Uno de los aspectos que más llama la atención en los niños autistas es la dificultad de interactuar con otros. Por tanto, la intervención educativa y terapéutica se basa en el establecimiento de una relación emocional que de seguridad y proporcione ayuda por parte del maestro y el terapeuta.
Comprender el mundo mental de las personas con autismo es básico para poder desarrollar actividades de enseñanza y aprendizaje que hagan de mediadores entre el mundo interno de los autistas, bastante alterado y la realidad que les envuelve, es decir crear los lazos necesarios entre el yo y el no-yo.
Tenemos que ayudarlos a construir una identidad propia, diferenciada de los otros pero a la vez ligada a las personas como donantes de significado. Tenemos que ayudarlos a ver que la realidad no es fragmentada, que hay procesos mentales que la hacen coherente y que hay unos antes y otros después en cada experiencia vital; es decir, no solo hay presente, sino también pasado y futuro psicológico. Por lo tanto la tarea del educador es narrar en palabras, acciones y actividades, la dialéctica entre el mundo interno del niño autista, para hacérselo comprensible, y el mundo externo. Por esto, se ha de basar la técnica terapéutica en la anticipación y predicción del entorno de estas personas, estructurándolo o estimulando el recuerdo.
Sin estas premisas, es muy difícil acceder a su mundo mental, donde las dificultades de percepción, motivación, atención, imitación, juego simbólico ponen de manifiesto una incapacidad de cohesión, condición necesaria para una integración personal y social.
Toda la actuación educativa y terapéutica entorno a estos niños y niñas pasa, necesariamente, por una comprensión de sus dificultades por el diseño de los soportes necesarios en el entorno de estas personas, por el trabajo en equipo desde una óptica pluridisciplinar y por la orientación, soporte y seguimiento del entorno familiar.
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