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jueves, 12 de agosto de 2010

Keshava Bat

La increíble historia de Keshava Bhat.

A Xiomara Peña

Conocía al doctor Keshava, (un ciudadano hindú que vivía un tiempo en Venezuela y otro en la India) a finales de los años ochenta del siglo pasado. Era doctor en botánica, en plantas y biología (PhD), con un conocimiento sorprendente de las funciones de cada árbol, flor, planta o rama silvestre. Su juicio sobre la vida en el campo lo asociaba a la búsqueda de la salud humana, era considerado el padre del naturismo tropical.
En cierta ocasión, caminando junto a él, en un pequeño bosque aledaño a la cordillera central, me quedé maravillado en los descubrimientos y nociones que transmitía sobre las utilidades de los seres vivos vegetales y sus advertencias sobre el carácter nocivo de algunos de ellos. Keshava parecía un príncipe brumoso en el trópico. Había en él cierta aura, una especie de esfera vibratoria; quiero decir, un halo, una luminosidad de palabras que lo hacían especial.
Nunca abusó de nuestra subjetividad, del deseo profundo anidado en el inconsciente de procurar tutores, salvadores o guías que nos conduzcan a sobrevivir al infierno cotidiano de existir en la injusticia. Pero Keshava era científico, elaboró teorías complejas sobre el universo y el planeta, discutió al más alto nivel, publicó libros, refutó viejas concepciones establecidas. Tenía un método de exposición basado en la racionalidad logrando sujetarse a parámetros de demostración basados en el cálculo y la lógica.
Una vez lo acompañamos a “la tertulia de Natacha Sánchez”, una cita de la inteligencia y la amistad que convoca esta distinguida personalidad de nuestra vida social, ante un público, esa noche, de científicos dominicanos y gente interesada en el tema a desarrollar por Keshava, sobre su propuesta teórica de revisión del concepto sobre las medidas y la redondez de la tierra. Su tesis había sido aceptada para fines de estudios por la NASA, y él mostraba entonces un entusiasmo contagioso sobre sus posibilidades de modificación científica de los principios aceptados tradicionalmente.
La discusión fue acalorada, un científico dominicano saltó bruscamente de su asiento para denunciar el intento de “falsificación” científica que había expuesto Keshava. Habituados a repetir, como en todos los tiempos datados de la ciencia, los mismos argumentos, sin pensar siquiera en la posibilidad de haber estado equivocados, o por lo menos, dejar implícita la idea de nuevos hallazgos- Algunos científicos apuestan a la certidumbre de manera obsesiva.
El develamiento del mapa del genoma humano no los inmuta. No se percatan de que este hecho científico arroja al basurero de las inutilidades muchas de las verdades científicas, incluso aquellas de carácter sociológico, sobre la evolución y las razones determinantes de la lucha social. Sin perder el equilibrio emocional, el señor Keshava, oyó pacientemente los epítetos y descalificaciones, tomó nuevamente la palabra y exhortó a sus contradictores a que se serenaran y discutieran con él desde el punto de vista científico, dijo que no había oído una sola refutación científica, que esperaba el argumento, rememorando al gran Jorge Luis Borges, en uno de sus relatos, ante una provocación.
En otra ocasión (visitaba todos los años República Dominicana) nos trajo su propuesta de crear una “comuna” en la selva venezolana, creación ajustada a una escala de valores existenciales basado en la productividad y el desarrollo humano.
Tenía la creencia arraigada de que había que luchar por la preservación del género humano, le atribuía su fracaso evidente desde el punto de vista de la equidad, la justicia y el amor, a una deficiencia grave de ignorancia a todos los niveles, de fraude de la inteligencia, de desequilibrio emocional, de eclipse de sabiduría y deformación de la instrucción y la educación. Su respuesta era crear una comuna que sirviera de foco de irradiación humana capaz por sus resultados de estimular un cambio global sobre las formas de vivir y pensar.
Su idea de la comuna era una sociedad basada en el amor no solamente a los seres humanos sino a las especies vivas, un uso científico de las fuentes de vida, una forma de comunismo primitivo, donde el único rasgo referencial lo constituiría el valor del conocimiento vehiculado al provecho de la sabiduría y la intuición. Para ello, sus amigos habían logrado adquirir una vasta extensión de terreno, donde se iniciarían los trabajos y la concreción de los planes. Aquella idea una vez conocida por las autoridades de turno, fue bloqueada. Keshava nos enseñó a todos a defender la calidad de vida, no a vivir cien años. Decía que lo importante era vivir sin sufrimientos físicos ni mentales, y sobre todo, sin hacer daño concientemente, no importa que muramos en cualquier edad, pero morir en armonía, en evolución deseada.
Hace algunas semanas recibí la noticia de que había muerto, luego de dirigir una avanzada de jóvenes que exploraban las montañas rocosas de California. Xiomara, mi amiga, me llamó con la voz entrecortada, sólo me dijo:”Keshava”, lo entendí todo. Luego supe que murió en una de sus horas preferidas, las cuatro de la madrugada. Se despertó, despertó a su esposa, y le dijo con toda tranquilidad que fuera a la ventana a ver la hermosa luna llena; cuando su compañera se deleitaba con la imagen del cielo destellado, oyó un profundo suspiro de despedida. A Keshava lo llamaron de algún lado, o él, en paz con Dios, decidió irse a otros mundos.

Fuente: http://www.listindiario.com.do

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