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miércoles, 24 de febrero de 2010

El valor fenotípico de la religión

El filósofo se pregunta por qué existen las cosas. El filósofo se pregunta por qué existe el ser y no la nada, pero no pregunta nada más que lo que hace el hombre corriente cuando se pregunta quién hizo el mundo y qué fue antes. Al intentar responder a esta pregunta el hombre crea los dioses (o los descubre, no quiero abordar cuestiones teológicas).

Por tanto, el ilustrado, entre otras cosas, sabe que cuando el hombre nombre a los dioses está haciendo algo que no se puede tomar a la ligera. El ilustrado, sabe, además, que la forma de un panteón es un fenómeno cultural, que se puede criticar, pero que la pregunta que conduce a la creación de un panteón es un hecho natural, digno de la máxima consideración y respeto.

Umberto Eco en el libro A paso de cangrejo.

Si tratásemos de aplicar una perspectiva darwinista a la sistemática aparición de las religiones en nuestra diversa historia lo que nos encontraríamos es una interesante cuestión dado que cuesta entender cómo éstas han calado tan hondo y tan ubicuamente, al punto de ser posiblemente de raíz biológica, esto es, intrínsecas a la naturaleza humana y sorprende porque las conductas cognitivas tan epistemológicamente frágiles que a lo largo de la historia han propuesta las formulaciones religiosas hacen de los pueblos que se acogen a éstas, grupos de comportamiento inadaptativo y sin embargo, basta ver el pasado, progresivamente más fuertes.

Algunos han querido verlas como virus cognitivos que infectan nuestro cerebro con la misma falta de consideración hacia el anfitrión que tienen todos los virus pero esto no explica por qué tal tara no ha resultado borrada por la madre naturaleza y eso por no negar de raíz el concepto de ideas víricas que a la manera de las platónicas, pero sin su elitismo, pululan por ahí aún no siendo posible su verificación experimental.

En el concepto de meme falta sino una decencia intelectual sí una neurofilosofía que expliqué qué es la consciencia y en qué sentido ésta es infectable además de por qué.

Desde la perspectiva cognitiva de Maturana o Edelman el concepto mentado es un absurdo que ofende al sentido común.

Voy a tratar de dar una explicación pero permítaseme primero una aparente divagación.

Uno de los grandes objetivos de las empresas es mejorar la calidad de lo que hace en aras de incrementar la satisfacción de los clientes y con ello los beneficios. Para lograr dicho objetivo se suele implantar un sistema de gestión de la calidad que, entre otras metas, pretende buscar una mayor motivación, cohesión, participación y, en definitiva, implicación de los trabajadores en su trabajo ya que esto se ha demostrado en innumerables ocasiones como una condición sine qua non para cualquier progreso del devenir de la empresa.

En los seminarios, cursillos, foros, conferencias, libros sobre esta área de las empresas se suele narrar una especie de parábola que ilustra la diferente actitud que hay entre un empleado motivado y otro que no, otro que está desganado, apático, y por tanto despreocupado del, e incapaz de contribuir al, objetivo final de la empresa. ¿Consecuencias? No habrá entonces sinergia.

Cito:

Están tres canteros trabajando en lo mismo. Alguien se les acerca y le pregunta qué hacen.

    El primer cantero responde que está picando una piedra.

    El segundo afirma que está esculpiendo una cruz.

    Finalmente el tercero señala que está construyendo una catedral

Si en la anotación anterior hablábamos del valor vinculante de la moral, en ésta tendremos que decir que una conducta estrictamente moral no consigue crear motivación, por extensión implicación, en el quehacer vital, tanto individual como social, por lo que podríamos considerar el aspecto teleológico inherente a toda metafísica sobrenatural, su postular que existe un propósito último y, en general, a toda institución religiosa como una suerte de sistema que pretende gestionar la calidad de la empresa vital humana con el que se busca implicación, con lo que se consigue cohesión y sinergia social; con el que se nos hace creer ser partícipes de algo en lo que merece la pena colaborar, con lo que merece la pena trabajar, vivir incluso, dado que lo que hacemos todos vale para algo, de algún modo tiene sentido y no resultará en balde.
Héctor Meda
El libro de arena

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