SELECCIÓN DE TEXTOS DE
ERRICO MALATESTA
Vernon Richards
“Nuestra tarea consiste en hacer o ayudar a hacerla revolución aprovechando todas las ocasiones y las fuerzas disponibles: impulsar la revolución lo más adelante posible no sólo en la destrucción, sino también, y sobre todo, en la reconstrucción, y seguir siendo adversarios de cualquier gobierno que tenga que constituirse, ignorándolo o combatiéndolo lo más posible”.
Errico Malatesta (1853-1932) fue uno de los propagandistas anarquistas más activos durante sus sesenta años de militancia. Puesto que los problemas básicos que pusieron en movimiento sus ideas no han cambiado demasiado en el último medio siglo -sobretodo en los países del llamado “tercer mundo”- es mucho lo que él puede enseñarnos, no como profeta, sino como alguien que pertenece a nuestra época y trabajó y vivió entre la gente, y siempre percibió que él sería el último en sugerir que los anarquistas de hoy acepten ciegamente sus ideas y adopten en detalle su “programa anarquista”, o traten de vivir la vida que él vivió como agitador.
PRÓLOGO para esta recopilación
En el panorama revolucionario del último siglo, la figura de Malatesta se destaca por su claridad y coherencia ideológica. Sus planteos pueden intervenir con claridad en el debate que se está dando en estos últimos años en el pensamiento socialista en general, -y en el anarquista en particular- sobre la vigencia o crisis de la revolución como hecho insurgente. También tiene un gran aporte que dar en la discusión interna del movimiento anarquista sobre la organización, su opinión sobre estos temas a pesar del medio siglo largo que nos separa está aún vigente.
Al decir de Vernon Richard, Malatesta fue un revolucionario, un pensador cuyas ideas se forjaron en la lucha social, a través de sus 60 años de militancia activa y tenían poco en común con las predicciones retóricas y apocalípticas en las que se regodeaban la mayoría de sus contemporáneos del siglo XIX.
Con respecto al tema de la revolución nos parece importante destacar que entre el anarquismo como movimiento político-social, y la revolución social como condición histórica para la vigencia y realización de sus propuestas, hay una total concordancia a lo largo de muchas décadas de elaboración ideológica, trabajo y luchas, concordancia que precisamente distinguió al anarquismo de otras líneas del movimiento socialista en general, porque aquél nunca puso en tela de juicio su revolucionarismo intrínseco. Para los militantes de principios de siglo, el anarquismo es revolucionario por definición.
Revolucionario, no sólo en el sentido de una más o menos distante transformación total de la sociedad y del trastrueque de los valores sobre los que se encuentra afirmada, sino revolucionario en su acción cotidiana en el seno del Pueblo: Empujar la revolución social, apoyarla, defenderla de los contrarrevolucionarios de adentro y de afuera, eran, al entender de esa generación, tareas propias de los anarquistas. Estas funciones no aparecen limitadas, sino afirmadas, por el otro costado de la militancia de los anarquistas en el seno de la revolución (pero nunca desde afuera de la revolución): oponerse, tan enérgicamente como fueran capaces, al manejo autoritario, a la dictadura y a toda forma de Estado o gobierno revolucionario, que asuma la representación de lo que es indelegablemente popular; crear la sociedad revolucionaria.
Malatesta tiene claro y lo señala reiteradamente, que lo que surge de los movimientos insurgentes, no es necesariamente la anarquía, sino la resultante de todas las fuerzas que actúan en la sociedad. Los anarquistas, en tales situaciones, deben cuidarse de tratar que se imponga la anarquía por la fuerza, así como deben estar preparados para defender su derecho a vivir como anarquistas.
Es cierto, por otra parte, que el revolucionarismo de los anarquistas de hace setenta o cien años, no nos obliga a repetir, sino precisamente a verificar su vigencia hoy y aquí. Es razonable entonces que nos preguntemos si sigue siendo la propuesta revolucionaria y la inserción en la revolución donde ella se da, el método de incorporación del anarquismo al proceso social.
Planteada la pregunta, podemos también tentar desde nuestro hoy y aquí, un camino para una respuesta: dado que lo que propone el anarquismo es, sigue siendo, la expropiación de la riqueza y el poder a sus detentadores, a las oligarquías, a los imperialismos, a las instituciones que disponen de la fuerza armada, a las que disponen de los medios para orientar la información, la ciencia, la tecnología, y así sucesivamente; dado que hoy y aquí, la precondición para la construcción de una sociedad de libres e iguales (valga la frase simple), es esa expropiación, parecería totalmente obvio que la revolución es el único camino posible. Ni mejor ni peor, ni tal vez probable, ni menos aún seguro, pero el único posible. Pensar en la expropiación pacífica, “concertada” el uso actual, por convencimiento, o porque dios es grande, es una verdadera traición, a veces consciente y otras inconsciente, a la propuesta misma de expropiación. Aquí y hoy, por lo menos, ningún grupo, ningún sector, ninguna clase, ninguna sociedad, perderá sus privilegios, poder, riqueza, prestigio, sin luchar con todas las armas que tenga para conservar y acrecentar lo que tiene.
Y no hay límites que se vayan a imponer los poderosos, para conservar lo que los anarquistas decimos que debe ser expropiado. Un siglo jalonado de guerras globales, locales, coloniales, semicoloniales, genocidios, matanzas y bombardeos con centenares de millones de víctimas, es testigo reciente de ello.
Pero también, aunque hay quien dice que la revolución ha muerto, cien años jalonados de revoluciones, todas ellas más o menos autoritarias en sus resultados, pero que han roto en gran medida el esquema tradicional de la propiedad privada intangible, de la autoridad consentida y de la legitimidad de los imperios, que han enfervorizado pueblos enteros en lucha contra poderosos imperialismos, y que a veces los han vencido.
No hay ni hubo revoluciones limpitas, blancas, como de cuentos de hadas. Tampoco apocalípticas, instauradoras de una vez por todas de la anarquía. Tampoco las habrá, seguramente, pero sospechamos que seguirá habiendo revoluciones sociales a la medida de los hombres que las harán. Como en una especie de reverso de la frase de Lampedusa, todo tiene que cambiar para que realmente algo cambie. Y eso es la revolución.
La revolución social es la culminación de una serie de pasos adelante y alternativos -propaganda insurgente gremial en el sentido progresista político y social, estudiantil, militancia barrial y cultural, experiencias autogestionarias, preparación para la defensa y la expropiación-, para que estos pasos lleven a fines lo más antiautoritarios posibles se requiere la participación activa de los anarquistas en todas las etapas. En estos comentarios que hacemos sobre el tema de la revolución, Malatesta también nos aporta, ya que los problemas básicos que pusieron en movimiento sus ideas no han cambiado demasiado en el último medio siglo -sobre todo en los países del llamado “tercer mundo”-; lo que él puede aportarnos hoy no será como recoger los dictados de un profeta, sino como alguien que pertenece a nuestra época y que trabajó y vivió entre la gente, y siempre percibió que él sería el último en sugerir que los anarquistas de hoy acepten ciegamente sus ideas y adopten en detalle su programa anarquista o que traten de vivir la vida de militante y agitador que el vivió. A continuación este pequeño resumen de los trabajos de Malatesta, seleccionados en la recopilación realizada a principios de la década del 60’ por Vernon Richards, el cual intenta ser un aporte a la discusión de los militantes de hoy.
Buenos Aires, Argentina, 1988.
Errico Malatesta (1853-1932) fue uno de los propagandistas anarquistas más activos durante sus sesenta años de militancia. Puesto que los problemas básicos que pusieron en movimiento sus ideas no han cambiado demasiado en el último medio siglo -sobretodo en los países del llamado “tercer mundo”- es mucho lo que él puede enseñarnos, no como profeta, sino como alguien que pertenece a nuestra época y trabajó y vivió entre la gente, y siempre percibió que él sería el último en sugerir que los anarquistas de hoy acepten ciegamente sus ideas y adopten en detalle su “programa anarquista”, o traten de vivir la vida que él vivió como agitador.
PRÓLOGO para esta recopilación
En el panorama revolucionario del último siglo, la figura de Malatesta se destaca por su claridad y coherencia ideológica. Sus planteos pueden intervenir con claridad en el debate que se está dando en estos últimos años en el pensamiento socialista en general, -y en el anarquista en particular- sobre la vigencia o crisis de la revolución como hecho insurgente. También tiene un gran aporte que dar en la discusión interna del movimiento anarquista sobre la organización, su opinión sobre estos temas a pesar del medio siglo largo que nos separa está aún vigente.
Al decir de Vernon Richard, Malatesta fue un revolucionario, un pensador cuyas ideas se forjaron en la lucha social, a través de sus 60 años de militancia activa y tenían poco en común con las predicciones retóricas y apocalípticas en las que se regodeaban la mayoría de sus contemporáneos del siglo XIX.
Con respecto al tema de la revolución nos parece importante destacar que entre el anarquismo como movimiento político-social, y la revolución social como condición histórica para la vigencia y realización de sus propuestas, hay una total concordancia a lo largo de muchas décadas de elaboración ideológica, trabajo y luchas, concordancia que precisamente distinguió al anarquismo de otras líneas del movimiento socialista en general, porque aquél nunca puso en tela de juicio su revolucionarismo intrínseco. Para los militantes de principios de siglo, el anarquismo es revolucionario por definición.
Revolucionario, no sólo en el sentido de una más o menos distante transformación total de la sociedad y del trastrueque de los valores sobre los que se encuentra afirmada, sino revolucionario en su acción cotidiana en el seno del Pueblo: Empujar la revolución social, apoyarla, defenderla de los contrarrevolucionarios de adentro y de afuera, eran, al entender de esa generación, tareas propias de los anarquistas. Estas funciones no aparecen limitadas, sino afirmadas, por el otro costado de la militancia de los anarquistas en el seno de la revolución (pero nunca desde afuera de la revolución): oponerse, tan enérgicamente como fueran capaces, al manejo autoritario, a la dictadura y a toda forma de Estado o gobierno revolucionario, que asuma la representación de lo que es indelegablemente popular; crear la sociedad revolucionaria.
Malatesta tiene claro y lo señala reiteradamente, que lo que surge de los movimientos insurgentes, no es necesariamente la anarquía, sino la resultante de todas las fuerzas que actúan en la sociedad. Los anarquistas, en tales situaciones, deben cuidarse de tratar que se imponga la anarquía por la fuerza, así como deben estar preparados para defender su derecho a vivir como anarquistas.
Es cierto, por otra parte, que el revolucionarismo de los anarquistas de hace setenta o cien años, no nos obliga a repetir, sino precisamente a verificar su vigencia hoy y aquí. Es razonable entonces que nos preguntemos si sigue siendo la propuesta revolucionaria y la inserción en la revolución donde ella se da, el método de incorporación del anarquismo al proceso social.
Planteada la pregunta, podemos también tentar desde nuestro hoy y aquí, un camino para una respuesta: dado que lo que propone el anarquismo es, sigue siendo, la expropiación de la riqueza y el poder a sus detentadores, a las oligarquías, a los imperialismos, a las instituciones que disponen de la fuerza armada, a las que disponen de los medios para orientar la información, la ciencia, la tecnología, y así sucesivamente; dado que hoy y aquí, la precondición para la construcción de una sociedad de libres e iguales (valga la frase simple), es esa expropiación, parecería totalmente obvio que la revolución es el único camino posible. Ni mejor ni peor, ni tal vez probable, ni menos aún seguro, pero el único posible. Pensar en la expropiación pacífica, “concertada” el uso actual, por convencimiento, o porque dios es grande, es una verdadera traición, a veces consciente y otras inconsciente, a la propuesta misma de expropiación. Aquí y hoy, por lo menos, ningún grupo, ningún sector, ninguna clase, ninguna sociedad, perderá sus privilegios, poder, riqueza, prestigio, sin luchar con todas las armas que tenga para conservar y acrecentar lo que tiene.
Y no hay límites que se vayan a imponer los poderosos, para conservar lo que los anarquistas decimos que debe ser expropiado. Un siglo jalonado de guerras globales, locales, coloniales, semicoloniales, genocidios, matanzas y bombardeos con centenares de millones de víctimas, es testigo reciente de ello.
Pero también, aunque hay quien dice que la revolución ha muerto, cien años jalonados de revoluciones, todas ellas más o menos autoritarias en sus resultados, pero que han roto en gran medida el esquema tradicional de la propiedad privada intangible, de la autoridad consentida y de la legitimidad de los imperios, que han enfervorizado pueblos enteros en lucha contra poderosos imperialismos, y que a veces los han vencido.
No hay ni hubo revoluciones limpitas, blancas, como de cuentos de hadas. Tampoco apocalípticas, instauradoras de una vez por todas de la anarquía. Tampoco las habrá, seguramente, pero sospechamos que seguirá habiendo revoluciones sociales a la medida de los hombres que las harán. Como en una especie de reverso de la frase de Lampedusa, todo tiene que cambiar para que realmente algo cambie. Y eso es la revolución.
La revolución social es la culminación de una serie de pasos adelante y alternativos -propaganda insurgente gremial en el sentido progresista político y social, estudiantil, militancia barrial y cultural, experiencias autogestionarias, preparación para la defensa y la expropiación-, para que estos pasos lleven a fines lo más antiautoritarios posibles se requiere la participación activa de los anarquistas en todas las etapas. En estos comentarios que hacemos sobre el tema de la revolución, Malatesta también nos aporta, ya que los problemas básicos que pusieron en movimiento sus ideas no han cambiado demasiado en el último medio siglo -sobre todo en los países del llamado “tercer mundo”-; lo que él puede aportarnos hoy no será como recoger los dictados de un profeta, sino como alguien que pertenece a nuestra época y que trabajó y vivió entre la gente, y siempre percibió que él sería el último en sugerir que los anarquistas de hoy acepten ciegamente sus ideas y adopten en detalle su programa anarquista o que traten de vivir la vida de militante y agitador que el vivió. A continuación este pequeño resumen de los trabajos de Malatesta, seleccionados en la recopilación realizada a principios de la década del 60’ por Vernon Richards, el cual intenta ser un aporte a la discusión de los militantes de hoy.
Buenos Aires, Argentina, 1988.
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