INTRODUCCIÓN
El anarquismo en su génesis, sus aspiraciones, sus métodos de lucha, no tiene ningún vínculo necesario con ningún sistema filosófico.
El anarquismo nació de la rebelión moral contra las injusticias sociales. Cuando aparecieron hombres que se sintieron sofocados por el ambiente social en que estaban forzados a vivir y cuya sensibilidad se vio ofendida por el dolor de los demás como si fuera propio, y cuando esos hombres se convencieron de que buena parte del dolor humano no es consecuencia fatal de leyes naturales o sobrenaturales inexorables, sino que deriva, en cambio, de hechos sociales dependientes de la voluntad humana y eliminables por obra del hombre, se abrió entonces la vía que debía conducir al anarquismo.
Era necesario investigar las causas específicas de los males sociales y los medios para destruirlas.
Y cuando algunos creyeron que la causa fundamental del mal era la lucha entre los hombres con el consiguiente dominio de los vencedores y la opresión y explotación de los vencidos, y vieron que este dominio de los primeros y esta sujeción de los segundos, a través de las alternativas históricas, dieron origen a la propiedad capitalista y al Estado, y se propusieron abatir al Estado y a la propiedad, nació el anarquismo.
Dejando de lado la incierta filosofía, prefiero atenerme a las definiciones vulgares que nos dicen que la Anarquía es un modo de convivencia social en el cual los hombres viven como hermanos sin que ninguno pueda oprimir y explotar a los demás y todos tienen a su disposición los medios que la civilización de la época puede proporcionar para llegar al máximo desarrollo moral y material; y el Anarquismo es el método para realizar la Anarquía por medio de la libertad, sin gobierno, es decir, sin órganos autoritarios que por la fuerza, aunque sea con buenos fines, imponen a los demás su propia voluntad.
Anarquía significa sociedad organizada sin autoridad entendiéndose por autoridad la facultad de imponer la propia voluntad, y no ya el hecho inevitable y benéfico de que quien mejor entienda y sepa hacer una cosa llegue más fácilmente a lograr que se acepte su opinión, y sirva de guía en esa determinada cosa a los que son menos capaces que él.
Según nuestra opinión, la autoridad no sólo no es necesaria para la organización social, sino que lejos de favorecerla vive de ella en forma parasitaria, obstaculiza su evolución y extrae ventajas de esa organización en beneficio especial de una determinada clase que disfruta de las demás y las oprime. Mientras en una colectividad hay armonía de intereses, mientras ninguno desea ni tiene manera de disfrutar de los demás, no existen en ella rasgos de autoridad; cuando ocurre la lucha intestina y la colectividad se divide en vencedores y vencidos, surge entonces la autoridad, que va naturalmente a parar a manos de los más fuertes y sirve para confirmar, perpetuar y engrandecer su victoria.
Sustentamos esta creencia y por ello somos anarquistas, pues si creyéramos que no puede haber organización sin autoridad seríamos autoritarios, porque seguiríamos prefiriendo la autoridad, que traba y entristece la vida, antes que la desorganización que la torna imposible.
Pero, ¿cuántas veces debemos repetir que no queremos imponer nada a nadie, que no creemos posible ni deseable beneficiar a la gente por la fuerza, y que lo único que deseamos, por cierto, es que nadie nos imponga su voluntad, que ninguno pueda imponer a los demás una forma de vida social que no sea libremente aceptada?
El socialismo -Y con mayor razón lo diríamos del anarquismo- no puede ser impuesto, sea por razones morales de respeto a la libertad, sea por la imposibilidad de aplicar “por la fuerza” un régimen de justicia para todos. No lo puede imponer a la mayoría una minoría, y menos aún la mayoría a una o varias minorías.
Y es por ello que somos anarquistas, que deseamos que todos tengan la libertad “efectiva” de vivir comer quieran, cosa que no es posible sin expropiar a quienes detentan actualmente la riqueza social y poner los medios de trabajo a disposición de todos.
...La base fundamental del método anarquista es la libertad, y por lo tanto combatimos y combatiremos contra todo lo que violenta la libertad -libertad igual para todos- cualquiera sea el régimen dominante: monarquía, república o de otra clase.
Nosotros, por el contrario, no pretendemos poseer la verdad absoluta, creemos más bien que la verdad social, es decir, el mejor modo de convivencia social, no es una cosa fija, buena para todos los tiempos y lugares, determinable por anticipado, y que en cambio, una vez asegurada la libertad, se irá descubriendo y realizando en forma gradual con el menor número de conmociones y fricciones. Y por ello las soluciones que proponemos dejan siempre la puerta abierta a otras distintas y presumiblemente mejores.
Quienes analizan mi pregunta: “¿Cómo hacéis para saber de qué manera se orientará mañana vuestra República?”, oponen a su vez la siguiente: “¿Cómo sabéis de qué manera se orientará vuestro anarquismo?”. Y tienen razón: son demasiados y extremadamente complejos los factores de la historia, son tan inciertas e indeterminables las voluntades humanas que nadie podría ponerse seriamente a profetizar el Porvenir. Pero la diferencia que existe entre nosotros y los republicanos consiste en que nosotros no queremos cristalizar nuestro anarquismo en dogmas ni imponerlo por la fuerza; será lo que pueda ser y se desarrollará a medida que los hombres y las instituciones se tornen más favorables a la libertad y a la justicia integrales...
Nosotros tenemos en vista el bien de todos, la eliminación de todos los sufrimientos y la generalización de todas las alegrías que puedan depender de la obra humana; tendemos a la paz y al amor entre todos los hombres, a una civilización nueva y mejor, a una humanidad más digna y feliz. Pero creemos que el bien de todos no se puede lograr realmente sino mediante el concurso consciente de todos; creemos que no existen fórmulas mágicas capaces de resolver las dificultades; que no hay doctrinas universales e infalibles que se apliquen a todos los hombres y a todos los casos; que no existen hombres y partidos providenciales que puedan sustituir útilmente la voluntad de los demás por la suya propia y hacer el bien por la fuerza; pensamos que la vida social torna siempre las formas que resultan del contraste de los intereses e ideales de quienes piensan y quieren. Y por lo tanto, convocamos a todos a pensar y a querer.
Anarquista es, por definición, el que no quiere ser oprimido y no quiere ser opresor; el que desea el máximo bienestar, la máxima libertad, el máximo desarrollo posible para todos los seres humanos.
Sus ideas, sus voluntades tienen su origen en el sentimiento de simpatía, de amor, de respeto hacia todos los seres humanos: sentimiento que debe ser bastante fuerte como para inducirlo a querer el bien de los demás tanto como el propio, y a renunciar a las ventajas personales cuya obtención requiere el sacrificio de los otros.
Si no fuera así, ¿por qué debería ser el anarquista enemigo de la opresión y no tratar, en cambio, de transformarse en opresor?
El anarquista sabe que el individuo no puede vivir fuera de la sociedad, más aún, que no existe, en cuanto individuo humano, sino porque lleva en sí los resultados del trabajo de innumerables generaciones pasadas, y aprovecha durante toda su vida de la colaboración de sus contemporáneos.
El anarquista sabe que la actividad de cada uno influye, de manera directa o indirecta, sobre la vida de todos, y reconoce por ello la gran ley de solidaridad que domina tanto en la sociedad como en la naturaleza. Y puesto que quiere la libertad de todos, debe necesariamente querer que la acción de esta solidaridad necesaria, en lugar de ser impuesta y sufrida, inconsciente e involuntariamente, en lugar de quedar librada al azar y verse usufructuaria en ventaja de algunos y para daño de otros, se vuelva consciente y voluntaria y se despliegue, por lo tanto, para igual beneficio de todos.
O ser oprimidos, o ser opresores, o cooperar voluntariamente para el mayor bien de todos. No hay ninguna otra alternativa posible; y los anarquistas están naturalmente en favor, y no pueden no estarlo, de la cooperación libre y voluntaria.
No hay que ponerse aquí a hacer “filosofía” y a hablar de egoísmo, altruismo y rompecabezas similares. Estamos de acuerdo: todos somos egoístas, todos buscamos nuestra satisfacción. Pero es anarquista el que halla su máxima satisfacción en la lucha por el bien de todos, por la realización de una sociedad en la cual él pueda encontrarse, como hermano entre hermanos, en medio de hombres sanos, inteligentes, instruidos y felices. En cambio, quien pueda adaptarse sin disgusto a vivir entre esclavos y a obtener ventaja del trabajo de éstos no es y no puede ser un anarquista.
Para ser anarquista no basta reconocer que la anarquía es un hermoso ideal -cosa que, al menos de palabra, reconocen todos, incluidos los soberanos, los capitalistas, los policías y, creo, incluso el mismo Mussolini-, sino que es necesario querer combatir para llegar a la anarquía, o al menos para aproximarse a ella, tratando de atenuar el dominio del Estado y del privilegio y reclamando siempre una mayor libertad y justicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario