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sábado, 23 de enero de 2010

Cómo ser un cabecilla


Cuando un cabecilla de una orden, no dispone de medio físicos certeros para castigar a aquellos  que le desobedecen. Por consiguiente, si quiere  mantener su puesto, dará  pocas órdenes. El poder político genuino depende de su capacidad  para expulsar o extrerminar cualquier alianza previsible de individuos o grupos insumisos. Entre los esquimales, un grupo seguirá a un cazador destacado y atacará su opinión con respecto a la selección de cazaderos; pero en todos los demás asuntos, la opinión del "lider" no pesará máss que la de cualquier otro hombre. De manera similar, entre los !kung cada banda tiene sus "líderes" reconocidos, en su mayoría varones. Estos hombres toman la palabra con mayor frecuencia que los demás y se les escucha con algo más de deferencia, pero no poseen ninguna autoridad explícita y sólo pueden usar su fuerza de persuasión, nunca dar órdenes. Cuando Lee preguntó a los !kung si tenían "cabecillas" en el sentido de jefes poderosos, le respondieron: "Naturalmente que tenemos cabecillas. De hecho, todos somos cabecillas... cada  uno es su propio cabecilla."

Ser cabecilla puede resultar una responsabilidad frustrante y tediosa. Los cabecillas de los grupos indios brasileños como los mehinacos del Parque Nacionl Xingunos traen a la memoria la fervorosa actuación de los jefes de tropa de los boy-scouts durante una acampada de fin de semana. El primero en levantarse por la mañana, el cabaecilla intenta despabilar a sus compañeros gritándoles desde la plaza de la aldea. Si hay que hacer algo, es él que acomete la tarea y trabaja en ella con más ahinco que nadie. Da ejemplo no sólo de trabajador infatigable, sino también de generosidad. A la vuelta de una expedición de pesca o caza, cede una mayor porción de la captura que cualquier otro, y cuando comercia con otros grupos, pone gran cuidado en no quedarse con lo mejor.

Al anochecer reune a la gente en el centro de la aldea y les exhorta a ser buenos. Hace llamamientos para que controlen sus apetitos sexuales, se esfuercen en el cultivo de sus huertos y tomen frecuentes baños en el río. Les dice que no duerman durante el día y que no sean rencorosos. Y siempre evitará formular acusaciones contra individuos en concreto.

Robert Dentan describe un modelo de liderazgo parecido entre los semais de Malasia. Pese a los intentos por parte de los forasteros de reforzar el poder del líder semai, su cabecilla no dejaba de ser otra cosa que la figuraa más prestigiosa entre un grupo de iguales. En palabras de Dentan, el cabecilla  mantiene la paz mediante la conciliación antes que recurrir a la coerción. Tiene que ser persona respetada. De lo contraro, la gente se aparta de él o va dejando de prestarle atención. Además, la mayoría de las veces un buen cabecilla evalúa el sentimiento generalizado sobre un asunto y basa en ello sus decisiones, de manera que es más portavoz que formador de la opinión pública.

Así pues, no se hable más de la necesidad innata que siente nuestra especie de formar grupos jerárquicos. El observador que hubiera contemplado la vida humana al poco de arrancar el despegue cultural habría concluído fácilmente que nuestra especie estaba irremediablemente destinada al igualitarismo salvo en las distinciones de sexo y edad. Que un día el mundo iba a verse dividido en aristócratas y plebeyos, amos y esclavos, millonarios y mendigos, le habría parecido algo totalmente contrario a la naturaleza humana a juzgar por el estado de cosas imperantes en las sociedades humanas que por aquel entonces poblaban la Tierra.

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