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miércoles, 17 de junio de 2009


Condicionamiento y despertar

¿Qué es el condicionamiento? El complejo proceso que nos entrena, desde que nacemos, a
adaptarnos a una sociedad determinada. ¿Quién nos entrena? Todo a nuestro alrededor:
nuestros padres, nuestras nanas si las tuvimos -o cualquier reemplazante temporal o
permanente de nuestros padres-, nuestros profesores, los sacerdotes y/o monjas de nuestra
sociedad particular, los mayores en general; y, también nuestros pares, la calle, la televisión, la
publicidad, las películas... todo lo que vemos nos ha condicionado. ¿Cómo? Mostrándonos qué es
lo que se espera de nosotros, aprobándonos cuando lo hacemos y desaprobándonos o
castigándonos cuando hacemos algo diferente. ¿El resultado? Un "buen ciudadano(a)": lo que -
en cada cultura- llamamos "adaptado y normal".

En el libro de Carlos Castaneda, Viaje a Ixtlán, el proceso del condicionamiento es descrito de
este modo por el brujo yaqui, "Don Juan": "...todo aquél que entra en contacto con un niño es
un maestro que le describe incesantemente el mundo, hasta el momento en que el niño llega a
ser capaz de percibirlo tal como se le ha descrito. Según don Juan, no recordamos ese
portentoso momento, simplemente debido a que carecíamos de todo punto de referencia que
nos permitiera compararlo con algo".

Hay varios detalles que es necesario aclarar un poco más, sin embargo. En primer lugar, todo
indica que no somos nada de tontos(as) cuando niños(as): que tenemos criterio propio y que
incluso somos tremendamente perceptivos y sensibles respecto a lo que ocurre a nuestro
alrededor. Muchos de nosotros recordamos en forma nítida el habernos dado cuenta muy
fácilmente de cosas que se nos ocultaban -por ejemplo, problemas en la familia: peleas,
alcoholismo del padre o la madre, infidelidad oculta de uno o de los dos, etcétera-. Sabíamos
cuándo los adultos nos mentían y sabíamos cuándo hablaban en serio. Cuando digo que
teníamos "criterio propio", me refiero a que sabíamos lo que queríamos y lo que no, lo que nos
gustaba y lo que no.

¿Qué cambio, no? El adulto "normal" generalmente tiene poca claridad o serias dudas respecto a
sus verdaderos sentimientos, intereses y motivaciones y, lo que es peor, muchas veces las
cosas de las que sí está seguro son cosas aprendidas de sus mayores, no cosas que de veras
desea. ¿Cómo es que perdemos ese criterio propio del que hablaba -que era tan claro y nítido
cuando niños- y nos enmarañamos cada vez más?

En una palabra: chantaje. El sistema y sus representantes nos chantajean, conscientemente o
no. Nos quieren, aprueban y nos hacen sentir ¨parte¨, ¨pertenecientes al grupo¨ -una de las
cosas que más ansiamos- cuando actuamos, pensamos o sentimos ¨como debe ser¨ (como ¨
todo el mundo¨) y nos hacen sentir ajenos, ¨fuera de¨, ¨extraños¨, ¨distintos¨, cuando
actuamos en forma diferente a la norma... ¡y cuánto aborrecemos, cuánto nos duele ser ¨
distintos¨ cuando niños(as)! Esto ocurre de múltiples formas y, por supuesto, no estoy diciendo
que forme parte de ningún plan deliberado: simplemente, es una presión hacia la conformidad
que se transmite, en forma bastante inconsciente, de generación en generación. Lo diferente, lo
distinto, nos hace sentir intranquilos e incómodos, y simplemente tendemos a inhibirlo, en
nosotros y los demás.

Lo más complicado que ocurre cuando agachamos la cabeza y nos mimetizamos a la masa -como
hicimos la gran mayoría, aún cuando persistiera una vaga sensación interna que apunta hacia
otro lado- es que olvidamos que hicimos eso. Olvidamos que teníamos criterio propio, brújula
propia, gustos propios... y que simplemente adoptamos el molde masivo porque la presión a que
nos vimos sometidos fue demasiada, y demasiada también era nuestra necesidad de ser
aceptados, queridos, integrados al grupo.

El condicionamiento nos impregna... más allá de lo que vemos

Una de las cosas que más trabajo me cuesta transmitir en los cursos que doy es la idea de que
el condicionamiento nos ha afectado seriamente a todos. En general, cuando hablo de los
efectos de las enseñanzas de los padres, sociedad, Iglesia y, en general, el tremendo efecto
que conlleva el criarse en una sociedad como la nuestra -que tolera tan poco la diferencia-, mi
auditorio o lectores suelen creer que ellos no están implicados. ¨Sí, sí, claro que captamos la
idea. Qué interesante como ocurre. Claro que nosotros ya estamos libres de eso, porque somos
inteligentes, lúcidos, cultos...¨, o "Ya sé que me parezco a mi papá (o mi mamá) en muchas
cosas... pero ya lo tengo asumido y superado", o "Tengo claro que mi niñez fue difícil, pero eso
ya lo dejé atrás: prefiero olvidarlo".

La mayoría cree, entonces, haber ya superado su condicionamiento. De veras creen que sus
opiniones, gustos y preferencias son suyas, y no simples implantes sociales. Paul Lowe dice,
"Nuestro condicionamiento es tan profundo que no nos damos cuenta de que es
condicionamiento: creemos que las cosas son así".

Aquí en Chile, en mi relativamente corta vida he visto que de un momento a otro nos ponemos a
odiar a los argentinos, a los peruanos, a los bolivianos, a los brasileños, a los norteamericanos, a
los rusos, a los cubanos, a los ingleses y a los españoles -por nombrar algunos-. ¿Los motivos?
Las más bizarras idioteces, desde un partido de fútbol en que no nos fue como queríamos, un
pedazo de tierra que nadie va a conocer nunca, la negativa a vendernos armamento o
supuestas ofensas a "la dignidad y la independencia" nacionales. ¿Qué hacemos? Apedreamos
sedes diplomáticas, amenazamos con corte de relaciones diplomáticas, nos hacemos frotaciones
con la bandera y nos ponemos a balar como ovejas diversos slogans que hablan de la ofensa y
de lo dignos y soberanos que somos.

Es uno más de los ejemplos de cómo la mente nos hechiza: los valores como el "patriotismo", la
"dignidad nacional" y otros similares son puro condicionamiento. Cualquier idea que nos oponga a
los otros países es condicionamiento. A muchos nos contaron cuando niños el cuento aquél de la
competencia internacional de canciones nacionales y banderas, en la cual, ¡por supuesto,
ganamos los chilenos! A veces es así de burdo el condicionamiento... La Tierra y la Humanidad
son una sola, y podemos ser condicionados a inventar una ficticia rivalidad a partir de las
diferencias entre nosotros, convirtiéndolas en un problema... o podríamos aprender a apreciarlas.

Nuestra capacidad de abstracción

También se nos enseña a creer que, si logramos comprender un fenómeno o describirlo en forma
intelectual, obtenemos control sobre él. Como si leer sobre natación fuera equivalente a saber
nadar... Obviamente, éste es un craso error. En realidad, esta capacidad de la mente -la de
imaginar cosas y de reflexionar como si los objetos concretos se hallaran presentes- nos resulta
útil en muchos casos, pero tiene escalofriantes implicancias. Al abstraer conceptos de la
realidad, generalmente no estamos en contacto con la forma como esta realidad nos toca los
afectos. Es decir, podemos pensar fría y desapegadamente en cosas que, de ocurrir en la
realidad, tendrían un efecto emocional devastador sobre nosotros.

En la década de los ochenta, era frecuente que periodistas y ¨líderes¨ de las potencias
occidentales -de los rusos casi nunca se sabía nada- calcularan muy sueltos de cuerpo los
efectos de una guerra nuclear: si valía la pena o no cambiar a Hamburgo por Leningrado, y si era
o no conveniente destruír primero Moscú o quizás alguna otra ciudad, antes de la inevitable
vuelta de mano de los rusos -lo que implicaba ¨perder¨ Nueva York o Chicago, como si se
tratara de un juego-.

La verdad es que esta facultad -la mente condicionada- nos puede envolver en forma tan total
que podemos llegar a creer cualquier cosa. Literalmente, a una persona sugestionable se le
puede convencer de que tiene frío, calor, de que tal o cual situación en que está inserta
constituye un problema serio, que tal o cual persona no es de confiar, que una pintura horrorosa
es una obra de arte magnífica e invaluable, etcétera. ¿Le parece risible? Lo triste es que todos
somos así: todos somos sugestionables en algún grado. Nos hemos convencido de patrañas más
grotescas que cualquiera de ésas. Creo que uno de los grandes defectos del sistema
democrático es precisamente ése: cualquiera nos convence de cualquier cosa... y después nos
preguntamos cómo llegó a ser elegido Presidente tal o cual sujeto, aquí o en otro país. ¿Sabe
usted que Hitler era idolatrado por una gran proporción de la población germana? Increíble, ¿no?

La presión social

Una vez condicionados, una de las cosas más tristes que ocurren es que nos volvemos
cómplices del sistema. Deseamos que los demás sean como nosotros. Deseamos que recorran la
misma senda "normal" y establecida: que tengan su trabajo, su pareja, sus niños, su casa... que
hagan "lo que se hace", lo mismo que hicieron sus padres y antepasados -con ligeras
diferencias-. Esto incluye, usualmente, el embrutecerse con actividades, de modo de evitar el
"ocio" -y con ello evitar hacerse preguntas tan absurdas como por ejemplo "¿Qué estoy
haciendo con mi vida?"-. Así pues, los hombres generalmente aprendemos a correr de un lado a
otro y a agotarnos y estresarnos -a esto le llaman "trabajar"-.

Respecto a la mujer, las cosas han variado en las últimas décadas. Antes, aprendían a reducir
sus aspiraciones a ser una buena cocinera, una buena esposa de alguien interesante -para un
mejor status social- y a ser una estupenda madre de un montón de niños. Ahora, lo anterior es
un poco más sutil -pero aún influyente en muchos casos- y se ha agregado el deseo de tener
una profesión u ocupación propia. Dicho sea de paso, esto último ha ido tomando un mayor
espacio debido a unas pocas pioneras valerosas y tozudas que inicialmente se enfrentaron a la
oposición general antes de lograr lo que deseaban.

A pesar de esto, por supuesto que aún persiste el condicionamiento -pues su efecto no se
observa en lo que uno hace, sino en cómo lo hace- y los hombres seguimos en nuestra actividad
frenética mientras las mujeres se enfrentan a conciliar su vocación con las labores caseras -
cuya responsabilidad, salvo en muy honrosos casos, aún se les otorga enteramente a ellas-.
Para no tener la posibilidad de reflexionar y cuestionar este modo de "vida", la sociedad también
nos enseña a llenar nuestro tiempo libre de actividades y estímulos que, por lo general, no nos
permiten contactarnos internamente y hallar un sentido más profundo en nuestra existencia.
Así, pues, el soltero o soltera económicamente independiente es presionado socialmente a hacer
lo que hicieron sus antecesores: "sentar cabeza" -léase casarse- y, una vez casado(a)... ¿ha
observado la presión por tener niños? Todo el mundo parece interesarse muchísimo entonces -
como si les fuera la vida en el asunto- en la fecha planeada para comenzar a reproducirse. Si se
logra ese objetivo, la familia así constituída es aceptada como "normal", pero por supuesto se
insiste en traer "hermanitos(as)" para la criatura, con los argumentos que todos ya conocemos
("Para que no esté solo(a)", "Para que tenga con quién jugar", "En las familias grandes hay más
cariño", "Para que te acompañen en la vejez", etc.).

Así pues, el escenario más probable al cabo de unos pocos años es un hombre estresado y
agotado, una mujer que probablemente ha dejado su profesión para dedicarse a sus niños, y
momentos de supuesto "ocio" de los dos en que cada minuto está dedicado a atender o distraer
a sus hijos o a atender o cuidar a el o los infaltables perros. Ninguno de los dos sabe
exactamente cómo llegó a esa situación y, por lo demás, no tienen mucho espacio para
cuestionársela. Tienen una vaga sensación de inquietud o de intereses no satisfechos, pero
usualmente resuelven no hacerle caso a dicha sensación, puesto que "¿De qué podrían quejarse?
Tienen todo lo que desean". Y todos a su alrededor parecen satisfechos con este modo de
vida... Así que estas personas, a su vez, presionarán a los más jóvenes a hacer lo mismo que
ellos, en parte porque alguien diferente es un espejo que les hace cuestionarse a sí mismos... y
no es grato hacerlo.

De hecho, cualquier tipo de régimen totalitario resulta atractivo para una gran parte de la
población, porque implica no decidir nada: es un "papá Estado" el que decide. Nos han entrenado
a actuar como niños y, sin pensarlo, -ya vimos que no nos queda tiempo para eso- deseamos
seguirlo haciendo.

La búsqueda interior

Desde tiempos inmemoriales -al menos diez mil años atrás- ha existido en uno que otro miembro
aislado de la sociedad la inquietud por responder preguntas tan poco prácticas como "¿Quién
soy?", "¿De dónde vengo?", y "¿Adónde voy?". Generalmente han sido individuos aislados,
diferentes de los demás, y su sociedad contemporánea se burlaba de ellos o incluso los
perseguía y mataba. Nuevamente, la presión social hacia la conformidad: el individuo diferente
nos lleva a hacernos preguntas incómodas.

Así, entonces, estos individuos han debido sortear la incomprensión de sus semejantes. Han
hablado de cosas tan oscuras como el "despertar" -un estado en el que supuestamente ellos se
encuentran- y han dicho que el resto de sus semejantes se hallan "dormidos". Han dicho que
somos autómatas, máquinas, que actuamos sin darnos cuenta de lo que hacemos ("Perdónalos,
Señor, porque no saben lo que hacen").

La verdad es que si observamos nuestras vidas, nos daremos cuenta de que eso último no está
muy lejos de la verdad. ¿Qué es lo que hace que una generación tras otra repita las pautas
sociales que veíamos antes, a pesar de que casi nadie parece llevar una vida de entera
realización? ¿Qué es lo que hace fumar a las personas, sabiendo que, como consecuencia, su
vida se acorta o incluso que pueden morir en circunstancias tremendamente desagradables y
dolorosas? ¿Qué es lo que hace que una y otra vez cometamos los mismos errores como
Humanidad, al parecer sin haber aprendido nada? Después de la Primera Guerra Mundial se dijo
que "nunca más" íbamos a caer en eso...

No sólo hubo una Segunda Guerra -después de la cual se dijo lo mismo-, sino que una infinidad
de otras desde entonces. También se dijo "nunca más" después de presenciar las horrorosas
imágenes de los campos de concentración de la Segunda Guerra... y han habido campos de
concentración con imágenes prácticamente idénticas en la mismísima Europa -Bosnia-
Herzegovina, Croacia, Kosovo, la misma Rusia...- ¿Qué hace que las minorías sigan siendo
perseguidas -o al menos, discriminadas- a las puertas del tan cacareado siglo XXI, del "nuevo
milenio"?

En nuestro país, la sequía vivida en el año 98 -a pesar de una y otra advertencia al respecto-
no produjo prácticamente ninguna reacción en la población -en cuanto a ahorro de agua-. El
aluvión del año 93 en Santiago, que arrasó una población y causó muerte y destrucción,
tampoco produjo las reacciones esperables: hubo personas que insistieron en construír su
vivienda en el mismo lugar, a pesar del peligro y a pesar de la oferta gubernamental por
construírles una casa en otra parte. A pesar del peligro del Sida, ¿cuántas personas utilizan
preservativos? -el único medio seguro de prevención, junto con la esquiva monogamia y la aún
más esquiva abstinencia-. Lo mismo parece ocurrirles a la enorme cantidad de personas que se
convierten en padres o madres indeseados, en una época en que francamente hay que ser
sordo y ciego para que eso ocurra...

Parece ser cierto, entonces, que vivimos en forma inconsciente -sin realmente ver, oír ni sentir,
inmersos en nuestras mentes condicionadas-. Si a eso se le llama "estar dormido", parece ser un
nombre adecuado. Pero, ¿a qué se refieren entonces con la otra posibilidad, el "despertar"?

Consciencia e Inconsciencia en la vida cotidiana

Como veíamos en la primera parte de este artículo, la generalidad de la población conduce su
vida por los caminos que su condicionamiento les señala. Lamentablemente, ésta no es siempre
una decisión tan libre como muchos creen: si observamos a las personas, veremos que la
mayoría de ellas actúa literalmente como máquinas guiadas por algún tipo de piloto automático.
A veces no entienden ni escuchan indicaciones e instrucciones simples y su comportamiento es
ilógico y autodestructivo. En general, el solo hecho de fumar -por poner un ejemplo- contradice
las normas más elementales de autocuidado, y muchas veces las personas que lo hacen son
inteligentes y sensibles; esta situación se hace aún más bizarra en una ciudad como Santiago
de Chile, donde la calidad del aire hace que sus habitantes "fumen" involuntariamente el
equivalente a seis o siete cigarrillos diarios. Observar, entonces, a personas inteligentes
encender uno tras otro en un día en que se ha decretado pre-emergencia o emergencia
ambiental es algo que realmente desafía los límites de nuestra racionalidad, y la explicación es,
simplemente, que esa persona no está verdaderamente consciente de lo que está haciéndose a
sí misma.

Desde el misticismo Hindú surge otro ejemplo de nuestra existencia mecánica e inconsciente. En
el clásico libro del Bhagavad Gita, Arjuna le pregunta a Krishna: "¿Qué es lo que te causa más
asombro en este mundo?". Y Krishna responde, "Lo que más me asombra es que la gente pueda
ver seres humanos muriendo por todos lados y creer que eso no les va a ocurrir a ellos".
Vivimos, la mayor parte del tiempo, en forma automática, reproduciendo patrones de
pensamiento, emoción y conducta aprendidos de la sociedad y de los adultos que nos educaron.
La mayoría de las corrientes psicoterapéuticas o de autoconocimiento intenta enmendar,
corregir o trabajar esos patrones, en el supuesto de que así nos liberaremos de ellos.

Reportes a través de la Historia: el reporte directo y el dogma religioso

Desde tiempos remotos han existido enfoques más radicales, sin embargo, que hablan de un
estado en que el efecto de estos patrones se neutraliza -en lugar de intentar "trabajarlos"-.
Existen registros de experiencias de expansión de la consciencia, de "despertar", "liberación" o
"iluminación", en que la misma realidad física que percibimos todos los días se vivencia de un
modo enteramente diferente. Gautama el Buda describió este estado como "el cese del
sufrimiento". La experiencia es descrita en reportes de primera mano por místicos de diversas
épocas, especialmente en el Oriente: exponentes de la tradición Hindú, Budista, Zen, Taoísta
(Lao Tsé, Chuang Tzu), Sufi o Mahometana, -Mevlana Jelal'uddin Rumi, Omar Khayyam, Ibn Il
Arabi, Rabiya y otros-, y otros místicos del pasado reciente o enteramente actuales, como
Ramana Maharshi, Meher Baba o Jiddu Krishnamurti. En la India, por ejemplo, la liberación en vida
o iluminación es considerada como la experiencia más elevada, una fusión de lo individual con lo
universal. En Occidente, este tipo de interés ha sido escaso, dado que tradicionalmente nos
hemos interesado más por el control del medio ambiente, la ciencia y la tecnología. Tanto en
Oriente como en Occidente, sin embargo, y a través de toda la historia de la Humanidad,
siempre ha sido una proporción mínima la de aquellos que se interesan por buscar esa
consciencia superior, y con ello la realización de su máximo potencial: el "despertar" o la
"iluminación".

La manifestación que más comúnmente conocemos de esta dimensión espiritual o trascendente
es la religión establecida -el cristianismo, el islamismo, el hinduísmo, el budismo, etcétera-. Sin
embargo, y a pesar de sus aparentes diferencias -idea responsable de tantas "guerras santas",
que se han traducido en verdaderas carnicerías entre los adeptos a creencias diferentes-, una
de las conclusiones que emana del estudio de las diversas religiones es que existen similitudes
de fondo entre ellas. Los conceptos, la terminología y las culturas y épocas en las que se
gestaron varían, pero existen similitudes esenciales, las que son rescatadas por obras como "La
Filosofía Perenne", del escritor británico Aldous Huxley. Este libro -y autores anteriores y
posteriores a él- trasciende las supuestas vallas infranqueables que separan una religión de la
otra y busca los denominadores comunes entre éstas. Es más fácil descubrirlos en la medida en
que buscamos el discurso original del fundador de cada religión, etapa en la cual el mensaje se
halla menos contaminado por los seguidores y las sucesivas interpretaciones que
inevitablemente tiñen el mensaje original.

Los fundadores de religiones

Una de las importantes coincidencias que parecen surgir de un análisis como éste es un
elemento que trastoca una de las creencias más importantes de prácticamente cualquier religión
existente: la idea de que el "profeta", "Mesías" o fundador de la religión es una persona
absolutamente única y especial, con características que en ningún caso pueden ser igualadas
por ninguno de sus discípulos. En el caso de la religión católica, por ejemplo, Jesús es concebido
como "hijo unigénito" -hijo único- del mismísimo Dios Padre; obviamente, de ser así, el rol al que
pueda aspirar cualquiera de sus seguidores será secundario. El mensaje original de los
fundadores no es tal: las indicaciones, disciplina o metodología que generalmente enseñan a sus
discípulos son instrucciones para alcanzar un determinado estado, el que corresponde a la
"iluminación o despertar" y que recibe diferentes nombres según la tradición: "la Gracia de Alá"
(el Islam), "el Tao" (Lao Tsé), el "Reino de los Cielos" (Jesús), o la "Armonía Oculta" (Heráclito).
En este sentido, en el Evangelio apócrifo de Tomás se menciona una frase muy reveladora de
Jesús: "Quien beba de mi boca se volverá como yo". ¿A qué se referiría? Es probable que se
refiriese a que quien siga sus enseñanzas alcanzará su mismo estado de consciencia.

Ken Wilber, importante autor transpersonal, distingue entre la religión exotérica y la religión
esotérica. La primera corresponde al ámbito formal, ritual, dogmático en las religiones, las formas
externas. Generalmente, éste es el aspecto más visible de cada religión (exotérico significa
"externo"): la serie de rituales y estructura formal que los discípulos han desarrollado a través de
los años. En la religión católica, por ejemplo, el ritual y la forma han tendido a reemplazar a la
devoción, y el dogma ha reemplazado a la experiencia directa. La religión esotérica es, por otra
parte, el mensaje original, que suele quedar oculto detrás de las formas y rituales: son las
indicaciones que apuntan a que los discípulos alcancen la verdad -ese estado mencionado en el
párrafo anterior- por sí mismos.

El fenómeno en Occidente

Ya sea por nuestro interés fundamentalmente volcado a la tecnología y la ciencia, a la conquista
del mundo, o debido a que las religiones imperantes en Occidente nos han transmitido dogmas y
no una metodología para alcanzar estados de consciencia superiores, esta idea es
prácticamente ajena a nuestra cultura occidental. Quizás la excepción más conocida sea el
famoso estudio de Abraham Maslow respecto de las personas autorrealizadas y sus "experiencias
peak" (Maslow, A., 1973). Maslow descubrió que las personas que vivían una vida más
satisfactoria que el común de sus congéneres solía tener experiencias de expansión de
consciencia en que experimentaban arrobo, éxtasis y amor por sí mismos y por el Universo.

Existen dos textos clásicos dentro de la literatura psicológica occidental y contemporánea que
también se refieren al tema: Cosmic Consciousness, del médico y psicólogo canadiense Richard
M. Bücke (1901), y Varieties of Religious Experience, de William James (1961). Registros también
occidentales son los de Emmanuel Swedenborg, Paul Lowe, Bernadette Roberts, Franklin Merrell
-Wolff, Eckhart Tolle y otros. Interesantes aportes al tema también lo constituyen las
compilaciones realizadas por John White, La experiencia mística (Kairós, B. Aires, 1979) y ¿Qué
es la iluminación? (Kairós, Barcelona, 1989). También existen textos y reportes al respecto de
místicos cristianos -más cercanos a nuestra cultura- (San Francisco, San Juan de la Cruz, Santa
Teresa de Avila, Juana de Arco, Santa Catalina de Siena, etc).

Características de la Experiencia

Una de las cosas que se deducen de todos estos reportes directos es que parecen existir
experiencias de diferentes grados de profundidad: parecen haber lo que podríamos llamar
diferentes "niveles" o "grados" de despertar. Las "experiencias peak" que pesquisó Maslow
parecen ser sólo una de las posibilidades de experiencia de expansión de consciencia, y
ciertamente limitada en comparación a otras.

Los occidentales no disponemos de términos muy específicos para este ámbito, por lo cual
parecemos haber utilizado los términos "experiencia mística" o "experiencia peak" para
prácticamente toda la variedad de estados posibles, los que en la literatura oriental reciben
nombres diferentes, según su naturaleza. Por ejemplo, algunos de esos términos son kensho,
satori, moksha, samadhi, nirvikalpa samadhi, nirvana, etc.

Probablemente la mayoría de las experiencias reportadas por los sujetos de Maslow
corresponden a un cierto tipo de experiencia más común que se suele describir como una
experiencia intensa pero limitada en el tiempo, que en Oriente denominan "satori". En Occidente,
las hemos llamado "experiencia peak" o "experiencia mística". Un ejemplo de este tipo lo
constituye el de una mujer anónima de sesenta años que le escribió a Aldous Huxley:
Tenía unos quince o dieciséis años; me encontraba en la cocina haciendo tostadas para el té y,
súbitamente, en una oscura tarde de noviembre, todo el lugar se inundó de luz y durante un
minuto estuve sumergida en ella y tuve el sentimiento de que, de una manera inexpresable, el
Universo se encontraba bien. Esto me ha afectado para el resto de mi vida: he perdido todo
temor a la muerte, tengo pasión por la luz pero no tengo miedo alguno de la muerte, porque esta
experiencia luminosa ha sido una especie de convicción de que, en cierto modo, todo está bien
para mí.

Como vemos, aún cuando limitada en el tiempo, la experiencia puede ser enteramente
transformadora. Sus características pueden variar: la persona puede experimentar, por ejemplo,
una separación del cuerpo o de la mente, o sentirse unida con toda la existencia. Los
ingredientes más comunes, sin embargo, son el éxtasis, el arrobo, una sensación de intenso
goce y el sentirse profundamente conmovido con la belleza y armonía de todo. También suele
estar presente -como en el ejemplo anterior- una sensación de "que todo está bien", sensación
que es, por supuesto, inexplicable para la mente, pero que produce una profunda paz. Este tipo
de vivencia suele desaparecer al cabo de pocas horas, si bien deja un imborrable recuerdo.
La experiencia mística, mirada desde una perspectiva más amplia, parece constituir una ventana
que se abre por un instante hacia una realidad más profunda y siempre presente. Otro tipo de
experiencia parece constituir un salto cualitativo más profundo, determinante y definitivo, que
dejan a la persona en una situación enteramente diferente. Un primer ejemplo es el relato del ya
mencionado R.M. Bücke:

De repente, sin previo aviso, me encontré envuelto en una nube roja. Por un momento pensé en
un incendio, en una inmensa conflagración que tenía lugar en alguna parte cercana a la gran
ciudad. Supe entonces que el fuego estaba dentro de mí. Poco después, tuve una sensación de
júbilo, de una inmensa alegría, seguida de una iluminación intelectual que era imposible describir.
Entre otras cosas, -aunque no podía creerlo- vi que el universo no está compuesto de materia
muerta, sino que, por el contrario, es una Presencia viva. Llegué a sentir dentro de mí la vida
eterna. No pensé que tendría la vida eterna, sino que tuve la consciencia de que en aquel
momento la poseía; vi que el hombre es inmortal; que el orden cósmico es tal que, sin duda
alguna, todas las cosas funcionan al unísono para el bien de cada una y de todos; que el
principio fundamental del mundo, de todos los mundos, es lo que llamamos amor y que la
felicidad de cada uno y de todos es, a la larga, absolutamente cierta. Tuve esta visión durante
unos segundos y luego desapareció, pero lo que recuerdo de ella y el sentido de la realidad que
me mostró perduran en mi recuerdo desde hace un cuarto de siglo.

Un segundo y quizás más dramático ejemplo es el del conocido místico indio contemporáneo,
Jiddu Krishnamurti. Su experiencia ocurrió en Ojai, California, en un mes de Agosto de principios
de siglo:
"... descubrí que me estaba tornando más sosegado y más sereno. Toda mi perspectiva de la
vida había cambiado. Entonces, el 17 de Agosto, sentí un dolor agudo en la base de la nuca y
tuve que reducir mi meditación a 15 minutos. El dolor, en vez de mejorar como había esperado,
empeoró. El clímax fue alcanzado el día 19. No podía pensar, no era capaz de hacer nada, y mis
amigos de aquí me obligaron a permanecer en cama. Luego quedé casi inconsciente, aunque me
daba muy bien cuenta de lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Volvía en mí diariamente
cerca del mediodía.

El primer día, mientras estaba en ese estado, y más consciente de las cosas que me rodeaban,
tuve la primera y más extraordinaria experiencia. Había un hombre reparando la carretera: ese
hombre era yo mismo; yo era la picota que él sostenía; la misma piedra que él estaba rompiendo
era parte de mí; la tierna hoja de pasto era mi propio ser y el árbol junto al hombre era yo. Casi
podía sentir y pensar como el hombre que reparaba la carretera, podía sentir al viento pasando a
través del árbol, y a la pequeña hormiga sobre la hoja de hierba. Los pájaros, el polvo y el mismo
ruido eran parte de mí. Justo en ese momento pasaba un auto a cierta distancia: yo era el
conductor, la máquina y las llantas; conforme el auto se alejaba, yo también me alejaba de mí
mismo. Yo estaba en todas las cosas o, más bien, todas las cosas estaban en mí, las inanimadas
así como las animadas, las montañas, el gusano y toda cosa viviente. El día entero permanecí en
esta bienaventurada condición. No podía comer nada, y otra vez alrededor de las seis empecé a
perder mi cuerpo físico y, naturalmente, el elemental físico hizo su gusto: yo estaba semi-
consciente.

En la mañana siguiente (el 20) ocurrió casi lo mismo que el día anterior, y no podía tolerar a
demasiadas personas en la habitación. Podía sentirlos de una manera más bien curiosa, y sus
vibraciones irritaban mis nervios. Esa tarde, casi a la misma hora (las seis) me sentí peor que
nunca. No quería a nadie cerca de mí, ni que nadie me tocara. Me sentía extremadamente
cansado y débil. Creo que sollozaba de puro agotamiento y falta de control físico. Mi cabeza
estaba bastante mal y en la coronilla sentía como si me clavaran innumerables agujas. Mientras
me hallaba en ese estado, sentí que la cama en la cual descansaba -la misma del día anterior-
estaba sucia e inmunda más allá de toda imaginación y que no podía permanecer acostado en
ella. De súbito me encontré sentado sobre el piso, mientras Nitya y Rosalind me pedían que
volviera a la cama. Les rogué que no me tocaran y grité que la cama no estaba limpia. Continué
así por algún tiempo hasta que, eventualmente, salí a la galería y me senté por unos momentos,
exhausto y algo calmado. Empecé a volver en mí y, finalmente, Mr. Warrington me pidió que
fuera bajo el pimentero que está cerca de la casa. Allí me senté con las piernas cruzadas en la
postura de meditación. Cuando había estado así por algún tiempo, sentí que me salía de mi
cuerpo, y me vi sentado abajo con las tiernas y delicadas hojas del árbol encima de mí. Estaba
de cara al Oriente. Frente a mí estaba mi cuerpo y sobre mi cabeza vi la Estrella, brillante y
clara. Pude entonces sentir las vibraciones del Señor Buda, contemplé al Señor Maitreya y al
Maestro Kuthumi. Era muy dichoso, estaba en calma y en paz. Aún podía ver mi cuerpo, y yo
flotaba suspendido cerca de él. Había una calma muy profunda, tanto en el aire como en mí
mismo, la calma que existe en el lecho de un lago profundo e insondable. Como el lago, yo sentía
que mi cuerpo físico, con su mente y sus emociones, podía ser agitado en la superficie; pero que
nada, absolutamente nada, podía ya turbar la quietud de mi alma.

La presencia de los poderosos Seres permaneció conmigo por algún tiempo, y después
desaparecieron. Yo era supremamente bienaventurado por haberlos visto. Ya nunca nada podría
ser igual. He bebido en las puras y transparentes aguas que manan de la fuente de la vida, y mi
sed fue aplacada. Nunca más podría estar sediento, nunca más podría hallarme en la total
oscuridad. He visto la Luz. He tocado la compasión que cura todo dolor y sufrimiento; ello no es
para mí mismo, sino para el mundo. He estado en la cumbre de la montaña y he contemplado
fijamente a los poderosos Seres. Nunca puedo ya estar en completa oscuridad: he visto la
gloriosa Luz que cura. Me ha sido revelada la fuente de la Verdad, y las tinieblas han sido
disipadas. El Amor, en toda su gloria, ha embriagado mi corazón; mi corazón nunca podrá
cerrarse. He bebido en la fuente de la Felicidad y de la eterna Belleza. Estoy embriagado de
Dios.

Dificultades y obstáculos

¿Por qué este tipo de experiencia es obviamente tan escasa, si -como afirma la mayoría de los
místicos-, todos tenemos un acceso natural a ella?

El gran motivo parece deberse a nuestro condicionamiento. El despertar no es un tema en
nuestra cultura. No tenemos modelos que nos inspiren a buscarlo ni se menciona como un
estado posible de alcanzar o incluso deseable. Es más: el tema como tal es algo enteramente
ajeno e incluso extraño para nuestros esquemas o paradigmas reinantes, en los cuales las cosas
se validan en términos de utilidad, rentabilidad... pero, por sobre todo, si son o no comprensibles
para nuestra mente. Y claramente el fenómeno del despertar no lo es. El antiguo libro de
sabiduría china, el Tao te Ching, lo dice así: "El Tao que puede ser expresado no es el verdadero
Tao". Esto podría entenderse como la verdad que puede expresarse en palabras no es la verdad
misma. Se dice que Gautama el Buda dedicó una charla de horas de duración a precisar lo que
esta realidad NO es -ante la imposibilidad asumida de no poder expresar lo que sí es-. Meher
Baba, otro místico contemporáneo, renunció a hablar en algún punto de su trayectoria.
Hay una anécdota que ilustra el asunto: un maestro despierto de la India, Ramakrishna, intentó
en una ocasión describir los detalles de su experiencia a sus discípulos más cercanos. Dijo: "Hoy
les diré todo y no guardaré nada en secreto". Apuntando al punto situado entre las cejas, dijo:
"El Yo supremo es conocido en forma directa y el individuo experimenta el samadhi -el éxtasis
supremo- cuando la mente se dirige aquí. Allí permanece entonces sólo una delgada pantalla
transparente que separa el Yo supremo del yo individual. El aspirante experimenta entonces... "
y en ese momento se sumergió en el samadhi. Cuando éste llegó a su fin, intentó nuevamente
describir la realización del Yo supremo y nuevamente entró en samadhi, estado desde el cual
claramente no podía articular palabra alguna.

Después de varios intentos sin éxito, estalló en llanto. "De veras deseo contarles todo... sin
ocultar nada de nada", pero era incapaz de hablar: "¿Quién hablaría? La separación misma entre
yo y tú desaparece; cada vez que intento describirles el tipo de visiones que experimento
cuando se va más allá del ámbito en que podemos comunicarnos consensualmente y pienso qué
tipo de visiones estoy teniendo, la mente se eleva de inmediato y resulta imposible hablar". En el
centro final "es destruida la distinción entre el sujeto y el objeto de la consciencia. Es un estado
en el cual la identidad del yo y el campo de la consciencia se unen en un todo indisoluble".
Dada esta naturaleza enteramente subjetiva de la experiencia -cualquier otra persona que se
halle presente no experimenta ese momento de igual forma- ocurren dos cosas: por un lado, que
el observador puede interpretarla de acuerdo a sus propios esquemas mentales; segundo, la
experiencia, si bien es absolutamente real para la persona que la vivencia, no es fácilmente
transmisible, de modo que se producen múltiples confusiones en los oyentes o lectores de la
experiencia. Esto da pie a un tercer hecho: a través de la historia, se han presentado múltiples
falsos "profetas", brujos o videntes que, aprovechándose de la naturaleza inverificable del
fenómeno, engañan a los demás con el fin de obtener algún tipo de beneficio. Es así que basta
con simular el recibir un "mensaje divino" o entrar en "un trance místico" para explotar la
credulidad de personas ingenuas con fines personales. Por cierto que esto no ha facilitado la
posibilidad de una apertura de las personas al fenómeno, sino que, por el contrario, ha dado pie
a una fuerte desconfianza frente a todo aquello que no sea "verificable" -y ya vimos que esta
experiencia simplemente no lo es-.

Considerando esta dificultad para transmitir una definición satisfactoria y aprehensible de este
fenómeno para cualquier mortal, los místicos han intentado transmitir su experiencia de éste a
través de su ejemplo y a través de ejercicios y disciplinas que desafían nuestras concepciones
habituales. Consecuencia de esto, sin embargo, han sido un desconocimiento más bien
generalizado de la verdadera naturaleza de estos fenómenos y también una serie de prejuicios o
mitos al respecto. Por ejemplo, existe el muy extendido prejuicio de que aquellos que se hallan
en contacto con este nivel son unos santurrones aburridos que jamás sienten nada "conflictivo"
-como ira, deseo, pasión sexual, pena: todo lo que llamamos "terrenal"-. Para la mente -adicta
como es a la excitación sensorial- este nivel puede, efectivamente, parecer limitado y carente
de atractivo. También se supone que el individuo "despierto" emite un brillo visible a los ojos de
cualquier observador, y una supuesta "elevación moral" que da pábulo a cualquier tipo de
proyecciones -y, obviamente, también permite la descalificación inmediata de la persona
evaluada si no se comporta de acuerdo a nuestros estándares-.

También es producto de la ignorancia al respecto la muy extendida confusión entre una mayor
consciencia y el despertar con fenómenos que podrían incluirse dentro de lo que llamamos
parasicológicos -lo que a mi entender abarca las capacidades psíquicas para las que aún no
tenemos explicación-. Existen muchos fenómenos que probablemente lleguemos algún día a
considerar "normales" -como la telepatía, la telekinesia, la percepción de otras realidades, etc-
que, si bien son fascinantes y misteriosos, sólo nos muestran un panorama más amplio de lo que
son, en realidad, nuestras capacidades... pero que guardan tan poca relación con la expansión
de consciencia y el despertar como la habilidad mecánica o matemática.

Pienso que, producto de todo este panorama de confusión e ignorancia, simplemente no
buscamos el despertar -el encuentro con nuestra verdadera naturaleza-, y dedicamos nuestras
limitadas energías a lograr el éxito material o profesional y a reproducir esquemas heredados de
nuestra cultura -las más de las veces, sin darnos cuenta de la mecanicidad del acto- creyendo
sinceramente que eso nos traerá la felicidad. A mediados de nuestra vida, sin embargo -y ya
probablemente con una familia numerosa que cuidar, una relación de pareja que se aleja mucho
de nuestros sueños originales y una actividad principal que muy raras veces nos motiva y
entusiasma, a veces nos preguntamos -en medio de nuestro incesante ajetreo- qué fue de esas
ganas de vivir que teníamos cuando niños...

Es a este tipo de experiencia que apunta la frase bíblica: "¿Qué provecho obtiene el hombre
ganando el mundo entero si al hacerlo pierde su alma?" (Mateo, 16: 26).

Propuestas: ¿cómo acceder?

El maestro ruso George Gurdjieff señala, a propósito del tema: "Una de las mejores maneras de
despertar el deseo de trabajar en ti mismo es darte cuenta de que puedes morir en cualquier
momento. Pero primero debes aprender a recordar eso". Como veíamos al principio, el interés por
el auto-descubrimiento es poco extendido. Más allá de la falta de estímulo ambiental, están los
múltiples y atractivos distractores que ofrece el mundo, y también el hecho de que, aún
tratándose de nuestra naturaleza más íntima, ésta no se expresará sin que medien trabajo y
dedicación de nuestra parte. Esta última idea la comparten los Sufis, quienes además afirman
que el propósito esencial de la vida -sin lo cual ésta es un desperdicio- es recordar quién eres
de verdad.

El místico Paul Lowe sugiere que la forma es "una consciencia continua, minuto a minuto". Sin
embargo, también agrega que "eso es prácticamente imposible con la cantidad de
condicionamiento que tenemos". Franklin Merrell-Wolff sugiere que existen los siguientes
requerimientos para alcanzar el despertar: (1) Desearlo. El deseo debe estar presente, aún
cuando sea poco claro o poco comprendido por la persona misma. (2) Tener un gurú. Esta
presencia tiene el sentido de representar una inspiración y un ejemplo para el buscador, y puede
tratarse de una presencia física o de las palabras escritas de algún maestro despierto que nos
resuene.

Eckhart Tolle, en su libro "El poder del Ahora. Guía para la iluminación espiritual" (Vancouver,
Canadá, 1997) no se queda corto en la promesa de su subtítulo y presenta un análisis
extremadamente lúcido y práctico para ayudar al lector a acceder a ese ámbito del que los
maestros han hablado por siglos. Me extenderé en su postura, por considerarla especialmente
clara y simple. Para comenzar, Tolle nos dice: "Hablo de una profunda transformación de
consciencia: no como una posibilidad distante en el futuro, sino disponible ahora -sin importar
quién seas o dónde estés-". Luego, respecto al concepto de "iluminación", nos dice: "La palabra
'iluminación' transmite la idea de algún logro sobrehumano -y al ego le gusta verlo así- pero no
se trata de otra cosa que de tu conexión sentida con el Ser". Entiendo que destaca el aspecto
sentido porque obviamente no basta con saber intelectualmente que estamos conectados con el
Todo o nuestra esencia -o "Ser" como lo llama Tolle-, sino que es necesario sentir
efectivamente esa conexión ahora. Y luego transmite la esencia de su mensaje: "No te
esfuerces por comprenderlo. Sólo puedes conocer esa dimensión cuando la mente está quieta.
Cuando estás presente, cuando tu atención está enfocada plena e intensamente en el presente,
puedes sentir al Ser, pero nunca podrás comprenderlo a nivel mental. Retomar la consciencia del
Ser y morar en esa 'sensación-realización' es la iluminación".

El concepto de presencia es, entonces, clave. Todos los místicos destacan, de uno u otro
modo, la importancia de estar en el presente, aunque esa idea -como muchas- ha sido
desvirtuada e incomprendida. Paul Lowe también otorga gran importancia a este concepto, y lo
define así: "Estar presente es un estado que lo incluye todo y no formula elecciones. Incluyes el
estado del cuerpo, de la mente y de las emociones, así como la situación tal como la ves en la
otra persona y en lo que te rodea. Incluyes todas esas cosas y, si permaneces abierto y no te
identificas con ninguna parte de este todo, entonces ocurren elecciones a través de ti -sin que
tú las realices-". Y lo ejemplifica así: "Imaginemos una situación en la cual usualmente creemos
que debemos elegir algo. Imagina que te ofrecen dos trabajos, y que uno de ellos parece
representar más dinero y prestigio que el otro. En la situación habitual, te irías a tu mente y
examinarías los pro y los contra de las dos posibilidades. Pero si no intentas decidir, y si no te
contraes ni te focalizas con la voluntad en el resultado ni en el futuro, -si simplemente te
quedas allí- una elección surgirá por sí sola. Es muy frecuente que ésta no sea lógica. Puede
que se trate del trabajo con menor sueldo, y la mente insistirá: 'Pero el otro empleo te dará más
dinero y prestigio. Elige ése'. Cuando entras en el estado de 'no-elección', entras en un espacio
en el que el tiempo no existe. ( ) Lo que dije acerca del 'no elegir' también se aplica a la
presencia. La presencia es estar en este momento con aceptación, incluyendo todos los hechos
y desconectándose de ellos. Y entonces algo te elige a ti. Probablemente no lo entiendas.
Puede que no te sientas seguro o a salvo y es poco lo que podrás predecir, pero habrá algo allí.
La intuición, una sensación interna, te estará ofreciendo información".

Consultado en una ocasión respecto a la naturaleza del "Reino de los Cielos" del que tanto
hablaba, Jesús replicó: "En el Reino de los Cielos, el tiempo no existirá". Una frase gloriosa en su
profundidad, aunque es poco probable que su interlocutor le haya comprendido, y ciertamente
no a través de la mente. ¿Cuándo desaparece la noción del tiempo? En las escasas ocasiones en
que dejamos de escuchar a la mente, cuando estamos presentes.

Conclusiones

La consciencia mística forma parte del patrimonio de la raza humana. Según Jack Kornfield,
comenzar a despertar significa ser capaz de ver el mundo desde una perspectiva más amplia que
la limitada e individual de esta vida humana -quién soy, lo que deseo, mi trabajo, mi país, mi vida
amorosa, mi desarrollo espiritual-. Comenzar a despertar es saber que es posible ir más allá de lo
que suponemos que somos y lo que conocemos del mundo. Aún cuando en estos días se habla
mucho del desarrollo espiritual, generalmente esto no ocurre por accidente. El despertar viene a
través del entrenamiento, la práctica, y como fruto de disciplinas espirituales de diversos tipos.
Con ellas se vuelve posible modificar nuestra forma habitual y limitada de vernos a nosotros
mismos, adónde vamos, y cuán apegados estamos a las personas que tenemos más cerca.
Podemos de veras aprender a ver el mundo en forma más amplia, más universal.

Para terminar, algunas palabras del gran poeta y místico norteamericano Walt Whitman: "Yo
existo tal como soy, y eso es suficiente. Si ningún otro en el mundo está consciente, estaré
sentado y satisfecho. Y si todos y cada uno están conscientes, estaré sentado y satisfecho.
Los soles que veo y los que no puedo ver se hallan en su lugar. Lo tangible y lo intangible se
hallan en su lugar. Y nunca habrá una mayor perfección que la que existe ahora, ni más paraíso
o infierno que el que existe ahora".

Alejandro Celis H.

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