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domingo, 27 de junio de 2010

Psicoanálisis y Psicosíntesis

Psicoanálisis y Psicosíntesis.

Al observar las características más notables de la civilización contemporánea no puede menos de llamarnos la atención su extrema extraversión; es decir, su inclinación a investigar y dominar las fuerzas de la naturaleza, con el objeto de satisfacer las crecientes necesidades y exigencias del hombre. Esta tendencia es verdaderamente dominante en nuestra época; pero en manera alguna la única; como nos revelará un estudio más extenso.

En el transcurso de los últimos cuarenta o cincuenta años, un grupo de estudiosos, que en, principio fue muy pequeño y que ha ido creciendo e intensificando gradualmente su actuación, ha dirigido sus esfuerzos, a investigar los fenómenos y misterios de la psique humana.

Los resultados más importantes de esta actividad no los debemos a la psicología académica sino a investigadores aislados, la mayoría de los cuales han sido médicos, impulsados al estudio de esa ciencia por las necesidades de sus pacientes y auxiliados por el mayor relieve que algunos fenómenos psicológicos adquieren cuando van acentuados por una condición morbosa.

El primer científico que contribuyó con descubrimientos originales en ese campo de investigación fue Pierre Janet. Estudiando el fenómeno del automatismo psicológico, Janet descubrió que existe una serie de actividades mentales, que se desarrollan independientemente de la consciencia del paciente, llegando a constituir verdaderas personalidades secundarias, que viven detrás, o alternando con la personalidad ordinaria.

Poco después de Janet, un médico vienés, el doctor Sigmund Freud, inició una vasta serie de investigaciones psicoanalíticas. El punto de partida de las investigaciones de Freud fue un método psicoterapéutico —el método catártico de Breuer— que consiste en hacer que vuelvan a la memoria del paciente los choques o impresiones olvidados, causantes de los síntomas, y liberar por medios adecuados las fuertes emociones, las que él llamó «represiones».

El segundo paso en el desenvolvimiento del psicoanálisis fue la publicación, entre 1898 y 1905, de varias obras de Freud, en las que éste describe y explica muchos incidentes de nuestra vida normal, tales como sueños, fantasías, agudezas de lenguaje, olvidos, errores y lapsos de conducta, etc., por medio de la misma mecánica psicológica que determinan los síntomas morbosos de un enfermo.

Freud pone mucho énfasis en la lucha entre las tendencias, impulsos, instintos y deseos, por una parte, y los temores, inhibiciones y represiones por otra. Por ejemplo, el caso curioso de olvido de cosas o palabras bien conocidas se debe, según Freud, a alguna relación existente entre la cosa o hecho olvidado y una emoción dolorosa o un acontecimiento desagradable. Cita el caso de que en cierta ocasión él, Freud, no podía recordar el nombre de un bien conocido balneario de la Riviera italiana: Nervi. «Es claro —escribe— los «nervios» (en italiano «Nervi») me dan mucho que hacer».

En el curso de sus estudios, Freud descubrió que, en muchos casos, el enlace entre la causa y el efecto, entre el impulso y la manifestación, no es inmediato, sino indirecto, disimulado, simbólico. Esto le indujo a formular una serie de hipótesis e interpretaciones simbólicas, que constituyen una de las partes más discutidas y discutibles de su sistema. Igualmente discutible —con toda razón— es la preponderancia, o más bien, la casi absoluta importancia, que atribuye al sexualismo en las varias transformaciones. Por otra parte, entre las más útiles y valiosas contribuciones de Freud, contamos la demostración de la gran influencia que tienen las impresiones y experiencias de la niñez —especialmente, la adhesión emocional de los niños a sus padres— en la conformación de la vida ulterior del adulto, y como causas de perturbaciones nerviosas. A esto tenemos que añadir el estudio de las «fijaciones», es decir, la interrupción del desarrollo de ciertas regiones de la psique, con la consiguiente persistencia de las reacciones de carácter pueril; así mismo el descubrimiento de imágenes que dominan el subconsciente, o sea verdaderos fantasmas internos que atemorizan y perturban nuestra personalidad. De valor especial son los estudios de Freud sobre la transformació n de instintos y emociones.

Es de lamentar sinceramente el que tan importantes contribuciones al conocimiento de nosotros mismos vayan confundidas y mezcladas en la doctrina y práctica del psicoanálisis, con conceptos manifiestamente erróneos, peligrosos y —a veces— perniciosos. Estos conceptos son: la completa incomprensión de los aspectos más elevados de la naturaleza humana; la liberación de pasiones bajas, antes reprimidas, sin considerar las consecuencias de tal liberación las que, en muchos casos, han sido desastrosas. Esto, aún pasando por alto los abusos que, a la sombra del psicoanálisis, han cometido individuos incompetentes y poco escrupulosos.

Como es bien sabido, del árbol del psicoanálisis proceden otros dos movimientos. Uno es la «Psicología Individual» del Doctor Alfred Adler, también de Viena, quien dio énfasis e importancia a la tendencia a la autoasertividad personal, el poder personal. El otro es la Escuela del Dr. Jung, de Zurich. El Dr. Jung ha estudiado las regiones más profundas del subconsciente y en ellas ha descubierto elementos, imágenes y símbolos de carácter colectivo y ancestral. Ha hecho también valiosas y originales contribuciones a la clasificación y descripción de los diversos tipos psicológicos.

A diferencia de Freud, Jung reconoce la importancia de la fase constructiva del tratamiento psicológico y hasta admite el Yo trascendental, entre el yo ordinario y el yo subconsciente; aunque, al parecer, no atribuye a ese Yo trascendental realidad espiritual definida, considerándolo vagamente como una función trascendental.

Además de esa línea principal de investigación, debemos, mencionar otras que, aunque, independientes, la completan y enriquecen. Una de ellas es la Psicobiología , la que, a base de los estudios de A. Wagner, H. Triesch y M. Mackenzie, ha demostrado el innegable elemento psicológico que existe en todos los fenómenos del la vida, aún en los más elementales. Una segunda es la iniciada por Myers con sus estudios sobre el Yo subliminal, sobre los fenómenos psíquicos paranormales y sobre la inspiración y el genio. Finalmente tenemos otra línea de investigación que va desde WiIliam James hasta Evelyn Hunderhill, quienes han examinado las manifestaciones de carácter religioso, especialmente, los estados místicos.

Esta enorme masa de material de estudio e investigación nos ofrece elementos suficientes para intentar una coordinación y una síntesis. Si reunimos los casos comprobados, las contribuciones positivas y dignas de crédito, las interpretaciones bien fundadas y las relaciones evidentes, dejando de lado las exageraciones y las superestructuras teóricas de las diversas escuelas, podremos llegar a un concepto de la personalidad humana, que, no obstante estar muy lejos de ser definitivo y perfecto, es, en nuestra opinión, más incluyente y más cercano a la realidad que todos los formulados hasta ahora.

A fin de formarnos una idea de tal concepto con respecto de la constitución del ser humano, nos valdremos de un diagrama; bien entendido que es sólo una representació n cruda y elemental; una estructura estática, casi anatómica, de nuestro ser interno; puesto que es imposible representar el aspecto dinámico, que es el más importante y esencial.

Pero en ésta como en toda otra ciencia, hay que marchar paso a paso y el avance ha de ser progresivo. Especialmente, tratándose de una realidad tan plástica y evasiva como nuestra vida psicológica, es muy importante que no perdamos de vista los delineamientos principales de las diferencias fundamentales. De lo contrario, la incomprendida multiplicidad confunde la mente; la riqueza de los detalles hace desvanecer el conjunto del cuadro y nos impide que comprendamos el significado y valor de las diferentes partes. 

Diagrama 1.





 La Subconsciencia Inferior

Esta región contiene:

a)       Las actividades psicológicas elementales que gobiernan la vida del cuerpo: el psiquismo de células y órganos; la coordinación inteligente de las funciones del cuerpo.

b)       Los diversos instintos y bajas pasiones.

c)       Muchos «complejos» cargados de intensas emociones; el producto de nuestro pasado reciente y remoto, tanto personal como hereditario (impresiones infantiles, tendencias familiares, restos del inconsciente colectivo).

d)       Sueños e imaginaciones de carácter inferior.

e)       Psiquismo inferior y mediumnidad.

f)         Varias manifestaciones morbosas como fobias e ideas obsesionantes.

II - La Subconsciencia Intermedia

Esta región está constituida por los elementos psicológicos similares a los de nuestra consciencia de vigilia y no son fácilmente asequibles. En esta región interna es donde se elaboran nuestras experiencias y en donde se preparan nuestras expresiones futuras y nuestras actividades imaginativas y mentales corrientes.

III - La Subconsciencia Superior o Súper Consciencia

De esta región es de donde recibimos nuestras intuiciones e inspiraciones elevadas, sean ellas artísticas, filosóficas o científicas. En ella se encuentra la fuente del genio y de los estados místicos de contemplación, éxtasis e iluminación. En esta región se encuentran también latentes las energías espirituales y los poderes más elevados.

IV - La Consciencia de Vigilia

Aunque este término no es científicamente exacto, es de uso general y es clara y cómodo para los objetos prácticos; sirve para describir la parte de nuestra personalidad de la que somos directamente conscientes: el flujo incesante de sensaciones, imágenes, pensamientos, sentimientos, deseos, impulsos, que podemos observar, analizar y juzgar.

V - El Yo Normal Consciente

El Yo se confunde muy a menudo con nuestra personalidad consciente, la que acabamos de describir; pero, en realidad, es bastante diferente. Quien tenga alguna práctica en introspección puede comprobar esto sin lugar a duda. Una cosa es el contenido cambiante de nuestra consciencia (sensaciones, pensamientos, sentimientos, etc., ya mencionados) y otra es el Yo, el centro de nuestra consciencia, que los contiene, por así decirlo, y los percibe.

Desde cierto punto de vista, esta diferencia puede compararse con la que existe entre la luz blanca proyectada en la pantalla cinematográfica y las imágenes que se desarrollan en ella. Pero el común de los hombres, y hasta muchos instruidos e inteligentes, no se toman el trabajo de observarse a sí mismos y establecer la distinción, sino que se dejan llevar por la «corriente mental» y se identifican con las oleadas sucesivas que agitan el contenido cambiante de sus consciencias.

VI - El Yo Espiritual

El Yo consciente no sólo está generalmente sumergido en el incesante flujo de elementos psicológicos, sino que, con frecuencia, parece desaparecer y quedar reducido a la nada; como ocurre cuando nos dormimos, o cuando en un sincope perdemos la consciencia, así como bajo la acción de una droga o de la influencia de un hipnotizador. Al despertar, nuestro misterioso yo reaparece, sin saber cómo ni de dónde viene; hecho que, si se examina detenidamente, sorprende y confunde. Esta y muchas otras consideraciones (las que exigirían tiempo y espacio del que no disponemos), nos lleva inevitablemente a admitir que «detrás» o «sobre» el Yo consciente, debe haber un centro espiritual permanente, el verdadero Yo. Este Yo espiritual es fijo e inmutable, no afectado por el flujo de vida psíquica, ni por condiciones corporales. El Yo personal consciente ha de considerarse como meramente el reflejo, una proyección del Yo espiritual en el plano de la personalidad.

Volviendo a nuestra analogía cinematográfica, diremos que el Yo espiritual corresponde al manantial de luz, la lámpara cuya luz blanca se proyecta sobre la pantalla. En nuestro diagrama esa relación se indica por el punto que representa nuestro Yo normal, situado en el centro del campo de nuestra consciencia de vigilia y conectado por una línea de trazos (representando el rayo o hilo descendente) con la estrella situada en la parte superior, que representa al Yo espiritual.

El diagrama nos ayudará a relacionar dos hechos que, a simple vista parecen contradecirse y excluirse el uno al otro, a saber:

   1. La aparente dualidad, la existencia de dos yoes en nosotros. En efecto, prácticamente hablando, es como si existieran dos egos; porque el yo normal, por lo general, prescinde del otro, tanto en la práctica como en teoría, y este otro, el verdadero Yo, es latente y no se revela directamente a nuestra consciencia.
   2. La unidad real e individual del Yo. No existen dos yoes o entidades independientes y separadas. El Yo es Uno, sólo que se manifiesta en diferentes grados de consciencia y de auto comprensión.

El reflejo es distinto del manantial luminoso, pero no tiene realidad en sí mismo; no tiene verdadera sustancialidad autónoma, no es una luz nueva y diferente.

Este concepto de la estructura del ser aunque comprende, coordina y dispone, en una visión integral, todos los datos adquiridos de diversas observaciones y experiencias, nos proporciona un conocimiento más completo del drama humano, de los conflictos y problemas que cada uno de nosotros tiene que solucionar, indica los medios por los cuales los podremos resolver y nos señala el camino de la liberación.

En nuestra vida ordinaria, es decir, como simples personalidades conscientes, estamos limitados y sujetos de mil maneras, presos de mil ilusiones y fantasmas, esclavos de mil demonios internos, llevados de aquí para allá por incontables influencias externas, cegados e hipnotizados por infinidad de influencias engañadoras.

No es extraño que, en tal condición, el hombre se sienta inquieto, descontento e inestable en sus sentimientos, pensamientos y acciones, pues, sabiendo intuitivamente que es Uno, se encuentra «dividido en sí mismo» de tal manera que no se comprende, ni comprende a los demás.

No hay que maravillarse de que, no entendiéndose, no se domine a sí mismo y se vea continuamente envuelto en las redes de sus propios errores y debilidades. Nada de extraño tiene que tantas vidas sean un fracaso, o que estén limitadas y ensombrecidas por numerosas enfermedades mentales y físicas, atormentadas por la duda, el desaliento y la desesperación.

Es explicable que el hombre en su apasionada y ciega persecución de libertad y satisfacción, se revele, a veces violentamente, y trate de acallar sus tormentos internos precipitándose a una vida de actividad febril, excitación constante, emociones violentas y aventuras temerarias.

Veamos si es posible resolver este problema central de la vida, humana y de qué manera podemos curar esta dolencia fundamental del hombre. Veamos cómo puede él mismo liberarse y alcanzar paz, armonía y poder. Ciertamente, la tarea no es sencilla ni fácil; pero los buenos resultados obtenidos por quienes han empleado métodos adecuados y apropiados demuestran que es posible realizarla.

Las etapas para la realización de esta gran obra pueden enumerarse como sigue:

   1. Un conocimiento completo de la propia personalidad.
   2. Dominio de los diversos elementos.
   3. Comprensión del verdadero Yo o, por lo menos, la creación de un centro unificador.
   4. Psicosíntesis: la formación o reconstrucció n de la personalidad alrededor del nuevo centro.

Examinemos ahora cada una de esas etapas sucesivamente.

1 - El Conocimiento completo de la propia Personalidad

Hemos admitido que, para conocernos realmente a nosotros mismos, no basta practicar un inventario de los elementos que constituyen nuestro ser consciente, sino que necesitamos llevar a cabo una extensa exploración de las vastas regiones de nuestra subconsciencia.

Primeramente, debemos descender valientemente a los abismos de nuestra subconsciencia inferior, a fin de descubrir las fuerzas negras que nos engañan y nos amenazan, las imágenes ancestrales o de la niñez, que nos obsesionan y que, silenciosamente, nos dominan, los temores que nos paralizan, los vampiros internos que minan nuestra vida, los conflictos que desgastan nuestras energías. Esto lo podemos hacer gracias al conocimiento y a los métodos del psicoanálisis.

Aunque esa investigación puede hacerla uno mismo, será más fácil sí se cuenta con la ayuda de otros. En cualquier caso, el método debe aplicarse de manera científica, con objetividad e imparcialidad, sin dejarse influenciar por teorías preconcebidas y sin permitir que la encubierta o violenta resistencia de nuestros temores, de nuestros deseos o vínculos sentimentales nos desvíen o nos detengan.

La obra de Freud, y de los que le siguen, generalmente no pasa de aquí; pero, como hemos visto antes, es una limitación arbitraria e injustificada. Es necesario explorar también la consciencia intermedia y la súper consciencia. De esa manera descubriremos en nosotros aptitudes desconocidas, nuestras verdaderas inclinaciones, nuestras elevadas potencias, las que nos impulsan a que les demos expresión, pero las que frecuentemente repelemos y reprimimos por falta de comprensión o a causa de prejuicios o temor.

Descubrimos también la inmensa reserva de energía psíquica indiferenciada que existe latente en cada uno de nosotros, la subconsciencia plástica que tenemos a nuestra disposición, nuestra infinita capacidad para aprender, el fiel servidor interno, capaz de trabajar en nuestro provecho, como así lo hace ya sin que lo sepamos, pero que trabajaría más y mejor si supiéramos apreciar su naturaleza, sus leyes y sus ritmos y cooperáramos inteligentemente con él.

2 - Dominio de los varios elementos de la Personalidad

Después de haber descubierto todos esos elementos, tenemos que tomar posesión de ellos y adquirir el dominio sobre los mismos. El método fundamental, mediante el cual podemos adquirir este dominio, es el de desidentificació n. Este está basado en un principio psicológico central, el que puede formularse como sigue: Estamos dominados por todo aquello con lo cual nuestro Yo llega a identificarse. Podemos dominar y regular todo aquello de lo cual nos desidentifiquemos.

En este principio yace el secreto de nuestra esclavitud o de nuestra liberación. Cada vez que nos identificamos con una debilidad, una falta, un temor, o cualquier otra emoción personal, nos limitamos y paralizamos a nosotros mismos. Cada vez que confesamos: «Estoy desanimado», o «Estoy irritado» nos sentimos más y más dominados y arrastrados por la depresión o la ira. Al admitir esas limitaciones, nos ponemos nosotros mismos las cadenas.

Diagrama 2.








En cambio, si en una situación parecida declaramos: «Una ola de desaliento trata de sumergirme» o «Un impulso de ira trata de dominarme» la situación es muy diferente. Hay entonces dos fuerzas que se enfrentan: de un lado nuestro Yo vigilante, del otro lado, el desaliento o la ira. El Yo no se somete a esa invasión; es capaz de observar objetiva y analíticamente los impulsos de desaliento o de ira; puede buscar su origen, prever sus malos efectos y apreciar su falta de fundamento.

Esto es, con frecuencia, lo suficiente para resistir el ataque de tales fuerzas, dispersarlas y ganar la batalla. Pero, aun en el caso de que el enemigo interno sea momentáneamente más fuerte y consiga, al principio, dominar a la personalidad consciente por la violencia del ataque, el Yo vigilante nunca es realmente dominado. Puede retirarse a una fortaleza más interna y allí prepararse y esperar el momento favorable para el contraataque. Es posible que pierda algunas batallas, pero si no abandona las armas y no se rinde, al final la victoria será suya sin condiciones ni limitaciones.

En efecto, además de repeler uno a uno los ataques que lleguen del subconsciente, podemos aplicar un método más fundamental y decisivo. Podemos atacar las causas profundamente arraigadas, y de esta manera arrancar el mal de raíz. Esta cura radical puede dividirse en dos fases:

a)       La desintegració n de las «imágenes» y «complejos» dañosos.

b)       El dominio y utilización de las energías así liberadas.

El Psicoanálisis ha demostrado que el poder de estas «imágenes» y «complejos» está, principalmente, en que somos inconscientes de ellos, en que no los reconocemos como tales. Una vez desenmascarados y comprendidos, se resuelven en sus elementos y frecuentemente dejan de obsesionarnos. En todo caso somos más capaces de defendernos de ellos.

Para desintegrarlos y disolverlos hemos de emplear el método ya mencionado de objetivación, de análisis crítico y de discernimiento; es decir, observaciones impersonales y desapasionadas, como si se tratara de algo extraño a nosotros mismos, de meros fenómenos naturales, interponiendo un espacio psicológico entre nosotros y ellos; manteniendo esas imágenes o complejos, a cierta distancia, por así decirlo, y entonces considerar tranquilamente su origen, su naturaleza y su estupidez.

Es bien sabido que el exceso de crítica y análisis tiende a paralizar, y hasta a matar, nuestras emociones y sentimientos. Este poder, que frecuentemente se emplea sin discernimiento y perniciosamente en contra de nuestros sentimientos más elevados y poderes creadores, debería emplearse en cambio para librarnos de pasiones, impulsos y tendencias indeseables.

Pero el análisis, y la crítica no son siempre suficientes. Existen en nosotros ciertas fuerzas instintivas, ciertos elementos vitales que no se conquistan con el mero análisis. Son adherencias que, aunque las menospreciamos y condenamos, persisten obstinadamente. Queda, de todos modos, el problema de las energías emocionales e impulsivas que, una vez desprendidas de los complejos o desviadas de sus cauces primitivos, crean en nosotros un estado de agitación y desasosiego y toman un rumbo indeseable. De consiguiente, no hay que dejar esas energías libradas a sí mismas, sino emplearlas en forma que no dañen, o mejor todavía, con fines constructivos para reconstruir nuestra personalidad, para contribuir a nuestra psicosíntesis. Pero para realizar esto debemos empezar por el centro; debemos haber estabilizado y haber dado eficacia al principio unificador y regulador de nuestra vida. Consideremos ahora la tercera etapa.

3 - La Realización de nuestro verdadero Yo, el descubrimiento o la creación de un centro unificador

Apoyándonos en lo que hemos dicho de la naturaleza y poderes del Yo, no es difícil señalar la solución teórica del problema. Lo que debemos conseguir es la expansión de la consciencia personal, unirla con la del Yo espiritual; unir el yo inferior al Superior. Pero esto, que se expresa tan fácilmente en palabras es, en realidad, una tremenda tarea; significa trascender completamente el reino humano y transformarse en un verdadero ser espiritual.

Es una empresa grandiosa; pero, ciertamente, larga y ardua para lo cual no todos estamos preparados. Pero entre el punto de partida en las honduras de nuestra consciencia de vigilia y las brillantes alturas de la realización de nuestro Yo espiritual, existen muchas fases intermedias, muchas mesetas de variadas altitudes, en las cuales el hombre puede descansar y aún habitar temporalmente, si la escasez de sus fuerzas así lo exige, o su voluntad decide no ascender más arriba.

En casos favorables, ese ascenso se realiza, en cierto grado espontáneamente, mediante un proceso de desarrollo interno natural, determinado por las complejas experiencias de la vida; pero frecuentemente este proceso es muy lento; aunque en todos los casos puede ser activado y acelerado considerablemente mediante nuestra acción consciente y deliberada.

Los estados intermedios implican nuevas identificaciones. Las personas que no puedan alcanzar a su verdadero Yo, en su esencia espiritual pura, y hayan de permanecer en la esfera de la vida y de las actividades humanas, deben crear una imagen y un ideal de personalidad perfeccionada ajustada a su condición, grado de desenvolvimiento y tipo psicológico. De consiguiente, crear un ideal alcanzable en su vida presente.

Para algunos será el ideal del artista, que se manifiesta y expresa como creador de cosas bellas, que hace del arte el interés más vital y el principio activo de su existencia, concentrando en él todas sus mejores energías, subordinándole y, si es necesario, sacrificándole, todos los demás intereses y deseos.

Para otros, será el ideal de quien busca la Verdad ; el filósofo, el científico. Aun para otros será un ideal más limitado y personal; pero que también es difícil de alcanzar, el de un padre o una madre perfectos.

Estos «modelos de ideal» implican, como es evidente, relaciones activas con el mundo exterior, con otros seres humanos; es decir, un cierto grado de extraversión.

Tenemos, por otra parte, personas que son extremadamente extraversas y llegan, por así decirlo, a proyectar el centro vital de su personalidad fuera de ellos mismos. Los siguientes son dos ejemplos típicos de esa proyección.

El uno es el patriota ardiente qué se entrega enteramente a su amada patria, la que se convierte en el centro de su vida e interés. Casi todos sus pensamientos y sentimientos están polarizados hacia ese objeto por el que está dispuesto a sacrificar su misma vida. El otro ejemplo es de la mujer que se identifica con el hombre que ama, vive para él y es absorbida por él. La mujer hindú de antaño consideraba a su esposo no sólo como su dueño en la tierra, sino que le adoraba, además, como Maestro, su Gurú, y casi como a su dios.

Esta proyección externa del propio centro, esta excentricidad, en el sentido etimológico de la palabra, no debe ser menospreciada. Aunque no representa el sendero más directo y elevado; puede, a pesar de las apariencias, constituir de momento una forma adecuada de auto realización. En los casos más favorables, el individuo no se sumerge o anula realmente a sí mismo en el objeto externo sino se libera, de esa manera, de intereses egoístas y limitaciones personales; se encuentra a sí mismo por conducto del ideal o ser externo.

Este último viene a ser un eslabón indirecto, pero efectivo; un punto de conexión entre el hombre personal y su Yo Superior, quien se refleja y está simbolizado en ese objeto.

Tenemos luego las personas religiosas, especialmente el místico de tipo devocional, que eligen a Dios como centro de su interés y su amor, considerándolo como un Ser exaltado dotado de sublimes características personales, al que aspiran a unirse.

4 - Psicosíntesis. La formación y reconstrucció n de la nueva Personalidad

Una vez que se ha encontrado o se ha creado el centro unificador, estamos en condiciones de construir una nueva personalidad alrededor del mismo; una personalidad coherente, organizada, unificada. Esta es la verdadera Psicosíntesis. Este proceso tiene también varias etapas. La primera es decidir el plan de acción, formular el programa interno. Debemos visualizar el propósito que debemos alcanzar, es decir, la nueva personalidad que deseamos desarrollar, tabular y obtener una clara comprensión de las diversas tareas parciales que debemos llevar a cabo.

Algunas personas tienen una clara visión de su objeto desde el principio. Son capaces de formar una imagen precisa de sí mismos, tal como desean y se proponen ser. Esta visión es una fuerza y una ayuda; facilita la tarea, eliminando dudas y errores, concentrando las energías, y proporcionando la ayuda del gran poder sugestivo y creador inherente a la «imagen» precisa mantenida ante la visión mental.

Otros individuos, por el contrario, cuya mentalidad está menos desarrollada, y cuya naturaleza psíquica es más plástica; siguiendo espontáneamente indicaciones e intuiciones, más bien que planes definidos, encuentran difícil la formulación de tal programa; la construcción del «modelo» es una labor que les desagrada positivamente. Su tendencia es dejarse guiar por el Espíritu Interno y la voluntad de Dios, dejando que Él decida lo que deben ser. Consideran que llegarán más fácilmente a la meta, si van eliminando el mayor número posible de obstáculos y resistencias inherentes a la personalidad; ensanchando el canal de comunicación con el Yo Superior, por aspiración y devoción, y dejando que actúe el poder creador del Espíritu, en el que confían y al que obedecen.

Ambos métodos son eficaces y cada uno es adaptado al tipo correspondiente. Pero es útil conocer, valorar y utilizar ambos métodos en cierta medida, y de esa manera evitar las limitaciones y exageraciones de cada uno, corrigiéndolo y enriqueciéndolo con elementos tomados del otro.

Así, los que sigan el primer método deben evitar que su «imagen» del ideal sea demasiado rígida; han de estar dispuestos a modificarla o ampliarla, y hasta cambiarla enteramente, si futuras experiencias, más amplia visión o nueva luz indican y aconsejan el cambio. Por otra parte, los que sigan el segundo método, deben guardarse de hacerse excesivamente pasivos y negativos y de tomar como intuiciones y altas inspiraciones ciertos impulsos que, en realidad, son efectos de deseos y fantasías subconscientes. Además, habrán de desarrollar el poder de mantenerse firmes durante las fases inevitables de aridez y oscuridad internas, durante las cuales se interrumpe la comunión consciente con el centro espiritual y la personalidad queda librada a sí misma.

Los «modelos» o «imágenes» de ideal que uno puede crear son muchos; pueden, sin embargo, dividirse en dos grupos principales. El primero comprende a aquellos que tienden a un desarrollo armónico, a la perfección personal y espiritual en todo sentido. Esta clase de ideal es la preferida, principalmente, por el introvertido.

El segundo grupo comprende lo que podríamos llamar «cualidades especializadas» . El propósito, en este caso, es el máximo desarrollo de una facultad, una cualidad o un poder, correspondiente a la línea determinada de expresión o servicio que el individuo haya elegido. El ideal del artista, del líder político, del maestro, del apóstol de una buena causa, etc., son modelos escogidos por los extravertidos.

Una vez que se ha elegido la forma del ideal, empieza la verdadera Psicosíntesis; la formación de la nueva personalidad. Podemos dividir la obra en tres partes principales:

a)       La utilización de nuestras energías, las fuerzas liberadas por el proceso procedente de análisis y desintegració n de los complejos y adherencias subconscientes, y de los poderes, aptitudes y tendencias latentes, pero hasta entonces descuidados o reprimidos, que existen en los diversos niveles internos. Esta utilización demanda la transformació n de muchos de esos elementos y fuerzas. Su plasticidad y mutabilidad fundamental hace esa transformació n posible. Es un proceso que se efectúa constantemente dentro de nosotros. De la misma manera que el calor se transforma en movimiento y energía eléctrica y viceversa, así también nuestros impulsos y emociones se trasmutan en acciones externas o en actividades imaginativas o intelectuales; las ideas despiertan emociones, o se transforman en planes y luego en acción, etc.

En el Yoga del Oriente, en el ascetismo y misticismo cristiano y en las obras de alquimia espiritual, se encuentran importantes enseñanzas y ejemplos en relación con la doctrina y práctica de la transformació n de las energías internas. El psicoanálisis ha contribuido a su vez con algunos aspectos nuevos. Tenemos, pues, elementos suficientes para la formación de una verdadera ciencia de las energías psicológicas, que bien podría llamarse «Psicodinámica» y una técnica adecuada y segura, para producir las transformaciones deseadas en nosotros mismos y en los demás.

c)       La segunda parte de la Psicosíntesis comprende el desarrollo de los elementos que son insuficientes o inadecuados para el objeto que queremos alcanzar. Este desarrollo puede efectuarse de dos maneras: por medio de la evocación directa, autosugestión y afirmación creadora; o por el entrenamiento metódico de las facultades débiles o faltas de desarrollo; un entrenamiento muy similar al empleado en la cultura física, o en el desarrollo de la habilidad técnica, como para tocar el violín, cantar, etc.

d)       La tercera parte de la Psicosíntesis comprende la coordinación y subordinación de las diversas energías y facultades psicológicas en la creación de la jerarquía interna, o sea, la sólida organización de la personalidad. Este orden y régimen internos representan interesantes y sugestivas analogías con las de un estado moderno, con los diversos agrupamientos de los ciudadanos en ciudades, clases sociales, comercios y profesiones, las diferentes categorías de funcionarios municipales, provinciales y estatales.

Tales son, en breve delineamiento, los procesos por los cuales se llega a la Psicosíntesis. Debo , no obstante, hacer presente que las diversas etapas y los varios métodos mencionados están íntimamente correlacionados y no han de seguirse necesariamente el uno al otro en rígida sucesión de periodos o etapas distintas. Hablamos frecuentemente de la «construcción de la personalidad» . Esta analogía es exacta, pero no ha de llevarse demasiado lejos o darle un significado demasiado material o literal. El ser humano viviente no es un edificio en el que primero se construyen los cimientos, luego se levantan los muros y finalmente se cubre con el techo.

La ejecución de un vasto plan interno de Psicosíntesis puede empezar en varios lados y ángulos a la vez, y los diferentes métodos y actividades pueden alternarse inteligentemente, en ciclos más o menos prolongados, de acuerdo con las circunstancias externas y las condiciones internas. Esto puede parecer algo formidable al principio, pero no hay razón para vacilar o acobardarse. Ciertamente, la tarea puede hacerse más fácil con la ayuda de un instructor competente pero, en cambio, por los propios esfuerzos y los propios errores, se adquiere más extenso y profundo conocimiento.

Contando con la instrucción teórica preliminar de los principios psicológicos, las leyes que comprende y la técnica que habrá que aplicar, lo demás es cuestión de práctica, inteligencia e intuición, y estas se desarrollan paralelamente con las necesidades, la constancia o el interés con que llevamos a cabo la empresa.

Si ahora consideramos a la Psicosíntesis en conjunto, con todas sus implicaciones y desenvolvimientos, veremos que no ha de considerarse como una doctrina psicológica particular ni como una simple rutina técnica. Es, principalmente, una concepción dinámica y, me atrevo a decir, dramática, de nuestra vida psicológica; la que presenta como una constante interacción y conflicto entre las muchas y diferentes fuerzas opuestas y un centro unificador que tiende siempre a dominarlas, armonizarlas y utilizarlas.

La Psicosíntesis es, además, una combinación plástica de varios métodos de acción interna; dirigida, primero, al desenvolvimiento y perfeccionamiento de la personalidad y después a la coordinación armónica y unificación cada vez más íntima con el Yo Espiritual. Estas dos fases pueden dominarse «Psicosíntesis personal» y «Psicosíntesis espiritual» respectivamente.

Según sean las esferas de actividad a que se aplique y los diferentes objetos que haya de servir, la Psicosíntesis es, o puede ser:
1 - Un método de autodesenvolvimient o psicológico y espiritual.

Para aquellos que no estén dispuestos a continuar siendo esclavos de sus propios fantasmas internos, influencias externas; ni a someterse pasivamente a la acción de sus energías psicológicas, sino que han decidido ser los dirigentes de su mundo interno.
2 - Un método para curar enfermedades nerviosas y desarreglos psicológicos.

Tal método parece ser necesario cuando la causa del desarreglo es el conflicto, violento y complicado, entre grupos de fuerzas conscientes y subconscientes; o cuando se debe a crisis profundamente arraigadas y atormentadoras (generalmente mal comprendidas y juzgadas por el mismo paciente) que a menudo proceden al despertamiento de la consciencia del alma, o a alguna fase importante del desenvolvimiento espiritual.
3 - Un método de educación integral.

Que tienda no sólo a favorecer el desenvolvimiento de las diversas facultades del niño o del adolescente, sino que le ayude a descubrir y comprender su verdadera naturaleza espiritual y a desarrollar, bajo su guía, una personalidad armónica, eficiente y segura de sí misma.

La Psicosíntesis puede considerarse como la expresión individual de un principio más amplio, de una ley general de interindividualidad y síntesis cósmica.

En efecto, el individuo aislado no existe. Lo sepa o no, tiene relaciones íntimas de interdependencia y subordinación con otros individuos y con la Realidad espiritual y supraindividual. Así, invirtiendo la analogía ya mencionada, cada hombre ha de considerarse un elemento o célula de un grupo humano, el que, a su vez, forma asociaciones con grupos más extensos y complejos: el grupo de la familia, los urbanos y provinciales, las clases sociales; los trabajadores y las asociaciones corporativas y los grandes grupos internacionales y, por fin, la entera familia humana.

Entre esos individuos y grupos se suscitan problemas y conflictos, que son curiosamente similares a los que se suscitan en cada individuo; cuya solución se busca de la misma manera y se corrigen por los mismos métodos que se han indicado para llegar a la Psicosíntesis individual.

Un amplio y concreto estudio de este paralelismo puede, en nuestra opinión, resultar muy iluminador y ayudarnos a descubrir la profunda significación y valor real de tantos ensayos de organización y síntesis de naturaleza práctica o espiritual que se están intentando ahora entre los diversos grupos nacionales, sociales y religiosos.

Desde un punto de vista más amplio y comprensivo, la misma vida universal se nos revela como una lucha entre la multiplicidad y la unidad en forma de esfuerzo y aspiración a la unión. Parece como si percibiésemos que Dios, por medio de su Espíritu, activo en la creación, está tratando de perfeccionarla en orden, belleza y armonía y de unir con lazos de amor a los seres humanos entre sí y a Sí mismo (algunos de ellos deseosos y dispuestos; pero la mayoría todavía ciegos y rebeldes); como si Él estuviese realizando lenta y silenciosamente, pero potente y irresistible, la Suprema Síntesis.

Fuente: Roberto Assagioli

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