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lunes, 21 de junio de 2010

El lenguaje una de las formas que nos diferencian de los animales

EL LENGUAJE

Una de las formas en que los seres humanos se diferencian de los otros animales es por la creación y el uso del lenguaje. Edward Sapir (1963) escribió: “El don del discurso y del lenguaje bien organizado son característicos de todos los grupos conocidos de seres humanos… La verdad es que el lenguaje es esencialmente perfecto en expresión y comunicación en todos los grupos humanos conocidos. De todos los aspectos de la cultura, puede afirmarse, casi con certeza, que el lenguaje fue el primero en recibir una forma altamente perfeccionada y que su perfección esencial es un requisito para el desarrollo integral de la cultura”.
Los seres humanos utilizamos el lenguaje de dos formas. La primera, es para representarnos el mundo, es decir, para razonar, pensar, fantasear. Cuando empleamos el lenguaje como un sistema representacional, estamos creando modelos de nuestra propia experiencia, modelos que están basados en las percepciones que tenemos del mundo. El segundo modo de usar el lenguaje, es para comunicarnos unos a otros nuestras representaciones del mundo; éste es, en sentido estricto, una forma especial del lenguaje representacional: al comunicarnos con otras personas, estamos representando para otros nuestras propias representaciones. 
Trataremos de plantear de otra manera la clasificación anterior. En una primera instancia utilizamos el lenguaje para representar nuestra experiencia como un proceso íntimo y privado (siento un estímulo que proviene del interior de mi cuerpo y asigno un nombre a esta percepción: “me duele el estómago”). Luego, comunico a la persona que se encuentra junto a mí lo que me está pasando (“oye, me duele el estómago”); esta representación a otra persona de nuestra representación de la experiencia que he tenido, es un proceso eminentemente social.
El lenguaje permite entonces que las personas se comuniquen entre sí, transmitiendo sus experiencias. Esta característica nos permite aprender muchas más cosas que las podríamos aprender sólo en base a la experiencia directa. La mayor parte de las conocimientos que poseemos nos ha sido transmitida a través del lenguaje; la cultura de una sociedad pasa de generación en generación fundamentalmente a través de la palabra hablada o escrita. El lenguaje está presente en todos los procesos cognoscitivos: en la memoria, el pensamiento, la solución de problemas, el razonamiento, etc.
El estudio de los procesos subyacentes al desarrollo del lenguaje es uno de los temas más abordados por psicólogos y lingüistas en los últimos años. Ya está relativamente comprobado que la adquisición del lenguaje no puede explicarse de acuerdo a un esquema asociacionista simple, en base a recompensa y castigo o debido a una simple imitación. Es la maduración biológica la que posibilita que, a una edad determinada y habiendo tenido una experiencia adecuada, el niño empiece a comunicarse con los demás.

Los elementos formales del lenguaje
La estructura básica del lenguaje se apoya en la gramática. La gramática es un sistema de reglas que determina cómo podemos expresar nuestros pensamientos. El lenguaje tiene tres componentes principales, de los cuales se ocupa la gramática: la fonología, la sintaxis y la semántica.
La fonología es el estudio de las unidades elementales del lenguaje, que se llaman fonemas. Los fonemas son los sonidos básicos de cada lengua, los que se combinan para formar palabras. La mayor parte de los fonemas son vocales y consonantes, que equivalen aproximadamente a las letras del alfabeto. Cada lengua tiene sus propias reglas que controlan la combinación de fonemas y que permiten que algunos fonemas puedan unirse a otros y prohibe asimismo algunas combinaciones  (así, por ejemplo, en el mapudungun hay palabras que se inician con la combinación “ng” – Ngenechen –combinación que no es permitida en castellano).
La sintaxis tiene que ver con las reglas sobre cómo combinar las palabras y las frases para formar enunciados. Según la Enciclopedia Salvat Multimedia (1997), sintaxis es “parte de la estructura gramatical de una lengua que abarca las normas relativas a la combinación de las palabras en unidades mayores (especialmente en oraciones) y las relaciones contraídas por las palabras dentro de dichas unidades”. Es precisamente la estructura de la oración la que le da sentido; si se destruye la estructura, ésta pierde todo sentido.
Veamos, por ejemplo, que ocurre con la oración anterior si alteramos su sentido:
Es precisamente la estructura de la oración la que le da sentido; si se destruye la estructura, ésta pierde todo sentido.
Al alterar el sentido:
Pierde la la de sentido si le estructura precisamente se todo oración ésta sentido que estructura destruye la la da es.
Parece ser entonces que el significado que damos a una oración tiene más que ver con la forma en que está estructurada, que con las palabras mismas que la componen. Si leemos a Julio Cortázar en Rayuela (1984) encontramos oraciones como la siguiente:

“Apenas él le amalaba el noema,
a ella se le agolpaba el clémiso,
y caían en hidromurias, en salvajes ambonios,
en sustalos exasperantes”

Aunque son palabras inventadas por Cortázar, es fácil entender que está refiriéndose a un encuentro amoroso. Es decir, que si el texto sigue las reglas del lenguaje (en este caso de la sintaxis), es relativamente simple atribuirle un significado.
Por último, la semántica se refiere a las reglas que gobiernan el significado de las palabras y los enunciados. Las reglas de la semántica permiten transmitir matices en las oraciones. Así, por ejemplo un niño puede llegar corriendo a casa y gritar “un perro mordió a mi hermana”, porque está comunicando un hecho que acaba de ver; en cambio, si al día siguiente le preguntan en la escuela por que no asistió a clases su hermana, podrá decir “a mi hermana la mordió un perro”. Dos formulaciones distintas para un mismo hecho, y que transmiten representaciones diferentes de esa situación.
El lenguaje, en sí mismo, es sumamente complejo. Y, sin embargo, la mayor parte de las personas lo aprenden sin ni siquiera estar conscientes de las reglas mismas de la gramática. A continuación, examinaremos cómo se presenta este proceso.
-El paquete era un paracaídas sin abrir. El hombre venía desde lo alto, luego de lanzarse desde un avión. Este problema no puede solucionarse si se piensa solamente en cuatro direcciones (norte, sur, este, oeste) de las que pudiera venir el hombre.-
Los precursores del habla
Aún cuando es posible decir que el habla propiamente tal se inicia con las primeras palabras que pronuncia el niño, la verdad es que varios meses antes de emitir sus primeras palabras comprensibles ya el niño ha aprendido el significado de los sonidos y de las estructuras sonoras del lenguaje. Desde muy temprana edad, los niños están captando y analizando el lenguaje que escuchan a las personas que los cuidan y, de una manera u otra, están reaccionando ante ese lenguaje.
A las pocas semanas de nacidos, los niños son capaces de percibir y de reaccionar frente a los sonidos vocales. Pueden reaccionar frente a sílabas tales como ba y pa; saben localizar los sonidos y ya a la edad de tres meses pueden distinguir la voz de su madre de la de otras mujeres.
Más o menos a finales del segundo mes, los bebés empiezan a “zurear”. Zurear, en sentido estricto, designa la acción de la paloma cuando emite arrullos; en el caso del niño se refiere a la acción de emitir sonidos del tipo “aggg”, a lo que llamamos “decir agú”. Este “zureo” parece ser absolutamente independiente del aprendizaje o de la percepción auditiva, ya que también se observa en niños sordos nacidos de padres sordomudos.
Aproximadamente a los 5 a 6 meses, los niños empiezan a balbucear. Se entiende por balbucear el “hablar con pronunciación dificultosa y vacilante” (Enciclopedia Salvat Multimedia, 1997). Los niños empiezan a combinar vocales y consonantes en sucesiones de sílabas; por ejemplo “ba ba ba”. Es diferente del zureo, ya que las emisiones de voz son mucho más parecidas al lenguaje de verdad y los niños son capaces de darle entonaciones que se asemejan a peticiones, preguntas o enojos. El fenómeno del balbuceo dura por unos seis a ocho meses, e incluso hay muchos niños que aunque ya han emitido sus primeras palabras, continúan balbuceando mientras juegan.
Es interesante anotar dos fenómenos que se presentan en el balbuceo. En primer lugar, cuando los niños balbucean emiten todo tipo de sonidos, incluso aquellos que no pertenecen al idioma el que están enfrentados. En segundo lugar, que incluso los niños sordos tienen una forma particular de balbuceo: cuando reciben desde su nacimiento estimulación de lenguaje por señas, “balbucean” con sus manos.
Poco a poco el balbuceo empieza a asemejarse al idioma específico que se habla en el entorno del niño, empezando por reflejar la entonación y el timbre, y más adelante los sonidos específicos. Hay controversia entre los especialistas en el desarrollo del lenguaje en cuanto a si existen o no conexiones entre el balbuceo y la adquisición posterior del lenguaje. Hay quienes aseguran que el balbuceo del niño contiene todos los sonidos de todas las lenguas y que, por lo tanto, será a través del aprendizaje y del reforzamiento que algunos sonidos se mantendrán y otros serán desechados del repertorio. Otras autoridades, en cambio, opinan que existen sonidos que de hecho no son balbuceados por el niño y que, por lo tanto, deben ser aprendidos posteriormente (esto se da, por ejemplo, en el inglés). Por otra parte, no ha podido establecerse relación entre la cantidad de balbuceo y la edad en que el niño empieza a hablar o con la calidad de su lenguaje algunos años más tarde.
Antes de que aparezca el habla propiamente tal, el niño manifiesta sus necesidades de comunicarse, mirando a los adultos, haciendo gestos, señalando cosas y vocalizando. Ya al acercarse a los 12 meses de vida, el niño parece haberse dado cuenta de que los adultos pueden proporcionarle los objetos que él necesita y, por ello, empieza a emitir peticiones de ayuda para la satisfacción de sus necesidades. Según Elizabeth Bates (1976), “el uso de palabras para referirse a objetos surgió gradualmente de la acción de comunicarse.”
Alrededor de los doce meses de edad, el niño empieza a decir sus primeras palabras. Son, por lo general, palabras monosilábicas (“pa”, “ma”) o bisilábicas (“mamá”, “papá”) y que se refieren a objetos o personas destacadas en el ambiente del niño. Dado que el niño de esta edad se orienta sobre todo hacia el movimiento (etapa sensoriomotriz, según la teoría de Piaget), muchas de sus primeras palabras se refieren a cosas que se mueven y, en particular, a los primeros actos del niño. Por lo general, las primeras palabras se refieren a personas importantes para el niño (papá, mamá, guagua), alimentos (papa, leche), partes del cuerpo (nariz, ojo), ropa (zapato), animales (perro, gato) y vehículos o juguetes (auto, camión).
Es importante precisar que las primeras palabras de los niños no parecen solamente nombrar objetos, sino que también se refieren a acciones que han ocurrido. Así, por ejemplo, cuando el niño dice “perro” no sólo se refiere al animal, sino que parece querer decirnos que “un perro acaba de pasar”.
Entre el año y los dos años de vida, el niño habla casi solamente en base a palabras aisladas, las cuales representan objetos, acciones, solicitudes, o bien expresan emociones. Es preciso entender el contexto en el que se da el lenguaje infantil, para poder comprender el significado que el niño está atribuyendo a la palabra. Si interpretamos las primeras palabras del niño unidas a sus gestos y entonaciones podremos entender mucho mejor qué es lo que el niño está tratando de comunicarnos.
Alrededor de los dos años de edad, el niño empieza a combinar palabras en oraciones que, en un primer momento, incluyen sólo dos palabras: “mamá papa” para expresar que necesita alimento; “papá auto” con lo que tal vez quiere significar que el padre está llegando a casa en su vehículo o que desea que lo lleven a pasear en el auto del papá (insistimos en la necesidad de interpretar el contexto y la entonación de la verbalización infantil).
Una vez que el niño ha empezado a emitir oraciones de dos palabras empieza, al principio lentamente, a combinar cada vez más y más palabras. Al cumplir dos años de edad, la mayoría de los niños poseen un vocabulario de más de cincuenta palabras; de allí en adelante, el vocabulario aumenta a pasos acelerados.
Sin embargo, es preciso señalar que las actuales teorías explicativas del desarrollo del lenguaje han dejado de considerar el número de palabras como parámetro del desarrollo. En la actualidad, más bien se examina la estructura del lenguaje utilizado, es decir, la capacidad de combinación de palabras que tenga el niño. A ello nos referiremos en la siguiente sección, al examinar las teorías sobre el desarrollo del lenguaje.

El desarrollo del lenguaje según Brown
Roger Brown es profesor de la Universidad de Harvard y ha dedicado gran parte de sus estudios a la investigación del desarrollo temprano del lenguaje. Una de sus investigaciones más conocidas fue realizada mediante un estudio longitudinal de tres niños a partir del momento en que empezaron a combinar palabras. Lamentablemente, no hemos podido obtener información acerca de investigaciones realizadas en nuestro país o en otros países de habla hispana, que nos permitieran comparar los resultados obtenidos por Brown con nuestra realidad. Por ello, citamos solamente los resultados más destacados de la investigación de Brown, sin analizar en detalle cada una de las etapas de desarrollo a las que se refiere.
Brown parte de la idea de que no puede tomarse la edad cronológica como un índice del desarrollo lingüístico, dado que existen muchas diferencias entre los niños en lo que respecta a la velocidad de adquisición del lenguaje. Para él, el mejor índice del desarrollo lingüístico es el tamaño medio de la emisión (TME). Para poder medir el tamaño medio de la emisión, es preciso considerar los morfemas que se encuentran en cada oración. Se entiende por morfema una unidad constitutiva del habla, que tiene significado. Así, por ejemplo, la palabra papa o gato son morfemas, pero también lo son terminaciones tales como ido o ado, que tienen un significado de tiempo pasado, o la terminación s que significa plural. Tenemos entonces, que la palabra gato contiene un morfema, mientras que la palabra gatos contiene dos morfemas, ya que además del significado propio del animal “gato” contiene el significado plural de que se trata de “dos o más gatos”.
Siguiendo a Brown, tenemos entonces que cuando el niño empieza a hablar, la mayor parte de sus emisiones son palabras aisladas como “mamá”, “guagua”, por lo cual el tamaño medio de la emisión (TME) es de 1,0. Pero, cuando el niño empieza a combinar palabras, el valor medio de la emisión se eleva y si el niño dice, por ejemplo “da papa” está emitiendo un TME de 2.00.
Brown plantea la existencia de cinco etapas del desarrollo lingüístico temprano. Inicia esta clasificación por etapas en el momento en que el niño es capaz de emitir una frase de dos palabras (Etapa I: TME = 2.0) para llegar hasta la quinta etapa, en la cual el TME es de 4.0 morfemas. Es importante señalar que en cada etapa hay muchas variaciones en el tamaño de las emisiones; es decir, un niño que puede presentar un TME de 2.5, emite emisiones de 1 morfema (papa), emisiones de 4 morfemas e incluso de 5 morfemas. La determinación de la etapa en que se encuentra es a través del promedio de las emisiones.
Las primeras oraciones emitidas por los niños son de tipo “telegráfico” (“da pelota”) y están constituidas fundamentalmente por sustantivos, verbos y unos pocos adjetivos. Cuando hablamos de “telegráfico” nos referimos a una forma de hablar en la que por lo general no existen preposiciones, conjunciones ni artículos. Al hablar telegráficamente, el niño no dice “yo estoy viendo un auto”, sino simplemente omite las palabras que no son muy importantes y dice, por ejemplo, “veo auto”.
Es interesante el fenómeno de que las primeras oraciones del niño presentan, por lo general, una sintaxis adecuada, es decir, el orden de las palabras es correcto. Por supuesto que mientras están aprendiendo a hablar, los niños cometen muchísimos errores, por ejemplo cuando dicen “morido” en vez de “muerto”. Pero estos errores se deben básicamente a que están aprendiendo reglas gramaticales y estas reglas (como toda regla) se aplican a los verbos regulares, en los cuales las terminaciones son “ado” o “ido”.  Esta aplicación de las reglas del lenguaje en casos que no son adecuados se conoce con el nombre de sobregeneralización. Sólo cuando estén bastante más avanzados en el desarrollo del lenguaje, los niños serán capaces de aprender las formas verbales irregulares.
A través de sus oraciones telegráficas, los niños están expresando una rica variedad de significados. Para poder comprenderlos a cabalidad, es necesario que el adulto se sitúe en el contexto en que habla el niño; en este sentido, Brown habla del “método de la interpretación rica”. Cuando se comparan los significados proporcionados por niños de diferentes países, culturas y lenguas, es posible apreciar que “existe una sorprendente uniformidad en los diferentes niños y lenguas, por lo que toca a las clases de significados expresados en sencillas expresiones de dos palabras, lo cual nos indica que el desarrollo semántico está estrechamente vinculado al desarrollo cognoscitivo general” (Slobin, 1971).
Es necesario recordar que Brown realizó sus investigaciones acerca del desarrollo del lenguaje con niños de habla inglesa, por lo que tal vez algunos de los ejemplos que él expone no son muy comprensibles para quienes hablamos castellano. Sin embargo, si pensamos en que en cada lengua hay ciertas terminaciones de palabras que son, podríamos decir, características, será más fácil comprender la explicación de Brown.
Los niños de la segunda etapa empiezan a incluir terminaciones de palabras que determinan características de pasado, pluralidad y posesividad, así como también algunas preposiciones y, de vez en cuando algún artículo. La adquisición de estas formas de lenguaje se da de manera paulatina y su utilización por parte del niño va mejorando poco a poco a medida que pasa el tiempo.
Si bien la velocidad con que se adquieren estas formas lingüísticas difiere de un niño a otro, el orden de adquisición es muy similar en todos los niños. En los casos estudiados por Brown, los niños pudieron dominar primero la forma del gerundio (“ing”) y luego las formas de pasado regular e irregular.
Es interesante el desarrollo del uso de los negativos. Según Brown, la capacidad para usar las oraciones negativas se desarrolla a través de tres etapas. En la primera de ellas, simplemente se pone una palabra negativa antes o después de una afirmación (por ejemplo, “no pon tatos”= “no me pongas los zapatos”, o bien “pon tatos no”). Luego, en una segunda etapa, los niños de habla inglesa empiezan a usar correctamente las negaciones, poniéndolas entre el sujeto y el verbo, pero sin tener todavía un uso correcto de las contracciones negativas. Tan sólo en la tercera etapa, los niños han adquirido las reglas adultas del uso de la negación, usando correctamente la palabra negativa “not”.
He planteado con toda intención este último tema – el uso de la negación en niños de habla inglesa – para poder abordar el que en mi opinión es un problema fundamental: ¿pueden generalizarse los resultados proporcionados por Brown, basados en datos obtenidos exclusivamente con niños de habla inglesa, a niños que hablan otras lenguas?.
Si pensamos en la estrecha relación existente entre el desarrollo cognoscitivo y el desarrollo del lenguaje, deberemos concluir que dado que el desarrollo de la cognición es relativamente similar en todos los niños normales, el desarrollo del lenguaje debería seguir también los mismos pasos y debería darse aproximadamente en los mismos momentos en niños de países tan lejanos como Chile, China, Zambia o Alemania. Sin embargo, aún cuando el desarrollo cognoscitivo sea similar en todos estos niños, la adquisición del lenguaje será determinada también por las formas gramaticales características de cada lengua. Con ello quiero decir que hay lenguas en las cuales, por ejemplo, el aprendizaje de la formación del plural es más fácil que en otras, con lo cual los niños de los países en los que se hable esa lengua podrán aprender antes el uso de palabras plurales.

La teoría de Skinner
Los psicólogos que adhieren a la teoría del aprendizaje explican la adquisición del habla como resultado de asociaciones entre estímulos y respuestas, así como por la acción de reforzamientos o recompensas. Quien ha analizado mejor la aplicación de los principios del reforzamiento al desarrollo del lenguaje ha sido Skinner, en su obra Conducta verbal (1957). De acuerdo a Skinner, el lenguaje se aprende mediante el condicionamiento operante, debido a los reforzamientos selectivos que entrega el ambiente a los sonidos y combinaciones de sonidos emitidos por el niño.
Se supone, entonces, que el niño emite sonidos absolutamente al azar o bien imitando los sonidos que escucha en su ambiente. Los padres o en general los adultos que los cuidan, recompensan determinados sonidos mediante sonrisas o elogios. Estos sonidos que son recompensados tendrán entonces mayor posibilidad de volverse a repetir.
A medida que el lenguaje del niño se va aproximando cada vez más al lenguaje de los adultos, las recompensas van aumentando y por lo tanto el habla correcta va siendo reforzada cada vez más y mejor. También las imitaciones que hace el niño del lenguaje de los padres son recompensadas por éstos, con lo cual el niño aprende a pronunciar mejor y va aumentando también su vocabulario.
La teoría de Bandura sobre el aprendizaje del lenguaje
Albert Bandura, teórico del aprendizaje social, no concede tanta importancia al reforzamiento de las conductas verbales, sino que cree que la mayor parte de lo que el niño aprende es resultado de la observación y de la imitación de la conducta de un modelo.
La posición de Bandura es bastante lógica, si pensamos en que un niño no podría adquirir la lengua si no está en contacto con otra persona que le sirva de modelo. Los niños están escuchando el habla que se emite a su alrededor y así acumulan información respecto a este lenguaje. Cuando los padres hablan con sus hijos, les están presentando modelos de habla los cuales serán imitados por el niño.
¿Es suficiente la teoría del aprendizaje para explicar la adquisición del lenguaje?
No cabe duda de que tanto la imitación como el reforzamiento juegan un papel en el desarrollo del lenguaje, pero no bastan para explicar fenómenos tales como las inferencias que hacen los niños acerca del uso correcto de las palabras así como de sus significados.
Mussen (1996) cita un experimento en el cual se presentaron tres juguetes distintos a varios niños de 2 años de edad. Uno de los juguetes era un camión, otro una muñeca y el tercero era una forma de madera que en realidad no representaba nada. La experimentadora le pedía a los niños que le pasaran el “zoob” y, en todos los casos, los niños eligieron sin vacilación la forma de madera que no conocían. Es decir, como conocían el camión y la muñeca, podían inferir que el tercer objeto tenía que ser el “zoob” (zoob es una palabra inexistente en el idioma inglés).
Tampoco el modelamiento parece poder explicar completamente la adquisición del habla. Si bien los padres continuamente están expandiendo las oraciones telegráficas de los niños (por ejemplo, el niño dice “guagua papa” y el padre o la madre expanden la frase diciendo “el niño quiere tomar la papa”), no ha podido comprobarse que la expansión mejore los conocimientos gramaticales de los niños.


Uno de los críticos más destacados de la teoría conductista del desarrollo del lenguaje ha sido Noam Chomsky, cuya posición hemos revisado en el capítulo 6. Rogamos al lector comparar las posiciones de este teórico con las expuestas más arriba.



Lenguaje y Cognición
Además de ser un instrumento para la interacción social a través de la comunicación, el lenguaje está también estrechamente relacionado con las funciones cognoscitivas tales como el pensamiento, la memoria, la formación de conceptos y la solución de problemas.
Según la hipótesis del relativismo lingüístico, idea defendida por lingüistas tales como Benjamín Lee Whorf (1956), es el lenguaje quien da forma y determina el modo en que los integrantes de una cultura determinada perciben y comprenden el mundo. De acuerdo a esta posición, el lenguaje nos proporciona categorías que nos sirven para construir nuestra visión de las personas y acontecimientos del mundo que nos rodea. Es decir, sería el lenguaje quien moldea y produce el pensamiento.
Las investigaciones de los psicólogos no han confirmado la hipótesis del relativismo lingüístico. Por el contrario, cada vez se afirma más la idea de que es el pensamiento quien produce el lenguaje y no viceversa. Confirman esta posición, por ejemplo, las investigaciones realizadas con niños sordos que presentan grandes deficiencias en el desarrollo del lenguaje y que, sin embargo, resuelven problemas cognoscitivos tan bien como los niños que oyen perfectamente.
Jean Piaget y sus seguidores opinan que el desarrollo del lenguaje forma parte del desarrollo cognoscitivo y que son los niveles de logro cognoscitivo quienes están reflejándose en los avances del lenguaje. Para Piaget, el pensamiento, en su forma de inteligencia sensoriomotriz, comienza a desarrollarse incluso antes de que aparezca el lenguaje en el niño.

“… numerosos investigadores han llegado a una suerte de consenso en lo tocante al desarrollo temprano de la adquisición del lenguaje, el cual puede resumirse brevemente de la manera siguiente: durante el período que precede al habla, el niño está atareado en la construcción de un repertorio de conceptos cognoscitivos fundamentales, que son maneras de organizar y comprender sus experiencias. Su tarea, en lo que respecta a la adquisición del lenguaje, consiste en descubrir los mecanismos lingüísticos mediante los cuales puede expresar dichos conceptos. En otras palabras, la adquisición del lenguaje consiste en gran parte en saber cómo trasladar desde un sistema de representaciones (las nociones conceptuales prelingüísticas del niño) hasta otro (el lenguaje)…”
M. F. Bowerman (1976)

Podemos plantear entonces que el desarrollo lingüístico consiste en realidad en aprender a expresar con palabras lo que uno ya sabe. Es por ello que es posible que un niño sea capaz de agrupar objetos en categorías, cuando todavía no es capaz de dar nombre a esas categorías. Es, entonces, la cognición la que dirige el desarrollo del lenguaje y no a la inversa.
La línea psicológica desarrollada en la Unión Soviética por Vygotski y Luria, entre otros, plantea un tercer punto de vista, que examinaremos a continuación, según el cual el pensamiento y el habla tienen raíces diferentes.


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