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jueves, 29 de octubre de 2009

MALATESTA, PENSAMIENTO Y ACCIÓN REVOLUCIONARIOS -6-


CAPÍTULO III
LOS FINES Y LOS MEDIOS



El fin justifica los medios. Se ha execrado mucho esta máxima, pero en realidad es la guía universal de la conducta. Sin embargo, sería mejor decir: Cada fin requiere sus medios, puesto que la moral hay que buscarla en el fin; el medio es fatal.

Establecido el fin al que se desea llegar, por voluntad o por necesidad, el gran problema de la vida consiste en encontrar el medio que, según las circunstancias, conduzca con mayor seguridad y del modo más económico al fin prefijado. De la manera en que se resuelva este problema depende, en la medida en que puede depender de la voluntad humana, que un hombre o un partido logre o no su fin, que sea útil a su causa o sirva sin quererlo a la causa enemiga. Haber encontrado el buen medio: En esto reside todo el secreto de los grandes hombres y de los grandes partidos que dejaron sus huellas en la historia.

El fin de los jesuitas es, para los místicos, la gloria de Dios; para los otros es la potencia de la Compañía. Los jesuitas deben entonces esforzarse por embrutecer a las masas, aterrorizarlas y someterlas.

El fin de los jacobinos y de todos los partidos autoritarios que se creen dueños de la verdad absoluta es imponer las propias ideas a la masa de los profanos. Ellos deben por lo tanto esforzarse por apoderarse del poder, someter a las masas y constreñir a la humanidad en el lecho de Procusto de sus concepciones.

En cuanto a nosotros, la cosa es distinta: Como nuestro fin es muy diferente, también deben serlo nuestros medios.

Nosotros no luchamos para llegar a ocupar el lugar de los explotadores y de los opresores de hoy, ni siquiera por el triunfo de una abstracción vacía. No somos de ninguna manera como aquel patriota italiano que decía: “¡Qué importa que todos los italianos mueran de hambre siempre que Italia sea grande y gloriosa!”; ni siquiera como aquel compañero que confesaba que le era indiferente que se masacraran las tres cuartas partes de los hombres, siempre que la humanidad fuese libre y feliz.

Según nosotros, todo lo que está dirigido a destruir la opresión económica y política, todo lo que sirve para elevar el nivel moral e intelectual de los hombres, para darles la conciencia de sus propios derechos y de sus propias fuerzas y para persuadirlos de que defiendan ellos mismos sus propios intereses, todo lo que provoca el odio contra la opresión y suscita el amor entre los hombres, nos acerca a nuestra finalidad y por lo tanto es un bien, sujeto solamente a un cálculo cuantitativo para obtener con determinadas fuerzas el máximo de efecto útil. Y es por el contrario un mal porque está en contradicción con nuestra finalidad, todo lo que tienda a conservar el Estado actual, todo lo que tienda a sacrificar, contra su voluntad, a un hombre al triunfo de un principio.

Deseamos el triunfo de la libertad y del amor.

Pero ¿deberemos por esto renunciar al empleo de los medios violentos? De ninguna manera. Nuestros medios son los que las circunstancias nos permiten e imponen.

Por cierto, no querríamos arrancar un cabello a nadie; desearíamos enjugar todas las lágrimas sin hacer verter ninguna. Pero es forzoso luchar en el mundo tal como el mundo es, so pena de no ser más que soñadores estériles.

Vendrá un día (lo creemos firmemente) en el cual será posible hacer el bien de los hombres sin dañarse ni a sí mismo ni a los demás; pero hoy esto es imposible. Aún el más puro y dulce de los mártires, el que se hiciera arrastrar al patíbulo por el triunfo del bien sin ofrecer resistencia, bendiciendo a sus perseguidores como el Cristo de la leyenda, incluso ése haría mal. Aparte del mal que se haría a sí mismo, que no obstante no es cosa despreciable, haría verter lágrimas a todos los que lo amaran.

Se trata por lo tanto siempre, en todos los actos de la vida, de elegir el mínimo mal, de tratar de hacer el menor mal logrando la mayor suma de bien posible.

Evidentemente la revolución producirá muchas desgracias, muchos sufrimientos; pero aunque produjese cien veces más que los que produce, seria siempre una bendición si se la compara con los dolores que causa hoy la mala constitución de la sociedad.

Hay, y ha habido siempre en todas las luchas político-sociales, dos clases de personas que embotan y aletargan las fuerzas.

Existen los que encuentran que nunca se ha llegado a una madurez suficiente, que se pretende demasiado, que hay que esperar y contentarse con avanzar poco a poco, a fuerza de pequeñas e insignificantes reformas... que se obtienen y se pierden periódicamente sin resolver nunca nada.

Y están los que simulan desprecio por las cosas pequeñas, y piden que nadie se mueva sino para obtener el todo y que, al proponer cosas quizás bellísimas pero imposibles de realizar por falta de fuerzas, impiden, o tratan de impedir, que se haga por lo menos lo poco que se puede hacer.

Para nosotros la importancia mayor no reside en lo que se consigue, pues el conseguir todo lo que queremos, es decir, la anarquía aceptada y practicada por todos, no es cosa de un día ni un simple acto insurreccional. Lo importante es el método con el cual se consigue lo poco o lo mucho.

Si para obtener un mejoramiento en la situación se renuncia al propio programa integral y se cesa de Propagarlo y de combatir por él, y se induce a las masas a confiar en las leyes y en la buena voluntad de los gobernantes, más bien que en su acción directa, si se sofoca el espíritu revolucionario, si se cesa de provocar el descontento y la resistencia, entonces todas las ventajas resultarán engañosas y efímeras y en todos los casos cerrarán los caminos del porvenir.

Pero si en cambio no se olvida el propósito final que uno persigue, si se suscitan las fuerzas populares, si se provoca la acción directa y la insurrección, aunque se consiga poco por el momento se habrá dado siempre un paso adelante en la preparación moral de las masas y en la realización de condiciones objetivas más favorables.

Lo óptimo, dice el proverbio, es enemigo de lo bueno: Hágase como se pueda, si no se puede hacer como se querría, pero hágase algo.

Otra dañina afirmación, que en muchas personas es sincera pero en otras constituye una excusa, es la de que el ambiente social actual no permite una actitud moral, y, por consiguiente, es inútil realizar esfuerzos que no pueden lograr éxito y es mejor extraer lo más que se pueda para sí mismo de las circunstancias presentes, sin preocuparse por los demás, salvo de cambiar de vida cuando cambie la organización social. Por cierto todo anarquista, todo socialista comprende las fatalidades económicas que hoy limitan al hombre, y todo buen observador ve que es impotente la rebelión personal contra la fuerza prepotente del ambiente social. Pero es igualmente cierto que sin la rebelión del individuo, que se asocia con los otros individuos rebeldes para resistir al ambiente y tratar de transformarlo, este ambiente no cambiaría nunca.

Todos nosotros, sin excepción, nos vemos obligados a vivir más o menos en contradicción con nuestros ideales, pero somos socialistas y anarquistas porque sufrimos esta contradicción, y en la medida en que la sufrimos y tratamos de reducirla al mínimo posible. El día en que llegásemos a adaptarnos al ambiente, se nos pasaría naturalmente el deseo de transformarlo y nos convertiríamos en simples burgueses: Burgueses quizás sin dinero, pero no por ello menos burgueses en los actos y en las intenciones.

MAYORÍAS Y MINORÍAS

Nosotros no reconocemos el derecho de la mayoría a dictar la ley a la minoría, aunque la voluntad de aquélla fuese, en cuestiones un poco complejas, realmente verificable. El hecho de tener la mayoría no demuestra en absoluto que uno tenga razón; más aún, la humanidad ha sido siempre impulsada hacia adelante por la iniciativa y la obra de individuos y de minorías, mientras la mayoría es por naturaleza lenta, conservadora, obediente al más fuerte, a quien se encuentra en posiciones ventajosas precedentemente adquiridas.

Pero si no admitimos en absoluto el derecho de las mayorías a dominar a las minorías, rechazamos aún más el derecho de las minorías a dominar a las mayorías. Sería absurdo sostener que uno tiene razón porque está en minoría. Si existen en todas las épocas minorías avanzadas y progresistas, hay también minorías retrasadas y reaccionarias; y si existen hombres geniales que preceden a su época, hay también locos, imbéciles y especialmente inertes que se dejan arrastrar inconscientemente por la corriente en que se encuentran.

Por lo demás, no es cuestión de tener razón o no: Es cuestión de libertad, libertad para todos, libertad para cada uno siempre que no viole... la igual libertad de los demás.

LA ORGANIZACIÓN

La organización, que por lo demás es sólo la práctica de la cooperación y de la solidaridad, es condición natural y necesaria de la vida social: constituye un hecho ineluctable que se impone a todos, tanto en la sociedad humana en general como en cualquier grupo de personas que tengan un fin común que alcanzar.

Como el hombre no quiere ni puede vivir aislado, más aún, no puede llegar a ser verdaderamente hombre y satisfacer sus necesidades materiales y morales sino en la sociedad y con la cooperación de sus semejantes, ocurre fatalmente que quienes no poseen los medios o la conciencia bastante desarrollada para organizarse libremente con los que tienen comunidad de intereses y de sentimientos, sufren la organización construida por otros individuos, generalmente constituidos en clase o grupo dirigente con el fin de explotar para su propio beneficio el trabajo de los demás. Y la opresión milenaria de la masa por parte de un pequeño número de privilegiados ha sido siempre la consecuencia de la incapacidad de la mayor parte de los individuos para ponerse de acuerdo y organizarse con los otros trabajadores para la producción, el disfrute y la eventual defensa contra quienes quisieran explotarlos u oprimirles.

Para remediar este estado de cosas surgió el anarquismo...

Hay dos fracciones entre quienes reivindican, con adjetivos variados o sin ellos, el nombre de anarquistas: Los partidarios y los adversarios de la organización.

Si no podemos llegar a ponernos de acuerdo, tratemos por lo menos de entendernos.

Y ante todo distingamos, porque la cuestión es triple: La organización en general como principio y condición de vida social, hoy y en la sociedad futura; la organización del partido anarquista; y la organización de las fuerzas populares y, especialmente, de la de las masas trabajadoras para la resistencia contra el gobierno y el capitalismo...

Y el error fundamental de los anarquistas adversarios de la organización consiste en creer que no puede haber organización sin autoridad, por lo cual prefieren, admitida esta hipótesis, renunciar más bien a cualquier tipo de organización antes que aceptar la más mínima autoridad.

Ahora bien, parece cosa evidente que la organización, es decir, la asociación con un fin determinado y con las formas y medios necesarios para ese fin, resulta algo imprescindible para la vida social. El hombre aislado no puede vivir ni siquiera la vida del bruto: es impotente, salvo en las regiones tropicales y cuando la población es excesivamente escasa, para procurarse el alimento; y lo es siempre, sin excepciones, para elevarse a una vida que sea un poco superior a la de los demás animales. Debiendo entonces unirse con los otros hombres, más aún, encontrándose unido con ellos como consecuencia de la evolución anterior de la especie, el hombre debe sufrir la voluntad de los demás (ser esclavo), o imponer su propia voluntad a los otros (ser la autoridad), o vivir con los demás en fraternal acuerdo con miras al mayor bien de todos (ser un asociado). Nadie puede eximirse de esta necesidad; y los antiorganizadores más excesivos no sólo sufren la organización general de la sociedad en que viven, sino también en los actos voluntarios de su vida, e incluso en su rebelión contra la organización se unen, se dividen el trabajo, se organizan con aquellos con los que están de acuerdo y utilizan los medios que la sociedad pone a su disposición.

Admitida como posible la existencia de una colectividad organizada sin autoridad, es decir, sin coacción -y para los anarquistas es necesario admitirlo porque en caso contrario el anarquismo no tendría sentido-, pasamos a hablar de la organización del partido anarquista.

También en este caso la organización nos parece útil y necesaria. Si partido significa un conjunto de individuos que tienen un fin común y se esfuerzan por alcanzarlo, es natural que se entiendan, unan sus fuerzas, se dividan el trabajo y tomen todas las medidas que juzguen aptas para llegar a aquel fin. Permanecer aislados actuando o queriendo actuar cada uno por su cuenta sin entenderse con los demás, sin prepararse, sin unir en un haz potente las débiles fuerzas de los individuos, significa condenarse a la impotencia, malgastar la propia energía en pequeños actos sin eficacia y muy pronto perder la fe en la meta y caer en la completa inacción...

Un matemático, un químico, un psicólogo, un sociólogo pueden decir que no tienen programa o que no tienen el de buscar la verdad: Quieren conocer, no quieren hacer algo. Pero el anarquismo y el socialismo no son ciencias: Son propósitos, proyectos que los anarquistas y los socialistas desean poner en práctica y que por ello tienen necesidad de ser formulados en programas determinados.

Si es cierto que [la organización crea jefes], es decir, si es cierto que los anarquistas son incapaces de reunirse y no ponerse de acuerdo entre sí sin someterse a ninguna autoridad, esto quiere decir que son aún muy poco anarquistas y que antes de pensar en establecer el anarquismo en el mundo deben pensar en volverse capaces ellos mismo de vivir anárquicamente. Pero el remedio no residiría ya en la organización, sino en la acrecentada conciencia de los miembros individuales...

Tanto en las sociedades pequeñas como en las grandes, aparte de la fuerza bruta, que no tiene nada que ver con nuestro caso, el origen y la justificación de la autoridad reside en la desorganización social. Cuando una colectividad tiene una necesidad y sus miembros no saben organizarse espontáneamente y por sí mismos para atenderla, surge alguien, una autoridad, que satisface esa necesidad sirviéndose de las fuerzas de todos y dirigiéndolas a su voluntad. Si las calles son inseguras y el pueblo no sabe solucionar el problema, surge una policía que, por algún servicio que presta, se hace soportar y pagar, y se impone y tiraniza. Si hay necesidad de un producto, y la colectividad no sabe entenderse con los productores lejanos para hacérselo enviar a cambio de productos del país, surge el mercader que medra con la necesidad que tienen unos de vender y los otros de comprar, e impone los precios que él quiere a los productores y a los consumidores.

Ved lo que ha sucedido siempre entre nosotros: Cuanto menos organizados estamos tanto más nos encontramos a discreción de algún individuo. Y es natural que así sea...

De modo que la organización, lejos de crear la autoridad es el único remedio contra ella y el solo medio para que cada uno de nosotros se habitúe a tomar parte activa y consciente en el trabajo colectivo y deje de ser instrumento pasivo en manos de los jefes...

Pero una organización, se dice, supone la obligación de coordinar la propia acción y la de los otros, y por lo tanto viola la libertad, traba la iniciativa. A nosotros nos parece que lo que verdaderamente elimina la libertad y hace imposible la iniciativa es el aislamiento que vuelve a los hombres impotentes. La libertad no es el derecho abstracto sino la posibilidad de hacer una cosa: Esto es cierto entre nosotros como lo es en la sociedad general. Es en la cooperación de los otros hombres donde el hombre encuentra los medios para desplegar su actividad, su poder de iniciativa.

Una organización anarquista debe fundarse, a mi juicio, sobre la plena autonomía, sobre la plena independencia, y por lo tanto la plena responsabilidad de los individuos y de los grupos; el libre acuerdo entre los que creen útil unirse para cooperar con un fin común; el deber moral de mantener los compromisos aceptados y no hacer nada que contradiga el programa aceptado. Sobre estas bases se adoptan luego las formas practicas, los instrumentos adecuados para dar vida real a la organización. De ahí los grupos, las federaciones de grupos, las generaciones de federaciones, las reuniones, los congresos, los comités encargados de la correspondencia o de otras tareas. Pero todo esto debe hacerse libremente, de modo de dar mayor alcance a los esfuerzos que, aislados, serían imposibles o de poca eficacia.

Así los congresistas en una organización anarquista, aunque adolezcan como cuerpos representativos de todas las imperfecciones... están exentos de todo autoritarismo porque no hacen leyes, no imponen a los demás sus propias deliberaciones. Sirven para mantener y aumentar las relaciones personales entre los compañeros más activos, para sintetizar y fomentar los estudios programáticos sobre las vías y medios de acción, para hacer conocer a todos las situaciones de las diversas regiones y la acción que más urge en cada una de ellas, para formular las diversas opiniones corrientes entre los anarquistas y hacer de ellas una especie de estadística -y sus decisiones no son reglas obligatorias, sino sugerencias, consejos, propuestas que deben someterse a todos los interesados y no se vuelven obligatorias, ejecutivas, sino para quienes las aceptan y mientras las acepten-. Los órganos administrativos que ellos nombran -comisión de correspondencia, etcétera- no tienen ningún poder directivo, no toman iniciativas sino por cuenta de quien solicita y aprueba asas iniciativas, y no tienen ninguna autoridad para imponer sus propios puntos de vista, que ellos pueden por cierto sostener y difundir como grupos de compañeros, pero no pueden presentar como opiniones oficiales de la organización. Ellos publican las resoluciones de los congresos y las opiniones y las propuestas que grupos e individuos se comunican entre sí; y sirven, para quien quiera utilizarlos, para facilitar las relaciones entre los grupos y la cooperación entre quienes están de acuerdo sobre las diversas iniciativas:

Todos están en libertad, si les parece, de mantener contacto directo con cualquiera, o de servirse de otros comités nombrados por agrupamientos especiales.

En una organización anarquista todos los miembros pueden expresar todas las opiniones y emplear todas las técnicas que no estén en contradicción con los principios aceptados y no dañen la actividad de los demás. En todos los casos una determinada organización dura mientras las razones de unión sean superiores a las de disenso: En caso contrario se disuelve y deja su lugar a otros agrupamientos más homogéneos.

Por cierto, la duración, la permanencia de una organización es condición del éxito en la larga lucha que debemos librar, y por otro lado es natural que todas las instituciones aspiren por instinto, a durar indefinidamente. Pero la duración de una organización libertaria debe ser consecuencia de la afinidad espiritual de sus componentes y de la adaptabilidad de su constitución a los continuos cambios de las circunstancias: Cuando ya no es capaz de cumplir una función útil es mejor que muera.

“Nos sentiríamos por cierto felices si pudiéramos todos ponernos de acuerdo y unir todas las fuerzas del anarquismo en un movimiento, etcétera...

Es mejor estar desunidos que mal unidos. Pero querríamos esperar que cada individuo se uniera con sus amigos y que no existieran fuerzas aisladas, o fuerzas desperdiciadas”.

Nos falta hablar de la organización de las masas trabajadoras para la resistencia contra el gobierno y contra los patrones... Los trabajadores no podrán emanciparse nunca mientras no encuentren en la unión la fuerza moral, la fuerza económica y la fuerza física que es necesaria para derrotar a la fuerza organizada de los opresores.

Ha habido anarquistas, y los hay todavía por lo demás, que aún reconociendo... la necesidad de organizarse hoy para la propaganda y la acción, se muestran hostiles a todas las organizaciones que no tengan como objetivo directo el anarquismo y no sigan métodos anarquistas... A esos compañeros les parecía que todas las fuerzas organizadas para un fin que no fuera radicalmente revolucionario eran fuerzas sustraídas a la revolución. A nosotros nos parece, en cambio, y la experiencia nos ha dado ya lamentablemente razón, que este método condenaría al movimiento anarquista a una perpetua esterilidad.

Para hacer propaganda hay que encontrarse en medio de la gente, y es en las asociaciones obreras donde los trabajadores encuentran a sus compañeros y en especial a aquellos que están más dispuestos a comprender y a aceptar nuestras ideas. Pero aunque se pudiese hacer fuera de las asociaciones toda la propaganda que se quisiera, ésta no podría tener efecto sensible sobre la masa trabajadora. Aparte de un pequeño número de individuos, más decididos y capaces de reflexión abstracta y de entusiasmos teóricos, el trabajador no puede llegar de golpe al anarquismo. Para llegar a ser anarquista en serio, y no solamente de nombre, es necesario que el trabajador empiece a sentir la solidaridad que lo vincula con sus compañeros, que aprenda a cooperar con los demás en la defensa de los intereses comunes, y que al luchar contra los patrones y el gobierno que los sostiene, comprenda que los patrones y los gobiernos son parásitos inútiles y que los trabajadores podrían conducir por sí mismos la economía social. Y cuando ha comprendido esto es anarquista aunque no lleve ese nombre.

Por lo demás, favorecer las organizaciones populares de todas clases es consecuencia lógica de nuestras ideas fundamentales, y debería por lo tanto formar parte de nuestro programa.

Un partido autoritario, que trata de apoderarse del poder para imponer sus propias ideas, tiene interés en que el pueblo siga siendo una masa amorfa, incapaz de obrar por si mismo y, por lo tanto siempre fácil de dominar, y por ello lógicamente ese partido no debe desear más que la pequeña cantidad de organización que necesita para llegar al poder y sólo la de ese tipo: organización electoral, si desea llegar por medios legales; organización militar, si confía, en cambio, en una acción violenta.

Pero nosotros los anarquistas no podemos emancipar al pueblo; queremos que el pueblo se emancipe. No creemos en el bien que viene de lo alto y se impone por la fuerza; queremos que el nuevo modo de vida social surja de las vísceras del pueblo y corresponda al grado de desarrollo alcanzado por los hombres y pueda progresar a medida que éstos progresan. A nosotros nos importa, por lo tanto, que todos los intereses y todas las opiniones encuentren en una organización consciente la posibilidad de hacerse valer y de influir sobre la vida colectiva en proporción a su importancia.

Nosotros nos hemos fijado la tarea de luchar contra la actual organización social y de abatir los obstáculos que se opongan al advenimiento de una nueva sociedad en la cual estén asegurados la libertad y el bienestar para todos. Para conseguir este fin nos unimos en un partido y tratamos de ser cada vez más numerosos y lo más fuertes que sea posible. Pero si lo único organizado fuera nuestro partido, si los trabajadores permanecieran aislados como otras tantas unidades indiferentes entre sí y sólo vinculados por la cadena común, si nosotros mismos, aparte de estar organizados en un partido en tanto somos anarquistas, no lo estuviésemos con los trabajadores en tanto somos trabajadores, no podríamos lograr nada, o, en el más favorable de los casos, sólo podríamos imponernos... y entonces ya no sería el triunfo del anarquismo, sino nuestro triunfo. Entonces, por más que nos llamáramos anarquistas, en realidad sólo seríamos simples gobernantes, y resultaríamos impotentes para el bien, como lo son todos los gobernantes.





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