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lunes, 4 de enero de 2010

LOS KOANS, ROMPIENDO LAS BARRERAS DE LA MENTE


Rompiendo las barreras de la Mente

Los koans del zen son famosos porque cuentan historias que impactan la mente, que revolucionan los conceptos aprendidos. Son frases frente a las que la mente se estrella y, como no puede solucionar su paradoja siguiendo esquemas conceptuales, tiene que abrirse a la intuición. Entonces puede darse la iluminación.

Los siguientes son algunos de los más famosos:

Maestro, ayúdame a encontrar la liberación.

- ¿Y quién te tiene prisionero?

- Nadie

- ¿Por qué buscas la liberación entonces?.

- Maestro, ¿qué haces tú para estar en el camino verdadero?.

- Cuando tengo hambre, como; cuando tengo sueño, duermo.

- Pero esas cosas las hace todo el mundo.

- No es cierto. Cuando los demás comen piensan en mil cosas a la vez. Cuando duermen, sueñan con mil cosas a la vez. Por eso yo me diferencio de los demás y estoy en el camino verdadero.

Dos monjes iban hacia su monasterio cuando al pasar un río escucharon los gritos de una dama que pedía socorro. Era una joven que estaba en peligro de ahogarse. Uno de los monjes se tiró al agua, tomó a la hermosa joven en sus brazos y la puso a salvo en la orilla. Tras despedirse los monjes continuaron su camino. Transcurrido un tiempo el que no había hecho nada dijo:

- Deberías saber que nuestras normas no permiten tocar a mujer alguna.

- Yo tomé a esa joven con mis brazos y luego la dejé en la orilla. Tú todavía la estás cargando.

- Maestro, ayúdame a encontrar la verdad.

- ¿Percibes la fragancia de las flores?

- Sí.

- Entonces no tengo nada que enseñarte.

- Maestro Pao-chi, ¿qué es el Tao?

- Entra.

- No te comprendo.

-Sal

El Zen quiere enseñarnos para llegar a la Verdad sobran los artificios porque la verdad está ahí mismo, sólo para quien quiera verla.

- Maestro, ¿qué es la verdad?.

- La vida de cada día.

- En la vida de cada día sólo aprecio las cosas corrientes y vulgares de cada día y no veo la verdad por ningún lado.

- Ahí está la diferencia, en que unos la ven y otros no.

El Zen quiere enseñarnos que la verdad es algo natural, que no hay que complicarse mucho la existencia para llegar a ella, que es necesario recobrar la naturalidad de la vida y del ser.

- Maestro, ¿cómo haré para encontrar el sendero?.

- ¿Escuchas el ruido del torrente?.

- Sí.

- Ahí está la puerta.

Para recobrar la naturalidad perdida hay que vaciar la mente, hay que dejar atrás todos los conceptos. Entonces la realidad se nos mostrará.

- Maestro, ya no tengo nada en mi mente, ¿qué debo hacer?.

- Tíralo fuera.

- Pero si ya no tengo nada en la mente.

- Tíralo fuera.

El proceso no es sencillo porque la mente es poderosa y se aferra a las ideas, al pasado, a lo aprendido, la mente se agarra a sus contenidos porque ellos le dan su razón de ser.

Por eso hay que insistir, hay que seguir adelante con fuerza y con voluntad, con coraje y con valentía, hay que seguir en el sendero de comprender la realidad con una mente desnuda de ideas, como la de un niño, sin juzgar las cosas, sin juzgar el mundo, sin juzgar la realidad.

Hubo un maestro que, levantando su bastón en el aire decía a sus discípulos:

- No lo llaméis bastón: si lo hacéis, afirmáis.

No neguéis que es un bastón: si lo hacéis, negáis.

Sin afirmar ni negar entonces podéis hablar.

La mente está atrapada en la dualidad de la vida. La mente sirve para juzgar, para clasificar, para diseccionar, para ordenar, la mente sirve para muchas cosas pero no tiene la solución ni las claves de la vida, porque estás están más allá de la mente.

Se dice que Kyogen contaba a sus discípulos la siguiente historia:

"Imaginad que un hombre se sujeta a un gran árbol sujetándose sólo con los dientes mordiendo fuertemente una de sus ramas. Otro hombre que pasa por aquel lugar le pregunta cuál es la doctrina fundamental del budismo. Si el hombre que está colgado del árbol no contesta, se muestra poco educado con quien le pregunta, pero si contesta perderá la vida al caer del ¿árbol?.

¿Qué puede hacer?.

Como la mente no tienen las soluciones de todo, como sus condicionamientos culturales son generalmente una trampa, el Zen ha insistido siempre en derribar los muros de la mente.

Para eso surgieron los koans. Se ha hablado mucho en occidente sobre la eficacia o no de los koans.

Lo cierto es que cuando surgieron y comenzaron a implantarse, el esplendor del Zen estaba declinando.

Pueden ser un método útil para bloquear el razonamiento discursivo y la capacidad especulativa de la mente, entonces podemos ir más allá de la lógica y abrirnos al poder de la intuición; pero está claro que los koans tienen sus peligros para "mentes" que se apegan a los contenidos, que no saben ir más allá de las formas y las apariencias, que no pueden comprender el profundo sentido provocador del Zen.

Cuando el discípulo llegó ante el maestro, éste le preguntó.

- ¿Vienes de muy lejos?.

- Sí. Vengo para aprender de ti. ¿Qué norma de vida me entregas para que la cumpla?.

- Sólo una: si yendo por el camino tropiezas con el Buda, mátalo.

La esencia del Zen huye de todo artificio. Busca la vida natural, la plena consciencia, el vivir cada día y centrarse en el presente libre de juicios, prejuicios, dogmas e ideas preestablecidas.

Para conseguir eso, los maestros zen han usado los métodos más extraños y sorprendentes. Trata de que experimentemos directamente la fuerza de la vida sin que nos separe de ella todo el artificio de la mente.

El Zen y el Tao apuestan decididamente para que retornemos a nuestra naturalidad y espontaneidad perdidas. Quieren que seamos realmente libres y, en ese camino enseñan que las cadenas que nos ponen los demás son por evidentes las menos conflictivas.

Las cadenas más difíciles de romper son las que, sin darnos cuenta, llevamos en nuestra propia mente.

Maestro. ¿Tengo razón en no tener ideas?

- Desecha esa idea

- Os he dicho que ya no tengo ideas, ¿qué podría desechar?

-Desecha la idea de que no tienes ideas.

Ahora quiero terminar con dos últimos Koans donde se refleja de la forma más clara el espíritu del Zen y su forma de enseñar

El primero trata sobre lo que el Zen considera más importante en el camino espiritual.

Un alumno se presentó ante el gran Maestro Ikkyu para preguntarle:

- Maestro, ¿tendrías la bondad de escribirme algunas máximas sobre la más alta sabiduría?.

El maestro escribió entonces en un papel: ¡Atención!.

El alumno, un tanto sorprendido, preguntó.

- ¿Esto es todo?. ¿No vais a escribir algo más?.

El maestro, ante la insistencia del alumno, cogió de nuevo el papel y añadió dos palabras más:

Atención. Atención.

El discípulo, aún más turbado, dijo:

- En verdad que no veo una gran profundidad, sabiduría y agudeza en lo que acabáis de escribir.

Demostrando su gran paciencia, Ikkyu volvió a coger el papel y añadió tres palabras más:

Atención. Atención. Atención.

El alumno comenzó a inquietarse y preguntó:

- ¿Al menos me podéis decir qué significa la palabra atención?

El maestro, demostrando una vez más su paciencia infinita, cogió el papel y añadió tres palabras más: - Atención significa atención.

El último Koan trata sobre la forma de enseñar del Zen, un método que prefiere no dar respuestas directas sino que busca que el alumno encuentre las respuestas por sí mismo.

El siguiente relato japonés indica muy bien el espíritu de enseñanza del Zen que, más que entretenerse en dar respuestas conceptuales e intelectuales, trata de que la persona vea por sí misma las cosas y encuentre las respuestas a sus preguntas.

Un belicoso samurai desafió a un anciano maestro zen a que le explicase qué era el infierno, pero el monje le replicó con cierto desprecio.

- No eres más que un patán y no puedo malgastar mi tiempo contigo.

Al escuchar la respuesta, el samurai, herido en su honor, montó en cólera y con el rostro rojo de ira desenvainó su espada mientras gritaba al anciano.

- Tu impertinencia te costará la vida.

- Eso. Eso mismo es el infierno —replicó entonces el maestro.

El samurai se quedó paralizado con la respuesta y la tranquilidad del anciano y al notar en él su rabia y todo su cuerpo turbado por la ira, se quedó conmovido por la exactitud de las palabras del monje y, como le había hecho ver cómo era el infierno, se postró ante el agradecido.

Entonces, el anciano le dijo.

- ¡Y eso, eso es el cielo!

   

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