En una ocasión en que visitaba la ciudad de Manizales, anunciaban la presentación de un circo determinado de origen ruso. Siempre que escucho mencionar eventos similares, donde reconozco la presencia de los rusos como célebres acróbatas, asisto de buen ánimo a los mismos. Cuando llegué al citado circo, encontré allí un elefante sumamente alto. Al observarlo con detenimiento, me sorprendí sobremanera, porque estaba suelto de la pata; dicha extremidad, tenía un lazo, pero este, no se hallaba atado a ningún poste u otro implemento de segundad.
Tal circunstancia de imprevisión me preocupó. En mi imaginación calculaba todos los peligros que podrían ocurrir si el paquidermo se descontrolaba.
Resuelto a indagar quien era el responsable del descuido, me dirigí a la persona que, deduje, era la entrenadora del animal. Con respeto y decisión, luego de saludarla, le increpé: "Amigo, el elefante está suelto" Con natural desgano, el hombre me respondió: "¿Suelto de dónde?"... Un poco sorprendido ante lo irracional de su frase, le dije: "¡Suelto de la pata! ese elefante no está amarrado a nada y es un potencial peligro para ustedes y para todos cuantos vengan al circo". Mirándome con una mezcla de extrañeza y compasión, el hombre adujo, interrogándome a la vez: "¿Pero...no tiene luego, un lazo en la pata?" "Si, claro que si lo tiene, y eso es lo que me preocupa, que tal lazo no está atado a nada". Exclamé, haciéndole ver al entrenador su falta de previsión. Cayendo en cuenta de mi angustia, y haciendo alarde de su propia sabiduría, explicó: "Ah, ya entiendo", "Eso es lo normal para con los elefantes". Insatisfecho, repliqué: "Entonces, ¿Qué objeto tiene el lazo en la pata?" "Para que no se vaya, señor; es simple, así evitamos que se aleje de un espacio determinado". Confuso frente a la respuesta, repliqué de nuevo: "Pero... es que no está amarrado.
De verdad que no entiendo...". "Venga le explico", repuso el hombre con espontánea amabilidad, "Si ato al elefante a una estaca muy fuerte y este realiza un movimiento de rechazo, revienta el lazo sin ningún problema. Usted sabe que un elefante, tiene siete veces más fuerza de lo que pesa y si este quisiera coger alguno de los postes principales que sostiene la carpa del circo, lo haría sin esfuerzo, lo desclavaría y arrojaría al suelo en pocos minutos. No exagero si le digo que este animal puede saltar a la calle y empujar una buseta o un bus atiborrado de gente, volteándolo sin esfuerzo. Su tonelaje es enorme. ¡Obsérvelo!" No sin cierto reprimido temor, pensé en todo cuanto sería capaz de hacer aquel enorme paquidermo, descontrolado por las calles de Manizales o de cualquier ciudad del país. Entonces le pregunté al hombre: "¿Cuál es el secreto del lazo? ¿Cómo funciona tal ardid? Pacientemente respondió: "Cuando el elefante está pequeño, lo amarramos de una cadena muy gruesa a una estaca de hierro muy fuerte. El animal intenta repetidas veces, mover la pata atada, pero al sentirse impedido, mueve entonces, las otras tres. La extremidad atada, no la mueve. El animal, va creciendo, sometido a tal condición. Cuando observamos que ya no mueve la pata en absoluto, que ni siquiera hace el menor intento por hacerlo, le ponemos una cadena más delgada, amarrada a una estaca más débil. A medida que continúa creciendo, le ponemos un lazo menos fuerte, atado a una estaca mucho más débil aún, de tal manera, que cuando termina su desarrollo físico, no tenemos necesidad de atar el lazo a la estaca.
El paquidermo, con el solo hecho de sentir el lazo en su pata, mueve las otras tres, pero no la atada".
Era lógico y sensato cuanto me explicaba el entrenador; toda una técnica sencilla y efectiva, de condicionamiento físico y mental. Al noble animal, lo habían condicionado, para que no moviera la pata.
Esta anécdota es importante recordarla, a medida que avancemos en nuestra exposición. Ella posee un mensaje claro, identificable con la vida diaria de los seres humanos. Nuestra cotidianidad social, no esta lejos de parecerse a la del condicionamiento del elefante.
Ahora, deseo compartir un texto que leí en la popular revista Selecciones del Reader's Digest: Una vez iba un camellero con diez camellos por el desierto, llevando consigo una pequeña carpa para extenderla en la noche y guarecerse del frío. Los camellos se atan a estacas clavadas al suelo, para evitar que huyan. Si un camello escapa por el desierto, ¿Dónde encontrarlo? Pues bien, iban los diez camellos, el camellero y un prestigioso comerciante, quien era el dueño de la mercancía. A las cinco de la tarde, el camellero desenrolló la carpa, la templó y comenzó a clavar estacas, para amarrar en ellas a los respectivos camellos. Recuerden, quienes han visto películas donde aparecen escenas similares, que ellos por su altura, siempre están condicionados. Cuando tiran de su rienda, el camello baja la primera giba, luego baja la segunda y después se acuesta. Si un viajero se sube al animal, de prisa, este de todas maneras, inicia su lenta trayectoria.
El camellero del que hablamos, tenía por oficio cuidar dichos animales; por consiguiente, de manera ordenada fue clavando estacas y atando a los cuadrúpedos, que iban asumiendo su posición de descanso, a medida que les iban colocando su estaca, con tan mala suerte, que cuando llegó al décimo, se encontró sin estaca para este; en el desierto, como pueden deducirlo, no es fácil conseguir estacas; el camello estaba ahí, parado, sin su correspondiente seguridad, mientras los otros nueve camellos, estaban ya en posición de descanso. El camellero entonces, se dirigió al comerciante, un individuo que se destacaba por su ingenio y por su capacidad para resolver problemas y le dijo: "Señor, no tenemos estaca para el último camello. ¿Qué hacemos?" "No es ningún problema" contesto el comerciante, "Simule, junto al animal, que esta clavando la estaca, igual que con los demás camellos".
Así lo hizo y en efecto, el camello se acostó tranquilo, igual que lo habían hecho sus compañeros.
A la mañana siguiente, la caravana levantó la carpa, el camellero recogió las estacas y reanudaron su camino. No caminaron muchos metros, cuando observaron extrañados, que el último de los camellos acostados, no se movía de su sitió. "¿Y ese camello? ¿Qué sucede con él, que continúa inmóvil en su lugar?" interrogó el comerciante. "Ese es el que no tiene estaca", afirmó el camellero. "Ya entiendo. Pero usted anoche fingió clavar una estaca en su rienda" "Si señor", respondió el camellero. "Ahora regrese y finja que se la quita". Así lo hizo el hombre, haciendo sonar la bolsa donde guardaba las demás estacas y simulando que arrancaba la última. Un momento después, el camello se levantó y caminó hacia sus compañeros de viaje.
Otra analogía que vale la pena citar acá, es de tipo científico, y tiene relación con un experimento que varios biólogos llevaron a cabo en Estados Unidos. Introdujeron dos peces en un acuario: una barracuda y una macarela. Para evitar que la barracuda se comiera a la macarela, pusieron un vidrio en la mitad de la pecera. Cada vez que la barracuda se intentaba comer a la macarela, chocaba contra el vidrio; muchas veces lo intentó, pero siempre se golpeaba sin poder pasar. Al cabo del tiempo y ante lo infructuoso de sus arremetidas, el agresivo pez se cansó de intentarlo.
Entonces los biólogos quitaron el vidrio para observar la reacción del animal. Este, solo llegaba hasta el lugar donde estuvo dicho aditamento y no pasaba de allí; era como si la barrera continuara en su sitio.
El pez volteaba y regresaba a su propio espacio. Los ejemplos relatados, hacen referencia a la teoría de los reflejos condicionados de Iván Pavlov.
Tal circunstancia de imprevisión me preocupó. En mi imaginación calculaba todos los peligros que podrían ocurrir si el paquidermo se descontrolaba.
Resuelto a indagar quien era el responsable del descuido, me dirigí a la persona que, deduje, era la entrenadora del animal. Con respeto y decisión, luego de saludarla, le increpé: "Amigo, el elefante está suelto" Con natural desgano, el hombre me respondió: "¿Suelto de dónde?"... Un poco sorprendido ante lo irracional de su frase, le dije: "¡Suelto de la pata! ese elefante no está amarrado a nada y es un potencial peligro para ustedes y para todos cuantos vengan al circo". Mirándome con una mezcla de extrañeza y compasión, el hombre adujo, interrogándome a la vez: "¿Pero...no tiene luego, un lazo en la pata?" "Si, claro que si lo tiene, y eso es lo que me preocupa, que tal lazo no está atado a nada". Exclamé, haciéndole ver al entrenador su falta de previsión. Cayendo en cuenta de mi angustia, y haciendo alarde de su propia sabiduría, explicó: "Ah, ya entiendo", "Eso es lo normal para con los elefantes". Insatisfecho, repliqué: "Entonces, ¿Qué objeto tiene el lazo en la pata?" "Para que no se vaya, señor; es simple, así evitamos que se aleje de un espacio determinado". Confuso frente a la respuesta, repliqué de nuevo: "Pero... es que no está amarrado.
De verdad que no entiendo...". "Venga le explico", repuso el hombre con espontánea amabilidad, "Si ato al elefante a una estaca muy fuerte y este realiza un movimiento de rechazo, revienta el lazo sin ningún problema. Usted sabe que un elefante, tiene siete veces más fuerza de lo que pesa y si este quisiera coger alguno de los postes principales que sostiene la carpa del circo, lo haría sin esfuerzo, lo desclavaría y arrojaría al suelo en pocos minutos. No exagero si le digo que este animal puede saltar a la calle y empujar una buseta o un bus atiborrado de gente, volteándolo sin esfuerzo. Su tonelaje es enorme. ¡Obsérvelo!" No sin cierto reprimido temor, pensé en todo cuanto sería capaz de hacer aquel enorme paquidermo, descontrolado por las calles de Manizales o de cualquier ciudad del país. Entonces le pregunté al hombre: "¿Cuál es el secreto del lazo? ¿Cómo funciona tal ardid? Pacientemente respondió: "Cuando el elefante está pequeño, lo amarramos de una cadena muy gruesa a una estaca de hierro muy fuerte. El animal intenta repetidas veces, mover la pata atada, pero al sentirse impedido, mueve entonces, las otras tres. La extremidad atada, no la mueve. El animal, va creciendo, sometido a tal condición. Cuando observamos que ya no mueve la pata en absoluto, que ni siquiera hace el menor intento por hacerlo, le ponemos una cadena más delgada, amarrada a una estaca más débil. A medida que continúa creciendo, le ponemos un lazo menos fuerte, atado a una estaca mucho más débil aún, de tal manera, que cuando termina su desarrollo físico, no tenemos necesidad de atar el lazo a la estaca.
El paquidermo, con el solo hecho de sentir el lazo en su pata, mueve las otras tres, pero no la atada".
Era lógico y sensato cuanto me explicaba el entrenador; toda una técnica sencilla y efectiva, de condicionamiento físico y mental. Al noble animal, lo habían condicionado, para que no moviera la pata.
Esta anécdota es importante recordarla, a medida que avancemos en nuestra exposición. Ella posee un mensaje claro, identificable con la vida diaria de los seres humanos. Nuestra cotidianidad social, no esta lejos de parecerse a la del condicionamiento del elefante.
Ahora, deseo compartir un texto que leí en la popular revista Selecciones del Reader's Digest: Una vez iba un camellero con diez camellos por el desierto, llevando consigo una pequeña carpa para extenderla en la noche y guarecerse del frío. Los camellos se atan a estacas clavadas al suelo, para evitar que huyan. Si un camello escapa por el desierto, ¿Dónde encontrarlo? Pues bien, iban los diez camellos, el camellero y un prestigioso comerciante, quien era el dueño de la mercancía. A las cinco de la tarde, el camellero desenrolló la carpa, la templó y comenzó a clavar estacas, para amarrar en ellas a los respectivos camellos. Recuerden, quienes han visto películas donde aparecen escenas similares, que ellos por su altura, siempre están condicionados. Cuando tiran de su rienda, el camello baja la primera giba, luego baja la segunda y después se acuesta. Si un viajero se sube al animal, de prisa, este de todas maneras, inicia su lenta trayectoria.
El camellero del que hablamos, tenía por oficio cuidar dichos animales; por consiguiente, de manera ordenada fue clavando estacas y atando a los cuadrúpedos, que iban asumiendo su posición de descanso, a medida que les iban colocando su estaca, con tan mala suerte, que cuando llegó al décimo, se encontró sin estaca para este; en el desierto, como pueden deducirlo, no es fácil conseguir estacas; el camello estaba ahí, parado, sin su correspondiente seguridad, mientras los otros nueve camellos, estaban ya en posición de descanso. El camellero entonces, se dirigió al comerciante, un individuo que se destacaba por su ingenio y por su capacidad para resolver problemas y le dijo: "Señor, no tenemos estaca para el último camello. ¿Qué hacemos?" "No es ningún problema" contesto el comerciante, "Simule, junto al animal, que esta clavando la estaca, igual que con los demás camellos".
Así lo hizo y en efecto, el camello se acostó tranquilo, igual que lo habían hecho sus compañeros.
A la mañana siguiente, la caravana levantó la carpa, el camellero recogió las estacas y reanudaron su camino. No caminaron muchos metros, cuando observaron extrañados, que el último de los camellos acostados, no se movía de su sitió. "¿Y ese camello? ¿Qué sucede con él, que continúa inmóvil en su lugar?" interrogó el comerciante. "Ese es el que no tiene estaca", afirmó el camellero. "Ya entiendo. Pero usted anoche fingió clavar una estaca en su rienda" "Si señor", respondió el camellero. "Ahora regrese y finja que se la quita". Así lo hizo el hombre, haciendo sonar la bolsa donde guardaba las demás estacas y simulando que arrancaba la última. Un momento después, el camello se levantó y caminó hacia sus compañeros de viaje.
Otra analogía que vale la pena citar acá, es de tipo científico, y tiene relación con un experimento que varios biólogos llevaron a cabo en Estados Unidos. Introdujeron dos peces en un acuario: una barracuda y una macarela. Para evitar que la barracuda se comiera a la macarela, pusieron un vidrio en la mitad de la pecera. Cada vez que la barracuda se intentaba comer a la macarela, chocaba contra el vidrio; muchas veces lo intentó, pero siempre se golpeaba sin poder pasar. Al cabo del tiempo y ante lo infructuoso de sus arremetidas, el agresivo pez se cansó de intentarlo.
Entonces los biólogos quitaron el vidrio para observar la reacción del animal. Este, solo llegaba hasta el lugar donde estuvo dicho aditamento y no pasaba de allí; era como si la barrera continuara en su sitio.
El pez volteaba y regresaba a su propio espacio. Los ejemplos relatados, hacen referencia a la teoría de los reflejos condicionados de Iván Pavlov.
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