A menudo la enfermedad sirve para abrirnos los ojos durante nuestro viaje hacia la conciencia y el descubrimiento propio: requiere una atención inmediata y no podemos pasarla por alto. Cuando contraemos una enfermedad mortal, no podemos permitirnos el lujo de no hacerle tuso. La enfermedad con frecuencia es el medio por el cual descubrimos el poder de nuestra psique y nuestro espíritu. Como ya hemos visto en el capítulo 2 la negatividad no siempre constituye la raíz de una enfermedad. En ocasiones, la enfermedad es el resultado de factores genéticos o ambientales sobre los que tenemos escaso control. Aunque cueste de creer, a veces la enfermedad es la respuesta a nuestras plegarias, puesto que constituye el medio por el que descubrimos nuestras dotes más valiosas y nuestra capacidad para ayudar a los demás. Por tanto, la enfermedad puede considerarse un punto de inflexión que exige que ejerzamos nuestra capacidad de elegir. Cuando afrontamos una crisis cuya resolución requiere un cambio en nuestra conciencia y estilo de vida, debemos biiscar el potencial de evolución espiritual inherente a la situación. Para evitar asumir una actitud negativa hacia nuestra enfermedad, debemos considerarla como una invitación a descubrir un nivel superior de conciencia. La literatura médica reciente está llena de personas que respondieron a uji ataque cardíaco o a un cáncer modificando su dieta y Haciendo ejercicio, además de seguir un programa de reducción de estrés que incorporaba yoga y meditación; todos ellos desarrollaron una auténtica afición hacia esas prácticas. Muchas personas modificaron sus vidas radicalmente hacia una vida de renovada espiritualidad al traspasar la puerta que les abría una enfermedad mortal.
Yo creo que podemos considerar toda enfermedad como una experiencia de transformación, puesto que la enfermedad requiere que prestemos atención al proceso de curación, el cual contiene la posibilidad de un cambio. Cuando contraemos una enfermedad debido a una conducta negativa —abuso de sustancias tóxicas, tabaco, niveles elevados de estrés, un trabajo o una relación que no nos satisface— el cambio se convierte en parte integrante del proceso de curación. Al mismo tiempo, el hecho de considerar una enfermedad como una oportunidad de profundizar en nuestro yo interior activa el potencial para sanar que yace aletargado cuando asumimos una acritud pasiva o caemos en la autocompasión. Tal como indico a las personas que asisten a mis talleres: «Los verbos curan, los sustantivos no.» cuando el desafío es una enfermedad
A los 41 años, Ann estaba casada, era madre de cuatro hijos y un miembro activo de su comunidad. De improviso, los médicos le diagnosticaron que padecía lupo. Como Ann no conocía ia medicina alternativa, se sometió a un tratamiento de medicina convencional. El médico le recetó esteroides, que debía tomar con frecuencia, y Ann engordó más de treinta kilos, cuando su peso normal era de unos sesenta kilos.
El médico le dijo a Ann que el hipo era una enfermedad para la que no existía cura. En el mejor de los casos, conseguiría una remisión de la enfermedad mediante una terapia de medicamentos. Ann pensó que no tenía más remedio que aceptar ese diagnóstico y tratamiento, pero al cabo de varios meses de tomar las drogas prescritas por su médico empezó a notarse muy deprimida y físicamente agotada. Se sentía culpable por no poder atender debidamente a su familia y tener que contar con su hija de 16 años para que le ayudara a preparar la comida, hacer la compra y limpiarla casa. Su hija, aunque se esforzó en ayudar a Ann, no tardó en mostrarse irritada con ella, pues apenas tenía tiempo de ver a sus amigos y no estaba preparada para hacer frente a esas nuevas responsabilidades.
La tensión entre madre e hija aumentó hasta que el marido de Ann le aconsejó que acudiera a un terapeuta. Ann tardó dos meses en hacer caso de ese consejo, pero por fin decidió visitar a una terapeuta que practicaba la medicina alternativa y que le habló de otros tratamientos contra el lupo, tales como la acupuntura, la visualización y la aroma terapia.
Al mismo tiempo, Ann comenzó a conocerse mejor. Su terapeuta le advirtió claramente que no podía abordar esos tratamientos con la misma actitud con la que se había sometido a la terapia basada en fármacos. «Los fármacos actúan independientemente del estado anímico del paciente —le dijo—, pero los tratamientos alternativos no. Su eficacia depende de que el paciente participe conscientemente en su curación»; de hecho, cuanto más consciente eres, mejor van. Animada por esa perspectiva, Ann se esforzó en educarse por medio de libros, cintas magnetofónicas y reuniones con un grupo de apoyo.
Durante su viaje personal, Ann experimentó varias transiciones importantes. La más relevante fue su descubrí miento de la diferencia entre el apoyo que le brindaba su religión y el consuelo qué hallaba en otras prácticas espirituales. Cuando Ann se enteró de que estaba enferma, creyó que era un castigo. Cuando adquirió una relación más íntima con Dios, mediante esas nuevas prácticas espirituales, empezó a considerar a Dios de un modo muy distinto y a contemplar su enfermedad desde otra perspectiva.
—-Lo primero que descubrí—dijo Ann—. Fue que el sentimiento de culpabilidad que arrastraba desde que el médico me había diagnosticado la enfermedad (por no poder ser la esposa y madre que había sido hasta entonces) se debía a que, de algún modo, yo me consideraba una mala persona. Me daba vergüenza haber contraído la enfermedad y supuse que mi familia se avergonzaba de mí.
»Cuando aprendí a acercarme a Dios desde un punto de vista que no estaba vincula do a una determinada religión, sino de una forma más espiritual —continuó Ann—, comprendí que, en ocasiones, una enfermedad es el medio por el cual Dios nos lleva a conocernos mejor. Por ejemplo, jamás se me había ocurrido que poseía un poder en mi interior que los pensamientos positivos activaban. Siempre había supuesto que era mejor ser mía persona optimista que quejarse continuamente, pero nunca había relacionado esa idea con el hecho de poseer la facultad de reforzar mi espíritu a fin de mejorar mi salud. Puesto que de niña me habían enseñado que Dios repartía sus bendiciones o sus desafíos de forma aleatoria, comprender que nada es aleatorio y nada es un castigo supuso para mí la liberación más profunda que había experimentado en mi vida. Esa espiritualidad me dio fe, no sólo en que sí rezaba con devoción Dios atendería mis plegarias, sino que empecé a creer que Dios escucha siempre nuestras oraciones y que la curación no consiste necesariamente en recibir una cura física. Puede significar el descubrimiento, como me ocurrió a mí, de que eres mucho más valiente de lo que te imaginabas.
«Comprendí que aunque deseaba eliminar el lupo de mi cuerpo, también deseaba sanar las numerosas inseguridades que me habían llevado a depender de los demás. Antes, aunque me sentía segura, en realidad no era sino una persona temerosa de intentar nada nuevo. Ahora trato de sanar esa faceta de mi personalidad, y me siento más satisfecha de mí misma. Ya no me siento dominada por las dudas que me atormentaban. Todavía padezco lupo, pero en muchos aspectos estoy más sana que antes y confío en que, si persisto en este camino, llegaré a sanar también físicamente.
Al cabo de un tiempo la enfermedad de Ann remitió, y aunque nadie puede predecir cuánto tiempo durará esa remisión, Ann confía en que, cuando su enfermedad se reactive, estará preparada para afrontar su situación con valor.
Cuando el desafío es el temor a envejecer
No siempre es necesario contraer una enfermedad mortal o debilitante para que sintamos la necesidad de emprender un viaje personal. Un hombre llamado Jacques, a quien conocí hace unos años en un taller, me contó la encantadora historia de cómo decidió iniciar el viaje de descubrimiento propio. Era un próspero hombre de negocios que se había concedido todos los caprichos que pueden comprarse con dinero. Había viajado a lugares remotos, poseía tres residencias —una de ellas en los Alpes franceses—, tenía un círculo de amigos interesantes y gozaba al máximo de la vida. El día de su cuarenta cumpleaños, mientras estaba pensando qué regalarse, se contempló con detenimiento en el espejo. Observó que se había abandonado físicamente y que tenía «michelines» en las caderas, por lo que, en lugar de hacerse un regalo costoso y convencional, decidió empezar a hacer jogging y dedicar el año siguiente a ponerse en forma. Jacques reconoció que el primer día que salió a correr lo hizo más por temor a envejecer que por motivos de salud. Después de correr durante tres manzanas se detuvo, tosiendo y boqueando. Jacques comprendió que para cumplir el compromiso que había adquirido consigo mismo tenía que dejar de fumar. A las ocho de aquella tarde, ya se había convertido en un ex fumador.
Al cabo de cuatro meses, su dedicación a su salud le llevó a interesarse por la nutrición, tema por el que había mostrado escaso interés antes. Después de informarse sobre varios programas nutricionales, decidió renunciar a su dieta, repleta de grasas y colesterol, reducir su consumo de carne de vacuno y comer principalmente fruta y verdura.
Cuando cumplió cuarenta y un años, Jacques era la viva imagen de la salud. Su interés por el tema había despertado su curiosidad sobre otros factores que podían influir en la salud: la actitud mental, las creencias y las necesidades personales. Jacques empezó a revisar su vida o, según dijo, explorar su yo interior. Antes, cuando lo único que le interesaba eran sus negocios, no se había percatado de que existieran otras cosas —y menos aún otras personas— por las que mereciera ía pena preocuparse. Pero desde que había emprendido su viaje personal, había comenzado a interesarse por las personas con quienes trataba a diario.
Un día se le ocurrió la idea de invitar a un grupo de amigos íntimos y socios profesionales a su casa para una velada dedicada a la auto exploración. Naturalmente, me contó sonriendo, esperó a que todos hubieran llegado antes de revelarles el motivo por el que les había invitado. Sus amigos habían supuesto que Jacques iba a hablarles de un nuevo negocio; cuando les dijo sus verdaderos motivos, sus amigos desearon poder salir volando de la habitación.
—Pero como yo era el hombre más rico de la reunión —añadió Ja cq u es con una carcajada—, no tuvieron más remedio que quedarse.
Jacques abrió la sesión describiendo su proceso de transformación, agregando que, aunque sus amigos no se percataran de ello, estaban también inmersos en un interminable ciclo de ciegos logros profesionales, a la espera de despertar. Jacques les propuso que explorasen ese despertar. Uno tras otro, esos hombres empezaron a hablar sobre sí mismos como no lo habían hecho jamás, descubriendo sus sentimientos sobre su trabajo, estilo de vida y familia. Aunque al principio les resultaba difícil, su timidez fue desapareciendo poco a poco y, al término de la velada, prometieron volver a reunirse al cabo de un mes para llevar a cabo otra sesión semejante.
Al cabo de seis meses, Jacques y sus amigos ya se reunían de forma periódica y el grupo se había ampliado. Con el tiempo, fueron más allá de las cuestiones personales y comenzaron a explorar otros temas relacionados con la espiritualidad, la crisis global y lo que podían hacer para contribuir a un mundo que les había dado tanto. Todos se comprometieron a colaborar para mejorar el planeta. Sus reuniones acabaron convirtiéndose en una mezcla de intercambio de experiencias personales y estudio de planes para participar en proyectos que pudieran beneficiarse de su apoyo.
El viaje personal de Jacques constituye una historia edificante, en parte porque, en un principio, él era un individuo que creía estar plenamente realizado. Antes de la toma de conciencia de suyo interior, era un hombre motivado, determinado, seguro de sí y satisfecho; no parecía ser alguien que necesitara tomar contacto consigo mismo. Pero el término «individuo» posee dos significados muy
distintos, según lo interpretemos bajo la mentalidad tribal o bien en el contexto de la evolución de la conciencia. Un «individuo», según la mentalidad tribal, es poco más que una combinación de la identidad física y la fuerza del yo, que en este caso significa la parte del ser que conocemos por medio de experiencias externas junto a nuestros sentimientos sobre nuestro aspecto físico. Pero en el contexto de la conciencia psíquica, el término «individuo» se refiere a la parte qué nosotros que es transfísica, que encarna unas características internas que derivan del crecimiento espiritual y que nos proporciona energía y poder al margen de la aprobación del grupo.
Cuando su vida ya no le satisface
Aunque el viaje de descubrimiento interior de Jacques comenzó casi por capricho, la mayoría de la gente lo emprende como consecuencia de una grave crisis vital. Durante uno de mis talleres, Simón, un abogado, nos relató su experiencia. Había estudiado derecho porque su padre era un juez y le había di choque, desde que Simón era un niño, su sueño había sido compartir un bufete con su hijo. Simón nos confesó que había estado tan influido por ¡as ambiciones de su padre, que hasta pasados ios 30 años no se percató de que tal vez pudiera tener aspiraciones propias.
Simón estudió derecho tal como deseaba su padre, y, a los 26 años, comenzó a ejercer la carrera. A los 27 años se casó y a los 29 años se convirtió en padre de una niña. Evidentemente, se esperaba de él que educaría a su hija para que también estudiara abogacía. Es más, cuando nació la niña, el padre de Simón comentó que, aunque no había esperado que su primer nieto fuera una niña, seguramente también podría convertirse en una buena abogada.
Cuando Simón cumplió 34 años, estaba al borde de una crisis nerviosa. No se entendía con su mujer, ni verbal ni sexualmente, y no podía hacer frente a las responsabilidades de sil trabajo. El único apoyo que recibió de su familia fue la sugerencia de que se tomara unas vacaciones. Un día, cuando Simón estaba mirando por la ventana, su secretaria entró e hizo un comentario que le dejó perplejo.
—Usted necesita terapia —dijo—. Lo sabe, ¿no?
Al principio Simón se sintió ofendido por el comentario y se lo dijo. Ella repuso que no había pretendido ofenderle, pero que se había dado cuenta de cómo cada vez estaba más decaído y sospechaba que las tensiones de la vida cotidiana habían hecho mella en él. Un terapeuta, le ' aclaró su secretaria, no es una persona a la que van los locos en busca de ayuda, sino un profesional al que acuden personas en su sano juicio cuando se percatan de que el inundo que les rodea se ha vuelto loco.
Cuando Simón le dijo que no conocía a ningún terapeuta, su secretaria telefoneó al suyo y concertó una visita para la semana siguiente. Simón le hizo prometer que no diría una palabra de aquello a nadie. Cuando llegó el día señalado, Simón salió de su oficina, se dirigió a la consulta de la terapeuta y durante la primera visita no hizo sino insistir en que no sabía por qué había ido a verla ni qué hacía allí.
La terapeuta empezó por hacer a Simón unas preguntas sobre su vida, su familia y su trabajo. Luego le formulo una pregunta que él jamás se había hecho:
—¿Qué metas se había fijado en la vida?
—Ser abogado, casarme y tener una familia —contestó Simón—. Exactamente lo que he conseguido.
—¿Está seguro? No parece sentirse muy «satisfecho» en estos momentos —replicó la terapeuta con tono desafiante—. ¿Nunca se le ha ocurrido pensar que quizá no era | eso lo que deseaba?
Simón reconoció que nunca había pensado en ello.
—¿Y por qué no lo hace ahora?
—No serviría de nada —repuso Simón—. Ya he elegido mis opciones.
La terapeuta sugirió a Simón que fuera a visitarla de nuevo la semana siguiente y que, mientras tanto, dedicara algún tiempo a reflexionar sobre qué otras elecciones pudo haber hecho, o cuáles le gustaría tomar ahora, o cuáles no sería capaz ni de considerar. Simón no quería plantearse ese tema, pero la duda ya había sido plantada en su mente y, tanto si quería como si no, había iniciado el viaje hacia su interior.
Durante la semana, Simón apenas logró conciliar el sueño por las noches. No dejaba de pensar en su infancia, en los planes que su padre había trazado y las esperanzas que había depositado en él. Simón empezó a experimentar una rabia que jamás había sentido antes. Temiendo comentar esto con su padre —o tragarse lo que deseaba decirle— Simón evitó todo trato con él.
Su esposa notó que Simón estaba más nervioso, pero él no se atrevió a decirle que había comenzado una terapia porque estaba seguro de que ella no lo entendería. Durante la segunda visita, Simón confesó a su terapeuta que no sabía lo que deseaba en la vida porque nunca había tenido ocasión de plantearse esa pregunta. De lo único que se había dado cuenta durante esa semana era de que jamás había tenido libertad de elección en ningún aspecto importante de su vida, ni en cuanto a su profesión ni a la persona con la que se debía casar. En resumen, Simón había vivido siempre de acuerdo con la mentalidad tribal.
—Dije a mi terapeuta que quería a mi mujer —añadió Simón—, pero me abstuve de reconocer que había llegado a la triste conclusión de que no estaba enamorado de ella.
En las semanas que siguieron, Simón, guiado paso a paso por su terapeuta, emprendió su viaje de exploración interior. Las primeras etapas fueron la experiencia más liberadora que había vivido, y la más aterradora. Simón comprendió que no podía seguir viviendo de esa forma. Deseaba tomarse un tiempo para explorar todas las opciones que había desaprovechado hasta entonces. Por fin, Simón comunicó a su familia que iba a tornarse unas vacaciones, pero no sólo de su trabajo. Dijo que necesitaba tiempo para plantearse todas las elecciones que se había visto obligado a tomar, para comprobar si eran lo que deseaba realmente.
Al final, Simón siguió trabajando de abogado, pero dejó el despacho que compartía con su padre y abrió su propio bufete. Durante ese período de transición, conoció a una mujer de la que se enamoró, una mujer que encajaba en el nuevo e interesante territorio interno que Simón continuó explorando con ayuda de su terapeuta. No le sorprendió que sus padres, que no habían apoyado sus nuevas elecciones, no aceptaran tampoco la decisión de divorciarse de su esposa. Simón concluyó el relato de su viaje personal con estas palabras:
—Sigo confiando en que un día mi familia conozca al hombre en el que me he convertido. Lamento la distancia que nos separa, pero por fin me siento satisfecho de mí mismo y de mi vida.
La historia de Simón es un ejemplo clásico de la separación de la influencia tribal por medio del renacimiento del individuo que llevamos dentro. De pronto, empezamos a sentirnos fuera de lugar en nuestra vida. La gente y los lugares familiares dejan de generar la energía que precisamos para desarrollarnos. Caemos en la depresión pero no comprendemos el motivo, sobre todo cuando no se ha producido ningún cambio evidente en nuestra vida.
En un plano más profundo, sabemos exactamente lo que ocurre y por qué estamos asustados. No nacemos desprovistos de conocimientos sobre el poder de nuestra naturaleza espiritual, al contrario, sabemos instintivamente que todo cambio interno que realizamos, cada cambio en nuestra perspecQva o nuestras creencias, activa automáticamente un cambio externo en nuestra vida. Por más que nos esforcemos, no podemos detener ese cambio, lo cual debería darnos ánimos si estamos tratando de airar una enfermedad.
El temor inicial de Simón a evaluarse había sido activado al darse cuenta de que algo se había despertado en su interior que provocaría un cambio radical en su vida. El cambio asusta hasta el extremo de que muchas personas inconscientemente socavan su proceso de curación en lugar de realizar los cambios en su vida emocional y psicológica que, a su vez, acarrearán un cambio en su biología. Si cambiamos nuestras emociones, cambiaremos nuestra energía y, por ende, nuestra biología. Como suelo decir con frecuencia, nuestra biografía se convierte en nuestra biología. Aunque no existen garantías de que vayamos a curarnos, si somos capaces de iniciar un proceso de cambio, habremos potenciado nuestras posibilidades de sanar.
Yo creo que podemos considerar toda enfermedad como una experiencia de transformación, puesto que la enfermedad requiere que prestemos atención al proceso de curación, el cual contiene la posibilidad de un cambio. Cuando contraemos una enfermedad debido a una conducta negativa —abuso de sustancias tóxicas, tabaco, niveles elevados de estrés, un trabajo o una relación que no nos satisface— el cambio se convierte en parte integrante del proceso de curación. Al mismo tiempo, el hecho de considerar una enfermedad como una oportunidad de profundizar en nuestro yo interior activa el potencial para sanar que yace aletargado cuando asumimos una acritud pasiva o caemos en la autocompasión. Tal como indico a las personas que asisten a mis talleres: «Los verbos curan, los sustantivos no.» cuando el desafío es una enfermedad
A los 41 años, Ann estaba casada, era madre de cuatro hijos y un miembro activo de su comunidad. De improviso, los médicos le diagnosticaron que padecía lupo. Como Ann no conocía ia medicina alternativa, se sometió a un tratamiento de medicina convencional. El médico le recetó esteroides, que debía tomar con frecuencia, y Ann engordó más de treinta kilos, cuando su peso normal era de unos sesenta kilos.
El médico le dijo a Ann que el hipo era una enfermedad para la que no existía cura. En el mejor de los casos, conseguiría una remisión de la enfermedad mediante una terapia de medicamentos. Ann pensó que no tenía más remedio que aceptar ese diagnóstico y tratamiento, pero al cabo de varios meses de tomar las drogas prescritas por su médico empezó a notarse muy deprimida y físicamente agotada. Se sentía culpable por no poder atender debidamente a su familia y tener que contar con su hija de 16 años para que le ayudara a preparar la comida, hacer la compra y limpiarla casa. Su hija, aunque se esforzó en ayudar a Ann, no tardó en mostrarse irritada con ella, pues apenas tenía tiempo de ver a sus amigos y no estaba preparada para hacer frente a esas nuevas responsabilidades.
La tensión entre madre e hija aumentó hasta que el marido de Ann le aconsejó que acudiera a un terapeuta. Ann tardó dos meses en hacer caso de ese consejo, pero por fin decidió visitar a una terapeuta que practicaba la medicina alternativa y que le habló de otros tratamientos contra el lupo, tales como la acupuntura, la visualización y la aroma terapia.
Al mismo tiempo, Ann comenzó a conocerse mejor. Su terapeuta le advirtió claramente que no podía abordar esos tratamientos con la misma actitud con la que se había sometido a la terapia basada en fármacos. «Los fármacos actúan independientemente del estado anímico del paciente —le dijo—, pero los tratamientos alternativos no. Su eficacia depende de que el paciente participe conscientemente en su curación»; de hecho, cuanto más consciente eres, mejor van. Animada por esa perspectiva, Ann se esforzó en educarse por medio de libros, cintas magnetofónicas y reuniones con un grupo de apoyo.
Durante su viaje personal, Ann experimentó varias transiciones importantes. La más relevante fue su descubrí miento de la diferencia entre el apoyo que le brindaba su religión y el consuelo qué hallaba en otras prácticas espirituales. Cuando Ann se enteró de que estaba enferma, creyó que era un castigo. Cuando adquirió una relación más íntima con Dios, mediante esas nuevas prácticas espirituales, empezó a considerar a Dios de un modo muy distinto y a contemplar su enfermedad desde otra perspectiva.
—-Lo primero que descubrí—dijo Ann—. Fue que el sentimiento de culpabilidad que arrastraba desde que el médico me había diagnosticado la enfermedad (por no poder ser la esposa y madre que había sido hasta entonces) se debía a que, de algún modo, yo me consideraba una mala persona. Me daba vergüenza haber contraído la enfermedad y supuse que mi familia se avergonzaba de mí.
»Cuando aprendí a acercarme a Dios desde un punto de vista que no estaba vincula do a una determinada religión, sino de una forma más espiritual —continuó Ann—, comprendí que, en ocasiones, una enfermedad es el medio por el cual Dios nos lleva a conocernos mejor. Por ejemplo, jamás se me había ocurrido que poseía un poder en mi interior que los pensamientos positivos activaban. Siempre había supuesto que era mejor ser mía persona optimista que quejarse continuamente, pero nunca había relacionado esa idea con el hecho de poseer la facultad de reforzar mi espíritu a fin de mejorar mi salud. Puesto que de niña me habían enseñado que Dios repartía sus bendiciones o sus desafíos de forma aleatoria, comprender que nada es aleatorio y nada es un castigo supuso para mí la liberación más profunda que había experimentado en mi vida. Esa espiritualidad me dio fe, no sólo en que sí rezaba con devoción Dios atendería mis plegarias, sino que empecé a creer que Dios escucha siempre nuestras oraciones y que la curación no consiste necesariamente en recibir una cura física. Puede significar el descubrimiento, como me ocurrió a mí, de que eres mucho más valiente de lo que te imaginabas.
«Comprendí que aunque deseaba eliminar el lupo de mi cuerpo, también deseaba sanar las numerosas inseguridades que me habían llevado a depender de los demás. Antes, aunque me sentía segura, en realidad no era sino una persona temerosa de intentar nada nuevo. Ahora trato de sanar esa faceta de mi personalidad, y me siento más satisfecha de mí misma. Ya no me siento dominada por las dudas que me atormentaban. Todavía padezco lupo, pero en muchos aspectos estoy más sana que antes y confío en que, si persisto en este camino, llegaré a sanar también físicamente.
Al cabo de un tiempo la enfermedad de Ann remitió, y aunque nadie puede predecir cuánto tiempo durará esa remisión, Ann confía en que, cuando su enfermedad se reactive, estará preparada para afrontar su situación con valor.
Cuando el desafío es el temor a envejecer
No siempre es necesario contraer una enfermedad mortal o debilitante para que sintamos la necesidad de emprender un viaje personal. Un hombre llamado Jacques, a quien conocí hace unos años en un taller, me contó la encantadora historia de cómo decidió iniciar el viaje de descubrimiento propio. Era un próspero hombre de negocios que se había concedido todos los caprichos que pueden comprarse con dinero. Había viajado a lugares remotos, poseía tres residencias —una de ellas en los Alpes franceses—, tenía un círculo de amigos interesantes y gozaba al máximo de la vida. El día de su cuarenta cumpleaños, mientras estaba pensando qué regalarse, se contempló con detenimiento en el espejo. Observó que se había abandonado físicamente y que tenía «michelines» en las caderas, por lo que, en lugar de hacerse un regalo costoso y convencional, decidió empezar a hacer jogging y dedicar el año siguiente a ponerse en forma. Jacques reconoció que el primer día que salió a correr lo hizo más por temor a envejecer que por motivos de salud. Después de correr durante tres manzanas se detuvo, tosiendo y boqueando. Jacques comprendió que para cumplir el compromiso que había adquirido consigo mismo tenía que dejar de fumar. A las ocho de aquella tarde, ya se había convertido en un ex fumador.
Al cabo de cuatro meses, su dedicación a su salud le llevó a interesarse por la nutrición, tema por el que había mostrado escaso interés antes. Después de informarse sobre varios programas nutricionales, decidió renunciar a su dieta, repleta de grasas y colesterol, reducir su consumo de carne de vacuno y comer principalmente fruta y verdura.
Cuando cumplió cuarenta y un años, Jacques era la viva imagen de la salud. Su interés por el tema había despertado su curiosidad sobre otros factores que podían influir en la salud: la actitud mental, las creencias y las necesidades personales. Jacques empezó a revisar su vida o, según dijo, explorar su yo interior. Antes, cuando lo único que le interesaba eran sus negocios, no se había percatado de que existieran otras cosas —y menos aún otras personas— por las que mereciera ía pena preocuparse. Pero desde que había emprendido su viaje personal, había comenzado a interesarse por las personas con quienes trataba a diario.
Un día se le ocurrió la idea de invitar a un grupo de amigos íntimos y socios profesionales a su casa para una velada dedicada a la auto exploración. Naturalmente, me contó sonriendo, esperó a que todos hubieran llegado antes de revelarles el motivo por el que les había invitado. Sus amigos habían supuesto que Jacques iba a hablarles de un nuevo negocio; cuando les dijo sus verdaderos motivos, sus amigos desearon poder salir volando de la habitación.
—Pero como yo era el hombre más rico de la reunión —añadió Ja cq u es con una carcajada—, no tuvieron más remedio que quedarse.
Jacques abrió la sesión describiendo su proceso de transformación, agregando que, aunque sus amigos no se percataran de ello, estaban también inmersos en un interminable ciclo de ciegos logros profesionales, a la espera de despertar. Jacques les propuso que explorasen ese despertar. Uno tras otro, esos hombres empezaron a hablar sobre sí mismos como no lo habían hecho jamás, descubriendo sus sentimientos sobre su trabajo, estilo de vida y familia. Aunque al principio les resultaba difícil, su timidez fue desapareciendo poco a poco y, al término de la velada, prometieron volver a reunirse al cabo de un mes para llevar a cabo otra sesión semejante.
Al cabo de seis meses, Jacques y sus amigos ya se reunían de forma periódica y el grupo se había ampliado. Con el tiempo, fueron más allá de las cuestiones personales y comenzaron a explorar otros temas relacionados con la espiritualidad, la crisis global y lo que podían hacer para contribuir a un mundo que les había dado tanto. Todos se comprometieron a colaborar para mejorar el planeta. Sus reuniones acabaron convirtiéndose en una mezcla de intercambio de experiencias personales y estudio de planes para participar en proyectos que pudieran beneficiarse de su apoyo.
El viaje personal de Jacques constituye una historia edificante, en parte porque, en un principio, él era un individuo que creía estar plenamente realizado. Antes de la toma de conciencia de suyo interior, era un hombre motivado, determinado, seguro de sí y satisfecho; no parecía ser alguien que necesitara tomar contacto consigo mismo. Pero el término «individuo» posee dos significados muy
distintos, según lo interpretemos bajo la mentalidad tribal o bien en el contexto de la evolución de la conciencia. Un «individuo», según la mentalidad tribal, es poco más que una combinación de la identidad física y la fuerza del yo, que en este caso significa la parte del ser que conocemos por medio de experiencias externas junto a nuestros sentimientos sobre nuestro aspecto físico. Pero en el contexto de la conciencia psíquica, el término «individuo» se refiere a la parte qué nosotros que es transfísica, que encarna unas características internas que derivan del crecimiento espiritual y que nos proporciona energía y poder al margen de la aprobación del grupo.
Cuando su vida ya no le satisface
Aunque el viaje de descubrimiento interior de Jacques comenzó casi por capricho, la mayoría de la gente lo emprende como consecuencia de una grave crisis vital. Durante uno de mis talleres, Simón, un abogado, nos relató su experiencia. Había estudiado derecho porque su padre era un juez y le había di choque, desde que Simón era un niño, su sueño había sido compartir un bufete con su hijo. Simón nos confesó que había estado tan influido por ¡as ambiciones de su padre, que hasta pasados ios 30 años no se percató de que tal vez pudiera tener aspiraciones propias.
Simón estudió derecho tal como deseaba su padre, y, a los 26 años, comenzó a ejercer la carrera. A los 27 años se casó y a los 29 años se convirtió en padre de una niña. Evidentemente, se esperaba de él que educaría a su hija para que también estudiara abogacía. Es más, cuando nació la niña, el padre de Simón comentó que, aunque no había esperado que su primer nieto fuera una niña, seguramente también podría convertirse en una buena abogada.
Cuando Simón cumplió 34 años, estaba al borde de una crisis nerviosa. No se entendía con su mujer, ni verbal ni sexualmente, y no podía hacer frente a las responsabilidades de sil trabajo. El único apoyo que recibió de su familia fue la sugerencia de que se tomara unas vacaciones. Un día, cuando Simón estaba mirando por la ventana, su secretaria entró e hizo un comentario que le dejó perplejo.
—Usted necesita terapia —dijo—. Lo sabe, ¿no?
Al principio Simón se sintió ofendido por el comentario y se lo dijo. Ella repuso que no había pretendido ofenderle, pero que se había dado cuenta de cómo cada vez estaba más decaído y sospechaba que las tensiones de la vida cotidiana habían hecho mella en él. Un terapeuta, le ' aclaró su secretaria, no es una persona a la que van los locos en busca de ayuda, sino un profesional al que acuden personas en su sano juicio cuando se percatan de que el inundo que les rodea se ha vuelto loco.
Cuando Simón le dijo que no conocía a ningún terapeuta, su secretaria telefoneó al suyo y concertó una visita para la semana siguiente. Simón le hizo prometer que no diría una palabra de aquello a nadie. Cuando llegó el día señalado, Simón salió de su oficina, se dirigió a la consulta de la terapeuta y durante la primera visita no hizo sino insistir en que no sabía por qué había ido a verla ni qué hacía allí.
La terapeuta empezó por hacer a Simón unas preguntas sobre su vida, su familia y su trabajo. Luego le formulo una pregunta que él jamás se había hecho:
—¿Qué metas se había fijado en la vida?
—Ser abogado, casarme y tener una familia —contestó Simón—. Exactamente lo que he conseguido.
—¿Está seguro? No parece sentirse muy «satisfecho» en estos momentos —replicó la terapeuta con tono desafiante—. ¿Nunca se le ha ocurrido pensar que quizá no era | eso lo que deseaba?
Simón reconoció que nunca había pensado en ello.
—¿Y por qué no lo hace ahora?
—No serviría de nada —repuso Simón—. Ya he elegido mis opciones.
La terapeuta sugirió a Simón que fuera a visitarla de nuevo la semana siguiente y que, mientras tanto, dedicara algún tiempo a reflexionar sobre qué otras elecciones pudo haber hecho, o cuáles le gustaría tomar ahora, o cuáles no sería capaz ni de considerar. Simón no quería plantearse ese tema, pero la duda ya había sido plantada en su mente y, tanto si quería como si no, había iniciado el viaje hacia su interior.
Durante la semana, Simón apenas logró conciliar el sueño por las noches. No dejaba de pensar en su infancia, en los planes que su padre había trazado y las esperanzas que había depositado en él. Simón empezó a experimentar una rabia que jamás había sentido antes. Temiendo comentar esto con su padre —o tragarse lo que deseaba decirle— Simón evitó todo trato con él.
Su esposa notó que Simón estaba más nervioso, pero él no se atrevió a decirle que había comenzado una terapia porque estaba seguro de que ella no lo entendería. Durante la segunda visita, Simón confesó a su terapeuta que no sabía lo que deseaba en la vida porque nunca había tenido ocasión de plantearse esa pregunta. De lo único que se había dado cuenta durante esa semana era de que jamás había tenido libertad de elección en ningún aspecto importante de su vida, ni en cuanto a su profesión ni a la persona con la que se debía casar. En resumen, Simón había vivido siempre de acuerdo con la mentalidad tribal.
—Dije a mi terapeuta que quería a mi mujer —añadió Simón—, pero me abstuve de reconocer que había llegado a la triste conclusión de que no estaba enamorado de ella.
En las semanas que siguieron, Simón, guiado paso a paso por su terapeuta, emprendió su viaje de exploración interior. Las primeras etapas fueron la experiencia más liberadora que había vivido, y la más aterradora. Simón comprendió que no podía seguir viviendo de esa forma. Deseaba tomarse un tiempo para explorar todas las opciones que había desaprovechado hasta entonces. Por fin, Simón comunicó a su familia que iba a tornarse unas vacaciones, pero no sólo de su trabajo. Dijo que necesitaba tiempo para plantearse todas las elecciones que se había visto obligado a tomar, para comprobar si eran lo que deseaba realmente.
Al final, Simón siguió trabajando de abogado, pero dejó el despacho que compartía con su padre y abrió su propio bufete. Durante ese período de transición, conoció a una mujer de la que se enamoró, una mujer que encajaba en el nuevo e interesante territorio interno que Simón continuó explorando con ayuda de su terapeuta. No le sorprendió que sus padres, que no habían apoyado sus nuevas elecciones, no aceptaran tampoco la decisión de divorciarse de su esposa. Simón concluyó el relato de su viaje personal con estas palabras:
—Sigo confiando en que un día mi familia conozca al hombre en el que me he convertido. Lamento la distancia que nos separa, pero por fin me siento satisfecho de mí mismo y de mi vida.
La historia de Simón es un ejemplo clásico de la separación de la influencia tribal por medio del renacimiento del individuo que llevamos dentro. De pronto, empezamos a sentirnos fuera de lugar en nuestra vida. La gente y los lugares familiares dejan de generar la energía que precisamos para desarrollarnos. Caemos en la depresión pero no comprendemos el motivo, sobre todo cuando no se ha producido ningún cambio evidente en nuestra vida.
En un plano más profundo, sabemos exactamente lo que ocurre y por qué estamos asustados. No nacemos desprovistos de conocimientos sobre el poder de nuestra naturaleza espiritual, al contrario, sabemos instintivamente que todo cambio interno que realizamos, cada cambio en nuestra perspecQva o nuestras creencias, activa automáticamente un cambio externo en nuestra vida. Por más que nos esforcemos, no podemos detener ese cambio, lo cual debería darnos ánimos si estamos tratando de airar una enfermedad.
El temor inicial de Simón a evaluarse había sido activado al darse cuenta de que algo se había despertado en su interior que provocaría un cambio radical en su vida. El cambio asusta hasta el extremo de que muchas personas inconscientemente socavan su proceso de curación en lugar de realizar los cambios en su vida emocional y psicológica que, a su vez, acarrearán un cambio en su biología. Si cambiamos nuestras emociones, cambiaremos nuestra energía y, por ende, nuestra biología. Como suelo decir con frecuencia, nuestra biografía se convierte en nuestra biología. Aunque no existen garantías de que vayamos a curarnos, si somos capaces de iniciar un proceso de cambio, habremos potenciado nuestras posibilidades de sanar.
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