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lunes, 7 de diciembre de 2009

II BALOMA: LOS ESPIRITUS DE LOS MUERTOS EN LAS ISLAS TROBRIAND


II

Después de haber hablado del kosi, el frívolo y pacífico fantasma del difunto, que desaparece tras unos pocos días de oscura existencia, y de las mulukuausi, las pérfidas y peligrosas mujeres que se alimentan de carroña y atacan a los vivos, podemos pasar a la forma más importante del espíritu, a saber, el baloma. Llamo a ésta la forma principal en razón de que el baloma vive una existencia positiva y bien definida en la isla de Tuma, porque retorna de vez en cuando a su poblado, porque ha sido visitado y visto en Tuma por hombres dormidos y también en vela, y por los que estaban casi muertos y que sin embargo volvieron a la vida, porque desempeña un notable papel en la magia nativa e incluso recibe ofrendas y una clase de propiciación, y porque postula su realidad de la manera más radical al volver al lugar de la vida, o sea, en la reencarnación, y vivir así una continua existencia.
El baloma abandona el cuerpo inmediatamente después de la muerte y se va a Tuma. El camino tomado y la forma del viaje son esencialmente los mismos que los que un hombre tomaría para ir a Tuma desde su poblado. Tuma es una isla; por consiguiente será preciso navegar en piragua. Un baloma procedente de un poblado de la costa habrá de embarcar y pasar la mar hasta aquélla. Un espíritu de uno de los poblados del interior tendrá que irse en primer lugar a uno costero, desde el que sea costumbre embarcarse para Tuma. De esta suerte, desde Omarakana, un poblado situado casi en el centro de la parte norte de Boiowa (la isla principal del grupo de las Trobriand), el espíritu tendrá que dirigirse a Kaibuola, un poblado de la costa septentrional desde donde es fácil navegar hasta Tuma, principalmente durante la temporada del sudeste, en la que el viento procedente de tal latitud será abundante y la travesía en canoa será cuestión de pocas horas. En Olivilevi, un importante poblado de la costa oriental que yo visité en el transcurso de los milamala (la festividad anual de los espíritus), se supone que los baloma acampan en la playa, adonde han arribado en sus piraguas, que son de naturaleza «espiritual» e «inmaterial»; aunque expresiones tales impliquen tal vez más de lo que conciben los nativos. Una cosa es cierta, y ello es que ningún hombre ordinario podrá, en circunstancias normales, ver piraguas tales o cosa alguna que sea pertenencia de un baloma.
Como hemos visto al comienzo, cuando un baloma abandona el poblado y las gentes que le lloran, su relación con ellos se escinde; al menos por un tiempo los actos de luto no llegan hasta él ni influyen, de suerte alguna, en su bienestar. Su propio corazón está herido y se apena por los que ha dejado. En la playa de Tuma existe una piedra llamada Modawosi, en la que el espíritu se sienta y llora, mirando otra vez a las costas de Kiriwina. Pronto le oirán otros baloma y todos sus parientes y amigos vendrán a él, se sentarán en cuclillas y se unirán a sus quejumbres. Recuerdan entonces su propio, tránsito y se contristan al pensar en sus hogares y en todos los que dejaron atrás. Unos baloma lloran, otros cantan un himno monótono, que es lo que se hace en la gran vigilia mortuoria (iawali) tras el óbito de un hombre. A continuación el baloma se acerca a un pozo, llamado Gilala,  y lava sus ojos, lo que le hace invisible.  De aquí el espíritu se va a Dukupuala, un lugar del raiboag en donde están dos piedras llamado Dikumaio'i. El baloma golpea por turno ambos peñascos: el primero emite un sonoro ruido (kakupuana), pero al golpear el segundo la tierra tiembla (ioiu). Los baloma oyen tal estruendo, se congregan todos en derredor del recién llegado y le dan la bienvenida a Tuma.
En algún lugar, en el transcurso de esta venida, el espíritu ha de encontrarse con Topileta, el cacique de los poblados de los muertos. En qué estadio exacto recibe Topileta al extranjero fue algo que mis informadores no supieron decirme, pero es menester que sea en algún lugar durante sus primeras aventuras en Tuma, en razón de que Topileta no vive lejos de la piedra de Modawosi y de que se comporta como una especie de Cerbero o de san Pedro, en cuanto que admite al espíritu en el mundo del más allá y que incluso se supone que puede rechazarlo. Su decisión, no obstante, no se basa en consideraciones morales de ningún tipo, sino que simplemente está condicionada por la satisfacción que el pago recibido del recién llegado le proporciona. Tras el óbito, los parientes del difunto adornan el cadáver con todas las galas nativas que han sido posesión del muerto. También colocan sobre su cuerpo todos sus vaigu'a (objetos de valor)  y, en primer lugar, los filos de su hacha de ceremonia (beku). Suponen que el espíritu se lleva consigo tales objetos a Tuma ─desde luego en su aspecto «espiritual»─. Como los nativos explican llana y exactamente: «Del mismo modo que el baloma del hombre se va pero su cuerpo se queda, así también los baloma de las joyas y de las hojas del hacha se van a Tuma, aunque las cosas se queden».  El espíritu se lleva los objetos de valor en una cestita y le hace a Topileta un presente apropiado.
Es fama que tal paga se confiere por mostrar el camino correcto a Tuma. Topileta pregunta al viniente cuál ha sido la causa de su defunción. Para esto existen tres clases de muerte: como resultado de la magia negra, del veneno y del combate. También son tres los caminos que van a dar a Tuma y Topileta indica aquel que es apropiado al tipo de muerte que se ha sufrido. No hay virtud especial que tales caminos detenten, aunque mis informadores se mostraban unánimes al afirmar que la muerte en la guerra era una «buena muerte», que la causada por el veneno no lo es tanto y que la que resultaba de brujería era la peor de todas. Tales calificaciones significaban que un hombre preferiría morir una muerte antes que otra y que, aunque no implicaran atributo moral alguno conferido a ninguna de esas formas, una cierta fascinación por morir en la batalla y el temor a la brujería y la enfermedad parecían ser, de hecho, la causa de esas predilecciones.
Al lado de la muerte en la lid colocan los salvajes una forma de suicidio en la que el hombre trepa a un árbol y se arroja desde él (el nombre nativo es lo’u). Es ésta una de las dos formas de suicidio que se dan en Kiriwina y la practican tanto hombres como mujeres. El suicidio parece ser muy común.  Se realiza como un acto de justicia no sobre uno mismo, sino sobre alguna persona de cercana parentela que ha sido el ofensor. Como tal, es una de las más importantes instituciones legales existentes entre estos aborígenes. La psicología que subyace en él no es, sin embargo, tan simple y no podemos tratar aquí con detalle ese importante grupo de acciones.
Además del lo’u, el suicidio se comete también ingeriendo veneno, propósito para el que se usa el pez veneno o tuva.  Estas gentes, y las muertas por la vejiga biliosa del pez soka, también venenoso, siguen el segundo camino, o sea, el de los envenenados.
Los ahogados toman el mismo camino que los muertos en la guerra y ahogarse se considera también como una «buena muerte».
Viene, en último lugar, el grupo de todos aquellos que han muerto por magia negra. Los aborígenes admiten que pueden darse enfermedades debidas a causas naturales y distinguen éstas de las que ocasiona el embrujo de la magia negra. No obstante, de acuerdo con la opinión que prevalece, sólo estas últimas pueden ser mortales. Así, el tercer camino a Tuma incluye todos los casos de «muerte natural», en nuestro sentido de la palabra, esto es, de muerte que no se deba a un accidente obvio. Para la mente del nativo tales muertes son, como regla general, obra de brujería.  Los espíritus hembras siguen los mismos tres caminos que los de los varones y es la esposa de Topileta, llamada Bomiamuia, quien se los muestra. Hasta aquí lo que toca a las distintas clases de muerte.
Una mujer o un hombre que no puedan pagar la necesaria soldada a ese canciller de la ultratumba habrán de pasarlo muy mal. Semejante espíritu, expulsado de Tuma, será sepultado en el océano y convertido en un vaiaba, un pez mítico que posee la cabeza y la cola de un tiburón y el cuerpo de una pastinaca. Pero, con todo, el peligro de convertirse en un vaiaba no parece asomar de modo visible en la mente del aborigen, por el contrario, hallé en mi sondeo que tal desastre ocurría raramente, si es que lo hacía alguna vez, y mis informadores no supieron citarme ejemplo alguno. Cuando yo les pregunté de dónde sabían ellos tales cosas, di siempre con la respuesta usual de que «es vieja conseja» (tokunabogu livala). No hay, de esta suerte, ordalía alguna tras el morir, ni rendición de cuentas sobre la propia existencia que sea menester darle a nadie, ni pruebas que haya que pasar ni, en términos generales, dificultad alguna desde ésta a la otra vida.
En cuanto a la naturaleza de Topileta, el profesor Seligman escribe: «Topileta se asemeja a un hombre en todos los sentidos excepto en que tiene enormes orejas que se mueven continuamente; de acuerdo con una versión, pertenece al clan Malasi y parece vivir, en muchos respectos, la existencia ordinaria de un isleño trobriandés». Esta información fue recogida en la vecina isla de Kaileula (a la que el profesor Seligman llama Kadawaga), pero concuerda enteramente con lo que, en referencia a Topileta, se me dijo a mí. Más adelante el profesor Seligman escribe: «[Topileta] detenta ciertos poderes mágicos, puede causar terremotos a voluntad, y al envejecer, fabrícase una medicina que le torna joven, no sólo a él, sino también a su mujer e hijos.»
Los jefes aún conservan en Tuma su autoridad, y Topileta, a pesar de ser la más importante de las criaturas existentes en la isla, «es considerado obviamente distinto de todos los jefes difuntos, aunque no puede decirse que, en el sentido ordinario, sea el señor de los muertos; de hecho fue difícil descubrir que Topileta ejerciese en el otro mundo alguna autoridad».
En realidad, Topileta es un accesorio intrínseco de Tuma, pero, más allá de su encuentro inicial con cada uno de los espíritus, no interfiere en modo alguno en lo que éstos hacen allí. Es verdad que los caciques conservan su rango, aunque no estuviese claro para mis informadores el hecho de si ejercían alguna autoridad o no.  Además, Topileta es el auténtico propietario o señor de la tierra de los espíritus de Tuma y de los poblados.  Existen, en el mundo del más allá, tres poblados, a saber, Tuma propiamente dicha, Wabuaima y Walisiga. Topileta es el tolivalu (señor del poblado) en los tres pero mis informantes ignoraban si esto era un mero título o si tenía voz en asuntos importantes. Tampoco sabían si esos tres poblados estaban en relación con los tres caminos que conducen al mundo del más allá.
Después de habérselas con Topileta, el espíritu entra en el poblado en el que, desde entonces, habrá de habitar. Se encuentra siempre con alguno de sus deudos y los tales estarán a su lado hasta que se le encuentra o se le construye una casa. Los aborígenes se imaginan eso exactamente como acontece en este mundo, cuando un hombre ha de trasladarse a otra localidad, suceso que en absoluto es inusual entre los trobriandeses. Durante algún tiempo el extraño está muy triste y solloza. Sin embargo, se dan decididos intentos, por parte de los demás baloma y principalmente de los del sexo opuesto, para que esté a gusto en su nueva existencia y le inducen a crearse nuevos lazos y a que se olvide de los antiguos. Mis informadores (que eran todos varones) eran unánimes al declarar que un hombre recién llegado a Tuma se encuentra francamente asediado por los avances del bello y, en este mundo, ruboroso sexo. Al principio el espíritu desea llorar por los que ha dejado tras sí, y sus baloma parientes le protegen diciendo: «Aguardad, dejadle que tome su tiempo; dejadle que solloce». Si había gozado de un matrimonio dichoso y ha dejado a una viuda en la que piensa, es natural que desee quedarse a solas con su dolor por un tiempo más largo. Pero todo en vano; parece (repito que ésta es únicamente la opinión de los varones) que en el otro mundo hay muchas más mujeres que hombres y que todo luto prolongado las impacienta sobremanera. Si no pueden lograr sus fines de otro modo usarán de la magia, o sea del medio todopoderoso de hacerse con el afecto de otra persona. Las mujeres espíritus de Tuma no son ni menos expertas ni más escrupulosas en usar hechizos de amor que las mujeres vivas de Kiriwina. El dolor del extranjero se ve muy pronto vencido y aceptará la ofrenda llamada nabuoda'u, esto es, una cesta llena de bu'a (nuez de betel), mo'i (pimienta de betel) y hierbas aromáticas. Se le ofrece esto con las palabras «Kam paku» y, si lo acepta, los dos se pertenecen el uno al otro.  Un hombre puede esperar que su viuda se junte con él en Tuma, pero mis informadores no parecían inclinados a pensar que tal caso se les presentase a muchos. La culpa de lo cual recae por entero en las beldades de Tuma, quienes usan de una magia tan poderosa que ni siquiera la más fuerte fidelidad puede resistirla.
El espíritu, en cualquier caso, comienza una existencia feliz en Tuma, en donde pasa el tiempo de una vida,  hasta que vuelve a morir. Pero esta nueva muerte tampoco es una aniquilación completa, como veremos después.



  Este pozo esta situado no muy lejos de la costa, en el raiboag o pedregosa sierrilla coralina elevada y cubierta de árboles, que rodea a casi todas las islas más pequeñas del archipiélago y, a la mayor parte de la vasta isla de Boiowa. Todas las piedras y el pozo mencionados aquí son reales y pueden ser vistos por el hombre.
  Este efecto del agua de Gilala me fue explicado por uno de mis informadores; los demás no conocían el objeto de tal ablución, si bien todos afirmaban su existencia.
  Esto contradice la afirmación de que los baloma rodean al recién llegado y le ayudan en su duelo. Véanse más abajo, sec. VII, las observaciones sobre estas inherentes incongruencias.



  Los nativos distinguen estrictamente entre los vaigu'a (posesiones de valor) y los gugula (los restantes ornamentos preciosos y objetos de uso). Los principales objetos que entran en la clasificación de vaigu'a serán enumerados más adelante en el presente ensayo.

  En la práctica se despoja al cadáver de todos los objetos de valor con sumo cuidado y antes del entierro, e incluso vi cómo se extraían los pequeños pendientes de concha del lóbulo de las orejas, artículos ésos que ningún nativo dudaría en vender por media barra de tabaco (esto es, tres cuartos de penique). En cierta ocasión, cuando ya habían sepultado en mi presencia a un niño de corta edad, sobrevino entre los nativos una gran consternación y una seria discusión sobre si el cuerpo debía o no desenterrarse, en razón de que por error se había dejado en el cadáver un pobre y pequeño cinturón de kaloma (discos de concha).
  Durante mi estancia ocurrió el suicidio de un joven de un poblado vecino en la manera lo'u. Aunque vi el cadáver pocas horas después de haber muerto y presencié las ceremonias del duelo y entierro, sólo fue unos meses más tarde cuando supe que aquél había sido un suicidio y jamás me hice con las causas que lo motivaron. El reverendo E. S. Johns, director de la Misión Metodista de las Trobriand, me informó que a veces solía registrar tantos suicidios como dos por semana (por envenenamiento) en Kavataria, un grupo de importantes poblados situados en la inmediata vecindad de la misión. Mr. Johns me dice que los suicidios acaecen durante las epidemias y que han sido propiciados con el descubrimiento, por parte de los nativos, de que los blancos pueden inutilizar el veneno. El fin del suicidio es castigar a los supervivientes, o a alguno de ellos.
  El veneno se prepara con las raíces de una planta trepadora cultivada y su acción no es muy rápida, de modo que si se administra a tiempo algún emético generalmente puede salvarse la vida.
  Parece existir la posibilidad de morir a causa de la vejez, principalmente en el caso de ancianos muy insignificantes. A veces, al preguntar de qué se había muerto un hombre, di en recibir la respuesta de que «era ya muy viejo y débil, y fue y se murió». Pero al referirme al caso de M’tabalu, un hombre anciano y decrépito que era el cacique de Kasana'i, y preguntar si iba a fallecer pronto, se me dijo que de no ser víctima de un silami (embrujo maligno), no había razón por la que no pudiera seguir viviendo. También es preciso recordar que el silami es algo privado, de lo que no ha de hablarse si no es con íntimos amigos. Es menester destacar que la «ignorancia de la muerte natural» es la actitud típica y general que expresa la costumbre y que se refleja en las instituciones legales y morales que existen, y no alguna suerte de afirmación apodíctica que excluyera contradicciones o incertidumbres.



  Seligman, op. cit., p. 773.
  La distinción entre rango y autoridad es importante en la sociología de los kiriwineses. Los miembros de la sección Tabalu del clan Malasi gozan del rango más alto. El jefe de este clan detenta autoridad sobre el poblado de Omarakana y, en algún sentido, sobre una gran parte de la isla principal y de algunas adyacentes. Sin embargo, To'uluwa, el actual cacique de Omarakana, dudaba si retendría tal autoridad en Tuma, tras la muerte. Pero de lo que no abrigaba sombra de duda era de que tanto él como los demás Tabalu, al igual que toda persona, conservarían su rango respectivo y su pertenencia a un clan y un subclán. Para comprender esto cf. la excelente exposición del sistema social de las Trobriand que ofrece Seligman, op cit., cap. XLIX LIII.
  Para comprender esta afirmación el lector ha de conocer el sistema social de los kiriwineses (véase Seligman, op cit.). Existe una íntima relación entre cada poblado y cierta sección de un clan. Generalmente, aunque no siempre, esta sección desciende de un antepasado que surgió del suelo de la localidad. En todo caso, siempre se afirma que el cacique de tal grupo es el señor o el propietario de la tierra (tolipuaipucaia, de toli, un prefijo que, denota propiedad, señorío, y puaipucaia, suelo, terreno, tierra).

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