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martes, 23 de febrero de 2010

LUDWIG WITTGENSTEIN -Parte 1. 31 a 40.

31. Cuando se le muestra a alguien la pieza del rey en ajedrez y se dice «Éste es el rey», no se le explica con ello el uso de esa pieza —  a no ser que él ya conozca las reglas del juego salvo en este último extremo: la forma de una pieza del rey. Se puede imaginar que ha aprendido las reglas del juego sin que se le mostrase realmente una pieza. La forma de la pieza del juego corresponde aquí al sonido o a la configuración de la palabra.
Puede también imaginarse que alguien haya aprendido el juego sin aprender las reglas o sin formularlas. Quizás ha aprendido primero observando juegos de tablero muy simples y ha progresado a otros cada vez más complicados. También se le podría dar la explicación: «Éste es el rey» —  si se le mostrasen, por ejemplo, piezas de ajedrez con una forma que le resultase desconocida. También esta explicación le enseña el uso de la pieza sólo porque, como podríamos decir, ya estaba preparado el lugar en el que se colocaría. O también: Sólo diremos que le enseña el uso si el lugar ya está preparado. Y es así aquí, no porque aquel a quien le damos la explicación ya conozca las reglas, sino porque en otro sentido ya domina un juego.
Considera aún este caso.• Le explico a alguien el ajedrez; y comienzo señalando una pieza y diciendo: «Éste es el rey. Puede moverse así y así, etc., etc.».— En este caso diremos: las palabras «Este es el rey» (o «Esta se llama ‘rey’») son una explicación de la palabra sólo si el aprendiz ya ‘sabe lo que es una pieza de un juego’. Es decir, si ya ha jugado otros juegos o ha observado ‘con comprensión’ el juego de otros —  y cosas similares. Sólo entonces podrá también preguntar relevantemente al aprender el juego: «¿Cómo se llama esto?» —  a saber, esta pieza del juego.
Podemos decir: Sólo pregunta con sentido por la denominación quien ya sabe servirse de ella.
Podemos también imaginarnos que el interrogado responde: «Decide la denominación tú mismo» —  y ahora el que ha preguntado debe responder de todo por sí mismo.
32. Quien llega a un país extraño aprenderá a veces el lenguaje de los nativos por medio de explicaciones ostensivas que ellos le den; y a menudo tendrá que adivinar la interpretación de estas explicaciones y adivinar unas veces correctamente y otras erróneamente.
Y ahora podemos, creo yo, decir: Agustín describe el aprendizaje del lenguaje humano como si el niño llegase a un país extraño y no entendiese el lenguaje del país; esto es: como si ya tuviese un lenguaje, sólo que no ése. O también: como si el niño ya pudiera pensar, sólo que no todavía hablar. Y «pensar» querría decir aquí algo como: hablar consigo mismo.
33. Y qué si se objetara: «¡No es verdad que ya tenga uno que dominar un juego de lenguaje a fin de entender una definición ostensiva, sino que sólo tiene —  evidentemente— que saber (o conjeturar) a dónde señala el que explica! Si, por ejemplo, a la forma del objeto, o a su color, o al número, etc., etc.» —      ¿Y en qué consiste eso —  ‘señalar la forma’, ‘señalar el color’? ¡Señala un trozo de papel!— ¡Y ahora señala su forma, ahora su color, ahora su numero (ésto suena raro)!— Pues bien, ¿cómo lo has hecho?— Dirás, que al señalar has ‘significado’ cada vez algo distinto. Y si preguntó cómo sucede esto, dirás que has concentrado tu atención en el color, forma, etc. Pero ahora pregunto una vez más cómo sucede esto.
Piensa que alguien señala un jarrón y dice: «¡Mira ese magnífico azul! —  la forma no viene al caso».— O: «¡Mira qué magnífica forma! —  el color es indiferente». Es indudable que harás algo diferente cuando sigas estas dos invitaciones. ¿Pero siempre haces lo mismo cuando diriges tu atención al color? ¡Imagínate diferentes casos! Indicaré unos cuantos: «¿Es ese azul el mismo que ese de ahí? ¿Ves alguna diferencia?»—
Mezclas colores y dices: «Es difícil acertar con este azul del cielo».
«¡Está mejorando, ya se ve de nuevo el cielo azul!» «¡Mira qué distintos efectos hacen estos dos azules!» «¿Ves allí el libro azul? Tráelo aquí.» «Esta señal luminosa azul significa...» «Cómo se llama este azul? —  ¿Es ‘índigo’?» El dirigir la atención al color se efectúa a veces suprimiendo con la mano el contorno de la forma; o no dirigiendo la vista al perfil de la cosa; o mirando fijamente el objeto y tratando de recordar dónde se ha visto ya ese color.
Se dirige la atención a la forma a veces trazándola, otras veces pestañeando para no ver claramente el color, etc. Quiero decir: esto y cosas similares suceden mientras se ‘dirige la atención a esto y aquello’. Pero no es sólo esto lo que nos permite decir que alguien dirige su atención a la forma, el color, etc. Como una jugada de ajedrez no consiste sólo en desplazar una pieza de tal y cual manera sobre el tablero —  pero tampoco en los pensamientos y sentimientos del jugador que acompañan la jugada; sino en las circunstancias que llamamos: «jugar una partida de ajedrez», «resolver un problema de ajedrez» y cosas similares.
34. Pero supón que alguien dijese: «Siempre hago lo mismo cuando dirijo mi atención a la forma: sigo el contorno con los ojos y siento con ello...». Y supón que éste le diese a otro la explicación ostensiva «Esto se llama ‘círculo’»mientras, con todas esas vivencias, señala un objeto circular  —  ¿no puede el otro pese a todo interpretar de modo distinto la explicación, aun cuando vea al que explica seguir la forma con los ojos y aun cuando sienta lo que siente el que explica? Es decir: esta ‘interpretación’ puede también consistir en cómo haga él ahora uso de la palabra explicada; por ejemplo, a dónde señala cuando recibe la orden «¡Señala un círculo!». —  Pues ni la expresión «significar la explicación detal y cual modo» ni la expresión «interpretar la explicación de tal y cual modo» designan un proceso que acompañe al dar y oír la explicación.
35. Hay ciertamente lo que puede llamarse «vivencias características» del señalar, pongamos por caso, a la forma. Por ejemplo, seguir el contorno con el dedo, o con la mirada, al señalar.— Pero así como esto no sucede en todos los casos en los que ‘significo la forma’, así tampoco sucede en todos estos casos ningún otro proceso característico.— Pero además, aunque una cosa así se repitiese en todos, dependería aún de las circunstancias —  o sea, de lo que sucediese antes y después del señalar —  el que dijésemos «Ha señalado la forma y no el color».
Pues las palabras «señalar la forma», «significar la forma»,no se usan como éstas: «señalar este libro» (no aquél), «señalar la silla, no la mesa», etc. —  Piensa sólo, cuan diferentemente aprendemos el uso de las palabras: «señalar esta cosa», «señalar aquella cosa», y por otro lado: «señalar el color, no la forma», «significar el color», etc., etc.
Como se ha dicho, en determinados casos, especialmente al señalar ‘la forma’ o ‘el número’, hay vivencias características y modos característicos de señalar —  ‘característicos’ porque se repiten frecuentemente (no siempre) cuando se ‘significa’ forma o número. ¿Pero conoces también una vivencia característica del señalar la pieza del juego en tanto pieza del juego? Y sin embargo puede decirse: «Pretendo significar que esta pieza del juego se llama ‘rey’, no este determinado trozo de madera al que señalo». (Reconocer, desear, acordarse, etc).
36. Y hacemos aquí lo que hacemos en miles de casos similares: Puesto que no podemos indicar una acción corporal que llamemos señalar la forma (en contraposición, por ejemplo, al color), decimos que corresponde a estas palabras una actividad espiritual.
Donde nuestro lenguaje hace presumir un cuerpo y no hay un cuerpo, allí, quisiéramos decir, hay un espíritu.
37. ¿Cuál es la relación entre el nombre y lo nombrado?— Bien, ¿cuál es? ¡Mira el juego de lenguaje (2) u otro distinto! Allí se ve en qué consiste más o menos esta relación. Esta relación puede también consistir, entre otras muchas cosas, en que el oír el nombre trae a nuestra alma la figura de lo nombrado, y consiste también entre otras cosas en que se escribe el nombre sobre lo nombrado o en que se lo pronuncia mientras se señala lo nombrado.
38. ¿Pero qué nombra, por ejemplo, la palabra «esto» en el juego de lenguaje (8) o la palabra «eso» en la explicación ostensiva «Eso se llama...»?— Si no se quiere provocar confusión, es mejor que no se diga en absoluto que estas palabras nombran algo.— Y curiosamente se ha dicho una vez de la palabra «esto» que es el nombre genuino. De modo que todo lo demás que llamamos «nombres» lo son sólo en un sentido inexacto, aproximativo.
Esta extraña concepción proviene de una tendencia a sublimar la lógica de nuestro lenguaje —  por así decirlo. La respuesta apropiada a ella es: llamamos «nombre» a muy diferentes cosas; la palabra «nombre» caracteriza muchos diferentes tipos de uso de una palabra, emparentados entre sí de muchas maneras diferentes —  pero entre estos tipos de uso no está el de la palabra «esto».
Es bien cierto que frecuentemente, por ejemplo, en la definición ostensiva, señalamos lo nombrado y a la vez pronunciamos el nombre. Y similarmente pronunciamos, por ejemplo, en la definición ostensiva, la palabra «esto» mientras señalamos una cosa. Y la palabra «esto» y un nombre están también frecuentemente en la misma posición en el contexto oracional. Pero es característico del nombre justamente el que se explique por medio de la ostensión «Esto es N» (o «Esto se llama 'N'»). ¿Pero explicamos también: «Eso se llama 'esto'» o «Esto se llama 'esto'»?
Esto está conectado con la concepción del nombrar como un proceso oculto, por así decirlo. Nombrar aparece como una extraña conexión de una palabra con un objeto.— Y una tal extraña conexión tiene realmente lugar cuando el filósofo, para poner de manifiesto cuál es la relación entre el nombre y lo nombrado, mira fijamente a un objeto ante sí y a la vez repite innumerables veces un nombre o también la palabra «esto». Pues los problemas filosóficos surgen cuando el lenguaje hace fiesta. Y ahí podemos figurarnos ciertamente que nombrar es algún acto mental notable, casi un bautismo de un objeto. Y podemos también decirle la palabra «esto» al objeto, dirigirle la palabra —  un extraño uso de esta palabra que probablemente ocurra sólo al filosofar.c
39. ¿Pero por qué surge la idea de querer hacer justamente de esta palabra un nombre, cuando evidentemente no es un nombre?— Justamente por esto. Porque se siente la tentación de hacer una objeción contra lo que ordinariamente se llama «nombre»; y se puede expresar así: que el nombre debe designar realmente un simple. Y esto quizá pudiera fundamentarse así: Un nombre propio en sentido ordinario es, pongamos por caso, la palabra «Nothung». La espada Nothung consta de panes en una determinada combinación. Si se combinasen de otra manera, no existiría Nothung. Ahora bien, es evidente que la oración «Nothung tiene un tajo afilado» tiene sentido tanto si Nothung está aún entera como si está ya destrozada. Pero si «Nothung» es el nombre de un objeto, ese objeto ya no existe cuando Nothung está destrozada; y como ningún objeto correspondería al nombre, éste no tendría significado. Pero entonces en la oración «Nothung tiene un tajo afilado» figuraría una palabra que no tiene significado y por ello la oración sería un sinsentido. Ahora bien, tiene sentido; por tanto, siempre debe corresponder algo a las palabras de las que consta. Así pues, la palabra «Nothung» debe desaparecer con el análisis del sentido y en su lugar deben entrar palabras que nombren simples. A estas palabras las llamaremos con justicia los nombres genuinos.
40. Hablemos primero de este punto del razonamiento: que la palabra no tiene significado si nada le corresponde.— Es importante hacer constar que la palabra «significado»se usa ilícitamente cuando se designa con ella la cosa que 'corresponde' a la palabra. Esto es confundir el significado del nombre con el portador del nombre. Cuando el Sr. ?. ?. muere, se dice que muere el portador del nombre, no que muere el significado del nombre. Y sería absurdo hablar así, pues si el nombre dejara de tener significado, no tendría sentido decir «El Sr. ?. ?. está muerto».

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