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lunes, 19 de octubre de 2009

31- DIETA BAJA EN CALORIAS



La constante promoción de las dietas bajas en grasas como las dietas más saludables puede ser considerada parcialmente responsable del incremento en las enfermedades del hígado y la vesícula en la población del hemisferio occidental. Las comidas altas en proteínas aún siguen siendo anunciadas como las comidas más importantes para proveer vitalidad y fuerza física. Por otra parte, las grasas han sido tildadas como culpables y causantes de muchas de las enfermedades crónicas de nuestros días. Sin embargo, las grasas en sí mismas no pueden ser consideradas como las causantes de las enfermedades como la arteriosclerosis.
Al principio del siglo 20, los ataques cardíacos eran extremadamente raros en cualquier lugar del mundo. Desde entonces, el consumo per cápita de grasa, se ha mantenido prácticamente igual. Lo que se ha incrementado dramáticamente en las áreas del mundo consideradas más ricas, es el consumo de proteínas, particularmente desde la Segunda Guerra Mundial. El consumo excesivo de comidas proteínicas en las naciones industrializadas ha provocado un número sin precedentes de enfermedades circulatorias y muertes provocadas por ataques cardíacos. En comparación, estos problemas de salud rara vez aparecen en los grupos étnicos que consumen mayormente comidas vegetarianas. De hecho, un reporte publicado por la Asociación Médica Americana dice que una dieta vegetariana puede prevenir el 97% de los casos de trombosis resultante en ataques cardíacos.
A pesar de que una dieta vegetariana balanceada puede contener mayores cantidades de grasas, las grasas no parecen tener ningún efecto negativo en el sistema circulatorio. Por el contrario, el comer proteínas de origen animal en exceso provoca el engrosamiento de los vasos capilares en el hígado, resultando en la formación de cálculos biliares; donde los cálculos biliares reducen la producción de bilis en el hígado. La disminución en las secreciones de bilis reduce la habilidad del cuerpo para digerir las grasas. A muchas personas se les recomienda el disminuir el consumo de grasas para prevenir la indigestión, el aumento de peso y otras incomodidades. Pero esto sólo previene a la vesícula de completamente vaciar su contenido de bilis, lo que conduce a mayores problemas en la digestión de las grasas. Eventualmente, el cuerpo agotara las útiles grasas esenciales y las vitaminas solubles en grasas. Esto hace que el hígado incremente su producción de colesterol, lo que causa que se formen aún más piedras. Entre menor grasa reciba el cuerpo con la comida, peor se vuelve la situación. Dado que las grasas no pueden ser digeridas correctamente, el cuerpo cae en un círculo vicioso, el cual sólo puede ser detenido al remover todos los cálculos biliares del hígado y la vesícula, para después gradualmente incrementar la ingesta de grasa a un nivel normal.
La leche baja en grasas, por ejemplo, puede considerarse como uno de los culpables del inicio de este círculo vicioso. En su estado natural, la leche entera contiene la misma cantidad de grasa requerida para la digestión de las proteínas de la leche. Sin esta cantidad natural de grasa en la leche, la vesícula no recibe estímulos para liberar la correcta cantidad de bilis que se necesita para digerir las grasas y las vitaminas de la leche. Por lo tanto, las proteínas y grasas permanecen sin digerirse en el tracto gastrointestinal. Las proteínas se descomponen y las grasas se vuelven rancias. Esto lleva a una severa congestión linfática, como se ve usualmente en los bebés que sufren de cólicos intestinales, como resultado de ser alimentados con fórmula. Esto puede ser la causa responsable de la formación de cálculos biliares en el hígado en los niños. Incluso la leche entera de venta en los supermercados tiene un contenido de grasa reducido, ciertamente no el contenido suficiente para que la leche sea digerible por la mayoría de la gente.

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