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viernes, 1 de julio de 2011

Las transformaciones de la cnducta

CAPITULO III
LAS TRANSFORMACIONES DE LA CONDUCTA

I. Desde su nacimiento, el hombre no deja de conducirse: Debemos tomar esta fórmula al pie de la letra: lejos de 'ser conducido', como una máquina, que encuentra fuera de ella las reglas de su funcionamiento, es^propio del ser humano hallar en sí mismo la fuente de sus ajustes al ambiente; el individuo nunca deja de 'conducirse' porque, precisamente, en virtud de la vieja fórmula de Spinoza debe conducirse para poder persistir como su organismo. Es por eso que la personalidad se elabora con procesos que, de una u otra manera, son inmanentes a la 'corriente de conducta' que comienza con el nacimiento. Y, ú con la actual psicología de inspiración psicoanalítica convenimos en denominar conducta al conjunto organizado de las operaciones, seleccionadas en función de las informaciones recibidas sobre el medio, por las cuales el individuo integra sus tendencias, resulta que es a través de la historia de las conductas como debe explicarse la formación de la personalidad. Pero, dado que 'conducir' operaciones equivale a seleccionarlas y organizarías, se infiere también que las conductas tienden a ser producidas —inducidas, si se quiere—, por otras conductas que son las que orientan esta selección y esta organización: en cierta medida, la presencia de una determinada conducta permite fijar las probabilidades de aparición de toda otra serie de conductas. En consecuencia, si bien es cierto que la personalidad se forma a través de las conductas, no es menos cierto que las conductas expresan la personalidad. Dicho de otra manera: la personalidad es a la vez el resultado de la conducta y aquello que conduce; personalidad y conducta son, pues, dos aspectos complementarios de una misma historia.

No es de extrañar entonces que, según el punto de vista en que uno se ubique, se pueda considerar las tendencias que la conducta integra, tanto como factores, cuanto como productos de la conducta. 

"Según el punto de vista en que uno se ubique", significa: según el momento histórico que se considera. En efecto, nadie puede dudar de que las operaciones, cuyo papel consiste en integrar motivaciones o tensiones, no sean a su vez causa de nuevas tensiones, digamos de tendencias adquiridas. Según la excelente fórmula' de G. Palmade, "la conducta es organizadora de tensiones o de motivaciones, así como de las operaciones transitivas por las cuales ella misma se realiza .. ." En cierto' sentido, pues, algunas tensiones, organizadas de determinada manera, existen porque existe una conducta. De este modo, nuevas tendencias y nuevas operaciones nacen en el transcurso de un continuo proceso de interacción. Finalmente, parecería que los procesos que hemos llamado 'inmanentes" a la corriente de la conducta no pueden concebirse, dentro del marco de la psicología clínica, sino como transformaciones a través de las cuales se elabora una historia personal.

El estudio de fas transformaciones de la conducta se torna entonces fundamental. ¿Cómo son posibles tales transformaciones? ¿Cómo surgen y cómo se fijan? Cualquiera sea el momento en que se estudia la 'transformación', ésta se efectúa necesariamente sobre la base de: I) Tendencias, elementales o adquiridas, innatas o que aparecen cuando la maduración orgánica lo permite, las cuales suscitan y dirigen el Comportamiento; 2) Operaciones ya existentes, instintivas o adquiridas, que forman el fundamento de la transformación, y que, o bien son asimiladas a un nuevo todo, o bien sufren una disociación; 3 ) Imposiciones situacionales, obstáculos sociales o modelos culturales de acción; 4) Por último, un conductor: la variable personal misma, la personalidad ya formada y 'prégnante' que, por lo menos, prohibe ciertas posibilidades. Supongamos ya conocida —en el momento en que se estudia la personalidad— la presencia de elementos 'pasados; con esta base particular, la transformación obedece a normas transversales, que dan cuenta del 'mecanismo' de la operación de elaboración. Por esto mismo resulta absolutamente necesario desprender los principios a que obedece o puede obedecer la. elaboración (es lo que han hecho todas las psicologías genéticas, incluso el psicoanálisis). Frente a un obstáculo que induce a la frustración, el psicólogo sólo podrá decir ron certeza: puede ser que se produzca una reacción agresiva; pues le será imposible prejuzgar de las variables exactas que condicionan la individualidad de la reacción. Sin embargo, podrá enumerar cierto número de variables y prever que si tal variable está presente, un' principio general comenzará a actuar.

Es. tan decisiva la influencia de los cinco primeros años de vida sobre la formación de la personalidad, que los problemas planteados por las transformaciones de la conducta se sitúan concretamente dentro dé ese marco. Las experiencias posteriores al quinto año de vida ejercen, por cierto, una acción formatriz sobre la personalidad, y pueden, según la expresión de D. Lagache, "ser los agentes de aperturas o de cierres nuevos". Pero dado que en estos cinco primeros años progresa rápidamente la maduración psicofisiológica, se estructuran los primeros modos de relación con nuestros semejantes, se.forman hábitos culturales fundamentales, se asimilan los principales sistemas de, referencias sociales y aparecen finalmente, a la vez, la angustia y los estilos primitivos de reacción a la angustia, es lícito considerar que el postulado freudiano de los primeros cinco años no puede ponerse seriamente en tela de juicio. Por esto, conviene insistir principalmente en los mecanismos que intervienen en este período.

II. Pero antes retomemos la noción de 'tendencia' a que hemos aludido. Las transformaciones de la conducta no podrían tener ninguna significación sino la de asegurar la función que le ha sido atribuida. Ahora bien, dijimos que el objeto de la conducta es asegurar la existencia misma, la persistencia del organismo. Por lo tanto, inmanente a todos los hechos de comportamiento, existe un dinamismo que expresa la tendencia del organismo a tersevertir en su ser, dinamismo que se traduce por una movilización energética cuya mira es la integración. En efecto, el organismo no puede persistir sino en la medida en que es 'uno', en que resiste a las fuerzas disociativas.

Surge de allí la necesidad ineludible de postulados dinámicos en psicología. La noción de tendencia responde a esta necesidad. Todo ocurre,, en efecto, como si —por una extensión del principio fisiológico de la "homeostasís" de Cannon— toda tensión interior al organismo que entraña para éste el riesgo de una disociación, exigiera del mismo que actuara para suprimir esta tensión. En resumen, la fuente de la tendencia sería una situación interna que exige su propia supresión por medio de una conducta adecuada. A la tensión suprimida sigue un estado de equilibrio y de satisfacción que persiste hasta que aparece otro estado de tensión. Prácticamente, resulta correcto entonces' describir la conducta refiriéndose a las fuerzas motivacionales que la orientan hacia actos y objetos que realizan el ajuste que ella, por su naturaleza, busca.

Sin embargo la noción de tendencia (al igual que la noción de 'pulsión', de drive en la terminología anglosajona) no carece de ambigüedad.

¿Debemos denominar tendencia a toda fuerza que orienta al organismo en una dirección o en otra? Es lo que hacen no sólo los teóricos 'clásicos' de la tendencia, sino además Lewin, Cattell y Murray. ¿Por el contrario, debemos reservar, como Freud en su teoría de las pulsiones, el nombre de tendencias para las fuerzas que se insertan en un objeto (cosa o persona) y se presentan como 'hambres" de un estímulo? Es necesario plantear la pregunta, porque si se acepta la primen; definición se podrá hablar tanto de tendencias negativas (tendencia a huir del dolor) como de tendencias positivas (tendencia a apderarse de un alimento). Pero entonces, para conservar el esquema tensión-reducción dé la tensión y no vernos ipbligados a aceptar que las tendencias actúan'como reflejos -—lo cual, precisamente, parecé\excluirlo de dicho esquema— tendremos que clasificar las tendencias a evitar un estímulo en la categoría de las tendencias adquiridas; mejor aún, será necesario indicar, o bien que estas tendencias implican el recuerdo de un daño precedente, o bien que nacen de un condicionamiento. Eso no tendría mayor importancia si se tratase solamente del carácter adquirido de las tendencias, ya que, concretamente, la mayor parte de las motivaciones humanas, aun aquellas que pueden ser denominadas 'innatas', son el resultado de la experiencia y de la influencia cultural; pero tal descripción de las tendencias negativas —evitamientos— pone en tela de juicio la naturaleza ante todo interna, la fuente 'tensora' de las motivaciones y, por lo tanto, se muestra contradictoria, como ocurre principalmente en Murray y Cattell. Dado que tendremos que utilizar la hipótesis 'pulsionaP —principalmente dentro del marco de una psicología del conflicto, en que pueden intervenir fuerzas negativas y positivas—, lo mejor, a nuestro entender, será distinguir separadamente: 1) los reflejos primarios espontáneos impulsivos y automáticos en los que el estímulo provoca la respuesta sin la intervención de una motivación en el sentido real de la palabra; 2) las fuerzas adquiridas, que sobre la base de un hábito impulsan el organismo a evitar el riesgo de una disociación; 3) las tendencias propiamente dichas que, como el hambre, la sed y la necesidad sexual, son las exigencias de objetos complementarios externos definidos, por intermedio de operaciones adecuadas. En el primer caso, es ilegítimo el uso de la noción de tendencia. En el segundo, sólo es legítima la noción general de fuerza. Únicamente en el tercero se justifica utilizar la idea de tendencia o de motivación, porque sólo en este caso existe realmente una tensión que orienta el organismo hacia el objeto que aparece como el instrumento que permite la reducción de la tensión y, por lo tanto, la 'satisfacción'. El lector notará la influencia de Pradines en la distinción que efectuamos entre 'fuerza' y 'tendencia a la tendencia, en sentido estricto es una fuerza, pero no toda fuerza es una tendencia: para ello hace falta, además, que la fuerza se inserte positivamente en un objeto fin positivo. Un conflicto de fuerzas puede ser tanto un conflicto entre tendencias en el sentido amplio de la palabra, como un conflicto entre tendencias en el sentido estricto, o un conflicto entre tendencias en el primer sentido y tendencias en el segundo sentido.

En consecuencia, sólo pueden considerarse innatos, muy relativamente, por otro lado, los ergs de la terminología de Cattell, tales como las necesidades físicas (hambre, sed) y las necesidades sexuales (con todas sus componentes sucesivas a medida que se cumple la maduración psico-fisiológica): en efecto, sólo ellos orientan hacia objetos cuya ausencia produce la disociación. Los ergs obedecen primitivamente a dos principios: el principio de constancia que indica que el organismo tiende a persistir en una forma de conducta hasta que logra la satisfacción y el principio de placer, que indica que el organismo tiende primitivamente hacia objetos-fines que procuran la satisfacción. Basado en estas tendencias se edifica progresivamente el comportamiento, por sustitución sucesiva de objetos, en función de las necesidades del ambiente y de las fuerzas coercitivas que éste inserta progresivamente en el organismo.

III. Prácticamente esta influencia del medio se experimenta desde el nacimiento. A partir de ese momento el niño manifiesta una gran plasticidad, y a medida que aparecen, con la maduración, posibilidades de nuevos ajustes, la transformación de la conducta orienta insensiblemente al individuo hacia un estilo de personalidad singular, vale decir; poco a poco" surgen y se fijan 'hábitos de comportamiento', en el sentido amplio del término, los cuales dejan una marca imborrable. ¿Cómo surgen nuevas estructuras de conducta y cómo se mantienen?

La pregunta se plantea más en el caso de! hombre que en el caso del animal. En efecto, los animales cuentan con todo un arsenal de respuestas instintivas, que les permite reducir las motivaciones que los presionan; en buena medida, y sobre todo si pertenecen a los grados inferiores de la escala, están ya adaptados al medio. El niño debe adaptarse, él mismo, activamente. Para esto, debe casi inventar vías específicas de reacción y, sobre todo, tomar en cuenta los modelos de comportamiento que la cultura le propone por intermedio del círculo adulto y familiar. La inflexibilidad del medio cultural lo obligará continuamente a hacer una cosa para lograr hacer otra; por ejemplo lo obligará a satisfacer los deseos de sus padres para poder satisfacer sus propios deseos. El niño se verá llevado entonces a buscar cuidadosamente ciertos objetos o a responder a estímulos cuyo valor es secundario, porque éstos son los medios indirectos para satisfacer las tendencias .elementales. Así se establecen lo que Cattell llama "conductas de largo circuito", que permiten satisfacer en último término el fin principal por intermedio de comportamientos cuya mira son fines secundarios.

Los conductistas pretendían que bastaba el mecanismo del 'condicionamiento' para dar cuenta de la formación de los hábitos infantiles. El condicionamiento define, como sabemos, la transferencia de eficacia de un estímulo absoluto (el objeto normal) a un estímulo primitivamente ineficaz que se en¬cuentra constantemente en concomitancia con el primero. Por lo tanto, según estos autores, la co-presencia de objetos indiferentes y de objetos-fines bastaría para explicar que los objetos indiferentes se transforman ellos mismos en fines! En realidad, el condicionamiento no actúa sino en el nivel en que Pavlov lo hacía efectivamente actuar: en el nivel de los reflejos, exclusivos de toda motivación. El niño aprende así a evitar el dolor reaccionando negativamente a los signos del estímulo doloroso; en este caso la concomitancia del signo v de la cosa significada basta para explicar el hábito. Pero desde que entra en iuego una motivación positiva hacia un objeto-fin, sólo la ley del efecto, es decir el principio de la satisfacción final de la tendencia, permite explicar la fijación de una conducta que responde a otro objeto. Ahora bien, tenemos que admitir que se .trata del caso.. general. No todo estímulo asociado da origen a una nueva conducta, porque la conducta sólo se fijará si la respuesta a ese estímulo , resulta útil en alguna forma; si, en último término, reduce la tensión mótivadora.

Bastaría otra razón para rechazar la teoría del condicionamiento. Se debe buscar en el conflicto el motor de la transformación de las estructuras, de la adquisición de conductas vinculadas con nuevos objetos-fines y finalmente de la instalación de conductas de largo circuito. Ñewcomb resume lo esencial: "Las nuevas vías de reacción nacen cuando las más antiguas están bloqueadas; tal es el principio fundamental de la formación de la personalidad."

Si los objetos buscados por las motivaciones elementales siempre estuvieran presentes, si las vías usuales de satisfacción siempre fuesen posibles y, en particular, si el niño encontrara siempre, instantáneamente, satisfacción por medio de sus modos precedentes de actuar, no habría adquisición de conductas nuevas. Es extraño que esta evidencia no haya llamado la atención, aún antes de los esquemas freudianos. Debemos, pues, volver a la ley del efecto y a la manera en que ésta realmente actúa en las situaciones socialmente dadas: es decir, en un universo hecho de obstáculos que se oponen a la satisfacción de las tendencias,
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