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viernes, 19 de febrero de 2010

La era del ego



La obsesión por la imagen, el estímulo a la individualidad, la proliferación de blogs, redes y realities dan cuenta de un fenómeno de estos tiempos: el culto a un modo de vida narcisista.
 
La era del ego

No es mera vanidad. Tampoco un estricto problema de diván o una anomalía que afecte sólo a unos pocos. Es, en realidad, un fenómeno social muy amplio, que atraviesa toda nuestra cultura y da forma a nuevos modos de trabajar, amar, estar en el mundo. Porque ya no nos rigen ni el temor al castigo ni la devoción por el cumplimiento del deber: para bien o para mal, estamos regidos por el culto al cuerpo, la autorreferencia, la fascinación por el éxito individual. Nos convertimos en una cultura que, cada vez más fuerte, exclama: "Yo, yo... y yo".

Algo de esto supo ver la revista Time cuando, a finales de 2006, cumplió con el ritual de presentar en tapa la "personalidad del año". En lugar del habitual retrato de estadistas, científicos o artistas, los lectores se encontraron con un espejo. Nada más -y nada menos- que un espejo. En su libro La intimidad como espectáculo la comunicóloga, ensayista y antropóloga Paula Sibilia menciona aquella portada como un signo de los tiempos que corren. Tiempos de exaltación del Yo, obsesión por la imagen y propagación de realities y blogs; de bienvenido reconocimiento a las diferencias y estímulo a la construcción de la individualidad tanto como de exhibicionismo, insatisfacción y soledad. Tiempos, en fin, habitados por millones de seres que, como los lectores de Time, contemplan extasiados el espejo que les dice que son ellos, ahora sí, los que tienen el crédito de protagonistas. Más allá de que, anclado en lo más remoto de la historia, permanezca el recuerdo de aquel Narciso, el de la leyenda, fascinado por un espejo que resultó ser cualquier cosa menos inofensivo.

"Habría que volver a leer la leyenda", advierte el psicoanalista, docente e investigador de la UBA Mario Zerbino, aludiendo a dos de los aspectos menos frecuentados de este mito surgido en la antigüedad. En primer lugar, la violencia ligada al origen mismo de la vida de Narciso, que nació fruto de una violación. En segundo término, su relación con la ninfa Eco, que estaba enamorada de él, pero trágicamente imposibilitada de establecer algún vínculo: cada vez que Narciso le hablaba, ella sólo podía repetir las últimas palabras que él había dicho. El resto del relato es el más conocido: subyugado por la imagen que le devolvía un espejo de agua, el joven Narciso intenta tocarlo, cae y muere ahogado.

Violencia, incomunicación, fascinación por la propia imagen. Tres puntos que se reiteran en las noticias, publicaciones y ensayos sobre la actualidad. Elementos que más de un estudioso de lo social considera enlazados a un fenómeno con tendencia a consolidarse en el mundo occidental durante los últimos treinta años, que un historiador norteamericano había anunciado allá por finales de los años 70, cuando publicó el libro La cultura del narcisismo.

El historiador se llamaba Christopher Lasch, era profesor en la Universidad de Rochester y escribió un desencantado retrato de lo que él consideraba "una sociedad que concede creciente relieve y aliento a los rasgos narcisistas". En su libro escribió: "El amor y el trabajo nos capacitan para explorar un pequeño rincón del universo y llegar a aceptarlo como es. Pero nuestra sociedad tiende a devaluar esos pequeños consuelos o bien a esperar demasiado de ellos. Nuestros criterios de lo que es "trabajo creativo y con sentido" son demasiado exaltados como para que puedan sobrevivir al desengaño. Nuestro ideal del "verdadero enamoramiento" deposita en las relaciones íntimas una carga que es imposible sobrellevar. Exigimos demasiado de la vida y demasiado poco de nosotros mismos". A partir de este y otros estudios similares, dos cuestiones parecen ser irrefutables: el narcisismo es mucho más que una cuestión de mera vanidad personal y, pese a ser un concepto surgido del interior de la teoría psicoanalítica, puede ser aplicado a procesos de tipo colectivo. Habría una tercera conclusión: dado que todos estamos atravesados por el tiempo en que vivimos, en mayor o menor grado, de manera más o menos simpática, cada uno de nosotros estaría marcado por este modo de ser y actuar.

Ahora bien, ¿cómo definir la personalidad narcisista? Habría que remontarse a aquello que la sabiduría popular siempre supo ("Si no te querés un poquito a vos mismo... ¿a quién vas a querer?") y que el psicoanálisis confirma: el narcisismo es un momento esencial, fundante, de la constitución del aparato psíquico. En términos muy sencillos: tiene que ver con procesos ligados a los primeros meses de vida, cuando el bebe dirige todas sus energías a satisfacer sus necesidades. Este inicial "amor por uno mismo" es el que va a posibilitar la constitución de un Yo, la percepción de sí como una unidad, el rudimento de una subjetividad que se irá complejizando de a poco, al calor de las vivencias familiares, el pasaje por la escolaridad y la incorporación de hábitos e ideas compartidos socialmente. Los problemas aparecen cuando se exacerban los mecanismos destinados a defender, fortalecer, consolidar el Yo. Aparecen entonces rasgos de personalidad que, de acuerdo con la Asociación Americana de Psiquiatría, incluyen la arrogancia, fantasías de éxito, poder o belleza ilimitados, sentimiento excesivo de la propia importancia, inagotable necesidad de reconocimiento, admiración y adulación, intolerancia a la crítica, dificultad para escuchar o reconocer las necesidades y sentimientos de los demás.

Las razones que pueden conducir a la "inflación" del Yo son muchas. La novedad es que en la actualidad buena parte de ellas proviene del ámbito social.
"Los procesos de subjetivación son históricos -explica Zerbino-. Y en nuestra época se están modificando los modos de producción de subjetividad." A grandes rasgos, el individuo moderno, aquel que existía en la época de Freud, era un sujeto marcado por lo racional, la culpa, las prohibiciones, el deber como opuesto al placer y el trabajo como organizador de la vida cotidiana.
Por el contrario, entre los rasgos que estarían dando forma al nuevo sujeto -el llamado "sujeto posmoderno"- se encuentran el culto a la originalidad, la búsqueda del placer y el mandato de ser feliz, ser bello, divertirse, poderlo todo, "ser uno mismo". Mandatos con el rostro amable, seductor y luminoso de Narciso. Pero mandatos al fin. Y, por añadidura, imposibles de cumplir.

"El tú puedes, tú puedes, tú puedes tiene un reverso oscuro, que es el no puedes nada", comenta Zerbino antes de recordar una publicidad que una marca deportiva difundió hace un tiempo, en la que se mostraba un arco de fútbol, un gol casi imposible y el eslogan "Metela donde quieras". Ahí el psicoanalista sonríe. Pero sólo un poco. "Un mandato complicado.. . Lo mismo con respecto al sé tú mismo -agrega-. Uno siempre es en relación con los otros. El Yo exacerbado, al que no le importa nada de los demás y sólo busca su propia satisfacción, ignora trágicamente que las pocas satisfacciones que los humanos podemos tener las tenemos con los otros. Las que tenemos con nosotros mismos, además de efímeras, son bastante difíciles de sostener en el tiempo."

Una cultura del Yo

Cojea, no pone especial esmero en su arreglo personal y es, en todos los sentidos que abarca la palabra, hosco. Sin embargo, Gregory House (personaje central de la serie Dr. House) debe ser uno de los más grandes narcisistas que la ficción televisiva generó en el último tiempo. Interpretado por Hugh Laurie, House, además de ser infalible en sus diagnósticos médicos, es manipulador, soberbio, incapaz de la más mínima empatía emocional con sus colegas o pacientes y -¿otro signo de los tiempos?- arrasadoramente seductor. Los médicos que lo acompañan comparten con él una devoción casi excluyente por su carrera: son profesionales brillantes, competitivos a un nivel que excede el simple cumplimiento del juramento hipocrático. Bien se vio en la cuarta temporada, cuando House organiza una especie de reality para elegir los integrantes de su equipo médico y los participantes ingresan en una "civilizada" guerra de todos contra todos con tal de ser seleccionados. Esta serie, del mismo modo que otras ficciones exitosas, como Californication o Sex & the City, abreva en una galería de personajes que, con diversas facetas, despliega las carencias y brillos del sujeto contemporáneo. "Esa «inflación» del Yo que hoy prolifera y que en otras épocas (no muy remotas) se habría considerado falta de elegancia y de pudor, o incluso sería deplorada como un tipo de patología mental, la «megalomanía», hoy suele no desentonar demasiado -reflexiona Sibilia-. En un ambiente altamente competitivo, donde priman la eficacia y la performance visible de cada uno, podría pensarse que la autoexposició n se ha vuelto hasta necesaria: hay que saber «venderse», posicionar al Yo como una marca, cultivar constantemente la propia imagen, conquistar la visibilidad para ser alguien."

"Mirame, mirame, mirame", suplicaba en silencio un adolescente a una pasajera de un colectivo en una publicidad difundida años atrás. "Mirame, mirame, mirame", ruegan las multitudes que acuden en distintas ciudades del mundo a las convocatorias realizadas por el reality Gran Hermano o, entre nosotros, el recientemente finalizado "El musical de tus sueños" de ShowMatch (cantera de "estrellas" mediáticas, como el tan actual Ricardo Fort). Lo mismo que las imágenes personales que asoman desde fotologs, blogs, videos subidos a YouTube, redes de relaciones sociales como Facebook o MySpace. Si la timidez frustraba al protagonista de aquella publicidad que hoy parece antiquísima, un descenso en el rating televisivo o un bajo número de visitas a un sitio web indican su fracaso de acuerdo con las leyes del extrovertido mundo contemporáneo.

"No lo hago por dinero, aparecer me hace feliz", le comenta a la autora de La intimidad como espectáculo una adolescente que publica sus fotos eróticas en un blog. A principios del siglo XXI existían unos tres millones de blogs en todo el mundo; en 2005 la cifra ascendía a once millones y en junio de 2008 el motor de búsquedas Technorati contabilizaba unos 112 millones. Un número en continua transformació n, dado que se estima que cada dos segundos nacen tres nuevas versiones de esta recreación digital y pública de los antiguos diarios íntimos.

¿Qué ocurre en los otros territorios creativos? En el campo de la literatura, el éxito de la no ficción (especialmente biografías o autobiografías de celebridades, como Aprendiendo a volar , publicada por la ex Spice Girls Victoria Beckham), las novelas declaradamente autobiográficas ( Derrumbe , del argentino Daniel Guebel) y, desde el costado del cine, los documentales basados en vivencias de los directores o films como Tarnation , del norteamericano Jonathan Caouette, que narra su vida a través de una elaborada edición de fotografías personales e imágenes familiares realizadas en video doméstico. Son registros de tipo confesional que dan cuenta, al menos, de un clima de época. Si alguna vez la categoría de autor tuvo que ser disputada (por ejemplo, en el campo de la producción cinematográfica) , hoy puede decirse que el autor es el rey. Aún más: todos podemos serlo. El impulso ya existía. La web 2.0, nutrida por usuarios de todo el mundo, sólo vino a confirmarlo.

No todo luz, no todo sombra


Aunque a poco que se afine la mirada es posible ver cómo el "show del Yo" está presente en prácticamente todas las áreas de la actividad humana, es cierto que donde resulta más evidente es en los productos derivados de las innovaciones tecnológicas. Y como los más jóvenes son quienes más los usan, es lógico que a ellos se los identifique rápidamente con este fenómeno. La discusión está abierta: mientras algunos estudios rotulan a la generación nacida en la década del 80 como "la más narcisista de la historia" (así lo hizo un trabajo realizado en 2007 en la Universidad de San Diego, en los Estados Unidos), otros prefieren tomarse las cosas con más calma. "Los procesos sociales generales son inexorables; tienen que ver con el desarrollo de la sociedad", asegura la socióloga Ana Miranda, doctora en Ciencias Sociales de Flacso e investigadora del Conicet. "La exaltación de la individualidad y la importancia de la imagen en cuanto a la identidad son características de esta época -continúa Miranda-. Todo lo que los adultos ven como exhibición es parte de la vida cotidiana y del uso que los jóvenes hacen de los medios de comunicación. A mí no me parece mal que los chicos de todos los sectores sociales quieran verse bien; es un aire de época. Lo que sí observo es un acceso muy desigual a los bienes de consumo. Algunos chicos acceden fácilmente a un producto de moda y otros tienen que trabajar muchas horas, hacer grandes sacrificios para obtener lo mismo."

Para las ciencias sociales, el término clave es "individuación". El concepto alude a los procesos que se dieron en los últimos 20 o 30 años, ligados a la ruptura o la crisis de instituciones que antes daban un sentido a la vida social y comunitaria. La familia tradicional, la escuela, el empleo en relación de dependencia, entre otras prácticas e instituciones, tendían a priorizar el sentido de lo colectivo por sobre el sentimiento del propio Yo. En cambio, el contexto actual, marcado por la inestabilidad a todos los niveles (afectivos, educativos, económicos) lleva irremediablemente a que el acento esté puesto en el individuo y en su capacidad para tomar decisiones por su propio riesgo. "Aquello que era considerado trabajo a ser realizado por la razón humana en tanto atributo y propiedad de la especie humana ha sido fragmentado ("individualizado"), cedido al coraje y la energía individuales y dejado en manos de la administració n de los individuos y de sus recursos individualmente administrados -escribe el sociólogo polaco Zygmunt Bauman en Modernidad líquida -. Si bien la idea de progreso a través del accionar legislativo de la sociedad en su conjunto no ha sido abandonada completamente, el énfasis (junto con la carga de la responsabilidad) ha sido volcado sobre la autoafirmació n del individuo". Una situación sólo apta para autónomos, extrovertidos y audaces sujetos convencidos de que "lo pueden todo". Una carga, quizá, descomunal, pero que tiene sus compensaciones: la aceptación, al menos en el mundo occidental, del "derecho de los individuos a ser diferentes y a elegir y tomar a voluntad sus propios modelos de felicidad y de estilo de vida más conveniente", en términos de Bauman.

En este sentido, Miranda se distancia de las miradas radicalmente críticas: "No soy de las que piensan que todo tiempo pasado fue mejor -afirma la socióloga-. Hoy existe una opinión general más tendiente a la convivencia de opiniones diversas, a la aceptación del diferente. Esto es un rasgo positivo". Mario Zerbino tampoco se pliega a las posturas apocalípticas: "Existen, aunque todavía de modo embrionario, formas de pensamiento más complejas, con una relación con lo temporal diferente, que trabajan tanto con palabras como con imágenes. Además hoy es posible diseñar en términos de arte cosas que eran inimaginables años atrás. Vivimos un momento de transformaciones. Pero hay que prestar atención al desarrollo de un narcisismo mortífero que mata por llevarte a la soledad, por no poder querer a nadie más que a vos mismo. Por eso es importante juntarse con otros. Saber que solo no se puede".
Por Diana Fernández Irusta
dfernandez@lanacion .com.ar

Sobre la egolatría y el arte

La exhibición de lo subjetivo no es patrimonio exclusivo de los medios electrónicos y virtuales. En los años 60, figuras como Salvador Dalí y Andy Warhol, que se movían en el mundo mediático como pez en el agua, hacían de sí mismos una obra tanto o más valiosa que las que cotizaban en el mercado del arte. "Artistas ícono que supieron convertir sus rostros y nombres en verdaderos logotipos", escribe Paula Sibilia, en un recorrido que la lleva hasta el gran artista-celebridad de nuestra época: Damien Hirst. Sin embargo, no todos son partidarios de pasar la práctica artística por el tamiz de la egolatría. "Quizá mi visión del arte sea idealista, pero no puedo equiparar la actitud de los artistas al narcisismo", asegura la investigadora y crítica de arte Florencia Battiti. Pone como ejemplo a los argentinos Leo Chiachio y Daniel Giannone, pareja en la vida afectiva y expresiva, en cuya obra utilizan elementos textiles y hacen frecuentes referencias a su propia historia sentimental. "Ahí hay construcción de la subjetividad y una postura crítica. Ellos utilizan el bordado, una técnica ligada al mundo femenino, para articular un discurso sobre el mundo gay -explica Battiti-. Este tipo de obra incorpora al otro como espectador, lo invita a reflexionar. No hay un ensimismamiento narcisista." La especialista considera que con estos mismos criterios puede observarse la obra de otros artistas argentinos, como Oscar Bony (retratos de sí mismo con las marcas de disparos reales) o Pablo Suárez (solía hacer una representació n solapada de su rostro en sus trabajos). Rescata también como gestos artísticos -y no como simple ejercicio de egolatría- las intervenciones que la polémica artista francesa Orlan (foto, a la derecha) realiza sobre su propio cuerpo y las diversas acciones públicas de los terribles Warhol y Hirst


 

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