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sábado, 2 de julio de 2011

La personalidad, precisando el término obstáculo.

IV. Es necesario presisar el término "obstáculo". Porque exsten dos clases de obstáculos los. Unos pueden ser contorneados y todo ocurre entonces como si fuese primordialmente necesario buscar la vía 'del rodeo'. Otros aparecen como prohibiciones y dan origen a frustraciones que a su vez originan conductas específicas ligadas, para el caso, no a fines-medios sino a fines substitutivos. Las transformaciones de la conducta tienen, pues, un aspecto diferente según que el fin primitivo de la tendencia sea finalmente permitido y sólo la vía directa esté prohibida o que el fin último esté prohibido; en el segundo caso nos encontramos frente a complicados procesos en los cuales sólo el psicoanálisis ha hecho, en parte, alguna luz.
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El estudio experimental del comportamiento por medio de ensayos y errores ha permitido concebir un esquema de la formación de hábitos debidos a la presencia de una barrera exterior: después de un período desordeñado, con tentativas infructuosas, rabia impotente, etc., el individuo (animal u hombre) termina por descubrir la conducta de rodeo que permite, indirectamente, la satisfacción. Esencialmente, el descubrimiento de este camino depende, primero, de las posibilidades individuales (mayor o menor aptitud de aprendizaje, inteligencia, etc.) y luego de la ayuda recibida del exterior, es decir de las indicaciones que provienen del medio, ya en forma de modelo para imitar, ya como recompensas que gratifican los 'buenos comportamientos' y castigos que sancionan las conductas censuradas. Desde este punto de vista el 'adiestramiento' de los animales no difiere gran cosa de la 'educación' de los niños. 

Después de la pubertad, marcos institucionales muy estrictos condicionan la satisfacción de las tendencias sexuales. Pero siempre funciona el mismo esquema: los 'instintos' —en el sentido freudiano del término— se satisfacen en forma derivada, por medio de operaciones adquiridas. La mayoría de las conductas que consideramos civilizadas e influidas por la cultura, ¿no son, acaso, como sugiere Cattell  "conductas instintivas de largo circuito, basadas en las vías de las tendencias secundarias prolongadas hasta los fines de las tendencias fundamentales"?

Así, en virtud de la intervención de las exigencias de la realidad, surgen nuevos fines y se crean nuevas tendencias.' Como ha mostrado Freud, el desarrollo del yo, o sea la formación de la personalidad consciente, está estrechamente ligado a la adquisición delsentido de realidad, el cual conduce al individuo a tomar en cuenta los obstáculos previstos y las vías prescriptas, para lograr los fines que, en último término,"busca. Los fines indirectos pueden hacer necesario e1 uso de vías del rodeo aprendidas; de manera que puedan establecerse cadenas. Ocurre entonces que los fines indirectos sé transforman en fines, como si el individuo perdiera conciencia de su utilidad indirecta. Después de haber tratado de complacer a su madre, de actuar como ella le exige para que ésta le permita la satisfacción de sus tendencias, el niño se fija a su madre, quien llega a ser entonces el objeto simbólico de todas las satisfacciones posibles. Por otro lado esta simbolización de los fines-medios no tiene término. En la escuela, el niño tratará de conseguir 'buenas notas' por las buenas notas en sí, y más tarde, aprenderá a valorar, como 'recompensas simbólicas' —la expresión es de Stagner— no sólo la presencia de sus seme¬jantes, sino también las situaciones de presti¬gio y, sobre todo, el dinero. Para Stagner, este proceso de 'simbolización' es fundamental en la formación de la personalidad. Paralelamente, otros motivos se insertan sobre la base de los motivos innatos: la necesidad de comer hará surgir la necesidad de trabajar, dado que el dinero es el medio de comprar alimentos, etc. 

Tendencias adquiridas acompañan a todos los fines adquiridos y, de este modo, se enriquece el capital de las motivaciones.

V. Pero no todo obstáculo puede ser 'rodeado'. Existen obstáculos frustrantes, que ponen en jaque toda tentativa, directa o indirecta, de satisfacer la motivación y reducir la tensión inicial. Si la insatisfacción es sólo temporaria; se habla de 'privación', pero si es definitiva existe 'frustración' propiamente dicha. 

Esta última eventualidad se produce cuando el mundo exterior no puede responder a los deseos —cuyos fines se 'tornan entonces inaccesibles— y sobre todo cuando normas culturales intransigentes prohiben la satisfacción de las tendencias. Por esto habría que distinguir las frustraciones debidas a una barrera exterior al individuo, de las frustracíones provocadas por un conflicto interno
entre tuerzas antagónicas. En la'primera infancia, antes de los tres primeros años de vida, cuando la personalidad aún no se ha construido ni estructurado, intervienen únicamente frustraciones del primer tipo, que se deben tanto a las exigencias de adaptación al mundo, cuanto a las dificultades experimentadas por el niño para descubrir las vías indirectas de satisfacción. En efecto, en el infante, la frustración de las tendencias sólo es relativa, y proviene de las dificultades que realmente experimenta para coordinar sus actos, para responder eficazmente al calor, al frió y a otros agentes de desorganización.

Luego, la supresión de la lactancia (destete) y los diversos castigos crean, como sabemos,
conflictos frustrantes; las actitudes contingentes de rechazo por parte de los padres —cuyas graves consecuencias estudió Symonds"''—,el nacimiento de otro niño, «¡te», actúan en el mismo sentido. Luego, junto a conflictos de componente exterior, aparecerán conflictos internos, principalmente después de la formación de complejos morales y de reflejos de inhibición dirigidos a las motivaciones sexuales o a otras motivaciones adquiridas. En consecuencia, al menos con fines metodológicos, resulta conveniente estudiaí por separado las frustraciones exógenas y las frustraciones endógenas. 

Pero antes hagamos justicia a una hipótesis brutal por su forma, cuyo carácter absoluto muestra la propensión de ciertos psicólogos a reducir al mínimo la complejidad etiológica de las conductas concretas. Se trata de la famosa ley frustración-agresión de Dollard, Mi11er y Sears, que establece una relación unívoca entre la frustración, en cualquiera de sus formas, y las conductas de agresividad (combatividad, hostilidad, rabia, etc.). Sus autores la formulan de la siguiente manera:

"La existencia de un comportamiento agresivo presupone siempre la existencia de la frustración e, inversamente, la existencia de la frustración conduce siempre a alguna forma de agresión." Agregan que la intensidad de la conducta agresiva depende de tres factores: la intensidad denlas necesidades frustradas,.el número de éstas y la importancia del obstáculo; y, por último, que los efectos de una serie de frustraciones son acumulativos.

Ahora bien, si es probable que la agresividad esté ligada —si no siempre, al menos la mayoría de las veces— a una frustración previa (hay, en efecto, casos en que el grupo aconseja el'comportamiento agresivo y éste proviene entonces, no de una frustración, sino de una imposición cultural), ello no basta para deducir que la frustración determina umversalmente actos agresivos. En primer término la agresividad no es sino una posibilidad entre otras: desplazamiento de la tendencia frustrada hacia un fin-sustituto, represión, etc. Luego, y sobre todo, habría que distinguir la instigación a la agresión de los actos agresivos en sí. Estos últimos son frecuentemente
incompatibles con las exigencias del ajuste interno y de la adaptación social y se ven entonces sometidos a un proceso de inhibición. Queda entonces, únicamente, la motivación agresiva que, al encontrarse frustrada, puede dar origen a los diversos tipos de conducta, que analizaremos en el marco de las consecuencias de una frustración endógena. Por último, habría que atenuar considerablemente el carácter absoluto de la fórmula precedente, para ser fieles a la multiplicidad de las posibilidades reales de reacción' a las frustraciones. El individuo frustrado se encuentra de hecho frente a una encrucijada, y su reacción no puede ser la resultante de una ley transversal rígida que no t«nga en cuenta ni los hábitos reaccionales, o la personalidad anterior, ni la evolución futura. Cabe preguntarse si es por haber adquirido conciencia de esto que uno de los autores de la hipótesis, Miller, admitió luego que, tal vez, era más exacta esta otra fórmula: "la frustración produce instigaciones a cierto número de diferentes tipos de respuestas, una de las cuales es una instigación a ciertas formas de agresión 25'\ Visiblemente más satisfactoria que la primera, esta fórmula induce, al menos, a buscar qué otras 'instigaciones' aparecen, cuáles son las ramas de esa "encrucijada dinámica" según lá expresión de Cattell, frente a la cual se encuentra el individuó.

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