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jueves, 29 de octubre de 2009

MALATESTA, PENSAMIENTO Y ACCIÓN REVOLUCIONARIOS -4-

CAPÍTULO I


EL PENSAMIENTO ANARQUISTA


Se puede ser anarquista cualquiera sea el sistema filosófico que se prefiera. Hay anarquistas materialistas, y también existen otros que, como yo, sin ningún prejuicio sobre los posibles desarrollos futuros del intelecto humano, prefieren declararse simplemente ignorantes.

No se puede comprender, por cierto, cómo es posible conciliar ciertas teorías con la práctica de la vida.
La teoría mecanicista, como la teísta y la panteísta, llevarían lógicamente a la indiferencia y a la inactividad, a la aceptación supina de todo lo que existe, tanto en el campo moral como en el material.

Pero por fortuna las concepciones filosóficas tienen poca o ninguna influencia sobre la conducta.

Y los materialistas y “mecanicistas”, contra toda lógica se sacrifican a menudo por un ideal. Como lo hacen, por lo demás, los religiosos que creen en los goces eternos del paraíso, pero piensan en pasarla bien en este mundo, y cuando están enfermos sienten miedo dé morir y llaman al médico. Así como la pobre madre que pierde un hijo: cree estar segura de que su niño se ha transformado en un ángel y la espera en el paraíso... pero entretanto llora y se desespera.

Entre los anarquistas hay quienes gustan calificarse de comunistas, colectivistas, individualistas o con otras denominaciones. A menudo se trata de palabras interpretadas de manera distinta que oscurecen y ocultan una fundamental identidad de aspiración; a veces se trata sólo de teorías, de hipótesis con las cuales cada uno explica y justifica de manera distinta conclusiones prácticas idénticas.

Entre los anarquistas hay los revolucionarios, que creen que es necesario abatir por la fuerza a la fuerza que mantiene el orden presente, para crear un ambiente en el cual sea posible la libre evolución de los individuos y de las colectividades, y hay educacionistas que piensan que sólo se puede llegar a la transformación social transformando antes a los individuos por medio de la educación y de la propaganda. Existen partidarios de la no violencia, o de la resistencia pasiva, que rehuyen la violencia aunque sea para rechazar a la violencia, y existen quienes admiten la necesidad de la violencia, los cuales se dividen, a su vez, en lo que respecta a la naturaleza, alcance y límites de la violencia lícita. Hay discordancia respecto de la actitud de los anarquistas frente al movimiento sindical, disenso sobre la organización o no organización propia de los anarquistas, diferencias permanentes u ocasionales sobre las relaciones entre los anarquistas y los otros partidos subversivos.

Justamente son estas y otras cuestiones semejantes las que requieren que tratemos de entendernos; o si, según parece, el entendimiento no es posible, hay que aprender a tolerarse: trabajar juntos cuando se está de acuerdo, y cuando no, dejar que cada uno haga lo que le parezca sin obstaculizarse unos a otros. Porque en verdad, si se toman en cuenta todos los factores, nadie tiene siempre razón.

El anarquismo se basta moralmente a si mismo; pero para traducirse en los hechos tiene necesidad de formas concretas de vida material, y es la preferencia de una forma respecto de otra lo que diferencia entre sí a las diversas escuelas anarquistas.

El comunismo, el individualismo, el colectivismo, el mutualismo y todos los programas intermedios y eclécticos no son, en el campo anarquista, sino el modo que se cree mejor para realizar en la vida económica la libertad y la solidaridad, el modo que se considera más adecuado para la justicia y la libertad de distribuir entre los hombres los medios de producción y los productos del trabajo.

Bakunin era anarquista, y era colectivista, enemigo encarnizado del comunismo porque veía en él la negación de la libertad y, por lo tanto, de la dignidad humana. Y con Bakunin, y largo tiempo después de él, fueron colectivistas -propiedad colectiva del suelo, de las materias primas y de los instrumentos de trabajo, y asignación del producto integral del trabajo a cada productor, sustraída la cuota necesaria para las cargas sociales- casi todos los anarquistas españoles, que se contaban entre los más conscientes y consecuentes.

Otros por la misma razón de defensa, y garantía de la libertad se declaran individualistas y quieren que cada uno tenga en propiedad individual la parte que le corresponde de los medios de producción y, por ende, la libre disposición de los productos de su trabajo.

Otros idean sistemas más o menos complicados de mutualidad. Pero en suma es siempre la búsqueda de una garantía más segura de la libertad lo que constituye la característica de los anarquistas y los divide en diversas escuelas.

Los individualistas suponen o hablan como si supusieran que los comunistas -anarquistas- desean imponer el comunismo, lo que naturalmente los excluiría en absoluto del anarquismo.

Los comunistas suponen o hablan como si supusieran que los individualistas -anarquistas- rechazan toda idea de asociación, desean la lucha entre los hombres, el dominio del más fuerte (ha habido quien en nombre del individualismo sostuvo estas ideas y otras peores aún, pero a tales individualistas no se les puede llamar anarquistas), esto los excluiría no sólo del anarquismo sino también de la humanidad.

En realidad, los comunistas son tales porque en el comunismo libremente aceptado ven la consecuencia de la hermandad y la mejor garantía de la libertad individual. Y los individualistas, los que son verdaderamente anarquistas, son anticomunistas porque temen que el comunismo someta a los individuos nominalmente a la tiranía de la colectividad y, en realidad, a la del partido o de la casta, que con la excusa de administrar lograrían apoderarse del poder y disponer de las cosas y, por lo tanto, de los hombres que tienen necesidad de esas cosas, y desean entonces que cada individuo o cada grupo pueda ejercitar libremente la propia actividad y gozar libremente de los frutos de ésta en condiciones de igualdad con otros individuos y grupos, manteniendo con ellos relaciones de justicia y de equidad.

Si es así, resulta claro que no existe una diferencia esencial. Solamente que, según los comunistas, la justicia y la equidad son, por las condiciones naturales, irrealizables en el régimen individualista y, por ende, sería también irrealizable la libertad. Resultaría además imposible la proclamada igualdad del punto de partida, es decir, un estado de cosas en el cual cada hombre encontrara al nacer iguales condiciones de desarrollo y medios de producción equivalentes para poder subir a mayor o menor altura y gozar de una vida más o menos larga y feliz según las propias facultades innatas y su propia actividad.

Si en toda la Tierra reinaran las mismas condiciones climáticas, si los suelos fuesen igualmente fértiles en todas partes, si las materias primas estuvieran distribuidas en el mundo y al alcance de la mano de quien tiene necesidad de ellas, si la civilización fuera general e igual, y el trabajo de las generaciones pasadas hubiese puesto a todos los países en igualdad de condiciones, si la población estuviese parejamente distribuida sobre toda la superficie habitable, entonces se podría concebir que cada uno, individuo o grupo, encontrase tierra e instrumentos y materias primas para poder trabajar y producir independientemente, sin explotar a nadie ni ser explotado. Pero en las condiciones naturales e históricas tal como se dan, ¿cómo establecer la igualdad y la justicia entre aquel al que le tocase en suerte un trozo de terreno árido que requiere mucho trabajo para dar un escaso producto y el que tuviese un trozo de terreno fértil y bien situado? ¿O entre el habitante de una aldea pérdida entre las montañas o en medio de pantanos y el que vive en una ciudad enriquecida por centenares de generaciones con todos los aportes del ingenio y del trabajo humano?

Recomiendo cálidamente la lectura del libro de Armand, L’iniziazione Individualista anarchica..., [que] es un libro concienzudo escrito por uno de los individualistas anarquistas más calificados y que ha provocado la aprobación general de los individualistas. Pues bien, al leer este libro uno se pregunta por qué Armand habla continuamente de “individualismo anárquico”, como un cuerpo de doctrina distinto, mientras en general se limita a exponer los principios comunes a todos los anarquistas de cualquier tendencia. En realidad Armand, que gusta llamarse amoralista, sólo ha hecho una especie de manual de moral anarquista -no “anárquica individualista”-, pero anarquista en general, y más bien que anarquista, moral humana en sentido amplio, porque se funda sobre los sentimientos de hombres que hacen deseable y posible la anarquía.

Nettlau se equivoca, a mi parecer, cuando cree que el contraste entre los anarquistas que se proclaman comunistas y los que se consideran individualistas se basa realmente sobre la idea que cada uno se hace de la vida económica -producción y distribución de los productos- en una sociedad anárquica. Después de todo, estas son cuestiones que se refieren a un porvenir lejano; y si es cierto que el ideal, la meta última, es el faro que guía o debería guiar la conducta de los hombres, es también más cierto que lo que determina sobre todo el acuerdo o el desacuerdo no es lo que se piensa hacer mañana, sino lo que se hace o se quiere hacer hoy.

En general, nos entendemos mejor, y tenemos más interés en entendernos con guiones recorren nuestro mismo camino aunque quieran ir a un sitio diverso, más bien que con aquellos que dicen que quieren ir adonde nosotros deseamos, pero toman un camino opuesto.

Así ha ocurrido que anarquistas de las diversas tendencias, pese a que en el fondo deseaban todos la misma cosa, se han encontrado en la práctica de la vida y de la propaganda, en encarnizada oposición.

Admitido el principio básico del anarquismo, es decir, que nadie debería tener el deseo ni la posibilidad de reducir a los demás al sometimiento y obligarlos a trabajar para él, resulta claro que se incluyen en el anarquismo solamente todos aquellos modos de vida que respetan la libertad y reconocen en cada uno el mismo derecho a gozar de los bienes naturales y de los productos de la propia actividad.



EL ANARQUISMO COMUNISTA


Hemos sido (en 1876), como somos todavía, anarquistas comunistas, pero esto no quiere decir que hagamos del comunismo una panacea y un dogma y no veamos que para la realización del comunismo se requieren ciertas condiciones morales y materiales que es necesario crear.

La fine dell’ Anarchismo de Luigi Galleani... (es) en sustancia una exposición clara, serena y elocuente del comunismo anárquico, según la concepción kröpotkiniana: concepción que yo personalmente encuentro demasiado optimista, demasiado fácil y confiada en las armonías naturales, pero que no por ello deja de ser la contribución más grande que se haya aportado hasta ahora a la difusión del anarquismo.

También nosotros aspiramos al comunismo como a la más perfecta realización de la solidaridad social, pero debe ser comunismo anárquico, es decir, libremente querido y aceptado, y medio para asegurar y acrecentar la libertad de cada uno; pero considerarnos que el comunismo estatal, autoritario y obligatorio es la más odiosa tiranía que alguna vez haya afligido, atormentado y obstaculizado la marcha de la humanidad.

Estos anarquistas que se dicen comunistas -y me ubico entre ellos- son tales no porque deseen imponer su modo especial de ver o crean que aparte de éste no haya ninguna salvación, sino porque están convencidos, hasta que se pruebe lo contrario, de que cuanto más se hermanen los hombres y más íntima sea la cooperación de sus esfuerzos en favor de todos los asociados, tanto mayor será el bienestar y la libertad de que podrá gozar cada uno. El hombre, piensan ellos, aunque esté liberado de la opresión de los demás hombres quedará siempre expuesto a las fuerzas hostiles de la naturaleza, que él no puede vencer por sí solo, aunque ayudado por los demás hombres puede dominarlas y transformarlas en medios de su propio bienestar. Un hombre que quisiera proveer a sus necesidades materiales trabajando por sí solo, sería esclavo de su trabajo. Un campesino, por ejemplo, que quisiera cultivar por sí solo su trozo de tierra, renunciaría a todas las ventajas de la cooperación y se condenaría a una vida miserable: no podría concederse períodos de reposo, viajes, estudios, contactos con la vida múltiple de los vastos agrupamientos humanos... y no siempre lograría calmar su hambre.

Es grotesco pensar que anarquistas, aunque se digan comunistas y lo sean, deseen vivir en un convento, sometidos a la regla común, a la comida y al vestido uniforme, etcétera; pero sería igualmente absurdo pensar que quieran hacer lo que les plazca sin tener en cuenta las necesidades de los demás, el derecho de todos a gozar de una libertad igual. Todo el mundo sabe que Kröpotkin, por ejemplo, que se contaba entre los anarquistas más apasionados y elocuentes propagadores de la concepción comunista, fue al mismo tiempo un gran apóstol de la independencia individual y quería con pasión que todos pudieran desarrollar y satisfacer libremente sus gustos artísticos, dedicarse a las investigaciones científicas, unir armoniosamente el trabajo manual y el intelectual para llegar a ser hombres en el sentido más elevado de la palabra.

Además los comunistas (anarquistas, se entiende) creen que a causa de las diferencias naturales de fertilidad, salubridad y ubicación del suelo, sería imposible asegurar, individualmente a cada uno iguales condiciones de trabajo, y realizar, si no la solidaridad, por lo menos la justicia. Pero al mismo tiempo se dan cuenta de las inmensas dificultades que implica practicar, antes de un largo período de libre evolución, ese comunismo voluntario universal que ellos consideran como ideal supremo de la humanidad emancipada y hermanada. Y llegan, por lo tanto, a una conclusión que podría expresarse con la siguiente fórmula: en la medida en que se realice el comunismo será posible realizar el individualismo, es decir, el máximo de solidaridad para gozar del máximo de libertad.

El comunismo aparece teóricamente como un sistema ideal que sustituiría en las relaciones humanas la lucha por la solidaridad, utilizaría de la mejor manera posible las energías naturales y el trabajo humano y haría de la humanidad una gran familia de hermanos dispuestos a ayudarse y amarse.

Pero ¿es esto practicable en las actuales condiciones morales y materiales de la humanidad? ¿Y dentro de qué límites?

El comunismo universal, es decir, una comunidad sola entre todos los seres humanos, es una aspiración, un faro ideal hacia el cual hay que tender, pero no podría ser ahora, por cierto, una forma concreta de organización económica. Esto, naturalmente, para nuestra época y probablemente por algún tiempo futuro: quienes vivan en el porvenir pensarán en tiempos más lejanos.

Por ahora sólo se puede pensar en una comunidad múltiple entre poblaciones vecinas y afines que tendrían además relaciones de diverso tipo, comunitarias o comerciales; y aún dentro de estos límites se plantea siempre el problema de un posible antagonismo entre comunismo y libertad, puesto que, incluso existiendo un sentimiento que favorecido por la acción económica impulsa a los hombres hacia la hermandad y la solidaridad consciente y voluntaria, y que nos inducirá a propugnar y practicar el mayor comunismo posible, creo que así como el completo individualismo sería antieconómico e imposible, también sería ahora imposible y antilibertario el completo comunismo, sobre todo si se extiende a un territorio vasto.

Para organizar en gran escala una sociedad comunista sería necesario transformar radicalmente toda la vida económica: los modos de producción, de intercambio y de consumo; y esto sólo se podría hacer gradualmente, a medida que las circunstancias objetivas lo permitieran y la masa fuera comprendiendo las ventajas de tal sistema y supiese manejarlo por sí misma. Si en cambio se quisiese, y se pudiese, proceder de golpe por la voluntad y la preponderancia de un partido, las masas, habituadas a obedecer y servir, aceptarían el nuevo modo de vida como una nueva ley impuesta por un nuevo gobierno, y esperarían que un poder supremo impusiese a cada uno el modo de producir y midiese su consumo. Y el nuevo poder, al no saber o no ser capaz de satisfacer las necesidades y deseos inmensamente variados y a menudo contradictorios, y no queriendo declararse inútil y proceder a dejar a los interesados la libertad de actuar como deseen y puedan, reconstruiría un Estado, fundado como todos los Estados en la fuerza militar y policial, Estado que, si lograse durar, sólo equivaldría a sustituir los viejos patrones por otros nuevos y más fanáticos. Con el pretexto, y quizás con la honesta y sincera intención de regenerar el mundo con un nuevo Evangelio, se querría imponer a todos una regla única, se suprimiría toda libertad, se volvería imposible toda iniciativa; y como consecuencia tendríamos el desaliento y la parálisis de la producción, el comercio clandestino o fraudulento, la prepotencia y la corrupción de la burocracia, la miseria general y, en fin, el retorno más o menos completo a las condiciones de opresión y explotación que la revolución se proponía abolir.

La experiencia, rusa no debe haber ocurrido en vano.

En conclusión, me parece que ningún sistema puede ser vital Y liberar realmente a la humanidad de la atávica servidumbre, si no es fruto de una libre evolución.

Las sociedades humanas, para que sean convivencia de hombres libres que cooperan para el mayor bien de todos, y no conventos o despotismos que se mantienen por la superstición religiosa o la fuerza brutal, no deben resultar de la creación artificial de un hombre o de una secta. Tienen que ser resultado de las necesidades y las voluntades, coincidentes o contrastantes, de todos sus miembros que, aprobando o rechazando, descubren las instituciones que en un momento dado son las mejores posibles y las desarrollan y cambian a medida que cambian las circunstancias y las voluntades.

Se puede preferir entonces el comunismo, o el individualismo, o el colectivismo, o cualquier otro sistema imaginable y trabajar con la propaganda y el ejemplo para el triunfo de las propias aspiraciones; pero hay que cuidarse muy bien, bajo pena de un seguro desastre, de pretender que el propio sistema sea único e infalible, bueno para todos los hombres, en todos los lugares y tiempos, y que se lo deba hacer triunfar con métodos que no sean la persuasión que resulta de la evidencia de los hechos.

Lo importante, lo indispensable, el punto del cual hay que partir es asegurar a todos los medios que necesitan para ser libres.










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