La «heridalogía» y el fuego sanador
A fines de la primavera de 1988, llegué a la comunidad de Findhorn, en el nordeste de Escoda, para dirigir un taller sobre curación. En aquel momento de mi carrera, la mayoría de personas que asistían a mis talleres venía en busca de una curación personal. Esperaba que yo, como intuitiva médica, le facilitara su curación directamente, asignándole una lectura particular y estableciendo un tratamiento adecuado. (Hoy en día, mis talleres están llenos de personas seguras de sí mismas que desean ser más intuitivas por medio del lenguaje de los chakras, y así poder sanar sus dolencias y su vida, o bien de profesionales que desean aprender cómo sanar a otras personas.)
Aunque yo no soy una sanadora, estaba encantada de atenderles, por supuesto, y procuraba ayudarles en la medida de lo posible. Con frecuencia, mis lecturas sirvieron para confirmar las sospechas y las intuiciones que esas personas tenían sobre sí mismas y los cambios que debían realizar en su vida. A veces esas lecturas propiciaban un proceso interno de curación física y espiritual. No obstante, en aquella época, tanto la gente que participaba en mis talleres como yo misma estábamos convencidos de seguir el camino adecuado. A fin de cuentas, la curación y la salud se habían convertido en el núcleo de la cultura holista o de concienciación psíquica, y en el centro de mi vida. Prácticamente todas las personas con las que traté, tanto profesional como personalmente, me dijeron que deseaban convertirse en sanadoras o que necesitaban a un sanador, que habían decidido acudir a un nuevo sanador o que creían estar destinadas a convertirse en sanadoras en cuanto hubieran completado su curación.
Me gustaba viajar por el mundo y conocer a personas entregadas a su labor espiritual, que me necesitaban tanto como yo a ellas, y me encantó Findhorn, una comunidad formada por unas trescientas personas que compartían una vida cooperativa, dedicada al cultivo de productos naturales, y un profundo respeto por todos los caminos espirituales. Algunos miembros de la comunidad residen en un edificio encantador de principios de siglo transformado en hotel; otros habitan en un hermoso parque situado junto a la bahía de Findhorn. La agreste belleza de las tierras altas de Escocia, combinada con la dedicación espiritual de la comunidad, convierten a Findhorn en un lugar extraordinariamente atractivo. Cada vez que lo visito me parece recibir una carga energética que me produce fuertes intuiciones, y la visita de 1988 no fue una excepción. Pero en esa ocasión las intuiciones se produjeron de forma insólita.
Antes de iniciar el taller, que debía durar una semana, quedé para almorzar con mi querida amiga Mary. Como llegué al comedor antes de lo previsto, me senté a tomar un té con dos señores que estaban allí. Mary apareció al cabo de un rato y cuando se acercó a nuestra mesa le presenté a mis acompañantes. Mary estaba extendiendo la mano para saludarlos cuando Wayne, otro miembro de la comunidad de Findhorn, se acercó a ella y le preguntó:
— ¿Estás ocupada el ocho de junio, Mary? Necesitamos que alguien acompañe a un invitado que viene a pasar el día en Findhorn.
El tono de !a respuesta de Mary fue tan revelador como su extensión.
— ¿El ocho de junio? —Replicó con brusquedad—. ¿Has dicho el ocho de junio? —Roja de indignación, Mary continuó—: ¡Ni pensarlo! El ocho de junio rengo la reu-nión del grupo de apoyo para victimas de incesto y nunca, nunca faltaría. Cuentan con mi presencia. Las víctimas de incesto nos apoyamos mutuamente. Si no ¿quién más lo tiara?
Mary continuó protestando durante unos minutos, pero eso es lo que recuerdo con precisión. Me chocó la elaborada respuesta que había desencadenado en Mary una pregunta tan simple como si estaba ocupada en determinada fecha. Wayne pareció no darse cuenta de la curiosa reacción de Mary, simplemente; le dio las gracias y se marchó. Pero yo me quedé estupefacta. Mas tarde, mientras almorzábamos, pregunté a Mary:
—¿Era preciso que, al responder a la pregunta de Wayne, informaras a esos tres hombres que, de joven, habías sido víctima de un incesto, que sigues resentida contra codo el género masculino y que intentaras controlar el tono de la conversación con tu ira? Lo único que te ha preguntado Wayne era si estabas ocupada el ocho de ¡unió, y, como respuesta, les das a esos tres hombres un mini cursillo de terapia. Habría bastado con un sí o un no.
Mary me miró como si la hubiera traicionado. Se puso tensa y repuso con frialdad y en un tono claramente defensivo:
—He respondido de esa forma porque soy una víctima de incesto.
A continuación dejó de comer, se apartó de la mesa y lanzó la servilleta sobre el plato, para indicar que el almuerzo había concluido; al igual que nuestra amistad, aunque en aquellos instantes no me percaté de ello.
—Mary, cielo —contesté, suavizando un poco mi tono—, sé que has sido víctima de un incesto, pero lo que intento comprender es por qué te ha parecido necesario contar a dos extraños y a Wayne tu historia, cuando lo único que él quería saber era si podías ayudarle el ocho de junio. ¿Es que pretendes que esos hombres te traten o te hablen de una forma especial? ¿Por qué se te ocurrió mostrar tus heridas a unos extraños que acababas de conocer?
Mary me contestó que yo no podía comprenderlo porque no había soportado lo que ella y otras muchas víctimas de incesto habían padecido, pero que esperaba que una amiga se mostrara más comprensiva. Yo repuse que lo que le pedía no tenía nada que ver con su supuesta falta de comprensión. De pronto noté la separación de energía entre nosotras y comprendí que para salvar nuestra amistad tenía que hablarle en «el lenguaje de las heridas», observar unas reglas específicas sobre cómo debe comportarse una amiga comprensiva, y tener siempre presente que Mary se definía a sí misma a través de una experiencia negativa.
Además de ese doloroso episodio de su infancia, Mary arrastraba también una historia de dolencias crónicas. Padecía un dolor constante, algunos días emocional, otros físico. Aunque era amable y siempre estaba dispuesta a ayudar a sus amigos, prefería la compañía de personas que hubieran sufrido algún trauma en su infancia. Aquel día, durante nuestro almuerzo, comprendí que Mary necesitaba estar con gente que hablara su mismo lenguaje y compartiera la misma mentalidad y conducta. Se trata de una acritud que denominé «heridalogía». Desde entonces, me he convencido de que cuando nos definimos mediante nuestras heridas perdemos nuestra energía física y espiritual, y corremos el riesgo de enfermar.
Aquel día tuve la sensación de que me habían catapultado fuera del ambiente sanador de Findhorn y de su movimiento de toma de conciencia psíquica, y lo contemplara como una extraña. Aunque no había observado con anterioridad esa mentalidad y esa conducta ni en Mary ni en ninguna otra persona, curiosamente, el día siguiente se produjo en mi taller una versión en miniatura del incidente ocurrido con Mary en el comedor.
Llegué con veinte minutos de antelación para preparar mi presentación y vi a una mujer sentada sola. Me senté junto a ella y le pregunté:
— ¿Cómo te llamas?
Es lo único que le pregunté. Pero la mujer, sin mirarme, respondió:
—Soy una víctima de incesto, pero he cumplido cincuenta y seis años, y he superado el trauma. Formo parte de un grupo de apoyo maravilloso y algunos nos reunimos una vez por semana como mínimo, lo que me parece esencial para nuestra curación.
La mujer aún no me había dicho su nombre, así que le pregunté de nuevo:
— ¿Cómo te llamas?
Pero ella no me contestó directamente. Parecía como ausente. Me dio la sensación de que llevaba mucho tiempo preparándose para decir algo en público, y ahora, que tenía oportunidad de hacerlo, no era capaz de oír ninguna pregunta que no estuviera relacionada con su tema. En lugar de decirme su nombre, me explicó que le encantaba asistir a talleres como los míos porque la gente se sentía libre de hablar sobre su pasado, y que confiaba en que yo permitiera a los asistentes compartir sus historias personales con los demás. Le di las gracias y salí de la habitación: necesitaba unos momentos a solas para poner en orden mis pensamientos.
Conocer a esa mujer al día siguiente del incidente con Mary no fue una coincidencia. Yo creo que ocurrió para obligarme a tomar conciencia cíe los medios en los que confiamos para sanar nuestra vida: por medio de la terapia y los grupos de apoyo. Según pude comprobar, muchas personas que se hallan en un «proceso» de curación se sienten al mismo tiempo bloqueadas. Se esfuerzan por hacer frente a sus heridas valiente me n re, tratan de dar un significado a experiencias traumáticas anteriores y profesan un compasivo entendimiento hacia las personas que comparten sus heridas. Pero no se curan. Han redefinido su vida a partir de sus heridas y del proceso do aceptación. No se esfuerzan en superar sus heridas. De hecho, se hallan bloqueadas dentro de ellas. Después de haber oído a tanta gente hablar en heridalogía, creo que estaba destinada a poner en tela de juicio ciertas suposiciones que muchos otros y yo creíamos a pies juntillas, en especial la de que todas las personas que están heridas o enfermas desean recobrar la salud.
En aquellos momentos, me pareció como si me hubieran dado unas gafas mágicas con las que contemplar la conducía de las personas que asistían a mi taller. No tardé en constatar que el lenguaje de la heridalogía también se hablaba fuera de Findhorn. Existen muchas personas en el mundo que confunden el valor terapéutico de expresar sus traumas y necesidades con el derecho de manipular a otros con sus heridas. En lugar de considerar el hecho de poner sus heridas al descubierto como una primera etapa del proceso de curación, las utilizan como una bandera; y a sus grupos, como familias y naciones.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? Hace poco más de una generación, nuestra sociedad estaba estructurada de tal forma que a la gente le resultaba difícil expresar sus necesidades psicológicas y emocionales más inocentes. Hoy en día, la gente luce sus heridas más profundas como una medalla al valor. ¿Cómo hemos llegado a este punto? Para explicarlo, debo retroceder un poco en el tiempo.
A fines de la primavera de 1988, llegué a la comunidad de Findhorn, en el nordeste de Escoda, para dirigir un taller sobre curación. En aquel momento de mi carrera, la mayoría de personas que asistían a mis talleres venía en busca de una curación personal. Esperaba que yo, como intuitiva médica, le facilitara su curación directamente, asignándole una lectura particular y estableciendo un tratamiento adecuado. (Hoy en día, mis talleres están llenos de personas seguras de sí mismas que desean ser más intuitivas por medio del lenguaje de los chakras, y así poder sanar sus dolencias y su vida, o bien de profesionales que desean aprender cómo sanar a otras personas.)
Aunque yo no soy una sanadora, estaba encantada de atenderles, por supuesto, y procuraba ayudarles en la medida de lo posible. Con frecuencia, mis lecturas sirvieron para confirmar las sospechas y las intuiciones que esas personas tenían sobre sí mismas y los cambios que debían realizar en su vida. A veces esas lecturas propiciaban un proceso interno de curación física y espiritual. No obstante, en aquella época, tanto la gente que participaba en mis talleres como yo misma estábamos convencidos de seguir el camino adecuado. A fin de cuentas, la curación y la salud se habían convertido en el núcleo de la cultura holista o de concienciación psíquica, y en el centro de mi vida. Prácticamente todas las personas con las que traté, tanto profesional como personalmente, me dijeron que deseaban convertirse en sanadoras o que necesitaban a un sanador, que habían decidido acudir a un nuevo sanador o que creían estar destinadas a convertirse en sanadoras en cuanto hubieran completado su curación.
Me gustaba viajar por el mundo y conocer a personas entregadas a su labor espiritual, que me necesitaban tanto como yo a ellas, y me encantó Findhorn, una comunidad formada por unas trescientas personas que compartían una vida cooperativa, dedicada al cultivo de productos naturales, y un profundo respeto por todos los caminos espirituales. Algunos miembros de la comunidad residen en un edificio encantador de principios de siglo transformado en hotel; otros habitan en un hermoso parque situado junto a la bahía de Findhorn. La agreste belleza de las tierras altas de Escocia, combinada con la dedicación espiritual de la comunidad, convierten a Findhorn en un lugar extraordinariamente atractivo. Cada vez que lo visito me parece recibir una carga energética que me produce fuertes intuiciones, y la visita de 1988 no fue una excepción. Pero en esa ocasión las intuiciones se produjeron de forma insólita.
Antes de iniciar el taller, que debía durar una semana, quedé para almorzar con mi querida amiga Mary. Como llegué al comedor antes de lo previsto, me senté a tomar un té con dos señores que estaban allí. Mary apareció al cabo de un rato y cuando se acercó a nuestra mesa le presenté a mis acompañantes. Mary estaba extendiendo la mano para saludarlos cuando Wayne, otro miembro de la comunidad de Findhorn, se acercó a ella y le preguntó:
— ¿Estás ocupada el ocho de junio, Mary? Necesitamos que alguien acompañe a un invitado que viene a pasar el día en Findhorn.
El tono de !a respuesta de Mary fue tan revelador como su extensión.
— ¿El ocho de junio? —Replicó con brusquedad—. ¿Has dicho el ocho de junio? —Roja de indignación, Mary continuó—: ¡Ni pensarlo! El ocho de junio rengo la reu-nión del grupo de apoyo para victimas de incesto y nunca, nunca faltaría. Cuentan con mi presencia. Las víctimas de incesto nos apoyamos mutuamente. Si no ¿quién más lo tiara?
Mary continuó protestando durante unos minutos, pero eso es lo que recuerdo con precisión. Me chocó la elaborada respuesta que había desencadenado en Mary una pregunta tan simple como si estaba ocupada en determinada fecha. Wayne pareció no darse cuenta de la curiosa reacción de Mary, simplemente; le dio las gracias y se marchó. Pero yo me quedé estupefacta. Mas tarde, mientras almorzábamos, pregunté a Mary:
—¿Era preciso que, al responder a la pregunta de Wayne, informaras a esos tres hombres que, de joven, habías sido víctima de un incesto, que sigues resentida contra codo el género masculino y que intentaras controlar el tono de la conversación con tu ira? Lo único que te ha preguntado Wayne era si estabas ocupada el ocho de ¡unió, y, como respuesta, les das a esos tres hombres un mini cursillo de terapia. Habría bastado con un sí o un no.
Mary me miró como si la hubiera traicionado. Se puso tensa y repuso con frialdad y en un tono claramente defensivo:
—He respondido de esa forma porque soy una víctima de incesto.
A continuación dejó de comer, se apartó de la mesa y lanzó la servilleta sobre el plato, para indicar que el almuerzo había concluido; al igual que nuestra amistad, aunque en aquellos instantes no me percaté de ello.
—Mary, cielo —contesté, suavizando un poco mi tono—, sé que has sido víctima de un incesto, pero lo que intento comprender es por qué te ha parecido necesario contar a dos extraños y a Wayne tu historia, cuando lo único que él quería saber era si podías ayudarle el ocho de junio. ¿Es que pretendes que esos hombres te traten o te hablen de una forma especial? ¿Por qué se te ocurrió mostrar tus heridas a unos extraños que acababas de conocer?
Mary me contestó que yo no podía comprenderlo porque no había soportado lo que ella y otras muchas víctimas de incesto habían padecido, pero que esperaba que una amiga se mostrara más comprensiva. Yo repuse que lo que le pedía no tenía nada que ver con su supuesta falta de comprensión. De pronto noté la separación de energía entre nosotras y comprendí que para salvar nuestra amistad tenía que hablarle en «el lenguaje de las heridas», observar unas reglas específicas sobre cómo debe comportarse una amiga comprensiva, y tener siempre presente que Mary se definía a sí misma a través de una experiencia negativa.
Además de ese doloroso episodio de su infancia, Mary arrastraba también una historia de dolencias crónicas. Padecía un dolor constante, algunos días emocional, otros físico. Aunque era amable y siempre estaba dispuesta a ayudar a sus amigos, prefería la compañía de personas que hubieran sufrido algún trauma en su infancia. Aquel día, durante nuestro almuerzo, comprendí que Mary necesitaba estar con gente que hablara su mismo lenguaje y compartiera la misma mentalidad y conducta. Se trata de una acritud que denominé «heridalogía». Desde entonces, me he convencido de que cuando nos definimos mediante nuestras heridas perdemos nuestra energía física y espiritual, y corremos el riesgo de enfermar.
Aquel día tuve la sensación de que me habían catapultado fuera del ambiente sanador de Findhorn y de su movimiento de toma de conciencia psíquica, y lo contemplara como una extraña. Aunque no había observado con anterioridad esa mentalidad y esa conducta ni en Mary ni en ninguna otra persona, curiosamente, el día siguiente se produjo en mi taller una versión en miniatura del incidente ocurrido con Mary en el comedor.
Llegué con veinte minutos de antelación para preparar mi presentación y vi a una mujer sentada sola. Me senté junto a ella y le pregunté:
— ¿Cómo te llamas?
Es lo único que le pregunté. Pero la mujer, sin mirarme, respondió:
—Soy una víctima de incesto, pero he cumplido cincuenta y seis años, y he superado el trauma. Formo parte de un grupo de apoyo maravilloso y algunos nos reunimos una vez por semana como mínimo, lo que me parece esencial para nuestra curación.
La mujer aún no me había dicho su nombre, así que le pregunté de nuevo:
— ¿Cómo te llamas?
Pero ella no me contestó directamente. Parecía como ausente. Me dio la sensación de que llevaba mucho tiempo preparándose para decir algo en público, y ahora, que tenía oportunidad de hacerlo, no era capaz de oír ninguna pregunta que no estuviera relacionada con su tema. En lugar de decirme su nombre, me explicó que le encantaba asistir a talleres como los míos porque la gente se sentía libre de hablar sobre su pasado, y que confiaba en que yo permitiera a los asistentes compartir sus historias personales con los demás. Le di las gracias y salí de la habitación: necesitaba unos momentos a solas para poner en orden mis pensamientos.
Conocer a esa mujer al día siguiente del incidente con Mary no fue una coincidencia. Yo creo que ocurrió para obligarme a tomar conciencia cíe los medios en los que confiamos para sanar nuestra vida: por medio de la terapia y los grupos de apoyo. Según pude comprobar, muchas personas que se hallan en un «proceso» de curación se sienten al mismo tiempo bloqueadas. Se esfuerzan por hacer frente a sus heridas valiente me n re, tratan de dar un significado a experiencias traumáticas anteriores y profesan un compasivo entendimiento hacia las personas que comparten sus heridas. Pero no se curan. Han redefinido su vida a partir de sus heridas y del proceso do aceptación. No se esfuerzan en superar sus heridas. De hecho, se hallan bloqueadas dentro de ellas. Después de haber oído a tanta gente hablar en heridalogía, creo que estaba destinada a poner en tela de juicio ciertas suposiciones que muchos otros y yo creíamos a pies juntillas, en especial la de que todas las personas que están heridas o enfermas desean recobrar la salud.
En aquellos momentos, me pareció como si me hubieran dado unas gafas mágicas con las que contemplar la conducía de las personas que asistían a mi taller. No tardé en constatar que el lenguaje de la heridalogía también se hablaba fuera de Findhorn. Existen muchas personas en el mundo que confunden el valor terapéutico de expresar sus traumas y necesidades con el derecho de manipular a otros con sus heridas. En lugar de considerar el hecho de poner sus heridas al descubierto como una primera etapa del proceso de curación, las utilizan como una bandera; y a sus grupos, como familias y naciones.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? Hace poco más de una generación, nuestra sociedad estaba estructurada de tal forma que a la gente le resultaba difícil expresar sus necesidades psicológicas y emocionales más inocentes. Hoy en día, la gente luce sus heridas más profundas como una medalla al valor. ¿Cómo hemos llegado a este punto? Para explicarlo, debo retroceder un poco en el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario