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martes, 23 de febrero de 2010

LUDWIG WITTGENSTEIN -2- 9.

IX

Quien observa el propio pesar, ¿con qué sentidos lo hace? ¿Con un sentido especial; con un sentido que siente el pesar? Entonces, ¿lo siente distinto cuando lo observa? ¿Y cuál observa; el que sólo está ahí mientras es observado?
Observar' no crea lo observado. (Ésta es una constatación conceptual.)
O bien: yo no 'observo' aquello que sólo surge mediante la observación. El objeto de la observación es otro.
Un contacto que ayer todavía era doloroso, hoy ya no lo es.
Hoy siento el dolor sólo si pienso en él. (Es decir: bajo ciertas circunstancias.)
Mi pesar ya no es el mismo: un recuerdo que aún me era insoportable hace un año, hoy ya no lo es para mí.
Esto es el resultado de una observación.
¿Cuándo se dice que alguien observa? Más o menos: cuando se sitúa en una posición favorable para recibir ciertas impresiones, para (por ejemplo) describir lo que éstas le enseñan.
Si hubiéramos adiestrado a alguien para que emitiera un determinado sonido al ver algo rojo, otro sonido al ver algo amarillo, y así sucesivamente para los demás colores, no por ello diríamos que esa persona describe los objetos según sus colores. Aunque nos podría ayudar en una descripción. Una descripción es una representación figurativa de una distribución en un espacio (de tiempo, por ejemplo).
Dejo que mi mirada pasee por una habitación, repentinamente se fija en un objeto de notable coloración roja y digo «¡Rojo!» —  con ello no he hecho ninguna descripción.
¿Son las palabras «Tengo miedo» la descripción de un estado anímico?
Digo «Tengo miedo», el otro me pregunta: «¿Qué fue eso? ¿Un grito de temor; o quieres comunicarme cómo te sientes; o es una consideración sobre tu estado presente?»  —  ¿Podría darle yo siempre una respuesta clara? ¿No podría dársela nunca?
Podemos imaginarnos cosas muy diversas, por ejemplo: «¡No, no! ¡Tengo miedo!»
«Tengo miedo. Desgraciadamente, tengo que admitirlo.»
«Todavía tengo un poco de miedo, pero ya no tanto como antes.»
«En el fondo, sigo teniendo miedo, aunque no me lo quiero confesar.»
«Me atormento a mí mismo con toda clase de pensamientos de temor.»
«Tengo miedo —  ¡ahora que debería ser valiente!»
A cada una de estas proposiciones le corresponde un determinado tono de voz, a cada una un contexto distinto.
Podríamos imaginar seres humanos que, por así decir, pensaran de modo mucho más preciso que nosotros y que usaran varias palabras donde nosotros sólo usamos una.
Nos preguntamos «¿Qué significa 'tengo miedo' realmente, a qué apunto con ello?» Y, naturalmente, no viene ninguna respuesta, o viene una que no basta.
La pregunta es: «¿En qué género de contexto está?»
No surge ninguna respuesta cuando quiero responder a la pregunta «¿A qué apunto?», «¿Qué estoy pensando?» repitiendo la manifestación de temor, y al mismo tiempo me examino atentamente, por así decir, observo mi alma con el rabillo del ojo. Pero claro que en un caso concreto puedo preguntar «¿Por qué he dicho esto, qué pretendía con ello?» —  y también podría contestar a la pregunta; pero no con base en la observación de los fenómenos concomitantes del hablar. Y mi respuesta completaría, parafrasearía la manifestación anterior.
¿Qué es el miedo? ¿Qué significa «tener miedo»? Si lo quisiera explicar con una única exhibición —  actuaría como si tuviera miedo.
¿Podría representar también así la esperanza? Apenas. ¿O incluso el creer?
Describir mi estado anímico (el de miedo, por ejemplo); eso lo hago en un determinado contexto. (Así como una determinada acción sólo es un experimento en un determinado contexto.)
¿Es pues tan asombroso que yo use la misma expresión en juegos diversos? ¿Y a veces también, por así decir, entre los juegos?
¿Y acaso hablo siempre con un propósito muy definido?  —  ¿Y lo que digo carece por ello de sentido?
Cuando en un funeral alguien empieza un discurso con las palabras «Nos aflige la muerte de nuestro...», esto pretende ser la expresión de una aflicción; no se trata de comunicar algo a los presentes. Pero rezando ante la tumba, estas palabras serían una especie de comunicado.
El problema es ciertamente éste: El grito, al cual no se le puede llamar una descripción, que es más primitivo que cualquier descripción, no obstante sirve como una descripción de la vida anímica.
Un grito no es una descripción. Pero hay transiciones. Y las palabras «Tengo miedo» podrían estar más próximas o más alejadas de un grito. Puede que estén muy cerca de él, y pueden estar completamente alejadas de él.
No siempre diremos de alguien que él se lamenta porque dice que siente dolor. Por lo tanto, las palabras «Siento dolor» pueden ser un lamento, y también otra cosa.
Pero si «Tengo miedo» no siempre es algo parecido a un lamento, y a veces por otro lado sí lo es, ¿por qué entonces tiene que ser siempre la descripción de un estado anímico?

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