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miércoles, 4 de mayo de 2011

Existencialismo o hipocondría cósmica.

Exístencíalísmo, o Hipocondría Cósmica.

No todos los intelectuales de nuestros días se han vuelto oficialmente "religiosos"; pero han adquirido respetabilidad las preocupaciones religiosas, el interés por la presencia o ausencia de un Designio o Alcance trascendente. El no tomar en serio lo sobrenatural, créase o no en ello, se ha hecho un poco déclassé, un indicio de estar vacío y de no haber llegado a la categoría de hombre.

Esto va lo mismo con el ateo. El ateísmo de Jean-Paul Sartre, para poner el ejemplo más notable, es desengañado, trascendental. Su humanismo y su naturalismo están teñidos de nostalgia de lo sobrenatural. Ve al hombre como a un ángel caído, como a una criatura que anhela la perfección e integridad del espíritu, pero condenada a medias verdades y a mala fe, y eternamente atrapada entre dos mundos, en ninguno de los cuales se siente a gusto. Y ve al universo, ahora que "Dios ha muerto", como un algo informe que no es nada, en que el hombre decide engreída y absolutamente que la vida va a tener de todos modos un significado. En suma este ateísmo considera al hombre y el lugar que ocupa en la naturaleza casi como las religiones tradicionales del Occidente dicen a uno cómo tienen que considerarlo si no cree en Dios. Regaza la religión, pero da expresión á las tradicionales perspectivas y dilemas de la religión.

En una palabra, después de la guerra, se ha observado el resurgir de un tipo de actitud que la religión ha venido brindando tradicionalmente, y del cual han salido con frecuencia nuevos credos y éticas. La literatura religiosa y filosófica ha expresado una rebeldía contra los valores que desplazaron las emociones religiosas durante el periodo intermedio entre las dos guerras mundiales: las esperanzas utópicas que se incorporaron al comunismo, la deificación del estado y del líder típica del fascismo, los cultos menores a la tecnología, a la ingeniería y a los negocios mejores, que se atraían una devoción, antes sólo reservada a ideales más allá de este mundo. Muchas mentes religiosas, y también muchos hombres mundanos desilusionados, han creído que estos valores no son solamente ejemplos de falsas esperanzas y normas corruptas, sino consecuencias naturales del "secularismo", o sea, del propósito de fundamentar los ideales e instituciones humanas en las necesidades del hombre y en las preocupaciones mundanas nada más.

A estas luchas con los dioses seculares y los sustitutos racionales de la fe, se debe en gran parte la importancia característica que la literatura religiosa actual ha dado en conceder a la "trascendencia" de Dios, así como buena parte de la literatura filosófica de nuestros tiempos subraya característicamente los límites de la razón. Y, para expresar estas dos actitudes en función de un sistema amplio de creencias sobre el hombre y el mundo, se ha dispuesto de una tradición intelectual notablemente eficaz y flexible: el existencialismo. Es el gran tema de Hegel, el itinerario de la mente a través de la vida y del tiempo. Lo mismo que Hegel, no se interesa tanto por la lógica abstracta de la razón como por el drama de su desarrolló, su origen, medio y fin, sus suertes y sus desventuras, sus cegueras trágicas y sus cómicas impertinencias, y sus escenas cruciales de reconocimiento, en que llega a la propia conciencia de sus condiciones y destinos. Pero el existencialismo altera fundamentalmente el significado de este drama. Porque, en Hegel, las grandes escenas de reconocimiento son aquéllas en que uno descubre que todo es racional, que la historia y la existencia son imposiciones de una Razón inexorable, y la vida individual el desempeño de una función predeterminada. En cambio, las grandes escenas de reconocimiento del existencialismo, son aquéllas en que descubrimos que la mente y la razón son criaturas de existencia, estimuladas por sus necesidades prácticas, circunscritas a sus impulsos irracionales, limitadas a sus horizontes temporales. El existencialismo es un hegelianismo decepcionado, un encuentro con el Absurdo, no con la Razón.

El existencialismo es parte de ese gran caudal de ideas a la deriva del mundo moderno, en que filosofías por otra parte divergentes, como el marxismo y el instrumentalismo de John Dewey están también engolfadas, que ha hecho hincapié en "la determinación existencial del pensamiento" y ha rechazado la idea clásica de la mente como algo puro y desencarnado. Todas estas filosofías han tenido que volver a reflexionar seriamente qué podría entenderse por ideales básicos intelectuales y morales, como "objetividad" y "verdad". Pero, mientras el marxismo filosófico y el instrumentalismo, cada uno de manera totalmente distinta, han seguido creyendo que la objetividad y la verdad son ideales importantes y asequibles, el existencialismo ha desistido de buscarlos. El hombre, tal como le ve el existencialista, no puede menos de medir cuanto piensa y hace en función de estos ideales trascendentes; pero ni puede definirlos ni alcanzarlos. Y ésta es, en fin de cuentas, la índole de "la situación humana": el hombre está condenado a afanarse, a buscar y a no encontrar; y, sin embargo, no puede rendirse.

Aquí está el centro de la visión existencialista. Es, por decirlo así, una forma sistemática de ver las cosas con un doble foco: las generalizaciones del hombre en contraposición con su particularismo innato, su deseo de comunicarse con los demás y su aislamiento inevitable dentro de sí mismo, la búsqueda de lo ilimitado y absoluto frente a las limitaciones y la relatividad de cuanto piensa y hace. Es una visión que transforma todo el pensamiento y toda la práctica en algo incurablemente subjetivo. La soledad, la desesperación y la ansiedad no sólo se convierten en rachas pasajeras, sino que constituyen ejemplos de la forma más profunda de conciencia. Y la crisis y la tensión no se transforman en problemas concretos que deben ser superados merced a técnicas específicas, sino en los rasgos inevitables de "la situación existencial". La crucifixión es, como observara Kierkegaard, el padre del existencialismo, el símbolo de la vida humana "la locura de la Cruz" se trueca en toda la realización de que es capaz la vida en sus propios términos.

Ha habido, en general, tres maneras de vivir esta visión. La primera ha sido afirmar, con Sartre y los existencialistas ateos, que "el hombre está condenado a ser libre", que tiene que dar un salto en' las tinieblas y consagrarse a ideales trascendentes a pesar de su absurdo y de su propia impotencia. La segunda, es subrayar, con Simone Weil, la divergencia de los polos de "gravedad" y "gracia", y volver, con los existencialistas católicos como Gabriel Marcel, al poder salvador de lo sobrenatural. La tercera, es convertir la dualidad del punto de vista existencialista en "el principio protestante", como lo llama Tillich, o sea, el reconocimiento de la presencia de lo "incondicionado" detrás de todas las afirmaciones e ideales humanos.

Ya hemos tenido en este siglo bastante idolatría y esperanzas utópicas, bastante egoísmo disfrazado de altruismo, y altruismo que no ha sido sino una forma de imperialismo moral, para entender la fuerza e intención de estas ideas. La ansiedad, el miedo impotente a una condenación sin nombre, se ha hecho un modo institucionalizado de vida. El contexto emocional de la filosofía existencialista y de la religión es el mismo que el de la ficción y poesía contemporáneas más características. Podemos leer los libros de J. D. Salinger en un nivel, y creer que habla de la soledad y desorientación de los adolescentes; pero lo que de su obra atrae a los adolescentes y a los demás, es que escribe sobre las formas en que lo mismo el adulto que el joven pierden y encuentran su camino, y lo mismo sobre el paisaje sobrenatural que el natural en que estamos perdidos. Es simbólico, y acaso no del todo accidental, que tantas figuras sobresalientes del momento actual en el pensamiento religioso, hayan sido desterradas, como Simone Weill, Nicholas Berdyaev, Paul Tillich y Martin Buber.

En suma, el existencialismo, como las grandes filosofías y religiones clásicas, ha dado significado a la experiencia de su tiempo, al hacer que los elementos más conspicuos de esa experiencia parezcan también los elementos necesarios del universo en general. Nos ha tocado vivir en una era de irracionalidad de las masas que ha hecho parecer prematuras las esperanzas liberales, por no decir algo más; el existencialismo afirma que la sinrazón es un valor fundamental del universo. Nos ha tocado ser testigos de la crueldad de un vasto horror inimaginable, y al parecer, sin finalidad; el existencialismo nos dice que el pecado y el mal son hechos radicales de la vida. En su extraño estilo, el existencialismo proporciona consuelo, al decirnos que nuestros dolores no son inevitables, y que nuestra angustia es la angustia de toda existencia.

Pero, al estudiar el existencialismo, es importante separar dos cuestiones que frecuentemente se confunden. La primera es el motivo de la atracción general que ejerce el existencialismo. La segunda, es la cuestión de si tiene razón de ser. En relación con esta segunda cuestión, un ejemplo breve puede contribuir a indicar el tipo de argumentación sobre la que se funda el existencialismo. "Los existentes se manifiestan", dice Sartre en El Ser y la Nada, "se los encuentra, pero no pueden nunca deducirse por inferencias... No hay la menor razón para que 'estemos ahí'. En consecuencia, según Sartre, todo lo que existe está "de trop", "de más", "sobra", es "absurdo". ¿Pero no es verdaderamente más bien un error pasar de la imposibilidad de demostrar lógicamente que el mundo, tal como es, no podía ser de otra manera (o sea, que lo no existente puede "deducirse por inferencia") a la consecuencia disparatada de que "no hay la menor razón", no hay manera de explicar por qué es como es? No es lógicamente necesario que los seres humanos deban tener treinta y os dientes; pudieran tener treinta y seis o veintiocho. ¿Pero por eso van a estar "de más" los dientes, o va a ser "absurdo" ese número de dientes? "Las cosas se han hecho demasiado fáciles", escribió Kierkegaard. "Ya es hora de que las volvamos a hacer difíciles". Acaso tenga razón; pero ya se han hecho bastante difíciles por sí mismas sin la ayuda de los filósofos.

Lo importante de estos razonamientos, no es sólo el abuso de la lógica y del sentido común que suponen, sino el hecho de que llevan directamente a la tergiversación de las normas intelectuales aceptadas comúnmente hasta ahora. La paradoja y el misterio vienen a ser las consecuencias de la investigación más bien que su comienzo; se borra la distinción entre el valor moral y la sabiduría filosófica; y se recomiendan la ansiedad y el temor a la muerte para curar los viejos errores filosóficos y preludiar el descubrimiento de la verdad filosófica. El existencialismo no es la filosofía primera que ejemplifica la máxima de Fichte: "Filosofamos, porque tenemos necesidad de la redención". Pero va más allá que ninguna otra filosofía reciente en afirmar que todo lo que nos redime es verdadero.

Sin embargo, estas mismas consecuencias son las que explican el atractivo del existencialismo. A pesar de su confusa dialéctica —y quizás, por ella— el existencialismo habla directa e íntimamente a quienes se sienten solos e impotentes ante la marcha de los acontecimientos. Hablar de "lo absurdo de la existencia", de la "inanidad de las cosas", es expresar de alguna manera la desvergüenza de una cultura de masas, que ha hundido tantas relaciones personales y ha hecho parecer a la realización personal como algo que no tenía significado y estaba "de trop". Y no es difícil entender cómo es que hombres valientes y sensibles de la resistencia francesa, que lucharon contra la infamia nazi, se preguntaban a sí mismos en plena guerra por qué era por lo que luchaban. Difícilmente pudiera haber sido una razón suficiente, la restauración de la política fatigada y sin finalidad de la Tercera República Francesa. Y, sin embargo, no había motivo fuerte para esperar que estuviesen verdaderamente peleando por algo mejor. ¿Por qué habían de hacer lo que hicieron, sino porque un hombre tiene que decir sencillamente "no" a veces, aunque no haya razón positiva ni fe que lo impulse? El existencialismo nos recuerda que, en nuestro mundo, la decencia más sencilla y humilde ha sido imposible de practicar durante largos periodos, y no del todo posible de creer, ni siquiera abstractamente. Representa el esfuerzo de buscar, en una edad de fanatismo y movimiento en masa, una última trinchera para defender la integridad y la libertad e individualidad de la persona.

Además, el existencialismo, sobre todo en su forma francesa, ha constituido un asalto a las dos tentaciones del intelectual moderno: la de aplicar un sistema cruelmente intelectualista de pensamiento al mundo encapotado y chanchullero de la actualidad política, y la de retirarse totalmente de él. El existencialismo ha atacado a estas tentaciones en su origen intelectual: el ideal cartesiano de la racionalidad, de los principios claros, distintos e indudables, basado en premisas distintas, indudables y claras. El existencialismo ha intentado establecer una nueva norma de la racionalidad para guía de los seres humanos, que no los enmarañe tanto en abstracciones frías y fórmulas perfeccionistas, una norma que permita mejor a los hombres de principios saber a qué atenerse en las luchas ambiguas y moralmente indefinidas de su tiempo, sin perder su honradez intelectual y el respeto a sí mismos.

Gabriel Marcel no escribe sus comedias sólo para presentar sus principios filosóficos con dramatismo impresionante. Las escribe porque son esenciales a lo que quiere decir, porque las abstracciones y las fórmulas, las esencias y los principios, son las máscaras de las equívocas pasiones humanas y expresan criterios personales, no impersonales. Tampoco es mero accidente el que Sartre escriba a su vez novelas y obras de teatro, ni que Camus (a quien molestaba llamarse "existencialista", y con cierto motivo), fuese y viniese de ensayos expositivos a novelas filosóficas en que se frenan enérgicamente las abstracciones explícitas. La crítica del ideal cartesiano de racionalidad representa la contribución mayor del existencialismo a la reorientación de las actitudes morales y de la cultura intelectual francesa y occidental.

Pero podría dudarse, desde el. punto de vista estrictamente filosófico, si el asalto tiene que llegar a eso, o ser tan teatral en su tono. Pese a su acrimonia y razón, el existencialismo y las filosofías religiosas y antirreligiosas que ha. alimentado no son lógicas del todo. El consuelo que producen supone precisamente la confusión de "lo relativo" con "lo absoluto", que, según estas filosofías, es la fuente de todo error y mala fe. En frase de sus defensores, el existencialismo es un "encuentro con la nada", una batalla por superar el nihilismo moderno. Pero ocurre que el nihilismo, tal como se le experimenta —como sentimiento real "existencial" de lo sin sentido y fútil de la vida— no es producto de una teoría intelectual, y no hace falta una teología o metafísica nueva para superarlo. Es producto de esperanzas fallidas, de amigos perdidos, de lealtades efímeras y pautas decadentes; y hasta podría ser síntoma de una fortaleza interior perdida.

Hay una forma de ministerio más sencilla que la que ve el existencialismo: la atención a las viudas y a los huérfanos, la práctica de la caridad, el cultivo del amor. Ni qué decir tiene, que los existencialistas no se oponen a este tipo de ministerio. Pero lo entierran bajo palabras como "absurdo", cuyo significado se ha tergiversado. Su argumento de que los ideales morales constituyen "saltos en las tinieblas", fijación de principios en un mundo que se resiste a ellos, no tiene que ver nada lógicamente con las condiciones y consecuencias que deben tomar en cuenta los hombres, y con los criterios reales que emplean cuando tratan, sobria y responsablemente, de decidir cómo tienen que obrar y qué opción tomar en el mundo dé la práctica. Es un argumento verbal, que sólo prueba la imposibilidad de llegar a la certeza demostrativa en los asuntos humanos, y que toma su fuerza de la pauta mental cartesiana que el existencialismo posiblemente desea rechazar.

En una palabra, el existencialismo es reflejo de nuestras preocupaciones, no su solución. Y es un reflejo sobre un espejo ligeramente agrietado. Porque el existencialismo ha elevado las experiencias que todos tenemos de cuando en cuando a la categoría de cualidades permanentes y decisivas de la vida. El existencialista hace hincapié sobre la necesidad de consagrarse, y "dedicarse" es, después de todo, una pequeña redundancia para la mayor parte de nosotros, que, en esta misma edad de supuesta catástrofe, ya nos hemos dedicado como amantes, padres, empleados y ciudadanos. Insistir tanto en "entregarse" abstractamente arguye un tipo muy especial de aislamiento. Pese a todas sus asociaciones con los sentimientos característicos de un mundo de posguerra, no tenemos más remedio que advertir cómo falta equilibrio y universalidad al existencialismo, y que, en fin de cuentas, constituye la metafísica de los cesantes emocionales.

El absurdo que encuentra y casi llega a celebrar el existencialismo, no es el absurdo de la existencia, sino el de los ideales, en función de los cuales esta filosofía calibra la escena humana. Hay otras, bastante distintas en su espíritu del existencialismo, que también insisten en que todas las creencias humanas son falibles, y todos los ideales humanos corregibles. Para formular esta afirmación, no esnecesario atenerse a las pasiones trascendentales, ni aseverar que, como no pueden.satisfacerse, todos los ideales humanos son absurdos en el fondo. Quizás no sostenga el existencialismo que todos los ideales humanos pertenecen al mismo nivel. Nos imaginamos, por ejemplo, que el profesor Tillich se propone hacer de su "principio protestante" algo más que un principio de protesta contra todos los ideales. Pero no se ve fácilmente qué más hay en, él. Porque no es sino un principio comprensivo, afirmando que, cualquiera que sea el ideal proclamado o abrazado, no es todo lo que puede afirmarse o abrazarse. Pero tiene más de teatral que de sabio 'hacer protestas de este principio absoluto, y después alegar la razón fútil de que nada es perfecto, de que todo está empañado de mortalidad. Esto es convertir el escepticismo cotidiano normal y útil en una postura teatral.

Una filosofía que no ofrece más que esto, que no presenta principios importantes, en función de los cuales podamos distinguir un ideal mejor de otro peor, por imperfectos que sean todos los ideales, parece una .base, más que deficiente, de religión, filosofía; política y moral. Como expresión del disipado espíritu moderno, o como tratamiento de "shock" para el contentadizo, el existencialismo tiene méritos indiscutibles. Pero el terror produce su clase peculiar de inercia, y no es un antídoto agradable para el espíritu contentadizo. Y, a mi entender, la hipocondría cósmica no constituye base sólida para construir una filosofía moderna, una religión moderna, ni una mente clara y sincera.

Fuente Charles Frankel

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