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domingo, 3 de enero de 2010

MARIA MAGDALENA Y SU FATAL DESTINO -25-


Nolite dare sanctum canibus neque mitattis margaritas vestras ante porcos.
Ne forte conclucent las pedibus suis en conversi disrumpant vos.

Estaba observando un puente y vi venir del otro lado a un hombre anciano de pelo y barba blanca. ¡Es San Pedro! –me dije en voz alta- Pero en la medida que se iba acercando vi que no era un hombre, sino una mujer. No era sino Myriam de Magdala, la verdadera Jefa de la Iglesia Gnóstica de Cristo. Comprendí casi al instante que existe un templo de piedra y de materia regido por Simón Pedro y un templo sin piedras ni carne, pero que es el verdadero, a cargo de la esposa de Jesús el Cristo.
Luego se sucedieron muchos encuentros hasta el momento en que fui iniciado en el verbo-sacro. Y cedí mi templo al espíritu que desde entonces vive en mí. Y ese espíritu es parte de la verdadera iglesia del Salvador.
- Fluya la verdad entre los hombres.
Me dijo la Celeste esposa. Y he aquí que por imperativo del verbo, cuento lo que me enseñaron, viví y aprendí desde el principio de los tiempos.
“El Código da Vinci” de  Dan Brown  alude directamente a la figura de Myriam de Magdala. Pero establece una serie de afirmaciones incorrectas, que de nuevo distorsiona la vida y la figura de esta excelsa mujer. La Iglesia de Pedro, no sólo ignoró su mandato, sino que la insultó llamándola pecadora y adúltera, asegurándose así que la mujer no formara parte de la institución eclesial. El miedo a ser superado por la superior inteligencia de Myriam de Magdala, activó la reacción de Simón Pedro, que no sólo la excluyó, sino que como he citado previamente la consideró indigna.
Queda poco tiempo para la llegada del Celeste Esposo, y es justo que se restituya el honor y la consideración que merece su amada Myriam. Y en este empeño y por orden directa de mi Señor, ruego trasladen la información que pongo a continuación a la consideración general de los lectores.
Frater Ovilo Sinistrum
Per opera Domini terrae.

****

MAGDALA, 22 DE JULIO DEL AÑO -7 AC. (20:00 PM)
-¡Jerob!... ¡Jerob!....
Los gritos desde la orilla Norte del lago, hicieron volver la cabeza al rudo pescador. El pueblo de Magdala se estaba despertando, mientras que los pescadores llevaban ya faenando cuatro horas desde la madrugada. Era verano, y en aquellas latitudes el amanecer es como una suave caricia que reconforta el alma y seda el músculo.
Casi sin aliento los rudos brazos de aquel hombre comenzaron a bogar con fuerza mientras la vela de la embarcación caía sobre la cubierta. El alma en vilo, esperando el viejo milagro del nacimiento de Dios en el seno de una tierna madre, Y es que cada niño que nace en este mundo es un milagro generoso del Cosmos. La noche anterior había dejado a su esposa incómoda y con pequeñas contracciones. La partera y las mujeres de la familia le habían dicho que era cuestión de horas. La pesca de aquel día no iba a ser tanto de pescado, sino de tiernas sonrisas de su retoño.
Jerob remaba con fuerza mientras su mente se disparaba viendo a su hijo bogar ya de mayor junto a si en la cubierta de la destartalada barquichuela.
- Yo le enseñaré. Será el pescador más fuerte de todo el Tiberíades.
No se equivocaba del todo el rudo hombre del lago, pero en el  dulce regazo de su esposa no gemía un niño, sino una niña, y sí que sería pescadora, pero no de peces sino de almas.
Se le puso por nombre Myriam, y al nacer en el puerto de Magdala, se le conocería en la Historia como María Magdalena, la que fuera compañera del maestro Jesús el Cristo.
Jerob se había rendido ante las sonrisas y la mirada tierna de su hija, ya no le importaba que fuera mujer en vez de varón. Ya nacería más tarde un niño, pero aquella hija llenaba de alegría el corazón de los esposos y cada segundo de su precario tiempo lo empleaba en sentarse junto a la cuna de su pequeña, mientras que su imaginación volaba, viendo una multitud de nietos correteando por el patio.
- A lo mejor entre ellos nace el Mesías prometido.
Luego reflexionaba suponiendo que se había excedido y quizás, si no era el Mesías, podría llegar a ser el Sumo Sacerdote del pueblo judío, o en todo caso alguien importante que diera a su precaria existencia un significado más elevado que el olor penetrante del pescado que día a día sacaba del lago.

Myriam, que igualmente se llamaba la madre se inquietaba con el paso del tiempo, puesto que su hija no fijaba a veces la mirada en ella o seguía el eco de su voz. Parecía que la niña miraba por encima de las cabezas de las personas que la visitaban o bien se reía y gesticulaba como si en la sombra o en el espacio libre de alrededor de la cuna, se encontraran personajes invisibles. Unas veces lloraba y parecía aterrorizada de la supuesta visión y otras tantas se reía y parecía hacer ademanes de marchar hacia el punto que sólo ella veía.
Cierto día en que la pequeña parecía hablar con un personaje invisible frente a su cuna, aconteció algo que heló la sangre de su madre. Y es que poco a poco, quedamente, vio como su pequeña se elevaba ingrávida sobre el lecho extendiendo los brazos hacia el infinito.
Aquel acto la dejó perpleja pero terriblemente asustada, pero decidió no decir nada a Jerob, puesto que no era algo fácil de explicar a un hombre y mucho menos a las vecinas de un pueblo tremendamente supersticioso. ¿Qué pensarían de su familia si contaba los episodios alucinantes que cada día vivía con su pequeño angelito?
Fueron muchas las veces que la niña levitara en la cuna, otras tantas e incluso con pocos meses, comenzaba a hablar en una jerga ininteligible, con personajes invisibles. Incluso a veces la habitación se llenaba de extraños perfumes como nardos silvestres y con el olor del incienso.
Finalmente Jerob, pudo acceder a estos espectáculos y el miedo y la reflexión se adueñaron del alma de la pareja. ¿Qué estaba pasando?, ¿Qué extraña maldición se había apoderado de su pequeña? Aquellas incógnitas fueron respondidas finalmente sin que nadie del círculo de la familia y del pueblo se percatara.
Cierto día en que los tres venían del oficio en la sinagoga, vieron a un ciego mendigo que como cada día, desde hacía muchos años, trataba de llamar la atención de los seres compasivos para poder meter algo caliente en su mísero cuerpo. Myriam, siempre le traía algunos dátiles o algún mendrugo de pan del día anterior, incluso una vez al mes, Jerob, le obsequiaba con el pez más grande y sabroso de la jornada.
Myriam, depositó en su negra y sucia mano un trozo de membrillo. El ciego giró la cabeza hacia la niña, como si en este instante pudiera ver y con voz muy queda dijo a los padres:
- Habéis engendrado a un ángel del cielo. Ella será la mujer más grande de todos los tiempos. Será maldita entre los hombres, pero respetada y adorada por los que han abierto los ojos del espíritu.
- ¿Qué sabes tú, pobre pecador?
- No son mis palabras, ni mis ojos, sino los del propio Dios de nuestros padres, que se ha hecho mujer en el seno de vuestra hija. No os asustéis ni penséis que el Maligno ha entrado en vuestro hogar. Dios os ha bendecido con su misterio.
Luego el ciego se encogió un poco, volteó la cabeza y comenzó a repetir los salmos del texto sagrado que hablaban de la generosidad hacia los pobres.
Jerob le tomó con fuerza del cuello preguntando sobre sus apalabras anteriores, pero el ciego además de ciego se había vuelto mudo e inconexo. ¿Quién le había revelado aquellas palabras?
El tiempo pasó y los fenómenos anormales de la niña se convirtieron en un celoso secreto para sus padres y para sí misma. Myriam de Magdala aprendió a vivir dos realidades en una misma conciencia.
Finalmente Jerob, tuvo dos hijos más y no sólo prosperó en la pesca, sino que se hizo con dos barcas más. Dios les había bendecido y la prosperidad reinaba sobre su casa. Eran una familia acomodada y los padres buscaban un buen partido para su querida hija.

A los seis años, Myriam tuvo una experiencia terrible, que la marcaría para el resto de sus días. Fue en la noche de su sexto cumpleaños. Se había acostado como cada día, pero no podía dormir. Por el resquicio de la ventana comenzó a ver un extraño resplandor. Era una luz rojiza, inquieta y penetrante que iba invadiéndola, a la vez que un frío gélido y maligno le hacía acurrucarse sobre sus rodillas flexionadas. Luego comenzó a formarse una sombra luminosa frente a su lecho y en pocos segundos apareció una extraña figura a la vez, bella, pero inquietante.
- Yo soy Musaray, el Príncipe del Fuego y de la Noche.
Acercó su mano sobre el vientre de la niña y ésta se acurrucó aún más, como si de una pelota desmadejada se tratara.
- Yo te maldigo. Haré de tu vientre un cenagal estéril. Y daré muerte a todos y cada uno de los que yazcan contigo. Tal es el destino que te espera.
Myriam, no podía entender lo que en su corta edad, le revelaba aquella perniciosa presencia, fueron luego en los años sucesivos, cuando pudo redimensionar aquella tremenda experiencia, que le acompañara hasta su muerte.
Myriam fue, sin duda la clarividente más dotada, no sólo de todo su tiempo, sino de toda la Historia Humana. Ella veía con nitidez donde el ojo humano no llegaba, ella escuchaba el dictado silencioso de las esferas; ella podía dialogar con los gnomos y mover la materia con el pensamiento.
Gaia; la gran madre, vivía en ella y eran un solo ente, por eso la mariposa y el león la obedecían, la entendían, la veneraban, por que por un tiempo, la Tierra y ella se fundieron en el misterio femenino del Dios viviente.

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