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domingo, 3 de enero de 2010

LA TRAICIÓN -23-

"La Cena había tocado a su fin, el aire de pesadumbre se entremezclaba con el olor de la madera chamuscada. El Maestro alzó la copa y dijo: "Con este cáliz establezco nuestra alianza. Siempre que alcéis la copa recordarme como parte vuestra. Aquel por quien debo ser entregado ya está predispuesto y presto a encarnar al maligno. Es uno de vosotros..."
Todos se miraron atónitos con aire acusador, pues todos, como humanos, evidenciaron sus defectos a lo largo de esos años de andadura.
Cualquiera podía ser, por otra parte resultaba tan absolutamente difícil creer que después de tantas fatigas y afrentas, pudieran traicionar al amado Maestro...
Terminó la Cena y Juan le acompañó en su caminata hacia los olivos, donde muchas noches solía desaparecer entre extrañas luminarias. Los Apóstoles no solían acompañarle, parecía como si alguna barrera se lo impidiese o tal vez la fuerza disuasoria se hacía más fuerte cada vez que se establecía en el diálogo silencioso el requerimiento o la casi súplica del Amado hacia ellos, de estar solo.

La sensibilidad de aquel muchacho le hizo manifestar sin pudor y a flor de piel los genuinos sentimientos de su alma: "Maestro...Maestro ¿seré yo quien te traicione?..." Y Jesús caminaba cabizbajo sin responder. "¡Maestro!... ¡Maestro!, ¡Por caridad!... ¿seré yo?...La respuesta era otra vez la misma: el silencio de Jesús y el pausado caminar hacia la montaña.
De nuevo, y con más fuerza, Juan se interpuso en el camino del Rabí, y casi le gritó: "¡Si he de ser yo, ahora mismo me mataré!".
Alzó los ojos el amado Maestro y con ternura le respondió: "Ni aún deseándolo, hijo mío, podrías traicionarme. La ley está escrita y debe cumplirse, pero no has de ser tú sino quien fue designado para tal tarea". "¡Dime quién es y ahora mismo lo mataremos!"...Jesús cambió su mirada tornándola dura: "¡Calla insensato! ...Nadie, ni siquiera yo, puedo transgredir la ley".
"¡Pero Rabí, cómo puedes aceptar tu muerte y dejar que tu asesino camine entre nosotros!". "¡Juan!, ¡Juan! ...Todo este tiempo conmigo qué poco te ha enseñado. Tan duros sois de mente que no termináis de entender. Ni siquiera el que realizará el trabajo sabe lo que le ha tocado en suerte, pues si lo hubiera sabido antes del tiempo, habría hecho lo mismo que tú me has indicado: matarse para no traicionar. Pero él vino para eso y sólo después de acabar el trabajo se dará cuenta de lo que ha hecho. Así como yo soy el templo de mi Padre, y a su voluntad me plego y me someto, así él será el templo del Maligno y nada podrá contra su Señor cuando le sea concedido el tiempo de su ministerio. Todo esto está escrito por los profetas, y tan sólo nos toca representar nuestros papeles. Escucha bien, ¡amado mío!, cuanto a mi me suceda así os sucederá a vosotros, y yo haré que en el tiempo del testimonio, el lobo camine entre las ovejas para que al sonido de las trompetas de las estrellas se manifieste su cometido, y las ovejas inmolen su sangre para el Padre.
También llegará otro tiempo donde no habrá más lobos, y las ovejas pastarán felices en las praderas de mi Padre, pero nadie puede alterar la ley, pues mi Padre es la ley perfecta, para este tiempo, para el pasado y para el que ha de venir.
Ahora que sabes todo esto, puedo decirte que Judas será el que realizará la tarea".
"¡Señor!... ¡Señor!, ¡Qué pesada carga arrojas sobre mí!, ¿cómo podré vivir junto al traidor hasta el día de tu muerte?"
"Esto es el amor, querido hijo, a él te acercarás y en la misma mesa comerás, pues en él hay un servidor del misterio, y como servidor tiene la misma categoría que tú, que eres servidor en igual medida. No eres tú quien debe condenarle antes de tiempo, sino que será él mismo como juez que se impondrá el castigo y se golpeará con el mayor de los látigos: la conciencia.
A cada servidor se le mostrará el final del camino y a cada uno se le enseñará su enemigo para que si desea realizar y proseguir en el servicio, sepa con quién ha de enfrentarse, pues sólo conscientemente podéis vivir para conscientemente reclamar ante el Padre. ¿Puede acaso un tonto o un loco, pedir por lo que jamás fue consciente de realizar?...Así pues, querido Juan, cada uno de vosotros sabrá de antemano, y de la sabiduría nacerá la fuerza y la comprensión. "
La cerca de piedras milenarias separaba el huerto donde ya se adentraba el Rabí. Juan, se recostó sobre la tierra dispuesto a esperar a su querido Señor. Lágrimas de impotencia le hacían meditar sobre la tremenda realidad de la traición y de la aceptación de la misma por todos. Era absolutamente grotesco que se les impusiera tan férrea disciplina. Su mente hablaba ligera "Estaré desde hoy junto al Maestro día y noche, y si alguien le hace daño, le defenderé...". Pero no obstante no podía desobedecer y por tanto debía asistir a ese acto final de la muerte anunciada de Jesús.
¡Qué enorme tristeza ser corto de mente y no comprender! ¡Qué dolor es la ignorancia y todo lo que de ella se desprende! Por algo había dicho el Iluminado: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres", pero esa verdad no era la misma que él aprendió a las orillas del lago entre rústicos pescadores, ni tampoco en la sinagoga de sus mayores.
Reflexionaba sobre el hecho de la esclavitud a la que es sometido el hombre ciego que sigue modelos e ideas aparentemente satisfactorias pero que crea hábitos dañinos para el cuerpo y el alma. Jesús, por el contrario, les había enseñado a cuidar ambas cosas y desde el primer día algo nuevo había en todos ellos. Pero aún así qué duro era no comprender.
Juan sólo identificaba el dolor de su pecho y el amor casi seductor que sentía por aquel hijo de carpintero. ¡Qué tristeza! ¡Qué tristeza no comprender!
Miró al fondo de la oscuridad y alrededor de la túnica del Maestro, como otras noches, vio aquella luminosidad violeta que como  a su polluelo le protegía del frío nocturno. Extraños quejidos salían de Jesús, parecía llorar muy fuerte, extrañamente motivado. Ciertamente no era fácil ver gemir al Maestro  recordaba la ocasión de Lázaro  pero ninguna otra. Sin duda algo estaba ocurriendo que se salía de lo normal. Esperó por tanto durante una hora más ó  menos y finalmente unos pasos quedos le trajeren la deseada presencia.
  ¿Qué te ocurría Maestro?, ¿por qué llorabas?
 Por la imperfección. El Padre me mostró su tamaño y vi a la vez el mío, ésa distancia me hizo llorar pues aún siendo creados perfectos debemos todavía crecer contemplando la imperfección que de nosotros sale hasta llegar a ser Dioses. El me enseñó que aún después de mí sacrificio se seguirá obedeciendo al mal y el hombre superará aún por mucho, los crímenes que existen en este campo. Así como tú debes superar la prueba de tu ignorancia y aceptar mi muerte, así querido Juan, yo debo superar la prueba de mi propia limitación y la muerte del hombre por el hombre. Debo encontrar respuesta al sacrificio, y rellenar mi ignorancia con la luz del Padre.
 Pero Maestro, ¡tú lo sabes todo!
  ¡Juan!, ¡Juan! ...cuando la luz se reviste de materia nace la ignorancia de los sentidos y de las formas. Todo espíritu que nace en la materia es impregnado de barro, y la luz de su corazón queda oculta dentro de la tinaja de su cuerpo. Sólo cuando la tinaja se rompe de nuevo se retorna a la sabiduría del espíritu.
Yo arriba soy Rey pero aquí en la Tierra soy el último de los servidores y por tanto esclavo temporal de la materia. Cuando el hombre de este tiempo "rompa el cántaro en mi cruz" y piense que mi trabajo ha terminado, será precisamente cuando mi luz se liberará y os iluminará a vosotros y a todos los hombres de buena voluntad.
Es cierto que lloré con el amado Lázaro, hijo mío, pero mis lágrimas fueron debidas a la debilidad de haber vuelto a encerrar al Lázaro luminoso en su tinaja de barro, en vez de haberle dejado en las Praderas Celestiales donde ya había llegado cuando me fue anunciada su muerte. Lloré por haber sido víctima de mi debilidad y del falso amor que me indujo a traer a un amigo de la verdadera vida del espíritu a la muerte de la materia.
 Yo sé Maestro, yo sé muy bien, que dices la verdad, pero no la comprendo. Algo me sucede cuando tú hablas que me hace amarte intensamente. Pones en marcha mi corazón y nada, nada en el mundo puede robarme la dicha de ser tu amigo y estar contigo. Yo sé que tú tienes razón, Maestro, y no es importante comprender o no cuanto dices si siempre permaneces entre nosotros.
 No Juan, debo presentarme pronto ante la prueba final, y nadie puede ni debe retenerme. Pero te aseguro, querido mío, que al instante de mi fallecimiento yo seré en ti una misma cosa y te enviaré como Consolador de hombres a que seas escuchado en los cuatro confines de la Tierra."
La noche oscura apagó los rumores de aquella conversación entre dos amigos, entre dos fieles y sempiternos amantes."

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