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miércoles, 25 de noviembre de 2009

LA QUINTA DISCIPLINA: CAPITULO 4 LAS LEYES DE LA QUINTA DISCIPLINA


    1.  Los problemas de hoy derivan de las “soluciones” de ayer
   
    Un mercader de alfombras vio que su alfombra más bella tenía un bulto en el centro.   Se plantó sobre el bulto para achatarlo, y lo consiguió.  Pero el bulto reapareció en otra parte.  Saltó de nuevo sobre él, y desapareció momentáneamente para reaparecer en otra parte.  El mercader saltó una y otra vez, restregando y estropeando la alfombra en su frustración; hasta que al final alzó una esquina de la alfombra y vio salir una malhumorada serpiente.
   
    A menudo nos desconcierta la causa de nuestros problemas, cuando sólo necesitamos examinar nuestras propias soluciones a otros problemas en el pasado.  Una firma bien establecida puede hallar que las ventas de este trimestre han decaído.  ¿Por qué?  Porque un atinado programa de descuentos del trimestre anterior indujo a los clientes a comprar ahora y no entonces.  O un nuevo gerente ataca crónicamente los elevados costes de inventario y “resuelve” el problema, excepto que el equipo de ventas ahora pasa 20 por ciento más de tiempo respondiendo a airadas quejas de los clientes que aún aguardan el último embarque, y el resto del tiempo tratando de convencer a los clientes potenciales de que podrán recibir “cualquier color que deseen, siempre que sea negro”.
   
    Los agentes de policía reconocerán su propia versión de esta ley:  al arrestar a los vendedores de narcóticos de la calle treinta, pronto descubren que simplemente trasladaron el delito a la calle cuarenta.  O, más insidiosamente, se enteran de que una oleada de crímenes relacionados con drogas es resultado de la requisa de un gran embarque de narcóticos:  esto redujo el suministro, elevó el precio y provocó más crímenes, obra de adictos desesperados por mantener el hábito.
   
    Las soluciones que simplemente desplazan los problemas a otra parte de un sistema a menudo pasan inadvertidas porque, al contrario del mercader de alfombras, quienes “resolvieron” el primer problema no son los mismos que quienes heredan el nuevo.
   
    2.  Cuanto más se presiona, más presiona el sistema
   
    En Rebelión en la granja,, de George Orwell, el caballo Boxer siempre tenía la misma respuesta a cualquier dificultad:  “Trabajaré con mayor empeño”.  Al principio, su bien intencionada diligencia inspiraba a todos, pero gradualmente su empeño comenzó a tener efectos sutiles y contraproducentes.  Cuanto más trabajaba, más trabajo había.  Boxer ignoraba que los cerdos que manejaban la granja los estaban manipulando para su propio provecho.  La diligencia de Boxer ayudaba a impedir que los demás animales vieran lo que hacían los cerdos.   El pensamiento sistémico tiene un nombre para este fenómeno:  “realimentación compensadora”.  Hay realimentación compensadora cuando las intervenciones bien intencionadas provocan respuestas del sistema que compensan los frutos de la intervención.  Todos conocemos la sensación de enfrentar la realimentación compensadora:  cuando más presionamos, más presiona el sistema; cuando más esfuerzo realizamos para mejorar las cosas, más esfuerzo se requiere.
   
    Los ejemplos de realimentación compensadora son innumerables.  Muchas de las mejor intencionadas intervenciones del gobierno son presa de la realimentación compensadora.  En los años 60 hubo programas masivos para construir viviendas baratas y mejorar las aptitudes laborales en decrépitas zonas urbanas de los Estados Unidos.  Muchas de estas ciudades estaban en peores condiciones en los años 70, a pesar de la generosa asistencia gubernamental.  ¿Por qué?  Una razón fue que la gente de bajos ingresos emigró desde otras ciudades y desde zonas rurales a las ciudades con los mejores programas de asistencia.  Eventualmente, las nuevas unidades de vivienda se atestaron y los programas de aptitud laboral se atiborraron de solicitantes.  Entretanto, la base impositiva de la ciudad continuaba erosionándose, dejando a más personas atrapadas en zonas económicamente deprimidas.
   
    Procesos similares han frustrado la asistencia alimentaria y agrícola a los países en desarrollo.  La mayor disponibilidad de alimentos es “compensada” por una reducción en muertes por desnutrición, un mayor crecimiento demográfico neto y eventualmente más desnutrición.
   
    Análogamente, los esfuerzos para corregir el desequilibrio de la balanza comercial de los Estados Unidos, permitiendo la caída del dólar a mediados de los 80, fueron compensados por competidores extranjeros que dejaron que los precios de sus mercancías cayeran en forma paralela (en los países cuya moneda estaba “anclada al dólar”, los precios se ajustaron automáticamente).  Los esfuerzos de las potencias extranjeras para eliminar a guerrilleros nativos a menudo otorgan legitimidad a la causa de los guerrilleros, con lo cual fortalecen esa causa y crean mayor resistencia.
   
    Muchas compañías experimentan la realimentación compensadora cuando uno de los productos empieza a perder atractivo en el mercado.  Abogan por un márketing más agresivo:  “Siempre resultó antes, ¿verdad?”  Gastan más en publicidad, y bajan el precio; estos métodos pueden recobrar clientes temporariamente pero también cuestan dinero, y la compañía debe reducir gastos para compensar.  La calidad del servicio (la rapidez en la entrega, el cuidado en la inspección) comienza a declinar.  A la larga, cuanto más empeño se pone en la comercialización, más clientes pierde la compañía.
   
    La realimentación compensadora no se limita a los “sistemas grandes”.  Hay muchos ejemplos personales, como la persona que deja de fumar, engorda, sufre una pérdida de autoestima y comienza a fumar de nuevo para aliviar el estrés.  O la madre protectora que desea que su hijo se lleve bien con sus compañeros de escuela y se entromete para resolver los problemas, con el resultado de que su hijo nunca aprende a zanjar solo las diferencias.  O la empleada nueva y entusiasta, tan ansiosa de caer simpática que jamás responde a las críticas sutiles sobre su trabajo y termina amargada y etiquetada como “una persona difícil”.
   
    Ejercer más presión, ya sea mediante una intervención agresiva o mediante una tensa contención de los instintos naturales, es agotador.  Aun así, como individuos y organizaciones, no sólo somos arrastrados a la realimentación compensadora sino que a menudo glorificamos el sufrimiento resultante.  Cuando nuestros esfuerzos iniciales no producen mejoras duraderas, “presionamos”: fieles, como Boxer, al credo de que el mayor empeño superará todos los obstáculos, sin ver que nosotros mismos estamos contribuyendo a crear más obstáculos.
   
    3.  La conducta mejora antes de empeorar
   
    Las intervenciones de “bajo apalancamiento” serían mucho menos seductoras si muchas de ellas no dieran resultado en el corto plazo.  Se construyen casas nuevas.  Se educa a los desempleados.  Se salva la vida de niños hambrientos.  Los pedidos aumentan. Dejamos de fumar, aliviamos la angustia de nuestro hijo, evitando una confrontación con un nuevo colega.  La realimentación compensadora habitualmente implica una “demora”, un paréntesis entre el beneficio de corto plazo y el perjuicio de largo plazo.  The New Yorker publicó una vez una caricatura donde un hombre sentado en un sillón empuja una ficha de dominó gigantesca que lo amenaza desde la izquierda.  “Al fin puedo relajarme”, parece que dijera.  Desde luego, no ve que la ficha tumba otra ficha, que a la vez tumba otra, y otra, y que la serie de fichas gira en torno del sillón y finalmente le caerá encima desde la derecha.
   
    La respuesta donde las cosas mejoran antes de empeorar es lo que vuelve tan contraproducente las decisiones políticas,  Por “decisiones políticas” me refiero a las que se toman en virtud de factores que no obedecen a los méritos intrínsecos de diversos cursos de acción:  factores como la extensión de nuestra base de poder, la “buena imagen” o “contentar al jefe”.  En los sistemas humanos complejos siempre hay maneras de lograr que las cosas luzcan bien a corto plazo.  Los efectos de la realimentación compensadora llegan inevitablemente, pero más tarde.
   
    La palabra clave es “finalmente”.  La demora en un círculo de piezas de dominio explica por qué los problemas sistémicos son tan difíciles de reconocer.  Una solución típica luce maravillosa cuando cura los síntomas.  Ahora hay una mejora, o incluso el problema quizás haya desaparecido.  Pueden pasar dos, tres o cuatro años hasta que regrese el problema, o surja un problema nuevo y peor.  Para entonces, dada la rapidez con que la mayoría de la gente cambia de trabajo, habrá otro sujeto sentado en el sillón.
   
    4.  El camino fácil lleva al mismo lugar
   
    En una versión moderna de una antigua historia sufí, un viandante encuentra a un borracho gateando bajo un farol callejero.  Le ofrece ayuda y averigua que el borracho está buscando las llaves de la casa.  Al cabo de unos minutos pregunta:  “¿Dónde se le cayeron?”  El borracho responde que se cayeron frente a la puerta.  “¿Entonces por qué las busca aquí?”, pregunta el viandante.  “Porque junto a mi puerta no hay luz”, responde el borracho.
   
    Todos nos sentimos cómodos aplicando soluciones típicas a los problemas, ateniéndonos a lo conocido.  A veces las llaves están bajo el farol, pero a menudo están en la oscuridad.  Si la solución fuera visible u obvia para todos, tal vez ya la hubieran encontrado.  La insistencia en soluciones conocidas mientras los problemas fundamentales persisten o se empeoran es un buen indicador de pensamiento asistémico, lo que a menudo llamamos el síndrome de “aquí se necesita un martillo más grande”.
   
    5.  La cura puede ser peor que la enfermedad
   
    A veces la solución fácil o familiar no sólo es ineficaz, sino adictiva y peligrosa.  El alcoholismo, por ejemplo, puede empezar como consumo de bebida en las reuniones, una solución al problema de la baja autoestima o el estrés laboral.  Gradualmente, la cura se vuelve peor que la enfermedad; entre otros problemas, reduce aún más la autoestima y aumenta el estrés.
   
    La consecuencia más insidiosa de la aplicación de soluciones asistémicas es que esas soluciones se necesitan cada vez más.  Por eso las intervenciones gubernamentales mal concebidas no son sólo ineficaces sino “adictivas”, en el sentido de que incrementan la dependencia y reducen la aptitud de la comunidad local para resolver sus propios problemas.  El fenómeno de las mejoras de corto plazo que conducen a una dependencia de largo plazo es tan común que los pensadores sistémicos le han dado un nombre:  “Desplazamiento de la carga”.  La carga recae en la “intervención”, que puede consistir en asistencia federal a los ayuntamientos, en agencias de entrega de alimentos o en programas de bienestar.  Todos “ayudan” a un “sistema huésped” para dejarlo más débil que antes y con mayor necesidad de ayuda.
   
    Hallar ejemplos de esta estructura es -como dice la experta en recursos naturales Donella Meadows- “fácil, divertido y a veces aterrador”,  y no se limita al caso de las intervenciones gubernamentales.  “Desplazamos la carga” de realizar operaciones simples, y abandonamos nuestros conocimientos de aritmética para depender de las calculadoras de bolsillo.  Trasladamos las familias extendidas, y desplazamos en los asilos la carga del cuidado de los ancianos.  En las ciudades, delegamos en proyectos habitacionales la carga correspondiente a las diversas comunidades locales.  La Guerra Fría desplazó hacia los armamentos una carga que debía recaer en la negociación, fortaleciendo así las industrias militares.  En los negocios, delegamos la carga en consultores u otros “asistentes” que crean una dependencia, en vez de adiestrar a los gerentes para resolver los problemas.  Con el tiempo, el poder de la intervención crece, trátese de la influencia de la droga sobre una persona o del peso del presupuesto militar en una economía, de la magnitud de las agencias de ayuda al exterior o del presupuesto de las “agencias de socorro” empresarial.
   
    Las estructuras donde se desplaza la carga muestran que toda solución de largo plazo debe, como dice Meadows, “fortalecer la aptitud del sistema para sobrellevar sus proas cargas”.  A veces esto es difícil, pero a veces es asombrosamente fácil.  Un gerente que desplaza la carga de sus problemas de personal en un especialista en relaciones humanas puede descubrir que lo difícil es retomar esa responsabilidad; una vez que lo haga, aprender a manejar a la gente es un problema de tiempo y dedicación.
   
    6.  Lo más rápido es lo más lento
   
    Esta es también una vieja historia:  la tortuga es más lenta pero gana la carrera.  Para la mayoría de los empresarios norteamericanos la mejor tasa de crecimiento es “rápida” o “rapidísima”.  Pero casi todos los sistemas naturales, desde los ecosistemas hasta los animales, tienen tasas de crecimiento intrínsecamente óptimas.  Lo mismo ocurre con las organizaciones.  La tasa óptima es muy inferior al crecimiento más rápido posible.  Cuando el crecimiento se vuelve excesivo -como en el cáncer- el sistema procura compensarlo aminorando la marcha, y quizá poniendo en jaque la supervivencia de la organización.  En el Capítulo 8, la historia de la aerolínea People Express presenta un buen ejemplo de la rapidez que se deriva hacia la lentitud, e incluso el estancamiento.
   
    Observando estas características de los sistemas complejos, el célebre biólogo y ensayista Lewis Thomas ha observado:  “Cuando abordamos un sistema complejo como un centro urbano o un hámster, el cual tiene detalles insatisfactorios que anhelamos modificar, no podemos introducir reparaciones con demasiadas esperanzas de ayudar.  Esta percepción es una de las grandes frustraciones de nuestro siglo”.
   
    Cuando los directivos comprenden que estos principios sistémicos han contribuido a frustrar muchas de sus intervenciones, pueden sentir decepción y desaliento.  Los principios sistémicos se pueden transformar en excusas para la inacción, para no hacer nada en vez de tomar decisiones contraproducentes, o decisiones que empeoren las cosas.  Esto es un ejemplo clásico de que “es peligroso saber poco”.  Pues las implicaciones de la perspectiva sistémica no llevan a la inacción sino a un nuevo tipo de acción arraigada en un nuevo modo de pensar.  El pensamiento sistémico es más desafiante y más auspicioso que nuestra manera habitual de abordar los problemas.
   
    7.  La causa y el efecto no están próximos
         en el tiempo y el espacio
   
    Por debajo de todos los problemas mencionados se encuentra una característica fundamental de los sistemas humanos complejos:  la “causa” y el “efecto” no están próximos en el tiempo y el espacio.  Por “efectos” me refiero a los síntomas obvios que indican la existencia de problemas:  abuso de drogas, desempleo, niños hambrientos, reducción de pedidos, merma en las ganancias.  Por “causa” me refiero a la interacción del sistema subyacente que es la más responsable por la generación de los síntomas, y la cual, una vez identificada, podrá conducir a modificaciones que producirían mejoras duraderas.  ¿Por qué esto constituye un problema?  Porque la mayoría de nosotros pensamos que es así.  La mayoría suponemos, la mayor parte del tiempo, que causa y efecto están próximos en el tiempo y el espacio.
   
    Cuando jugamos en la infancia, los problemas nunca están lejos de las soluciones, por lo menos mientras nos limitamos a un grupo de juguetes.  años después, como directivos solemos creer que el mundo funciona de la misma manera.  Si hay un problema en la línea de producción, buscamos la causa en producción.  Si los vendedores no logran sus objetivos, creemos necesitar nuevos incentivos de venta o promociones.  Si las viviendas son inadecuadas, construimos más casas.  Si la alimentación es insuficiente, entregamos más comida.
   
    Como finalmente descubren los participantes del juego de la cerveza (Capítulo 3), la raíz de nuestras dificultades no se encuentra en problemas recalcitrantes ni en adversarios malignos, sino en nosotros mismos.  Hay una disparidad fundamental entre la naturaleza de la realidad de los sistemas complejos y nuestros modos predominantes de pensar sobre esa realidad.  El primer paso para corregir esa disparidad consiste en abandonar la noción de que causa y efecto están próximos en el tiempo y el espacio.
   
    8.  Los cambios pequeños pueden producir
         resultados grandes pero las zonas de mayor
         apalancamiento a menudo son las menos obvias
   
    Algunos denominan el pensamiento sistémico la “nueva ciencia del desconsuelo”, pues enseña que las soluciones más obvias no funcionan.  En el mejor de los casos, introducen mejoras de corto plazo que luego empeoran la situación.  Pero esta moneda tiene otra cara.  El pensamiento sistémico también enseña que los actos pequeños y bien focalizados a veces producen mejoras significativas y duraderas, si se realizan en el sitio apropiado.  Los pensadores sitémicos lo denominan “principio de la palanca”.
   
    Afrontar un problema dificultoso a menudo requiere ver dónde se encuentra el punto de apalancamiento, un cambio que con mínimo esfuerzo llevaría a una mejora significativa y duradera.
   
    El único problema es que las zonas de alto apalancamiento no son evidentes para la mayoría de los integrantes del sistema.  No están “próximas en el tiempo y el espacio” respecto de los síntomas.  Esto es lo que vuelve la vida interesante.
   
    Buckminster Fuller tenía un maravilloso ejemplo de apalancamiento que también le servía como metáfora para el principio de la palanca, el “apéndice de orientación”.  El apéndice de orientación es una especie de “timón del timón” de una nave.  Es mucho más pequeño que el timón, y su función es facilitar el manejo del timón, lo cual facilita el manejo de la nave.  Cuanto más grande sea la nave, más importante es el apéndice de orientación, porque resulta difícil mover el timón cuando desplaza un gran volumen de agua.
   
    El apéndice de orientación constituye una metáfora maravillosa de la palanca, no sólo por su eficacia sino porque no es obvio.  Si no supiéramos nada de hidrodinámica y viéramos un gran buque petrolero surcando el mar, ¿hacia dónde moviéramos el timón si quisiéramos virar a la izquierda?  Probablemente procuraríamos torcer la proa hacia la izquierda.  ¿Tiene usted idea de cuánta fuerza se requiere para empujar la proa de un buque petrolero que navega a quince nudos?  La palanca se aplica en la popa, empujando la cola del buque hacia la derecha para que el frente vire hacia la izquierda.  Esta es la tarea del timón.  ¿Pero hacia dónde dobla el timón para que la popa de la nave vire a la derecha?  Hacia la izquierda, desde luego.
   
    La nave dobla porque la parte trasera es “empujada por succión”.  El timón, al girar hacia el flujo de agua, lo comprime creando una diferencial de presión.  La diferencial de presión impulsa la popa en la dirección opuesta a aquella en que gira el timón.  Un avión vuela de la misma manera:  el ala crea una diferencial de presión y el avión es “succionado” hacia arriba.
   
    El apéndice de orientación -un artilugio pequeñísimo que produce un efecto enorme en ese buque descomunal- hace lo mismo con el timón.  Cuando gira hacia un lado u otro, comprime el flujo de agua alrededor del timón y crea una pequeña diferencial de presión que “succiona el timón” hacia la dirección deseada.  Pero si deseamos que el timón gire a la izquierda, ¿hacia dónde volteamos el apéndice de orientación?  Hacia la derecha, naturalmente.
   
    Todo el sistema -nave, timón, apéndice de orientación- está maravillosamente diseñado mediante el principio de la palanca.  Sin embargo, su funcionamiento no resulta obvio para quien no comprende la fuerza de la hidrodinámica.
   
    De la misma manera, los cambios de alto apalancamiento en los sistemas humanos no resultan obvios para quien no comprende las fuerzas que actúan en esos sistemas.
   
    No hay reglas sencillas para efectuar cambios de alto apalancamiento, pero hay modos de pensar que los facilitan.  Un punto de partida consiste en aprender a ver “estructuras” subyacentes en vez de “hechos”; cada uno de los “arquetipos sistémicos” expuestos más adelante sugiere zonas de alto y bajo apalancamiento.
   
    Otro punto de partida consiste en pensar en procesos de cambio y no en “instantáneas”.
   
    9.  Se pueden alcanzar dos metas
         aparentemente contradictorias
   
    A veces, los dilemas más enredados dejan de ser dilemas cuando se ven desde la perspectiva sistémica.  Son producto de un pensamiento por “instantáneas” y no por proceso, y aparecen bajo una nueva luz cuando se piensa conscientemente en el cambio a través del tiempo.
   
    Por ejemplo, durante años los fabricantes norteamericanos creyeron que debían escoger entre bajo coste y alta calidad.  “Los productos de alta calidad requieren costes de manufacturación más altos -pensaban-.  Se tarda más tiempo en ensamblarlos, exigen materiales y componentes más caros, y suponen controles de calidad más prolongados.”  Pero no analizaban que los modos de aumentar la calidad y bajar los costes podían ir de la mano a través del tiempo.  No Analizaban que ciertas mejoras básicas en los procesos laborales podían evitar la repetición de tareas, eliminar a los inspectores de calidad, reducir las quejas de la clientela, disminuir los gastos de garantía, aumentar la lealtad de la clientela y bajar costes de publicidad y promoción de ventas.  No comprendían que podían alcanzar ambas metas, si estaban dispuestos a esperar una mientras se concentraban en la otra.  Invertir tiempo y dinero para desarrollar nuevas aptitudes y nuevos métodos de ensamblaje -incluyendo nuevos métodos para involucrar a todos los responsables de mejorar la calidad- es un “coste” directo.  La calidad y los costes deben subir en los meses subsiguientes; aunque algunos ahorros en costes (como reducir la repetición de tareas) se pueden lograr con bastante rapidez, quizá se tarde varios años en ahorrar costes en todo el proceso.
   
    Muchos dilemas aparentes -control central versus control local, empleados felices y dedicados versus costes laborales competitivos, recompensa por logros individuales versus hacer sentir a todos valorados- son productos del pensamiento estático.  Se presentan como opciones rígidas entre esto o lo otro porque pensamos en lo que es posible en un punto fijo del tiempo.  Es posible que el mes próximo debamos escoger entre lo uno o lo otro, pero sólo podremos aplicar la palanca si vemos que ambos pueden mejorar a través del tiempo.
   
    10.  Dividir un elefante por la mitad
           no genera dos elefantes pequeños
   
    Los sistemas vivientes poseen integridad.  Su carácter depende de la totalidad.  Lo mismo vale para las organizaciones; la comprensión de la mayoría de los problemas administrativos requiere ver la totalidad del sistema que genera dichos problemas.
   
    Otra historia sufí ejemplifica esta ley.  Tres ciegos encontraron un elefante.  “Es una cosa grande y áspera, ancha y extensa como una alfombra”, dijo el primero, cogiendo una oreja.  El segundo, cogiendo la trompa, exclamó:  “Yo tengo la verdad.  Es un tubo recto y hueco”.  Y el tercero, cogiendo una pata delantera, señaló:  “Es poderoso y firme como una columna”.  “Los tres ciegos son muy diferentes de los jefes de manufacturación, márketing e investigación de muchas compañías?  Cada cual se ve con claridad los problemas de la empresa, pero ninguno entiende la interacción de las políticas de su departamento con las de otros.  La historia sufí termina con esta conclusión:  “Dado el modo de conocer de estos hombres, jamás conocerán un elefante”.
   
    Ver “elefantes enteros” no significa que cada problema organizacional sólo se pueda comprender observando toda la organización.  Algunos problemas se entienden sólo observando cómo interactúan funciones tales como manufacturación, márketing e investigación; pero hay otros problemas donde las fuerzas sistémicas críticas surgen dentro de una zona funcional dada; y otros donde es preciso examinar la dinámica de una industria entera.  El principio clave del “límite del sistema” es que las interacciones a examinar son las más relevantes para el problema en cuestión, al margen de los límites organizacionales locales.
   
    Este principio resulta difícil de practicar porque las organizaciones están diseñadas para impedir que la gente vea interacciones importantes.  Un modo obvio consiste en imponer rígidas divisiones internas que inhiban las preguntas a través de los límites, como cuando hay fricciones entre Márketing, Manufacturación e Investigación.  Otra consiste en dejar los problemas para que otros los resuelvan.  Muchas ciudades europeas han eludido los problemas del delito, pobreza extrema e indefensión que afligen a muchas ciudades norteamericanas porque se han obligado a enfrentar los equilibrios que debe mantener una zona urbana saludable.  Un modo de hacerlo ha consistido en mantener grandes “cinturones verdes” alrededor de la ciudad, para desalentar el crecimiento de suburbios y la instalación de gentes que trabajan en la ciudad pero viven fuera de ella.  En cambio, muchas ciudades americanas han alentado la expansión de suburbios circundantes, permitiendo continuamente que los residentes más ricos se muden lejos del centro y sus problemas.  (Las zonas empobrecidas de hoy, tales como Harlem en Nueva York y Roxbury en Boston, eran originalmente suburbios de clase ala.)  Las empresas hacen lo mismo cuando adquieren continuamente nuevas actividades y “cosechan” lo que prefieren considerar negocios “maduros” en vez de reinvertir en ellos.
   
    A veces la gente decide dividir un elefante en dos.  En tal caso no obtiene dos elefantes pequeños, sino un desquicio, es decir, un problema arrevesado donde no hay apalancamiento posible, porque el punto de apalancamiento se halla en interacciones que no se pueden ver examinando sólo un fragmento.
   
    11.  No hay culpa
   
    Solemos culpar a las circunstancias externas por nuestros problemas.  “Alguien” -los competidores, la prensa, el ánimo inconstante del mercado, el gobierno- nos perjudicó.  El pensamiento sistémico muestra que no hay nada externo; nosotros y la causa de nuestros problemas formamos parte de un solo sistema.  La cura radica en la relación con nuestro “enemigo”.

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