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martes, 7 de septiembre de 2010

Revolución en la ciencia uruguaya

Ciencia que no es ficción

La creación, hace tres años y medio, del Instituto Pasteur Montevideo, significó una revolución para la investigación científica en Uruguay. Tras una inversión de 5 millones de dólares se evolucionó 30 años en disponibilidad de tecnología, expertos uruguayos publicaron 106 trabajos en revistas especializadas y se logró la "repatriación" de cinco investigadores.

Uruguay tiene un científico cada 1.000 habitantes. Los países que son líderes en el desarrollo de este campo cuentan con entre 5 y 7. La aspiración es a triplicar.

Por: Caterina Notargiovanni.

Rúben Agrelo es uruguayo, tiene 43 años pero la voz de un veinteañero. Por teléfono desde Viena (Austria), cuenta que la materia prima de su trabajo consta de células, proteínas, anticuerpos, ratones y ¡300.000 reactivos! Dice que para dedicarse a la investigación científica hay que ser paciente, que la mayoría de las jornadas de 11 horas son un dolor de cabeza, llenas de disgustos y frustración. Ensayo, error, ensayo, error, error, error. Cada tanto, eureka: ¡lo encontré!

"Esto no se trata de inventar, nosotros buscamos algo que ya existe", explica este médico, biólogo, especialista en laboratorio clínico y con dos postdoctorados.

Agrelo lleva nueve años buscando respuestas sobre el tema que estudia: biología molecular del cáncer, más exactamente, epigenética. Estuvo en España primero y en Austria después. Allí, hace cuatro años, uno de sus eurekas dio la vuelta al mundo científico: estudiando el gen que provoca una enfermedad congénita de bajísima incidencia estableció por primera vez una conexión molecular entre envejecimiento y cáncer.

El próximo noviembre, Agrelo regresará a Uruguay para seguir con sus investigaciones, luego de ser seleccionado por un comité internacional de científicos entre otros 29 candidatos. El retorno de un profesional como éste, y su consecuente onda expansiva de conocimiento, no sería posible sin la presencia del Instituto Pasteur (IP) de Montevideo, que además de poner a disposición sus plataformas tecnológicas y asignarle un laboratorio, le entregará -a través del Programa Uruguay Innova-, US$ 110.000 por año, durante 5 años.

Pero la importancia de tener en Malvín Norte un lugar como el IP no se circunscribe a Agrelo (ni a los otros cuatro científicos "repatriados" en los últimos tres años y medio). Implica la posibilidad de que se produzca conocimiento científico, que los estudiantes y académicos profundicen sus estudios, acceder a un paquete tecnológico único en la región, que las empresas resuelvan problemas biotecnológicos y que los laboratorios y el Ministerio de Salud Pública controlen la calidad de los biofármacos que se venden en el país, entre otros.

Gran parte de esto era ciencia ficción para el Uruguay de antes de diciembre de 2006, cuando se inauguró el instituto.

Herramienta. "En biología, si usted no tiene la tecnología, no puede abordar problemas", dice Guillermo Dighiero, director ejecutivo del Pasteur. Esto es: no alcanza con la formación teórica. Para producir ciencia hay que meter las manos en la masa, dentro del laboratorio.

Con la llegada del IP Montevideo, Uruguay evolucionó 30 años en la disponibilidad de tecnología. Para ello se invirtieron cinco millones de dólares. Se armaron distintas unidades -biofísica de proteínas, biología molecular, biología celular y bioterio, por ejemplo- agrupadas en torno a ocho plataformas que están al servicio de los grupos de investigación (sí, en ciencia no se concibe el individualismo).

Cada unidad es dirigida por un científico. "Lo que significa que no son profesionales con una vocación puramente tecnológica", señala Gianfranco Grompone, de la Unidad de Valorización. Esta lógica de agrupar tecnología con unidades científicas es única en Sudamérica: "De este modo se logra que haya una buena sinergia entre una pregunta biológica y la capacidad tecnológica para resolverla. Alguno de estos equipos existen en otros países de la región, pero no al lado de unidades como éstas", ilustra Grompone.

Pero claro, de nada sirve tener el mejor equipamiento si el investigador no lo sabe utilizar. Para ello se conformaron los cursos regionales e internacionales concebidos en base al modelo del Instituto Pasteur de París (una de las 10 instituciones académicas más prestigiosas del mundo y cuna de 10 premios Nobel). Se trata de talleres teórico-prácticos, de tres semanas de duración, para un promedio de 30 a 40 estudiantes o investigadores. "Son cursos que te dejan una impronta para tu trabajo posterior", explica Grompone, microbiólogo que emigró a Francia con 18 años y que regresó el año pasado, también gracias al IP.

Otra característica del trabajo en ciencias es la imperiosa necesidad de que los hallazgos sean publicados en revistas especializadas. Las famosas Nature o Science son sólo dos ejemplos. No importan los años de estudios que pueda tener un investigador, si no ha podido publicar un "paper" (artículo científico) no existe. Y llegar a eso implica vencer los estrictos arbitrajes que tienen las revistas.

En tres años y medio, el IP Montevideo logró publicar 106 trabajos. "Que seas del Instituto Pasteur te facilita las cosas, pero es complejo porque las revistas de alto impacto como Nature y Science te piden multiplicar los enfoques (darle más consistencia a los datos). Por eso necesitás plataformas, infraestructura, etcétera", explica Grompone.

Rúben Agrelo ilustra la dinámica: "Si vos conseguís publicar, y otros en el Pasteur lo consiguen, el nombre de Uruguay se empieza a meter en los circuitos de ciencia, donde hoy por hoy no está". Que investigadores como él tengan la posibilidad de trabajar acá es un paso adelante en ese sentido. Pero hacen falta más.

No obstante, el presente es bastante auspicioso, si se lo compara con el pasado. Dighiero cuenta que en 1984, cuando le tocó integrar el comité constitutivo del Pedeciba (Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas), pudieron "rescatar" 14 científicos en todo el país. Hoy, en el Sistema Nacional de Investigadores hay 600. Lo ideal, si el país quiere apostar al desarrollo científico-tecnológico, es triplicar la cantidad de profesionales. De hecho ese es uno de los objetivos de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). En la actualidad hay un científico cada 1.000 habitantes (los países líderes en el tema tienen entre 5 y 7).

¿Bichos raros? Transitar por el IP Montevideo es como viajar por territorio extranjero. No sólo por las características del edificio ubicado en Mataojo 2020, los equipos de alta generación que se observan o los afiches en inglés pegados en algunas paredes, sino por las edades de quienes allí tienen cargos de responsabilidad, la mayoría menores de 35 años.

José Badano es uno de ellos. Doctor en Genética Médica, volvió de Estados Unidos en 2007 a ocupar un cargo de investigador independiente similar al que tendrá Agrelo. Entonces ya había podido publicar en la revista Nature. En su laboratorio trabajan seis personas. Allí tienen como modelo de estudio un síndrome llamado Bardet-Biedl, de bajísima incidencia, que se caracteriza por la degeneración de retina, obesidad, retardo mental, quistes renales, entre otros.

¿Justifica la inversión de tiempo y dinero en una enfermedad tan poco común? Sí, porque los fenotipos por separado -asma, obesidad, degeneración de retina- son muy frecuentes en la población. "Mediante el análisis de un síndrome más simple de disecar desde el punto de vista genético, celular, molecular, se puede saber un poco más sobre la base celular de estas otras patologías que sí son de alto impacto", explica Badano, quien durante la charla hace un comentario sobre lo subvalorada que todavía está su profesión en Uruguay.

"En Estados Unidos ser investigador, científico, tener un doctorado, te da un estatus social en el barrio. Acá todavía te ven como un bicho raro", señala. Tal vez por lo complejo que resulta entender lo que hacen, tal vez porque tampoco lo saben comunicar en términos sencillos, tal vez porque los tiempos necesarios para llegar a un resultado superan la paciencia y curiosidad del público en general. Justamente por esto, el IP Montevideo trabaja en mejorar la comunicación con el mundo exterior. Para ello crearon el año pasado la Unidad de Valorización, donde trabaja Grompone. El esfuerzo no sólo va dirigido a que, por ejemplo, no haya personas que confundan el Instituto Pasteur con el Hospital Pasteur (cosa que les ha sucedido), sino a que las empresas se enteren de que allí se pueden resolver problemas productivos. (Ver nota aparte)

José Badano ensaya una explicación simple sobre el trabajo que realizan a diario: "Nosotros tratamos de entender las bases biológicas de una patología. ¿Eso va a resultar en una cura? Probablemente no mañana o el mes que viene. Quizás nunca. La cuestión es que si no lo hacés, no lo vas a conseguir. Eso es seguro", afirma.

Una cosa pudo ser comprobada (aunque no científicamente): de bichos raros no tienen nada. Al menos aquellos que accedieron a conversar con Domingo.

"En biología, si usted no tiene la tecnología, no puede resolver problemas", dice Dighiero.

Proyectos fuera del laboratorio
La investigación al servicio de las empresas
Comunicar hacia afuera lo que se hace dentro del Instituto Pasteur es tarea de la Unidad de Valorización, a cargo de Giafranco Grompone (doctor en Microbiología) y Caroline Acosta (con formación en Ciencia Política y Relaciones Internacionales). Entre sus objetivos principales se encuentra el tendido de redes con las empresas de manera que puedan integrar la producción de conocimiento científico como meta. "Queremos afianzar lo hecho y presentar al Instituto como solución a problemas productivos de las empresas", señala Grompone.

De hecho tienen pensado utilizar un estacionamiento ubicado debajo del edificio para que las compañías puedan instalarse allí.

Convencer a las empresas implica explicarles los beneficios fiscales que les supone la Ley de Inversiones y poner a su disposición las alianzas del Pasteur en temas de propiedad intelectual. "Que nos permiten tener un estudio de mercado de patentes, porque una cosa es tener una patente y guardarla en un cajón y otra es poder vender licencias", indica. Esto es: que se pueda generar conocimiento que tiene un valor de mercado.

La Unidad también quiere desmitificar el hecho de que investigar es caro. Un ejemplo aplicable a la industria alimenticia: una inversión de US$ 20.000 o US$ 30.0000 es suficiente para un proyecto de investigación que dure entre seis meses y un año, que puede resolver un problema concreto: estudiar los componentes biológicos que puedan participar en alimentos funcionales, como por ejemplo, las bacterias de un yogur.

Uruguay en la "etapa más floreciente de su historia"
Guillermo Dighiero es médico, inmunólogo, docente, investigador y, hasta fin de año, director ejecutivo del Instituto Pasteur Montevideo. Tiene 69 años, cuatro hijos y nueve nietos que viven en Francia, país al que emigró "obligado" en 1976.

A meses de su retiro -está abierto un llamado internacional para encontrar sustituto-, Dighiero se muestra conforme por lo hecho y esperanzado con el futuro de la ciencia en particular y del país en general.

Una de las metas que se propuso el Pasteur cuando aterrizó en Uruguay en 2006 fue alcanzar la excelencia científica. Todavía es pronto para evaluar, más en ciencias, pero Dighiero cree que "está despegando". Para ilustrarlo, cita las 106 publicaciones en revistas internacionales logradas por sus investigadores.

Paralelamente, el país se puso al día con el tremendo atraso tecnológico que padecía, gracias a una inversión de US$ 5 millones en equipamiento. En biología, dice el director citando a un premio Nobel, la herramienta precede a la elaboración de conceptos. Las ocho plataformas tecnológicas instaladas por el IP Montevideo son de última generación y están siendo utilizadas cada vez más por los académicos, tanto locales como de la región. A modo de ejemplo: en 2008 se hicieron 2.300 actos de plataformas y en 2009, 8.000.

El tercer objetivo era favorecer el retorno de investigadores y evitar la salida de los recién egresados. Hoy son 100 los jóvenes que trabajan allí y 10 los investigadores que regresaron. De hecho en noviembre vuelve uno más (ver nota). El cuarto objetivo en marcha es el desarrollo de las biotecnologías.

Dighiero cree que se terminó la etapa del "acá no se puede". "Soy muy optimista sobre el futuro del país. Creo que estamos en una etapa en que la gente se ha dado cuenta de que se terminó ese período depresivo, y que es probable que el país esté en la etapa más floreciente de su historia. Siempre comparo este comienzo del siglo XXI con el del XIX", afirma el científico.

En cuanto a la formación, Dighiero considera que el trabajo de Facultad de Ciencias es excelente, aunque se queja de los tiempos de la carrera, que duplican el de los países desarrollados. Dice además que Uruguay debe aprovechar este período de expansión para invertir en dos cosas: la pobreza infantil ("Sólo la mitad de los niños que nacen en los hogares más desfavorecidos termina la enseñanza primaria, es una catástrofe") y ciencia y tecnología. "Creo que con eso podemos pensar en un país distinto para el futuro", opina.

Todavía no sabe qué hará cuando deje el cargo, pero se manifiesta abierto a colaborar en lo que pueda ser útil. Siempre y cuando eso le permita ir a visitar con cierta libertad a sus hijos y nietos a Francia.

Fuente: http://www.elpais.com.uy

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