CAPITULO XIII.
Cuando dos de ellos hubieron ido a buscarlo, vieron a Jesús acercándose por la ribera del río. Y sus corazones fueron henchidos de gozo y esperanza cuando oyeron su saludo "La paz sea con vosotros".
Y tantas eran las preguntas que le querían hacer, mas en su asombro no podían principiar, pues nada se les venía a la mente. Y uno de ellos exclamó: Maestro, en verdad te necesitamos, ven y sálvanos de nuestros dolores.
Y Jesús habló por medio de parábolas. Sois como el hijo pródigo, quien por muchos años comió, bebió y pasó sus días en desaciertos y libertinajes con sus amigos. Y cada semana, sin conocimiento de su padre, incurría en nuevas deudas y en pocos días despilfarró todo.
Y los usureros siempre le prestaban dinero, pues su padre poseía grandes riquezas y siempre con paciencia pagaba todas las deudas de su hijo. Y en vano él –con buenas palabras, amonestaba a su hijo, mas él nunca escuchó los consejos de su padre quien en vano imploraba que abandonara su vida desordenada, la cual no tenía fin y le suplicaba que fuera a los campos a vigilar los trabajos de sus siervos.
Y el hijo siempre le prometía ser mejor, si él pagaba sus nuevas deudas. Empero al siguiente día principiaba de nuevo. Y por más de siete años el hijo continuó en su vida licenciosa. Pero al fin su padre perdió la paciencia y no pagó mas las deudas de su hijo a los usureros.
Si continúo pagando siempre, no habrá fin a los pecados de mi hijo. Luego, los usureros que habían sido engañados, en su enojo llevaron al hijo como esclavo para que con su trabajo diario pagara el dinero que había sido prestado.
Y así terminaron las glotonerías, embriagueces y los continuos excesos. Desde la mañana hasta la tarde, regaba los campos con el sudor de su frente y sus miembros le dolían por el trabajo, pues no estaba acostumbrado. Y vivía sólo de pan y no tenía sino sus lágrimas para remojarlo. Y cuado pasaron tres días, sufrió tanto del calor y de cansancio que dijo a su amo:
Ya no puedo mas, todos mis miembros están adoloridos. ¿Cuánto tiempo mas me atormentareis?
Hasta el día en que por el trabajo de vuestras manos me pagueis lo que me debeis. Y cuando se hayan cumplido los siete años sereis libre. Y el hijo desesperado respondió llorando: pero apenas puedo soportar siete días. Ten piedad de mi, pues mis piernas y mis brazos arden de dolor. Mas el malvado usurero exclamó: apresúrate con el trabajo. Si por siete años pudiste emplear tus días y noches para desenfrenadas pasiones, ahora debes trabajar por siete años. No te perdonaré hasta que hayas pagado hasta el último dracma.
Mas el hijo –con sus miembros torcidos por el dolor, desesperado fue de vuelta a su trabajo, para continuar con su obra. Apenas podía sostenerse de pie debido al cansancio y a los dolores y cuando el séptimo día llegó, el día del sábado, en el cual ningún hombre trabaja en los campos, entonces el hijo tomó fuerzas de las que le quedaban y tambaleándose se fue a la casa de su padre. Y arrojándose a los pies de su padre le dice:
Padre, créeme por última vez y perdóname todas las ofensas hechas contra ti. Os juro que no volveré a vivir desordenadamente otra vez y que seré vuestro hijo obediente en todo. Sálvame de la mano de mi opresor. Padre, mírame con piedad, mira mis miembros, no endurezcais vuestro corazón.
Y los ojos de su padre se inundaron en lágrimas y tomando a su hijo en sus brazos le dijo: Regocijémonos porque hoy me has traido gran gozo. Porque he encontrado a mi hijo amado, mi hijo que había perdido. Y vistió a su hijo con el mejor vestido y todo el día hubo fiesta. Y al siguiente día dió a su hijo un saco de plata para que pudiera pagar a sus acreedores todo lo que les debía. Y cuando volvió su hijo, le dijo: Hijo mío ¿Véis cuán fácil es contraer deudas por siete años, con una vida licenciosa? Pero su pago, con siete años de trabajo, es difícil.
Padre, es en verdad difícil aún en siete días.
Por esta única vez se os ha permitido pagar vuestras deudas en siete días en vez de siete años. El resto se os ha perdonado. Pero ten entendido, en lo futuro no contraerás mas deudas. Porque en verdad os digo, nadie sino tu padre perdona tus deudas. Porque sois su hijo.
Porque con todo eso hubierais tenido que trabajar durante siete años, según manda nuestra ley.
Padre mío, en lo sucesivo, seré tu obediente y amante hijo y no incurriré mas en deudas. Pues se que pagarlas es difícil.
Y se fue a las propiedades de su padre y pasaba los días vigilando a los trabajadores de su padre. Y fue considerado con sus obreros, jamás les hizo trabajar en exceso, pues siempre recordaba lo duro que había trabajado.
Y pasaron los años y las posesiones de su padre aumentaban más y más bajo su dirección. Porque la bendición de su padre estaba sobre su trabajo. Y poco a poco devolvió a su padre diez veces mas de lo que había despilfarrado en los siete años.
Y cuando su padre vió que su hijo dirigía bien a sus siervos y administraba sus posesiones bien, le dijo:
Hijo mio, veo que mis posesiones están en buenas manos. Os doy todo mi ganado, mi casa, mis tierras y mis posesiones. Todo será vuesta heredad. Continúa prosperando para que así yo tenga gozo en vos.
Y cuando el hijo hubo recibido la herencia de su padre, él perdonó a sus deudores todo aquello que no le podían pagar. Pues no olvidó que sus deudas le habían sido perdonadas, cuando no las pudo pagar.
Y Dios le bendijo con larga vida, con muchos hijos y muchas riquezas. Porque fue bondadoso con todos sus criados y con todos sus animales.
Cuando dos de ellos hubieron ido a buscarlo, vieron a Jesús acercándose por la ribera del río. Y sus corazones fueron henchidos de gozo y esperanza cuando oyeron su saludo "La paz sea con vosotros".
Y tantas eran las preguntas que le querían hacer, mas en su asombro no podían principiar, pues nada se les venía a la mente. Y uno de ellos exclamó: Maestro, en verdad te necesitamos, ven y sálvanos de nuestros dolores.
Y Jesús habló por medio de parábolas. Sois como el hijo pródigo, quien por muchos años comió, bebió y pasó sus días en desaciertos y libertinajes con sus amigos. Y cada semana, sin conocimiento de su padre, incurría en nuevas deudas y en pocos días despilfarró todo.
Y los usureros siempre le prestaban dinero, pues su padre poseía grandes riquezas y siempre con paciencia pagaba todas las deudas de su hijo. Y en vano él –con buenas palabras, amonestaba a su hijo, mas él nunca escuchó los consejos de su padre quien en vano imploraba que abandonara su vida desordenada, la cual no tenía fin y le suplicaba que fuera a los campos a vigilar los trabajos de sus siervos.
Y el hijo siempre le prometía ser mejor, si él pagaba sus nuevas deudas. Empero al siguiente día principiaba de nuevo. Y por más de siete años el hijo continuó en su vida licenciosa. Pero al fin su padre perdió la paciencia y no pagó mas las deudas de su hijo a los usureros.
Si continúo pagando siempre, no habrá fin a los pecados de mi hijo. Luego, los usureros que habían sido engañados, en su enojo llevaron al hijo como esclavo para que con su trabajo diario pagara el dinero que había sido prestado.
Y así terminaron las glotonerías, embriagueces y los continuos excesos. Desde la mañana hasta la tarde, regaba los campos con el sudor de su frente y sus miembros le dolían por el trabajo, pues no estaba acostumbrado. Y vivía sólo de pan y no tenía sino sus lágrimas para remojarlo. Y cuado pasaron tres días, sufrió tanto del calor y de cansancio que dijo a su amo:
Ya no puedo mas, todos mis miembros están adoloridos. ¿Cuánto tiempo mas me atormentareis?
Hasta el día en que por el trabajo de vuestras manos me pagueis lo que me debeis. Y cuando se hayan cumplido los siete años sereis libre. Y el hijo desesperado respondió llorando: pero apenas puedo soportar siete días. Ten piedad de mi, pues mis piernas y mis brazos arden de dolor. Mas el malvado usurero exclamó: apresúrate con el trabajo. Si por siete años pudiste emplear tus días y noches para desenfrenadas pasiones, ahora debes trabajar por siete años. No te perdonaré hasta que hayas pagado hasta el último dracma.
Mas el hijo –con sus miembros torcidos por el dolor, desesperado fue de vuelta a su trabajo, para continuar con su obra. Apenas podía sostenerse de pie debido al cansancio y a los dolores y cuando el séptimo día llegó, el día del sábado, en el cual ningún hombre trabaja en los campos, entonces el hijo tomó fuerzas de las que le quedaban y tambaleándose se fue a la casa de su padre. Y arrojándose a los pies de su padre le dice:
Padre, créeme por última vez y perdóname todas las ofensas hechas contra ti. Os juro que no volveré a vivir desordenadamente otra vez y que seré vuestro hijo obediente en todo. Sálvame de la mano de mi opresor. Padre, mírame con piedad, mira mis miembros, no endurezcais vuestro corazón.
Y los ojos de su padre se inundaron en lágrimas y tomando a su hijo en sus brazos le dijo: Regocijémonos porque hoy me has traido gran gozo. Porque he encontrado a mi hijo amado, mi hijo que había perdido. Y vistió a su hijo con el mejor vestido y todo el día hubo fiesta. Y al siguiente día dió a su hijo un saco de plata para que pudiera pagar a sus acreedores todo lo que les debía. Y cuando volvió su hijo, le dijo: Hijo mío ¿Véis cuán fácil es contraer deudas por siete años, con una vida licenciosa? Pero su pago, con siete años de trabajo, es difícil.
Padre, es en verdad difícil aún en siete días.
Por esta única vez se os ha permitido pagar vuestras deudas en siete días en vez de siete años. El resto se os ha perdonado. Pero ten entendido, en lo futuro no contraerás mas deudas. Porque en verdad os digo, nadie sino tu padre perdona tus deudas. Porque sois su hijo.
Porque con todo eso hubierais tenido que trabajar durante siete años, según manda nuestra ley.
Padre mío, en lo sucesivo, seré tu obediente y amante hijo y no incurriré mas en deudas. Pues se que pagarlas es difícil.
Y se fue a las propiedades de su padre y pasaba los días vigilando a los trabajadores de su padre. Y fue considerado con sus obreros, jamás les hizo trabajar en exceso, pues siempre recordaba lo duro que había trabajado.
Y pasaron los años y las posesiones de su padre aumentaban más y más bajo su dirección. Porque la bendición de su padre estaba sobre su trabajo. Y poco a poco devolvió a su padre diez veces mas de lo que había despilfarrado en los siete años.
Y cuando su padre vió que su hijo dirigía bien a sus siervos y administraba sus posesiones bien, le dijo:
Hijo mio, veo que mis posesiones están en buenas manos. Os doy todo mi ganado, mi casa, mis tierras y mis posesiones. Todo será vuesta heredad. Continúa prosperando para que así yo tenga gozo en vos.
Y cuando el hijo hubo recibido la herencia de su padre, él perdonó a sus deudores todo aquello que no le podían pagar. Pues no olvidó que sus deudas le habían sido perdonadas, cuando no las pudo pagar.
Y Dios le bendijo con larga vida, con muchos hijos y muchas riquezas. Porque fue bondadoso con todos sus criados y con todos sus animales.

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