—En este momento, no tengo ninguna opinión sobre el indulto porque, por razones de salud, los médicos me han aconsejado que no me preocupe por nada.
—¿Y antes del consejo, tampoco tenía ninguna opinión?
—Sí, pero me la reservo.
Breve y cortante ha sido el diálogo. Imposible avanzar más allá. Del otro lado de la línea telefónica, el pintor Kenneth Kemble ha elegido la cautela y es posible conjeturar el porqué: en este mes de diciembre de 1989, el perdón presidencial a las culpas y culpables de la dictadura militar ha conmocionado a buena parte del país.
Kemble integra el grupo de artistas plásticos que, al comienzo de su gestión, Menem favoreció con una misión de alto vuelo: realizar una obra para la casa de gobierno. La selección no ha sido fácil. Arduas sesiones con una Comisión de Arte Argentino —creada ad hoc— dieron como resultado una lista de veinticinco nombres de variada fama dentro de la plástica nativa. Algo que —premios nacionales y extranjeros mediante— los críticos suelen resumir con el lugar común de "valores consagrados". Allí figuraban, entre otros, Clorindo Testa, Carlos Polesello, Nicolás García Uriburu, Felipe Noé, Ricardo Carpani, Carlos Alonso, Marta Minujin, Ennio Iommi, Juan Carlos Distéfano, Ari Brizzi, Carlos Gorriarena y Jorge Demirjián.
Poco después de la elección, hubo un acto oficial en la Rosada, donde los artistas sellaron, ante la plana mayor del gobierno, su compromiso de llevar adelante la tarea encomendada. No estaban todos los que eran, pero sí la mayoría. Entre el fluir de los besamanos y los cumplidos de rigor, pudo advertirse un aire de desconcierto en algunos de los convocados, producto, sin duda, de aquel suceso extraordinario por el que habían devenido, repentinamente, en miembros de la corte.
Las divergencias ideológicas de los artistas tocados por la varita oficial provocaron que uno de los asistentes calificara aquel acto, que mezcló biblias con calefones, como "el más pintoresco" que jamás había tenido lugar en semejante recinto. A la hora de los discursos, desde la tarima en que Amalia Fortabat repartía gélidas sonrisas, Menem declamó: "El Estado no debe darles una mano a los artistas argentinos, sino la mano de construir un país en el que sea posible crear, y en libertad". Ya para entonces —agosto del '89— arreciaban las versiones sobre la intención presidencial de absolver a los condenados por graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante el régimen militar.
Si el eco cada vez más atronador de los rumores no llegó a empañar aquella reunión social que casó al arte con la política, motorizó, en cambio dos deserciones de peso entre los veinticinco elegidos: la del escultor Juan Carlos Distéfano y la del pintor Carlos Alonso. "En mi caso, podrían haber coexistido distintas razones para negarme, pero la de mayor gravitación fue, sin duda, la de no sentirme éticamente motivado", explicó Distéfano. "En ese momento, ya se anunciaba el otorgamiento del indulto y consideré que la convocatoria oficial implicaba, en cierta medida, una solidaridad, de tipo político", terminó ajustando. Según el escultor, discutió el tema con varios colegas y llegó a la conclusión de que la donación de una obra al templo gubernamental "sólo se justificaría con la ejecución de una pieza, de contenido altamente revulsivo, cuya aceptación podría resultar improbable".
Por el mismo andarivel transitó el rechazo de Alonso, cuya hija, secuestrada durante la dictadura, integra la nómina de los 30.000 desaparecidos. "Propuse a varios de los convocados que hiciéramos una obra con la temática del terrorismo de Estado, de modo que se convirtiera en un acto político de repudio, no sólo a los militares genocidas sino al gobierno que ya estaba preparando los indultos". La propuesta —rememoró el pintor— cayó en el vacío.
No fue la disidencia política desde donde se plantearon otras dos renuncias: la de Alfredo Hlito y la de Ennio Iomni. "No voy a decir por qué no acepté ni tampoco quiero hablar del tema del indulto", se atajó el primero; en tanto que el segundo no tuvo empacho en admitir que su negativa a remozar las paredes oficiales nada tuvo que ver con el indulto ("al que repudio"), sino que obedeció a razones económicas. 'Yo no trabajo gratis, por eso, renuncié", dijo, y agregó: "El gobierno a mí me cobra impuestos. Si yo llamo a un plomero, le pago". Después, revelando una aguda visión para los negocios, remató: "Además, el artista no debe regalar su obra, porque pierde valor artístico y comercial".
En total discrepancia con la posición de Alonso y Distéfano, el pintor Ricardo Carpani, pese a haberse definido públicamente contra el indulto, ("Me parece una aberración, un retroceso en sentido democrático, que no sólo no soluciona sino que agrava los problemas que pretende solucionar") aceptó la invitación presidencial. ¿No es una contradicción?, hubo que despejar. "No, porque no es la casa de este gobierno, sino que pertenece al pueblo argentino". Pero la convocatoria la hizo Menem, fue necesario insistir. "¿Qué tiene que ver que haya sido Menem? Lo mismo hubiera podido ser Alfonsín", contestó, con un tono cercano a la irritación. Yo no asocio para nada una cosa, con la otra. Relacionarlas es un poco traído de los pelos", dijo, refutando. Luego, más calmo, aclaró que a los artistas no les pagarán ningún sueldo por sus obras ("la mía es un panel con el tema de Martín Fierro"), y deslizó, por último, una reflexión: "Frente a esta convocatoria, hay dos políticas posibles: una es no regalar espacios de poder y la otra es renunciar y tener una cierta tranquilidad de conciencia, que no es nada productiva"
Parecidas argumentaciones esgrimió el pintor Felipe Noé, quien tampoco se ha mostrado tibio a la hora de denostar el indulto, como lo prueba la inclusión de su firma —junto a la de Carpani— en una solicitada de los artistas plásticos contra la medida gubernamental. "Sólo la verdad y la justicia pueden ser el punto de partida para la unidad del país. No perdón a quien quiere, sino quien puede", dijo, categórico, cuando se le requirió su opinión sobre el tema. Pero, entonces, ¿por qué conceder en el arte lo que no se concede en la política?, se intentó saber. ¿No son actitudes incompatibles? "Me han pedido, en un momento de crisis, que done una obra para la casa de gobierno y me parece bien que el arte argentino esté representado ahí", fue la respuesta. Y aún más: "No veo ninguna exigencia de otro orden (que me paguen o el indulto) para no aceptar esa invitación". Después, aventurándose en el terreno cenagoso de la política, Noé propuso: "No se puede obrar frente a este gobierno como si fuese un gobierno de facto, porque a éste lo eligió el pueblo". Él no lo votó, claro, pero ¿por qué no apoyar lo que está bien y oponerse a lo que esté mal?, se preguntó, en un acceso de pragmatismo.
"Podré contarle con orgullo a mis hijos que hay un cuadro mío en la casa de gobierno", se ufanó, a su turno, el pintor Luis Wells, otro de los seleccionados para colgar obra en la casona de Balcarce 50. El tema del indulto logró sobresaltarlo ("Me parece una locura que dejen a esos tipos sueltos"), pero rápidamente abrió el paraguas: "Ojo, que por el hecho de colgar una pintura mía en la Casa Rosada, yo no estoy avalando ninguna política. Al contrario, me siento honrado por eso. ¿Queda claro?". No del todo, pero el tiempo de la entrevista ha terminado y no hay forma de insistir. '
En la misma vertiente de excusar a la Belleza cuando se pone del lado de los reyes, se ubicó el pintor Alejandro Puente, a quien el espanto que le provocó el indulto no le impidió acceder al reclamo presidencial. Justificó su aquiescencia con el ejemplo de los muralistas mexicanos, entre los cuales hay nombres de innegable lustre. "Importa poco si esas pinturas estuvieron asociadas a un partido político o no. Los muralistas trascendieron, pero ya nadie se acuerda de quién los convocó. Yo quiero disociar al intelectual de los avatares políticos. Las obras quedan, los avatares se olvidan", dijo, y de inmediato aclaró: "De todos modos, yo firmé contra el indulto". La inevitable pregunta acerca de las contradicciones mereció, esta vez, la siguiente respuesta: "En un mundo tan fraccionado como éste, nadie escapa a la contradicción. Imagínese lo que le puede pasar a un intelectual del Este que apostó a un sistema que después se derrumbó. Las cosas no son tan claras, dependen de los contextos en que ocurren". ¿No importan, entonces, las condiciones sociales en que un artista produce sus obras?, se intentó profundizar. "Justamente por eso yo decía que hay que separar al intelectual de los partidos", retomó Puente, para finalizar conjeturando: "A lo mejor, estos cuadros se cuelgan ahora en la casa de gobierno y, dentro de cuatro o cinco años, viene otro presidente y los baja".
La misma divisoria de aguas entre el arte y la política enmarcó la respuesta de Nicolás García Uriburu, quien anunció que donará el cuadro pedido "porque es para el país y no para el Presidente". Agradeció a Menem el haber juntado tendencias tan diferentes y acabó dictaminando: "El arte está por encima de los partidos. Es una cosa muy pura, no hay que contaminarla". ¿El indulto no lo contamina?, hubo que preguntar. "Los artistas no somos gente de partido", eligió responder, y enderezó sus críticas no a la medida sino a la metodología que empleó el gobierno: "Habría que haber consultado al pueblo, como en Uruguay, y no que lo decidiera una sola persona", enfatizó.
La inclusión de Ary Brizzi entre los oficialmente invitados a realizar obras para la actual administración generó una oleada de reacciones entre los plásticos porteños. Todavía está fresco el escándalo que produjo, en el '85 —época de Alfonsín— su designación como jurado del Salón Nunca Más. "Los pintores lo repudiamos masivamente por su complicidad con la dictadura", recuerda Emei Bedoya." El atacado se defiende: "Dijeron que yo no podía ser jurado porque viajé con Videla a Venezuela, pero se olvidan de que, en esa gira, Videla llevó a una serie de personalidades, como Fangio y Favaloro. Hoy, de lo único que se acuerdan es de que iba yo".
El tema del indulto es otro punto de fricción entre Brizzi y sus colegas. "En gran parte estoy de acuerdo con esa medida, porque si no ¿cómo se va a conseguir la unidad nacional?", pregunta, y seguidamente amonesta: "No se pueden seguir poniendo trabas ideológicas constantes".
Un camino más esquivo fue el que transitó el pintor Jorge Demirjián cuando se le requirió su posición sobre el indulto. "Por teléfono no pienso opinar", dijo, un tanto ofuscado. ¿Y personalmente? "Tampoco. De ese tema no quiero hablar. Prefiero sentarme en mi casa a esperar", contestó, dando por finalizado el diálogo. Lo que no podrá evitar, mientras espera, son las largas jornadas de caballete que tiene por delante. Las obras —según lo estipulado entre los creadores y el gobierno— deberán estar listas en un plazo no mayor de seis meses.
"Hace mucho tiempo que los políticos tomaron la costumbre de pedir algunos pequeños servicios al artista. También desde hace mucho tiempo, renegados condecorados demostraron que la pintura muere en el mismo instante en que se pretende utilizarla para fines extraños", escribió Jean Paul Sartre en El pintor sin privilegios. Los cuadros y esculturas que adornarán la Casa Rosada, por reclamo de Menem, permitirán verificar hasta qué punto es o no cierta esa reflexión, hasta dónde es posible la belleza si se traiciona "la cólera o el dolor de los hombres", si se niega la Historia o se pretende borrarla.
Cuando esas obras encuentren su destino burocrático —en un tiempo y bajo un régimen pródigo en borramientos y negaciones—volverá a cobrar vigencia aquel memorable epigrama de Walter Benjamín: "No existe documento de civilización que no sea, al mismo tiempo, un documento de barbarie".
(Sur, 3 de diciembre de 1989]
—¿Y antes del consejo, tampoco tenía ninguna opinión?
—Sí, pero me la reservo.
Breve y cortante ha sido el diálogo. Imposible avanzar más allá. Del otro lado de la línea telefónica, el pintor Kenneth Kemble ha elegido la cautela y es posible conjeturar el porqué: en este mes de diciembre de 1989, el perdón presidencial a las culpas y culpables de la dictadura militar ha conmocionado a buena parte del país.
Kemble integra el grupo de artistas plásticos que, al comienzo de su gestión, Menem favoreció con una misión de alto vuelo: realizar una obra para la casa de gobierno. La selección no ha sido fácil. Arduas sesiones con una Comisión de Arte Argentino —creada ad hoc— dieron como resultado una lista de veinticinco nombres de variada fama dentro de la plástica nativa. Algo que —premios nacionales y extranjeros mediante— los críticos suelen resumir con el lugar común de "valores consagrados". Allí figuraban, entre otros, Clorindo Testa, Carlos Polesello, Nicolás García Uriburu, Felipe Noé, Ricardo Carpani, Carlos Alonso, Marta Minujin, Ennio Iommi, Juan Carlos Distéfano, Ari Brizzi, Carlos Gorriarena y Jorge Demirjián.
Poco después de la elección, hubo un acto oficial en la Rosada, donde los artistas sellaron, ante la plana mayor del gobierno, su compromiso de llevar adelante la tarea encomendada. No estaban todos los que eran, pero sí la mayoría. Entre el fluir de los besamanos y los cumplidos de rigor, pudo advertirse un aire de desconcierto en algunos de los convocados, producto, sin duda, de aquel suceso extraordinario por el que habían devenido, repentinamente, en miembros de la corte.
Las divergencias ideológicas de los artistas tocados por la varita oficial provocaron que uno de los asistentes calificara aquel acto, que mezcló biblias con calefones, como "el más pintoresco" que jamás había tenido lugar en semejante recinto. A la hora de los discursos, desde la tarima en que Amalia Fortabat repartía gélidas sonrisas, Menem declamó: "El Estado no debe darles una mano a los artistas argentinos, sino la mano de construir un país en el que sea posible crear, y en libertad". Ya para entonces —agosto del '89— arreciaban las versiones sobre la intención presidencial de absolver a los condenados por graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante el régimen militar.
Si el eco cada vez más atronador de los rumores no llegó a empañar aquella reunión social que casó al arte con la política, motorizó, en cambio dos deserciones de peso entre los veinticinco elegidos: la del escultor Juan Carlos Distéfano y la del pintor Carlos Alonso. "En mi caso, podrían haber coexistido distintas razones para negarme, pero la de mayor gravitación fue, sin duda, la de no sentirme éticamente motivado", explicó Distéfano. "En ese momento, ya se anunciaba el otorgamiento del indulto y consideré que la convocatoria oficial implicaba, en cierta medida, una solidaridad, de tipo político", terminó ajustando. Según el escultor, discutió el tema con varios colegas y llegó a la conclusión de que la donación de una obra al templo gubernamental "sólo se justificaría con la ejecución de una pieza, de contenido altamente revulsivo, cuya aceptación podría resultar improbable".
Por el mismo andarivel transitó el rechazo de Alonso, cuya hija, secuestrada durante la dictadura, integra la nómina de los 30.000 desaparecidos. "Propuse a varios de los convocados que hiciéramos una obra con la temática del terrorismo de Estado, de modo que se convirtiera en un acto político de repudio, no sólo a los militares genocidas sino al gobierno que ya estaba preparando los indultos". La propuesta —rememoró el pintor— cayó en el vacío.
No fue la disidencia política desde donde se plantearon otras dos renuncias: la de Alfredo Hlito y la de Ennio Iomni. "No voy a decir por qué no acepté ni tampoco quiero hablar del tema del indulto", se atajó el primero; en tanto que el segundo no tuvo empacho en admitir que su negativa a remozar las paredes oficiales nada tuvo que ver con el indulto ("al que repudio"), sino que obedeció a razones económicas. 'Yo no trabajo gratis, por eso, renuncié", dijo, y agregó: "El gobierno a mí me cobra impuestos. Si yo llamo a un plomero, le pago". Después, revelando una aguda visión para los negocios, remató: "Además, el artista no debe regalar su obra, porque pierde valor artístico y comercial".
En total discrepancia con la posición de Alonso y Distéfano, el pintor Ricardo Carpani, pese a haberse definido públicamente contra el indulto, ("Me parece una aberración, un retroceso en sentido democrático, que no sólo no soluciona sino que agrava los problemas que pretende solucionar") aceptó la invitación presidencial. ¿No es una contradicción?, hubo que despejar. "No, porque no es la casa de este gobierno, sino que pertenece al pueblo argentino". Pero la convocatoria la hizo Menem, fue necesario insistir. "¿Qué tiene que ver que haya sido Menem? Lo mismo hubiera podido ser Alfonsín", contestó, con un tono cercano a la irritación. Yo no asocio para nada una cosa, con la otra. Relacionarlas es un poco traído de los pelos", dijo, refutando. Luego, más calmo, aclaró que a los artistas no les pagarán ningún sueldo por sus obras ("la mía es un panel con el tema de Martín Fierro"), y deslizó, por último, una reflexión: "Frente a esta convocatoria, hay dos políticas posibles: una es no regalar espacios de poder y la otra es renunciar y tener una cierta tranquilidad de conciencia, que no es nada productiva"
Parecidas argumentaciones esgrimió el pintor Felipe Noé, quien tampoco se ha mostrado tibio a la hora de denostar el indulto, como lo prueba la inclusión de su firma —junto a la de Carpani— en una solicitada de los artistas plásticos contra la medida gubernamental. "Sólo la verdad y la justicia pueden ser el punto de partida para la unidad del país. No perdón a quien quiere, sino quien puede", dijo, categórico, cuando se le requirió su opinión sobre el tema. Pero, entonces, ¿por qué conceder en el arte lo que no se concede en la política?, se intentó saber. ¿No son actitudes incompatibles? "Me han pedido, en un momento de crisis, que done una obra para la casa de gobierno y me parece bien que el arte argentino esté representado ahí", fue la respuesta. Y aún más: "No veo ninguna exigencia de otro orden (que me paguen o el indulto) para no aceptar esa invitación". Después, aventurándose en el terreno cenagoso de la política, Noé propuso: "No se puede obrar frente a este gobierno como si fuese un gobierno de facto, porque a éste lo eligió el pueblo". Él no lo votó, claro, pero ¿por qué no apoyar lo que está bien y oponerse a lo que esté mal?, se preguntó, en un acceso de pragmatismo.
"Podré contarle con orgullo a mis hijos que hay un cuadro mío en la casa de gobierno", se ufanó, a su turno, el pintor Luis Wells, otro de los seleccionados para colgar obra en la casona de Balcarce 50. El tema del indulto logró sobresaltarlo ("Me parece una locura que dejen a esos tipos sueltos"), pero rápidamente abrió el paraguas: "Ojo, que por el hecho de colgar una pintura mía en la Casa Rosada, yo no estoy avalando ninguna política. Al contrario, me siento honrado por eso. ¿Queda claro?". No del todo, pero el tiempo de la entrevista ha terminado y no hay forma de insistir. '
En la misma vertiente de excusar a la Belleza cuando se pone del lado de los reyes, se ubicó el pintor Alejandro Puente, a quien el espanto que le provocó el indulto no le impidió acceder al reclamo presidencial. Justificó su aquiescencia con el ejemplo de los muralistas mexicanos, entre los cuales hay nombres de innegable lustre. "Importa poco si esas pinturas estuvieron asociadas a un partido político o no. Los muralistas trascendieron, pero ya nadie se acuerda de quién los convocó. Yo quiero disociar al intelectual de los avatares políticos. Las obras quedan, los avatares se olvidan", dijo, y de inmediato aclaró: "De todos modos, yo firmé contra el indulto". La inevitable pregunta acerca de las contradicciones mereció, esta vez, la siguiente respuesta: "En un mundo tan fraccionado como éste, nadie escapa a la contradicción. Imagínese lo que le puede pasar a un intelectual del Este que apostó a un sistema que después se derrumbó. Las cosas no son tan claras, dependen de los contextos en que ocurren". ¿No importan, entonces, las condiciones sociales en que un artista produce sus obras?, se intentó profundizar. "Justamente por eso yo decía que hay que separar al intelectual de los partidos", retomó Puente, para finalizar conjeturando: "A lo mejor, estos cuadros se cuelgan ahora en la casa de gobierno y, dentro de cuatro o cinco años, viene otro presidente y los baja".
La misma divisoria de aguas entre el arte y la política enmarcó la respuesta de Nicolás García Uriburu, quien anunció que donará el cuadro pedido "porque es para el país y no para el Presidente". Agradeció a Menem el haber juntado tendencias tan diferentes y acabó dictaminando: "El arte está por encima de los partidos. Es una cosa muy pura, no hay que contaminarla". ¿El indulto no lo contamina?, hubo que preguntar. "Los artistas no somos gente de partido", eligió responder, y enderezó sus críticas no a la medida sino a la metodología que empleó el gobierno: "Habría que haber consultado al pueblo, como en Uruguay, y no que lo decidiera una sola persona", enfatizó.
La inclusión de Ary Brizzi entre los oficialmente invitados a realizar obras para la actual administración generó una oleada de reacciones entre los plásticos porteños. Todavía está fresco el escándalo que produjo, en el '85 —época de Alfonsín— su designación como jurado del Salón Nunca Más. "Los pintores lo repudiamos masivamente por su complicidad con la dictadura", recuerda Emei Bedoya." El atacado se defiende: "Dijeron que yo no podía ser jurado porque viajé con Videla a Venezuela, pero se olvidan de que, en esa gira, Videla llevó a una serie de personalidades, como Fangio y Favaloro. Hoy, de lo único que se acuerdan es de que iba yo".
El tema del indulto es otro punto de fricción entre Brizzi y sus colegas. "En gran parte estoy de acuerdo con esa medida, porque si no ¿cómo se va a conseguir la unidad nacional?", pregunta, y seguidamente amonesta: "No se pueden seguir poniendo trabas ideológicas constantes".
Un camino más esquivo fue el que transitó el pintor Jorge Demirjián cuando se le requirió su posición sobre el indulto. "Por teléfono no pienso opinar", dijo, un tanto ofuscado. ¿Y personalmente? "Tampoco. De ese tema no quiero hablar. Prefiero sentarme en mi casa a esperar", contestó, dando por finalizado el diálogo. Lo que no podrá evitar, mientras espera, son las largas jornadas de caballete que tiene por delante. Las obras —según lo estipulado entre los creadores y el gobierno— deberán estar listas en un plazo no mayor de seis meses.
"Hace mucho tiempo que los políticos tomaron la costumbre de pedir algunos pequeños servicios al artista. También desde hace mucho tiempo, renegados condecorados demostraron que la pintura muere en el mismo instante en que se pretende utilizarla para fines extraños", escribió Jean Paul Sartre en El pintor sin privilegios. Los cuadros y esculturas que adornarán la Casa Rosada, por reclamo de Menem, permitirán verificar hasta qué punto es o no cierta esa reflexión, hasta dónde es posible la belleza si se traiciona "la cólera o el dolor de los hombres", si se niega la Historia o se pretende borrarla.
Cuando esas obras encuentren su destino burocrático —en un tiempo y bajo un régimen pródigo en borramientos y negaciones—volverá a cobrar vigencia aquel memorable epigrama de Walter Benjamín: "No existe documento de civilización que no sea, al mismo tiempo, un documento de barbarie".
(Sur, 3 de diciembre de 1989]
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