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sábado, 19 de diciembre de 2009

ECOLOGIA HUMANA: PREFACIO


Luis Carlos Restrepo
Nació en Filandia (Quindío) en 1954. Es médico psiquiatra de la Universidad Nacional de Colombia y magíster en Filosofía de la Universidad Javeriana. Ha sido profesor universitario y actualmente es Asesor de Proyectos en Psiquiatría Social.

Es autor, entre otros libros, de "El derecho a la ternura" y "Libertad y locura".
Segunda edición
© SAN PABLO 1997                 
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"La sociedad contemporánea no sólo está amenazada por las armas nucleares y los desastres ecológicos.
Se hace necesario además, para beneficio del hombre, poner en práctica una ecología del espíritu..."
S.S. Juan Pablo II
Mensaje a los Artistas
Octubre de 1986

Prefacio


La Ecología Humana, tal como se desarrolla en la nueva colección que ofrecemos, tiene como punto de partida la analogía que se establece entre los ecosistemas vivientes y el mundo de las relaciones interpersonales. Por tal motivo, para la exposición de nuestra propuesta, no nos interesa ahondar en otros enfoques que se preocupan por los seres humanos en tanto conglomerados poblacionales que establecen relaciones de intercambio energético con los ecosistemas naturales. Nuestro abordaje tiene una perspectiva más sutil. Pretende leer, desde una mirada ecológica, el ámbito de las relaciones afectivas y cognitivas que surcan nuestra vida diaria.

Tal perspectiva de estudio se justifica por la similitud que existe entre la crisis ecológica y la crisis interpersonal y valorativa del mundo contemporáneo. Fenómenos como el creciente analfabetismo emocional, las dificultades en la vida de pareja y en la vivencia de la intimidad, la funcionalización de las relaciones cotidianas y trastornos como la violencia intrafamiliar o la drogadicción, aparecen como expresión de esa torpeza afectiva típica del mundo contemporáneo.

No sólo padecemos de un terrible analbafetismo emocional, sino que hemos aprendido a sacar provecho de nuestra situación. En efecto. Compensamos el despecho con un afán de productividad que nos lleva a generar una compulsión por el trabajo y la eficiencia, muy bien vista en nuestra dinámica social. Nada importa que seamos torpes al momento de dar y recibir alimento afectivo, siempre y cuando podamos cumplir con las exigencias productivas de la época.

Vivimos un desastre cultural, pues no otro nombre puede darse a una situación en la que tantas personas, de tan diferente condición social o estrato económico, fracasan en sus empresas amorosas. Nos hemos centrado en el manejo de la información —como si envidiásemos a las máquinas—, pero hemos descuidado el cultivo de la sabiduría. Es necesario integrar de nuevo la razón y la emoción. Mientras la información consiste en la manipulación de datos binarios, susceptibles de utilizarse según las categorías excluyentes de lo positivo o lo negativo, la sabiduría atiende a la articulación de estos datos con los afectos y las pasiones, por lo que se abre a la ambigüedad y a los matices propios de la vida humana. Se trata de recuperar ese terreno en que los afectos se cruzan con la información, para aprender a movernos adecuadamente entre seres humanos que se apuestan pasionalmente en sus experiencias sexuales y en su manejo del poder. Es decir, para movernos con audacia en medio de los conflictos humanos sin quedar aprisionados en ellos.

El desastre cultural, o crisis ecológica de la interpersonalidad, es causado por un conflicto que debe ser cabalmente representado para que podamos poner en marcha estrategias de reconstrucción de nuestro entorno afectivo. Para lograrlo, definimos el ecosistema como un conjunto de diferencias que interdependen y la crisis ecológica como la ruptura de uno de estos dos ejes, resultado del afán de productividad y del culto a la eficiencia. Los fenómenos propios del monocultivo —típico ecosistema artificial— se reproducen en la vida humana, con una diferencia que merece ser señalada. En la vida interpersonal, al conflicto entre dependencia y singularidad que existe en todo ecosistema, se añade la torpeza afectiva típica de nuestra cultura al momento de enfrentarlo. De esta manera, a un problema natural —cual es la lucha permanente entre estos dos ejes— se suma otro problema interpersonal y social, relacionado con la manera como en ocasiones abordamos la dinámica afectiva y las relaciones de poder dentro de la sociedad consumista.

Por tal motivo, nuestra pretensión es dar las claves para resolver este segundo nivel del conflicto, es decir, para superar la torpeza afectiva, a fin de dar al choque entre dependencia y singularidad un cauce sano y creativo para su expresión.

Creemos posible superar el analfabetismo emocional, para que el conflicto entre dependencia y singularidad no se convierta en fuente de sufrimiento innecesario. Para eso, es prioritario aprender a cuidar nuestros nichos afectivos de la polución y la contaminación derivadas del exceso de diálogos funcionales y la presencia de chantajes afectivos en el mundo interpersonal. Camino que podemos transitar realizando pactos de ternura, entendidos como una postura ética que brinda criterios para abordar el choque inevitable entre dependencia y singularidad.

Dichos pactos no se limitan a la intimidad amorosa o a la vida de pareja. También en el ámbito laboral y político es necesario apostarte a la delicadeza, sin caer por eso en la flojera o la melosería. Aunque lo olvidemos con frecuencia, compartimos con los demás seres vivientes necesidades apremiantes de oxígeno, agua y alimento. Pero los seres humanos, además, necesitamos con urgencia del afecto, especie de alimento espiritual sin el cual nos marchitamos y hasta perecemos. Nuestro jardín interior necesita de riegos afectuosos, bien sea en forma de caricias, calidez o reconocimiento. Pero este afecto que recibimos y ofrecemos no es siempre el más oportuno y adecuado. En ocasiones se trata de afecto trasnochado, o hasta vencido y envenenado, propio de esos amores con codazo y zancadilla que tan profundas heridas nos dejan en el alma. Por eso, un pacto de ternura es también un acuerdo para realizar un mutuo control de calidad afectiva.
El pacto de ternura no niega que la vida social y amorosa esté llena de conflictos. Al contrario, es necesario reconocer su presencia, aprendiendo a manejarlos sin terminar aplastados a causa de nuestra torpeza. No compartimos una visión simplista de la problemática ecológica que aboga de entrada por un retorno a la armonía y la estabilidad. A la inversa, no podemos negar que la vida humana y la dinámica viviente serán siempre fuente de conflicto, por lo que se trata de poner en marcha estrategias que permitan manejarlo sin terminar apabullados por él.

Esta ética del conflicto la resumimos en el paradigma de la ternura, o mejor aún, de la ecoternura. La ternura resume nuestra postura actitudinal ante la crisis ecológica, pudiendo entenderse como un aprendizaje social que exige una reconstrucción de la cultura desde la proximidad; revolución de la vida cotidiana que nos invita a asumir, como horizonte ético, una reflexión sobre el poder, la libertad y la decisión, para aclimatar un uso delicado de la fuerza.

La ternura es la manera de combinar nuestra vehemencia por modificar el mundo con el respeto a las mutuas necesidades de expresar la singularidad, sin poner por eso en peligro la reciprocidad afectiva. La ternura es un derecho y un deber de la vida cotidiana, que es urgente aprender a respetar. De esta manera impediremos la aparición de esos terribles chantajes afectivos, mediante los cuales le hacemos saber a la persona amada que le entregamos cariño sólo si se acopla a nuestros caprichos e intereses. No tenemos por qué resignarnos al desamor y al despecho. Podemos reaprender nuestra vida amorosa, dejando de lado hábitos y creencias que nos traen más daño que beneficio.

El enfoque de Ecología Humana es tanto una metodología amplia de reconstrucción cultural e interpersonal, como una perspectiva válida para enfrentar problemas de drogadicción, dificultades en la vida sexual y afectiva, y desbordes de violencia que ponen en peligro la vida civil y la convivencia. Es una nueva manera de entender el amor y la democracia, que busca apuntalar algunos ejes axiológicos cuya importancia se ha desdibujado en el mundo contemporáneo. Lo ofrecemos como una mediación conceptual que puede servir de herramienta dialógica en los procesos autogestivos de reconstrucción afectiva, valorativa e interpersonal, que se han convertido en una prioridad cultural del mundo occidental.

Quiero, finalmente, expresar mi agradecimiento al Dr. Juan Francisco Pérez, quien colaboró de manera diligente en la organización didáctica de los ejes del Ecosistema Humano, facilitando la labor del lector y el pedagogo. Reconocimiento que hago extensivo al comunicador y publicista Hernán Salamanca, por su valiosa contribución a la redacción del capítulo séptimo. Sus aportes han sido fundamentales para la elaboración del presente texto.

El Autor

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