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miércoles, 18 de noviembre de 2009

CAPÍTULO 7 El Buda De La Nariz Negra


Cierta monja que buscaba la iluminación hizo una estatua de madera de Buda y la cubrió con panes de oro. Era muy bonita y la llevaba consigo a todas partes.
Pasaron los años y, siempre con su Buda a cuestas, la monja se instaló en un pequeño templo campestre en el que había muchas estatuas de Buda, todas en su respectivo altar.
La monja quemaba incienso ante su Buda de oro todos los días, pero como no le gustaba la idea de que su perfume volara hacia las otras estatuas, construyó un embudo por el que el humo pudiera ascender exclusivamente hacia su estatua.
Esto ennegreció la nariz de la estatua dorada y la hizo especialmente fea.

Uno de los problemas más graves con que inevitablemente se topará cualquiera que recorra el camino, es distinguir claramente entre amor y apego. Parecen lo mismo, pero no lo son. Parecen idénticos, pero no lo son. Más bien al contrario, hasta el odio se parece más al amor que el apego. Éste no es sino lo opuesto; oculta la realidad del odio y da la apariencia del amor, mata el amor. Nada es más venenoso que el apego, que la posesividad. De modo que intenta entender esto, luego podemos abordar esta bella historia.
Les ha sucedido a muchos, te está sucediendo a ti, porque la mente está muy confundida entre el amor y el apego. Y quienes miran las cosas desde fuera siempre se convierten en víctimas. El apego es tomado por amor, y cuando esto ocurre, siempre confundes lo verdadero. Habrás escogido una moneda falsa. Ya no buscarás la moneda auténtica porque pensarás que ésta lo es. Estarás engañado.
La posesividad, el apego, es el falso amor. El odio es mejor, porque por lo menos es auténtico, por lo menos es un hecho. Y el odio puede volverse amor un día, pero la posesividad nunca puede convertirse en amor. Para que esto ocurra, simplemente tienes que abandonarla. ¿Por qué el apego se parece al amor? ¿Y cuál es la diferencia? El mecanismo es sutil. Amor significa que estás dispuesto a fundirte con el otro.
Es una muerte, la más profunda de las posibles muertes, el abismo más profundo en el que puedas caer, e ir cayendo y cayendo. Y no tiene fin, no tiene fondo, es una eterna caída hacia el otro. Nunca se acaba. Amar significa que el otro se ha convertido en algo tan importante que tú te puedes perder. El amor es entrega incondicional; porque si hay siquiera una condición, entonces el importante eres tú, no el otro; entonces el centro eres tú, no el otro. Y si el centro eres tú, el otro no es más que un medio. Estás utilizando al otro, explotando al otro, encontrando satisfacción, gratificación, a través del otro, pero el fin eres tú. Y el amor dice: haz del otro el fin y fúndete, únete. Es un fenómeno, un proceso mortal. Por eso la gente le tiene miedo al amor. Puedes hablar de él, puedes cantar sobre él, pero en el fondo le tienes miedo. Nunca te metes dentro de él.
Todas vuestras poesías, todas vuestras canciones sobre el amor, sólo son sustitutos, para que podáis cantar sin entrar dentro de él, para que podáis sentir que estáis amando sin amar. Y el amor es una necesidad tan profunda que no puedes vivir sin él; se necesita el auténtico o un sustituto. El sustituto acaso sea falso, pero por lo menos durante un tiempo, de momento, te da la impresión de que amas. Y hasta lo falso se disfruta. Tarde o temprano te darás cuenta de que es falso; entonces no vas a transformar el amor falso en amor auténtico, entonces cambiarás de amante o de amado.
Éstas son las dos posibilidades: cuando te das cuenta de que este amor es falso puedes cambiar, puedes abandonar este falso amor y convertirte en un amante de verdad. La otra posibilidad es cambiar de pareja. Y así es como funciona la mente: siempre que piensas «Este amor no me ha dado la felicidad que prometía, más bien al contrario, me he vuelto más desgraciado», crees que el otro te está engañando, no que tú le estás engañando.
Nadie puede engañarte, sólo tú mismo puedes hacerlo... Pero tú crees que el otro te está engañando, el otro es responsable: cambia de esposa, cambia de marido, cambia de maestro, cambia de dios, ve del templo de Buda al de Mahavira, cambia de religión, cambia tu oración, no vayas a la mezquita, ve a la iglesia... cambia al otro. Entonces de nuevo durante una temporada tendrás la impresión de que amas, de que oras. Pero tarde o temprano lo falso se mostrará de nuevo, porque lo falso no puede satisfacer. Puedes engañarte a ti mismo, pero ¿por cuánto tiempo puede uno engañarse a sí mismo? Entonces tienes que cambiar otra vez; de nuevo es el otro.
Si llegas a darte cuenta de que el otro no es el problema, de que tu amor es falso... Has estado hablando sobre él, no has estado haciendo nada para entrar dentro de él -estás asustado y atemorizado-. El amor es como la muerte, y si tienes miedo de la muerte también tendrás miedo del amor. En la muerte sólo muere tu cuerpo. Lo esencial, el ego que te parece esencial, permanece a salvo. La mente, que te parece importante, es trasladada a la otra vida. Tu identidad interior sigue siendo la misma; sólo la indumentaria exterior, la ropa, cambia con la muerte. De manera que la muerte nunca es muy profunda, es sólo superficial. Y si te asusta la muerte, ¿cómo vas a estar preparado para entrar en el amor? Porque en el amor no sólo cambia la indumentaria, la casa, sino que tú mueres: la mente, el ego muere. Este miedo a la muerte se convierte en el miedo al amor, y el miedo al amor se transforma en el miedo a la oración, a la meditación. Estas tres cosas son similares: muerte, amor, meditación. Y el camino es el mismo, pero tienes que ir por él. Y si nunca has amado no puedes orar, no puedes meditar. Y si nunca has amado, y meditado, te perderás la bella experiencia de la muerte completamente. Si has amado, entonces la muerte es una experiencia tan bella e intensa que no la puedes comparar con ninguna otra cosa en la vida. La vida nunca puede ser tan honda como la muerte, porque la vida se extiende durante setenta, ochenta años. La muerte se da en un solo instante... tan intensa; la vida nunca puede ser tan intensa. Y la muerte es la culminación, no es el final. Es la culminación, la cumbre misma; durante toda la vida te has esforzado para alcanzarla. Y qué estupidez, cuando llegas a la cumbre estás tan asustado, te sientes tan mareado que cierras los ojos, tienes tanto miedo que pierdes el conocimiento. La gente muere, muere en un estado de inconsciencia. Se pierden la experiencia.
De manera que el amor puede ayudar porque el amor te preparará para la muerte, y el amor te preparará también para la meditación. En la meditación tienes que perder, el otro no está, sólo tienes que perderte a ti mismo. El amor es más profundo que la muerte; la meditación es más profunda incluso que el amor, porque en el amor el otro sigue existiendo, tienes algo a lo que agarrarte. Y cuando puedes agarrarte, algo de ti sobrevive.
Pero en la meditación no hay otro. Por eso Buda, Mahavira, Lao Tsé niegan la existencia de Dios. ¿Por qué? Saben muy bien que Dios existe, pero niegan su existencia para que no te quede apoyo alguno para la meditación. Si el otro existe, tu meditación será como máximo amor, devoción, pero la muerte total sigue sin ser experimentada. La muerte total sólo es posible cuando no hay otro y tú simplemente te disuelves, te evaporas; no hay nadie a quien puedas agarrarte, entonces sucede el mayor éxtasis.
La palabra éxtasis es muy significativa. La palabra inglesa ecstasy es tan bella y tan significativa; ninguna otra lengua tiene una palabra así. Éxtasis significa "estar fuera". Significa que estás completamente muerto y estás fuera de ti mismo y mirando esta muerte, como si toda tu existencia se hubiera convertido en un cadáver. Estás fuera y mirando tu propia muerte; entonces sucede la felicidad suprema. Si te lo digo, te asustarás. Si te digo que estás buscando la muerte suprema, te asustarás... pero la estás buscando. Toda religión es el arte de aprender a morir.
Amor significa muerte, pero el apego no es muerte. El amor significa que el otro se ha vuelto tan importante que puedes disolverte; confías en el otro tanto que no necesitas tener tu propia mente, la puedes dejar a un lado.
Por eso se dice que el amor es loco, y que el amor está ciego; lo está. No porque tus ojos queden ciegos, sino porque cuando pones el ego de lado, tu mente de lado, para todos los demás parecerás ciego y loco. Es el estado de locura. No estás pensando por ti mismo. Confías en el otro tanto que ya no hay necesidad de pensar, porque se necesita pensar cuando hay duda. La duda crea el pensamiento, es la base de éste. Si no puedes dudar, el pensamiento se detiene. Si no puedes pensar, ¿dónde está el ego, cómo puede mantenerse? Por eso el ego siempre duda de todo, nunca confía.
Si confías, no aparece ego: se ha ido. De ahí la insistencia de todas las religiones en que sólo mediante la fe y la confianza y el amor entrarás en el templo de la divinidad; no hay otra puerta. Mediante la duda no puedes entrar, porque en la duda permaneces. En la confianza te pierdes.
El amor es una confianza, un disolverse del ego. El centro va hacia el otro. El otro se vuelve tan importante -tu misma vida, tu mismo ser-. Ni un destello de duda te asalta. Es tan tranquilo, tan bello, que ni un destello de duda te asalta, ni un rizo en la mente. La confianza es completa, perfecta. En esta confianza perfecta hay una felicidad, una bendición. Incluso pensando en ello tendrás un atisbo de lo que puede ser. Pero si lo sientes, es tremendo, no hay nada semejante.
Pero el ego crea un falso truco. En vez de amor, te da apego, posesividad. El amor dice: sé poseído por el otro; el ego dice: posee al otro. El amor dice: “disuélvete” en el otro; el ego dice: que el otro se te entregue, fuérzalo a que sea tuyo, no le permitas que se mueva libremente. Limita la libertad del otro, que se convierta en tu periferia, en tu sombra.
El amar da vida al otro; la posesividad, él apego lo mata, le quita la vida. Por eso los amantes, los llamados amantes, siempre se matan uno al otro: son venenosos. Mira a un marido y una esposa: antes fueron amantes, pensaban que eran amantes y empezaron a matarse uno al otro. Ahora son dos personas muertas, se han convertido en una cárcel recíproca. Están sencillamente asustados y aburridos, tienen miedo del otro.

Sucedió una vez: en un circo, había una mujer domadora de leones. Y los leones más fieros estaban bajo su perfecto control; les daba órdenes y le obedecían. Y lo más grande, cuando todo el mundo contenía la respiración, era cuando se le ordenaba al león más fiero que se acercara, y se acercaba y la domadora, la mujer, tenía un terrón de azúcar en la lengua y el león se acercaba y tomaba de su boca el terrón de azúcar. El público se volvía loco, aplaudía y mostraba su aprobación.
Un día el Mulla Nasrudin estaba allí. Todo el mundo aplaudía-, pero él no parecía impresionado. Decía:
-¡ Vaya! Cualquiera puede hacer algo así.
La  domadora de leones le miró con desprecio y dijo:
-¿Lo puedes hacer tú?
-Sí, todo el mundo puede hacerlo si el león puede hacerlo.

El hombre le tiene miedo a la mujer, y esto viene de la experiencia del amor. El amor, el llamado amor, mata al otro. Si no, ¿por qué es tan feo este mundo? Tantos amantes, todo el mundo es un amante; el marido amando a la mujer, la mujer amando al marido, los padres amando a los hijos, los hijos amando a los padres, y amigos, y todo el mundo, parientes, todo el mundo ama... ¡Tanto amor y tanta fealdad, tanta infelicidad!
En algún lugar, en las mismas raíces, algo parece haberse estropeado. Esto no es amor; de lo contrario el miedo desaparecería -cuanto más amas, menos temes-. Cuando el amor llega realmente a su totalidad, no hay miedo. Pero en la posesividad, el miedo va creciendo más y más, porque cuando posees a una persona estás siempre temiendo que te deje, puede irse, y la duda está siempre ahí. El marido está siempre dudando de que la mujer pueda amar a otro. Se convierten en espías uno del otro, y cortan la libertad del otro para que no haya posibilidad.
Pero cuando cortas la libertad, cuando destruyes la posibilidad de lo desconocido, la vida se convierte en algo muerto, estancado. Todo se vuelve plano, insignificante, un aburrimiento, una monotonía. Y cuanto más sucede, más posesivo te vuelves. Cuando la vida mengua, cuando el amor se está yendo, cuando algo se te escapa de las manos, te vuelves más posesivo, te agarras más; te vuelves más protector, creas más muros y prisiones. Es un círculo vicioso.
Cuantas más prisiones, menos vida habrá. Tendrás más miedo de que suceda algo. El amor está desapareciendo y necesitamos una prisión todavía mayor. Y hay muchos métodos sutiles de hacer esto: celos, celos continuos y posesividad, hasta tal punto que el otro ya no es una persona. El otro se convierte en una mera cosa, una mercancía, porque una cosa puede ser poseída más fácilmente que una persona, ya que una cosa no puede rebelarse, ni desobedecer no puede irse sin permiso, no puede enamorarse de otro.
Cuando el amor se convierte en una frustración, y se convertirá en una frustración, porque no es amor, entonces poco a poco empiezas a amar las cosas. Observa a la gente cuando limpian sus coches, cómo miran su coche: ¡encantados! Observa la luz romántica que aparece en su cara cuando miran su coche; están enamorados de su coche.
En Occidente, donde el amor ha sido completamente asesinado, la gente está enamorada de cosas o animales: perros, gatos, coches, casas. Es más fácil amar una cosa o un animal; un perro es más fiel de lo que una esposa será nunca. No puedes encontrar un animal más fiel que el perro; sigue siendo fiel, no hay peligro. Una esposa es peligrosa. Un marido es peligroso; en cualquier momento puede irse y no puedes hacer nada. Y cuando se va, todo tu ego se hace añicos, te sientes herido. Para evitar que esta herida suceda, empiezas a matar al marido o a la esposa, para que se vuelvan exactamente igual que coches o casas: cosas muertas.
No obstante ésta es la desgracia: que cuando posees a una persona se convierte en una cosa, pero tú querías amar a una persona, no a una cosa. Porque una cosa puede ser poseída, pero una cosa no puede responder. Puedes amar a una cosa, pero ésta no puede responder a tu amor. Puedes abrazar a tu coche, pero éste no te puede abrazar. Puedes besar a tu coche, pero el beso no puede ser devuelto.

    He oído decir que una admiradora de Picasso se acercó un día al pintor y le dijo:
    -He visto tu autorretrato en una galería. Es tan bello y me sentí tan poseída por él que me olvidé de todo y lo besé. Picasso miró a la mujer y le dijo:
-¿El retrato te devolvió el beso?
-¿Qué dices? ¿Cómo va a devolver el beso un retrato?
-Pues no es mi retrato -dijo entonces Picasso.

¿Cómo puede devolver el beso una esposa muerta? ¿Cómo puede devolver el beso un marido muerto? Ésta es la desgracia: si quieres poseer, matas. Y en el momento en que lo has conseguido, toda la gloria se ha perdido, porque el otro ya no puede responder. El otro sólo puede responder en libertad, pero tú no puedes permitir la libertad porque no amas. El amor nunca es posesivo. No puede serlo, por su propia naturaleza.
Y no sólo un hombre o una mujer: si empiezas a amar a un Buda repetirás toda la historia. Harás lo mismo, también en esto serás posesivo. Por esto han sido creados tantos templos, por la necesidad de poseer. Los cristianos creen que Cristo les pertenece. Cristo no puede pertenecer a nadie, pero los cristianos creen que les pertenece a ellos; son sus poseedores. Los musulmanes creen que Mahoma les pertenece. No puedes dibujar a Mahoma, te llevarán a los tribunales, no puedes hacer una estatua de Mahoma, porque los musulmanes no lo permiten. Pero ¿quiénes son estos musulmanes? ¿Cómo se convirtieron en poseedores? Han convertido a Mahoma en una cosa muerta...
Nadie puede poseer a Mahoma, nadie puede poseer a Cristo: son tan grandes y tus manos son tan pequeñas. No pueden ser poseídos. El amor nunca puede ser poseído; es una fuerza vital tan grande, y una fuerza tan infinita, y tú eres tan diminuto y tan pequeño, que no lo puedes poseer. Pero los cristianos tienen su Cristo, los musulmanes su Mahoma, los hindúes su Krishna, los budistas su Buda.
Entre los jainistas, existen dos comunidades: han dividido a su Mahavira. Hay algunos templos en la India que pertenecen a ambas comunidades, de modo que siempre hay luchas y pleitos ante los tribunales, porque existe una división temporal: por la mañana adorarán los swetambers; por la tarde los digambers, la otra comunidad, adorarán. Y cambian, porque los swetambers veneran una estatua de Mahavira que tiene unos falsos ojos abiertos, y los digambers adoran a Mahavira con los ojos cerrados, por lo que el objeto de su adoración no puede ser la misma estatua. Primero tienen que cerrarle los ojos, o quitarle los ojos falsos, sólo entonces están contentos; entonces es su Mahavira. Pero ¿cómo puede ser mío o tuyo? ¿Es Mahavira una cosa, una casa, una tienda, una mercancía? Pero los amantes son falsos amantes; en realidad son posesores, no amantes.
Esto ha sucedido en la religión tan profundamente que, en vez de convertirse en una bendición para el mundo, ha resultado peligrosa. Gracias a esta posesividad, la religión se transforma en secta; entonces adoras una cosa muerta y nada sucede en tu vida, y piensas por ello que hay algo malo en la religión. Pero no hay nada malo en ella. Mahavira te hubiera transformado. Krishna te hubiera dado la luz que tenía, pero no se lo permitiste. Cristo sin duda se hubiera convertido en la salvación, pero no lo permitiste. Los judíos lo crucificaron y tú lo has momificado en las iglesias. Ahora es algo muerto; bueno para adorar, bueno para poseer, pero ¿cómo puede transformarte un Cristo muerto?
Y el sacerdote lo sabe muy bien. Por eso nunca me he cruzado con un sacerdote que sea creyente. Ellos son en el fondo incrédulos, porque conocen el negocio y saben que este Cristo está muerto. Cuando adoran, es sólo un gesto; actúan de cara a la galería.

Sucedió una vez, es un hecho histórico. En el año 999, el 31 de diciembre, corría un rumor por todo el mundo, especialmente por las comunidades cristianas, de que el último día llegaría, el primero de enero; en el año 1000, el primero de enero, llegaría el último día del juicio, y el mundo sería disuelto y todos se enfrentarían a la divinidad.
Así que el 31 de diciembre de 999 todos los cristianos del mundo cerraron sus tiendas, cerraron sus despachos. La gente llegó a distribuir sus cosas, porque el primero de enero por la mañana no habría mundo. La gente se besaba y se abrazaba, incluso se acercaban a sus enemigos para ser perdonados, y aquella tarde el mundo era totalmente diferente. Todo cerrado, porque mañana no habrá futuro. ¿Por qué pues ser un enemigo? ¿Y por qué no amar? ¿Por qué no gozar? La gente celebraba, el último día estaba muy cerca.
En todo el mundo, los cristianos lo cerraron todo. Sólo las oficinas del Vaticano en Roma permanecían abiertas, porque el Papa sabía muy bien, los sacerdotes sabían muy bien, que no iba a suceder nada, que era sólo una superstición. iY ellos eran quienes habían inventado todo el asunto! Y ni una sola cosa del Papa fue repartida.

Los sacerdotes están en el ajo. Saben que Cristo está muerto, y tú eres un tonto, estás rezando a una cosa muerta. Pero no te lo pueden decir, porque es un secreto profesional; y sólo gracias a él es posible la explotación. Y les beneficia, porque si Cristo está vivo no pueden convertirse en los agentes intermediarios. Un Cristo vivo se acercará a ti directamente; no dejará que haya un intermediario, un agente, entre vosotros. No lo permitirá. Cristo no dejará que un sacerdote se ponga entre los amantes y él mismo; Cristo se situará ante ellos, se acercará a ti directamente. De modo que para los sacerdotes un Cristo vivo es peligroso, sólo un Cristo muerto es bueno. A los sacerdotes nunca les gusta un Mahavira cuando está vivo, nunca les gusta un Buda cuando está vivo: están siempre en contra cuando está vivo. Cuando está muerto, inmediatamente van y organizan a su alrededor, hacen un templo y empiezan a explotaros. Los sacerdotes están en contra de Mahavira, de Buda, de Krishna, pero saben que cuando están muertos sus nombres pueden ser explotados.
Pero tienes que recordar bien que con tu amor, con tu oración, tu adoración, si se vuelve posesiva, estás matando. Y si matas a Krishna, ¿cómo puede transformarte? ¿Cómo puede hacerte acceder a la consciencia kríshnica? ¡Imposible! Ahora deberíamos entrar en esta historia. Es preciosa.

Cierta monja que buscaba la iluminación hizo una estatua de madera de Buda y la cubrió con panes de oro. Era muy bonita y la llevaba consigo a todas partes.

Hay que entender muchas cosas, incluso palabra por palabra. Una monja..., porque éste es el corazón de la mujer: poseer.
Por eso no un monje, sino una monja. Y no pienses que sólo las mujeres poseen; los hombres también poseen, pero entonces tienen el corazón de la mujer, no del hombre. ¿Por qué es la mujer más posesiva que el hombre? Porque la posesión nace del miedo. El hombre tiene menos miedo que la mujer, por ello es menos posesivo. La mente femenina tiene más miedo, el miedo es algo natural en ella, siempre hay un temor. Por esta razón, la mujer es más posesiva. Si no se siente completamente satisfecha de poseer, no es feliz. Y cuando posee completamente no puede ser feliz, porque el hombre está muerto. La vida sólo existe en libertad.
Por esto, en la historia, se escogió una monja. Pero recuerda bien, no hay ninguna diferencia si eres un hombre, porque tu mente puede ser femenina. Raramente hay hombres... Puedes ser una mujer y tener una mente libre de miedo, una mente de hombre. De modo que la distinción no se establece debido al sexo, sino a las actitudes. Un hombre puede ser una mujer, una mujer puede ser un hombre -el símbolo sólo existe para mostrar la actitud-. ¿Qué actitud? Si eres un hombre y sin embargo eres posesivo, tienes una mente femenina. Si eres una mujer y no eres posesiva, tu mente es masculina. Se dice que Mahavira insistió en que ninguna mujer podía acceder a la iluminación si no se convertía en un hombre. Interpretaron sus palabras literalmente, no lo entendieron. Pensaron que ninguna mujer puede acceder a la iluminación, por lo que toda mujer que se esfuerza tendrá que renacer como hombre, y sólo entonces podrá acceder. Esto es una estupidez, pero sí es cierto que ninguna mente femenina puede acceder a la iluminación, porque la mente femenina significa miedo y posesividad. Y con miedo y posesividad, el amor y la meditación no son posibles.
Una mujer se iluminó. Los jainistas, seguidores de Mahavira y de los tirthankaras, estaban muy preocupados. ¿Qué hacer? Cambiaron el nombre de la mujer por un nombre de hombre y se olvidaron del asunto. Una mujer llamada Mallibai se iluminó, ¿qué hacer ahora con la teoría? Cambiaron el nombre, llamaron Mallinath a Mallibai. Cambiaron la estatua, nunca encontrarás una estatua de mujer. Y Mallibai, o Mallinath, era un ser tan especial que tuvieron que concederle el estatus de tirthankara. De manera que de los veinticuatro tirthankaras uno es una mujer, pero nunca la encontrarás, porque el nombre que le dieron es Mallinath.
De modo que uno piensa que ninguna mujer ha llegado a la iluminación. Pero esto es cierto en un sentido diferente, más profundo; ninguna mente femenina puede acceder a la iluminación, porque la posesividad no puede llegar a tal estado.

Cierta monja que buscaba la iluminación hizo una estatua de madera de Buda...

Es muy difícil para una mente que es femenina, sea hombre o mujer. La mente, si es femenina, creará una estatua; crearás al otro. No puedes estar solo.
Una estatua significa que el otro ha sido creado. No hay nadie, pero no puedes sentirte satisfecho con la nada; tiene que haber algo a lo que agarrarte. Por eso tantos templos y tantas estatuas: son obra de la mente femenina. De modo que no encontrarás muchos hombres en los templos a los que vayas, pero habrá muchas mujeres. Y si han acudido algunos hombres, son los dominados por su esposa. Han acudido con sus mujeres, no van ellos solos.
Cuando Mahavira predicaba, cuarenta mil personas tomaron sannyas de él: treinta mil eran mujeres, sólo diez mil eran hombres. ¿A qué era debido? Y ésta es la proporción, ésta es la proporción también conmigo. Si llegan cuatro personas, tres son mujeres y una es un hombre. Y éste llega con dificultad y se va muy fácilmente, mientras que la mujer llega con facilidad y le es muy difícil irse. Se aferrará; le cuesta marcharse.
Pero la mente femenina puede crear dificultades, obstáculos. Si empiezas a volverte posesivo, fallas. Tienes que recordar: hay que dejar el miedo, sólo entonces surge el amor. Hay que abandonar el miedo, porque es del ego. Y si existe el miedo, el ego persistirá; y crearás una estatua para agarrarte a ella. Esta estatua no va a guiarte al destino, porque es creación tuya. Puedes cubrirla de panes de oro, puede ser bonita, pero es algo muerto. No te servirá de nada hacer una estatua dorada: es algo muerto.

Era muy bonita y la llevaba consigo a todas partes.

Se convirtió en una carga, tenía que llevarla consigo, protegerla. No podía dormir bien, porque alguien se la podía robar.
No podía ir sin ella, porque algún otro podía querer poseerla, intentar arrebatársela. Toda su mente se volvió posesiva en tal, no a la estatua, que se convirtió en el centro de su posesividad, de su miedo, de su adoración. Pero esto no es amor.

    Pasaron los años y, siempre con su Buda a cuestas, la monja se instaló en un pequeño templo campestre en el que había muchas estatuas de Buda, todas en su respectivo altar.

Pasaron los años, no ocurrió nada. Llevando a cuestas un Buda nada puede ocurrir, porque ¿cómo puedes llevar a cuestas un Buda? Sólo puedes llevar a cuestas una estatua. Buda ha de ser vivido, no puedes cargar con él. Buda ha de ser amado, no poseído. Tienes que disolverte en él, no llevarlo como algo que posees.
Buda está vivo si te disuelves en él. Pero entonces es peligroso, porque nunca regresarás. Es un punto del que nunca puede regresar nadie. Después de haber caído, has caído en él, no hay regreso. Hay miedo y temblor, temes perderte. Y no te equivocas: vas a perderte.   

Pero con una estatua no hay nada que temer, puedes llevarla. La estatua puede perderse algún día, pero tú no te perderás. Puedes crear otra, incluso más bonita, no es difícil: es una creación tuya. Acude a los templos: ¿qué ha hecho el hombre? Crear estatuas, llevar a cabo creaciones. Ahora se inclina ante ellas, llorando y lamentándose, y todo es falso, porque la base es falsa. Tus lágrimas, tus plegarias, ¿a quién las diriges? ¿Ante quién te lamentas y lloras? ¿Ante tus propias creaciones, tus propios juguetes? No importa cuán bellos y caros sean, no hay diferencia. Tú creas a tus dioses, y lloras ante ellos y te lamentas y piensas que algo va a suceder. Estás simplemente actuando como un estúpido. Los templos están llenos de gente estúpida. No se dan cuenta de que se están inclinando ante sus propias creaciones. Pero ¿cómo va a ayudarte esto?
Ella lo llevaba a cuestas... Muchos años pasaron, muchas vidas... y seguía llevando a cuestas su Buda sin haber llegado a ningún sitio. Vagando sólo de aquí allá, de una vida a otra, de un humor a otro, de una mente a otra, pero sólo vagando, sin llegar a ningún sitio. Entonces se hartó del viaje; parecía que el objetivo no se encontraba en ninguna parte, parecía que el objetivo no se iba acercando.

De manera que se instaló en un pequeño templo campestre en el que había muchas estatuas de Buda, todas en su respectivo altar.

Pero había muchas estatuas de Buda. En China, en Japón, han creado templos muy grandes para Buda. En China hay un templo con diez mil budas, ¡diez mil altares en un templo! ¡Diez mil estatuas! Pero ni siquiera diez mil estatuas sirven para nada. Con un Buda basta, sin embargo diez mil estatuas no son suficientes.
¿Por qué persiste la mente en su tonto trabajo? Una estatua no lo consigue, de manera que creamos dos. Ésta es la aritmética; dos no lo consiguen, de manera que creamos tres, idiez mil estatuas! Un hombre vagando entre diez mil estatuas y no ocurre nada. No va a suceder nada, porque la vida nunca surge de algo muerto, un hombre nunca es transformado gracias a una estatua muerta.
Busca un buda vivo. Y si no puedes encontrar un buda vivo, cierra los ojos y busca. Si no lo puedes encontrar fuera, lo encontrarás dentro, porque los budas nunca están muertos. Están ahí, para que los busques, siempre están ahí. Pueden hallarse justo a la vuelta de la esquina, pero nunca has mirado. O estás tan acostumbrado a tu vecino, a la esquina, que crees saber. No se sabe; puedes encontrar a Buda en un mendigo.
Mantén los ojos abiertos. Si llevas a cuestas una estatua, tus ojos están cerrados. Esta mujer puede haber dejado pasar de largo muchos budas por culpa de su estatua, porque pensaba que ya lo poseía. Ya tenía su buda, así que ¿para qué buscar en otro lado? Entonces se instaló en un templo. Quien vive con estatuas acaba siempre en un templo. Quien vive con estatuas no puede alcanzar el objetivo final; tiene que quedarse en algún punto del camino, junto al camino, un altar, un templo.
Mucha gente se ha instalado en templos. Vagaron y buscaron y se dieron cuenta de que no puede encontrarse nada, es imposible. No porque el objetivo esté muy lejos -el objetivo está muy cerca, más cerca de lo que puedes imaginar-, sino porque están llevando estatuas a cuestas, y éstas se han convertido en su ceguera; sus ojos están cerrados con estas estatuas, sus corazones están lastrados con sus estatuas, palabras, escrituras; cosas muertas.

He oído decir que en la antigüedad un rey, hombre muy erudito, quería casarse con una muchacha, pero no le servía una ordinaria. Quería una mujer perfecta, astrológicamente perfecta. De modo que consultó a muchos expertos en los astros. Era muy difícil. Pasaron muchos años, su juventud casi había pasado, porque estos astrólogos son gente difícil, y las matemáticas requieren tiempo. Y entonces encontraron una mujer, pero todavía le faltaba una cualidad, no era del todo perfecta.
De hecho, no puedes encontrar a nadie perfecto. Es imposible, porque perfección siempre significa muerte. Si alguien está vivo es imperfecto; por eso decimos que cuando uno es perfecto, ya no vuelve a nacer. Porque ¿cómo puedes nacer si eres perfecto? Entonces has pasado por este mundo, has mejorado, crecido, no se te puede dejar que vuelvas.
Entonces el rey dijo a sus consejeros: «Ya está bien; si no es perfecta, bastará con que sea aproximadamente perfecta. Pero mi juventud está pasando, ya casi tengo treinta y ocho años. ¡Encontrad a una mujer ya!».
De manera que hallaron a una mujer, no era perfecta al cien por cien, sino en un noventa y nueve por ciento. Entonces empezó la búsqueda del momento oportuno en que el rey debía hacer el amor con su mujer, porque quería un hijo excepcional, extraordinario. Averiguar esto era muy, muy difícil. Fueron consultadas muchas escrituras, el I Ching y otras; llamaron a muchos sabios de países lejanos, y se reunieron y discutieron. El rey tenía casi cuarenta y cuatro años.
Entonces un día se hartó y los despidió a todos. Quemó todas las escrituras y le dijo a su mujer: «¡Ya está bien! Tenemos que hacer el amor ahora». No lo habían hecho todavía. Pero la mujer era vieja, él también era viejo, y con el amor hay un problema. Si empiezas a hacer el amor pronto, puedes ir haciendo el amor hasta el final de la vida. Si no empiezas pronto, no puedes hacer el amor más tarde, porque hacer el amor es algo mecánico. El mecanismo necesita eficacia. De modo que si un hombre comienza a hacer el amor cuando tiene catorce años, puede seguir haciéndolo hasta que tiene ochenta. Y no pienses que si haces demasiado el amor cuando eres joven entonces cuando seas viejo ya no serás capaz. Estás totalmente equivocado. Sólo si haces el amor a menudo, puedes seguir practicándolo más tarde. Además, nunca puedes hacer demasiado el amor, recuerda esto, porque el cuerpo no te lo permitirá. Demasiado es imposible; en el cuerpo hay un termostato, demasiado no es posible. Todo cuanto hagas, está siempre dentro del límite. Pero a esas alturas el rey se había vuelto impotente: no podía hacer el amor; la mujer era frígida. Había dejado pasar el momento adecuado. El hijo nunca nació y tuvieron que adoptar a un niño.

Esto es lo que está pasando: tienes que adoptar un bud¡ tienes que adoptar un dios. No nace de ti, y Dios tiene que nacer de ti, si no es un falso dios. Te has perdido al verdadero porque estabas demasiado ocupado con las escrituras, los sa- bios, la astrología y toda clase de tonterías. Estás tan obsesionado con las palabras, estatuas, templos, rituales, que cuando por fin los formalismos están cumplidos la vida se ha ido. Cuando tú concluyes lógicamente, ya no hay vida para hacerlo. Esta mujer se instaló por fin en un templo, y te digo: nunca te instales en un templo, porque éste sólo puede ser refugio de una noche, no puede ser un lugar de residencia permanente. Nunca te quedes de forma permanente en un templo, en una secta, en el Vaticano o Puri Shankaracharya; nunca te instales en una mente sectaria. Puedes descansar, esto está bien. Pasa allí la noche, y por la mañana, antes de que te cansen ¡vete! Sigue adelante a menos que alcances el final: sólo esto es el templo. Pero allí no encontrarás ninguna estatua. Allí descubrirás lo real -no la estatua, no el retrato, sino lo real. No te instales en un retrato, en lo falso, en la copia. Busca el original, la fuente misma.
La mujer estableció su residencia, tenía que hacerlo. Cuando llevas a cuestas un buda de madera, ¿cómo puedes alcanzar la iluminación? Si los budas de madera te pueden dar la iluminación, entonces no hay problema. Un buda de madera es un buda de madera. Puedes llevarlo a cuestas, puedes jugar con él.

La monja quemaba incienso ante su Buda de oro todos los días.

El buda era de madera y estaba recubierto de oro, pero ella -solía llamar a su buda: "el Buda de oro". El oro era superficial; por dentro sólo era un buda de madera, nada más. Pero puedes ocultar cosas, y con oro puedes ocultarlo todo. Cuando no hay amor, entonces hay mucho oro alrededor de la esposa. Un buda de madera bajo panes de oro, y piensas que todo va bien. La esposa también piensa que todo va bien, porque el marido trae más y más adornos. Cuando el amor se ha muerto, los adornos se vuelven muy vivos. Cuando hay amor no se necesitan adornos.
Nunca cubres con oro un Buda de verdad, ¿no es cierto? El Buda no te lo permitiría, sencillamente huiría. Diría: «¡Espera! ¿Qué estás haciendo? Me vas a matar». El oro mata. La vida nunca puede ser cubierta de oro, sólo la muerte te permitirá hacer tal cosa. La vida no te permitirá semejante tontería. Pero ella llamaba a su buda de madera "el Buda de oro".

La monja quemaba incienso ante su Buda de oro todos los días, pero como no le gustaba la idea de que su perfume volara hacia las otras estatuas, construyó un embudo por el que el humo pudiera ascender exclusivamente hacia su estatua.

Ésta es la mente de una persona posesiva: ni siquiera al perfume, al incienso, al humo, se le permite que llegue a las otras estatuas, aunque también son budas. «Pero mi buda es diferente. Tu buda no es nada.» En el templo, las otras estatuas eran budas. No es que uno fuera Krishna, u otro fuera Rama, en este caso la diferencia hubiera sido excesiva y la monja no hubiera permanecido en semejante templo. Aquél era un templo budista, de modo que se quedó en él. Pero ésta era su estatua, y las otras no.
Cuando hay amor de verdad, no importa a quién llega. Cuando hay amor, amas a tu persona amada, pero no puedes construir un embudo para que tu amor sólo llegue a tu amado. El amor es un fenómeno tal que cuando sucede va más allá de tu amado, va siempre más, y más, y más lejos. Se extiende por todos. Es exactamente como una onda en el lago.
Si arrojas una piedra al lago aparece una onda y luego va extendiéndose y extendiéndose hasta el mismo final. Si amas a una persona, tu amor no es lineal, es circular, se crea una onda. Cuando amas a alguien, estás arrojando una piedra en el lago del amor. Ahora todo el mundo saldrá beneficiado, no sólo la persona a la que amas. Si intentas beneficiarla sólo a ella, harás lo que esta monja hizo. No es posible. Cuando hay alguien que ama, su amor cae a su alrededor. No puedes canalizarlo; los ríos pueden ser canalizados, pero el amor es oceánico. El apego puede ser canalizado, el amor no.
Cuando arrojas una piedra al lago, cae en un punto determinado. Muy bien. Pero entonces el amor se va extendiendo. Cuando te enamoras, caes en un punto determinado, con una persona concreta; pero esto es sólo el principio, no el final. Entonces el amor se va extendiendo, y todo el mundo sale beneficiado. Habrá un centro donde cayó la piedra, desde donde saldrán las ondas y llegarán hasta el final. Habrá un centro: el amado, el amante; pero el amor no puede ser contenido allí. Es algo que crece, nadie puede contenerlo. De manera que el amante se convierte en la puerta, la abertura, y luego todo el universo se beneficia de él.
Pero esta pobre monja era como tú, una mente humana, movida por estupideces humanas. No le gustaba la idea de que su perfume se fuera hacia las otras estatuas, y las otras estatuas eran también de Buda.
Cuando amo a una persona, encuentro allí la divinidad. El amor revela la divinidad en la persona. Y cuando esto ocurre, todas las estatuas de todos los budas... Entonces todo el mundo es divino; el árbol es divino, la nube es divina, el mendigo en la calle es divino, todo el mundo es divino. Si el amor ha sucedido y has mirado a la cara original de una persona, que sólo es revelada en el amor, entonces los budas son budas en todas partes, todas las estatuas son budas; entonces todo el mundo se ha convertido en un templo.
Pero entonces no estás preocupado. No te preocupa que tu perfume llegue a alguien, ni que el perfume de tu amado llegue a algún otro. Te sentirás feliz de que a través de ti los demás resulten beneficiados y reciben también la bendición. Si tienes miedo e intentas contenerlo, entonces es posesividad y matará. No trates contener el amor no intentes poseerlo. Permite que crezca, ayúdale a crecer y a alcanzar a todos. Sólo entonces lo recibirás tú, porque tú sólo lo puedes alcanzar cuando todo el mundo lo reciba.
Pero éste es el problema: cuando amas a una persona, quieres contenerlo, confinarlo. Es como cuando recluyes un árbol en un tiesto, lo matarás. El árbol tiene que ir hacia el cielo, tiene que abrirse en el cielo. Sus flores darán perfume a muchos, sus ramas darán sombra a muchos: muchos se beneficiarán de sus frutos. Naturalmente sus raíces están contenidas en ti, pero el árbol va creciendo. Y el amor es el árbol más grande de todos; puede llenar todo el cielo, no puede ser confinado, no puede ser contenido. No puedes hacerlo finito: la propia naturaleza del amor es infinita.

    ...pero como no le gustaba la idea de que su perfume volara hacia las otras estatuas, construyó un embudo por el que -el humo pudiera ascender exclusivamente hacia su estatua.

¿Qué sucedió entonces? Tenía que suceder:

Esto ennegreció la nariz de la estatua dorada y la hizo especialmente fea.

Esto es lo que les pasa a todos los amantes y amados, porque entonces el perfume no es perfume, se convierte en mero humo; el perfume tiene que extenderse, sino la nariz se ennegrece... Ahora todos los budas tienen las narices negras.
Observa tu Krishna, observa tu Buda, tu Mahavira; todas sus narices están ennegrecidas por tu culpa, tu posesividad. Tu oración trasluce tu posesividad, no es real. Los jainistas no permiten que nadie entre en sus templos si no son jainistas. Los hindúes no admiten a los intocables, porque no son de casta alta. Todos los templos están ennegrecidos porque están poseídos: «Mi templo». En el momento en que afirmo "mi" aquello ya no es un templo, porque ¿cómo puede ser mío o tuyo un templo? ¡Un templo no es más que un templo!

En cierta ocasión me llevaron a los tribunales porque inauguré una iglesia, la cual había estado cerrada por lo menos durante veinte años. Los fieles se habían ido, no estaban en la India, la iglesia era propiedad de cierta secta cristiana inglesa, y no había nadie en la ciudad, ni siquiera alguien que se ocupara de ella. Era una iglesia preciosa, pero completamente en ruinas. Entonces unos cuantos cristianos se acercaron a mí y me dijeron: «No pertenecemos a esta secta, pero no tenemos iglesia. ¿Puedes ayudarnos? Si inauguras esta iglesia empezaremos a rendir culto». Yo dije: «De acuerdo». De modo que rompieron el candado, limpiaron la iglesia, limpiaron la nariz ennegrecida de Cristo, y yo la abrí para todos. Así que dije: «No se trata de a quién pertenece la iglesia. La iglesia es de quienes rinden culto en ella». Pero en cuestión de dos o tres meses la noticia llegó a los propietarios, que buscaron un abogado y me llevaron ante los tribunales. El magistrado me preguntó: «¿Por qué abriste esta iglesia? No pertenece a esta gente. No es propiedad suya».
Yo le dije: «Una iglesia no puede ser propiedad de nadie. Es de los que rinden culto en ella. Una iglesia no es una propiedad, no es una cuestión legal». El magistrado dijo: «No nos distraigas. No podemos entrar en filosofías. Es una cuestión legal».
¿Es una iglesia una cuestión legal? Sí, se ha convertido en una cuestión legal. ¿Es un templo una cuestión legal? Si un templo es una cuestión legal, entonces pertenece a este mundo, no a aquél. De manera que dije: «Muy bien, puedes cerrarla, es una cuestión legal. Pero recuerda bien que así es como se mata a la religión. Una iglesia no es propiedad de nadie».
Pero todas las iglesias, todos los templos se han convertido en propiedades. Son mías o tuyas... La nariz de Buda se ennegrece, y esto... la hizo especialmente fea. Todos los templos se han vuelto feos. Tienen que ser destruidos de verdad, ser limpiados, para que la tierra esté limpia. El verdadero templo sólo podrá existir cuando estos otros templos desaparezcan. Se han convertido en parte de vuestro mercado, de vuestro sistema legal. Ya no son símbolos del más allá.
La mente es así; lo convierte todo en una posesión, porque el ego sólo puede existir si posee. Y el ego es la barrera. Es el agua donde sólo pueden ser atrapados reflejos, lo real nunca puede ser conocido por él. ¡Deja caer este cubo ahora! ¿Por qué esperar a un accidente? Deja caer este viejo cubo y que el agua se derrame, ni agua, ni luna.
Basta por hoy.

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