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domingo, 27 de junio de 2010

La audacia de vivir

Gestalt La audacia de vivir.

Si tuviera que resumir en una sola expresión cuál es la raíz de todos los males del alma que afligen a la mayoría de las personas que deciden recurrir  a la ayuda terapéutica para atravesar algún momento difícil de su vida,  diría sin dudarlo un instante que es el miedo. El miedo a vivir en todas sus  facetas: miedo al vacío, a no ser queridas, a no dar la talla, a perder lo poco o mucho que creen poseer, a cambiar de trabajo, de casa, de amigos, de vida... En definitiva, el miedo a fluir con el presente, a arriesgarse a lo  desconocido, a morir...

Sin embargo, quien osa vivir plenamente no tiene miedo a la muerte, pues la  muerte se está produciendo instante a instante con el renovarse de las  células, la pérdida del cabello, la irrepetibilidad de una puesta de sol, la fugacidad de los buenos y de los malos momentos, la caída del telón, con o sin aplausos, al acabar cada una de las escenas del guión de nuestra vida.

Toda mi vida, como la de cualquiera que haya intentado conocerse un poco  más, desarrollar en lo posible su potencial, aportar su grano de arena a la evolución general de este planeta y de la conciencia, ha sido una carrera  contrareloj para vencer distintos miedos: a la oscuridad y a la soledad en  la infancia; a no ser adecuado o a carecer de un lugar propio en la  adolescencia; a que no se realizasen nunca los sueños de juventud o a cometer un error irreparable en la elección de mi destino; a no merecer ser amado por el hecho de existir, en los primeros años de vida adulta; a no  conseguir la excelencia en el desempeño de mis diferentes profesiones; a no  dejar una huella tras mi muerte física...

Cuando cumplí 50 años, tuve un sueño que cambió mi vida por dentro, aunque no se produjeron signos externos expectaculares:

"Desde lo alto de una montaña, veo ascender por una de sus laderas a gentes que se precipitan por alcanzar la cima, dándose codazos, sobrecargadas de fardos inútiles, sofocadas y a trompicones... Por la otra, descienden suavemente otras personas, que se entretienen en oler las flores del camino,  disfrutando de cada una de sus vueltas y revueltas, con la mirada dirigida  hacia el mar en el que desembocaba el descenso. Dejo mi mochila de trastos  inútiles y me uno gozoso a esa especie de hermandad del lento caminar que  acabo de descubrir".

Al despertarme, me sentía ligero como el vuelo incesante de las golondrinas, rico como un campo inundado de retama, gozoso como el trino de los pájaros al alba. Muchos miedos empezaron a abandonarme desde entonces a su propio  ritmo; entre ellos, el miedo al compromiso, a perder el tiempo, a entregarme  a cambio de nada, a aceptar una sonrisa gratuita y transparente, a carecer  de lo necesario en la vejez, a no llegar a la vejez... 

En Occidente suele oponerse la vida a la muerte; en Oriente, es más bien el  nacimiento lo opuesto a la muerte, ya que la vida se concibe como un  movimiento perpetuo de cambio: para que nazca el niño, ha de morir el bebé,  y la adolescencia supone la muerte del niño. Cuando muere el adolescente,
nace el adulto. Para que nazca el viejo sabio, han de haber muerto los años de plenitud adulta.

Como dice con sencillez y claridad el escritor y guía espiritual Arnaud Desjardins, en su libro de próxima aparición en castellano, "La audacia de  vivir", (Ediciones La Llave, Vitoria) de donde tomo el título de este   artículo: "Atreverse a vivir es atreverse a morir en cada instante, pero también atreverse a nacer, es decir, franquear las grandes etapas de la existencia, en las que aquel o aquella que hemos sido muere para dar lugar a  otra persona, con una visión del mundo renovada... hasta llegar a la etapa  última del Despertar...". Pero también consiste en vencer todos los miedos a lo que llevamos en nuestro interior": a nuestro demonio y a nuestro ángel internos, a nuestro inconsciente reprimido y a nuestro supraconsciente que espera ser revelado y actualizado. Tal vez, la audacia de vivir suponga simplemente responsabilizarnos de la inmensa libertad que tenemos para ser felices a partir de este mismo instante, sin posponerlo siempre para un mañana que nadie nos ha garantizado.

Muchas personas pueden no darse cuenta de cómo han transformado el miedo  básico a no existir en otras máscaras y mecanismos de defensa. Creen que lo del miedo no va con ellas. Sin embargo, es posible que se reconozcan en uno de sus múltiples disfraces.

1. Hay quienes se apegan al orden, a las normas establecidas, a una concepción de lo justo y lo perfecto, para crearse una realidad ideal y huir de la imperfección del mundo que les rodea y de su propio mundo imperfecto.
Transforman su miedo a "lo que es en cada instante" en la defensa de lo que debería ser, de la "justicia" y de la "perfección".

2. Otras personas se crean un mundo de falsa abundancia y de autosuficiencia, para poder ir de salvadoras y donadoras: huyen del miedo a su escasez básica, que es la necesidad compulsiva de recibir lo que dan.

3. Hay quienes se adaptan al mundo que les rodea, intentando triunfar en él, porque si mirasen dentro se encontrarían con el pánico de no saber quiénes son en realidad. La mirada ajena les cubre el miedo a enfrentarse con su profundo sentido de desvalorización.

4. El victimismo y la envidia que caracteriza a esas personas que siempre se están quejando de lo que no tienen y de lo mucho que tienen los demás puede tapar, en realidad, el miedo a afirmarse sobre sus dos pies y sus propios  recursos, recurriendo constantemente a la compasión y a la ayuda ajenas.

5. Quienes acumulan su tiempo y su energía, viven con el miedo a darse, a gastarse, como si el universo fuese escaso. Se encierran en su propio mundo, temerosos de ser tragados por el mundo de los demás.

6. Los hay cerebrales que sopesan todas las posibilidades antes de tomar cualquier decisión, dudan de su propia duda, por temor a equivocarse, por miedo a fluir ante lo imprevisto. Y los hay que se tiran aparentemente al río con audacia y sin pensar, por miedo a reflexionar y quedar paralizados.

7 Muchas de las personas optimistas, habladoras y joviales que conocemos,  sienten pavor al vacío y al dolor, a las situaciones conflictivas, al lado  problemático de la existencia. Huyen de profundizar en este lado inevitable,  presentando siempre la cara ganadora de la moneda.

8. Hay también quienes huyen de la monotonía -miedo a la cotidianeidad-, en una búsqueda incesante y, a veces, antisocial, de intensidad. Pueden ir de líderes, pero, sin seguidores y sin público, se encontrarían con el vértigo de la falta de sentido de su vida.

9. Por último, los hay también que se entregan con devoción a servir a los demás, olvidándose incluso de su propia hambre y de su propia sed, por miedo a afirmarse tal como son, por miedo a no existir si abandonan su hábito de servicialidad y su necesidad de ser necesitados.

Tal vez esto suene bastante a cualquiera que se haya adentrado en los eneatipos del Eneagrama. Quien no haya tenido la oportunidad todavía de hacerlo, le aconsejo una primera aproximación a través de los reveladores libros de Claudio Naranjo o de un curso introductorio de protoanálisis.

El primer paso para empezar a quitarse los diferentes disfraces del miedo, sería reconocer los objetos que éste codicia y las máscaras con que se cubre. Aceptar los mensajes que nos brinda. Y... tirarse al río de la vida sin flotadores, o más bien, dejar de intentar nadar a contracorriente y de  aferrarse a las ramas de su ribera, pues la corriente nos arrastra irremisiblemente y sólo podemos disfrutar o llenarnos de moraduras y rasguños en nuestro navegar.

Para unas personas será dejar de ahorrar tanto para el futuro y disfrutar algo más del presente; para otras, dejar de despilfarrar su presente en gestos sin sentido y alzar la mirada para ver algo más su horizonte. Habrá quien sentirá que es el momento de abandonar una pareja que le maltrata, de salir de casa de sus padres para quererles desde la perspectiva que da la distancia, de atreverse a dejar un trabajo seguro y mortecino para aventurarse a vivir de aquello que le permite desplegar su creatividad, de dar un salto en su profesión y, abandonando las técnicas-muleta, aventurarse en esa etapa desconcodia de su conciencia que está pujando por expandirse...
Cada cual tiene una sabiduría interna que le dice el qué, el cómo y el cuándo. A veces, sólo se necesita un pequeño acompañamiento, un empujón  definitivo o, simplemente, atreverse a seguir AQUI Y AHORA el impulso del SER que aflora a cada instante.

Quien identifica su miedo principal, puede dejar para el postre sus miedos secundarios. Lo peor es el miedo indeterminado que se convierte en angustia y que, como muy poéticamente expresa F.M. en su libro de relatos "Ciclos" (Ediciones Lengua de Trapo, Madrid, 2000) "El miedo que germina de la semilla abstracta de un desastre intangible establece pactos con la muerte.

Quien los sufre en exceso tiende a hacer de su casa un ataúd y de su soledad  un infierno. Es un temor que estanca. Nos convence de que el desasosiego proviene de un pasado inamovible."

Mi experiencia me dice que el pasado sólo es inamovible si cristaliza en nuestra sangre y en nuestros huesos, convirtiendo nuestro presente en la repetición de un guión. Un guión, a cuyo protagonista -nosotros mismos-  condenamos a morir lenta y repetidamente. Y sólo por no atrevernos a admitir pura y simplemente que somos el guionista, el director y el actor principal de nuestra propia vida, cuando nos decidimos a tener la audacia de vivir. La Vida se convierte entonces en una auténtica Obra de Arte única e irrepetible.

"Boletín de Gestalt", nº 21, 2001 *Gracias Alfonso Colodrón* Mir  

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