Hallar el camino adecuado a través del caos de la sanación
Debido a que nuestros pensamientos y nuestras emociones desempeñan un papel crucial en el desarrollo de una enfermedad y debido a que los pensamientos positivos pueden aumentar nuestra capacidad de sanar, las artes curativas han pasado de centrarse exclusivamente en las medicinas externas a ocuparse de la naturaleza interior, mental y espiritual de la persona. La combinación de la mente, el cuerpo y el espíritu en las prácticas sanadoras ha llevado a la conjunción de diversos traca mi en tos que se practican en Oriente y Occidente. Las fuerzas conjuntas de la medicina complementaria y la espiritualidad prometen ser más eficaces para ayudar a la gente a curarse de enfermedades terminales y crónicas, mantener una buena salud en la vejez y retrasar el proceso de envejecimiento. Por otra parte, la espiritualidad oriental y la sabiduría de las tradiciones nativas procedentes de todas las culturas ofrecen nuevos conceptos sobre la divinidad a las culturas occidentales, que hasta ahora se habían dejado influir por tradiciones predominantemente judeocristianas. Con las innumerables opciones que, de repente, tenemos ante nosotros, el asunto de la curación podría parecer un caos.
¿Cómo elegir entre tantas opciones y hallar el camino de curación más adecuado para nosotros? ¿Cómo dar con la combinación ideal de prácticas espirituales y tratamientos externos?
Comience trabajando para sanar su espíritu. Un espíritu sano es esencial para un cuerpo sano, aunque un espíritu sano no garantiza un cuerpo sano. La comprensión de su espíritu constituye la clave para ayudarle a controlar lo que le ocurre a su cuerpo y dentro de éste. Puesto que muchos tratamientos médicos complementarios requieren que usted sea consciente del papel que desempeña el espíritu en la curación, debe tomar iniciativas personales con el fin de unir esa creencia y su espíritu con su cuerpo. En resumen, debe «físicalizar» su espíritu, encarnarlo.
Un modo de lograrlo es practicar su versión personal de cómo su cuerpo y su vida reflejan la energía de los chakras-sacramentos-sefirot. Esta practícale ayudará a dar una forma energética a su espíritu y a su poder divino, personal e Interior. También necesitará librarse del anticuado concepto de un Dios externo basado en la dualidad padre-hijo que opera con un sistema de recompensa y castigo; la herencia espiritual de las eras de Aries y Piséis. Reconozca que existe una fuerza divina intrínseca a cada pensamiento y acción, que una fuerza interior le guía con el fin de potenciar su conciencia. Conocer la naturaleza del Dios que lleva dentro le revelará su poder innato y le permitirá ser consciente de que co-crea todas las experiencias de su vida, inclusive la salud.
El temor le impide utilizar correctamente su poder. Cuando usted basa sus elecciones en el temor, el caos se interpone entre usted y su divinidad ulterior. Para disminuir su susceptibibdad al temor, es preciso que preste mayor atención a su vida espiritual. Inicialmente no conseguirá incrementar su poder espiritual haciendo lo que siempre ha hecho, de igual modo que no puede perfeccionar sus dotes culinarias tocando el piano. El espíritu humano requiere una atención diaria por medio de una práctica espiritual como la oración o la meditación. Esas prácticas alimentan el sistema energético y contribuyen a unir la mente, el corazón y el espíritu.
Sin embargo, una práctica espiritual no es lo mismo que llevar una vida sana. Seguir un camino o el otro no le permitirá alcanzar ambas metas simultáneamente. Una vida sana significa hacer ejercicio y alimentarse correctamente, evitar sustancias tóxicas y adoptar otros hábitos de vida saludables. Una vida sana, aunque observe al pie de la letra las normas más rígidas, no garantiza que usted no contraerá una enfermedad, pero reduce las posibilidades.
Un estilo de vida sano le ayudará a aprender más sobre lo que su cuerpo necesita para alcanzar el máximo bienestar físico, y una práctica espiritual le ayudará a comprender el papel que desempeña lo Divino en su vida. Le mostrará el camino que debe tomar. Aunque una práctica espiritual hará que su espíritu crezca y su salud mejore; le procurará estabilidad personal y le dirigirá hacia una conducta sana y no destructiva, ni una cosa ni la otra garantizan una salud perfecta. Como hemos visto, quizá tenga usted que padecer una enfermedad que le sirva de vehículo de inspiración y le proporcione un sentido más profundo del poder de su espíritu.
Cuando una enfermedad forma parte de su viaje espiritual, ninguna intervención médica logrará sanarle hasta que su espíritu haya empezado a realizar los cambios que la enfermedad está destinada a propiciar. La intervención médica, las modalidades complementarias de curación, la modificación de su dieta y un cambio en su estilo de vida pueden ayudar en cierta medida, y deberían ponerse en práctica. Pero la opción curativa más eficaz, cuando se endrina a una enfermedad como desafío espiritual, es apoyarse en su práctica espiritual para que ésta le proporcione las percepciones necesarias. Su práctica puede constituir el medio de soportar la enfermedad y sanarla mediante un aumento en la fuerza y la sabiduría de su espíritu, o puede prepararle para aceptarla muerte física, si ésa es la voluntad divina. En cualquier caso es preciso que reoriente su fe hacia el terreno espiritual. La diferencia entre la práctica espiritual y la necesidad de responder a una enfermedad adoptando un programa que propicie la curación. Jerry vivía en una pequeña granja, para así poder cultivar sus propios alimentos, y era un experto cocinero vegetariano. También era un gran defensor de la forma física y había instalado en una habitación de su granja una serie de aparatos de ejercicios que utilizaba unas tres horas al día. Un hombre muy vital, Jerry poseía una personalidad cálida y sociable. Pero también era colérico- Cuando hablaba de la necesidad de llevar una vida natural, criticaba con vehemencia los daños causados al planeta por personas que no tenían conciencia del medio ambiente. Su apasionada actitud ante la vida en general contenía una energía negativa que le llevaba a despreciar a la gente que no compartía sus puntos de vista.
Cuando cumplió 3 9 años, los médicos le diagnosticaron un cáncer de huesos, un diagnóstico que conmocionó a Jerry y a codos cuantos le conocían. Sus amigos le recomendaron todos los sanadores que conocían, locales y nacionales. Jerry visitó, al menos, una decena de sanadores, muchos de los cuales le propusieron un programa que comprendía añadir carne roja a su dieta a fin de reforzar su sistema con más hierro y aminoácidos. Jerry se negó tajantemente. Para él, comer carne representaba violar su estilo de vida y su espiritualidad. Las recomendaciones de los sanadores enfurecieron a jerry puesto que implicaban que había adoptado un tipo de alimentación inadecuado. Sus amigos le aconsejaron que modificara su dieta, al menos temporalmente, para ver si era cierto que le hacía mejorar. Le dijeron que siempre podía regresar a un estilo de vida vegetariano cuando hubiera recuperado la salud. Pero Jerry creía que su compromiso con su modo de vida constituía su expresión espiritual y que ello bastaría para curarle. No estaba dispuesto a comprometer su dedicación a la defensa del medio ambiente, que él consideraba el único camino para alcanzar la plena conciencia psíquica.
A medida que transcurrían los meses, la salud de jerry fue empeorando. Sus amigos le rogaron que consultara a personas especializadas en prácticas espirituales para que le ayudaran a deshacerse de la profunda rabia que sentía. Jerry creía que Dios le había traicionado al enviarle esa enfermedad, y que ningún director espiritual podía explicarle por qué su estilo de vida había desembocado en un cáncer terminal cuando otros que no prestaban la menor atención a su dieta gozaban de perfecta salud. Este dilema le atormentó hasta convertirse en una obsesión muy negativa que le impedía prestar atención a su curación.
Al cabo de un tiempo, Jerry murió, convencido hasta el día de su muerte de que había desperdiciado su vida, porque todas sus convicciones, inclusive la del «Dios de la tierra», no habían conseguido curarle. La vida de Jerry, en contraposición a la del cardenal Bernardin, nos recuerda que no debemos confundir la salud física con una auténtica práctica espiritual basada en la compasión, la oración y la meditación..No pretendo decir que si Jerry hubiera practicado la oración, además del cultivo de productos naturales y el ejercicio físico, no habría contraído un cáncer o que habría logrado sanar su enfermedad. Pero una práctica auténticamente espiritual le habría procurado otras percepciones sobre su enfermedad física, mostrándole las diversas opciones emocionales y psicológicas que se le ofrecían.
Dada la convicción de Jerry de que el cultivo de productos de forma natural constituía en sí mismo una práctica espiritual, habría podido incorporar una práctica de meditación consciente en sus actividades diarias de agricultor, o podría haber dedicado más tiempo a unos actos físicos de oración. Quizás eso le hubiera ayudado a reconocer que mediante la ira no se puede convencer a la gente sobre la necesidad de regenerar la tierra. Tal vez hubiese contemplado su crisis desde una perspectiva simbólica: que experimentaba la misma toxicidad que la tierra que él se esforzaba en depurar. Esto habría ayudado a Jerry a luchar contra su enfermedad con más ahínco, motivado por el deseo de convertirse en un potente líder ambiental armado con una inspiración y unas percepciones más profundas.
La curación requiere la voluntad de realizar unos cambios permanentes en el estilo de vida físico y espiritual. Los cambios de vida saludables y la práctica espiritual son caminos paralelos que conducen a la misma meta, y todos los días debe recorrerse un trecho de cada uno de esos caminos. Uno de los asistentes a mis talleres, Jeff, consiguió recorrer ambos caminos. A los 24 años, los médicos \c diagnosticaron una dolencia cardíaca. En aquella época, Jeff practicaba varios deportes, asistía periódicamente al gimnasio y acababa de fundar una empresa de informática. El diagnóstico consistía fundamentalmente en que tenía un agujero» en el corazón, lo cual, como es lógico, alarmó a Jeff y a su familia.
Antes de que le diagnosticaran esa enfermedad, Jeff no se había Interesado por la espiritualidad. Pero cuando averiguó que estaba enfermo, se informó sobre nutrición y los ejercicios idóneos para las personas que padecían su dolencia. Sin embargo, según me confesó: «No recuerdo que mi vocabulario contuviera una sola palabra espiritual.» Una noche, cuando estaba adormecido, Jeff oyó una voz que le dijo: «Confía en mí.» Cuando me relató ese episodio, dijo que era una voz clara y suave al mismo tiempo. Perplejo, Jeff se preguntó: «¿En quién debo confiar? ¿Quién me habla?»
A la mañana siguiente Jeff no conseguía borrar esa voz de su pensamiento, ni al día siguiente, ni al otro. Un día, durante mío de sus paseos cotidianos, y tras reflexionar durante una semana sobre lo que la voz le había dicho, Jeff pasó frente a una iglesia.
—Ni siquiera me fijé en si era una iglesia católica o protestante-—dijo Sólo sé que entré y me senté delante de todo. Al contemplar la cruz que pendía ante mí, pregunté en voz alta: «¿Fuiste tú quien me habló la otra noche?» De golpe, comprendí la verdad.
Jeff salió de aquella iglesia convencido de que lo que le ocurría era obra de una fuerza divina. Empezó a re/ar todos los días y buscó la compañía de personas que «hablaban espiritualidad». Una de las cosas más sorprendentes fue que, cuando Jeff contó a esas personas su experiencia, nadie puso en duda su autenticidad. De hecho, según dijo Jeff, parecían considerarlo la cosa más normal del mundo.
Jeff aprendió sobre meditación y visualización, y halló un gran consuelo en muchos libros que versaban sobre temas espirituales. Aunque nunca se le había ocurrido que necesitaba alimentar su espíritu al igual que su cuerpo, Jeff se dedicó a hacer ambas cosas todos los días. Llegó a un punto en que comprendió que, tanto si sobrevivía como si no, ése no era el desafío al que se enfrentaba. En lugar de ello, lo que contaba para él era cómo podía hacer frente a cualquiera de esas opciones, sin saher lo que el destino le tenía reservado.
Al cabo de dos años, la dolencia de Jeff desapareció por completo, ante el asombro de sus médicos, quienes le dijeron que la recuperación, en esos casos, era rara. Por aquella época, Jeff había alcanzado un lugar de profunda paz interior.
—En el trabajo, mis compañeros acudían a mí para calmarse —dijo—. Me aseguraban que el hablar conmigo les ayudaba a ver las cosas con más claridad y ano alterarse por cosas sin importancia. Yo me sentía como un consejero espiritual o un terapeuta, lo cual no me molesta, aunque jamás se me ocurrió que acabaría desempeñando ese papel. Creo que estoy destinado a ayudar a las personas, con pensamientos positivos y la esperanza de que mañana todo será mejor. Simbólicamente, creo que ésta es la razón de que mi enfermedad fuera una dolencia cardíaca. Creo que sirvió para que yo abriera mi corazón.
¿Cómo elegir entre tantas opciones y hallar el camino de curación más adecuado para nosotros? ¿Cómo dar con la combinación ideal de prácticas espirituales y tratamientos externos?
Comience trabajando para sanar su espíritu. Un espíritu sano es esencial para un cuerpo sano, aunque un espíritu sano no garantiza un cuerpo sano. La comprensión de su espíritu constituye la clave para ayudarle a controlar lo que le ocurre a su cuerpo y dentro de éste. Puesto que muchos tratamientos médicos complementarios requieren que usted sea consciente del papel que desempeña el espíritu en la curación, debe tomar iniciativas personales con el fin de unir esa creencia y su espíritu con su cuerpo. En resumen, debe «físicalizar» su espíritu, encarnarlo.
Un modo de lograrlo es practicar su versión personal de cómo su cuerpo y su vida reflejan la energía de los chakras-sacramentos-sefirot. Esta practícale ayudará a dar una forma energética a su espíritu y a su poder divino, personal e Interior. También necesitará librarse del anticuado concepto de un Dios externo basado en la dualidad padre-hijo que opera con un sistema de recompensa y castigo; la herencia espiritual de las eras de Aries y Piséis. Reconozca que existe una fuerza divina intrínseca a cada pensamiento y acción, que una fuerza interior le guía con el fin de potenciar su conciencia. Conocer la naturaleza del Dios que lleva dentro le revelará su poder innato y le permitirá ser consciente de que co-crea todas las experiencias de su vida, inclusive la salud.
El temor le impide utilizar correctamente su poder. Cuando usted basa sus elecciones en el temor, el caos se interpone entre usted y su divinidad ulterior. Para disminuir su susceptibibdad al temor, es preciso que preste mayor atención a su vida espiritual. Inicialmente no conseguirá incrementar su poder espiritual haciendo lo que siempre ha hecho, de igual modo que no puede perfeccionar sus dotes culinarias tocando el piano. El espíritu humano requiere una atención diaria por medio de una práctica espiritual como la oración o la meditación. Esas prácticas alimentan el sistema energético y contribuyen a unir la mente, el corazón y el espíritu.
Sin embargo, una práctica espiritual no es lo mismo que llevar una vida sana. Seguir un camino o el otro no le permitirá alcanzar ambas metas simultáneamente. Una vida sana significa hacer ejercicio y alimentarse correctamente, evitar sustancias tóxicas y adoptar otros hábitos de vida saludables. Una vida sana, aunque observe al pie de la letra las normas más rígidas, no garantiza que usted no contraerá una enfermedad, pero reduce las posibilidades.
Un estilo de vida sano le ayudará a aprender más sobre lo que su cuerpo necesita para alcanzar el máximo bienestar físico, y una práctica espiritual le ayudará a comprender el papel que desempeña lo Divino en su vida. Le mostrará el camino que debe tomar. Aunque una práctica espiritual hará que su espíritu crezca y su salud mejore; le procurará estabilidad personal y le dirigirá hacia una conducta sana y no destructiva, ni una cosa ni la otra garantizan una salud perfecta. Como hemos visto, quizá tenga usted que padecer una enfermedad que le sirva de vehículo de inspiración y le proporcione un sentido más profundo del poder de su espíritu.
Cuando una enfermedad forma parte de su viaje espiritual, ninguna intervención médica logrará sanarle hasta que su espíritu haya empezado a realizar los cambios que la enfermedad está destinada a propiciar. La intervención médica, las modalidades complementarias de curación, la modificación de su dieta y un cambio en su estilo de vida pueden ayudar en cierta medida, y deberían ponerse en práctica. Pero la opción curativa más eficaz, cuando se endrina a una enfermedad como desafío espiritual, es apoyarse en su práctica espiritual para que ésta le proporcione las percepciones necesarias. Su práctica puede constituir el medio de soportar la enfermedad y sanarla mediante un aumento en la fuerza y la sabiduría de su espíritu, o puede prepararle para aceptarla muerte física, si ésa es la voluntad divina. En cualquier caso es preciso que reoriente su fe hacia el terreno espiritual. La diferencia entre la práctica espiritual y la necesidad de responder a una enfermedad adoptando un programa que propicie la curación. Jerry vivía en una pequeña granja, para así poder cultivar sus propios alimentos, y era un experto cocinero vegetariano. También era un gran defensor de la forma física y había instalado en una habitación de su granja una serie de aparatos de ejercicios que utilizaba unas tres horas al día. Un hombre muy vital, Jerry poseía una personalidad cálida y sociable. Pero también era colérico- Cuando hablaba de la necesidad de llevar una vida natural, criticaba con vehemencia los daños causados al planeta por personas que no tenían conciencia del medio ambiente. Su apasionada actitud ante la vida en general contenía una energía negativa que le llevaba a despreciar a la gente que no compartía sus puntos de vista.
Cuando cumplió 3 9 años, los médicos le diagnosticaron un cáncer de huesos, un diagnóstico que conmocionó a Jerry y a codos cuantos le conocían. Sus amigos le recomendaron todos los sanadores que conocían, locales y nacionales. Jerry visitó, al menos, una decena de sanadores, muchos de los cuales le propusieron un programa que comprendía añadir carne roja a su dieta a fin de reforzar su sistema con más hierro y aminoácidos. Jerry se negó tajantemente. Para él, comer carne representaba violar su estilo de vida y su espiritualidad. Las recomendaciones de los sanadores enfurecieron a jerry puesto que implicaban que había adoptado un tipo de alimentación inadecuado. Sus amigos le aconsejaron que modificara su dieta, al menos temporalmente, para ver si era cierto que le hacía mejorar. Le dijeron que siempre podía regresar a un estilo de vida vegetariano cuando hubiera recuperado la salud. Pero Jerry creía que su compromiso con su modo de vida constituía su expresión espiritual y que ello bastaría para curarle. No estaba dispuesto a comprometer su dedicación a la defensa del medio ambiente, que él consideraba el único camino para alcanzar la plena conciencia psíquica.
A medida que transcurrían los meses, la salud de jerry fue empeorando. Sus amigos le rogaron que consultara a personas especializadas en prácticas espirituales para que le ayudaran a deshacerse de la profunda rabia que sentía. Jerry creía que Dios le había traicionado al enviarle esa enfermedad, y que ningún director espiritual podía explicarle por qué su estilo de vida había desembocado en un cáncer terminal cuando otros que no prestaban la menor atención a su dieta gozaban de perfecta salud. Este dilema le atormentó hasta convertirse en una obsesión muy negativa que le impedía prestar atención a su curación.
Al cabo de un tiempo, Jerry murió, convencido hasta el día de su muerte de que había desperdiciado su vida, porque todas sus convicciones, inclusive la del «Dios de la tierra», no habían conseguido curarle. La vida de Jerry, en contraposición a la del cardenal Bernardin, nos recuerda que no debemos confundir la salud física con una auténtica práctica espiritual basada en la compasión, la oración y la meditación..No pretendo decir que si Jerry hubiera practicado la oración, además del cultivo de productos naturales y el ejercicio físico, no habría contraído un cáncer o que habría logrado sanar su enfermedad. Pero una práctica auténticamente espiritual le habría procurado otras percepciones sobre su enfermedad física, mostrándole las diversas opciones emocionales y psicológicas que se le ofrecían.
Dada la convicción de Jerry de que el cultivo de productos de forma natural constituía en sí mismo una práctica espiritual, habría podido incorporar una práctica de meditación consciente en sus actividades diarias de agricultor, o podría haber dedicado más tiempo a unos actos físicos de oración. Quizás eso le hubiera ayudado a reconocer que mediante la ira no se puede convencer a la gente sobre la necesidad de regenerar la tierra. Tal vez hubiese contemplado su crisis desde una perspectiva simbólica: que experimentaba la misma toxicidad que la tierra que él se esforzaba en depurar. Esto habría ayudado a Jerry a luchar contra su enfermedad con más ahínco, motivado por el deseo de convertirse en un potente líder ambiental armado con una inspiración y unas percepciones más profundas.
La curación requiere la voluntad de realizar unos cambios permanentes en el estilo de vida físico y espiritual. Los cambios de vida saludables y la práctica espiritual son caminos paralelos que conducen a la misma meta, y todos los días debe recorrerse un trecho de cada uno de esos caminos. Uno de los asistentes a mis talleres, Jeff, consiguió recorrer ambos caminos. A los 24 años, los médicos \c diagnosticaron una dolencia cardíaca. En aquella época, Jeff practicaba varios deportes, asistía periódicamente al gimnasio y acababa de fundar una empresa de informática. El diagnóstico consistía fundamentalmente en que tenía un agujero» en el corazón, lo cual, como es lógico, alarmó a Jeff y a su familia.
Antes de que le diagnosticaran esa enfermedad, Jeff no se había Interesado por la espiritualidad. Pero cuando averiguó que estaba enfermo, se informó sobre nutrición y los ejercicios idóneos para las personas que padecían su dolencia. Sin embargo, según me confesó: «No recuerdo que mi vocabulario contuviera una sola palabra espiritual.» Una noche, cuando estaba adormecido, Jeff oyó una voz que le dijo: «Confía en mí.» Cuando me relató ese episodio, dijo que era una voz clara y suave al mismo tiempo. Perplejo, Jeff se preguntó: «¿En quién debo confiar? ¿Quién me habla?»
A la mañana siguiente Jeff no conseguía borrar esa voz de su pensamiento, ni al día siguiente, ni al otro. Un día, durante mío de sus paseos cotidianos, y tras reflexionar durante una semana sobre lo que la voz le había dicho, Jeff pasó frente a una iglesia.
—Ni siquiera me fijé en si era una iglesia católica o protestante-—dijo Sólo sé que entré y me senté delante de todo. Al contemplar la cruz que pendía ante mí, pregunté en voz alta: «¿Fuiste tú quien me habló la otra noche?» De golpe, comprendí la verdad.
Jeff salió de aquella iglesia convencido de que lo que le ocurría era obra de una fuerza divina. Empezó a re/ar todos los días y buscó la compañía de personas que «hablaban espiritualidad». Una de las cosas más sorprendentes fue que, cuando Jeff contó a esas personas su experiencia, nadie puso en duda su autenticidad. De hecho, según dijo Jeff, parecían considerarlo la cosa más normal del mundo.
Jeff aprendió sobre meditación y visualización, y halló un gran consuelo en muchos libros que versaban sobre temas espirituales. Aunque nunca se le había ocurrido que necesitaba alimentar su espíritu al igual que su cuerpo, Jeff se dedicó a hacer ambas cosas todos los días. Llegó a un punto en que comprendió que, tanto si sobrevivía como si no, ése no era el desafío al que se enfrentaba. En lugar de ello, lo que contaba para él era cómo podía hacer frente a cualquiera de esas opciones, sin saher lo que el destino le tenía reservado.
Al cabo de dos años, la dolencia de Jeff desapareció por completo, ante el asombro de sus médicos, quienes le dijeron que la recuperación, en esos casos, era rara. Por aquella época, Jeff había alcanzado un lugar de profunda paz interior.
—En el trabajo, mis compañeros acudían a mí para calmarse —dijo—. Me aseguraban que el hablar conmigo les ayudaba a ver las cosas con más claridad y ano alterarse por cosas sin importancia. Yo me sentía como un consejero espiritual o un terapeuta, lo cual no me molesta, aunque jamás se me ocurrió que acabaría desempeñando ese papel. Creo que estoy destinado a ayudar a las personas, con pensamientos positivos y la esperanza de que mañana todo será mejor. Simbólicamente, creo que ésta es la razón de que mi enfermedad fuera una dolencia cardíaca. Creo que sirvió para que yo abriera mi corazón.
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