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domingo, 29 de noviembre de 2009

Los intelectuales frente al poder 17- EL INDULTO Y LOS ESCRITORES: LOS FUNCIONARIOS LETRADOS


"Me dio horror que en esa lista estuviera mi nombre", escribió, desde Nueva York, el poeta Juan Gelman, cuando Menem decretó los indultos y metió en la misma bolsa del perdón a víctimas y victimarios de la dictadura. "La inclusión, en la nómina, de militares y civiles involucrados en el genocidio junto a quienes, en el pasado, lucharon por la justicia social y la liberación nacional, es la culminación de la teoría de los dos demonios", dijo el poeta. Y subrayó: "Me están canjeando por los secuestradores de mis hijos y de otros miles de muchachos que ahora son mis hijos. Esto es inaceptable para mí".
    Aún sin haber vivido la trágica experiencia de Gelman (un hijo y una nuera desaparecidos cuando ambos tenían 20 años y ella estaba embarazada; un nieto o nieta "que hoy está vaya uno a saber en qué manos"), el escritor Miguel Bonasso —otro de los indultados— hizo conocer, desde México, una declaración similar. "Menem me indulta sin anestesia —se indignó— consagrando definitivamente esa monstruosa simetría que en la Italia posfascista, por ejemplo, hubiera llenado la cárcel de partisanos". Aunque jurídicamente no pueda recusar el indulto ("cuya concepción aberrante iguala a los genocidas con los que lucharon contra la dictadura"), el autor de Recuerdo de la muerte señaló que, "en el plano moral, es posible y obligatorio el rechazo, por lealtad a nuestros muertos y por solidaridad con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo". También —siguió sumando— por consideraciones de índole estética. "No acepto integrar la planilla con canallas uniformados, como el general Luciano Benjamín Menéndez, que enviaron a una tumba innominada a los mejores hombres de mi generación".
    En las antípodas de la posición de Gelman y Bonasso, se ubicó, en cambio, el periodista Juan Gasparini, cuya mujer —Mónica Jáuregui— fue asesinada durante el régimen militar. En Suiza, donde vive desde 1980 en calidad de refugiado político, dio a publicidad su queja "por no haber sido incluido en el indulto", y formuló la esperanza de que "el presidente Menem no cometa una injusticia conmigo". A Gasparini, lo que el novelista Bonasso calificó de "monstruosa simetría", no pareció preocuparlo, según se dedujo de la siguiente argumentación: "Resulta inaceptable para mí que los militares asesinos, incluso los que mataron a mi mujer, puedan volver a caminar por las calles en la Argentina, y yo deba quedarme en el exilio".

Los padrinos

    En territorio nacional, las reacciones de los intelectuales —sobre todo, las de aquellos ligados a la función pública— reflejaron, en forma particularmente aguda, las contradicciones que implica una praxis cultural conectada, de algún modo, al poder. Algo que pudo verificarse entre los escritores que habían sido designados como "padrinos de bibliotecas municipales" no bien echó a andar el gobierno menemista. De los veintitrés elegidos por el secretario de Cultura de la Comuna, Horacio Salas, sólo dos desistieron del cargo, luego de que el mandato de la amnesia tomó la forma de un decreto: Mempo Giardinelli (director, además, de la revista Puro cuento) y el novelista y poeta Ramón Plaza.
    "Producido el indulto presidencial, me siento en la íntima obligación de renunciar al padrinazgo bibliotecario que tan cordial y generosamente tuviste a bien ofrecerme hace tres meses", rezaba la escueta nota que le hizo llegar Giardinelli al secretario de Cultura. Allí le informaba, de paso, que "no he percibido —ni percibiré— los haberes que se me habían asignado, por encauzar el destino de la biblioteca José Mármol, del barrio de Belgrano".
    El escritor Ramón Plaza fue aún más lejos. En una "Carta abierta a Horacio Salas" (publicada en distintos medios), explicitó claramente las razones de su renuncia. "Algo atroz ha sucedido. Anoche soñé con dos amigos que están enojados y no me saludan. Uno de ellos es Roberto Santoro; el otro, Miguel Ángel Bustos. Ambos me han quitado el saludo. Y pienso que tienen razón", escribió, en alusión a los dos poetas desaparecidos durante el régimen militar. Después del indulto —señaló— la permanencia en el cargo implicaría un sometimiento al poder. "Y no quiero someterme —dijo— porque los genocidas deben continuar en la cárcel, se llamen como se llamen y ostenten los cargos que ostenten". En el último tramo de su carta abierta, llamó a la reflexión a sus colegas de la literatura: "La verdad, la justicia, el honor, la dignidad, el derecho a ser uno mismo, no valen nada si no somos capaces de ofrecer —en un país sin valores, donde todo vale— la cultura del ejemplo".
    Es probable que este párrafo haya causado cierto escozor en el resto de los escritores asignados al padrinazgo de bibliotecas. Sin embargo, contra algunas previsiones quizá demasiado optimistas, la perturbación del campo literario no fue suficiente como para generar otras renuncias, ni siquiera las de aquellos que hicieron público su repudio al perdón presidencial a través de solicitadas y pronunciamientos de variado tenor.
    Las argumentaciones de quienes optaron por seguir en el puesto (a cuya seducción contribuyó una nada desdeñable asignación mensual) exhibieron, pese a sus diferentes matices, un punto de convergencia: la consideración de que cultura y poder son instancias que no se tocan y de que, aún en un contexto políticamente cuestionable, la primera puede preservar una supuesta condición de isla, ajena por completo a los traumatismos de la historia. Tal es el balance que arrojaron las respuestas de algunos escritores "apadrinantes", consultados a partir de las dimisiones de Giardinelli y Plaza. Una simple pregunta—"¿Usted también va a renunciar a causa del indulto?"— sirvió al relevamiento de posiciones que incluyeron ambigüedades y enojos, autoafirmaciones y desafíos. También, en algún caso, cierta cuota de ingenuidad.
    "Yo estoy en contra del indulto, pero no he pensado en renunciar en ningún momento porque no mezclo una cosa con la otra", afirmó Jorge Calvetti, además de padrino bibliotecario, vicepresidente de la Academia Argentina de Letras. "Una cosa es servir a la comunidad, desde la revitalización de una biblioteca pública, y otra el indulto", alegó. "Si se tratara de un cargo con un matiz político sería distinto. Pero éste —insistió— cumple una función social".
    Punto de apoyo y tierra firme, el concepto de "función social" sostuvo, también, la fundamentación del narrador Bernardo Kordon. "Ser padrino de biblioteca es algo edificante para un escritor", se emocionó. "Por eso acepté gustoso el nombramiento, y no pienso renunciar. ¿El indulto? Ese es otro problema", coincidió con Calvetti.''
    Aunque firmó una solicitada de los poetas contra el perdón presidencial, Antonio Requeni, padrino de la biblioteca Miguel Cané, de Boedo, refutó que la persistencia en el cargo implique alguna contradicción. "No voy a renunciar, porque no tiene nada que ver una cosa con la otra. Lo que estoy haciendo es un servicio a la comunidad", dijo, aclarando con orgullo que la suya era la biblioteca en que había trabajado Jorge Luis Borges.
    Vicente Muleiro no sólo respaldó con su nombre la solicitada "Poetas contra el indulto", sino que juntó su firma —con otras miles— en un pronunciamiento que fue entregado en la casa de gobierno, poco después del decreto de Menern. "Mi oposición a la medida presidencial y mi solidaridad con quienes la padecen son claras", recalcó. "Que el secretario de Cultura municipal, Horacio Salas, me designara entre los escritores que apadrinarán las bibliotecas de esta ciudad no implica ni connivencia con la medida que repudio ni conceder mi visión crítica hacia ésa y otras determinaciones del Gobierno", dijo. Y arrojó una conclusión: "Si esto no fuera así, no me haría falta renunciar al padrinazgo, puesto que ni siquiera, hubiera aceptado."                                                                         
    Más breve, aunque gemelo en el enfoque, fue el razonamiento del escritor Vicente Battista, quien decidió continuar en su cargo porque, "si bien considero que el indulto es una atrocidad, no creo que ser padrino de una biblioteca municipal signifique avalar esta medida ni ninguna otra medida oficial".
    En cambio, el novelista Alberto Vanasco eligió partir las aguas. "Estoy en todo de acuerdo con todas las decisiones, que ha estado tomando el gobierno hasta ahora, entre ellas, la del indulto", expresó, tajante. Y, como para que no quedaran dudas, aclaró: "No renuncio por disciplina partidaria". A Vanasco le tocó el padrinazgo de la biblioteca Joaquín V. González, de La Boca.
    La novelista Libertad Demitrópulos no vaciló en referirse a los beneficios económicos del cargo. "¿Cómo vamos a renunciar si para nosotros, que somos jubilados y cobramos una miseria por mes, esto es como tocar el cielo?", graficó, abarcando en el plural de la respuesta a su marido, el poeta Joaquín Giannuzzi, también padrino en funciones.
    La respuesta del escritor Juan Carlos Martini se ubicó en el terreno de la evasiva. Consultado acerca del indulto y de la actitud que iba a asumir como padrino bibliotecario, luego de las renuncias de Giardinelli y Plaza, contestó: "No tengo nada que decir".
    Por el contrario, Héctor Yánover, poeta y Director General de Bibliotecas (puesto desde el que secundó a Salas en el nombramiento de padrinazgos), no se anduvo con vueltas a la hora de responder. "Vea, ya estoy de funcionario en este momento", dijo, de entrada, como para que se entendiera lo que iba a seguir. Que fue: "No tengo opinión sobre el indulto. Yo acato las decisiones del presidente Menem". Acerca de las renuncias de dos de los padrinos, dijo que le parecía bien que "cada uno tome la resolución que crea conveniente". Igual que otros interpelados, Yánover echó mano también al argumento de la incontaminación de la cultura en relación a las miserias de los gobiernos de turno. "Estoy absolutamente convencido de que nada tiene que ver la tarea que pueda cumplir un escritor en una biblioteca con el tema del indulto", trató de disociar.
    ¿Hasta dónde es posible separar la conciencia individual de la condición de funcionario? ¿En qué medida el artista que acepta cargos oficiales puede evitar ser reducido al silencio, ser convertido en parte de la "fracción dominada de la clase dominante", como definió Pierre Bourdieu en Campo intelectual y campo del poder. En la respuesta del poeta Horacio Salas, secretario de Cultura de la Municipalidad y ejecutor de los nombramientos oficiales en el campo literario, se pudo ir despejando estos interrogantes. "Mi condición actual de funcionario es inseparable de los otros aspectos, y por eso no voy a abrir juicio sobre el indulto, un tema que no domino en todo su alcance", advirtió. Después, saliendo al cruce de eventuales críticas, pasó revista a su propia trayectoria. "No tengo que rendir examen de mis convicciones democráticas. Cualquiera que me haya leído o sepa de mis siete años de exilio y de los tres días que me pasé junto al micrófono durante el levantamiento de Semana Santa sabe quién soy y cómo pienso", supuso. En cuanto a las renuncias de dos padrinos de bibliotecas a raíz del indulto, la opinión del secretario de Cultura rondó la ironía: "Creo que ambos renunciantes estaban muy mal informados. ¿Acaso no sabían, antes de aceptar el cargo, cuál era la posición del presidente Menem en esta materia?", dijo, poniendo en foco otro tema: el de la ingenuidad y su precio, el de los peligros que acechan al intelectual cuando se distrae ante los signos de su época.

Repudios y ambivalencias

    Libres del encorsetamiento de la función pública, los escritores sin puestos en el aparato de Estado mostraron, en sus juicios sobre el indulto, las marcas sociales que pesan sobre la cultura. El cruce de posiciones permitió detectar, junto al repudio liso y llano, ambivalencias, dudas y, en ciertos casos, un intento de deslindar responsabilidades frente a las "manos sucias" de la política.
    "El indulto me parece terrible, patético", apuntó, sin innovar en adjetivos, el escritor y psicoanalista Germán García. "Es una ocasión más para probar nuestra impotencia como intelectuales", agregó, como para abrir cauce a una polémica que no encontró receptores.
    Menos terminante, Elizabeth Azcona Cronwell, novelista y poeta, formuló hipótesis y destacó carencias. "Estoy en contra del indulto sin un análisis exhaustivo en cada caso. Así, otorgado masivamente, es una medida un poco arbitraria. Todos los juicios a los militares y a los extremistas deberían haber quedado en manos de la Justicia", sentenció. Poniendo en duda la eficacia del decreto exculpador, siguió avanzando: "Si bien perdonar un delito puede ser muy noble y contribuir a la pacificación, esta situación es muy compleja y tiene determinadas implicancias". Como la sonrisa del gato de Cheshire, la teoría de los dos demonios quedó flotando en su respuesta.                                  
    El problema de la metodología fue el blanco al que apuntó sus dardos el poeta y traductor Alberto Girri. "Respecto de si la decisión del presidente Menem fue justa o injusta, arbitraria o apresurada, creo que sólo el tiempo podría contestar", endosó. "Personalmente, yo hubiera preferido que la cuestión se definiera a través de un plebiscito democrático, de la misma manera, que el presidente Menem fue elegido por una votación democrática". 
    Anclado, en el presente y en todos sus desgarramientos (los que vienen del pasado y los que comprometen el futuro), el historiador Osvaldo Bayer manifestó su "absoluta oposición"'al indulto "porque está contra la ética y no se puede construir el futuro sin ética". Rescató el ejercicio de la memoria como cimiento firme de cualquier sociedad y terminó vaticinando: "La historia demuestra que cuando los gobiernos no hacen justicia. contra los verdugos, la hacen los pueblos con sus propias manos, y que cuando el poder ejerce violencia desde arriba, como lógica consecuencia viene la violencia desde abajo".                                                                    
    Lejos de la cólera de los memoriosos, el novelista Abel Pose, al igual que Girri, prefirió dejar al tiempo el juicio final sobre la medida presidencial. "El indulto es, sin dudas, el primer choque de Menem con el consenso que lo acompaña desde su triunfo electoral", constató y, tomando prudente distancia, advirtió sobre la dificultad de evaluar, en lo inmediato, la trascendencia del decretado perdón. "Por un lado se corre el tremendo riesgo de desautorizar e interferir en el principio de justicia. Por otro, hay una evaluación política, personal del presidente cuyo resultado sólo se verá en el futuro", dijo, y un tanto más animado se aventuró en la crítica. "Considero que el indulto, implica un gran peligro porque se puede crear la idea de impunidad". Esto, para Posse, "significaría la posiblidad del retorno al terrorismo de Estado" y —se apresuró a agregar— "a todo tipo de terrorismo". Nuevamente, el demonio bifronte hizo su entrada en escena.
    Sin eludir la responsabilidad de juzgar ni delegar esta actitud al tiempo ni, muchos menos, a las "buenas razones" de los gobernantes, el escritor Noé Jitrik no dudó en comprometerse con su opinión y la de los que piensan como él. "No tendría demasiado que añadir a lo que se ha dicho desde posiciones frontales y críticas que consideran al indulto una aberración, tanto jurídica, como ética y política. Me irritan y me fastidian las expresiones de 'razonabilidad' que manipulan políticos, intelectuales y, sobre todo, los medios de difusión", condenó, para finalmente arrimar la siguiente reflexión: "El pragmatismo político es menos una ocurrencia genial que una especie de enfermedad del alma. Y no hay peor enfermedad que la del olvido".
    Aunque de filiación peronista, el filósofo y ensayista José Pablo Feinmann tampoco se mostró esquivo en el momento de la definición. "No estoy de acuerdo con el indulto. No creo que contribuya a la pacificación nacional, ni que el presidente Menem pueda hacer pasar por su cuerpo la actitud de la Justicia", dijo, para empezar. Y luego echó una nueva brasa a la polémica. "Avalando el indulto desde el otro lado, los Montoneros confirman la teoría de los dos demonios, aunque, ahora, convertidos en ángeles".     
    Más literario en el rechazo y en franca oposición a ciertos supuestos de la política, el poeta Enrique Molina rompió lanzas con Maquiavelo cuando apuntó: "Estoy absolutamente convencido de que el fin no justifica los medios". Sentado que fue el principio, siguió discurriendo: "A uno, instintivamente, le resulta chocante dejar de lado el concepto de justicia y una exigencia ética. Claro que este indulto es una medida política, sin duda bien intencionada, pero al ver la altanería y la soberbia de quienes han sido los profetas de la violencia, creo que no contribuirá mucho a la pacificación de los argentinos". Rabelais lo ayudó a formular el interrogante final: "¿No sería más justo, como hacía el gran juez Brydoye, en el mundo de Gargantúa y Pantagruel, dejar las sentencias a la suerte de los dados?" Quizá no sería más justo pero sí más cómodo. Algo que sin duda intuyó el juez Brydoye.
    Ni lavada de manos ni intento de liberar a los hombres de su responsabilidad, las opiniones de la escritora Noemí Ulla se asentaron en el macizo territorio de la impugnación. "Estoy en contra del indulto", fue su respuesta. "Me parece una barbaridad que la Justicia pierda su significado. Es un retroceso político y cultural. ¿Qué más le puedo decir?" No hizo falta nada más.
    Quizá lo que está faltando —para entender las reacciones que provocó el indulto en el campo cultural— es un debate que aún no se ha saldado en la Argentina. Gira en torno de una pregunta: ¿qué pasó con nuestros intelectuales durante la dictadura? Interrogante que implica responder, entre otras cosas, a qué manipulaciones estuvo sujeta la conducta de cada cual, qué se dijo, que se decidió callar y omitir en los años más duros de la represión, de qué modo, en fin, se hizo el juego al discurso del poder.              
    Requisitoria que inevitablemente pondría al desnudo —como escribió Noé Jitrik— que, frente a la elección de Rodolfo Walsh de "hacer una escritura de su cuerpo", exponiéndolo y arriesgándolo, algunos optaron por "hacer durar un poco más el cuerpo, pero desde luego sin perder el alma", y otros, en cambio, "se hicieron cargo indirectamente de la irracionalidad que la dictadura puso en marcha, y aún directamente de los objetivos que persiguió".             
    Esas elecciones —perder el cuerpo o el alma, hacer durar al uno sin la otra— son grietas en la superficie del presente, en el tejido de la cultura. Las respuestas de los escritores ante el indulto parecen probar que las marcas persisten. Y que las elecciones también.
    "Yo ya no sé escribir como antes. Hacia dondequiera que me vuelva encuentro la imagen de Haroldo Conti, la sonrisa bonachona de Paco Urondo, la silueta fugitiva de Miguel Ángel Bustos, los ojos de Rodolfo Walsh".
    Dijo Cortázar, uno que se empeñaba en recordar.

                            [Sur, 2 de noviembre 1989]











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