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lunes, 30 de noviembre de 2009

LA MEDICINA DE LA ENERGIA: ASUMIR EL PODER SIMBÓLICO


El poder simbólico constituye el nivel más profundo de percepción que podemos alcanzar. La toma de con­tacto con la región arquetípica nos permite ver más allá del significado físico de los acontecimientos y contem­plarlos como unas oportunidades divinas para el desarro­llo de nuestra conciencia psíquica. La visión simbólica percibe una dimensión que los místicos han descrito como más real que lo físico, más poderoso que lo tangible.

La conciencia simbólica entra en contacto con lo Di­vino con menos interferencias que la conciencia individual. Percibe el nivel superior de vibraciones conocido como eternidad y puede manifestarse como una sensación interior profundamente enriquecedora, un encuentro espiritual o una experiencia psíquica. También puede asumir la for­ma de una intensa relación con la naturaleza, una expre­sión creativa o una extraordinaria percepción, un avance o una solución creativa.

Un ejemplo de razonamiento simbólico

En el capitulo 6 ofrezco al lector una detallada guía sobre cómo utilizar las tres formas de poder en las diferentes crisis y asuntos de su vida, no sólo en la enfermedad física. Pero de momento me limitaré a mostrarle bacía dónde se dirige; proporcionarle una breve sensación de la fuerza y la belleza de la mente simbólica.

Supongamos que el médico acaba de diagnosticar que usted padece una enfermedad grave, cáncer o esclerosis múltiple. Ambas enfermedades tienen un pronóstico ate­rrador. Al recibir ese diagnóstico, la mayoría de la gente experimenta un choque y tal vez ira; una reacción natu­ral. Pero pasados unos días usted deberá seguir un trata­miento médico, tomar una medicación. Para agilizar su cu­ración, quizá deba también modificar su dieta.

A medida que transcurren las semanas y usted no nota los resultados que esperaba, una voz interior comienza a preguntar: « ¿Por qué ha tenido que ocurrirme a mí? O bien pregunta: «¿Por qué me asombra que esto me haya ocurrido a mí? Me han ocurrido tantas desgracias que de­bería estar acostumbrado a ellas. Es absurdo esperar un mi­lagro.»

Usted cae en la depresión. La gente que le rodea tra­ta de animarle, de darle esperanzas, pero usted no cree que en su universo exista ya esperanza.

Un día conoce a una persona que le ofrece una nueva forma de interpretar su situación. Imagine, le dice esa per­sona, que cada uno de nosotros llevamos en nuestro inte­rior una parte que se siente «víctima». Para algunos de nosotros, nuestra «víctima» aflora cuando entablamos una relación sentimental. Para otros, la «víctima comienza a expresarse cada vez que nos preguntan nuestra opinión so­bre algún tema. Para unos terceros, nuestra «víctima» nos advierte continuamente sobre lo que podemos esperar cuan­do lleguemos «allí», sea donde fuere.

Usted le comenta a su nuevo consejero que comprende muy bien ese concepto de «víctima» y que conoce a per­sonas que encajan con cada una de esas descripciones, in­clusive usted mismo.

—En efecto —responde su consejero—. Todos lle­vamos a una «víctima» dentro de nosotros, por lo que nadie debería tomarse a su «víctima» de forma personal. Forma parte de la psique humana.

A continuación su consejero le pregunta:

—¿Y si le ofrecieran la oportunidad de encararse con esa parte de sí mismo y librarse de una vez para siempre de esa influencia negativa? ¿La aceptaría?

Tras reflexionar unos momentos, usted responde afir­mativamente.

Su consejero le advierte que esa liberación tiene que ser experimentada. Usted deberá encontrarse cara a cara con su «víctima» en unas circunstancias en las que él o ella sea tan poderoso que le fuerce a usted a descubrir la parte de sí mismo capaz de vencer a esa fuerza. Usted accede.

Al cabo de un tiempo, usted contrae una enfermedad física. Ésta es su oportunidad, y usted pregunta: «¿Cómo puedo encararme con la "víctima" que llevo dentro?»

—¿Esta enfermedad que padece le hace sentirse como una Víctima? —le pregunta su consejero.

—Sí, hace que me sienta impotente, contaminado, derrotado y traicionado por mi cuerpo. Hace que me sien­ta asustado.

—Entonces, centrémonos en estos sentimientos en lugar de en la enfermedad —responde su consejero—. Déjese guiar por esta verdad: no se tome esta crisis per­sonalmente, al margen de que se trate de una enferme­dad, un trauma provocado por la ruptura de una relación o una crisis laboral. El primer paso consiste en no dejar pasar el desafío, sino hacer frente con decisión a los te­mores y los sentimientos de «víctima» que esta crisis le ha despertado. El segundo paso consiste en penetrar en esos sentimientos. No se trata de la enfermedad en sí mis­ma, y usted debe repetirse esto cien o mil veces al día si es necesario. Se trata de la pérdida de poder que la enfermedad le causa.

«Luego vaya en busca de las cosas que le hacen sentirse poderoso. Tome decisiones que den poder a su or­ganismo. Desarrolle una idea de fe y de lo que puede ha­cer para tener un contacto más íntimo cotí el espíritu que lleva dentro. Repítase una y mil veces que no se trata de la enfermedad. Usted está haciendo frente a una parte de sí mismo que siempre le ha hecho sentirse derrotado y atemorizado, y la enfermedad no es sino el medio de en­cararse de una vez para siempre con ese fantasma.

»A continuación, recréese en su fuerza. Celebre los logros de cada día, tanto si le parecen importantes como insignificantes. Desde el punto de vista simbólico, cada vic­toria es importante. Busque las formas de fuerza y de de­bilidad que siempre le han influido. Imite a las debilida­des a mostrarse, una al día en caso necesario, para que usted pueda elegir alternativas y tomar las decisiones per­tinentes.

»Cada día, la Víctima que lleva dentro se hará más débil y el Vencedor más fuerte. Cada día, usted sentirá una conexión más profunda con la vida, una vida que us­ted controla en lugar de una vida que le controla a usted. Esta es la forma en que debe vivir porque es la que le in­funde deseos de vivir; asumir el control le hace sentir que puede crear lo que desee.

»Un día se percatará de que ya no tiene conciencia de la "víctima". De que posee la fuerza necesaria para ha­cer frente a lo que sea, tanto si se trata de crear una nue­va vida como de desprenderse de una vida que ha expe­rimentado con plenitud hasta el final. Así es como debemos tener conciencia de nosotros mismos, de una forma pro­fundamente personal al tiempo que reconocemos la na­turaleza universalmente impersonal de nuestras expe­riencias.

El razonamiento arquetípico es la forma de percep­ción más liberadora y enriquecedora que puede usted de­sarrollar. Combinada con su poder tribal e individual, la mentalidad simbólica le permite interpretar los desafíos negativos en su vida y comprender que cada uno de ellos constituye un don positivo, aunque no reconozca de in­mediato que se trata de un don.

La percepción simbólica trasciende el tiempo. Es una visión eterna que contiene todas las verdades adquiridas por la experiencia humana. Cuando la utilice, usted será libre de enriquecerse con las enseñanzas de los grandes maestros espirituales y filosóficos de cada generación y cada cultura, y comprenderá que no existen barreras que impidan aplicarlas actualmente. Tendrá la libertad de re­conocer que las crisis de hoy están relacionadas con he­chos que aún no se han producido y con hechos que ya han ocurrido, y comprenderá que la respuesta que usted ofrezca en el momento presente incide en el pasado y el futuro.

La mentalidad simbólica es una fuente de fuerza y verdad, y quienes han tomado contacto con ella son ca­paces de sobrevivir a cualquier crisis o adversidad. Asi­mismo, son capaces de experimentar una resurrección que sigue siendo puramente mítica para aquellos que son incapaces de comprender el poder de lo simbólico o la di­mensión invisible de la vida.

El poder simbólico es inherente a cada uno de noso­tros. Constituye la esencia del octavo chakra, el centro de poder que resuena por encima de nuestro cuerpo. Medio personal, medio impersonal, trata continuamente de se­ducirnos para que penetremos en él y descubramos nues­tra auténtica energía y naturaleza. Es nuestro yo incons­ciente, esa parte que ansia aflorar y convertirse en nuestro aliado consciente, no alejándonos del contacto gozoso con la vida física, sino permitiéndonos abrazar todo cuan­to la vida ofrece sin el temor a no ser lo bastante fuertes para conocerla en toda su plenitud.

Recibir orientación

En cada situación, por grave que sea, usted tiene la op­ción de buscar el significado que se oculta detrás del acon­tecimiento. En algunos casos, esto significa simplemen­te confiar en que existe una razón positiva para lo que ha ocurrido, y que, en el debido momento, se le revelará el sig­nificado. Ésta no es una respuesta fácil de aceptar en mo­mentos de crisis, especialmente durante una enfermedad que implica una situación de vida o muerte. Pero es la res­puesta que le procurará el mayor poder y la orientación más clara.

Reaccionamos ante las crisis utilizando los tres po­deres en el mismo orden en que los hemos desarrollado, tanto histórica como individualmente: tribal, individual y simbólico. Se trata de una respuesta automática; así es­tamos programados para enfrentarnos a las situaciones difíciles. Por ejemplo, nuestra reacción inicial al diag­nóstico de una enfermedad es semejante a nuestra reac­ción ante un terremoto. El mundo se abre bajo nuestros pies; ha ocurrido algo poderoso e imprevisto capaz de al­terar los aspectos más importantes de nuestra vida, inclu­sive nuestras relaciones íntimas y la seguridad de nuestro trabajo. Es casi imposible reaccionar de inmediato de for­ma positiva, ni ver enseguida un atisbo de esperanza. Así pues, al principio reaccionamos a nivel tribal, porque de­bemos asimilar las implicaciones físicas de algo que ame­naza nuestra misma existencia. Debemos comprender las complejidades de la enfermedad y las opciones de trata­miento, y organizar nuestra vida a fin de enfrentarnos a la enfermedad.

Una vez que la crisis de la enfermedad ha penetrado en nuestra mentalidad tribal a través de los chakras infe­riores, se filtra hasta nuestra mentalidad individual. Se trata de un cambio crucial y aterrador, pues mientras pen­samos y actuamos conforme a la mentalidad tribal, nuestra experiencia es asimilada y apoyada por el grupo. Pe­ro cuando penetra en nuestra mentalidad individual, ac­tivando nuestras reacciones psicológicas y emociona­les, nos encontramos solos. Nadie puede silenciar el temor que nos asalta de noche mientras yacemos en la cania pen­sando en lo que debemos afrontar al día siguiente.

Pero, en medio de este terrorífico viaje, se nos presenta la oportunidad de superar la desesperación y establecer un diálogo interior del que emergen una percepción y una orientación que trascienden nuestras circunstancias físi­cas. Este es nuestro punto de transición hacia ¡a mentali­dad simbólica.

Los tres estadios del diálogo se enmarcan dentro del siguiente esquema:

Tribal: Su familia puede adoptar la postura de que «esta enfermedad nos afecta a todos, y juntos lucha­remos contra ella». Su médico puede presentarle da­tos sobre cómo otras personas han reaccionado al tra­tamiento y se han enfrentado a la enfermedad. Todo ello indica que su enfermedad es un desafío que afec­ta al grupo, y la cuestión central es la siguiente: « ¿Por qué nos ocurre a nosotros y cómo vamos a hacerle frente?»

Individual: La realidad de lo que le está ocurrien­do a usted es vista como lo que es, un desafío indivi­dua!: no «nos afecta a nosotros», me afecta «a mí». La pregunta que se plantea de inmediato es, con fre­cuencia, la más aterradora: «¿Qué he hecho yo para merecer esto?» Usted piensa que si supiera por qué le ha ocurrido esta tragedia sabría cómo hacerle fren­te. En este estadio, la autocompasión y la depresión pueden apoderarse de su mente y convertirse en una crisis tanto o más grave que la propia enfermedad.

Simbólica: Existe una tercera postura que le ayu­dará más que cualquier tratamiento físico: la capaci­dad de responder simbólicamente, en lugar de lite­ralmente, a lo que le ocurre. En lugar de preguntarse « ¿por qué me ha ocurrido a mí?», trate de formular­se unas preguntas más profundas y auténticas: « ¿Por qué está ocurriendo esto? ¿Qué significado tiene esta situación y cómo debo reaccionar? Trate de conce­bir lo que le ocurre en los términos más impersona­les posibles, y desde esta postura, en ese momento, piense en las respuestas que le proporcionarán mayor energía y poder. Imagine que su crisis le está ocu­rriendo a otra persona que ni siquiera conoce, y pre­gúntese qué consejos le ofrecería. Remítase a las en­señanzas espirituales que le recuerdan que todo pasa por una razón y que la fe y la confianza en esa razón convierten lo imposible en posible.

Esta postura le proporcionará una orientación ade­cuada y el nivel más claro de percepción. Mediante la vi­sión simbólica, podrá contemplar su enfermedad dentro del contexto de toda su vida, más allá de lo que le ocurre en estos momentos. Logrará identificar, comprender y dialogar con sus patrones arquetípicos, y ver con claridad los recurrentes desafíos que han configurado la dinámica de su vida. A través de este proceso aprenderá a convivir con el misterio que le ha tocado afrontar, pues ahora po­see el medio que le permite obtener consuelo de ese mis­terio. Los aspectos no resueltos de su vida ya no le man­tienen bloqueado en su pasado, sino que se han convertido en una valiosa lente a través de la cual podrá aprender más sobre su camino de desarrollo personal. Este es el clima propicio para recibir orientación. La mentalidad simbó­lica contiene la capacidad de reducir cada uno de sus te­mores a unas meras palabras vacías de significado. Con la visión simbólica, usted podrá hacer frente al desafío físico de una enfermedad armado con un sentido de la eter­nidad.

Teniendo bien presentes estos tres niveles de poder como modelo de su yo interior, ha llegado el momento de investigar la relación que usted mantiene con el misterio de la curación.

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