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martes, 23 de junio de 2009

MUSICA Y COLORES

¿Es posible escuchar nuestra música preferida y que vengan a nuestra mente distintos colores y formas?






Observe con detenimiento las dos figuras que se encuentran debajo de estas líneas. Una de ellas se llama Kikki y la otra Bubba. Le pedimos que usted decida, digamos que arbitrariamente, cuál es una y cuál la otra, antes de seguir leyendo.

La cuestión parece no tener demasiado sentido. Sobre todo porque, como es obvio, no existe una respuesta que sea incorrecta. Sin embargo, si su percepción se encuentra dentro del promedio del 95% es muy probable que usted haya pensado que Kikki debería ser la figura angular amarilla. Este experimento psicológico, ideado por Wolfgang Köhler, trabaja sobre un fenómeno conocido como sinestesia, que básicamente es un cruce que tiene lugar entre diferentes sentidos perceptivos.

Por extraño que parezca, hay gente que cuando escucha ciertas palabras o sonidos puede literalmente ver esas manifestaciones acústicas, asociándolas directamente con formas o colores determinados. Otros, en el momento de escuchar un sonido, perciben determinado sabor u olor. El cerebro liga la percepción auditiva con otros registros, ya sean visuales, olfativos, gustativos o de espacialidad.

Pero aunque cerca de un 1% de la población muestra esta alteración perceptiva en grado notorio, en realidad todos tenemos cierto grado de sinestesia, como lo demuestra el simple experimento de Köhler visto más arriba, o el hecho de que todos asociamos un sonido grave con un color oscuro y los agudos con colores claros. O con la clásica disposición de grave = bajo, agudo = alto. Parece además que la sinestesia está relacionada con la creatividad, y también con los orígenes del habla. Quienes así piensan suponen que el mecanismo de poner nombre a las cosas no es del todo arbitrario, ya que se basa en relacionar formas y colores con sonidos. Así por ejemplo, la palabra Bubba sugiere bordes redondeados, similares a los que adopta la boca que pronuncia esos sonidos, en tanto los golpes secos de la palabra Kikki sugieren líneas quebradas.

El compositor ruso Alexander Scriabin (1872–1915) tenía una marcada sinestesia. En 1910 compuso una obra sinfónica titulada Prometeo, que debía ser ejecutada utilizando un instrumento de su invención: el órgano de luces. Se trata de un teclado que en lugar de emitir sonidos dispara luces de colores, que de algún modo traducen la impresión sinestésica del compositor durante cada momento de la interpretación musical. Las limitaciones técnicas de la época impidieron un desarrollo de este instrumento según las ideas del compositor. Que por cierto no asociaba los colores con notas aisladas, sino con acordes y sobre todo con cambios de tonalidad. Scriabin pretendió de hecho desarrollar una teoría tonal que permitiera generar una equivalencia entre sonido, color y sentimientos. Algo parecido a lo que también intentó el artista plástico Wassily Kandinsky, cuya sinestesia combinaba lo visual, lo acústico y lo táctil. A sus obras más ambiciosas las denominó Composiciones, y las vinculó a lo musical, intentando ejercer sobre quien las viese un impacto que él percibía de manera acústica.

Otro compositor, el francés Olivier Messiaen (1908-1992), solía decir: �gUno de los grandes dramas de mi vida consiste en explicarle a la gente que veo colores cuando escucho música, y ellos en cambio no ven nada en absoluto. Eso es terrible, porque nadie me cree. Pero es así: cuando escucho música, yo veo colores. Los acordes se expresan en términos de color para mí. Y estoy convencido de que uno puede transmitir esto al público.

Messiaen desarrolló un lenguaje armónico muy personal, con influencias orientales y elementos tomados del canto de los pájaros, que transcribió literalmente. Su religiosidad también marcó su música. Y a estos rasgos hay que añadir el color. De manera explícita Messiaen menciona la idea de color en varias de sus obras, como Chronochromie para gran orquesta y Couleurs de la cité céleste, para piano, viento y percusión. Las referencias a la luz, el color y lo visual son constantes y en casi todos los comentarios a sus obras, junto a las explicaciones relativas a la instrumentación y el sentido de la obra, Messiaen deja descripciones detalladas de los colores que deberían verse coincidiendo con la evolución de la música. Su pasión por el color llegó al punto de afirmar que la relación entre el color y el sonido ocupa el lugar más importante en una composición musical, incluso por encima del ritmo.

En la partitura de Colours de la cité céleste aparecen indicaciones cromáticas para los músicos, tales como esmeralda verde y amatista violeta para los clarinetes, o topacio amarillo, crisopacio verde agua y cristal para las trompetas, trompas y trombones. Es obvio que Messiaen pretendió lograr, a través de su obra, que ese extraño fenómeno, conocido como sinestesia, pudiera ser percibido por cualquier oyente.

En cualquier caso, la próxima vez que usted se disponga a escuchar una obra de Mozart, Bach, Beethoven o cualquier otro compositor que sea de su especial agrado, tal vez valga la pena que intente no solamente percibir cada sonido, sino además cerrar los ojos para ver qué colores y formas le vienen a la mente. Al fin y al cabo, puede que sea cierto que todos tenemos cierta cuota de sinestesia.

Germán A. Serain

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