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jueves, 29 de octubre de 2009

MALATESTA, PENSAMIENTO Y ACCIÓN REVOLUCIONARIOS -7-


CAPÍTULO IV
LA REVOLUCIÓN ANARQUISTA



La revolución es la creación de nuevas instituciones, de nuevos agrupamientos, de nuevas relaciones sociales; la revolución es la destrucción de los privilegios y de los monopolios; es un nuevo espíritu de justicia, de fraternidad, de libertad, que debe renovar toda la vida social, elevar el nivel moral y las condiciones materiales de las masas llamándolas a proveer con su trabajo directo y consciente a la determinación de sus propios destinos. Revolución es la organización de todos los servicios públicos hecha por quienes trabajan en ellos en interés propio y del público; revolución es la destrucción de todos los vínculos coactivos, es la autonomía de los grupos, de las comunas, de las regiones; revolución es la federación libre constituida bajo el impulso de la fraternidad, de los intereses individuales y colectivos, de las necesidades de la producción y de la defensa; revolución es la constitución de miríadas de libres agrupamientos correspondientes a las ideas, a los deseos, las necesidades, los gustos de toda especie existentes en la población; revolución es el formarse y desintegrarse de mil cuerpos representativos, barriales, comunales, regionales, nacionales, que sin tener ningún poder legislativo sirvan para hacer conocer y para armonizar los deseos y los intereses de la gente cercana y lejana y actúen mediante las informaciones, los consejos y el ejemplo. La revolución es la libertad puesta a prueba en el crisol de los hechos, y dura mientras dura la libertad, es decir, hasta que alguien, aprovechándose del cansancio que sobreviene en las masas, de las inevitables desilusiones que siguen a las esperanzas exageradas, de los posibles errores y culpas de los hombres, logre constituir un poder que, apoyado en un ejército de conscriptos o de mercenarios, haga la ley, detenga el movimiento en el punto a que ha llegado y así comience la reacción.

La gran mayoría de los anarquistas... son de opinión, si no interpreto mal su pensamiento, de que los individuos no se perfeccionarían y la anarquía no se realizaría ni siquiera en varios millares de años si antes no se crease, por medio de la revolución realizada por las minorías conscientes, el necesario ambiente de libertad y de bienestar. Por esto queremos hacer la revolución lo más rápidamente posible, y para hacerla necesitamos aprovechar todas las fuerzas útiles y todas las circunstancias oportunas, tal como la historia nos las proporciona.

La tarea de la minoría consciente consiste en aprovechar todas las circunstancias para transformar el ambiente de manera de hacer posible la educación, la elevación moral de los individuos, sin la cual no hay verdadera redención.

Y como el ambiente actual, que constriñe a las masas a la abyección, se sostiene con la violencia, nosotros invocamos y preparamos la violencia. Y esto porque somos revolucionarios, y no porque “somos desesperados, sedientos de venganza y de odio”.

Somos revolucionarios porque creemos que sólo la revolución, la revolución violenta, puede resolver la cuestión social... Creemos, además, que la revolución es un acto de voluntad, de individuos y de masas; que tiene necesidad para producirse de que existan ciertas condiciones objetivas, pero no ocurre necesariamente y de una manera fatal por la sola acción de los factores económicos y políticos.

Yo dije a los jurados de Milán que soy revolucionario no sólo en el sentido filosófico de la palabra, sino también en el sentido popular e insurreccional, y lo dije justamente para distinguirme de quienes se llaman revolucionarios pero interpretan la palabra quizás de una manera astronómica, con tal de excluir el hecho violento. Declaré que no había llamado a la revolución porque en aquel momento no había necesidad de provocarla y urgía en cambio esforzarse para que la proclamada revolución triunfase y no llevase a nuevas tiranías, pero insistí en decir que la habría provocado si las circunstancias lo hubieran requerido y la provocaría cuando las circunstancias lo requirieran.

Yo había dicho que “nosotros queremos hacer la revolución lo más pronto posible”: Colomer responde que sería más sensato decir que “nosotros queremos hacer la anarquía lo más pronto posible”. ¡Qué pobre recurso polémico! Puesto que estamos convencidos de que la anarquía no se puede alcanzar sino después de haber hecho una revolución que elimine los primeros obstáculos materiales, está claro que nuestros esfuerzos deben tender ante todo a que se haga de modo que se encamine hacia la anarquía... He dicho y repetido mil veces que deberíamos provocar la revolución con todos los medios a nuestro alcance y actuar en ella como anarquistas, es decir, oponiéndonos a la constitución de cualquier régimen autoritario, y realizar lo más posible de nuestro programa. Y querría, justamente para aprovechar esa mayor libertad que habremos conquistado, que los anarquistas estuvieran moral y técnicamente preparados para realizar, dentro de los límites de sus fuerzas, las formas de convivencia y de cooperación social que consideran mejores y más adaptadas para preparar el porvenir.

No querernos “esperar a que las masas se vuelvan anárquicas para hacer la revolución”, sobre todo porque estamos convencidos de que no llegarán a serlo nunca si antes no se derrocan violentamente las instituciones que las mantienen en la esclavitud. Y como tenemos necesidad de la colaboración de las masas, sea para constituir una fuerza material suficiente, sea para lograr nuestra finalidad específica de cambio radical del organismo social por obra directa de las masas, debemos aproximarnos a ellas, tomarlas como son, y como parte de ellas impulsarlas lo más adelante que sea posible. Esto, se entiende, si deseamos de verdad trabajar por la realización práctica de nuestros ideales y no contentarnos meramente con predicar en el desierto por la simple satisfacción de nuestro orgullo intelectual.

Nos acusan de “manía reconstructiva”; se dice que hablar del “mañana de la revolución”, como hacemos nosotros, es una frase que no significa nada porque la revolución constituye un profundo cambio de toda la vida social, que ya ha comenzado y que durará siglos y siglos.

Todo esto es un simple equivoco de palabras. Si se toma la revolución en este sentido, es sinónimo de progreso, de vida histórica, que a través de mil alternativas desembocará, si nuestros deseos se realizan, en el triunfo total de la anarquía en todo el mundo. Y en este sentido era revolucionario Bovio y son revolucionarios también Treves y Turati, y quizás el mismo Aragona. Cuando se habla de siglos, todo el mundo concederá lo que uno quiera.

Pero cuando hablamos de revolución, cuando le hablamos de revolución al pueblo, como cuando se habla de revolución en la historia, se entiende simplemente insurrección victoriosa.

Las insurrecciones serán necesarias mientras existan poderes que obliguen con la fuerza material a las masas a la obediencia, y es probable, lamentablemente, que se deban hacer unas cuantas insurrecciones antes de que se conquiste ese mínimo de condiciones indispensables para que sea posible la evolución libre y pacífica y la humanidad pueda caminar sin luchas cruentas e inútiles sufrimientos hacia sus altos destinos.

Por revolución no entendemos sólo el episodio insurreccional, que es por cierto indispensable a menos que, cosa poco probable, el régimen caiga en pedazos por sí mismo y sin necesidad de que se lo empuje desde afuera, pero que sería estéril si no fuera seguido por la liberación de todas las fuerzas latentes del pueblo y sirviese solamente para sustituir un Estado coactivo por una forma nueva de coacción.

Es necesario distinguir bien el hecho revolucionario que abate en todo lo que puede el viejo régimen y lo sustituye por nuevas instituciones, de los gobiernos que vienen después a detener la revolución y a suprimir en todo lo posible las conquistas revolucionarias.

Toda la historia nos enseña que todos los progresos logrados por las revoluciones se obtuvieron en el período de la efervescencia popular, cuando no existía aún un gobierno reconocido o éste era demasiado débil para ponerse abiertamente contra la revolución. Luego, una vez constituido el gobierno, comenzó siempre la reacción que sirvió al interés de los viejos y de los nuevos privilegiados y quitó a las masas todo lo que le fue posible quitarles.

Nuestra tarea consiste en hacer o ayudar a hacer la revolución aprovechando todas las ocasiones y las fuerzas disponibles: Impulsar la revolución lo más adelante posible no sólo en la destrucción, sino también, y sobre todo, en la reconstrucción, y seguir siendo adversarios de cualquier gobierno que tenga que constituirse, ignorándolo o combatiéndolo lo más posible.

No reconoceríamos a la Constituyente republicana, tal como no reconocemos al parlamento monárquico. Dejaríamos que se hiciera si el pueblo la quiere; podríamos inclusive encontrarnos ocasionalmente a su lado en los combates contra los intentos de restauración, pero pediremos, querremos, exigiremos completa libertad para quienes piensan, como nosotros, que es necesario vivir sin la tutela y la opresión estatal y propagar las propias ideas con la palabra y con el ejemplo.

Somos revolucionarios, por cierto, pero sobre todo anarquistas.

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