Con frecuencia se dice que para recobrar la salud es preciso «aprender a valerse por uno mismo», es decir, cuidar de uno mismo, ser independiente. Para algunas personas psíquicamente heridas, recobrar la salud y alcanzar la independencia significa soledad y vulnerabilidad. Para muchos, este temor a una independencia heroica —y, por ende, soledad— constituye la raíz de su incapacidad para curarse. Por otra parte, creen que una vez se hayan cura-do estarán siempre sanos, y que, con la recuperación tic la salud, se evaporará la necesidad de apoyo emocional y psicológico. Esta es otra variante del mito arcaico de que una vez que alcancemos la Tierra Prometida, habremos ¡legado al término de nuestro viaje. Pero las personas quise están curando o que están curadas necesitan la compañía y la amistad de oíros al igual que el resto del mundo. Creamos salud iodos los días y en todo momento, y debernos ser conscientes de ello. Al igual que la iluminación no es un estado permanente tan sólo al alcance de superhombres espirituales, la salud no se consigue fuera de una comunidad, sino que requiere un vínculo consciente entre la mente, el cuerpo y el espíritu; un vínculo entre el individuo, las demás personas y el universo.
Sanar, al igual que la espiritualidad, es un proceso continuo, tal como indican numerosas historias de la tradición oriental. En una historia relatada por Jack Korn-field, psicólogo y profesor de Meditación Perceptiva, un monje asciende por una montaña decidido a hallar la iluminación o morir. Durante el camino, se encuentra con un viejo sabio que porta un enorme tardo y le pregunta si ha oído hablar de la iluminación. El anciano, que es Bodhisattva el Sabio, deposita el fardo en el suelo. En aquel instante el monje alcanza la iluminación.
— ¿Es así de sencillo? —Pregunta—. ¿Hasta con dejarlo todo y no aferrarse a nada? —El monje mira al anciano y añade—: ¿Y ahora qué?
El anciano se agacha, recoge el fardo y echa a andar hacia la aldea. Es decir, después de alcanzar la iluminación nos aguardan los mismos placeres y las mismas tareas. Aun después de curarnos, debemos seguir trabajando para conservar la salud. La curación es un proceso sin final.
En la sociedad norteamericana, la idea más extendida es que una persona sana es una persona que se ha recuperado por completo de una herida o una enfermedad y sigue adelante con su vida, inmune a cualquier otro problema de salud. Pero la verdad es que tanto si estamos curados o en vías de curación, siempre necesitamos una comunidad de amigos y familiares que nos quiera, una comunidad basada no sólo en las heridas y la dependencia sino en unos intereses compartidos y un apoyo emocional. La curación no representa el fin de las necesidades del corazón, sino una puerta que nos permite abrir nuestros, corazones.
Alos norteamericanos les encanta el mito del tipo individualista, fuerte y duro. El problema es que muy pocos de nosotros podemos identificarnos con esa imagen porque somos esencialmente seres sociales. En tanto creamos que la auténtica curación requiere un esfuerzo heroico e individual, tendremos una excusa muy conveniente para no intentarlo siquiera. Incluso adoptar las medidas más modestas para sanar, como aprender meditación y yoga, o modificar nuestra dieta, nos parece imposible sin la colaboración de un compañero o compañera, aunque muchas personas han conseguido realizar esos cambios en su vida sin ayuda de nadie.
En uno de mis talleres, una mujer llamada Beth me contó que cuando le diagnosticaron un cáncer decidió tratar de curarse a través de la medicina complementaria. Modificó su dieta, y dejó de ruinar y de beber alcohol. A continuación, se inscribió en un grupo de apoyo para enfermos de cáncer, buscó la ayuda de un terapeuta y empezó a practicar yoga. Su novio, Matt, que era un fumador empedernido, se sintió amenazado por esas iniciativas, en particular cuando Beth le dijo que ya no podía fumar en casa.
Beth y Matt se peleaban continuamente, no sólo por lo del tabaco sino porque Beth pasaba mucho tiempo fuera de casa. Al darse cuenta de que cada ve?, tenía menos en común con Beth, Matt le pidió que se marchara de casa. Ella me confesó que ése era el cambio que más temía, no sólo porque carecía de recursos económicos para hallar una nueva residencia y costear sus gastos médicos, sino porque llevaba mucho tiempo con Matt y no concebía su vida sin éJ.
Beth propuso un pacto: Matt podía fumar en la casa y comer lo que quisiera, y el la acudiría a las reuniones de su grupo de apoyo sólo cada quince días. Acamhir», él dejaría de criticarla por su nueva dieta y por asistir a clases de yoga.
Cuando pregunté a Beth si ese plan había dado resultado, respondió:
—Hago la mayor parte de lo que debería hacer, de modo que en ese aspecto me siento satisfecha. Pero echo de menos las sesiones semanales con mi grupo de apoyo, porque Matt no tiene ni idea de lo que significa padecer un cáncer. Ksas personas sí lo saben, y me aceptan sin reservas. Compartimos la misma meta, nos apoyamos mutuamente. Es una sensación muy agradable. Matt dice que, a esas personas, yo les importo un comino, que sólo les importa lo que puedan sacar de mí. Yo no lo creo, pero no puedo demostrárselo porque Matt se niega a conocerlas. En cualquier caso, Matt me ha prometido permanecer a mi lado, y eso es lo que cuenta.
No sé si Beth logró curarse, pero confío en que se percatara de que su dilema estaba agotando sus reservas de energía. No obstante, cuando pienso en ella, veo a una persona cuya principal preocupación no era curarse, sino quedarse sola, y que ese temor a la sociedad probablemente agravaría su enfermedad.
En otra ocasión, conocí a un joven simpático y alegre llamado Bart a quien los médicos habían diagnosticado leucemia. Dos días después de recibir el diagnóstico, Bart comenzó a leer tocio cuanto pudo sobre los métodos de curación basados en la conexión entre la mente y el cuerpo. Cambió todos los aspectos de su vida, hasta el extremo de pintar de nuevo su apartamento de unos colores que, para él, inducían la paz de espíritu. Sólo uno de sus amigos se mostró respetuoso con las iniciativas emprendidas por Bart. Los otros le tomaban el pelo, sobre todo cuando decidió comer sólo productos naturales e inició una práctica espiritual. Al cabo de un tiempo, Bart cortó todo contacto con su viejo círculo de amigos y, aunque al principio los echaba de menos, lo supeditó todo a su afán de recuperar la salud. En caso necesario, estaba dispuesto a vivir en un mundo de absoluto aislamiento y silencio.
Su nuevo estilo de vida implicaba una cierta soledad. Pero ésta se convirtió para él en una reconfortante compañera. Bart empezó a apreciar y respetar a la persona en la que se estaba convirtiendo. Le gustaba sentirse fuerte y capaz de controlar su vida, aunque en ocasiones añoraba a sus viejos amigos. En los momentos en que se sentía solo, Bart se consolaba visualizando su futuro con unas imágenes positivas de una vida nueva, no de soledad sino de esperanza, rodeado por amigos. Al cabo de dos años, su enfermedad remitió por completo. Posteriormente una persona allegada a Bart me dijo que éste se había casado y tenía un nuevo círculo de amigos que compartían su acción por los productos naturales y las prácticas espirituales.
Las condiciones para alcanzar la curación son duras, sobre todo cuando nos exigen renunciar a nuestros amigos íntimos. Aunque no todo el inundo se ve obligado a cambiar drásticamente de vida, en caso necesario, no queda más remedio que hacerlo. Si tiene usted que renunciar ii sus viejas amistades, tenga presente la naturaleza cíclica de la vida, ensalzada por los místicos, desde el anónimo autor del Eclesiastés hasta Lao-tzu. Después del invierno viene la primavera. Tanto la soledad como la amistad desempeñan determinados papeles en distintos momentos durante el proceso de curación. La curación no requiere soledad, al igual que el misticismo no requiere cilicios ni una dieta de saltamontes.
Preguntas para un auto examen
• ¿Teme usted que si se cura su grupo dé apoyo le abandonará o se mostrará menos comprensivo con usted?
• Cuando se visualiza curado, ¿está solo en la habitación?
• ¿Cree usted que las heridas emocionales constituyen un medio de establecer un vínculo con otra persona y que, si se cura, tendrá que .separarse de esa persona?
Sanar, al igual que la espiritualidad, es un proceso continuo, tal como indican numerosas historias de la tradición oriental. En una historia relatada por Jack Korn-field, psicólogo y profesor de Meditación Perceptiva, un monje asciende por una montaña decidido a hallar la iluminación o morir. Durante el camino, se encuentra con un viejo sabio que porta un enorme tardo y le pregunta si ha oído hablar de la iluminación. El anciano, que es Bodhisattva el Sabio, deposita el fardo en el suelo. En aquel instante el monje alcanza la iluminación.
— ¿Es así de sencillo? —Pregunta—. ¿Hasta con dejarlo todo y no aferrarse a nada? —El monje mira al anciano y añade—: ¿Y ahora qué?
El anciano se agacha, recoge el fardo y echa a andar hacia la aldea. Es decir, después de alcanzar la iluminación nos aguardan los mismos placeres y las mismas tareas. Aun después de curarnos, debemos seguir trabajando para conservar la salud. La curación es un proceso sin final.
En la sociedad norteamericana, la idea más extendida es que una persona sana es una persona que se ha recuperado por completo de una herida o una enfermedad y sigue adelante con su vida, inmune a cualquier otro problema de salud. Pero la verdad es que tanto si estamos curados o en vías de curación, siempre necesitamos una comunidad de amigos y familiares que nos quiera, una comunidad basada no sólo en las heridas y la dependencia sino en unos intereses compartidos y un apoyo emocional. La curación no representa el fin de las necesidades del corazón, sino una puerta que nos permite abrir nuestros, corazones.
Alos norteamericanos les encanta el mito del tipo individualista, fuerte y duro. El problema es que muy pocos de nosotros podemos identificarnos con esa imagen porque somos esencialmente seres sociales. En tanto creamos que la auténtica curación requiere un esfuerzo heroico e individual, tendremos una excusa muy conveniente para no intentarlo siquiera. Incluso adoptar las medidas más modestas para sanar, como aprender meditación y yoga, o modificar nuestra dieta, nos parece imposible sin la colaboración de un compañero o compañera, aunque muchas personas han conseguido realizar esos cambios en su vida sin ayuda de nadie.
En uno de mis talleres, una mujer llamada Beth me contó que cuando le diagnosticaron un cáncer decidió tratar de curarse a través de la medicina complementaria. Modificó su dieta, y dejó de ruinar y de beber alcohol. A continuación, se inscribió en un grupo de apoyo para enfermos de cáncer, buscó la ayuda de un terapeuta y empezó a practicar yoga. Su novio, Matt, que era un fumador empedernido, se sintió amenazado por esas iniciativas, en particular cuando Beth le dijo que ya no podía fumar en casa.
Beth y Matt se peleaban continuamente, no sólo por lo del tabaco sino porque Beth pasaba mucho tiempo fuera de casa. Al darse cuenta de que cada ve?, tenía menos en común con Beth, Matt le pidió que se marchara de casa. Ella me confesó que ése era el cambio que más temía, no sólo porque carecía de recursos económicos para hallar una nueva residencia y costear sus gastos médicos, sino porque llevaba mucho tiempo con Matt y no concebía su vida sin éJ.
Beth propuso un pacto: Matt podía fumar en la casa y comer lo que quisiera, y el la acudiría a las reuniones de su grupo de apoyo sólo cada quince días. Acamhir», él dejaría de criticarla por su nueva dieta y por asistir a clases de yoga.
Cuando pregunté a Beth si ese plan había dado resultado, respondió:
—Hago la mayor parte de lo que debería hacer, de modo que en ese aspecto me siento satisfecha. Pero echo de menos las sesiones semanales con mi grupo de apoyo, porque Matt no tiene ni idea de lo que significa padecer un cáncer. Ksas personas sí lo saben, y me aceptan sin reservas. Compartimos la misma meta, nos apoyamos mutuamente. Es una sensación muy agradable. Matt dice que, a esas personas, yo les importo un comino, que sólo les importa lo que puedan sacar de mí. Yo no lo creo, pero no puedo demostrárselo porque Matt se niega a conocerlas. En cualquier caso, Matt me ha prometido permanecer a mi lado, y eso es lo que cuenta.
No sé si Beth logró curarse, pero confío en que se percatara de que su dilema estaba agotando sus reservas de energía. No obstante, cuando pienso en ella, veo a una persona cuya principal preocupación no era curarse, sino quedarse sola, y que ese temor a la sociedad probablemente agravaría su enfermedad.
En otra ocasión, conocí a un joven simpático y alegre llamado Bart a quien los médicos habían diagnosticado leucemia. Dos días después de recibir el diagnóstico, Bart comenzó a leer tocio cuanto pudo sobre los métodos de curación basados en la conexión entre la mente y el cuerpo. Cambió todos los aspectos de su vida, hasta el extremo de pintar de nuevo su apartamento de unos colores que, para él, inducían la paz de espíritu. Sólo uno de sus amigos se mostró respetuoso con las iniciativas emprendidas por Bart. Los otros le tomaban el pelo, sobre todo cuando decidió comer sólo productos naturales e inició una práctica espiritual. Al cabo de un tiempo, Bart cortó todo contacto con su viejo círculo de amigos y, aunque al principio los echaba de menos, lo supeditó todo a su afán de recuperar la salud. En caso necesario, estaba dispuesto a vivir en un mundo de absoluto aislamiento y silencio.
Su nuevo estilo de vida implicaba una cierta soledad. Pero ésta se convirtió para él en una reconfortante compañera. Bart empezó a apreciar y respetar a la persona en la que se estaba convirtiendo. Le gustaba sentirse fuerte y capaz de controlar su vida, aunque en ocasiones añoraba a sus viejos amigos. En los momentos en que se sentía solo, Bart se consolaba visualizando su futuro con unas imágenes positivas de una vida nueva, no de soledad sino de esperanza, rodeado por amigos. Al cabo de dos años, su enfermedad remitió por completo. Posteriormente una persona allegada a Bart me dijo que éste se había casado y tenía un nuevo círculo de amigos que compartían su acción por los productos naturales y las prácticas espirituales.
Las condiciones para alcanzar la curación son duras, sobre todo cuando nos exigen renunciar a nuestros amigos íntimos. Aunque no todo el inundo se ve obligado a cambiar drásticamente de vida, en caso necesario, no queda más remedio que hacerlo. Si tiene usted que renunciar ii sus viejas amistades, tenga presente la naturaleza cíclica de la vida, ensalzada por los místicos, desde el anónimo autor del Eclesiastés hasta Lao-tzu. Después del invierno viene la primavera. Tanto la soledad como la amistad desempeñan determinados papeles en distintos momentos durante el proceso de curación. La curación no requiere soledad, al igual que el misticismo no requiere cilicios ni una dieta de saltamontes.
Preguntas para un auto examen
• ¿Teme usted que si se cura su grupo dé apoyo le abandonará o se mostrará menos comprensivo con usted?
• Cuando se visualiza curado, ¿está solo en la habitación?
• ¿Cree usted que las heridas emocionales constituyen un medio de establecer un vínculo con otra persona y que, si se cura, tendrá que .separarse de esa persona?
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