El desarrollo espiritual es una capacidad de evolución innata en todo ser humano. Es un movimiento hacia la unidad; el descubrimiento de nuestro verdadero potencial. Tan común y natural como el nacimiento, el crecimiento físico y la muerte; es una parte integral de nuestra existencia.
Durante siglos, culturas enteras han tratado a las transformaciones internas como un aspecto necesario y deseable de la vida. Muchas sociedades desarrollaron rituales sofisticados y prácticas de meditación como maneras de invitar y estimular el crecimiento espiritual. La humanidad ha atesorado las emociones, visiones y percepciones relacionadas con el proceso del despertar en pinturas, poesías, novelas y música, y en descripciones que brindaron místicos y profetas. Algunas de las contribuciones del arte y la arquitectura más hermosas y valoradas celebran estos dominios místicos. Para algunas personas, sin embargo, el viaje de transformació n en su desarrollo espiritual se convierte en una “emergencia espiritual”, en una crisis en la que los cambios internos son tan veloces y los estados interiores tan exigentes que, por un tiempo, a esta gente le es difícil manejarse bien en la realidad cotidiana. En nuestro tiempo, estos individuos rara vez son tratados como si estuvieran al borde del crecimiento interno: casi siempre son vistos a través de la lente de la enfermedad y tratados con tecnologías que oscurecen los beneficios potenciales que esas experiencias son capaces de ofrecer. En un ambiente que brinde el apoyo necesario, y con una adecuada comprensión, estos difíciles estados de la mente pueden ser extremadamente benéficos, ya que suelen producir una curación a nivel físico y emocional, introspecciones profundas, actividades creativas y cambios positivos y permanentes de la personalidad.
Cuando acuñamos el término emergencia espiritual, buscábamos enfatizar tanto el peligro como la oportunidad inherentes a tales estados. La frase es un juego de palabras que se refiere tanto a la crisis o “emergencia” que puede acompañar a la transformación, cuanto a la idea de “surgimiento” que sugiere la enorme oportunidad que estas experiencias ofrecen para el crecimiento personal y el desarrollo de nuevos niveles de percepción. En busca del ser es para aquellos a quienes una emergencia espiritual les cambió la vida. Es para quienes están experimentando una crisis de este tipo o la han experimentado, para sus familiares y amigos, y para aquellos terapeutas, religiosos, psicólogos y psiquiatras que se vean envueltos en este proceso, extraordinario pero, a la par, completamente natural. También es una guía para quienes están embarcados en una transformación personal. Aunque estas páginas centran su atención en los aspectos difíciles de las crisis espirituales, las lecciones que contienen también se aplican a aquellos para los que el surgimiento de la espiritualidad, aunque relativamente suave, es de todas maneras desconcertante y por momentos incómodo. Quienes han tenido este tipo de experiencia pueden beneficiarse con las sugerencias que aquí se dan con respecto a cómo cooperar y beneficiarse con este importante proceso. A través de la historia, las personas con intensas crisis espirituales fueron consideradas benditas: se creía que estaban en comunicación directa con las regiones sagradas y los seres divinos. Sus sociedades las apoyaron durante estos períodos cruciales, ofreciéndoles refugio y suspendiendo sus exigencias habituales.
Miembros respetados de sus comunidades habían atravesado sus propias emergencias espirituales; podían reconocer y comprender procesos similares en otros y, por lo tanto, eran capaces de honrar la expresión del impulso místico y creativo. Las experiencias, a menudo dramáticas y vistosas, se nutrían en la confianza de que esos individuos eventualmente retornarían a la comunidad con una mayor sabiduría y un aumento en su capacidad para manejarse en el mundo, tanto para su propio beneficio como para el de la sociedad. Con el advenimiento de la ciencia moderna y la era industrial, esta actitud tolerante y hasta estimulante cambió drásticamente. La noción de una realidad aceptada se comprimió para incluir sólo aquellos aspectos de la existencia que son materiales, tangibles y mensurables. La espiritualidad, en cualquiera de sus formas, fue exiliada de la visión del mundo de la ciencia moderna. Las culturas occidentales adoptaron una interpretación restringida y rígida de lo que es “normal” en la experiencia y la conducta humanas y rara vez aceptaron a quienes quisieron ir más allá de esos límites. La psiquiatría encontró explicaciones biológicas para ciertos desórdenes mentales: infecciones, tumores, desequilibrios químicos y otras afecciones del cerebro o del cuerpo. También descubrió formas poderosas de controlar los síntomas de varias afecciones cuya causa permanece desconocida, incluyendo las manifestaciones de la crisis espiritual. Como resultado de estos éxitos, la psiquiatría se estableció firmemente como disciplina médica, y el término enfermedad mental se extendió hasta incluir muchos estados que, para ser exactos, eran condiciones naturales que no podían deberse a causas biológicas.
El proceso de la emergencia espiritual, junto con sus manifestaciones más dramáticas, devino en ser considerado en general como una enfermedad, y quienes mostraban signos de lo que antes era visto como una transformació n y un crecimiento interior fueron considerados enfermos en la mayoría de los casos.
En consecuencia, mucha gente con síntomas emocionales o psicosomáticos es automáticamente clasificada como víctima de un problema de salud, y sus dificultades son consideradas enfermedades de origen desconocido, a pesar de que exámenes clínicos y de laboratorio no ofrezcan evidencia que apoye esta conclusión.
La mayoría de los estados alterados de conciencia son vistos como patológicos y tratados con métodos psiquiátricos tradicionales, como la medicación supresiva y la hospitalización.
A raíz de este estado de cosas, mucha gente que está atravesando un proceso curativo natural de emergencia espiritual es puesta automáticamente en la misma categoría que aquellos con una verdadera enfermedad mental, en especial si sus experiencias causan una crisis en su vida y crean dificultades a sus familiares. Esta interpretación se ve impulsada aún más por el hecho de que, en gran parte, nuestra cultura no reconoce la importancia y el valor de lo místico en el interior del ser humano. Los elementos espirituales inherentes a una transformació n personal parecen extraños y amenazadores para los que no están familiarizados con ellos.
En estas dos décadas pasadas, sin embargo, la situación ha ido cambiando con rapidez. La espiritualidad se ha reintroducido en la cultura a través de un renovado interés en los sistemas de lo sagrado, como los que es posible encontrar en las religiones orientales, los textos místicos occidentales y las tradiciones aborígenes americanas. Un gran número de gente experimenta con la meditación y otras prácticas espirituales; otros realizan una autoexploración a través de distintas terapias. Con estos métodos se están descubriendo nuevas dimensiones y posibilidades internas. Al mismo tiempo, los desarrollos revolucionarios en muchas disciplinas están cerrando con rapidez el abismo entre la ciencia y la espiritualidad, y los médicos modernos e investigadores en otros campos están adentrándose en una visión del mundo similar a la descrita por los místicos. Junto con un renovado interés por lo místico, notamos otro fenómeno: cada vez más y más gente tiene experiencias espirituales y paranormales y está dispuesta a hablar más abiertamente sobre ellas.
Una encuesta de la organización Gallup demostró que el 43% de los norteamericanos encuestados admitía haber vivido experiencias espirituales inusuales, y el 95% dijo creer en Dios o en un espíritu universal. A partir de nuestras observaciones, este interés en aumento coincide con un crecimiento en las dificultades relacionadas con los procesos de transformación. Nos hemos dado cuenta de este aparente aumento de las emergencias espirituales en nuestros viajes por todo el mundo durante la última década, presentando talleres y dando conferencias en las que hablamos de nuestras experiencias personales y nuestra comprensión alternativa de algunos de los estados que han sido etiquetados como psicóticos. Nos sorprendió mucho encontrar a tanta gente a quien les eran significativos varios de los elementos de nuestras historias. Algunos habían atravesado experiencias que los transformaron y se sentían más realizados gracias a éstas. Muchos otros habían tenido experiencias similares, pero nos contaron trágicas historias de familiares y profesionales que no los comprendieron, de confinamientos en hospitales, de tranquilizantes innecesarios y de diagnósticos psiquiátricos estigmatizantes. A menudo, un proceso que había comenzado como curativo y transformador había sido interrumpido e incluso complicado con la intervención psiquiátrica. También nos encontramos con profesionales de la salud mental creativos, innovadores, compasivos -psicólogos, psiquiatras y demás-, que buscan y ya proveen alternativas a sus pacientes.
Cuando acuñamos el término emergencia espiritual, buscábamos enfatizar tanto el peligro como la oportunidad inherentes a tales estados. La frase es un juego de palabras que se refiere tanto a la crisis o “emergencia” que puede acompañar a la transformación, cuanto a la idea de “surgimiento” que sugiere la enorme oportunidad que estas experiencias ofrecen para el crecimiento personal y el desarrollo de nuevos niveles de percepción. En busca del ser es para aquellos a quienes una emergencia espiritual les cambió la vida. Es para quienes están experimentando una crisis de este tipo o la han experimentado, para sus familiares y amigos, y para aquellos terapeutas, religiosos, psicólogos y psiquiatras que se vean envueltos en este proceso, extraordinario pero, a la par, completamente natural. También es una guía para quienes están embarcados en una transformación personal. Aunque estas páginas centran su atención en los aspectos difíciles de las crisis espirituales, las lecciones que contienen también se aplican a aquellos para los que el surgimiento de la espiritualidad, aunque relativamente suave, es de todas maneras desconcertante y por momentos incómodo. Quienes han tenido este tipo de experiencia pueden beneficiarse con las sugerencias que aquí se dan con respecto a cómo cooperar y beneficiarse con este importante proceso. A través de la historia, las personas con intensas crisis espirituales fueron consideradas benditas: se creía que estaban en comunicación directa con las regiones sagradas y los seres divinos. Sus sociedades las apoyaron durante estos períodos cruciales, ofreciéndoles refugio y suspendiendo sus exigencias habituales.
Miembros respetados de sus comunidades habían atravesado sus propias emergencias espirituales; podían reconocer y comprender procesos similares en otros y, por lo tanto, eran capaces de honrar la expresión del impulso místico y creativo. Las experiencias, a menudo dramáticas y vistosas, se nutrían en la confianza de que esos individuos eventualmente retornarían a la comunidad con una mayor sabiduría y un aumento en su capacidad para manejarse en el mundo, tanto para su propio beneficio como para el de la sociedad. Con el advenimiento de la ciencia moderna y la era industrial, esta actitud tolerante y hasta estimulante cambió drásticamente. La noción de una realidad aceptada se comprimió para incluir sólo aquellos aspectos de la existencia que son materiales, tangibles y mensurables. La espiritualidad, en cualquiera de sus formas, fue exiliada de la visión del mundo de la ciencia moderna. Las culturas occidentales adoptaron una interpretación restringida y rígida de lo que es “normal” en la experiencia y la conducta humanas y rara vez aceptaron a quienes quisieron ir más allá de esos límites. La psiquiatría encontró explicaciones biológicas para ciertos desórdenes mentales: infecciones, tumores, desequilibrios químicos y otras afecciones del cerebro o del cuerpo. También descubrió formas poderosas de controlar los síntomas de varias afecciones cuya causa permanece desconocida, incluyendo las manifestaciones de la crisis espiritual. Como resultado de estos éxitos, la psiquiatría se estableció firmemente como disciplina médica, y el término enfermedad mental se extendió hasta incluir muchos estados que, para ser exactos, eran condiciones naturales que no podían deberse a causas biológicas.
El proceso de la emergencia espiritual, junto con sus manifestaciones más dramáticas, devino en ser considerado en general como una enfermedad, y quienes mostraban signos de lo que antes era visto como una transformació n y un crecimiento interior fueron considerados enfermos en la mayoría de los casos.
En consecuencia, mucha gente con síntomas emocionales o psicosomáticos es automáticamente clasificada como víctima de un problema de salud, y sus dificultades son consideradas enfermedades de origen desconocido, a pesar de que exámenes clínicos y de laboratorio no ofrezcan evidencia que apoye esta conclusión.
La mayoría de los estados alterados de conciencia son vistos como patológicos y tratados con métodos psiquiátricos tradicionales, como la medicación supresiva y la hospitalización.
A raíz de este estado de cosas, mucha gente que está atravesando un proceso curativo natural de emergencia espiritual es puesta automáticamente en la misma categoría que aquellos con una verdadera enfermedad mental, en especial si sus experiencias causan una crisis en su vida y crean dificultades a sus familiares. Esta interpretación se ve impulsada aún más por el hecho de que, en gran parte, nuestra cultura no reconoce la importancia y el valor de lo místico en el interior del ser humano. Los elementos espirituales inherentes a una transformació n personal parecen extraños y amenazadores para los que no están familiarizados con ellos.
En estas dos décadas pasadas, sin embargo, la situación ha ido cambiando con rapidez. La espiritualidad se ha reintroducido en la cultura a través de un renovado interés en los sistemas de lo sagrado, como los que es posible encontrar en las religiones orientales, los textos místicos occidentales y las tradiciones aborígenes americanas. Un gran número de gente experimenta con la meditación y otras prácticas espirituales; otros realizan una autoexploración a través de distintas terapias. Con estos métodos se están descubriendo nuevas dimensiones y posibilidades internas. Al mismo tiempo, los desarrollos revolucionarios en muchas disciplinas están cerrando con rapidez el abismo entre la ciencia y la espiritualidad, y los médicos modernos e investigadores en otros campos están adentrándose en una visión del mundo similar a la descrita por los místicos. Junto con un renovado interés por lo místico, notamos otro fenómeno: cada vez más y más gente tiene experiencias espirituales y paranormales y está dispuesta a hablar más abiertamente sobre ellas.
Una encuesta de la organización Gallup demostró que el 43% de los norteamericanos encuestados admitía haber vivido experiencias espirituales inusuales, y el 95% dijo creer en Dios o en un espíritu universal. A partir de nuestras observaciones, este interés en aumento coincide con un crecimiento en las dificultades relacionadas con los procesos de transformación. Nos hemos dado cuenta de este aparente aumento de las emergencias espirituales en nuestros viajes por todo el mundo durante la última década, presentando talleres y dando conferencias en las que hablamos de nuestras experiencias personales y nuestra comprensión alternativa de algunos de los estados que han sido etiquetados como psicóticos. Nos sorprendió mucho encontrar a tanta gente a quien les eran significativos varios de los elementos de nuestras historias. Algunos habían atravesado experiencias que los transformaron y se sentían más realizados gracias a éstas. Muchos otros habían tenido experiencias similares, pero nos contaron trágicas historias de familiares y profesionales que no los comprendieron, de confinamientos en hospitales, de tranquilizantes innecesarios y de diagnósticos psiquiátricos estigmatizantes. A menudo, un proceso que había comenzado como curativo y transformador había sido interrumpido e incluso complicado con la intervención psiquiátrica. También nos encontramos con profesionales de la salud mental creativos, innovadores, compasivos -psicólogos, psiquiatras y demás-, que buscan y ya proveen alternativas a sus pacientes.
Muchos han expresado la frustración que les produce no poder compartir sus ideas y acercamientos en los hospitales o clínicas en los que trabajan, en gran parte a causa de la adherencia rígida de estas instituciones al modelo médico, la política administrativa tradicional y las restricciones burocráticas. Nos han habla do de su soledad profesional y de su deseo de conectarse con gente que coincida con ellos en esas áreas. En la medida en que más y más gente se enfrenta con emergencias espirituales, un número mayor de personas se encuentra insatisfecho con la aplicación de tratamientos psiquiátricos tradicionales durante este tipo de acontecimientos. Así corno en años recientes los padres potenciales han presionado a los médicos para que retomen el antiguo y respetado sentido del nacimiento y su dinámica, la gente que atraviesa una crisis espiritual está empezando a exigir que los profesionales reconozcan sus dificultades como lo que son: estadios desafiantes en un proceso que puede cambiarnos la vida. Por esto es crucial tratar los temas que se relacionan con la emergencia espiritual, para aumentar la comprensión que se tiene de los distintos estados que ésta implica y, también, para formular nuevas estrategias de tratamiento que ayuden a la gente a atravesar una experiencia de este tipo y a salir ganando con ella. Nos interesa profundamente la zona que media entre el desarrollo espiritual y la salud mental, en gran parte por haber estado personalmente expuestos a ella.
Christina Grof & Stanislav Grof
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