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miércoles, 25 de agosto de 2010

Seguridad demográfica

Nuevo orden mundial y seguridad demográfica.
Por: Domingo Schiavoni.

¿Qué ocurrirá si los países pobres productores de materias primas deciden ponerse de acuerdo e imponer sus condiciones a los países ricos? Desde esta perspectiva, David Rockefeller, respondiendo a una sugerencia explícita de Zbignieb Brzezinski, organiza la Trilateral Comission: los EEUU, Europa occidental y el Japón deben ponerse de acuerdo frente al Tercer Mundo, que parece querer organizarse y del que dependen los países industrializados para importar materias primas y energía, y para dar salida a sus productos. Y el Tercer mundo está en plena expansión demográfica.

Hace ya más de 20 años, la teoría del genial estratega Brzezinski se basaba en la certidumbre de que la amenaza que pesaba sobre la seguridad de los países ricos provenía, según ellos, de los países pobres. Hoy las cosas han cambiado y mucho. Las economías dependen ahora unas de otras, los pases ricos no deben devorarse entre sí, deben al contrario respaldarse; deben preservar e incluso acentuar sus privilegios. Las empresas multinacionales aparecen aquí como un mecanismo esencial del sistema global de la dominación; llevan a cabo una industrialización que al mismo tiempo se encargan de limitar el desarrollo de los países más chicos y pobres.

A esta misión deben asociarse las naciones ricas y las clases ricas del mundo entero; la seguridad, su propia seguridad, debe constituir la preocupación común y predominante de los ricos. Esta preocupación justifica, por su parte, la constitución de un frente común mundial, una unión sagrada, si quieren conservar sus privilegios. Con respecto a este imperativo de seguridad común, todos los factores de divergencia entre ricos no tienen sino una importancia relativa o incluso secundaria. Los países del Tercer Mundo han debido, pues, aceptar un programa “global”. Como los países ricos necesitan sus recursos, estos países en vías de desarrollo no podrán sentirse irritados o escandalizados por el mantenimiento de antiguos métodos de explotación. Tendrán que admitir que su desarrollo habrá de hacerse bajo control; llegado el caso, podrá alabarse la virtud del compañerismo, podrán, por ejemplo, transferirse a su territorio algunas industrias contaminantes, declaradas indeseables en los países desarrollados. En cualquier caso, habrá que impedir que se organicen para esquivar la vigilancia de las naciones poderosas.

De todas maneras, al igual que existen límites para el crecimiento económico, también los hay para el crecimiento político. Así lo subrayaba Samuel P. Huntington en un informe para la Comisión Trilateral sobre la gobernabilidad de las democracias: “Hemos tenido que reconocer que existen límites potencialmente deseables para el crecimiento económico. E igualmente, en política, existen unos límites potencialmente deseables para la extensión de la democracia política”. Nos hallamos, pues, ante una formulación de alcance mundial del antiguo mesianismo norteamericano. Pero es indispensable señalar lo que esta formulación tiene de esencialmente nuevo y original: este mesianismo pretende, en efecto, atraerse el concurso no sólo de las naciones más ricas, sino también de las clases ricas de las sociedades pobres. Se pone de relieve, ante los ricos del mundo entero, que los pobres constituyen una amenaza potencial o incluso actual para su seguridad.

De lo que se trata, en primer lugar es, desde luego, de proteger la seguridad de los EE.UU. o, más exactamente, de los ricos de los EE.UU.; pero también de la seguridad de los ricos de todos los países, a quienes se invita a constituir, bajo la dirección de los Estados Unidos, una unión sagrada cuya razón de ser y objetivo es el contener el despegue de la población pobre: “¡Multimillonarios de todos los países, uníos!”, pareciera ser la consigna. La preocupación por la seguridad debe ser global. La seguridad, cuyo ámbito se dividía en varias partes, se percibe a partir de ahora como un todo: la seguridad es primero que todo demográfica. Esta nueva doctrina exige la utilización de instrumentos de acción eficaces. Estos instrumentos son de orden político, educativo, científico, económico y tecnológico. La libertad de iniciativa de las universidades y centros de investigación será orientada o incluso anulada, y su función crítica será muy disminuida. Las subvenciones estarán subordinadas a la complacencia con la que dichos organismos acepten plegarse a unos programas de investigación definidos por la minoría dominante.

Esta minoría concederá una gran importancia al estudio de los problemas ecológicos, pues de ese modo será posible convencer a los países satélites para que se resignen a la austeridad o a la pobreza: “small is beautiful” (lo pequeño es bello). Esta misma minoría financiará las investigaciones sobre la reproducción, la fecundidad y la demografía, con el fin de desactivar la llamada "bomba P". Las universidades, convertidas en “repetidores”, junto con los medios de comunicación, se encargarán de difundir por todo el mundo, dramatizándolas, las tesis maltusianas, tras las que se ocultan los intereses de las clases ricas. El programa de acción será conciso. Se pondrá de relieve la escasez de materias primas y la fragilidad del medio ambiente. Estos datos serán presentados como necesidades determinadas por la naturaleza, y el volumen de la población habrá de calcularse necesariamente de acuerdo con estos datos.

Esta minoría estará constituida por “personas con recursos”, que se sentirán halagadas al ser admitidas en grupos “informales”, más o menos conocidos (como el Grupo Bilderberg, la Trilateral o el Club de Roma), u otros menos fácilmente identificables. Esta minoría se arrogará la misión de regentar el mundo y tendrá bajo control a todo un cuerpo internacional de intelectuales, ya sean cómplices o utilizados como instrumentos involuntarios, pero en todo caso poco clarividentes. No será necesaria la constitución de instituciones complejas, ni conseguir funciones representativas o cargos ejecutivos: una vez que haya adoptado la ideología de la seguridad demográfica, esta “élite” se apresurará a recurrir, con gran aplicación, a la táctica de la infiltración.

Queda entonces la cuestión: ¿cómo hacemos los nacionales para tomar visiones compartidas de nuestro futuro geopolítico? Abelardo Ramos, Methol Ferré y el propio Vivian Trías) compartían idénticas visiones geopolíticas en este sentido. Y como ya señalamos hace unos días, una de las limitaciones de nuestros obispos es ignorar las visiones geopolíticas del imperialismo que necesita despoblar al Tercer Mundo. Y el matrimonio gay, el aborto, el concepto de familia, el cambio en la enseñanza sexual, son herramientas de un concepto estratégico mayor: despoblar el Tercer Mundo. De ésto ya se hablaba en los ’60 cuando Robert McNamara era secretario de Defensa de EE.UU. y surgió el Club de Roma. Pero en 1973, Henry Kissinger encarga el Memorando 200. Es una geopolítica basada en tres variables: población, petróleo y alimentos. Y empieza a proponer las políticas de control de población señalando países target: México, Brasil, Colombia, Nigeria, Etiopía, Egipto, Turquía, Pakistán, India, Bengala, Tailandia y Filipinas (para empezar). Curiosamente no toma a China porque ésta ya había iniciado la política “un hijo por matrimonio”.

Y por supuesto, estas políticas fueron tomadas por la Trilateral, fundada por Brzezinski y Bilderberg (al que pertenece Kissinger). Y aquí de nuevo el problema de los obispos ignorantes de la geopolítica. ¿Para qué necesita el Nuevo Orden Mundial esta masa de creyentes argentinos? Así como la necesita para reconvertirlos a una religión universal anclada en el más completo relativismo moral y en múltiples teologías fundadas exclusivamente en el utilitarismo y la conveniencia personal, el Nuevo Orden Mundial necesita una “Argentina despoblada” (como en la mayor parte del Tercer Mundo) con los mínimos habitantes para explotar sus recursos y enviarlos al Primer Mundo. Y vale aclarar que los que están en peligro no son solo los creyentes, sino también los no-creyentes. Pero las izquierdas – y/o anti-clericales – en lugar de unirse respecto a las geopolíticas del imperialismo, se olvidan del Memo 200 de Kissinger, sobre su política de control de población. Se dedican en cambio a atacar a la iglesia y a otros creyentes cada vez que surgen temas como defensa de la familia, o similares, que siempre cuentan con adversarios apoyados por fundaciones como Ford, Rockefeller, Open Society de Soros, British Council, etc. La pregunta que la izquierda no responde es porqué estas fundaciones financian ONGs que defienden tales causas. Es como denuncia Andrés Soliz Rada: esas fundaciones financiaron a la izquierda boliviana y ésta impuso una constitución de ¡36 naciones!

Pese a lo que dijo Lenin en su informe del 26 de julio de 1920 a la Tercera Internacional, la izquierda -¡90 años después!- aún no ha elaborado ni pensado lo que debe ser un nacionalismo revolucionario, lo que recomendaba Lenin para los países coloniales y semi-coloniales. Y la mejor prueba es que se siguen llamando a sí mismos ¡de izquierda!, es decir que siguen pensando en términos aparecidos en la revolución francesa, la revolución democrática burguesa aparecida entonces.

Y en este sentido ellos aún no han entendido que hay una sola herramienta para contrarrestar el Nuevo Orden Mundial: desarrollar en los países del “mundo colonial y semicolonial” (Tercer Mundo) un auténtico nacionalismo revolucionario, que incluye desarrollar al mismo tiempo lo religioso (popular y anti-imperialista) y lo militar (también revolucionario), combatiendo con energía al laicismo.


Fuente: http://www.diariopanorama.com

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