OBJETOS MONETARIOS Y MONEDA PRIMITIVA 
Paul Einzig recogió en su libro Primite Money (1949) una asombrosa variedad de objetos utilizados con fines monetarios, esto es, utilizados al menos en los intercambios de bienes y servicios. Antes de entrar a analizar en profundidad algunos casos podemos describir esta amplísima variedad de objetos usados históricamente como medio de cambio en los siguientes términos:
• Objetos de uso monetario que conservan todo su valor de uso: bienes de consumo, productos manufacturados y materias primas. Ejemplos: sal, metales, nuez de cola, tejidos de algodón o rafia, esteras, ganado, armas, útiles, tabaco, té, pimienta, cigarrillos...
• Monedas primitivas: bienes con valor convencional sin utilidad directa ni indirecta excepto como adornos. Divisibles, homogéneos y duraderos. Africa: cauris (pequeñas conchas importadas desde la Edad Media de las Islas Maldivas hasta el siglo XIX), cuentas de vidrio (Palaos), sistema de conchas de diferentes medidas y tamaños (Isla Rossel) o artesanías realizadas con conchas (wampun).
Además de estas dos categorías podemos distinguir la existencia de objetos manufacturados con valor simbólico, sin valor de uso real, y que sirven de medio de intercambio, como objetos de hierro o de cobre que imitan en miniatura útiles, adornos o armas. Se trata de objetos poco manejables y no divisibles.
No incluimos en esta categoría los vaigu’a del kula ni, en general, los objetos preciosos que, aunque circulen, no sirven como medio de cambio por otros bienes sino que se intercambian contra objetos de su misma categoría.
A continuación analizaremos algunos ejemplos de moneda primitiva.
LA SAL DE LOS BARUYA
Entre los baruya de Nueva Guinea20 existen unos especialistas encargados de fabricar unas barras de sal que se utilizan en los intercambios con otras tribus y que son consumidas de forma ritual en el interior. Aunque existen otros objetos (collares de concha) que se utilizan en intercambios, su extensión es mucho más limitada.
Fabricación de la sal
La sal se extrae de las cenizas de una planta cultivada, una especie de caña de sal que los baruya siembran en zonas irrigadas natural o artificialmente.
Una vez cortadas, filtradas y secas, las cañas se queman para que sus cenizas se puedan mezclar con agua. La solución salada resultante se libera lentamente del agua en grandes hornos de sal. Cuando el proceso, que dura dos días y una noche, llega a su fin, se obtienen unas quince barras de sal cristalizada que pesan entre 2 y 3 kilos cada una. La cristalización en los hornos se confia a un especialista que alimenta el fuego, elimina las impurezas que se depositan en la sal, etc. Estas actividades están fuertemente ritualizadas. Mientras dura su trabajo, este especialista no puede poner los pies en su hogar y tiene prohibido mantener relaciones sexuales con mujeres. Si no se atuviera a esas interdicciones, la sal se convertiría en agua y su propietario no podría intercambiarla. Todos los clanes de los baruya disponen de campos de cañas de sal habilitados en las orillas de los ríos. Al especialista, que detenta un saber mágico, se le agradece su trabajo con el don de una o dos barras de sal. (Godelier,1998: 197).
20 En este apartado glosamos de forma amplia la descripción realizada por Godelier en El enigma del don (1996), Economía, fetichismo y religión en las sociedades primitivas (1974) yLa producción de los Grandes hombres. Poder y dominación masculina entre los baruya de Nueva Guinea (1986).
En la siguiente Ilustración puede apreciarse la distribución de estos trabajos:
Paul Einzig recogió en su libro Primite Money (1949) una asombrosa variedad de objetos utilizados con fines monetarios, esto es, utilizados al menos en los intercambios de bienes y servicios. Antes de entrar a analizar en profundidad algunos casos podemos describir esta amplísima variedad de objetos usados históricamente como medio de cambio en los siguientes términos:
• Objetos de uso monetario que conservan todo su valor de uso: bienes de consumo, productos manufacturados y materias primas. Ejemplos: sal, metales, nuez de cola, tejidos de algodón o rafia, esteras, ganado, armas, útiles, tabaco, té, pimienta, cigarrillos...
• Monedas primitivas: bienes con valor convencional sin utilidad directa ni indirecta excepto como adornos. Divisibles, homogéneos y duraderos. Africa: cauris (pequeñas conchas importadas desde la Edad Media de las Islas Maldivas hasta el siglo XIX), cuentas de vidrio (Palaos), sistema de conchas de diferentes medidas y tamaños (Isla Rossel) o artesanías realizadas con conchas (wampun).
Además de estas dos categorías podemos distinguir la existencia de objetos manufacturados con valor simbólico, sin valor de uso real, y que sirven de medio de intercambio, como objetos de hierro o de cobre que imitan en miniatura útiles, adornos o armas. Se trata de objetos poco manejables y no divisibles.
No incluimos en esta categoría los vaigu’a del kula ni, en general, los objetos preciosos que, aunque circulen, no sirven como medio de cambio por otros bienes sino que se intercambian contra objetos de su misma categoría.
A continuación analizaremos algunos ejemplos de moneda primitiva.
LA SAL DE LOS BARUYA
Entre los baruya de Nueva Guinea20 existen unos especialistas encargados de fabricar unas barras de sal que se utilizan en los intercambios con otras tribus y que son consumidas de forma ritual en el interior. Aunque existen otros objetos (collares de concha) que se utilizan en intercambios, su extensión es mucho más limitada.
Fabricación de la sal
La sal se extrae de las cenizas de una planta cultivada, una especie de caña de sal que los baruya siembran en zonas irrigadas natural o artificialmente.
Una vez cortadas, filtradas y secas, las cañas se queman para que sus cenizas se puedan mezclar con agua. La solución salada resultante se libera lentamente del agua en grandes hornos de sal. Cuando el proceso, que dura dos días y una noche, llega a su fin, se obtienen unas quince barras de sal cristalizada que pesan entre 2 y 3 kilos cada una. La cristalización en los hornos se confia a un especialista que alimenta el fuego, elimina las impurezas que se depositan en la sal, etc. Estas actividades están fuertemente ritualizadas. Mientras dura su trabajo, este especialista no puede poner los pies en su hogar y tiene prohibido mantener relaciones sexuales con mujeres. Si no se atuviera a esas interdicciones, la sal se convertiría en agua y su propietario no podría intercambiarla. Todos los clanes de los baruya disponen de campos de cañas de sal habilitados en las orillas de los ríos. Al especialista, que detenta un saber mágico, se le agradece su trabajo con el don de una o dos barras de sal. (Godelier,1998: 197).
20 En este apartado glosamos de forma amplia la descripción realizada por Godelier en El enigma del don (1996), Economía, fetichismo y religión en las sociedades primitivas (1974) yLa producción de los Grandes hombres. Poder y dominación masculina entre los baruya de Nueva Guinea (1986).
En la siguiente Ilustración puede apreciarse la distribución de estos trabajos:
La producción de la sal entre los baruya de Nueva Guinea (Godelier, 1974)
Consumo ritual de la sal 
Entre los baruya, la sal se consume en los momentos socialmente importantes (iniciaciones masculinas, iniciaciones femeninas, etc.).
La sal en cuestión no es sódica, sino potásica. Proporciona un sabor salado a los alimentos, pero en fuertes dosis constituye un poderoso veneno. Se considera que la sal es una fuente de fuerza que se acumula en el hígado, un órgano lleno de sangre que, para los baruya, constituye el lugar donde se concentra toda la fuerza contenida en los individuos. Más secretamente, la sal se asocia al esperma, a la fuerza masculina. Por eso su fabricante es un hombre, y debe tener prohibido todo contacto sexual cuando procede a la cristalización de la sal. Entre los baruya, la sal tiene dos usos y dos modos de circulación posibles. En el interior de la tribu es objeto de repartos, de una redistribución por medio del don. Y aunque finalmente se consuma, se hace sólo en contextos rituales. Por ejemplo, los padres de los iniciados donan pedazos de sal a los hombres que inician a su hijos para que aquéllos la mastiquen y escupan su jugo sobre los alimentos ceremoniales. Pero también se puede donar una barra de sal a un chamán que haya expulsado un espíritu maligno del cuerpo de alguien, al menos cuando el propio chamán lo desea.
En suma, la sal se redistribuye principalmente a través de las relaciones de parentesco, de vecindario, de coiniciación, etc. Nunca circula, entre los baruya, como una mercancía, sino como un objeto de don, un don contra el cual no se espera por lo demás contradón alguno, ni directo ni diferido. (pp. 01)
Comercio exterior de la sal
La mayor parte de la sal de los baruya no se produce para consumirla en estos contextos rituales sino para comerciar con las tribus vecinas. Los baruya realizan viajes (“con el cuerpo pintado con signos mágicos que los protegen de los brujos enemigos y de los malos espíritus”) para encontrarse con sus socios comerciales, los cuáles garantizan su seguridad.
Los intercambios se hacen ante su puerta, en un espacio que funciona durante algún tiempo como zona de paz y como mercado. La sal se intercambia entonces por diversas categorías de bienes: medios de producción (herramientas de piedra, de acero, etc.), medios de destrucción (arcos, flechas,
etc.), medios de reproducción social (plumas de ave del paraíso, de casuario, cauris, grandes conchas, y otros tantos ornamentos y motivos necesarios para engalanar a los iniciados, los guerreros, las jóvenes iniciadas, las mujeres casadas, etc.), bienes de consumo cotidiano (capas de corteza, mallas de cuerda trenzada), y cerdos pequeños.
Se trata de una mercancía que sirve para medir el valor de otras mercancías. Por ejemplo, una barra mediana se cambia por cuatro grandes capas de corteza o, antiguamente, por dos láminas de piedra pulida para fabricar azuelas, en lo que constituye un sistema de “precios”.
La sal es, además, divisible, pues se puede partir en trozos y esa división no reduce su valor de uso, algo que no ocurre con una capa de corteza o con una azuela de piedra.
No obstante, nos parece que la sal sirve de moneda igualmente por otra razón: porque, tanto a los ojos de las tribus vecinas como para los mismos baruya, la sal contiene una fuerza de vida mágico-religiosa, algo propio del universo de los kwaimarnié, de los objetos sagrados. Además, tanto unos como otros, la emplean exclusivamente en contextos rituales, aunque sus ritos sean diferentes y no provengan siempre de la misma cultura. Cabe señalar sin embargo que, cuando venden su sal, los baruya no se sienten ligados personalmente a aquéllos con quienes la intercambian por herramientas o capas de corteza. Tienen y deben tener vínculos personales con el «corresponsal» que les hospeda, les protege y pregona su llegada con la sal. Pero no sienten obligación alguna frente a los que les compran la sal: ésta, en tanto que objeto, se separa completamente de su propietario. Así pues, para los baruya, los intercambios mercantiles revisten un carácter impersonal. Es cierto que, en circunstancias excepcionales, la sal puede no intercambiarse como mercancía entre los baruya y una tribu vecina; y donarse, en cambio, como prenda, para sellar un tratado de paz. Las barras de sal que se ofrecen en esas ocasiones ya no pueden intercambiarse ni consumirse: están ahí para recordar a los hombres un acuerdo político, pues contienen de hecho un juramento, y su don exige, por parte de los enemigos de ayer, un contradón que selle la amistad y la igualdad que la paz ha recobrado. En suma, las barras de sal no son buenas ni para comer ni para intercambiar; se donan para que se las conserve y para que sirvan de testimonio.
A pesar de estas características que la hacen tan preciada, los baruya no producen más sal de la que necesitan para procurarse los bienes necesarios.
La sal no se almacena, no puede ser utilizada como capital (Cf. Godelier,1998:203).
Entre los baruya, la sal se consume en los momentos socialmente importantes (iniciaciones masculinas, iniciaciones femeninas, etc.).
La sal en cuestión no es sódica, sino potásica. Proporciona un sabor salado a los alimentos, pero en fuertes dosis constituye un poderoso veneno. Se considera que la sal es una fuente de fuerza que se acumula en el hígado, un órgano lleno de sangre que, para los baruya, constituye el lugar donde se concentra toda la fuerza contenida en los individuos. Más secretamente, la sal se asocia al esperma, a la fuerza masculina. Por eso su fabricante es un hombre, y debe tener prohibido todo contacto sexual cuando procede a la cristalización de la sal. Entre los baruya, la sal tiene dos usos y dos modos de circulación posibles. En el interior de la tribu es objeto de repartos, de una redistribución por medio del don. Y aunque finalmente se consuma, se hace sólo en contextos rituales. Por ejemplo, los padres de los iniciados donan pedazos de sal a los hombres que inician a su hijos para que aquéllos la mastiquen y escupan su jugo sobre los alimentos ceremoniales. Pero también se puede donar una barra de sal a un chamán que haya expulsado un espíritu maligno del cuerpo de alguien, al menos cuando el propio chamán lo desea.
En suma, la sal se redistribuye principalmente a través de las relaciones de parentesco, de vecindario, de coiniciación, etc. Nunca circula, entre los baruya, como una mercancía, sino como un objeto de don, un don contra el cual no se espera por lo demás contradón alguno, ni directo ni diferido. (pp. 01)
Comercio exterior de la sal
La mayor parte de la sal de los baruya no se produce para consumirla en estos contextos rituales sino para comerciar con las tribus vecinas. Los baruya realizan viajes (“con el cuerpo pintado con signos mágicos que los protegen de los brujos enemigos y de los malos espíritus”) para encontrarse con sus socios comerciales, los cuáles garantizan su seguridad.
Los intercambios se hacen ante su puerta, en un espacio que funciona durante algún tiempo como zona de paz y como mercado. La sal se intercambia entonces por diversas categorías de bienes: medios de producción (herramientas de piedra, de acero, etc.), medios de destrucción (arcos, flechas,
etc.), medios de reproducción social (plumas de ave del paraíso, de casuario, cauris, grandes conchas, y otros tantos ornamentos y motivos necesarios para engalanar a los iniciados, los guerreros, las jóvenes iniciadas, las mujeres casadas, etc.), bienes de consumo cotidiano (capas de corteza, mallas de cuerda trenzada), y cerdos pequeños.
Se trata de una mercancía que sirve para medir el valor de otras mercancías. Por ejemplo, una barra mediana se cambia por cuatro grandes capas de corteza o, antiguamente, por dos láminas de piedra pulida para fabricar azuelas, en lo que constituye un sistema de “precios”.
La sal es, además, divisible, pues se puede partir en trozos y esa división no reduce su valor de uso, algo que no ocurre con una capa de corteza o con una azuela de piedra.
No obstante, nos parece que la sal sirve de moneda igualmente por otra razón: porque, tanto a los ojos de las tribus vecinas como para los mismos baruya, la sal contiene una fuerza de vida mágico-religiosa, algo propio del universo de los kwaimarnié, de los objetos sagrados. Además, tanto unos como otros, la emplean exclusivamente en contextos rituales, aunque sus ritos sean diferentes y no provengan siempre de la misma cultura. Cabe señalar sin embargo que, cuando venden su sal, los baruya no se sienten ligados personalmente a aquéllos con quienes la intercambian por herramientas o capas de corteza. Tienen y deben tener vínculos personales con el «corresponsal» que les hospeda, les protege y pregona su llegada con la sal. Pero no sienten obligación alguna frente a los que les compran la sal: ésta, en tanto que objeto, se separa completamente de su propietario. Así pues, para los baruya, los intercambios mercantiles revisten un carácter impersonal. Es cierto que, en circunstancias excepcionales, la sal puede no intercambiarse como mercancía entre los baruya y una tribu vecina; y donarse, en cambio, como prenda, para sellar un tratado de paz. Las barras de sal que se ofrecen en esas ocasiones ya no pueden intercambiarse ni consumirse: están ahí para recordar a los hombres un acuerdo político, pues contienen de hecho un juramento, y su don exige, por parte de los enemigos de ayer, un contradón que selle la amistad y la igualdad que la paz ha recobrado. En suma, las barras de sal no son buenas ni para comer ni para intercambiar; se donan para que se las conserve y para que sirvan de testimonio.
A pesar de estas características que la hacen tan preciada, los baruya no producen más sal de la que necesitan para procurarse los bienes necesarios.
La sal no se almacena, no puede ser utilizada como capital (Cf. Godelier,1998:203).
 
  

 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario