Este último mito es muy pernicioso porque ejerce un gran poder sol >re la psique, independientemente de que uno esté enfermo o no. Creemos que es imposible cambiar por una rayón bien simple: a nadie le gusta el cambio, y a nadie le gusta cambiar. Nos gusta que todo siga igual, incluso, paradójicamente, en situaciones adversas. Creemos que «más vale malo conocido que bueno por conocer», y así es corno la mayoría de nosotros consideramos el proceso de cambio.
Aunque el cambio es constante e inevitable, preferimos dedicar nuestros esfuerzos a impedir que se produzcan cambios en nuestra vida. Pedir a las personas que inicien un cambio e invoquen al viento para que impulse su embarcación más allá de las protegidas aguas del puerto y hacia el ancho mar, es como pedirles que se sienten sobre carbón ardiente. Pero lo cierto es que la curación y el cambio son la misma cosa. Se componen de la misma energía. No podemos pretender curar una enfermedad sin antes examinar qué patrones de conducta y actitudes debemos modificar en nuestra vida. Una vez que los hayamos identificado, debemos hacer algo con ellos. Esto requiere pasar a la acción, y la acción propicia el cambio.
Muchas personas se convencen de que basta con abandonar una adicción o iniciar un programa de ejercicios para curarse. Ciertamente, esos cambios ayudan a la curación pero contribuyen muy poco a eliminar los problemas que nos impiden sanar. La curación requiere un cambio interno y externo. Requiere que nos formulemos preguntas como: « ¿Me satisface la vida que llevo? ¿Presto la debida atención a mis necesidades personales o tan sólo me ocupo de las necesidades de los demás?» Esas preguntas no sólo dirigen nuestra atención hacia nuestra persona sino que nos obligan a cambiar la trayectoria de nuestra vida e incluso a modificar nuestra naturaleza. Llegados a este punto, generalmente empezamos a discutir con nosotros mismos, diciéndonos una y otra ve/, que no podemos cambiar nuestra naturaleza. «Así he sitio siempre —decimos—, porque yo soy así.»
El mito de que es imposible lograr un verdadero cambio está profundamente enraizado en nuestro ADN. Todo y todos parecen sustentarlo porque no queremos cambiar nosotros mismos, ni creemos que los otros puedan cambiar. Incluso cuando con fiamos en que una persona cambie sus características negativas, solemos dudar de que sea capa/, de esa transformación.
Para conseguir que se produzca un cambio en lo más profundo de nuestra naturaleza, debemos hacer frente a esas características personales que tratamos de rehuir. A menudo no nos percatamos de ciertas partes de nuestra personalidad, bien porque no queremos reconocerlas o porque no prestamos mucha atención a nuestro lado oscuro. Sea cual fuere el motivo, debemos afrontarlas de una vez por todas. No es tarea fácil. No nos gusta bucear en nuestro lado oscuro, ni nos gusta analizar nuestros temores y nuestros rasgos negativos.
En uno de mis talleres, una mujer de 41 años llamada Louisa nos explicó cómo había reaccionado al averiguar que padecía un cáncer de ovarios. Había acudido a un terapeuta especializado en hipnosis. Al principio, la hipnosis no había surtido efecto, principalmente porque Louisa era incapaz de relajarse lo suficiente para desconectar su mente. Un día su terapeuta le propuso que antes de la siguiente sesión Louisa fuera a hacerse un masaje. Louisa siguió su consejo, y llegó a la consulta de su terapeuta lo bastante relajada para dejarse hipnotizar. Durante la sesión de hipnosis, Louisa empezó a hablar de su temor a envejecer. Creía que la vejez representaba la pérdida de su belleza, su atractivo sexual y, por ende, su poder como mujer. Consideraba el proceso de envejecimiento como una enfermedad incurable y afirmó que cada célula de su ser prefería morir a vivir como una anciana que contemplaría con envidia los rostros de otras mujeres más jóvenes y atractivas.
Cuando Louisa se despertó del trance y su terapeuta le contó lo que había dicho durante la hipnosis, Louisa lo negó.
— ¿Cómo voy a temer envejecer? A fin de cuentas, forma parte de la vida. Todo el mundo envejece.
Durante la siguiente sesión su terapeuta mostró a Louisa unas revistas de moda llenas de fotografías de mujeres guapísimas y le pidió que comentara las fotos. A
medida que volvía las páginas, Louisa empezó a ponerse muy nerviosa y comentó que debajo de aquella tonelada de maquillaje eran unas mujeres de lo más corriente. Su tensión aumentó cuando su terapeuta le pidió que imaginara cómo era la vida de una de aquellas mujeres tan extraordinariamente atractivas. Louisa dijo que no tenía ni remota idea. Cuando su terapeuta le preguntó si creía que esas mujeres temían envejecer, Louisa respondió:
—Pues claro. Lo basan todo en su belleza, y cuando ésta desaparece, su carrera y su vida personal llegan a su fin. Ningún hombre se siente atraído por una vieja.
—Estás hablando de ti misma —respondió su terapeuta—, y es necesario que lo reconozcas. El temor está tan arraigado en ti que t?stás destruyendo tus órganos femeninos, porque odias el proceso de envejecimiento que se produce dentro de ru cuerpo femenino.
Louisa insistió en que no existía la menor relación entre su enfermedad y ese absurdo temor a envejecer. Desde su punto de vista, su cáncer era el resultado del estrés que le cansaba su trabajo, o quizá simple mala suerte, l.ouisa era incapaz de considerar siquiera !a posibilidad de otra interpretación. En su caso, un cambio de actitud era imposible, pues sólo estaba dispuesta a cambiar su vida mientras ese cambio no modificara la imagen que ella tenía de sí misma.
Otras personas, sin embargo, consideran el cambio no sólo posible sino como una aventura, sobre todo cuan-do lo abordan con sentido del humor. Linda, una mujer que padecía cáncer de piel, era una persona encantadora, simpática y con un gran sentido del humor. Decidió plantearse su curación como una aventura.
—Siempre deseé ser una exploradora —comentó—, pero nunca imaginé que tendría que explorar dentro de mi cuerpo.
Linda estaba dispuesta a probar cualquier tipo de tratamiento que hallara en el mercado. Después de investigar diversas posibilidades terapéuticas, conoció a un hombre que era a la vez terapeuta y profesor de meditación. Se reunían dos veces a la semana, y según me comentó Linda:
—Cuando no estábamos en el exterior, estábamos en el interior.
Como parte del tratamiento, él le recomendó que Linda se sumiera enun estado de meditación y respondiera a sus preguntas, A fin de colaborar con el plenamente, Linda compuso un poema que solía repetir unas cuantas veces antes de relajarse y sumirse en un estado de meditación: «Entro para restaurar mi ser, y salgo curada.»
—Como sabía que era necesario —me explicó Linda—, pensé que era mejor hacerlo de buen grado que resistirme. Yo no sabía que tenía miedo a establecer una relación estrecha con la gente, pero así era. Y también descubrí que tenía verdadera fobia a los espacios cerrados, miedo a no poder salir de ahí. Sospecho que ése es el motivo de que pasase tanto tiempo al aire libre, y todo ese sol posiblemente me hizo daño. Mi terapeuta me dijo que esos dos temores estaban relacionados. Ahora, cuando me encuentro en una habitación cerrada, me digo que ya no tengo miedo. De paso me digo que si tengo algún otro temor oculto en mi interior, que salga y dé la cara. Ahora estoy preparada para afrontar cualquier cosa.
No es frecuente que consideremos cambiar nuestra forma de ser como una aventura, pero ¿por qué no puede serlo? La enfermedad está tan estrechamente relacionada con nuestros temores y patrones negativos que la perspectiva de curarnos nos infunde tanto miedo como ía propia enfermedad. Saber que debemos realizar unos cambios profundos nos espanta. La admirable actitud de Linda muestra la positiva opción de abordarla curación con confianza y alegría, por improbable y difícil que parezca.
Cuando Larry padecía migrañas, tensión arterial elevada y una úlcera, llegó al extremo de negarse a seguir viviendo «en un cuerpo en ruinas», según me dijo. Tenía la impresión de haberse convertido en «un basurero físico», y que era «el terrateniente de un sistema feudal que exigía modernizarse».
Larry preparó un programa terapéutico que cubría todos los aspectos: físico, mental, emocional y espiritual. Pero básicamente se centró en sus problemas emocionales, que, según él, constituían el núcleo de su toxicidad. Fue una experiencia muy grata conocer a Larry, uno de los pocos hombres con que me he encontrado que se propuso renovarse por completo, como hacen algunas mujeres. Con el fin de comprender las debilidades y lagunas de su naturaleza emocional, Lany se reunió con muchas amigas y antiguas novias para preguntarles la opinión que tenían de él y de la forma de expresar sus emociones.
I Alego acu dio a una terapeuta y le entregó una lista tic los defectos que, con .sinceridad, sus amigas le habían revelado. Entre éstos se hallaba un carácter egocéntrico, falta de comprensión hacia los demás, mal genio y cierta tendencia a exagerar las cosas para convertirse en d centro de atención. Una vez que salió de su estupor al averiguar lo que sus amigas opinaban de él, Larry, con ayuda de su terapeuta, comenzó la tarea de transformarse.
—Al principio —dijo Larry—, me sentí como si tratara de escalar una montaña que no tenía cima y seguía trepando sin cesar, o como si cavara un pozo insondable. Debo reconocer que me disgustó lo que esas mujeres dijeron sobre mí. Si volviera a repetir el experimento, les pediría que añadieran también alguna virtud, para suavizar el impacto. En cualquier caso, mi terapeuta me dirigió para que pensara en mi infancia y tratara de hallar en ella la razón de mi egocentrismo. Entonces me di cuenta de que siempre había reclamado la atención de mis padres, y que aunque ellos me habían dado mucho cariño y atención, nunca me había parecido suficiente. Siempre deseaba más, y esa necesidad persistió durante mis años adultos. En cierto momento le confesé a mi terapeuta que empezaba a sentirme como un gusano, pero ella se echó a reír y dijo que eso indicaba que iba por buen camino. No sé lo que quiso decir con esa observación, pero seguí trabajando con ella.
Gracias a su entusiasmo y a su atan por explorar su naturaleza, Larry se percató de que su cuerpo comenzaba a eliminar la tensión que había acumulado a lo largo de los años. Sus migrañas persistieron durante un tiempo, pero su tensión arterial se normalizó y su úlcera empezó a remitir. Para ayudarle a resolver el problema de las migrañas, su terapeuta le enseñó ¡a técnica del “biofeedback”, un método que resulta efectivo con las migrañas puesto que ayuda a una persona a centrar su atención en enviar calor a sus manos, lo cual hace que disminuya la tensión en e! cerebro.
—Simultáneamente a este trabajo terapéutico —continuó Larry—, deseaba convertirme en una persona distinta, cuando menos para conservar la salud. Supongo que era una decisión egocéntrica, pero qué más da. Me esforcé en cambiar. Cuando salía con una chica o con un amigo, procuraba no hablar tan sólo de mí mismo. Me interesaba por sus cosas, les escuchaba con atención. Al principio traté de impresionarles con mi nueva personalidad, pero al poco tiempo comprendí que realmente me interesaba lo que les ocurría a los demás. Y ante todo, me gustaba ia persona en la que me estaba convirtiendo.
Gracias a esa actitud positiva, Larry se curó muy pronto de sus migrañas y sus otras dolencias.
La creencia de que estamos profunda e inevitablemente dañados suele ir acompañada por la convicción de que no merecemos ningún tipo de ayuda, n¡ humana ni divina, y que tampoco merecemos aceptar la ayuda que nos ofrezcan. Librarse de esa carga emocional requiere un esfuerzo tremendo, pero no sobre humano. Tal como demuestra e! caso de Larry, requiere fuerza de voluntad. Admiro mucho la forma en que Larry pugnó por cambiar su personalidad. Su interior no le infundía miedo, hasta el extremo de que pidió a sus amigos y amigas que le suministraran datos sobre sí mismo, lo cual muchos de nosotros no habríamos sido capaces de hacer por temor. Pero ningún obstáculo era demasiado grande para impedir que Larry alcanzara su meta. Y aunque curar unas migrañas es una minucia comparado con curar un cáncer, creo que, en caso de haber contraído esa enfermedad, Larry hubiera tratado de vencerla aplicando el mismo tesón y la misma actitud positiva.
Preguntas para un auto examen
• ¿Piensa en la necesidad de cambiar pero no hace nada para conseguirlo?
• ¿Supone que el cambio le perturbará y deprimirá en lugar de considerarlo una aventura emocionante?
• ¿Considera el cambio como una experiencia caótica que le hará perder el control sobre su vida?
Rara vez he conocido a una persona que no creyera por lo menos en uno de esos mitos. Debido a su difusión, librarse de ellos y de las formas de pensamientos que los acompañan en una tarea ímproba. Sin embargo, puede parecerle reconfortante saber que no será el único en ese camino. El sendero está más concurrido de lo que pueda imaginar, y la mayoría de sus compañeros lo encuentran tan duro como usted.
Como punto de partida para curarse, pruebe alguno de los métodos positivos que he descrito en este capítulo. Añada cualquier método que usted crea que puede ayudarle a I levar a cabo los cambios internos que estimularán su curación.
No tema el desespero ni el agotamiento que inevitablemente experimentará. Nadie puede mantener una actitud positiva y firme todo el tiempo, ni siquiera en las circunstancias más favorables. En ocasiones las técnicas de curación descritas en los libros le parecerán absurdas: cambie su mentalidad, adopte una actitud positiva, haga ejercicio, coma bien y se curará. ¡Ojalá fuera tan simple! Pero no lo es. Una y otra vez, deberá explorar en su interior, enfrentarse a los mitos en los que cree y eliminar sus temores y patrones negativos. Debe seguir haciendo esos ejercicios incluso después de haber sanado. Aunque usted no sea culpable de su enfermedad, debe penetrar en ella para aprender a hacerle frente, hallar su significado, vivir con ella y vencerla. ¿Hacia dónde si no debemos dirigir nuestra mirada? Podemos contemplar las estrellas, pero, en última instancia, vivimos en nuestro cuerpo. Nos preguntamos sobre nuestro lugar en el mundo, sobre la naturaleza de Dios, sobre cuántos años viviremos. ¿Acaso son esas preguntas distintas de las que nos formulamos cuando llevamos a cabo la tarea de explorar nuestro interior, cuando buscamos nuestra negatividad, o esas partes de nosotros que bemos descuidado durante tantos años? Lo cierto es que no tenemos más remedio que aproximarnos a nosotros mismos: la única forma de salir, por así decir, es entrar.
Consuélese pensando que la enfermedad no es el único medio de que disponemos para localizar y eliminar los temores que se ocultan bajo esos cinco mitos, pero es la más poderosa. La vida es un peregrinaje a través de esos mitos, y en diversos momentos a lo largo del camino deberemos enfrentarnos a esos temores, ya sea durante una crisis profesional, un divorcio, la muerte de una persona querida o el éxito repentino, que puede hacernos temer que nuestros amigos nos envidien y acaben abandonándonos. Cada experiencia en la vida nos acerca a nosotros mismos, pues ya se trate del éxito o del fracaso, nos preguntamos si estamos mejorando o empeorando, y qué parte de nuestro ser ha experimentado un mayor impacto o cambio. La enfermedad nos exige explorar nuestro interior y tomar conciencia de nuestro ser.
Aunque el cambio es constante e inevitable, preferimos dedicar nuestros esfuerzos a impedir que se produzcan cambios en nuestra vida. Pedir a las personas que inicien un cambio e invoquen al viento para que impulse su embarcación más allá de las protegidas aguas del puerto y hacia el ancho mar, es como pedirles que se sienten sobre carbón ardiente. Pero lo cierto es que la curación y el cambio son la misma cosa. Se componen de la misma energía. No podemos pretender curar una enfermedad sin antes examinar qué patrones de conducta y actitudes debemos modificar en nuestra vida. Una vez que los hayamos identificado, debemos hacer algo con ellos. Esto requiere pasar a la acción, y la acción propicia el cambio.
Muchas personas se convencen de que basta con abandonar una adicción o iniciar un programa de ejercicios para curarse. Ciertamente, esos cambios ayudan a la curación pero contribuyen muy poco a eliminar los problemas que nos impiden sanar. La curación requiere un cambio interno y externo. Requiere que nos formulemos preguntas como: « ¿Me satisface la vida que llevo? ¿Presto la debida atención a mis necesidades personales o tan sólo me ocupo de las necesidades de los demás?» Esas preguntas no sólo dirigen nuestra atención hacia nuestra persona sino que nos obligan a cambiar la trayectoria de nuestra vida e incluso a modificar nuestra naturaleza. Llegados a este punto, generalmente empezamos a discutir con nosotros mismos, diciéndonos una y otra ve/, que no podemos cambiar nuestra naturaleza. «Así he sitio siempre —decimos—, porque yo soy así.»
El mito de que es imposible lograr un verdadero cambio está profundamente enraizado en nuestro ADN. Todo y todos parecen sustentarlo porque no queremos cambiar nosotros mismos, ni creemos que los otros puedan cambiar. Incluso cuando con fiamos en que una persona cambie sus características negativas, solemos dudar de que sea capa/, de esa transformación.
Para conseguir que se produzca un cambio en lo más profundo de nuestra naturaleza, debemos hacer frente a esas características personales que tratamos de rehuir. A menudo no nos percatamos de ciertas partes de nuestra personalidad, bien porque no queremos reconocerlas o porque no prestamos mucha atención a nuestro lado oscuro. Sea cual fuere el motivo, debemos afrontarlas de una vez por todas. No es tarea fácil. No nos gusta bucear en nuestro lado oscuro, ni nos gusta analizar nuestros temores y nuestros rasgos negativos.
En uno de mis talleres, una mujer de 41 años llamada Louisa nos explicó cómo había reaccionado al averiguar que padecía un cáncer de ovarios. Había acudido a un terapeuta especializado en hipnosis. Al principio, la hipnosis no había surtido efecto, principalmente porque Louisa era incapaz de relajarse lo suficiente para desconectar su mente. Un día su terapeuta le propuso que antes de la siguiente sesión Louisa fuera a hacerse un masaje. Louisa siguió su consejo, y llegó a la consulta de su terapeuta lo bastante relajada para dejarse hipnotizar. Durante la sesión de hipnosis, Louisa empezó a hablar de su temor a envejecer. Creía que la vejez representaba la pérdida de su belleza, su atractivo sexual y, por ende, su poder como mujer. Consideraba el proceso de envejecimiento como una enfermedad incurable y afirmó que cada célula de su ser prefería morir a vivir como una anciana que contemplaría con envidia los rostros de otras mujeres más jóvenes y atractivas.
Cuando Louisa se despertó del trance y su terapeuta le contó lo que había dicho durante la hipnosis, Louisa lo negó.
— ¿Cómo voy a temer envejecer? A fin de cuentas, forma parte de la vida. Todo el mundo envejece.
Durante la siguiente sesión su terapeuta mostró a Louisa unas revistas de moda llenas de fotografías de mujeres guapísimas y le pidió que comentara las fotos. A
medida que volvía las páginas, Louisa empezó a ponerse muy nerviosa y comentó que debajo de aquella tonelada de maquillaje eran unas mujeres de lo más corriente. Su tensión aumentó cuando su terapeuta le pidió que imaginara cómo era la vida de una de aquellas mujeres tan extraordinariamente atractivas. Louisa dijo que no tenía ni remota idea. Cuando su terapeuta le preguntó si creía que esas mujeres temían envejecer, Louisa respondió:
—Pues claro. Lo basan todo en su belleza, y cuando ésta desaparece, su carrera y su vida personal llegan a su fin. Ningún hombre se siente atraído por una vieja.
—Estás hablando de ti misma —respondió su terapeuta—, y es necesario que lo reconozcas. El temor está tan arraigado en ti que t?stás destruyendo tus órganos femeninos, porque odias el proceso de envejecimiento que se produce dentro de ru cuerpo femenino.
Louisa insistió en que no existía la menor relación entre su enfermedad y ese absurdo temor a envejecer. Desde su punto de vista, su cáncer era el resultado del estrés que le cansaba su trabajo, o quizá simple mala suerte, l.ouisa era incapaz de considerar siquiera !a posibilidad de otra interpretación. En su caso, un cambio de actitud era imposible, pues sólo estaba dispuesta a cambiar su vida mientras ese cambio no modificara la imagen que ella tenía de sí misma.
Otras personas, sin embargo, consideran el cambio no sólo posible sino como una aventura, sobre todo cuan-do lo abordan con sentido del humor. Linda, una mujer que padecía cáncer de piel, era una persona encantadora, simpática y con un gran sentido del humor. Decidió plantearse su curación como una aventura.
—Siempre deseé ser una exploradora —comentó—, pero nunca imaginé que tendría que explorar dentro de mi cuerpo.
Linda estaba dispuesta a probar cualquier tipo de tratamiento que hallara en el mercado. Después de investigar diversas posibilidades terapéuticas, conoció a un hombre que era a la vez terapeuta y profesor de meditación. Se reunían dos veces a la semana, y según me comentó Linda:
—Cuando no estábamos en el exterior, estábamos en el interior.
Como parte del tratamiento, él le recomendó que Linda se sumiera enun estado de meditación y respondiera a sus preguntas, A fin de colaborar con el plenamente, Linda compuso un poema que solía repetir unas cuantas veces antes de relajarse y sumirse en un estado de meditación: «Entro para restaurar mi ser, y salgo curada.»
—Como sabía que era necesario —me explicó Linda—, pensé que era mejor hacerlo de buen grado que resistirme. Yo no sabía que tenía miedo a establecer una relación estrecha con la gente, pero así era. Y también descubrí que tenía verdadera fobia a los espacios cerrados, miedo a no poder salir de ahí. Sospecho que ése es el motivo de que pasase tanto tiempo al aire libre, y todo ese sol posiblemente me hizo daño. Mi terapeuta me dijo que esos dos temores estaban relacionados. Ahora, cuando me encuentro en una habitación cerrada, me digo que ya no tengo miedo. De paso me digo que si tengo algún otro temor oculto en mi interior, que salga y dé la cara. Ahora estoy preparada para afrontar cualquier cosa.
No es frecuente que consideremos cambiar nuestra forma de ser como una aventura, pero ¿por qué no puede serlo? La enfermedad está tan estrechamente relacionada con nuestros temores y patrones negativos que la perspectiva de curarnos nos infunde tanto miedo como ía propia enfermedad. Saber que debemos realizar unos cambios profundos nos espanta. La admirable actitud de Linda muestra la positiva opción de abordarla curación con confianza y alegría, por improbable y difícil que parezca.
Cuando Larry padecía migrañas, tensión arterial elevada y una úlcera, llegó al extremo de negarse a seguir viviendo «en un cuerpo en ruinas», según me dijo. Tenía la impresión de haberse convertido en «un basurero físico», y que era «el terrateniente de un sistema feudal que exigía modernizarse».
Larry preparó un programa terapéutico que cubría todos los aspectos: físico, mental, emocional y espiritual. Pero básicamente se centró en sus problemas emocionales, que, según él, constituían el núcleo de su toxicidad. Fue una experiencia muy grata conocer a Larry, uno de los pocos hombres con que me he encontrado que se propuso renovarse por completo, como hacen algunas mujeres. Con el fin de comprender las debilidades y lagunas de su naturaleza emocional, Lany se reunió con muchas amigas y antiguas novias para preguntarles la opinión que tenían de él y de la forma de expresar sus emociones.
I Alego acu dio a una terapeuta y le entregó una lista tic los defectos que, con .sinceridad, sus amigas le habían revelado. Entre éstos se hallaba un carácter egocéntrico, falta de comprensión hacia los demás, mal genio y cierta tendencia a exagerar las cosas para convertirse en d centro de atención. Una vez que salió de su estupor al averiguar lo que sus amigas opinaban de él, Larry, con ayuda de su terapeuta, comenzó la tarea de transformarse.
—Al principio —dijo Larry—, me sentí como si tratara de escalar una montaña que no tenía cima y seguía trepando sin cesar, o como si cavara un pozo insondable. Debo reconocer que me disgustó lo que esas mujeres dijeron sobre mí. Si volviera a repetir el experimento, les pediría que añadieran también alguna virtud, para suavizar el impacto. En cualquier caso, mi terapeuta me dirigió para que pensara en mi infancia y tratara de hallar en ella la razón de mi egocentrismo. Entonces me di cuenta de que siempre había reclamado la atención de mis padres, y que aunque ellos me habían dado mucho cariño y atención, nunca me había parecido suficiente. Siempre deseaba más, y esa necesidad persistió durante mis años adultos. En cierto momento le confesé a mi terapeuta que empezaba a sentirme como un gusano, pero ella se echó a reír y dijo que eso indicaba que iba por buen camino. No sé lo que quiso decir con esa observación, pero seguí trabajando con ella.
Gracias a su entusiasmo y a su atan por explorar su naturaleza, Larry se percató de que su cuerpo comenzaba a eliminar la tensión que había acumulado a lo largo de los años. Sus migrañas persistieron durante un tiempo, pero su tensión arterial se normalizó y su úlcera empezó a remitir. Para ayudarle a resolver el problema de las migrañas, su terapeuta le enseñó ¡a técnica del “biofeedback”, un método que resulta efectivo con las migrañas puesto que ayuda a una persona a centrar su atención en enviar calor a sus manos, lo cual hace que disminuya la tensión en e! cerebro.
—Simultáneamente a este trabajo terapéutico —continuó Larry—, deseaba convertirme en una persona distinta, cuando menos para conservar la salud. Supongo que era una decisión egocéntrica, pero qué más da. Me esforcé en cambiar. Cuando salía con una chica o con un amigo, procuraba no hablar tan sólo de mí mismo. Me interesaba por sus cosas, les escuchaba con atención. Al principio traté de impresionarles con mi nueva personalidad, pero al poco tiempo comprendí que realmente me interesaba lo que les ocurría a los demás. Y ante todo, me gustaba ia persona en la que me estaba convirtiendo.
Gracias a esa actitud positiva, Larry se curó muy pronto de sus migrañas y sus otras dolencias.
La creencia de que estamos profunda e inevitablemente dañados suele ir acompañada por la convicción de que no merecemos ningún tipo de ayuda, n¡ humana ni divina, y que tampoco merecemos aceptar la ayuda que nos ofrezcan. Librarse de esa carga emocional requiere un esfuerzo tremendo, pero no sobre humano. Tal como demuestra e! caso de Larry, requiere fuerza de voluntad. Admiro mucho la forma en que Larry pugnó por cambiar su personalidad. Su interior no le infundía miedo, hasta el extremo de que pidió a sus amigos y amigas que le suministraran datos sobre sí mismo, lo cual muchos de nosotros no habríamos sido capaces de hacer por temor. Pero ningún obstáculo era demasiado grande para impedir que Larry alcanzara su meta. Y aunque curar unas migrañas es una minucia comparado con curar un cáncer, creo que, en caso de haber contraído esa enfermedad, Larry hubiera tratado de vencerla aplicando el mismo tesón y la misma actitud positiva.
Preguntas para un auto examen
• ¿Piensa en la necesidad de cambiar pero no hace nada para conseguirlo?
• ¿Supone que el cambio le perturbará y deprimirá en lugar de considerarlo una aventura emocionante?
• ¿Considera el cambio como una experiencia caótica que le hará perder el control sobre su vida?
Rara vez he conocido a una persona que no creyera por lo menos en uno de esos mitos. Debido a su difusión, librarse de ellos y de las formas de pensamientos que los acompañan en una tarea ímproba. Sin embargo, puede parecerle reconfortante saber que no será el único en ese camino. El sendero está más concurrido de lo que pueda imaginar, y la mayoría de sus compañeros lo encuentran tan duro como usted.
Como punto de partida para curarse, pruebe alguno de los métodos positivos que he descrito en este capítulo. Añada cualquier método que usted crea que puede ayudarle a I levar a cabo los cambios internos que estimularán su curación.
No tema el desespero ni el agotamiento que inevitablemente experimentará. Nadie puede mantener una actitud positiva y firme todo el tiempo, ni siquiera en las circunstancias más favorables. En ocasiones las técnicas de curación descritas en los libros le parecerán absurdas: cambie su mentalidad, adopte una actitud positiva, haga ejercicio, coma bien y se curará. ¡Ojalá fuera tan simple! Pero no lo es. Una y otra vez, deberá explorar en su interior, enfrentarse a los mitos en los que cree y eliminar sus temores y patrones negativos. Debe seguir haciendo esos ejercicios incluso después de haber sanado. Aunque usted no sea culpable de su enfermedad, debe penetrar en ella para aprender a hacerle frente, hallar su significado, vivir con ella y vencerla. ¿Hacia dónde si no debemos dirigir nuestra mirada? Podemos contemplar las estrellas, pero, en última instancia, vivimos en nuestro cuerpo. Nos preguntamos sobre nuestro lugar en el mundo, sobre la naturaleza de Dios, sobre cuántos años viviremos. ¿Acaso son esas preguntas distintas de las que nos formulamos cuando llevamos a cabo la tarea de explorar nuestro interior, cuando buscamos nuestra negatividad, o esas partes de nosotros que bemos descuidado durante tantos años? Lo cierto es que no tenemos más remedio que aproximarnos a nosotros mismos: la única forma de salir, por así decir, es entrar.
Consuélese pensando que la enfermedad no es el único medio de que disponemos para localizar y eliminar los temores que se ocultan bajo esos cinco mitos, pero es la más poderosa. La vida es un peregrinaje a través de esos mitos, y en diversos momentos a lo largo del camino deberemos enfrentarnos a esos temores, ya sea durante una crisis profesional, un divorcio, la muerte de una persona querida o el éxito repentino, que puede hacernos temer que nuestros amigos nos envidien y acaben abandonándonos. Cada experiencia en la vida nos acerca a nosotros mismos, pues ya se trate del éxito o del fracaso, nos preguntamos si estamos mejorando o empeorando, y qué parte de nuestro ser ha experimentado un mayor impacto o cambio. La enfermedad nos exige explorar nuestro interior y tomar conciencia de nuestro ser.
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