MATRIMONIO Y MORTAJA DEL CIELO BAJAN.
Por Hugo Betancur, psicoterapeuta.
-Colombiano-
-Colombiano-
Matrimonio: sociedad establecida con bases ideales.
Cada uno de los miembros de la pareja se ve obligado a mostrar en la convivencia su hábitos -deplorables algunos-, y su sistema de creencias -compuesto por comportamientos y taras familiares adoptados mecánicamente, por tradiciones sociales, adecuadas o no adecuadas para la interacción que los dos pretenden cumplir, y por una mezcolanza de conceptos recibidos de las instituciones normativas -estado y corporaciones religiosas.
En algún momento esta pequeña sociedad de pareja llega a un punto de crisis.
Destaco dos de las características comunes en esa relación: las rutinas y las evasiones.
Cuando las personalidades involucradas y sus sistemas de creencias entran en choque, los conflictos tornan repetitivos -como en las telenovelas o radionovelas de audiencia masiva donde los señuelos o atractivos son precisamente las situaciones tormentosas que le recuerdan a cada uno de sus adictos el sufrimiento y la frustración que también viven en sus propias historias.
Estos choques o confrontaciones tienen dos protagonistas. Alguno de ellos querrá dominar o someter al otro, que posiblemente luchará defendiendo su posición o atacando la de su pareja-oponente.
Lo que parecía un proyecto de unidad y progreso común va derivando en el matrimonio en dura y progresiva separación: los intereses van pareciendo distintos, los objetivos antagónicos y las manifestaciones y actitudes de comprensión, respeto y tolerancia escasos.
De una forma velada o directa alguno de los dos empieza a desdeñar al otro, a menospreciarlo, a exigirle roles que no puede cumplir, o a fingir cordialidad que obviamente no es sincera -a veces el procedimiento es recíproco.
Se vuelve evidente el desajuste psicológico que la pareja ha conformado. Las evidencias de malestar reaparecen constantes y la hostilidad va causando estragos acumulados.
Cuando la crónica, inicialmente con pretensiones románticas, exhibe características de drama destructivo, queda la opción de la ayuda exterior, que puede provenir de las fuentes culturales que han contribuido a la confusión -familiares y cómplices con rígidos marcos conceptuales o asesores interesados que han aconsejado hacia el desastre- o también de personas entrenadas en la identificación y resolución de conflictos o de allegados solidarios y constructivos.
Aquí la pareja ha llegado a un momento de transición donde los caminos se bifurcan: por un lado, amplia y extensa hacia el horizonte la ruta de la separación con todas sus consecuencias de fracaso asumido y de retaliación; por otro lado, estrecha e imprevisible la ruta de la reconciliación y el entendimiento.
En este momento, todos los sistemas de creencias que la pareja ha traído como resguardo son inútiles y vanos, pues han propiciado el desbarajuste y la distorsión en sus relaciones. Los dos pueden decidir acceder a la solución equitativa y dinámica aprendiendo sobre sí mismos –lo que significa desaprender y desechar las tácticas egoístas aplicadas, dejando también atrás lo conocido (porque aprender nos lleva necesariamente a cambiar). O pueden reforzar la monotonía que los expuso al caos y rehusarse a aprender sobre sí mismos y a cambiar.
Lo práctico se impone como imperativo: ¿los dos han decidido reconformar una sociedad estable de respeto mutuo, de solidaridad, de convivencia seria y responsable?, ¿o han decidido la ruptura y la discriminación como estrategia de acción para liberarse y rechazarse bilateralmente?
Sus propósitos predominantes decidirán la disyuntiva que se les presenta.
En un principio de la sociedad conyugal se hicieron promesas de fidelidad eterna con sus sentimientos y percepciones de la ocasión. A medida que el tiempo transcurrió, sus prioridades y tendencias fueron quizá diferentes y no les fue posible mantener la lejana ilusión de amor que parecía acogerlos.
Nuestros ideales sobre las personas jamás se cumplen en la vida porque las demandas y expectativas de nuestros egos son desmesuradas y espantan a Cupido. La vida es inestable y nosotros también somos inestables, porque hacemos parte de su movimiento y de sus acomodamientos constantes.
Bajo esa herencia de nuestros rígidos sistemas de creencias defendidos ferozmente por sus instituciones tutelares –organizaciones religiosas y gobiernos-estados- podemos preguntarnos: ¿esos conjuntos de normas e interpretaciones hicieron felices a nuestros padres?, ¿fueron protectores y benignos para sus relaciones?; ¿o, por contravía, confundieron sus trayectos y restringieron su convivencia?
Si predominan en nuestra memoria sus retratos de infelicidad y de pugna, ya sabemos qué pasará si aplicamos sus decretos y ejemplos a nuestras relaciones de pareja.
Si los intereses son primordiales, deben ser satisfechos para mantener la ilusión de amor como una meta realizada.
Si prevalece el afecto, podemos resolver las dificultades cuando están en ebullición, aunar nuestras fuerzas y nuestros talentos para integrarnos en el progreso común. En este mundo, los ensimismados no resuenan con la sinfonía de la vida.
La leña que se ha consumido no puede volver a arder. Los sentimientos que rescatamos de la voracidad del conflicto pueden reverdecer y dar sus frutos exuberantes mientras las estaciones y nuestra presencia los animan.
Siempre los resultados de la travesía dependen de la visión del viajero.
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