Pide que el diálogo tenga lugar en silencio».
Poco después el viajero se acercó al hermano mayor y dijo.
-Qué tipo tan encantador es tu hermano-.
Este otro debía ser también un estudioso, y si un tonto se calla puede derrotar a un estudioso. Si hablas te descubrirán, porque entonces entras en el mundo del estudioso. Con palabras, no puedes ganar.
Este otro era también un estudioso, un hombre de palabras. Le hubiera sido muy difícil mantenerse en silencio y discutir. ¿Cómo discutir? Si no puedes hablar, sólo emplear gestos, todo el asunto se vuelve mudo y toda tu listeza desaparece, porque si no puedes hablar y el habla es tu mayor habilidad... Por ello si un estudioso no sabe mantenerse callado puede- ser vencido por un tonto, porque su habilidad, que se basaba en las palabras, se pierde.
En silencio, es un tonto -éste es el significado-. Por eso los eruditos nunca están callados, siempre hablan. Si nadie está presente, hablan consigo mismos, pero hablan. Hablan, y hablan, y hablan, por dentro y por fuera, porque hablando así su habilidad aumenta, se vuelven más eficientes. Pero si se topan con el silencio, de pronto todo su arte desaparece. Son más tontos que un tonto. Hasta un tonto puede vencerles. Están fuera de su mundo profesional, están simplemente desconectados. Se sienten seguramente en un gran aprieto.
...dijo: «Qué tipo tan encantador es tu hermano. Ha ganado
limpiamente la discusión, por lo que tengo que irme.
Buenas noches».
Si encuentras un hombre educado, guarda silencio. Hazle frente con gestos. Le vencerás, porque no sabe nada de este tipo de lenguaje, no sabe nada del silencio. De hecho, es muy difícil para él quedarse callado. El viajero pensó inmediatamente que había sido vencido, por lo que debía irse y buscar otro monasterio antes de que se hiciera demasiado tarde, y encontraría un tipo con el que discutir hablando, intelectualmente.
Los gestos están vivos; cuando mueves la mano, todo tu ser la mueve. Cuando miras con los ojos, todo tu ser brota de ellos. Cuando caminas, caminas como un hombre total. Tus piernas no pueden caminar por sí mismas, pero tu cabeza puede ir dando vueltas y más vueltas por sí misma. La cabeza puede hacer tal cosa. Ninguna otra parte del cuerpo puede volverse autónoma. De modo que si quieres estudiar a un hombre, no escuches lo que dice y mira en cambio cómo se comporta, cómo entra en la habitación, cómo se sienta, cómo anda, qué aspecto tiene. Observa sus gestos, éstos revelarán la verdad.
Las palabras son engañosas. Hablamos no para revelar, sino para ocultar. Así que calla y observa a la persona. El lenguaje del cuerpo es más verdadero que el de tu cabeza. Además es muy, muy natural; proviene de la fuente misma, por lo que es muy difícil engañar con él. Puedes estar diciendo: «Estoy bien», pero tus ojos, tu misma actitud, la forma en que te mantienes en pie, dice que sabes que no es cierto. Puedes decir con tus palabras que confías, pero todo tu cuerpo tiembla y muestra que no es así.
Cuando entra un ladrón, entra de una forma diferente. Cuando aparece un mentiroso, aparece de una forma diferente. Cuando camina un hombre sincero, camina diferentemente. No tiene nada que ocultar, no tiene motivo para engañar. Es sincero, su modo de andar es inocente. Basta con que hagas algo que tienes que ocultar, y entonces obsérvate: tu cuerpo dirá que todo es diferente. Hasta caminando estás ocultando algo. Tu estómago está tenso, estás alerta, tus ojos miran a todas partes para ver si alguien te observa o no, si te han cogido o no. Tus ojos son astutos, no son remansos de inocencia; se vuelven maliciosos. Observa tus movimientos corporales, te darán una imagen más auténtica de ti mismo. No hagas caso de las palabras.
Yo tengo que hacer esto continuamente. La gente se acerca a mí con toda clase de engaños. Tengo que observar sus gestos, no lo que dicen. Pueden estar tocando mis pies y toda su actitud muestra ego, de modo que el tocamiento de pies es inútil. Lo están manipulando. No sólo están engañándome a mí, se están engañando a sí mismos. Toda su actitud dice: «¡Ego!», mientras que todo lo que dicen con palabras es humildad.
No puedes engañar con el cuerpo; tu cuerpo es más sincero que tu mente. Y todas las religiones que han sido inventadas por los sacerdotes te dicen: «Tienes que estar contra el cuerpo y a favor de la mente», porque el sacerdote vive en la
mente, explota con la mente. Con el cuerpo es imposible explotar; el cuerpo es auténtico. Siglos de vida inauténtica no han sido capaces de destruir la autenticidad del cuerpo. El cuerpo sigue siendo auténtico, muestra claramente quién eres.
-Ha ganado limpiamente la discusión, por lo que tengo que irme.
Buenas noches.
-Antes de marchar -dijo el" hermano mayor-, te ruego que
me cuentes cómo fue el diálogo.
¡Se siente perplejo. ¿Cómo puede ser listo el tonto de su hermano? ¿Qué ha sucedido? Es un perfecto estúpido, ¿cómo pudo discutir, cómo pudo debatir, cómo pudo ganar? De modo que preguntó.
-Bien -dijo el viajero-, en primer lugar levanté un dedo para
representar a Buda.
Porque un hombre de estudios utiliza los gestos como si fueran palabras, porque conoce tan sólo un lenguaje. Si besa a su amada, por dentro pronunciará la palabra "beso". Esto es una tontería; estás besando, no es necesario repetir "beso" interiormente; pero él lo hará. Obsérvate a ti mismo: haciendo el amor, por dentro dirás: «Estoy haciendo el amor». ¡Qué tontería! Nadie te lo pregunta. No hay nadie a quien decírselo.
¿Por qué lo vas repitiendo? ¿Por qué?, siempre que haces algo, lo verbalizas. "Porque sin verbalizar no estás "cómodo”. Con la palabra Dios, todo va bien; por esto un hombre de estudios irá al templo, a la mezquita, a la iglesia, también allí se dedica a charlar. Charlará con Dios... palabras.
Soren Kierkegaard dijo: «Cuando entré en la iglesia, al principio acostumbraba hablar. Solía decir cosas, quejarme, rezar. Pero luego, poco a poco; me sentí ridículo. Le estoy hablando y no le estoy dando ninguna oportunidad de que me hable. Es mejor escuchar; cuando estás ante Dios, es mejor escuchar». De modo que dejó de hablar. Poco a poco, abandonó todas las oraciones. Se limitaba a ir a la iglesia y sentarse "en silencio”, pero en este silencio también había palabras por dentro. No las estaba utilizando por fuera, pero giraban en su interior.
Así que, poco a poco, también tuvo que abandonar las palabras interiores solo así se hace posible escuchar. Entonces entras en una dimensión totalmente diferente, de escucha, de pasividad, de receptividad. Te conviertes en una matriz. Entonces puedes recibir la verdad, porque no estás hablando, porque no eres agresivo. En ese instante sólo Dios está trabajando y tú le permites que lo haga. Entonces Kierkegaard se volvió absolutamente silencioso; y dejó de ir a la iglesia. Alguien preguntó: «¿Por qué? ¿Por qué has dejado de ir a la iglesia?». Él dijo: «Ahora he aprendido lo que significa la iglesia; sólo significa estar callado y escuchar. Esto "puede" hacerse en todas partes, y es mejor hacerlo en otra parte, porque mucha gente va allí, a la, iglesia a hablar. Me molestan. Es mejor bajo un árbol. Es mejor bajo el cielo».
Y la iglesia es más grande allí, más natural. Y si tienes que estar callado, piensa que Dios está en todas partes. Si tienes que hablar: ve al templo. Pero si tienes que estar callado, ¿por qué ir a algún sitio? Dios está en todas partes, pero tú no puedes estar callado. Haces algo y lo repites por dentro. Tienes hambre y dices: «Tengo hambre». ¿No basta con tener hambre? Si no lo dices, no estás cómodo; te has vuelto adicto a las palabras.
Este hombre... debió de haber sido un estudioso, un auténtico estudioso:
-Bien -dijo el viajero-, en primer lugar levanté un dedo para
representar a Buda. Entonces tu hermano levantó dos dedos,
para representar a Buda y su doctrina (el Dharma).
El hombre que no puede usar un gesto sin palabras traducirá los gestos del otro a palabras. Fíjate en la conexión. ¿Qué sucede? Conectarás el gesto del otro de la misma manera que interpretas tus propias palabras.
Pensaba: «Este dedo. Un dedo representa...». Un dedo no representa nada. Un dedo se basta a sí mismo. Un dedo es un dedo. ¿Por qué hacer de él un representante? No es el representante de nadie. Y el dedo es tan bello, ¿por qué tiene que representar algo? Pero a la mente le gustan las cosas de segunda mano. El dedo no basta, tiene que representar algo.
Si miras una flor, no puedes mirar la flor directamente; inmediatamente tiene que representar algo. De modo que dices: «Es igual que la cara de mi mujer». Si miras la luna, dices: «Es como la cara de mi amada». Qué tontería. La luna es la luna. Entonces cuando miras la cara de tu amada, dirás: «Es como la luna». Ni la luna se basta a sí misma, ni la cara de tu amada se basta a sí misma. Pero todo se basta a sí mismo. Nada representa a otra cosa.
Todo el mundo se representa únicamente a sí mismo. Cada uno es original, único. Nadie es una copia. Y cuando dices que el dedo representa a Buda, Buda se ha convertido en el original, el dedo se ha convertido en la copia. ¡No! Este Buda no lo puede permitir. ¡No lo puedo permitir! El dedo es tan bello cuando no representa a nadie. Pero si piensas que tu dedo representa a Buda, entonces los otros dos dedos representarán a Buda y su Dharma, su doctrina. Porque tu manera de entender al otro no es escuchándolo. Entiendes al otro escuchando tu propia mente. Interpretas al otro. Cuando yo digo algo, nunca creas que has oído lo mismo. Cuando yo digo algo, tú oyes algo, pero esto no tiene que ver conmigo; tiene que ver con tu propio proceso mental.
El proceso mental del monje que estaba de paso era: «Este dedo representa a Buda». Y cuando el otro levantó dos dedos ni sospechó qué quería decir. No puedes entender al otro si tienes palabras dentro, porque en este caso todo se conecta con tu palabra, con tu proceso mental, y entonces se colorea. El viajero pensó está diciendo que hay dos cosas, no una: Buda y su Dharma, su doctrina, su ley.
«Así que yo levanté tres dedos», fíjate en la conexión interna. No estás comunicando de ninguna manera con el otro. Estás comunicando contigo mismo. Esto es lo que quiere decir locura. Locura significa no conectar con el otro, es limitarse a ir hacia dentro y conectar tu nuevo momento con el pasado, la nueva experiencia con el pasado, interpretarla, colorearla.
«Así que yo levanté tres dedos», porque si dice «Buda, Dharma», yo diré «Buda, Dharma, sangha», Buda, su doctrina y sus seguidores.
Éstos son los tres refugios budistas. Cuando un bhikkhu quiere ser iniciado, se convierte en un bhikkhu, dice: «Buddham sharanam gachchhami», voy, me refugio en Buda. «Dhammam sharanam gachchhami», me refugio en la doctrina. «Sangham sharanam gachchhami», me refugio en la sangha, en los seguidores de Buda. Éstos son los tres refugios, las tres joyas del budismo.
Pero este hombre no se fija en lo que el otro está haciendo, ¡totalmente inconexo!, de modo que levantó tres dedos.
-Así que yo levanté tres dedos, para representar a Buda, su doctrina y sus seguidores. Entonces tu avispado hermano agitó su puño cerrado ante mi cara, para indicar que los tres procedían de un mismo acto de comprensión.
Dicho lo cual el viajero se marchó.
Poco después llegó el hermano menor, con un aire muy preocupado.
-Me he enterado de que ganaste la discusión -dijo el hermano mayor.
-No gané nada -dijo el hermano menor-. Este viajero es un hombre muy bruto.
-¿Si? -dijo el hermano mayor-. Dime el tema de la discusión.
-Pues -dijo el hermano menor-, en cuanto me vio, levantó un dedo para insultarme indicando que sólo tengo un ojo.
Entiendes según tú mismo: lees un libro, entiendes sólo lo que ya sabes. Y escuchas, pero interpretas con el pasado, tu pasado se mezcla. Un hombre tuerto tiene siempre presente la herida. Acarrea una herida; en todas partes espera el insulto. Nadie se preocupa de ti, pero si tienes una sensación de inferioridad, andas buscando quién te va a insultar. Estás seguro de que ocurrirá, y entonces interpretarás. El otro acaso está diciendo «Buda», pero tú crees que está indicando que sólo tienes un ojo. Nadie se preocupa de tus ojos, pero interpretamos según entendemos.
Un hombre se acercó a Bayazid, un místico sufí, y le hizo una pregunta. Bayazid le dijo: «Vuelve dentro de un año, porque ahora mismo estás enfermo. Tu interior está agitado y no puedo decirte la verdad porque no la entenderías, la interpretarías mal. Así que intenta durante un año mantenerte sano, callado, meditativo y luego vuelve. Si entonces me parece que puedes escuchar, te lo diré. Si no, acude a algún otro».
El hombre escuchó y se marchó. Durante un año se esforzó en permanecer sano, callado, tranquilo, pero nunca volvió.
Por lo que Bayazid preguntó:
-¿Qué le sucedió a aquel buscador?
Dijo alguien:
-Le preguntamos: «¿Por qué no vuelves?», y él dijo: «Ahora ya no necesito volver, porque puedo entender desde aquí, en donde estoy, lo que Bayazid puede decir».
Ésta es la paradoja: cuando no estás preparado, preguntas, pero entonces no se te puede decir nada. Cuando estás preparado no preguntas, pero sólo entonces se te puede decir algo.
Si eres tuerto, estás siempre buscando insultos, y si buscas insultos los encontrarás: éste es el problema. Si estás buscando algo, ésta es la desgracia: lo encontrarás. No es que nadie te esté insultando; lo encontrarás. De modo que no busques este tipo de cosas, porque las encontrarás en todas partes.
Alguien reirá, no de ti, porque ¿quién eres tú? ¿Por qué piensas que eres el centro del mundo? Ésta es una actitud egoísta. Vas por una calle y alguien ríe y piensas que se ríen de ti. ¿Por qué de ti? ¿Quién eres tú? ¿Por qué estás seguro de que eres el centro de todo el mundo? Alguien ríe: se ríe de ti; alguien insulta: te insulta; alguien se enfada: se enfada contigo.
En toda mi vida, no he encontrado ni una sola persona que estuviera enfadada conmigo. Mucha gente estaba enfadada, pero nadie estaba enfadado conmigo, porque yo no soy el centro del mundo. ¿Por qué iban a estar enfadados conmigo? Están enfadados; esto es algo relacionado consigo mismos, no conmigo. Me he topado con gente violenta hacia mí, pero no eran violentos hacia mí. Esta violencia venía de su pasado; yo no era la causa de su origen. Yo era quizás la excusa, pero no la causa. Sólo una excusa: si yo no hubiera estado allí, cualquier otro hubiera provocado esa misma reacción en ellos; algún otro se hubiera convertido en la víctima. Por lo que era una coincidencia que yo estuviera allí.
Cuando tu mujer se enfada contigo, es una coincidencia que estés allí. ¡Huye! Y no pienses demasiado en que está enfadada contigo. Estaba enfadada, tú estabas allí, esto es todo. Se hubiera enfadado con la criada, el niño, el piano, con cualquier cosa.
Todo el mundo vive a través de su pasado. Sólo los budas viven en el presente. Nadie más.
Ese hombre pensó: «Bien, me está mostrando que sólo tengo un ojo. Es un grosero. Me está insultando, dice que tengo sólo un ojo. Pero como era forastero, pensé que tenía que ser cortés».
Pero en el momento en que piensas que debes ser cortés, no eres cortés. ¿Cómo puedes serlo? La idea se ha colado: si piensas que el otro es grosero, te has vuelto grosero. No hay una pregunta ahora, porque la misma idea "el otro es grosero" se produce porque tu propia grosería ha aflorado. A través de tu grosería el otro parece grosero, le has coloreado. El otro muestra su dedo representando a Buda, ni siquiera ha mirado tu ojo. No le importa, sólo quiere cobijo.
Un Buda... y la interpretación de «Me está mostrando que sólo tengo un ojo; es grosero». Cuando piensas de alguien que es grosero, mira atrás: tú eres grosero. Por eso lo interpretas así.
Pero ¿por qué eres grosero? Porque tu grosería es una manera de proteger tu herida. La gente grosera está siempre sufriendo de sentimientos de inferioridad. Si una persona no está de alguna manera aquejada de complejo de inferioridad, no será grosera. La grosería es su protección. Mediante la grosería, protege su herida. Dice: «No te permitiré que toques mi herida. No te permitiré que me golpees».
Protege, pero la protección se convierte en “proyección”. Piensa que eres grosero, sólo entonces puede serlo el otro. Ésta es una manera de ser grosero. Primero tienes que probar que el otro es grosero, y tu ego dice aún: «Intentaré ser cortés».
Cuando eres cortés, tu cortesía no es sino una fachada. Por dentro, ha aparecido la grosería, y pronto o tarde explotará.
Pero como era forastero, pensé que tenía que ser cortés, por lo que yo levanté dos dedos, felicitándole por tener dos ojos.
Esto es simplemente falso. ¿Cómo puedes felicitar a una persona si te sientes insultado? Si sientes que tienes un ojo y los otros tienen dos, ¿cómo puedes felicitar? En el fondo puedes sentirte envidioso, pero ¿cómo puedes felicitar? ¿Cómo puede la felicitación nacer de la envidia? Pero todas tus felicitaciones nacen así. Es un modo cortés, es educación, etiqueta. Si eres vencido por alguien, incluso entonces le felicitas por la victoria. ¡Qué falsedad! Si fueras tal persona en realidad no hubieras luchado de ninguna manera. Cuando luchabas eras el enemigo, y ahora estás vencido y vas y le felicitas. En el fondo no hay más que envidia, estás hirviendo, quisieras matar a ese hombre. ¿Lo intentarás? en el futuro, ¡ya verás!
Pero la sociedad necesita de la etiqueta. ¿Por qué? Porque todo el mundo es violento. Si no hubiera etiqueta, saltaríamos al cuello del prójimo continuamente. La sociedad tiene que crear barreras. No se os puede permitir que ataquéis al otro siempre, de lo contrario la vida sería imposible.
Pero en realidad sí estáis continuamente saltando al cuello del prójimo. Tu etiqueta, tu cultura, tus modales civilizados, no hacen más que ocultar este hecho. No permiten que tenga lugar una verdadera civilización. Se vive algo falso, por esto se necesita cada diez años una gran guerra, en la que toda etiqueta, todos los modales, toda moralidad son abandonados y las personas se lanzan unas contra otras sin ningún sentimiento de culpa. Entonces matar se convierte en el juego; cuanto más asesinas, más grande eres. Cuanto más grosero eres, mejor guerrero se te considera.
Y de regreso a vuestro país seréis recibidos como héroes; Pad-mabhushan, Mahavirachakra, la Cruz de la Victoria, os serán dadas. Os darán medallas. ¿Por qué os dan tales medallas?
Por convertiros en bárbaros, en asesinos; y como has sido un gran asesino, tu país te entrega esta medalla. Y llamamos civilizados a estos países, donde los asesinos de masas son reconocidos, apreciados... eso sí, si alguien mata a una persona va a la cárcel, una acción así no puede tolerarse. Cuando toda la sociedad se vuelve loca, estalla la guerra; todo se pone a un lado, se permite que los hombres muestren su verdadera naturaleza. Por eso todo el mundo se siente feliz cuando hay una guerra. Debería ser de otro modo, pero no; no sentís porque ahora se os permite ser animales. Siempre quisisteis serlo. Vuestra cultura, vuestra etiqueta, vuestros modales son meros modos pulidos tras los que esconder el animal. Este hombre dijo:
...Por, lo que yo levanté dos dedos, felicitándole por tener dos ojos. Ante lo cual, el miserable grosero levantó tres dedos, como queriendo decir que entre los dos sólo teníamos tres ojos.
Hagas lo que hagas, tu herida estará ahí. El otro está diciendo: «Las tres Joyas de Buda», pero para ti es sólo la herida que vuelve. Intentaste ser cortés, intentaste no ser grosero, incluso intentaste felicitar. Pero tú eres tú, tu mente continúa.
Ahora está mostrando tres dedos. De nuevo tu mente aparece y dice: «¡Este energúmeno! Está diciendo que entre los dos tenemos tres ojos». De nuevo está señalando que tienes un solo ojo. Esto es demasiado. iYa basta!
... por lo que me enfadé y le amenacé con darle un puñetazo en la nariz.
Así que se fue.
Estaba enfadado desde el principio. Antes de encontrarse con el otro ya estaba enfadado, porque no puedes crear enfado si éste no está presente. Sólo puedes crear cosas que ya están presentes, tu creación no viene de la nada. Es tan sólo que un estado inmanifestado se vuelve un estado manifestado. La cólera está ahí, no necesitas crearla. Alguien se convierte en la excusa y aflora. No estás enfadado con él, no es la causa. Estás acarreando la cólera y él se ha convertido en la excusa. El enfado está dentro; nadie puede hacerte enfadar si no estás ya enfadado. Pero siempre pensamos que alguien nos hace enfadar, alguien nos deprime, alguien nos hace esto o lo otro.
Nadie te hace nada. Incluso si te dejan solo estarás enfadado, estarás colérico. Aunque todo el mundo desaparezca, habrá momentos en que estarás triste, momentos en que te sentirás feliz, otros en los que estarás enfadado, o bien te sentirás muy benevolente.
Es la manifestación de tu historia interior. Esto es lo que llega a entender un hombre con capacidad de comprensión: que todo es una manifestación de mí mismo. Tú me das sólo la oportunidad, la situación, pero el resto es una manifestación de mí mismo.
Una semilla cae en la tierra, germina, empieza a crecer un árbol. La tierra, el aire, las lluvias, el sol, le están dando una oportunidad, pero el árbol estaba escondido en la semilla. Tú acarreas todo el árbol de tu manifestación; los demás se convierten en la oportunidad. Cuando suceda algo, no mires afuera, mira adentro, porque lo que está sucediendo se halla conectado con tu pasado, no con la persona allí presente.
... me enfadé y le amenacé con darle un puñetazo en la nariz. Así que se fue.
El hermano mayor se rió.
El hermano mayor podía ver ambos puntos de vista. Por una parte, el vagabundo educado no había hablado a este hombre, su hermano no había gesticulado para él. Por otra parte, el tonto de su hermano no entendió los gestos de aquél. No se tocaron; entre ellos había habido un abismo, sin puente.
Discutieron, concluyeron. Uno fue vencido, otro fue vencedor, y nunca se encontraron, ni por un instante. Se rió.
Esta risa puede convertirse en iluminación, en comprensión profunda, en transformación. Si esta risa no se debe a la estupidez de este hermano o a la estupidez de aquel vagabundo, si esta risa se debe a toda la situación: cómo funciona la cabeza, cómo dos cabezas, dos pasados, pueden no encontrarse nunca, cómo dos mentes siempre permanecen separadas, no hay para ellas modo de encontrarse y mezclarse una con otra. Si se ríe de la situación en conjunto, no de este hermano o de aquel vagabundo educado, porque si se ríe de este hermano o de aquel vagabundo educado, esta risa no puede convertirse en iluminación, seguirá siendo el mismo, si se ríe de la situación en su conjunto: cómo funciona, cómo argumenta la mente, cómo trabaja dentro de sí misma, sin salir nunca, cómo siempre está cerrada, nunca abierta, cómo la mente sólo es un sueño interior, una pesadilla... Si entiende esto, esta risa se convertirá en un estallido. El cubo, todo el cubo caerá, el agua se derramará; ni agua, ni luna.
Basta por hoy.
con uno de los monjes residentes, puede pasar allí la noche. En caso
contrario, tiene que irse.
En el norte de Japón había uno de estos templos, dirigido por dos
hermanos. El hermano mayor era muy erudito y el hermano menor era
más bien tonto y sólo tenía un ojo.
Cierta tarde un monje llegó a pedir alojamiento. El hermano mayor
estaba muy cansado, pues había estado estudiando durante muchas horas,
así que le dijo al hermano menor que fuera y se hiciera cargo de la
discusión.
-Pide que el diálogo tenga lugar en silencio -dijo el hermano mayor.
Poco después el viajero se acercó al hermano mayor y dijo:
-Qué tipo tan encantador es tu hermano. Ha ganado limpiamente la
discusión, por lo que tengo que irme. Buenas noches.
-Antes de marchar-dijo el hermano mayor-,
te ruego que me cuentes cómo fue el diálogo.
-Bien -dijo el viajero-, en primer lugar levanté un dedo para representar
a Buda. Entonces tu hermano levantó dos dedos para representar a
Buda y su doctrina. Así que yo levanté tres dedos, para representar a
Buda, su doctrina y sus seguidores. Entonces tu avispado hermano agitó
su puño cerrado ante mi cara, para indicar que los tres procedían de un
mismo acto de comprensión.
Dicho lo cual el viajero se marchó.
Poco después llegó el hermano menor, con un aire muy preocupado.
-Me he enterado de que ganaste la discusión -dijo el hermano mayor.
-No gané nada -dijo el hermano menor-. Este viajero es un hombre
muy bruto.
-¿Si? -dijo el hermano mayor-. Dime el tema de la discusión.
-Pues -dijo el hermano menor-, en cuanto me vio, levantó
un dedo para insultarme indicando que sólo tengo un ojo.
Pero como era forastero, pensé que tenía que ser cortés, por
lo que yo levanté dos dedos, felicitándole por tener dos ojos.
Ante lo cual, el miserable grosero levantó tres dedos, como
queriendo decir que entre los dos sólo teníamos tres ojos,
por lo que me enfadé y le amenacé con darle un puñetazo en
la nariz. Así que se fue.
El hermano mayor se rió.
Todas las discusiones son fútiles y estúpidas. La discusión es tonta en sí misma, porque nadie puede llegar a la verdad mediante la discusión, mediante el debate. Podrás conseguir alojamiento para la noche, pero nada más. Lo que explica esta costumbre.
Es una tradición preciosa. En cualquier templo zen del Japón, durante muchos siglos, si pides alojamiento tienes que discutir. Si ganas la discusión puedes quedarte, esto es muy simbólico, pero sólo por una noche. Llegada la mañana debes irte. Lo cual indica que mediante la discusión, la lógica, el razonamiento, nunca alcanzarás el objetivo, sólo alojamiento por una noche. Y no te engañes pensando que el alojamiento por una noche es el objetivo. Tienes que continuar. Por la mañana tienes que ponerte de nuevo en camino.
Pero muchos se han engañado a sí mismos. Piensan que todo cuanto han conseguido mediante la lógica es el objetivo. El alojamiento nocturno se ha convertido en el no va más. Ya no avanzan y muchas mañanas han pasado. La lógica puede llevar a conclusiones hipotéticas, nunca a la verdad.
Y recuerda que lo que se aproxima a la verdad es también una mentira, porque ¿qué significa? Algo es verdadero o falso; no hay término medio. Algo es verdadero o no lo es... No puedes decir que es cierto a medias; no existe algo así, como tampoco existe un semicírculo, porque la misma palabra círculo significa lo completo. Los semicírculos no existen. Si es medio, no es un círculo.
Las medias verdades no existen. La verdad es el todo, no puedes tenerla a trozos, no puedes poseerla por partes.
Una verdad aproximada es un engaño, pero la lógica sólo puede llevar al engaño. Puedes conseguir alojamiento para una noche, sólo para retirarte, relajarte, pero no hagas -de él tu hogar. Por la mañana, tienes que seguir adelante, el viaje no puede acabar ahí. Por la mañana deberás volver a empezar, una y otra vez. Relájate en la lógica, en el razonamiento, pero no te quedes con esto, no te pares ahí, y recuerda continuamente que tienes que seguir.
Es una bella tradición. Y una cosa que hay que entender de la tradición y el significado: es simbólico. Segunda cosa: todas las discusiones son tontas, porque si mantienes una actitud de confrontación nunca podrás entender al otro. Todo cuanto te diga será mal interpretado. Una mente decidida a ganar, a conquistar, no puede entender. Es imposible, porque la comprensión necesita una mente no violenta. Cuando intentas salir victorioso, estás siendo violento.
La discusión es violencia. Puedes matar con ella, no puedes resucitar con ella. No puedes dar vida con ella, puedes asesinar con ella. Las verdades pueden ser asesinadas mediante discusión, pero no pueden ser resucitadas. Es violencia; la actitud misma es violenta. En realidad no pretendes la verdad, pretendes la victoria. Cuando el objetivo es la victoria, puedes sacrificar también la victoria.
El objetivo debe ser la verdad, no la victoria, porque cuando el objetivo es la victoria eres un político, no un hombre religioso. Eres agresivo, estás intentando de alguna manera subyugar al otro, dominarlo y tiranizado. Y la verdad nunca puede convertirse en una dominación, nunca puede destruir al otro. La verdad nunca puede ser una victoria en el sentido de que has subyugado al otro. La verdad aporta humildad. No son ego-trips, pero todas las discusiones son ego-trips. Por lo que la discusión nunca puede llevar a lo real; siempre conduce a lo irreal, lo falso, porque el mismo fenómeno que persigues, la victoria, es estúpido. La verdad gana, no tú, no yo. En una discusión tú ganas, o yo gano, la verdad nunca gana.
Los buscadores auténticos permitirán que la verdad venza a ambos. Los participantes en una discusión pretenden que la victoria les pertenezca a ellos, no debe pertenecer al otro. En la verdad, no hay otro. En la verdad, nos encontramos y nos convertimos en uno. Así que ¿quién puede ser el vencedor y quién el vencido? En la verdad, nadie resulta vencido. En la verdad, la verdad gana y nosotros nos perdemos. Pero en la discusión yo soy yo y tú eres tú; en realidad no existe un puente.
¿Cómo puedes comprender al otro cuando estás en contra de él? La comprensión es imposible. La comprensión necesita simpatía, participación. Comprender significa escuchar al otro, sólo entonces florece la comprensión. Pero si estás discutiendo algo, debatiendo, razonando, no estás escuchando al otro, sólo finges estar escuchando. En el fondo estás preparándote, en el fondo ya has dado el siguiente paso, lo que vas a decir cuando el otro acabe. Estás preparándote para refutarlo. ¡No le has escuchado, y estás intentando refutarle!
En realidad, la verdad no tiene importancia en una discusión, en un debate. Por lo que éste nunca es una comunicación, es imposible llegar a una comunión mediante el debate. Puedes discutir, pero cuanto más discutes... más te separas del otro. La separación, se convierte en un abismo; no puede haber terreno común. Por esto los filósofos nunca coinciden, los pandits nunca coinciden: son grandes discutidores. Se abre un abismo entre ellos. No pueden coincidir con el otro; esto es imposible.
Sólo los amantes coinciden pero los amantes no pueden discutir, pueden comunicar. Por esto en Oriente hay una insistencia tan grande en shraddha: confianza, fe. Si discutes con tu maestro, se ensancha la brecha. Entonces es mejor seguir adelante; deja que este maestro sea el refugio de una noche, pero sigue adelante. Quedarte con él no te llevará a ninguna parte, la brecha se hará más grande. Si eres discutidor, no puede salvarse esa distancia. Es imposible. Confianza significa simpatía; confianza significa que no estás discutiendo -has venido a escuchar, no a discutir-. Has venido a entender, no a discutir. No has venido a vencer; en todo caso estás dispuesto a perder.
El auténtico discípulo está siempre intentando que el maestro le venza. Éste es el momento más grande en la vida del discípulo, cuando es totalmente destruido y derrotado. No es que el maestro vaya a ganar; él va a ser derrotado, el discípulo va a ser vencido. Y cuando el discípulo ya no existe, ha sido completamente derrotado, ha desaparecido, sólo entonces se ha tendido un puente sobre la brecha, se ha salvado el abismo y el maestro te puede penetrar.
Por eso sucedió que los discípulos que Jesús reunió mientras recorría su tierra eran todos hombres sencillos, ni una sola persona educada. No es que no hubiera eruditos entonces; había grandes sabios en aquella época. Los judíos estaban en la cima de su gloria, por eso pudieron producir un hijo como Jesús. Él era la culminación. Jesús pudo suceder, lo que demuestra que los judíos estaban en la cumbre. Nunca más volverían a alcanzar semejante cumbre. Habían grandes eruditos, se organizaban grandes debates. La sinagoga judía era la sede del aprendizaje, una verdadera universidad. La gente viajaba de una parte a otra del país para discutir, debatir, razonar, descubrir; pero era una pelea. Ni un solo erudito siguió a Jesús.
De hecho, todos los eruditos estuvieron por unanimidad de acuerdo en que Jesús tenía que ser destruido. Todos los eruditos, gente educada, estaban dispuestos a matado. ¿Por qué?
Porque él estaba en contra de la discusión. Amenazaba sus cimientos mismos; toda la estructura se hubiera derrumbado. Jesús hablaba contra la razón, y a favor de la fe, del amor, de cómo crear un puente entre dos corazones.
La discusión es entre dos mentes, dos cabezas; el amor, la comunicación, la confianza nacen entre dos corazones. Él estaba abriendo un nuevo camino -de amistad, de discipulado, de crecimiento-. Pensaba en términos de una dimensión totalmente diferente -la cualidad era diferente-. Decía: «Dejad a un lado vuestras escrituras. No necesitamos vuestras biblias, porque son sólo palabras». El erudito, el pandit, no podía tolerarlo. Jesús fue crucificado.
Sólo pudo encontrar gente sencilla: un pescador, un leñador, un zapatero
-hombres sencillos-. Todos sus discípulos, excepto Judas, eran incultos. Sólo Judas era verdaderamente culto, un caballero refinado, y vendió a Jesús por treinta monedas de plata. Este Judas culto y refinado le traicionó y Jesús sabía que si alguien podía traicionarle, ese era Judas. ¿Por qué? Porque al amor sólo puede traicionarle la cabeza. El amor sólo puede ser vencido por la lógica; ninguna otra cosa puede acabar con él.
Así que ésta es la segunda cosa a recordar antes de que yo entre en la anécdota: que mediante la lógica, la cabeza, la argumentación, os hacéis forasteros, mutuamente extraños; se pierde el puente que os une. ¿Cómo vas a alcanzar la verdad cuando no puedes entender al otro, cuando ni siquiera eres capaz de escucharle, cuando tu mente se limita a discutir y pelear? Eres violento, agresivo. Esta agresión no sirve.
Así pues, todas las discusiones son fútiles, nunca llevan a ninguna parte. Incluso cuando crees que se ha llegado a una conclusión, ésta es forzada; no se llega a ella gracias a la discusión. Puedes silenciar al otro, pero la convicción nunca llega actuando así; nunca. Y lo digo de forma categórica: nunca. Si posees ciertos trucos lógicos, puedes silenciar al otro, que puede ser incapaz de contestarte. Sabes más que él. Conoces más trucos y puedes acorralarlo mediante palabras y razonamientos mientras que él no puede responder. Pero no es ésta la manera de convencerle. En el fondo, él sabe que «algún día encontraré más trucos y te pondré en tu lugar. Por el momento, no puedo contestarte. Muy bien, acepto la derrota». Ha sido derrotado, pero no lo has conquistado.
Y éstas son dos cosas diferentes. Cuando conquistas un corazón, no está derrotado, se siente feliz. Es victorioso en tu victoria, participa. No es tu victoria, ha vencido la verdad, y ambos podéis celebrarlo. Pero cuando derrotas a alguien, nunca es conquistado; sigue siendo enemigo. En el fondo espera el momento oportuno para imponerse.
Ningún debate puede convertirse en una convicción. Y si no se llega a la convicción, ¿en dónde está la conclusión? La conclusión es forzada, es siempre prematura. Es exactamente como un aborto, no es un parto natural. Lo has forzado, nace un niño muerto, o un niño lisiado, que seguirá siendo lisiado, débil y muerto durante toda su vida.
Sócrates acostumbraba decir: «Yo soy una comadrona, asisto al parto natural». Un maestro es una comadrona. No va a forzar, porque un parto forzado no va a ser un parto auténtico. Es más como la muerte y menos como la vida.
Por esto un maestro nunca es discutidor. Y si a veces lo parece, sólo está jugando contigo, y jugando por alguna razón. No te dejes enredar. Está jugando por alguna razón; puede discutir sólo para averiguar si estás o no en una actitud discutidora. Si es así, tú te lo has perdido. Si puedes escuchar sus argumentos sin adoptar una actitud discutidora, él no va a jugar contigo este juego. Tiene que mirar en tu interior. Acaso estés escuchando conscientemente, pero discutiendo inconscientemente. Entonces él tiene que hacer aflorar tu inconsciente, para que te des cuenta de ello.
A veces un maestro parecerá agresivo, como si quisiera vencerte. Pero nunca quiere tu derrota, sólo derrotar tu ego, no a ti; sólo destruir tu ego, no a ti. Y recuerda: el ego es el veneno, te está destruyendo. Una vez que el veneno haya sido destruido, estarás libre y vivo por primera vez. Una luz abundante te sucederá por primera vez. Está destruyendo la enfermedad, no a ti.
A veces tiene que discutir. Han existido maestros muy discutidores. Era imposible vencerlos, imposible jugar el juego de las palabras con ellos. Pero simplemente intentaban hacer aflorar tu consciencia, para que pudieras darte cuenta de si tu fe era verdadera o no.
Sucedió una vez: un sufí, Junnaid, vivía con su maestro. Y éste era tan discutidor que negaba todo cuanto le decían. Si le decían: «Es de día», él respondía: «No, es de noche», y de hecho no era así, era de día.
Cualquier cosa que Junnaid decía era negada por su maestro. Entonces él simplemente inclinaba la cabeza y decía: «Sí, maestro, es de noche».
Un día, el maestro dijo:
-Junnaid, has ganado. No pude despertar en ti una actitud discutidora. Y he sido tan obviamente falso que incluso alguien que nunca haya discutido nada hubiera dicho: «Qué tontería. Es de día. No es necesario discutir, es tan evidente». Tú en cambio has dicho: «Sí Maestro, es de noche». Tu confianza es profunda. Ahora nunca te discutiré, ahora puedo decir la verdad, porque estás preparado.
Cuando el corazón dice sí totalmente, estás preparado para escuchar. Y sólo entonces puede serte revelada la verdad. Si el más mínimo "no" queda dentro de ti, la verdad no puede serte revelada, porque este "no" destruirá todo lo demás. El "no", por pequeño que sea, es poderoso, muy poderoso; entonces la verdad será dicha, pero no te será revelada. El "no" va a ocultarla otra vez.
Por eso digo que todos los debates son fútiles, y por eso voy repitiendo una y otra vez que todo el esfuerzo de la filosofía ha sido inútil. No ha llegado a ninguna conclusión; no puede hacerlo.
Voy a contarte algo, y luego entraré en esta anécdota zen. Sucedió que un día el gran primer ministro de un gran emperador murió. El primer ministro era alguien excepcional, muy inteligente, casi sabio, muy listo, agudo, gran diplomático, y era muy difícil encontrarle un sustituto. Se buscó por todo el reino. Todos los ministros fueron enviados para encontrar por lo menos tres personas; entonces se tomaría la decisión final, y uno de ellos sería elegido.
La búsqueda se prolongó durante meses. Se peinó todo el reino; cada uno de los recovecos y rincones. Por fin se encontraron tres personas. Uno era un gran científico, un gran matemático. Podía resolver cualquier problema matemático, y las matemáticas son en realidad la única ciencia positiva, todas las ciencias son ramas suyas, o sea que estaba en la raíz.
Otro era un gran filósofo, era un gran constructor de sistemas: podía crear todo de la nada. Con meras palabras, podía crear sistemas muy bellos -es un milagro, sólo los filósofos pueden hacerlo-. No tienen nada en sus manos; son los más grandes magos. Crean a Dios, crean la teoría de la creación, crean todas las cosas -y no tienen nada en las manos-. Pero son hábiles artesanos de palabras: juntan las palabras de tal manera que te dan una impresión de sustancia cuando no hay nada allí.
El tercero era un hombre religioso, un hombre de fe, plegaria, devoción. Y quienes habían estado buscando a estos tres debían de ser muy sabios, porque lograron su propósito.
Estos tres representan las tres dimensiones de la consciencia. Son las únicas posibilidades: un hombre de ciencia, un hombre de filosofía y un hombre de religión; son los cimientos.
El hombre de ciencia se ocupa en experimentos: si algo no es demostrado mediante experimentos, no puede ser aceptado. Es empírico, experimental; su verdad es la verdad del experimento.
El hombre de filosofía es un hombre de lógica, no de experimentos. El experimento no es la cuestión; sólo mediante la lógica, prueba y refuta. Es un hombre puro, más puro que el científico, porque éste tiene que aportar experimentos, por lo que necesita el laboratorio. El hombre de filosofía trabaja sin laboratorio, sólo con la mente, con la lógica, con matemáticas. Todo su laboratorio está en su mente, puede probar y refutar únicamente con argumentos lógicos. Puede resolver cualquier problema, o puede crear cualquier tipo de problema.
Y el tercero es la dimensión religiosa. Este hombre no contempla la vida como un problema. La vida no es un problema para un hombre religioso. No es nada que haya que resolver, es algo que hay que vivir.
El hombre religioso es el hombre de la experiencia, el científico es el hombre del experimento, el filósofo es el hombre del pensamiento. Para el religioso -el hombre de la experiencia-, la vida es algo que hay que vivir. Si hay alguna solución, surgirá de la experiencia, del vivir. Nada puede ser decidido de antemano mediante la lógica, porque la vida es más grande que la lógica. Ésta es una mera burbuja en el vasto océano de la vida, por lo que no puede explicarlo todo. Los experimentos pueden ser llevados a cabo sólo cuando no estás implicado, los experimentos sólo pueden ser llevados a cabo con objetos.
La vida no es un objeto, es el núcleo mismo de la subjetividad. Cuando experimentas eres diferente; cuando vives eres uno. Por lo que el hombre religioso dice: «A menos que seas uno con la vida, nunca puedes conocerla». ¿Cómo puedes conocerla desde fuera? Puedes ir de un lado a otro, dando vueltas a su alrededor, pero nunca darás en la diana. Por lo que ni experimento, ni pensamiento, únicamente experiencia; simple, confiado: un hombre de fe.
Buscaron y encontraron a estos tres hombres, y entonces fueron convocados a la capital para el juicio definitivo.
Dijo el rey: «Descansad y preparaos durante tres días. En la mañana del cuarto día tendrá lugar el juicio, el final. Uno de vosotros será escogido; se convertirá en mi primer ministro –el que demuestre ser el más sabio».
Empezaron a trabajar, cada uno a su manera. ¡Tres días no eran suficientes! El científico tenía que pensar en muchos experimentos y llevarlos a cabo; era imposible saber de qué tipo sería el examen Así que no pudo dormir durante tres días, no tenía tiempo: y tenía toda la vida para dormir después de ser escogido, por consiguiente, ¿por qué preocuparse de dormir?
No dormía, no comía. No tenía bastante tiempo; debía hacer muchas cosas antes del examen.
El filósofo empezó a pensar, tenía que resolver muchos problemas: «¿Quién sabe qué tipos de problema van a plantearme?». Sólo el hombre religioso estaba tranquilo. Comía, y comía bien. Sólo un hombre religioso puede comer bien, porque comer es una ofrenda, es algo sagrado. Dormía bien. Rezaba, se sentaba afuera, paseaba, miraba los árboles y daba gracias a Dios; porque para un hombre religioso el futuro no existe y no hay examen final. Cada momento es el examen, de modo que ¿cómo vas a prepararte para él? Puedes prepararte para algo que está en el futuro; pero si algo está ahora mismo, aquí, ¿cómo puedes prepararte para ello? Tienes que afrontarlo. No había futuro.
A veces el científico decía: «¿Qué estás haciendo? ¿Perdiendo el tiempo, comiendo, durmiendo, haciendo oración?
Puedes decir tus oraciones más tarde». Pero él se reía y no discutía. No era hombre de discusiones.
El filósofo decía: «Duermes, te sientas en el jardín, miras los árboles. Esto no te va a servir de nada. Un examen no es un juego de niños, tienes que estar preparado para superarlo». Pero él se reía. Creía más en la risa que en la lógica.
Y llegada la mañana del cuarto día, cuando se dirigieron al palacio para el examen final, el científico ni siquiera era capaz de andar. Estaba tan cansado por sus experimentos, como si toda su vida se le hubiera escapado. Estaba muerto de cansancio, como si en cualquier momento fuera a caer dormido. Los ojos le pesaban y su mente estaba turbia. Casi se había vuelto loco.
¿Y el filósofo? No estaba tan cansado, pero se sentía más inseguro que nunca, porque había pensado y pensado, y argumentado y argumentado, y no hay argumento que pueda convertirse en la conclusión. Estaba confuso, hecho un lío, era un caos. El día en que había llegado hubiera podido contestar muchas cosas, pero no ahora. Incluso sus respuestas ciertas se habían vuelto inciertas. Cuanto más piensas, más inútil se vuelve la filosofía. Sólo los tontos pueden creer en certezas. Cuanto más piensas, cuanta más inteligencia te llega, puedes darte cuenta de que no son más que palabras, no hay sustancia. Quiso volverse atrás, porque presentía que su esfuerzo iba a ser inútil. No estaba en forma. Pero el científico decía: «¡Vamos! Probemos. ¿Qué podemos perder? Si ganamos, bien. Si no ganamos, bien. Pero probemos. No te desanimes tanto».
Sólo el hombre religioso caminaba alegremente, cantando. Podía oír los pájaros en los árboles, podía ver la salida del sol, los rayos del sol en las gotas de rocío. Toda la vida era un milagro tan grande. No estaba preocupado, porque no había examen -llegaría y afrontaría lo que sucediera, simplemente llegaría y vería lo que pasara-. Y no pretendía nada, no estaba expectante, estaba fresco, joven, vivo; nada más. Así es como uno debe acercarse a Dios; no con fórmulas prefabricadas, no con teorías prefabricadas, no con muchos experimentos de investigación, no con muchos diplomas de doctor en filosofía. No, eso no va a servir de nada. Uno debe ir cantando y bailando hacia el templo. Y si estás vivo, entonces puedes responder a cualquier cosa que llegue, porque la respuesta llega de la vida, del corazón, y el corazón está preparado cuando canta, cuanto baila.
Llegaron. El emperador había montado una estratagema muy especial. Fueron conducidos a una habitación en la que había puesto una cerradura, un rompecabezas matemático. En la cerradura había muchas cifras, pero no había llave. Estas cifras tenían que ser puestas de cierta forma: ahí estaba el secreto, pero uno tenía que buscarlo y encontrarlo. Si aquellas cifras se colocaban de determinada manera, la puerta se abriría. El emperador les dijo: «Éste es un rompecabezas matemático, uno de los más grandes que se han conocido. Ahora tenéis que encontrar la solución, no hay llave. Si podéis hallar la respuesta a este problema matemático, la cerradura se abrirá. Y la persona que salga primero de esta habitación será elegida. Así que ahora empezad». Cerró la puerta y salió.
Inmediatamente el científico empezó a hacer muchos experimentos, muchas cosas, muchos problemas sobre el papel. Miraba, observaba las figuras en la cerradura. No había tiempo que perder, era una cuestión de vida o muerte. El filósofo cerró los ojos, empezó a pensar en términos matemáticos qué hacer, cómo puede ser solucionado este rompecabezas, que era absolutamente nuevo.
Éste es el problema con la mente: si algo es viejo, puede encontrarse la respuesta; pero si algo es absolutamente nuevo, ¿cómo salir airoso con la ayuda de la mente? Ésta es muy eficaz con lo viejo, lo conocido, la rutina, pero se muestra inútil cuando se topa con lo desconocido.
El hombre religioso no se acercó a la cerradura, porque ¿qué podía hacer? No sabía nada de matemáticas, no sabía nada de ciencia experimental. ¿Qué podía hacer? Se limitó a sentarse en un rincón. Cantó un poco, rezó a Dios, cerró los ojos. Los otros dos pensaron que no era un competidor. «De alguna manera está bien, porque el asunto se ha de decidir entre nosotros dos». Entonces, de pronto, se dieron cuenta de que el hombre religioso había abandonado la habitación, ya no estaba allí. La puerta estaba abierta.
El emperador entró y dijo: «¿Qué estáis haciendo ahora? Se acabó. El tercer hombre está fuera».
Pero ellos preguntaron: «¿Cómo?.. Pero si no ha hecho nada». Así que le preguntaron al hombre religioso, y él les dijo: «Sólo estaba sentado. Recé y una voz en mi interior dijo: "Tú, tonto. Ve y mira. La puerta no está cerrada con llave". No había problema que resolver, de modo que salí».
La vida no es un problema. Si estás intentando resolverla, te la estás perdiendo. La puerta está abierta, nunca ha estado cerrada. Si la puerta estuviera cerrada, los científicos hallarían la solución. Si la puerta estuviera cerrada, los filósofos hallarían un sistema para abrirla. Pero la puerta no está cerrada, por lo que sólo la fe puede servir -sin ninguna solución, sin ninguna respuesta prefabricada-. Empuja la puerta y sal.
La vida no es un acertijo que haya que resolver, es un misterio que hay que vivir. Es un profundo misterio, de modo que confía y déjate llevar. Ninguna discusión -con algún otro o contigo mismo- puede ayudarte. Todas las discusiones son fútiles y tontas.
Ahora entremos en esta bella anécdota:
Según una antigua tradición de ciertos templos zen japoneses, si un
monje que está de paso, y sale airoso de una discusión sobre budismo
con uno de los monjes residentes, puede pasar allí la noche. En
caso contrario, tiene que irse.
Las discusiones pueden darte sólo esto: alojamiento por una noche, nada más.
En el norte de Japón había uno de estos templos, dirigido por dos
hermanos. El hermano mayor era muy erudito y el hermano menor
era más bien tonto y sólo tenía un ojo.
Para dirigir un templo, se necesitan dos tipos de personas: alguien educado y alguien muy tonto. Y así es como todos los templos son dirigidos. En ellos siempre hay estas dos clases de personas: las educadas, que se han convertido en los sacerdotes, y las tontas que les siguen. Así se constituye cualquier templo.
De modo que estas anécdotas son algo más que anécdotas, son indicativas de ciertos hechos. Si la gente tonta desaparece de la faz de la tierra, se acabarán los templos. Si la gente educada desaparece de los templos, se acabarán los templos. Para que exista un templo, se necesita una dualidad. Por esto no puedes encontrar a Dios en un templo, porque no puedes encontrarlo en una dualidad.
Los templos son inventos de la gente lista para explotar a los tontos. Los sacerdotes son la gente más lista, son los mayores explotadores, y explotan de tal forma que ni siquiera puedes rebelarte contra ellos. Te explotan por tu propio interés, te explotan por tu propio bien. Los sacerdotes son los más listos, porque tejen teorías de la nada: todas las teologías, todo cuanto han creado... ¡Tremendo! Se necesita ser inteligente para crear teorías religiosas. Y se dedican a crear edificios tan grandes que al hombre corriente le es casi imposible entrar en ellos. Y utilizan tal jerga, utilizan términos técnicos tan complicados, que no puedes entender de qué están hablando. Y como no puedes entender piensas que son muy profundos. Siempre que no puedes entender algo piensas que es muy profundo: «No llego».
Recuerda esto: Buda habla un lenguaje muy llano que cualquiera puede entender. No es el lenguaje de un sacerdote. Jesús habla en pequeñas parábolas, cualquier persona no educada puede entenderlo, nunca utiliza ninguna jerga religiosa.
Mahavira habla, imparte sus enseñanzas, en el idioma de la gente más sencilla.
Mahavira y Buda nunca utilizaron el sánscrito, nunca, porque el sánscrito era el idioma del sacerdote, del brahmán. El sánscrito es el idioma más difícil. Los sacerdotes lo han hecho muy difícil, han pulido, y pulido, y pulido. La misma palabra sánscrito significa pulir, refinar. Lo han refinado hasta tal punto que sólo si eres muy, muy erudito puedes entender lo que están diciendo, si no, no llegas.
Buda utilizaba el lenguaje del pueblo, el pali, que era el lenguaje de los campesinos. Mahavira usaba el pracrito, que es la forma grosera del sánscrito; el pracrito es la forma natural del sánscrito -no tiene gramática propiamente dicha-. El erudito no ha llegado todavía, no ha refinado las palabras convirtiéndolas en incomprensibles para la gente sencilla. Pero los sacerdotes han venido utilizando el sánscrito, todavía lo utilizan. Nadie entiende hoy el sánscrito, pero ellos siguen hablando en sánscrito porque su profesión depende de crear una brecha, no un puente. Sólo si el pueblo llano no entiende pueden subsistir los sacerdotes. Si el pueblo llano entiende lo que los sacerdotes dicen, éstos están perdidos, porque no dicen nada.
En cierta ocasión el Mulla Nasrudin fue a visitar a un médico, y los médicos han aprendido el truco de los sacerdotes: escriben en latín y en griego, y escriben de tal forma que incluso a ellos mismos les resulta complicado leer sus escritos. Nadie tiene que entender lo que escriben. De modo que el Mulla Nasrudin fue a un médico y le dijo:
-Mire, sea claro. Limítese a decirme los hechos. No utilice latín y griego.
-Si usted insiste y me permite la franqueza -dijo el médico-, no tiene ninguna enfermedad. Lo único que tiene es pereza.
-Muy bien -contestó Nasrudin-, gracias. Ahora escríbalo en griego y en latín, para que se lo pueda enseñar a la familia.
Los listos han estado siempre explotando a la gente sencilla. Por esto Buda, Jesús y Mahavira nunca fueron respetados por los brahmanes, los eruditos, los listos, porque eran destructivos, estaban destruyendo todo su negocio. Si la gente entiende, entonces el sacerdote no es necesario.
¿Por qué? Porque el sacerdote es un mediador. Entiende el lenguaje de Dios. Por eso dicen que el sánscrito es dev-bhas- Jha, el lenguaje de Dios: «¿No sabes sánscrito? Yo lo sé, de modo que me convierto en el eslabón intermediario, me convierto en el intérprete. Dime lo que quieres y se lo diré a Dios en sánscrito, porque él sólo entiende sánscrito». Y naturalmente tienes que pagar por ello.
Éstos son los dos tipos necesarios para un templo.
En el norte de Japón había uno de estos templos, dirigido por dos
hermanos. El hermano mayor era muy erudito y el hermano menor
era más bien tonto y sólo tenía un ojo.
¿Cuál es el simbolismo de un único ojo en esta anécdota? Una persona tonta es de una pieza: nunca duda, siempre está segura, y una persona educada es siempre dual: duda, continuamente se divide en dos. Siempre está discutiendo por dentro, en su interior tiene lugar un continuo diálogo; conoce ambas partes.
Un hombre educado es una dualidad: dos ojos. Un hombre tonto es tuerto: siempre está seguro, no tiene argumentos, no está dividido.
Ésta es la razón de que si miras a una persona tonta, una persona estúpida, tienes la sensación de que se parece más a un santo que un hombre educado. En un santo encontrarás algo parecido al tonto, al estúpido. La cualidad es diferente, pero hay algo igual; la etiqueta es diferente. El tonto está en el primer escalón y el santo está en el último, pero ambos se hallan en los extremos de la escalera. El tonto no sabe, por eso es simple, tiene un ojo. El santo sabe, por eso es simple. También tiene un ojo; le llama el tercer ojo. Los dos ojos se han convertido en el tercero. También es un tuerto. Es una unidad, al igual que el tonto. Pero ¿cuál es la diferencia?
La ignorancia también está rodeada de inocencia, y también la sabiduría. El erudito está entre ambos: es ignorante y piensa que es sabio. Ésta es la división del erudito: es ignorante y piensa que es sabio. No está en este nivel, ni en el otro, cuelga entre ambos. Por esto se halla siempre en tensión. Un ignorante está relajado, un sabio está relajado. El ignorante no ha comenzado su viaje, se encuentra en casa. El sabio ha llegado a su destino, está en casa. El erudito está entre ambos, pidiendo alojamiento en algún monasterio, siquiera por una sola noche; es un vagabundo.
Los bhikkhus budistas han sido vagabundos, y Buda ha dicho: «Sed vagabundos hasta conseguirlo. Sé un vagabundo. No sólo por dentro, sino también por fuera, sé un vagabundo hasta que lo consigas. No te detengas antes». Cuando lo has logrado, cuando te has convertido en siddha, en buda, entonces se te permite sentarte.
La ignorancia y la sabiduría tienen una cualidad que comparten: la inocencia; ninguna de las dos es astuta. Por eso ha sucedido en alguna ocasión que un hombre de Dios ha sido considerado como un hombre tonto, un loco, el loco de Dios. San Francisco es conocido como el loco de Dios. ¡Lo era! Pero ser el loco de Dios es la mayor de las sabidurías, porque el ego se ha perdido. No dices que sabes, eres un loco porque no te atribuyes sabiduría. Y si no lo haces, ¿quién va a aceptar que eres un conocedor? Incluso cuando te la atribuyes, nadie lo acepta. Tienes que clavada con un martillo en las cabezas de los demás. Tienes que hacerles callar, discutir con ellos. Cuando no pueden decir nada más, entonces, de mala gana, aceptan que quizás, sólo quizás, seas un sabio. Pero siempre dirán "quizás". Dejarán abierta la posibilidad de poder negarlo algún día.
Y sino pretendes nada, ¿quién va a aceptarte? Y si tú mismo dices «Soy un ignorante, no sé nada», ¿quién va a pensar que eres un sabio? La gente va a aceptarlo inmediatamente si dices: «No sé». Dirán: «Ya lo sabíamos. Lo aceptamos, estamos totalmente de acuerdo contigo en que no sabes nada».
¡El loco de Dios! Si lees una de las grandes novelas de Dostoyewsky, te darás cuenta de lo que significa este loco de Dios. Dostoyewsky siempre tiene, en sus muchas novelas, un personaje: que es el loco de Dios. Está en Los hermanos Karamazov. Es inocente, puedes explotarlo. Incluso si lo explotas, confiará en ti. "'Puedes destruirlo, pero no puedes destruir su confianza: ésta es su belleza.
¿Qué te pasa, a ti? Si una persona te engaña. La humanidad toda se convierte en el mentiroso. Si un hombre te engaña, has perdido tu confianza en el "Hombre” -no en este hombre, sino en toda la humanidad-. Si dos de tres personas te engañan tú crees que no existe el hombre digno de confianza. Toda confianza ha desaparecido.
Es como, ¡si desde el principio no quisieras confiar! Y estas dos o tres personas te han dado la excusa. Si no fuera así, dirías: «Este hombre no es digno de confianza pero ¿”toda la humanidad”? No lo se, de modo que debo confiar, tengo que confiar, de lo contrario». Y... si eres un hombre capaz de ver, dirás: «No, sólo este hombre. Es totalmente indigno de confianza; fue en ese momento, si digo que este hombre puede haber sido indigno de confianza en el pasado, pero ¿quién sabe si seguirá siéndolo en el próximo momento? Porque los santos pueden volverse pecadores, y los pecadores pueden convertirse en santos.
La vida es un movimiento. Nada es extático. En ese momento el hombre ¡era débil!, pero en el próximo momento puede recobrar el control, no volverá a engañar por lo que al día siguiente si vuelve; "volverás a confiar en él, porque este día es diferente, "este hombre es diferente”, el Ganges nunca es igual, por tanto, no es el mismo río.
Sucedió una vez que un hombre fue y le pidió al Mulla Nasrudin un poco de dinero. Nasrudin conocía a ese hombre, sabía bien que no le iba a devolver el dinero, pero era una suma tan pequeña que pensó: «Que se lo lleve; aunque no me lo vaya a devolver, nada se pierde. ¿Por qué decir "no" por una suma tan pequeña?». De modo que le dio el dinero.
Tres días después, el hombre volvió. Nasrudin estaba sorprendido: Parecía imposible, era un milagro que este hombre hubiera vuelto. Dos o tres días más tarde el hombre volvió de nuevo y pidió una fuerte suma. Nasrudin dijo:
-¡No! La última vez me engañaste y no voy a permitir que suceda otra vez.
-¿Qué estás diciendo? -dijo el hombre-. La última vez te devolví el dinero.
-Cierto, me lo devolviste, pero me engañaste, porque yo no creía que me lo devolverías. Pero esta vez, no. Ya está bien. La última vez actuaste contra mis expectativas. Pero ya basta; ahora no voy a dártelo.
Así es como funciona la mente astuta.
En este templo, uno era ignorante -un hombre sencillo, tuerto, seguro-. Otro era un estudioso, y el estudioso siempre estaba cansado porque trabajaba mucho por nada. De modo que ocupado sin ocupación, estaba siempre cansado.
Cierta tarde un monje llegó a pedir alojamiento. El hermano
mayor estaba muy cansado, pues había estado estudiando
durante muchas horas...
Es imposible encontrar un estudioso que no esté cansado. ¡Ve y observa! Ve a los pandits de Kashi y observa. Siempre cansados, siempre cansados, trabajando tanto -con palabras-. Recuerda, incluso un obrero no está tan cansado, porque él está trabajando con la vida. Cuando trabajas sólo con las palabras, fútiles palabras, únicamente con la cabeza, te cansas. ¡La vida es vigorizadora! ¡La vida rejuvenece! Si vas al jardín y trabajas, sudas pero estás ganando más energía, no estás perdiendo. Sales de paseo y ganas más energía, porque estás viviendo en el momento. Si te limitas a encerrarte en tu estudio con palabras, te dedicas a pensar y pensar, es un proceso tan muerto que estarás cansado. Un estudioso está siempre cansado. Un tonto está siempre fresco, un santo está siempre fresco también. Tienen muchas cualidades similares.
...así que le dijo al hermano menor que fuera y se hiciera cargo de
la discusión.
-Pide que el diálogo tenga lugar en silencio- dijo el hermano
mayor.
Porque sabía que su hermano era tonto. De modo que el silencio es de oro si eres tonto, y también es de oro si eres un santo. Si sabes algo, te mantendrás callado. Si no sabes, es mejor mantenerse callado.
Un sabio se calla porque sabe y cuanto sabe no puede ser dicho. Un tonto tiene que estar callado porque, diga lo que diga, le cazarán. Un tonto puede engañar si se calla, pero no si habla, porque cualquier cosa que salga de él demostrará su tontería. Este hermano estudioso sabía bien que su hermano menor no era hombre de muchas palabras, era un hombre sencillo, inocente, ignorante, por eso le dijo: «Pide que el diálogo tenga lugar en silencio».
Poco después el viajero se acercó al hermano mayor y dijo.
-Qué tipo tan encantador es tu hermano-.
Este otro debía ser también un estudioso, y si un tonto se calla puede derrotar a un estudioso. Si hablas te descubrirán, porque entonces entras en el mundo del estudioso. Con palabras, no puedes ganar.
Este otro era también un estudioso, un hombre de palabras. Le hubiera sido muy difícil mantenerse en silencio y discutir. ¿Cómo discutir? Si no puedes hablar, sólo emplear gestos, todo el asunto se vuelve mudo y toda tu listeza desaparece, porque si no puedes hablar y el habla es tu mayor habilidad... Por ello si un estudioso no sabe mantenerse callado puede- ser vencido por un tonto, porque su habilidad, que se basaba en las palabras, se pierde.
En silencio, es un tonto -éste es el significado-. Por eso los eruditos nunca están callados, siempre hablan. Si nadie está presente, hablan consigo mismos, pero hablan. Hablan, y hablan, y hablan, por dentro y por fuera, porque hablando así su habilidad aumenta, se vuelven más eficientes. Pero si se topan con el silencio, de pronto todo su arte desaparece. Son más tontos que un tonto. Hasta un tonto puede vencerles. Están fuera de su mundo profesional, están simplemente desconectados. Se sienten seguramente en un gran aprieto.
...dijo: «Qué tipo tan encantador es tu hermano. Ha ganado
limpiamente la discusión, por lo que tengo que irme.
Buenas noches».
Si encuentras un hombre educado, guarda silencio. Hazle frente con gestos. Le vencerás, porque no sabe nada de este tipo de lenguaje, no sabe nada del silencio. De hecho, es muy difícil para él quedarse callado. El viajero pensó inmediatamente que había sido vencido, por lo que debía irse y buscar otro monasterio antes de que se hiciera demasiado tarde, y encontraría un tipo con el que discutir hablando, intelectualmente.
Los gestos están vivos; cuando mueves la mano, todo tu ser la mueve. Cuando miras con los ojos, todo tu ser brota de ellos. Cuando caminas, caminas como un hombre total. Tus piernas no pueden caminar por sí mismas, pero tu cabeza puede ir dando vueltas y más vueltas por sí misma. La cabeza puede hacer tal cosa. Ninguna otra parte del cuerpo puede volverse autónoma. De modo que si quieres estudiar a un hombre, no escuches lo que dice y mira en cambio cómo se comporta, cómo entra en la habitación, cómo se sienta, cómo anda, qué aspecto tiene. Observa sus gestos, éstos revelarán la verdad.
Las palabras son engañosas. Hablamos no para revelar, sino para ocultar. Así que calla y observa a la persona. El lenguaje del cuerpo es más verdadero que el de tu cabeza. Además es muy, muy natural; proviene de la fuente misma, por lo que es muy difícil engañar con él. Puedes estar diciendo: «Estoy bien», pero tus ojos, tu misma actitud, la forma en que te mantienes en pie, dice que sabes que no es cierto. Puedes decir con tus palabras que confías, pero todo tu cuerpo tiembla y muestra que no es así.
Cuando entra un ladrón, entra de una forma diferente. Cuando aparece un mentiroso, aparece de una forma diferente. Cuando camina un hombre sincero, camina diferentemente. No tiene nada que ocultar, no tiene motivo para engañar. Es sincero, su modo de andar es inocente. Basta con que hagas algo que tienes que ocultar, y entonces obsérvate: tu cuerpo dirá que todo es diferente. Hasta caminando estás ocultando algo. Tu estómago está tenso, estás alerta, tus ojos miran a todas partes para ver si alguien te observa o no, si te han cogido o no. Tus ojos son astutos, no son remansos de inocencia; se vuelven maliciosos. Observa tus movimientos corporales, te darán una imagen más auténtica de ti mismo. No hagas caso de las palabras.
Yo tengo que hacer esto continuamente. La gente se acerca a mí con toda clase de engaños. Tengo que observar sus gestos, no lo que dicen. Pueden estar tocando mis pies y toda su actitud muestra ego, de modo que el tocamiento de pies es inútil. Lo están manipulando. No sólo están engañándome a mí, se están engañando a sí mismos. Toda su actitud dice: «¡Ego!», mientras que todo lo que dicen con palabras es humildad.
No puedes engañar con el cuerpo; tu cuerpo es más sincero que tu mente. Y todas las religiones que han sido inventadas por los sacerdotes te dicen: «Tienes que estar contra el cuerpo y a favor de la mente», porque el sacerdote vive en la
mente, explota con la mente. Con el cuerpo es imposible explotar; el cuerpo es auténtico. Siglos de vida inauténtica no han sido capaces de destruir la autenticidad del cuerpo. El cuerpo sigue siendo auténtico, muestra claramente quién eres.
-Ha ganado limpiamente la discusión, por lo que tengo que irme.
Buenas noches.
-Antes de marchar -dijo el" hermano mayor-, te ruego que
me cuentes cómo fue el diálogo.
¡Se siente perplejo. ¿Cómo puede ser listo el tonto de su hermano? ¿Qué ha sucedido? Es un perfecto estúpido, ¿cómo pudo discutir, cómo pudo debatir, cómo pudo ganar? De modo que preguntó.
-Bien -dijo el viajero-, en primer lugar levanté un dedo para
representar a Buda.
Porque un hombre de estudios utiliza los gestos como si fueran palabras, porque conoce tan sólo un lenguaje. Si besa a su amada, por dentro pronunciará la palabra "beso". Esto es una tontería; estás besando, no es necesario repetir "beso" interiormente; pero él lo hará. Obsérvate a ti mismo: haciendo el amor, por dentro dirás: «Estoy haciendo el amor». ¡Qué tontería! Nadie te lo pregunta. No hay nadie a quien decírselo.
¿Por qué lo vas repitiendo? ¿Por qué?, siempre que haces algo, lo verbalizas. "Porque sin verbalizar no estás "cómodo”. Con la palabra Dios, todo va bien; por esto un hombre de estudios irá al templo, a la mezquita, a la iglesia, también allí se dedica a charlar. Charlará con Dios... palabras.
Soren Kierkegaard dijo: «Cuando entré en la iglesia, al principio acostumbraba hablar. Solía decir cosas, quejarme, rezar. Pero luego, poco a poco; me sentí ridículo. Le estoy hablando y no le estoy dando ninguna oportunidad de que me hable. Es mejor escuchar; cuando estás ante Dios, es mejor escuchar». De modo que dejó de hablar. Poco a poco, abandonó todas las oraciones. Se limitaba a ir a la iglesia y sentarse "en silencio”, pero en este silencio también había palabras por dentro. No las estaba utilizando por fuera, pero giraban en su interior.
Así que, poco a poco, también tuvo que abandonar las palabras interiores solo así se hace posible escuchar. Entonces entras en una dimensión totalmente diferente, de escucha, de pasividad, de receptividad. Te conviertes en una matriz. Entonces puedes recibir la verdad, porque no estás hablando, porque no eres agresivo. En ese instante sólo Dios está trabajando y tú le permites que lo haga. Entonces Kierkegaard se volvió absolutamente silencioso; y dejó de ir a la iglesia. Alguien preguntó: «¿Por qué? ¿Por qué has dejado de ir a la iglesia?». Él dijo: «Ahora he aprendido lo que significa la iglesia; sólo significa estar callado y escuchar. Esto "puede" hacerse en todas partes, y es mejor hacerlo en otra parte, porque mucha gente va allí, a la, iglesia a hablar. Me molestan. Es mejor bajo un árbol. Es mejor bajo el cielo».
Y la iglesia es más grande allí, más natural. Y si tienes que estar callado, piensa que Dios está en todas partes. Si tienes que hablar: ve al templo. Pero si tienes que estar callado, ¿por qué ir a algún sitio? Dios está en todas partes, pero tú no puedes estar callado. Haces algo y lo repites por dentro. Tienes hambre y dices: «Tengo hambre». ¿No basta con tener hambre? Si no lo dices, no estás cómodo; te has vuelto adicto a las palabras.
Este hombre... debió de haber sido un estudioso, un auténtico estudioso:
-Bien -dijo el viajero-, en primer lugar levanté un dedo para
representar a Buda. Entonces tu hermano levantó dos dedos,
para representar a Buda y su doctrina (el Dharma).
El hombre que no puede usar un gesto sin palabras traducirá los gestos del otro a palabras. Fíjate en la conexión. ¿Qué sucede? Conectarás el gesto del otro de la misma manera que interpretas tus propias palabras.
Pensaba: «Este dedo. Un dedo representa...». Un dedo no representa nada. Un dedo se basta a sí mismo. Un dedo es un dedo. ¿Por qué hacer de él un representante? No es el representante de nadie. Y el dedo es tan bello, ¿por qué tiene que representar algo? Pero a la mente le gustan las cosas de segunda mano. El dedo no basta, tiene que representar algo.
Si miras una flor, no puedes mirar la flor directamente; inmediatamente tiene que representar algo. De modo que dices: «Es igual que la cara de mi mujer». Si miras la luna, dices: «Es como la cara de mi amada». Qué tontería. La luna es la luna. Entonces cuando miras la cara de tu amada, dirás: «Es como la luna». Ni la luna se basta a sí misma, ni la cara de tu amada se basta a sí misma. Pero todo se basta a sí mismo. Nada representa a otra cosa.
Todo el mundo se representa únicamente a sí mismo. Cada uno es original, único. Nadie es una copia. Y cuando dices que el dedo representa a Buda, Buda se ha convertido en el original, el dedo se ha convertido en la copia. ¡No! Este Buda no lo puede permitir. ¡No lo puedo permitir! El dedo es tan bello cuando no representa a nadie. Pero si piensas que tu dedo representa a Buda, entonces los otros dos dedos representarán a Buda y su Dharma, su doctrina. Porque tu manera de entender al otro no es escuchándolo. Entiendes al otro escuchando tu propia mente. Interpretas al otro. Cuando yo digo algo, nunca creas que has oído lo mismo. Cuando yo digo algo, tú oyes algo, pero esto no tiene que ver conmigo; tiene que ver con tu propio proceso mental.
El proceso mental del monje que estaba de paso era: «Este dedo representa a Buda». Y cuando el otro levantó dos dedos ni sospechó qué quería decir. No puedes entender al otro si tienes palabras dentro, porque en este caso todo se conecta con tu palabra, con tu proceso mental, y entonces se colorea. El viajero pensó está diciendo que hay dos cosas, no una: Buda y su Dharma, su doctrina, su ley.
«Así que yo levanté tres dedos», fíjate en la conexión interna. No estás comunicando de ninguna manera con el otro. Estás comunicando contigo mismo. Esto es lo que quiere decir locura. Locura significa no conectar con el otro, es limitarse a ir hacia dentro y conectar tu nuevo momento con el pasado, la nueva experiencia con el pasado, interpretarla, colorearla.
«Así que yo levanté tres dedos», porque si dice «Buda, Dharma», yo diré «Buda, Dharma, sangha», Buda, su doctrina y sus seguidores.
Éstos son los tres refugios budistas. Cuando un bhikkhu quiere ser iniciado, se convierte en un bhikkhu, dice: «Buddham sharanam gachchhami», voy, me refugio en Buda. «Dhammam sharanam gachchhami», me refugio en la doctrina. «Sangham sharanam gachchhami», me refugio en la sangha, en los seguidores de Buda. Éstos son los tres refugios, las tres joyas del budismo.
Pero este hombre no se fija en lo que el otro está haciendo, ¡totalmente inconexo!, de modo que levantó tres dedos.
-Así que yo levanté tres dedos, para representar a Buda, su doctrina y sus seguidores. Entonces tu avispado hermano agitó su puño cerrado ante mi cara, para indicar que los tres procedían de un mismo acto de comprensión.
Dicho lo cual el viajero se marchó.
Poco después llegó el hermano menor, con un aire muy preocupado.
-Me he enterado de que ganaste la discusión -dijo el hermano mayor.
-No gané nada -dijo el hermano menor-. Este viajero es un hombre muy bruto.
-¿Si? -dijo el hermano mayor-. Dime el tema de la discusión.
-Pues -dijo el hermano menor-, en cuanto me vio, levantó un dedo para insultarme indicando que sólo tengo un ojo.
Entiendes según tú mismo: lees un libro, entiendes sólo lo que ya sabes. Y escuchas, pero interpretas con el pasado, tu pasado se mezcla. Un hombre tuerto tiene siempre presente la herida. Acarrea una herida; en todas partes espera el insulto. Nadie se preocupa de ti, pero si tienes una sensación de inferioridad, andas buscando quién te va a insultar. Estás seguro de que ocurrirá, y entonces interpretarás. El otro acaso está diciendo «Buda», pero tú crees que está indicando que sólo tienes un ojo. Nadie se preocupa de tus ojos, pero interpretamos según entendemos.
Un hombre se acercó a Bayazid, un místico sufí, y le hizo una pregunta. Bayazid le dijo: «Vuelve dentro de un año, porque ahora mismo estás enfermo. Tu interior está agitado y no puedo decirte la verdad porque no la entenderías, la interpretarías mal. Así que intenta durante un año mantenerte sano, callado, meditativo y luego vuelve. Si entonces me parece que puedes escuchar, te lo diré. Si no, acude a algún otro».
El hombre escuchó y se marchó. Durante un año se esforzó en permanecer sano, callado, tranquilo, pero nunca volvió.
Por lo que Bayazid preguntó:
-¿Qué le sucedió a aquel buscador?
Dijo alguien:
-Le preguntamos: «¿Por qué no vuelves?», y él dijo: «Ahora ya no necesito volver, porque puedo entender desde aquí, en donde estoy, lo que Bayazid puede decir».
Ésta es la paradoja: cuando no estás preparado, preguntas, pero entonces no se te puede decir nada. Cuando estás preparado no preguntas, pero sólo entonces se te puede decir algo.
Si eres tuerto, estás siempre buscando insultos, y si buscas insultos los encontrarás: éste es el problema. Si estás buscando algo, ésta es la desgracia: lo encontrarás. No es que nadie te esté insultando; lo encontrarás. De modo que no busques este tipo de cosas, porque las encontrarás en todas partes.
Alguien reirá, no de ti, porque ¿quién eres tú? ¿Por qué piensas que eres el centro del mundo? Ésta es una actitud egoísta. Vas por una calle y alguien ríe y piensas que se ríen de ti. ¿Por qué de ti? ¿Quién eres tú? ¿Por qué estás seguro de que eres el centro de todo el mundo? Alguien ríe: se ríe de ti; alguien insulta: te insulta; alguien se enfada: se enfada contigo.
En toda mi vida, no he encontrado ni una sola persona que estuviera enfadada conmigo. Mucha gente estaba enfadada, pero nadie estaba enfadado conmigo, porque yo no soy el centro del mundo. ¿Por qué iban a estar enfadados conmigo? Están enfadados; esto es algo relacionado consigo mismos, no conmigo. Me he topado con gente violenta hacia mí, pero no eran violentos hacia mí. Esta violencia venía de su pasado; yo no era la causa de su origen. Yo era quizás la excusa, pero no la causa. Sólo una excusa: si yo no hubiera estado allí, cualquier otro hubiera provocado esa misma reacción en ellos; algún otro se hubiera convertido en la víctima. Por lo que era una coincidencia que yo estuviera allí.
Cuando tu mujer se enfada contigo, es una coincidencia que estés allí. ¡Huye! Y no pienses demasiado en que está enfadada contigo. Estaba enfadada, tú estabas allí, esto es todo. Se hubiera enfadado con la criada, el niño, el piano, con cualquier cosa.
Todo el mundo vive a través de su pasado. Sólo los budas viven en el presente. Nadie más.
Ese hombre pensó: «Bien, me está mostrando que sólo tengo un ojo. Es un grosero. Me está insultando, dice que tengo sólo un ojo. Pero como era forastero, pensé que tenía que ser cortés».
Pero en el momento en que piensas que debes ser cortés, no eres cortés. ¿Cómo puedes serlo? La idea se ha colado: si piensas que el otro es grosero, te has vuelto grosero. No hay una pregunta ahora, porque la misma idea "el otro es grosero" se produce porque tu propia grosería ha aflorado. A través de tu grosería el otro parece grosero, le has coloreado. El otro muestra su dedo representando a Buda, ni siquiera ha mirado tu ojo. No le importa, sólo quiere cobijo.
Un Buda... y la interpretación de «Me está mostrando que sólo tengo un ojo; es grosero». Cuando piensas de alguien que es grosero, mira atrás: tú eres grosero. Por eso lo interpretas así.
Pero ¿por qué eres grosero? Porque tu grosería es una manera de proteger tu herida. La gente grosera está siempre sufriendo de sentimientos de inferioridad. Si una persona no está de alguna manera aquejada de complejo de inferioridad, no será grosera. La grosería es su protección. Mediante la grosería, protege su herida. Dice: «No te permitiré que toques mi herida. No te permitiré que me golpees».
Protege, pero la protección se convierte en “proyección”. Piensa que eres grosero, sólo entonces puede serlo el otro. Ésta es una manera de ser grosero. Primero tienes que probar que el otro es grosero, y tu ego dice aún: «Intentaré ser cortés».
Cuando eres cortés, tu cortesía no es sino una fachada. Por dentro, ha aparecido la grosería, y pronto o tarde explotará.
Pero como era forastero, pensé que tenía que ser cortés, por lo que yo levanté dos dedos, felicitándole por tener dos ojos.
Esto es simplemente falso. ¿Cómo puedes felicitar a una persona si te sientes insultado? Si sientes que tienes un ojo y los otros tienen dos, ¿cómo puedes felicitar? En el fondo puedes sentirte envidioso, pero ¿cómo puedes felicitar? ¿Cómo puede la felicitación nacer de la envidia? Pero todas tus felicitaciones nacen así. Es un modo cortés, es educación, etiqueta. Si eres vencido por alguien, incluso entonces le felicitas por la victoria. ¡Qué falsedad! Si fueras tal persona en realidad no hubieras luchado de ninguna manera. Cuando luchabas eras el enemigo, y ahora estás vencido y vas y le felicitas. En el fondo no hay más que envidia, estás hirviendo, quisieras matar a ese hombre. ¿Lo intentarás? en el futuro, ¡ya verás!
Pero la sociedad necesita de la etiqueta. ¿Por qué? Porque todo el mundo es violento. Si no hubiera etiqueta, saltaríamos al cuello del prójimo continuamente. La sociedad tiene que crear barreras. No se os puede permitir que ataquéis al otro siempre, de lo contrario la vida sería imposible.
Pero en realidad sí estáis continuamente saltando al cuello del prójimo. Tu etiqueta, tu cultura, tus modales civilizados, no hacen más que ocultar este hecho. No permiten que tenga lugar una verdadera civilización. Se vive algo falso, por esto se necesita cada diez años una gran guerra, en la que toda etiqueta, todos los modales, toda moralidad son abandonados y las personas se lanzan unas contra otras sin ningún sentimiento de culpa. Entonces matar se convierte en el juego; cuanto más asesinas, más grande eres. Cuanto más grosero eres, mejor guerrero se te considera.
Y de regreso a vuestro país seréis recibidos como héroes; Pad-mabhushan, Mahavirachakra, la Cruz de la Victoria, os serán dadas. Os darán medallas. ¿Por qué os dan tales medallas?
Por convertiros en bárbaros, en asesinos; y como has sido un gran asesino, tu país te entrega esta medalla. Y llamamos civilizados a estos países, donde los asesinos de masas son reconocidos, apreciados... eso sí, si alguien mata a una persona va a la cárcel, una acción así no puede tolerarse. Cuando toda la sociedad se vuelve loca, estalla la guerra; todo se pone a un lado, se permite que los hombres muestren su verdadera naturaleza. Por eso todo el mundo se siente feliz cuando hay una guerra. Debería ser de otro modo, pero no; no sentís porque ahora se os permite ser animales. Siempre quisisteis serlo. Vuestra cultura, vuestra etiqueta, vuestros modales son meros modos pulidos tras los que esconder el animal. Este hombre dijo:
...Por, lo que yo levanté dos dedos, felicitándole por tener dos ojos. Ante lo cual, el miserable grosero levantó tres dedos, como queriendo decir que entre los dos sólo teníamos tres ojos.
Hagas lo que hagas, tu herida estará ahí. El otro está diciendo: «Las tres Joyas de Buda», pero para ti es sólo la herida que vuelve. Intentaste ser cortés, intentaste no ser grosero, incluso intentaste felicitar. Pero tú eres tú, tu mente continúa.
Ahora está mostrando tres dedos. De nuevo tu mente aparece y dice: «¡Este energúmeno! Está diciendo que entre los dos tenemos tres ojos». De nuevo está señalando que tienes un solo ojo. Esto es demasiado. iYa basta!
... por lo que me enfadé y le amenacé con darle un puñetazo en la nariz.
Así que se fue.
Estaba enfadado desde el principio. Antes de encontrarse con el otro ya estaba enfadado, porque no puedes crear enfado si éste no está presente. Sólo puedes crear cosas que ya están presentes, tu creación no viene de la nada. Es tan sólo que un estado inmanifestado se vuelve un estado manifestado. La cólera está ahí, no necesitas crearla. Alguien se convierte en la excusa y aflora. No estás enfadado con él, no es la causa. Estás acarreando la cólera y él se ha convertido en la excusa. El enfado está dentro; nadie puede hacerte enfadar si no estás ya enfadado. Pero siempre pensamos que alguien nos hace enfadar, alguien nos deprime, alguien nos hace esto o lo otro.
Nadie te hace nada. Incluso si te dejan solo estarás enfadado, estarás colérico. Aunque todo el mundo desaparezca, habrá momentos en que estarás triste, momentos en que te sentirás feliz, otros en los que estarás enfadado, o bien te sentirás muy benevolente.
Es la manifestación de tu historia interior. Esto es lo que llega a entender un hombre con capacidad de comprensión: que todo es una manifestación de mí mismo. Tú me das sólo la oportunidad, la situación, pero el resto es una manifestación de mí mismo.
Una semilla cae en la tierra, germina, empieza a crecer un árbol. La tierra, el aire, las lluvias, el sol, le están dando una oportunidad, pero el árbol estaba escondido en la semilla. Tú acarreas todo el árbol de tu manifestación; los demás se convierten en la oportunidad. Cuando suceda algo, no mires afuera, mira adentro, porque lo que está sucediendo se halla conectado con tu pasado, no con la persona allí presente.
... me enfadé y le amenacé con darle un puñetazo en la nariz. Así que se fue.
El hermano mayor se rió.
El hermano mayor podía ver ambos puntos de vista. Por una parte, el vagabundo educado no había hablado a este hombre, su hermano no había gesticulado para él. Por otra parte, el tonto de su hermano no entendió los gestos de aquél. No se tocaron; entre ellos había habido un abismo, sin puente.
Discutieron, concluyeron. Uno fue vencido, otro fue vencedor, y nunca se encontraron, ni por un instante. Se rió.
Esta risa puede convertirse en iluminación, en comprensión profunda, en transformación. Si esta risa no se debe a la estupidez de este hermano o a la estupidez de aquel vagabundo, si esta risa se debe a toda la situación: cómo funciona la cabeza, cómo dos cabezas, dos pasados, pueden no encontrarse nunca, cómo dos mentes siempre permanecen separadas, no hay para ellas modo de encontrarse y mezclarse una con otra. Si se ríe de la situación en conjunto, no de este hermano o de aquel vagabundo educado, porque si se ríe de este hermano o de aquel vagabundo educado, esta risa no puede convertirse en iluminación, seguirá siendo el mismo, si se ríe de la situación en su conjunto: cómo funciona, cómo argumenta la mente, cómo trabaja dentro de sí misma, sin salir nunca, cómo siempre está cerrada, nunca abierta, cómo la mente sólo es un sueño interior, una pesadilla... Si entiende esto, esta risa se convertirá en un estallido. El cubo, todo el cubo caerá, el agua se derramará; ni agua, ni luna.
Basta por hoy.
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