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domingo, 14 de marzo de 2010

Las modificaciones del cuerpo nos llevan a la adultez

Del desarrollo adulto
Por: Gustavo Enrique Orozco

 Las modificaciones que el cuerpo experimenta a lo largo de su desarrollo son variadas y como toda crisis de cambio, aseguran su importancia en virtud de su manifestación. No hay ser humano que no sea capaz de atender estos cambios con la naturaleza propia de sus resistencias y los consecutivos duelos de las pérdidas. Un día, los huesos comienzan a pesar y el cabello cae y cae, los dientes se hacen débiles y la piel, papel mojado, cede ante el tacto del frío y de los insectos nocturnos. Mi abuela dormía poco y su pasatiempo matutino durante muchos años fue el de poner orden entre plantas y polvos en el patio. Las ocupaciones cambian. Como los tiempos, don Arturo no pudo entender nunca cómo es que podía salir a la calle con un teléfono, y ni hablar de cómo enviar un mensaje por medio de él. Dominado por su recuerdo más amado, sin embargo, mantuvo siempre el viejo teléfono negro de disco con números  a un lado de la foto de su esposa, Carmelita, la recepcionista que conoció cuando ella tenía 19 años. Ella murió en el 85 y él conserva ese teléfono, los demás no los ve siquiera. El paso del tiempo es inclemente. No para. Aún así, ocurren cosas, hay los que no obstante siguen y siguen haciendo lo que más disfrutan hasta el fin de sus vidas, Celia Cruz, los Rolling Stones, Ibrahim Ferrer, Compay Segundo, Andrés Henestrosa, Fidel Castro incluso, en su constante actividad placentera parecen atravesar los tiempos sin más embates que los que son propios de la naturaleza humana, hablar de concepto propio aquí y de estima favorable, puede ser una buena intercalación, en la medida en que el ser humano es capaz de tomar en consideración las apreciaciones que puede tener sobre su persona, es posible que se genere un consecuente motor, un ejercicio de aprecio en virtud de lo que de afortunado se tiene. Las consecuencias de ese desarrollo van por encima del crecimiento natural biológico, se forja en la voluntad una visión renovada de la vida. Y lo que conocemos como realidad, ese conjunto de constructos y abstracciones que hacemos del mundo, se modifica también ante nuestros ojos.
Un requisito indispensable para la realidad es lo verdadero, ya los poetas han señalado por años ese reconocimiento de la novedad del alma que se entrega a su visión apasionada. Visión que no es más otra que la misma de la vida. Visión de la cotidianeidad. Estamos en un círculo constante de revisión y adelanto. Adaptándonos cuando nuestra posibilidad lo permite a los cambios constantes del mundo. Acostumbrados a los patrones y a las circunstancias que tienen ya nombres definidos, cedemos cuanto más es posible a la mirada del entorno, al dios social de la recriminación y el plan de la justicia moral. Nada de lo que hacemos está excento de esa mirada, de esa visión elevada, dioses que nos miran y hombres que nos juzgan, temblamos pero no nos movemos, buscamos, como en la manada, la seguridad de los bisontes. Al envejecer, reanudamos nuestros temores. Y a veces, nuestra fragilidad humana se presenta a nosotros como máscara, como traje. Para Piaget, los niños van siendo objetos de estudio susceptibles de ser examinados bajo una óptica regulada por el pensamiento de otro, aquél que cumple con esos parámetros, es llamado por todos nosotros: normal. Hemos construido una norma que no somos siempre capaces de entender y menos de identificar en la multiplicidad de los casos que nos toca ver. Romper esa norma, ir un poco más allá a lo nuevo, es señalado. Aún.
México es un país en el que el eufemismo es un signo de consideración importante, a los muertos los llamamos los muertitos, a los ancianos, los viejitos, seguimos los protocolos sin mirarlos, dentro del juego de espejos que hemos construido para sortear los embates del día con día. Los hombres y mujeres que han sido capaces de salir por un momento de ese espacio restringido que dice qué hacer. De ese manual no escrito de: los ancianos no esto o lo otro. Ellos, como todos nosotros, cuando salimos de la caja eriksoniana y por fin miramos algo que se parece a nuestra sombra reflejada en el piso y entonces podemos saber qué se parece a lo que queremos.

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