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martes, 23 de febrero de 2010

LUDWIG WITTGENSTEIN -Parte 1. 41 a 60.

41. En §15 hemos introducido nombres propios en el lenguaje (8). Supón ahora que se rompe la herramienta con el nombre «N». A no lo sabe y le da a ? el signo «N». ¿Tiene ahora este signo significado o no lo tiene?— ¿Qué debe hacer ? cuando recibe este signo?— No hemos convenido nada sobre esto. Podría preguntarse: ¿Qué hará? Bueno, quizá se quede perplejo o le muestre a A los trozos. Podría decirse aquí: «N» se ha vuelto carente de significado; y esta expresión querría decir que ya no hay empleo para el signo «N»en nuestro juego de lenguaje (a no ser que le demos uno nuevo). «N» podría también volverse carente de significado porque, por cualquier razón, se le diera a la herramienta otra designación y el signo «N» ya no se empleara en el juego de lenguaje.— Pero podríamos también imaginarnos una convención por la que B, cuando una herramienta está rota y A le da el signo de esa herramienta, tiene que menear la cabeza en respuesta.— Con ello podría decirse que la orden «N» se incluye en el juego de lenguaje aunque esa herramienta ya no exista, y que el signo «N» tiene significado aunque su portador deje de existir.
42. ¿Pero tienen también significado en este juego nombres que nunca han sido empleados para una herramienta?— Supongamos que «X» fuese un tal signo y que A le diese este signo a ? —  pues bien, podrían incluirse también tales signos en el juego de lenguaje y ? tendría quizá que responder también a ellos con un meneo de cabeza. (Podría concebirse esto como una especie de diversión de los dos).
43. Para una gran clase de casos de utilización de la palabra «significado» —  aunque no para todos los casos de su utilización —  puede explicarse esta palabra así: El significado de una palabra es su uso en el lenguaje.
Y el significado de un nombre se explica a veces señalando a su portador.
44. Dijimos: la oración «Nothung tiene un tajo afilado»'tiene sentido también cuando Nothung ya está destrozada. Ahora bien, esto es así porque en este juego de lenguaje se usa también un nombre en ausencia de su portador. Pero podemos imaginarnos un juego de lenguaje con nombres (es decir, con signos que ciertamente también llamaríamos«nombres») en el que éstos se usaran sólo en presencia del portador; y así siempre podrían sustituirse por el pronombre demostrativo con el ademán demostrativo.
45. El demostrativo «esto» nunca puede ser carente de portador. Podría decirse: «Mientras haya un esto, la palabra 'esto' tiene también significado, ya sea esto simple o compuesto». —  Pero esto no hace de la palabra un nombre. Al contrario; pues un nombre no se emplea con el gesto demostrativo, sino que sólo se explica por medio de él.
46. ¿Qué es eso de que los nombres realmente designan lo simple?—
Sócrates (en el Tételo): «Si no me equivoco, he oído de algunos esto: de los protoelementos —  por así decirlo —  de los que nosotros y todo lo demás nos componemos, no hay explicación ninguna; pues todo lo que es en sí y para sí sólo puede designarse con nombres; no es posible otra determinación, ni la de que es ni la de que no es... Pero lo que es en sí y para sí, tiene que ser... nombrado sin ninguna otra determinación. Por ello, es imposible hablar explicativamente de cualquier protoelemento; pues para él no hay otra cosa que la mera denominación; su nombre es todo lo que tiene. Pero como lo que se compone de estos protoelementos es ello mismo un producto complejo, por eso también sus denominaciones se convierten en discurso explicativo con esta combinación; pues la esencia de aquél es la combinación de nombres.»1
Estos protoelementos fueron también los ‘individuos’ de Russell y mis Objetos’ (Tract. Log. Phil)..
47. ¿Pero cuáles son las partes constituyentes simples delas que se compone la realidad?— ¿Cuáles son las partes constituyentes simples de una silla?— ¿Los trozos de madera con los que está ensamblada? ¿O las moléculas, o los átomos?— «Simple» quiere decir: no compuesto. Y aquí surge luego: ¿'compuesto' en qué sentido? No tiene ningún sentido hablar absolutamente de 'partes constituyentes simples de la silla'.
O también: ¿Consta de panes mi figura visual de este árbol, de esta silla? La policromía es una suerte de composición; otra es, por ejemplo, la de un contorno quebrado compuesto de pedazos rectos. Y una pieza curva puede llamarse compuesta de una rama ascendente y otra descendente.
Si le digo a alguien sin más explicación «Lo que veo ahora ante mí es compuesto», él preguntaría con derecho: «¿Qué quieres decir por 'compuesto'? ¡Pues puede significar todas las cosas posibles!»— La pregunta «¿Es lo que ves compuesto?» tiene perfecto sentido si se ha fijado ya de qué tipo de composición —  esto es, de qué uso peculiar de esta palabra —  ha de tratarse. Si se hubiera estipulado que la figura visual de un árbol ha de llamarse «compuesta» cuando se ha visto no sólo un tronco sino también ramas, entonces la pregunta «¿Es la figura visual de este árbol simple o compuesta?» y la pregunta «¿Cuáles son sus partes constituyentes simples?» tendrían un sentido claro —  un empleo claro. Y naturalmente la respuesta a la segunda pregunta no es «Las ramas» (ésa sería una respuesta a la pregunta gramatical: «¿A qué se llama aquí 'partes constituyentes simples'?»), sino más bien una descripción de las ramas individuales.
¿Pero no es, por ejemplo, un tablero de ajedrez obvia y absolutamente compuesto?— Probablemente pienses en la composición de 32 cuadrados blancos y 32 negros. ¿Pero no podríamos también decir, por ejemplo, que se compone de los colores blanco y negro y del esquema de una red de cuadrados? Y si hay aquí modos de considerarlo enteramente diferentes, ¿quieres aún decir que el tablero de ajedrez es absolutamente 'compuesto'?— Preguntar «¿Es compuesto este objeto?» fuera de un determinado juego es parecido a lo que hizo una vez un muchacho que debía indicar si los verbos de ciertos ejemplos de oraciones se usaban en la voz activa o en la pasiva y que se rompía la cabeza pensando si, por ejemplo, el verbo «dormir» significa algo activo o algo pasivo.
La palabra «compuesto» (y por tanto la palabra «simple») es utilizada por nosotros en un sinnúmero de modos diferentes relacionados entre sí de diferentes maneras. (¿Es el color de una casilla de ajedrez simple o consta de puro blanco y puro negro? ¿Y es el blanco simple o consta de los colores del arco iris?— ¿Es este trecho de 2 cm simple o consta de dos trechos parciales de 1 cm cada uno? ¿Pero por qué no de un trecho de 3 cm de largo y un trecho de 1 cm tomado en sentido opuesto?)
A la pregunta filosófica. «¿Es la figura visual de este árbol compuesta, y cuáles son sus panes constituyentes?», la respuesta correcta es: «Eso depende de qué entiendas por 'compuesto'». (Y ésta no es naturalmente una contestación sino un rechazo de la pregunta).
48. Apliquemos el método de §2 a la representación del Teeteto. Consideremos un juego de lenguaje para el que valga realmente esa representación. El lenguaje sirve para describir combinaciones de cuadrados de color sobre una superficie. Los cuadrados forman un complejo con la forma de un tablero de ajedrez. Hay cuadrados rojos, verdes, blancos y negros. Las palabras del lenguaje son (correspondientemente): «R», «V», «?», «?», y una oración es una serie de estas palabras. Las oraciones describen una combinación de cuadrados en la secuencia

Así, por ejemplo, la oración «RRNVWRBB» describe una combinación de este género:

Aquí la oración es un complejo de nombres al que corresponde un complejo de objetos. Los protoelementos son los cuadrados de color. «¿Pero son simples?»— No sabría qué debiera llamarse más naturalmente en este juego lo «simple». Pero bajo otras circunstancias a un cuadrado monocromo lo llamaría «compuesto» de dos rectángulos, tal vez, o de los elementos color y forma. Pero el concepto de composición podría también extenderse de manera que una superficie menor se llamase 'compuesta' de una mayor y de la sustraída de ella. Compara 'composición' de fuerzas, 'división' de una línea por un punto externo; estas expresiones muestran que bajo ciertas circunstancias nos inclinamos también a concebir lo menor como resultado de la composición de cosas mayores y lo mayor como resultado de la división de lo menor.
¡Pero no sé si debo decir que la imagen que nuestra oración describe consta de cuatro elementos o de nueve! Bueno, ¿consta esa oración de cuatro letras o de nueve?— ¿Y cuáles son sus elementos: las letras-tipo o las letras? ¿No es indiferente lo que digamos? ¡Con tal que evitemos malentendidos en cualquier caso particular!
49. ¿Pero qué significa que no podamos explicar (o sea, describir) estos elementos, sino sólo nombrarlos? Podría quizá significar que la descripción de un complejo, cuando en un caso límite consta sólo de un cuadrado, es simplemente el nombre del cuadrado de color.
Podría decirse aquí —  aunque esto lleva fácilmente a todo tipo de supersticiones filosóficas —  que un signo «R» o «N», etc. puede ser a veces una palabra y a veces una oración. Pero que 'sea una palabra o una oración' depende de la situación en la que se pronuncia o escribe. Por ejemplo, si A debe describirle a ? complejos de cuadrados de color y usa aquí la palabra «R» sola, podremos decir que la palabra es una descripción —  una oración. Pero si acaso memoriza las palabras y sus significados, o si le enseña a otro el uso de las palabras y las pronuncia durante la enseñanza ostensiva, no diremos que son entonces oraciones. En esta situación la palabra «R», por ejemplo, no es una descripción; se nombra con ella un elemento ¡pero sería extraño decir por ello que los elementos sólo pueden ser nombrados! Nombrar y describir no están, por cierto, a un mismo nivel: nombrar es una preparación para describir. Nombrar no es aún en absoluto una jugada en el juego de lenguaje —  como tampoco colocar una pieza de ajedrez es una jugada en el ajedrez. Puede decirse: Al nombrar una cosa todavía no se ha hecho nada. Tampoco tiene ella un nombre, excepto en el juego. Esto fue también lo que Frege quiso decir al decir que una palabra sólo tiene significado en el contexto de la oración.
50. ¿Qué significa decir de los elementos que no podemos atribuirles ser ni no-ser?— Podría decirse: Si todo lo que llamamos «ser» y «no-ser» consiste en la existencia y no-existencia de relaciones entre elementos, entonces no tiene sentido hablar del ser (no-ser) de un elemento; al igual que si todo lo que llamamos «destrucción» consiste en la separación de elementos, no tiene sentido hablar de la destrucción de un elemento.
Pero querría decirse: No se puede atribuir ser al elemento, pues si no fuese, no se podría siquiera nombrarlo y así no se podría decir nada en absoluto de él.— Consideremos sin embargo un caso análogo. Hay una cosa de la que no puede decirse ni que es de 1 metro de longitud ni que no es de 1 metro de longitud, y es el metro patrón de París.— Pero con ello, naturalmente, no le he adscrito ninguna propiedad maravillosa, sino sólo he señalado su peculiar papel en el juego de medir con la vara métrica.— Imaginémonos que las muestras de los colores se conservasen también en París de manera análoga al metro patrón. De este modo definimos: «Sepia» significa el color del sepia patrón que se conserva allí herméticamente cerrado. Entonces no tendrá sentido decir de esta muestra que tiene este color ni que no lo tiene.
Podríamos expresarlo así: Esta muestra es un instrumento del lenguaje con el que hacemos enunciados sobre el color. No es algo representado en este juego, sino que es un medio de representación.— Y justamente esto vale respecto de un elemento en el juego de lenguaje (48) cuando, al nombrarlo, pronunciamos la palabra «R»: con ello le hemos dado a esta cosa un papel en nuestro juego de lenguaje; es ahora un medio de representación. Y decir: «Si no fuera, no podría tener nombre» dice ahora ni más ni menos que: si esta cosa no existiera, no podríamos emplearla en nuestro juego.— Lo que, aparentemente, tiene que existir, pertenece al lenguaje. Es un paradigma en nuestro juego; algo con lo que se hacen comparaciones. Y constatar esto puede ser hacer una constatación importante; pero es sin embargo una constatación concerniente a nuestro juego de lenguaje —  a nuestro modo de representación.
51. En la descripción del juego de lenguaje (48) dije que a los colores de los cuadrados les corresponden las palabras«R», «N», etc. ¿Pero en qué consiste esta correspondencia; hasta qué punto puede decirse que a estos signos les corresponden ciertos colores de los cuadrados? Pues la explicación de (48) estableció sólo una conexión entre estos signos y ciertas palabras de nuestro lenguaje (los nombres de los colores).— Bueno, se presupuso que el uso de los signos en el juego sería enseñado de manera distinta, y precisamente mediante ostensión de los paradigmas. Perfectamente; ¿pero qué significa decir que en la práctica del lenguaje corresponden a los signos ciertos elementos?— ¿Estriba en que quien describe los complejos de cuadrados de color dice siempre «R» allí donde hay un cuadrado rojo; «N» donde hay uno negro, etc.? ¿Y qué si se equivoca en la descripción y dice, erróneamente, «R» donde ve un cuadrado negro?  —  ¿Cuál es aquí el criterio de que esto fue un error?  —  ¿O que «R» designe un cuadrado rojo consiste en que a los hombres que usan el lenguaje siempre les viene a la mente un cuadrado rojo cuando usan el signo «R»?
Para ver más claramente, aquí como en innumerables casos similares, no debemos perder de vista los detalles del proceso; contemplar de cerca lo que ocurre.
52. Si me siento inclinado a suponer que un ratón surge por generación espontánea a partir de harapos grises y polvo, estará bien que acto seguido investigue meticulosamente esos harapos para ver cómo pudo esconderse en ellos un ratón, cómo pudo llegar allí, etc. Pero si estoy convencido de que un ratón no puede surgir de estas cosas, entonces quizá esta investigación sea superflua.
Pero debemos primero aprender a entender qué se opone en filosofía a una tal consideración de los pormenores.
53. Hay diversas posibilidades para nuestro juego de lenguaje (48), diversos casos en los que diríamos que un signo nombra en el juego un cuadrado de tal y cual color. Diríamos esto, por ejemplo, si supiésemos que a los seres humanos que usan este lenguaje se les enseña el uso de los signos de tal y cual manera. O si estuviera formulado por escrito, quizá en la forma de una tabla, que a este signo le corresponde este elemento, y si esta tabla se utilizara en la enseñanza del lenguaje y se recurriera a ella para decidir en ciertos casos disputados.
Pero podríamos también imaginarnos que una tabla semejante fuese una herramienta en el uso del lenguaje. La descripción de un complejo procede entonces así: Quien describe el complejo lleva consigo una tabla, consulta en ella cada elemento del complejo y pasa de él, en la tabla, al signo (y aquel a quien se le da la descripción también puede traducir las palabras de la misma, mediante una tabla, en la intuición de cuadrados de color). Podría decirse que esta tabla asume aquí el papel que juegan en otros casos la memoria y la asociación. (No ejecutamos de ordinario la orden «¡Tráeme una flor roja!» consultando el color rojo en una tabla de colores y luego llevando una flor del color que encontramos en la tabla; pero cuando se trata de elegir, o de mezclar, un determinado tono de rojo, entonces sucede que nos servimos de una muestra o de una tabla).
Si llamamos a una tal tabla la expresión de una regla del juego de lenguaje, se puede decir que lo que llamamos regla de un juego de lenguaje puede tener muy diferentes papeles en el juego.
54. ¡Pensemos en qué casos decimos que un juego se juega según una regla definida!
La regla puede ser un recurso de la instrucción en el juego. Se le comunica al aprendiz y se le da su aplicación. —  O es una herramienta del juego mismo.— O: Una regla no encuentra aplicación ni en la instrucción ni en el juego mismo; ni es establecida en un catálogo de reglas. Se aprende el juego observando cómo juegan otros. Pero decimos que se juega según tales y cuales reglas porque un espectador puede extraer estas reglas de la práctica del juego —  como una ley natural que sigue el desarrollo del juego.
— ¿Pero cómo distingue el espectador en este caso entre un error de los jugadores y un desarrollo correcto del juego?
— Hay para ello marcas características en la conducta del jugador. Piensa en la conducta característica de corregir un
lapsus linguae. Sería posible reconocer que alguien lo hace aun sin entender su lenguaje.
55. «Lo que designan los nombres del lenguaje tiene que ser indestructible: pues se tiene que poder describir el estado de cosas en el que se destruye todo lo que es destructible. Y en esta descripción habrá palabras; y lo que les corresponde no puede entonces destruirse, pues de lo contrario las palabras no tendrían significado.» No debo serrar la rama sobre la que estoy sentado.
Se podría, ciertamente, objetar de inmediato que la descripción misma tendría que exceptuarse de la destrucción. —  Pero lo que corresponde a las palabras de la descripción, y por tanto no puede ser destruido si ella es verdadera, es lo que da su significado a las palabras —  sin lo cual no tendrían significado.
— Pero este hombre sí que es en un sentido lo que corresponde a su nombre. Pero él es destructible; y su nombre no pierde su significado cuando el portador es destruido.— Lo que corresponde al nombre, y sin lo cual no tendría significado, es, por ejemplo, un paradigma que se usa en el juego de lenguaje en conexión con el nombre.
56.    ¿Y qué si ninguna de esas muestras perteneciese al lenguaje, si nos grabamos, por ejemplo, el color que designa
una palabra?  —  «Y si nos lo grabamos, entonces se pone
ante el ojo de nuestra mente cuando pronunciamos la palabra. Así pues, tiene que ser en sí indestructible si tiene quedarse la posibilidad de que la recordemos en todo momento.» —  ¿Pero qué consideramos el criterio de que la recordamos correctamente?— Cuando trabajamos con una muestra en vez de con nuestra memoria, decimos bajo ciertas circunstancias que la muestra ha cambiado de color y juzgamos esto con la memoria. ¿Pero no podríamos bajo ciertas circunstancias hablar también de un oscurecimiento (por ejemplo) de nuestra figura mnémica? ¿No estamos tan a merced de la memoria como de una muestra? (Pues alguien pudiera querer decir: «Si no tuviéramos memoria, estaríamos a merced de una muestra»).— O quizá de alguna reacción química. Imagina que tienes que pintar un determinado color «C»,que es el color que se ve cuando se combinan entre sí las sustancias químicas X y Y.— Supón que el color te pareció más  claro un día que otro; ¿no dirías bajo ciertas circunstancias: «Debo equivocarme, el color es ciertamente el mismo que ayer»? Esto muestra que no siempre nos servimos de lo que nos dice la memoria como del más alto e inapelable veredicto.
57. «Algo rojo puede ser destruido, pero el rojo no puede ser destruido y es por eso por lo que el significado de la palabra 'rojo' no depende de la existencia de una cosa roja.»— Cierto, no tiene sentido ninguno decir que el color rojo (el color, no el pigmento) se deshizo o se trituró. ¿Pero no podemos decir «El rojo desaparece»? ¡Y no te aferres a la idea de que, incluso cuando ya no haya más rojo, podremos traerlo ante el ojo de la mente! Esto es igual que si quisieras decir que siempre habría una reacción química que produjese una llama roja.— ¿Pues qué pasaría si no pudieses acordarte más del color?— Cuando olvidamos qué color es el que tiene este nombre, pierde su significado para nosotros; es decir, ya no podemos jugar con él un determinado juego de lenguaje. Y la situación es entonces comparable a aquella en la que se ha perdido el paradigma que era un recurso de nuestro lenguaje.
58. «Quiero llamar 'nombre' sólo a lo que no puede estar en la combinación 'X existe'.— Y así no puede decirse?1 rojo existe', porque, si no hubiera rojo, no se podría en absoluto hablar de él.»— Mejor: si «X existe» ha de querer decir tanto como: «X» tiene significado —  entonces no es una proposición que trate de X, sino una proposición sobre nuestro uso lingüístico, a saber, el uso de la palabra «X».
Nos parece que decimos algo sobre la naturaleza del rojo al decir que las palabras «El rojo existe» no tienen sentido alguno. Concretamente, que existe 'en y para sí'. La misma idea —  que esto es un enunciado metafísico sobre el rojo —  se expresa también cuando decimos, pongamos por caso, que el rojo es atemporal, y quizá aún más vigorosamente en la palabra «indestructible».
Pero en realidad lo único que queremos es concebir «El rojo existe» como el enunciado: la palabra «rojo» tiene significado. O quizá mejor: «El rojo no existe» como «'Rojo' no tiene significado». Sólo que no queremos decir que la expresión dice eso, sino que debiera decir eso si tuviera algún sentido. Pero que se contradice a sí misma en el intento de decirlo —  ya que el rojo es 'en sí y para si". Mientras que sólo hay quizá una contradicción en que la proposición parece hablar del color mientras que debería decir algo sobre el uso de la palabra 'rojo'.— En realidad, sin embargo, decimos perfectamente que existe un determinado color; y esto significa tanto como: existe algo que tiene ese color. Y la primera expresión no es menos exacta que la segunda; en particular allí donde ?? que tiene el color' no es un objeto físico.
59. «Los nombres designan sólo lo que es un elemento de la realidad. Lo que no puede destruirse; lo que permanece idéntico en todos los cambios.»— ¿Pero qué es eso?— ¡Mientras dijimos la oración ya nos vino a las mientes! Expresamos ya una imagen totalmente determinada. Una figura determinada que queremos emplear. Pero ciertamente la experiencia no nos muestra estos elementos. Vemos partes constituyentes de algo compuesto (de una silla, por ejemplo). Decimos que el respaldo es una parte de la silla, pero a su vez está compuesto él mismo de diversos maderos, mientras que una pata es una parte constituyente simple. Vemos también una totalidad que cambia (se destruye), mientras sus partes constituyentes permanecen inmutables. Estos son los materiales a partir de los cuales fabricamos esa figura de la realidad.
60. Cuando digo: «Mi escoba está en el rincón» —  ¿es éste en realidad un enunciado sobre el palo y el cepillo de la escoba? En cualquier caso podría reemplazarse el enunciado por otro que diese la posición del palo y la posición del cepillo. Y este enunciado es ciertamente una forma más analizada del primero.— ¿Pero por qué la llamo «más analizada»?— Bueno, si la escoba se encuentra allí, esto ciertamente quiere decir que tienen que estar allí el palo y el cepillo, yen determinada posición mutua; y esto estaba en cierto modo oculto al principio en el sentido de la oración y es expresado en la oración analizada. Así pues, ¿quien dice que la escoba está en el rincón quiere realmente decir: el palo está allí y también el cepillo, y el palo está encajado en el cepillo?— Si le preguntáramos a alguien si quería decir eso, probablemente diría que él en modo alguno había pensado en el palo en particular ni en el cepillo en particular. Y ésa sería la respuesta correcta, pues él no quería hablar ni del palo en particular ni del cepillo en particular. Supón que en vez de «¡Tráeme la escoba!» le dijeses a alguien: «¡Tráeme el palo y el cepillo que está encajado en él!».— ¿No es la respuesta a eso: «¿Quieres la escoba? ¿Por qué lo expresas de manera tan rara.?»? —  ¿Va a  entender él mejor la oración más analizada?— Esa oración, podría decirse, efectúa lo mismo que la ordinaria, pero por un camino complicado.— Imagínate un juego de lenguaje en el que a alguien se le dan órdenes de traer ciertas cosas compuestas de muchas partes, de moverlas o algo por el estilo. Y dos modos de jugarlo: en uno (a) las cosas compuestas (escobas, sillas, mesas, etc). tienen nombres como en (15); en otro (b) sólo reciben nombres las partes y el todo se describe con su ayuda. —  ¿Hasta qué punto una orden del segundo juego es entonces una forma analizada de una orden del primero? ¿Se oculta aquélla en ésta y es sacada a la luz por medio del análisis?— Sí, la escoba se destroza cuando palo y cepillo se separan; ¿pero consta por ello la orden de traer la escoba de panes correspondientes?

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