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domingo, 29 de noviembre de 2009

Los intelectuales frente al poder 15- MICHAEL LÖWY: MODAS Y MONÓLOGOS TRAS LA CAÍDA DEL MURO



"A partir del derrumbe de las sociedades del Este, muchos intelectuales que venían de la izquierda ahora se sienten legitimados para pensar —y actuar— con las categorías de la derecha".


Difícil imaginar que tras esa fachada imperturbable de profesor de la Sorbona —anteojos, pipa, voz monocorde, claustro y rigor— haya un ferviente surrealista, miembro de una cofradía que ama el secreto y se reúne puntualmente para leer a Bretón. Y bien, Michael Lowy —sociólogo, ensayista, filósofo y peso pesado del campo teórico francés— es hombre de sorpresas.
Nació en Brasil, pero eligió París cuando cayó en sus manos un texto clave de Lucien Goldmann y supo de inmediato, que bajo la batuta de ese maestro iba a jugarse su destino intelectual. Por entonces—años '60, nada es casual— París estaba preparando otra gran fiesta, distinta de aquella que cuatro décadas atrás había fascinado a Hemingway, quien la contó, después, en un librito inolvidable. Por entonces —volvamos al '60— Löwy ya había publicado El pensamiento político del Che Guevara, deslumbramiento y manual de los que luego rumbearon para el lado de la utopía con pólvora y fusil.
Ahora vive en un viejo departamento de la rue Des Lyonnais, donde reina, omnipresente, la infinita biblioteca, y hasta el que llegan, amortiguados, los sonidos del mundo, su fragor. Que están —sonidos y fragor— en los ensayos que escribió a lo largo de una vida que no es larga. Arriba, abajo, a los costados de esa apretada tipografía, se van disciplinando los desórdenes de la historia, las evoluciones, las revoluciones y los estancamientos. Pero no es todo. Con paciencia de artesano medieval, Löwy ha ido abriendo agujeros en los muros de la añeja catedral marxista, ojivas nuevas por donde corre el aire y se desplaza el moho, la humedad.
No es arbitrario que varios de sus libros —especialmente La teoría de la revolución en el joven Marx, Redención y utopía, Para una sociología del intelectual revolucionario, Dialéctica y revolución y El marxismo en América Latina— sean hoy textos de consulta en varias universidades europeas. En esas obras late, no muy escondido, el aliento de Rosa Luxemburgo, de Walter Benjamín, de Georg Lukács, gente de la que aprendió que lo decisivo no es salir del círculo, sino penetrar en él por el camino adecuado, el que conduce al centro. Y, desde allí, dar respuesta a los interrogantes que preguntan por las razones de la acción.
Ahora que los intelectuales europeos se han instalado cómodamente en el "pesimismo de la razón", Michael Löwy se empeña en reflotar "el optimismo de la voluntad", esa segunda parte del reclamo de Gramsci que casi todos parecen querer olvidar. De ese lugar —Aleph romántico en tiempos de derrumbe— nadie lo mueve. Desde ahí sale al cruce de burócratas y removedores de escombros, de enterradores de utopías y de lloronas de paraísos perdidos "que nunca existieron", de socialdemócratas de
la modernización y de barones rampahtes de la posmodernidad. Sin caer nunca en el énfasis de barricada ni en el desplante de la provocación, desdeña por "viejos" los nuevos discursos que se han puesto de moda en el campo del pensamiento, y pasa lista a los estragos de la ofensiva neoliberal; al desarme ideológico de la izquierda francesa, a la parálisis del debate intelectual y al arrepentimiento que ha llevado a la generación de Mayo del 68 "a una reconciliación grosera con el orden burgués".
Todo lo cual puede leerse en este reportajeque ocurrió en su santuario parisino, en el invierno del '90, cuando ya una buena parte de Europa había saltado por los aires.

—¿Qué está pasando hoy con los intelectuales franceses? Al parecer ¿no hay polémicas ni grandes refriegas culturales como fue tradición en otras décadas.
—A diferencia de épocas anteriores, actualmente, en Francia el debate es fragmentado, poco centralizado, poco articulado. Hay más dispersión que polémica. Antes que diálogo, lo que hay son varios monólogos y modas que van y vienen, con una circulación de mercancía intelectual cada vez más corta.

—¿En qué marco se dan esas modas? ¿Hay un discurso que hegemonice al campo cultural?
—La ideología dominante hoy en día, es el neoliberalismo, esa especie de nebulosa, alrededor de cuyo núcleo duro —la economía de mercado que viene de las grandes metrópolis, Inglaterra, Japón, los Estados Unidos— giran un montón de planetas, de discursos en el campo político, filosófico, sociológico, literario. Esos discursos van desde la sociobiología (esa formulación de la nueva derecha que se basa en una legitimación supuestamente biológica de la competición y de la lucha por la vida hasta formas mucho más sofisticadas de antiguos intelectuales de izquierda que tratan de volver a los principios del viejo pensamiento liberal. De vuelta a Kant, a Tocqueville, a la filosofía del Estado de Derecho, en fin, a todas las formas clásicas del siglo XIX, e incluso anteriores.

—¿Hay relación entre esta corriente de pensamiento y la que generaron, después de Mayo del 68 los llamados "nuevos filósofos"? La principal crítica que se hizo al grupo que lideraron André Glucksmann y Henry Lévy es que sus posiciones terminaron avalando el sistema que antes habían combatido. ¿Es correcta esta visión?
—Sí, ellos fueron algunos de los precursores de la actual ofensiva neoliberal y jugaron un papel importante —en cuanto arrepentidos o renegados— en cierto desarme ideológico de la izquierda, utilizando algunos vestigios de lo que había sido el pensamiento de Mayo del 68. En el fondo legitimaron una ideología liberal reaccionaria, tomaron como punto central el anticomunismo más burdo y llegaron, en ultima instancia, a la defensa del "mundo libre". Todos comenzaron con grandes discursos sobre la libertad absoluta, contra la maestría filosófica y el totalitarismo, pero terminaron con cosas muy concretas, vulgares, contra el pacifismo y en defensa del armamento nuclear y los cohetes atómicos yanquis, ¡como gran expresión del humanismo liberal de nuestra época! Ese equipo alrededor de Glucksmann y Lévy fue muy celebrado en los medios, ganó un público importante y sus libros se vendieron bien.

—¿Siguen manteniendo ese prestigio?
—No, está en declive. Tienen mucho menos peso, en la medida en que fueron sustituidos por otros ideólogos, otros portavoces, otras formas. En su momento de mayor auge —mediados de los '70—jugaron el papel de neutralizar o desmoralizar a la generación del Mayo francés, pero hoy su colocación en el campo del pensamiento es secundaria.

—De todos modos, no fueron reemplazados por vientos renovadores, sino por otros que corrían en la misma dirección.
—Yo diría que han sido sustituidos por otras formas de discurso. Esa aureola que tenían de antiguos izquierdistas del '68, a fines de la década del setenta fue perdiendo significado, a medida que los sucesos iban quedando en un pasado cada vez más lejano. Para la nueva generación, Mayo del 68 ya no tenía nada que decir.

—¿Esas "otras formas de discurso" que irrumpieron en la escena intelectual francesa son lo que se ha dado en llamar posmodernismo?
—En gran parte, sí. A fines de los años '70 y principios de los '80 aparece esta corriente posmoderna, con Jean FranÇois Lyotard, Jean Baudrillard y otros. Ellos plantearon que los grandes relatos de la historia se habían agotado. La idea del sujeto en la historia ya no tenía sentido. La idea del proletariado como clase era un mito y, por tanto, también era un mito tratar de reconstruir el conjunto de las filosofías de la historia, o los discursos o grandes relatos sobre la historia. El posmodernismo significó el rechazo en bloque de todos estos discursos, fuera liberal, marxista, conservador, el que fuera.

—¿Qué reacción hubo a esta corriente?
—La principal crítica que surgió contra ellos fue la de Jürgen Habermas, quien planteó la actualidad de la tradición moderna, de la Filosofía de las Luces, del racionalismo. En nombre de la renovación de esa tradición, que Habermas considera no agotada, rechazó el planteamiento de-construccionista posmoderno y afirmó la actualidad de la modernidad.

—Modernidad en sentido del progreso de la historia, de la linealidad histórica.
—Sí, en el sentido de progreso, de razón, y en el sentido de todo lo que implica la modernidad: la diferenciación de las esferas sociales, la secularización de la vida social y cultural. Se puede decir, en cierta medida, que Habermas retoma la tradición de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, del "marxismo occidental" —como se dice—, pero, en mi opinión, ha diluido lo que constituía la fuerza crítica de esa escuela dentro de una serie de elementos tomados precisamente del racionalismo clásico y, hasta cierto punto, del liberalismo, de la sociología liberal norteamericana, de la filosofía analítica. Sin embargo, de alguna manera, se puede decir que es un continuador de la teoría crítica, es una concepción del racionalismo no simplemente como legitimación del orden, sino como una crítica permanente del establishment.

—¿En qué momento se da este cuestionamiento de Habermas a los posmodernos?
—En los años '80, en reacción a los textos de Lyotard y otros. A mí no me satisface el planteamiento de Habermas: creo que hay que criticar la tradición del racionalismo de la Filosofía de las Luces y la ideología del progreso. Eso no funciona, efectivamente, después de Auschwitz, de Hiroshima y de todo lo que ha pasado en el siglo XX.

—Es decir que la historia no siempre progresa, sino que, a veces, retrocede.
—Sí. La idea de progreso y de que el desarrollo tecnológico y científico es portador de progreso, la idea del desarrollo de una racionalidad y de que la modernidad fue portadora de progreso, luces, razón, me parecen francamente discutibles.

—Son postulados característicos del marxismo.
—También, pero dentro del marxismo hay dos elementos, por lo menos. Uno es la herencia de la Filosofía de las Luces; el otro es una visión dialéctica del progreso como contradictorio. Es decir, el progreso, tal como se dio hasta ahora, es contradictorio: lo que se progresó por un lado se regresó por el otro. Hay que tener una visión de estas antinomias del progreso. Y eso falta un poco en Habermas. Él realmente es continuador de la vertiente iluminista racionalista del progreso. Y algunas críticas de los posmodernos a la tradición racionalista son verdaderas. Ellos utilizan como munición a Nietzsche, a todos los críticos conservadores, "románticos", como se dice, del racionalismo. Y hay en eso algo de verdad.

—¿Qué pasó con la polémica que inició Habermas? ¿Se estancó?
—En Francia, infelizmente, los representantes de Habermas han empobrecido aún su pensamiento, sacando lo que quedaba de marxista y hegeliano y de crítico frankfurtiano; lo han achatado y reducido únicamente a su dimensión racionalista. Han hecho una lectura neoliberal de Habermas. Es el caso de toda una corriente representada, fundamentalmente, por Luc Ferry. Ellos continúan la polémica, pero ahora ya no tanto contra el discurso posmoderno, sino contra el pensamiento que se originó en Mayo del 68. Luc Ferry publicó un libro contra La pensée du 68 (El pensamiento del 68) donde dice que el posmodernismo, el deconstruccionismo y el irracionalismo, todo eso viene de Mayo del 68. Entonces, plantea, hay que rechazarlo y volver a afirmar a Kant. La gran novedad es Kant, porque Marx y Hegel son viejos discursos del siglo XIX. Hay que sacar algo bien nuevo, ¡y lo que hay de nuevo es Kant! Entonces vuelven al siglo XVIII.

—Algunos intelectuales posmodernos, como Lyotard o Baudrillard, estuvieron involucrados, de un modo u otro, en la revuelta de Mayo del 68. ¿Han renegado en bloque de esa época?
—El Mayo francés promovió la idea de que la sociedad de consumo —occidental, liberal— y el Estado de derecho eran mitos. De eso son herederos, en cierto sentido, los posmodernos, pero le han sacado el aspecto crítico, reduciéndolo a un pensamiento abstracto y descomprometido, con una dimensión no revolucionaria sino nihilista. Se trata de un nihilismo un poco de salón, que rechaza no sólo ese discurso dominante, sino el conjunto de discursos sobre la historia, y que los lleva a asumir una postura escéptica generalizada.

—Esa concepción empalma con ciertas teorizaciones del poder acerca de la muerte de las ideologías y del sujeto histórico de cambio. ¿Se podría inferir que, a partir de su escepticismo, los intelectuales franceses han establecido nuevas relaciones con el Estado?
—La mayoría de los que fueron dirigentes en Mayo del 68 hoy se han acomodado al sistema, de :una manera u otra. Se han reconciliado con la sociedad liberal democrático-burguesa y se han adaptado no sólo al discurso sino a las estructuras del poder. Los mejores entraron al Partido Socialista. Otros giraron aún más a la derecha, e intentan dar consejos al Partido Socialista, para que abandone sus vestigios de socialismo y se haga, de una vez, un partido de la modernidad democrática. Todo esto se puede verificar leyendo los dos tomos del libro Generation; escrito por Hervé Hamon y Patrick Rotman, que indaga exhaustivamente la trayectoria de la generación del '68, y permite confrontarlas posiciones antiguas de los personajes con las que tienen hoy.

—¿Hasta qué punto el pensamiento posmoderno —con toda su carga de escepticismo y con los nuevos mitos que ha ido generando— se ha abierto paso en el terreno social?
—Yo creo que el fenómeno del posmodernismo es, efectivamente, uno de los temas que anda en el aire, pero no se puede decir que haya penetrado, en la sociedad masivamente. Es un discurso entre otros, nada más. En cambio, el que gravita realmente es el discurso de la modernización, que no sólo es formulado desde el poder, sino también desde la oposición. El Partido Socialista francés habla de la modernización, lo mismo que el Partido Comunista. Es casi un consenso.

—¿Implica la idea de que a través del avance tecnológico se eliminará la diferencia entre países pobres y ricos y aún entre clases?
—Algunas veces se lo plantea así, pero más en el sentido de que Francia ha quedado retrasada en relación a Alemania, Estados Unidos, Inglaterra y Japón. Hay que modernizar a Francia, dicen y abarcan en el planteo a la industria, al aparato del Estado, la estructura social, la universidad, todo. Es parte de la ofensiva neoliberal que cuenta, entre sus voceros, con una gran cantidad de intelectuales provenientes de las Ciencias Sociales. Dentro del proceso de modernización hay una corriente conservadora y otra más democrática. Esta última no cree que las diferencias de clase hayan desaparecido, sino que hoy se plantean en términos más modernos, no como enfrentamientos a muerte de dos bandos, sino como una lucha por una mayor democratización.

—El sociólogo Alain Touraine sostiene que Mayo del 68 fue la última revolución del siglo XIX y que, tras su fracaso, arribamos al fin de la utopía y a la desaparición de la clase obrera. ¿Este tipo de análisis se articula con el discurso de la modernidad?
—Sí, pero estas reflexiones no son nuevas. En año '58, cuando la mayoría de los obreros votaron por De Gaulle, todos los sociólogos de izquierda, centro y derecha salieron con la teoría de "se acabó la clase obrera". Pero después, en mayo del '68, tuvo lugar la mayor huelga obrera de la historia de Francia. Ahí cayeron de las nubes: ¡todavía existía la clase obrera! En los años '70, la idea de la extinción del proletariado como clase volvió al centro del debate, no sólo en Francia sino a nivel internacional. Pero entonces, surgió en Polonia un movimiento obrero enorme, y hubo que archivar nuevamente el certificado de defunción. Este es un discurso que vuelve constantemente. De todos modos, hay un hecho real, que es preciso reconocer, y es la disminución relativa del peso del proletariado industrial en la masa asalariada.

—La bancarrota de las sociedades del Este parece haber motorizado una puesta al día en materia de defunciones decretadas. Ahora se habla de la muerte del comunismo, del fracaso del socialismo y del triunfo definitivo del sistema de libre mercado.
—Nada puede morir, antes de haber nacido. El comunismo no ha muerto por la sencilla razón de que aún no nació. Tampoco el socialismo. Lo que la derecha llama "Estados comunistas" y la doctrina oficial del Este "socialismo realmente existente" Son un conjunto de sociedades poscapitalistas, donde se ha abolido la propiedad privada de los principales medios de producción, pero que están aún lejos del socialismo. Lo que la prensa occidental define como "muerte del comunismo" remite a un hecho real: la profunda crisis de las formas autoritarias y burocráticas de transición al socialismo, nacidas del modelo stalinista soviético. Lo que está destinado a morir no es, pues, el "comunismo" sino su caricatura burocrática: el monopolio del poder por la nomenklatura, la dictadura sobre las necesidades, la economía de mando.

—¿Qué efectos ha tenido esta crisis en el campo intelectual francés?
—Como era previsible, ha reforzado el escepticismo de muchos que en algún momento estuvieron ligados a la izquierda. El derrumbe de las sociedades del Este ha servido de combustible a sus planteos actuales. En lugar de nutrir una reflexión crítica, ahora se sienten legitimados para pensar —y actuar— con las categorías de la derecha. El discurso de estos intelectuales no es muy diferente del de cualquier editorialista de la gran prensa del régimen.

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